Central de ciencia: también tenemos plástico en el intestino

Central de ciencia: también tenemos plástico en el intestino

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La Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de todos sus voluntarios

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Me siento considerablemente segura de que, a estas alturas, nadie se sorprendería si le digo que vivimos completamente inundados de plástico. Es cosa de voltear a ver lo que tenemos a nuestro alrededor: en la oficina, computadoras con cables de plástico, sillas de plástico, audífonos de plástico, muñequitos de plástico que decoran nuestro cubículo Godínez. Nuestra ropa: ¿alguito de poliéster? Seguramente sí y el poliéster es un plástico. Lo mismo pasa con la licra, que seguramente es parte de tu outfit para hacer ejercicio. Tus zapatos probablemente tienen plástico también. ¡Hora de comer Godínez! Saca tu tupper de plástico con tus cubiertos de plástico y tu botellita de agua de PET. Plástico por todos lados, por fuera y por dentro.

Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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Me siento considerablemente segura de que, a estas alturas, nadie se sorprendería si le digo que vivimos completamente inundados de plástico. Es cosa de voltear a ver lo que tenemos a nuestro alrededor: en la oficina, computadoras con cables de plástico, sillas de plástico, audífonos de plástico, muñequitos de plástico que decoran nuestro cubículo Godínez. Nuestra ropa: ¿alguito de poliéster? Seguramente sí y el poliéster es un plástico. Lo mismo pasa con la licra, que seguramente es parte de tu outfit para hacer ejercicio. Tus zapatos probablemente tienen plástico también. ¡Hora de comer Godínez! Saca tu tupper de plástico con tus cubiertos de plástico y tu botellita de agua de PET. Plástico por todos lados, por fuera y por dentro.

Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

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Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

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Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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Me siento considerablemente segura de que, a estas alturas, nadie se sorprendería si le digo que vivimos completamente inundados de plástico. Es cosa de voltear a ver lo que tenemos a nuestro alrededor: en la oficina, computadoras con cables de plástico, sillas de plástico, audífonos de plástico, muñequitos de plástico que decoran nuestro cubículo Godínez. Nuestra ropa: ¿alguito de poliéster? Seguramente sí y el poliéster es un plástico. Lo mismo pasa con la licra, que seguramente es parte de tu outfit para hacer ejercicio. Tus zapatos probablemente tienen plástico también. ¡Hora de comer Godínez! Saca tu tupper de plástico con tus cubiertos de plástico y tu botellita de agua de PET. Plástico por todos lados, por fuera y por dentro.

Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

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Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

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¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

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Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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La Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de todos sus voluntarios

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Ilustración de
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Me siento considerablemente segura de que, a estas alturas, nadie se sorprendería si le digo que vivimos completamente inundados de plástico. Es cosa de voltear a ver lo que tenemos a nuestro alrededor: en la oficina, computadoras con cables de plástico, sillas de plástico, audífonos de plástico, muñequitos de plástico que decoran nuestro cubículo Godínez. Nuestra ropa: ¿alguito de poliéster? Seguramente sí y el poliéster es un plástico. Lo mismo pasa con la licra, que seguramente es parte de tu outfit para hacer ejercicio. Tus zapatos probablemente tienen plástico también. ¡Hora de comer Godínez! Saca tu tupper de plástico con tus cubiertos de plástico y tu botellita de agua de PET. Plástico por todos lados, por fuera y por dentro.

Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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Me siento considerablemente segura de que, a estas alturas, nadie se sorprendería si le digo que vivimos completamente inundados de plástico. Es cosa de voltear a ver lo que tenemos a nuestro alrededor: en la oficina, computadoras con cables de plástico, sillas de plástico, audífonos de plástico, muñequitos de plástico que decoran nuestro cubículo Godínez. Nuestra ropa: ¿alguito de poliéster? Seguramente sí y el poliéster es un plástico. Lo mismo pasa con la licra, que seguramente es parte de tu outfit para hacer ejercicio. Tus zapatos probablemente tienen plástico también. ¡Hora de comer Godínez! Saca tu tupper de plástico con tus cubiertos de plástico y tu botellita de agua de PET. Plástico por todos lados, por fuera y por dentro.

Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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Me siento considerablemente segura de que, a estas alturas, nadie se sorprendería si le digo que vivimos completamente inundados de plástico. Es cosa de voltear a ver lo que tenemos a nuestro alrededor: en la oficina, computadoras con cables de plástico, sillas de plástico, audífonos de plástico, muñequitos de plástico que decoran nuestro cubículo Godínez. Nuestra ropa: ¿alguito de poliéster? Seguramente sí y el poliéster es un plástico. Lo mismo pasa con la licra, que seguramente es parte de tu outfit para hacer ejercicio. Tus zapatos probablemente tienen plástico también. ¡Hora de comer Godínez! Saca tu tupper de plástico con tus cubiertos de plástico y tu botellita de agua de PET. Plástico por todos lados, por fuera y por dentro.

Porque sí, adorables lectores. Nuestro problema de invasión plástica ya no se limita a los objetos que usamos, lo que nos ponemos, con lo que empacamos. Estudios recientes muestran que es muy probable que tengamos plástico dentro de nuestros cuerpos. “Maldita sea, ¿será el chicle que me tragué de niño? Mi abuelita me dijo que no me lo tragara porque se me iba a quedar pegado en la panza”, quizás piense alguien por ahí. Y no. Tu estómago no está pagando tus errores de la infancia, esto es algo mucho más sutil. Más pequeño. Micro, incluso.

Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

Pero entre que son peras o son manzanas, este es un serio llamado de atención sobre nuestra forma tan desenfadada de utilizar plástico como si no tuviera consecuencias. Sin popote y sin bolsita, por favor.

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Pasa que todas las cosas hechas de plástico que utilizamos no se mantienen íntegras eternamente. Hay un desgaste de los productos plásticos que produce fibras o pedacitos muy pequeñitos de este material. Esto ocurre, por ejemplo, gracias al agua, que las va desgastando cuando, por ejemplo, las remueve en la lavadora cuando metes tus bikers de licra después de un día de ejercicio o las golpea incesantemente cuando esa botella de agua chiquita que te regalaron en el Uber y que apenas te alcanzó para tres traguitos llega al mar, el destino final de mucha de nuestra basura plástica. Mucha, muchísima: tiramos ocho millones de toneladas métricas de plástico al mar anualmente.

Estos pedacitos, llamados microplásticos cuando miden menos de 5 milímetros de ancho, flotan felizmente por las aguas de todos los océanos hasta que se hunden o bien son ingeridos accidentalmente por la fauna marina. Y, una vez que los microplásticos logran invadir nuestra comida, pueden invadir también nuestro tracto gastrointestinal. Un estudio reciente hecho en la Universidad Médica de Viena encontró microplásticos en las heces fecales de ocho voluntarios que se prestaron para ser sujetos de estudio en este análisis internacional. Ocho de ocho. No hubo voluntario que no tuviera plástico en su popó. Todos los sujetos provenían de un país distinto, así que el popoplástico no es una cuestión local, está en todos lados. Y no un sólo tipo de plástico: 9 de cada diez de los polímeros que los investigadores buscaron estaban presentes, desde aquellos que provenían de bolsas del súper hasta el PVC que encontramos frecuentemente en materiales de plomería, por ejemplo.

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¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

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Ahora, en defensa de los pescados y mariscos, porque no los podemos culpar sin evidencia, no sabemos si los microplásticos llegaron vía la comida de los voluntarios propiamente o del plástico con el que esta se empaca, por mencionar una de las posibles fuentes. Es difícil de identificar su proveniencia porque se han encontrado microplásticos en lugares tan insólitos como la cerveza y la sal de mesa. Además, las pequeñas fibras que se desprenden del desgaste de objetos plásticos que tenemos a nuestro alrededor, como alfombras de tejidos sintéticos, por ejemplo, podrían fácilmente caer espolvoreadas cual pimienta en nuestros alimentos al prepararlos o al momento de ingerirlos.

Ojo, este es un estudio muy pequeño, que se hizo a distancia (los voluntarios mandaron sus muestras de caca vía mensajería, mal día para trabajar en Fedex, quizás), entonces los resultados no son tan concluyentes como podría desearse. Sin embargo, es relevante que independientemente de la proveniencia de los voluntarios y sus dietas, el plástico estaba ahí. En cada una de las muestras.

¿Que si esto hace daño? No tenemos claro si el microplástico es perjudicial para los seres humanos, porque hasta ahora no sabíamos que lo traíamos dentro. Sin embargo, se han hecho estudios en animales y se ha observado que estos fragmentos pueden invadir el torrente sanguíneo y sistema linfático y se sospecha que el hígado y el aparato reproductor también. Y es muy probable que a raíz de los resultados de este trabajo se haga más investigación sobre el daño que puede causarnos convivir tan íntimamente con estas partículas.

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