Ante la irresuelta y longeva crisis de violencia en México, han surgido directores, como Alberto Arnaut, capaces de explorar nuevas formas de representar y mostrar los crímenes al público, apartándose decididamente de la espectacularidad, el morbo y la revictimización. A continuación se reseña A plena luz: el caso Narvarte.
Entre las dos y las tres de la tarde del 31 de julio de 2015 fueron asesinados la activista Nadia Vera, la modelo Mile Virginia Martín, la maquilladora Yesenia Quiroz, la trabajadora doméstica Alejandra Negrete y el fotoperiodista Rubén Espinosa en un departamento del edificio número 1909 de la calle Luz Saviñón, en la colonia Narvarte. El crimen despertó múltiples dudas y abrió varias posibles líneas de investigación debido a los perfiles disímiles de las víctimas y a la aparente falta de obstáculos con que logró cometerse, a plena luz del día, en una de las alcaldías supuestamente más seguras de la Ciudad de México. Desde entonces, familiares de las víctimas, periodistas, activistas y organizaciones de la sociedad civil han pugnado e insistido en obtener respuestas. Hoy, siete años y algunos meses después, el caso sigue lejos de resolverse, pero en el camino se han evidenciado diversas fallas institucionales y actos de negligencia que, en conjunto, permiten que crímenes como este sigan ocurriendo y permanezcan impunes. El documental A plena luz: el caso Narvarte (Alberto Arnaut, 2022), que se estrena este 8 de diciembre en Netflix, recopila los hallazgos alrededor del caso y cuestiona tanto las acciones de las autoridades al respecto como el rol que ha jugado en todo el asunto el tratamiento mediático.
Este crimen, al que se ha hecho referencia reiteradamente como un “multihomicidio”, es tan complejo que no se puede abarcar con un solo término. Por un lado, atrajeron la atención los perfiles de Nadia y Rubén, quienes, desde sus respectivas trincheras, se habían opuesto abiertamente al gobierno de Javier Duarte, en Veracruz. Por el otro, la ocupación y nacionalidad de Mile, una modelo colombiana, se utilizaron inmediatamente para justificar las atrocidades cometidas en su contra. A todo esto se le sumó la difusión de la evidencia encontrada en el departamento: se recalcó que había drogas, documentos migratorios y una maleta con contenido desconocido que sustrajeron los asesinos. Existen, además, diferencias claras en el trato que se le dio a cada una de las víctimas, los cinco asesinatos se hicieron con distintos niveles de violencia: los signos de tortura sexual y la exhibición degradante de los cuerpos de Mile y Yesenia, que los asesinos colocaron de manera que fueran lo primero que saltara a la vista de quien entrara a la escena del crimen, implican que deben ser abordados como feminicidios.
Lo que se presenta en el documental dirigido por Arnaut es el resultado de un despliegue de fuerzas de investigación y análisis desarrollado durante cuatro años, primero, solventado por un apoyo de la Fundación Ford y el Festival de Cine de Sundance y, posteriormente, por Netflix —e inicialmente fue compartido con la Fiscalía de la Ciudad de México para abonar al proceso judicial que sigue en curso—. A plena luz empalma estos hallazgos con las voces y posturas de los familiares de las víctimas y los especialistas para así exponer un panorama lo más completo y actualizado posible del caso. A pesar de que gran parte de lo que se comunica a lo largo del documental es información que ha sido difundida reiteradamente en los medios, el gran logro de Arnaut y su equipo es ofrecer orden y congruencia para intentar comprender la vorágine de datos y opiniones que ha predominado desde que comenzó a hablarse de este suceso. La minuciosa disección que se ejecuta en esta narración expone innegablemente las omisiones, la desinformación y la obstaculización por parte de las autoridades.
El documental está estructurado de manera que cualquier espectador —desde quien desconozca el caso por completo hasta quien haya seguido toda la cobertura noticiosa— tenga la posibilidad de comprender no solo el desarrollo de los eventos, sino también las implicaciones políticas y sociales que estos tienen en un contexto como el que atravesamos en la Ciudad de México. Inicia con una descripción de los perfiles de cada una de las víctimas; posteriormente se relatan los eventos del 31 de julio de 2015 —intercalando una recreación, en la que me detendré más adelante, con testimonios de amigos y familiares, documentos y pruebas que aportan detalles—; finalmente se recalcan las omisiones y trabas por parte de las autoridades, y se reitera la exigencia para que, al fin, se esclarezca lo sucedido y exista algún tipo de justicia o reparación para las familias.
A plena luz, de Arnaut, es así un proyecto periodístico que funciona como síntesis de un proceso largo, turbio y enredado. A sabiendas de que sigue habiendo muchas preguntas, lo que hay en su presentación, más que una presunción de responderlas todas, es una increpación directa a las autoridades —tanto Miguel Mancera, el entonces jefe de gobierno de la capital del país, como Javier Duarte son entrevistados y también son señalados distintos agentes e instancias—, así como una exigencia frontal por obtener respuestas. Como sucedió con Hasta los dientes, el documental anterior de Arnaut, existe en este proyecto una agenda política y social innegable. Al documentalista no le interesa presentarse como un realizador distante o ajeno a la realidad que retrata —la información recabada no es solo material para el documental, sino también para el proceso judicial—. Al tiempo que Arnaut reconoce su postura, involucra múltiples voces que alimentan el relato desde distintos lugares.
Hay una responsabilidad particular cuando se relatan eventos tan recientes e intrincados como este. No solo se trata de una investigación que sigue en curso, sino de familias que siguen en duelo y que están, hasta el día de hoy, desesperadas por conocer la verdad y obtener algún tipo de consuelo. Se vuelve, entonces, especialmente importante tomar decisiones teniendo en cuenta estos procesos, exigencias y dolores; hay que considerar que el documental se insertará en la realidad inmediata de las familias. A plena luz toma una postura al respecto, erigiéndose como un testimonio condensado y, ante todo, como una plataforma para las exigencias.
En respuesta a esta misma responsabilidad, hay una apuesta contundente en contra de la revictimización y la explotación de las imágenes de los cadáveres. El ejemplo más evidente de esto es que las únicas imágenes de las víctimas que se incluyen son las retomadas en sus homenajes o las provistas por sus familiares, a modo de recuerdo. Además, cuando se recrean los hechos del día del crimen, Mile, Yesenia, Alejandra, Nadia, Rubén y los asesinos son representados primero por muñecos en una maqueta; después las víctimas son representadas por actores cubiertos de pies a cabeza con trajes de tela blanca, en un escenario también blanco que replica los espacios del departamento, con tan solo unos cuantos elementos que sirven como referencia —un póster de las mujeres zapatistas en la pared del cuarto de Nadia, algunas cosas en el tocador, una toalla de baño, teléfonos celulares—. Al final, cuando la recreación ha concluido, vemos cómo los actores se levantan, recalcando el hecho de que aquello es una representación.
Ahora, esta decisión, a pesar de esquivar los peligros de la revictimización y la espectacularidad de la violencia, abre paso a otras cuestiones que vale la pena analizar. Al uniformar la manera en que son representadas las víctimas —y también los victimarios— se corre el riesgo de aplanarlas visualmente. Sí, había un hombre y cuatro mujeres en aquel departamento, y todos fueron asesinados, pero cada uno estaba ahí por distintas razones y los atravesaban condiciones específicas que parecen haber influido directamente en el tipo de violencia que padecieron.
Valdría la pena preguntarnos, entonces, qué es lo que se sacrifica al proponer este distanciamiento estético que sí logra apartarse de las dramatizaciones revictimizantes —como las presentes en cualquier capítulo de Caníbal: Indignación total, por ejemplo—; si despojar el retrato de ciertos detalles es la mejor alternativa; si en realidad es imprescindible hacer una recreación de un suceso que ha sido narrado una y otra vez durante siete años, cuyo desarrollo es relatado y detallado minuciosamente al margen de los escenarios blancos. Si lo que se pretende es escapar del morbo y la explotación de los cadáveres y las muertes, ¿no es suficiente con la exposición de la información, con las pruebas, los testimonios y el análisis?, ¿qué tanto están ahí estas imágenes para abonar a lo ya dicho y qué tanto para apaciguar, aunque sea un poco, a un espectador voraz, ávido de algún tipo de acción?
La filósofa Sayak Valencia opina que “el cuerpo vivo y muerto pierde derechos constantemente en las sociedades democráticas contemporáneas y, en contraofensiva, las imágenes de todo tipo, incluyendo las de las atrocidades más grandes, se hacen con el copyright de estos cuerpos. Es decir, la sustitución del cuerpo masacrado por la imagen del cuerpo masacrado usufructúa a favor de las industrias de entretenimiento y de información, y también de quienes vampirizan esas vidas a través de su representación para ser vendidas como meros objetos de consumo horroroso”. La búsqueda por alternativas visuales y narrativas frente a esta explotación es una cuestión presente en cierto cine de este México atravesado por la violencia, donde diversos realizadores, como el mismo Arnaut, han propuesto otros caminos para representarla y comprenderla sin recaer en los peores códigos —están, por ejemplo, las máscaras en La libertad del diablo, de Everardo González, o los rostros y los paisajes en Tempestad, de Tatiana Huezo—. En A plena luz la apuesta parece quedarse en un punto medio, sin atreverse a renunciar a la tentación visual de recrear el crimen, pero colocando un manto blanco como intermediario que termina por suavizarlo.
Más allá de esto, A plena luz es un recuento claro y efectivo de lo que sucedió en este caso, desbordante de preguntas. El documental pone en evidencia, de manera irrefutable, las fallas del Estado, la manipulación de la información, la destrucción de la evidencia y las mentiras con que se ha pretendido desviar a la opinión pública. También provee un espacio para que se iluminen los recovecos que no han ocupado lugares privilegiados en los medios, para que, aun cuando parezca abrumador, inabarcable e incomprensible, se pueda dibujar un panorama de la complejidad de la violencia. A siete años del crimen, mientras A plena luz concluye con la nostalgia que evocan las imágenes atesoradas por los familiares de Mile, Yesenia, Alejandra, Nadia y Rubén, sigue habiendo murales con sus rostros en las calles de la Narvarte, sigue habiendo un equipo de profesionales trabajando en el caso incansablemente, sigue habiendo familias esperando respuestas y, a la vez, permanecen las condiciones para que atrocidades como esta sigan ocurriendo.
El documental A plena luz: el caso Narvarte, dirigido por Alberto Arnaut, estará disponible en Netflix a partir del 8 de diciembre.