Entre viviendas antiguas y modernas, venta ambulante, oficinas discretas, tiendas y papelerías, y el golpe de la reciente inflación a los alquileres, las colonias Obrera y Doctores viven cambios urbanos en sintonía a los tiempos que corren en las grandes ciudades.
Para quienes habitan la Obrera, en la zona centro de la Ciudad de México, el ruido matutino de las imprentas forma parte del paisaje sonoro. Abundan los toldos y las marquesinas que adornan fachadas en cada cuadra para que pequeños negocios y talleres de oficios se hagan ver. Entre sus calles con nombres de escritores, donde se creó el Partido Liberal Mexicano de los hermanos Flores Magón, conviven oficinas discretas, sindicatos, federaciones y confederaciones de sectores como el textil o el educativo. Camino por la calle de Bolívar, que a esta altura presenta una gran vida comercial: mientras que el día comienza con la apertura discreta de amplias farmacias, tiendas de abarrotes y papelerías, rumbo al anochecer el ambiente de la Obrera se transforma en juerga entre puestos y venta ambulante.
Las casas más antiguas datan de finales del siglo XIX, que a lo largo de los años han sido modificadas y ampliadas. Con el terremoto de 1985 muchas viviendas sufrieron daños, por lo que fueron modificadas o reconstruidas. Aquel sismo dio origen al Programa Renovación Habitacional Popular, con el que nacieron pequeñas unidades habitacionales o condominios, espacios fraccionados y compartidos de colores llamativos, con pequeñas entradas y sin estacionamiento. Entre estos sobresalen viviendas más recientes, diseñadas para dar cabida a más de una decena de familias, con paredes repletas de ventanas y balcones, elevador, estacionamiento para uno o dos autos, vigilancia y amenidades como gimnasio, salón de fiestas o roof garden. En este barrio, como sucede en toda la ciudad, la inflación les ha pegado a los alquileres, con un incremento alrededor de 7%. La renta mensual de departamentos va desde los cinco mil hasta los quince mil pesos, según Inmuebles24, mientras que Vivanuncios coloca en 9 439 pesos el promedio de renta actual.
En la Obrera, entre letreros luminosos y marquesina azul encontramos una de las paradas obligadas: la Pastelería D. Henaro. Sin el uso de ganache o fondant, sus pasteles y gelatinas se distinguen entre los productos consentidos de la zona. Para Jorge, quien tiene más de sesenta años y está al frente de un negocio de papelería a dos cuadras de la Parroquia de San José de los Obreros, el pastel beso de ángel es el mejor y muchas veces se queda con las ganas de comprarlo. “Ya en la noche sí se antoja ir, pero nada más de ver la fila se me quitan las ganas. Prefiero irme a descansar. Gracias a Dios nunca he tenido problemas [de inseguridad], nunca en todos estos años, pero es mejor estar aquí pendiente. Yo aquí no tengo ayuda, entonces tengo que estar en todo. Hasta me traigo mi propia comida o encargo que me la traigan”, dice, mientras conversamos de los cambios en la colonia.
La escuela más cercana a su papelería está a poco menos de trescientos metros. Se trata de la primaria Francisco Giner de los Ríos. Una calle más adelante veo que está por estrenarse un edificio de esos con balcones que tiene cinco pisos. Este tipo de construcciones, dice Jorge, solo le molestarían si tuviera el ruido más cerquita. “Aquí siempre hay ruido: de este lado, la venta de comida, y hacia la otra esquina, ¡las máquinas de herrería y las imprentas! Luego ya ni escucho lo que me piden aquí, yo digo que es por el cubrebocas y la gente que habla bajito”.
La Obrera se fraccionó bajo la proyección improvisada de los hermanos Escandón, pertenecientes a una de las familias más influyentes de la época, propietaria de diversas haciendas en el país. Al ser fundada en los terrenos del Potrero del Cuartelito, en un principio fue conocida como “la colonia del Cuartelito” o con el propio apellido de estos hermanos. Su nombre cambió al actual hacia 1920, de acuerdo con el cronista y periodista Armando Ramírez. Surgió como un asentamiento habitado por artesanos y obreros, muchos de ellos dedicados a dar forma a la también naciente Roma. Adquirió fama, con el esplendor del baile y las ficheras en los años cincuenta, gracias a sus salones de baile: Barba Azul, El Caballo Loco, El Burro, San Francisco, La Burbuja o El Molino Rojo. Sin embargo, con el declive de la vida nocturna vino la extinción de algunos de estos centros y la aparición de pequeños hoteles, que sobreviven, perfilados para servicios sexuales.
A un siglo de conseguir su nombre, la zona comienza a despertar interés social e inmobiliario gracias a su ubicación: colinda al norte con el Centro Histórico, al poniente con Eje Central Lázaro Cárdenas, al sur con José Peón Contreras y al oriente con la Calzada San Antonio Abad. Así, han comenzado a aparecer nuevos comercios y espacios culturales y se han rehabilitado las áreas verdes y de esparcimiento.
La vecina contigua de la Obrera, al poniente, es la Doctores y presenta un caso similar en la actualidad, pese al estigma de inseguridad con el que carga desde hace décadas, la falta de mantenimiento a sus vialidades y el estrato socioeconómico bajo de su población. De acuerdo con Market Data México, los hogares en la Doctores tienen un nivel tipo D+ (medio-bajo) y los de la Obrera, D (bajo). Separadas por Lázaro Cárdenas, ambas colonias representan una oportunidad potencial de crecimiento vertical. “Hay indicios de que puede estar convirtiéndose en zona privilegiada, a modo de contagio del propio éxito de su vecina, la Roma”, indica Daniel Narváez, vicepresidente de Marca y Comunicación de Lamudi.
Para Rosalba Loyde, maestra en Desarrollo Urbano, al revisar los cambios arquitectónicos y habitacionales de la zona se puede hablar de gentrificación “porque comienzan a cambiar los perfiles de la gente que habita y hay cambios en el tipo de servicios y productos en estas zonas”. El término fue acuñado por Ruth Glass, en 1964, para referirse al proceso de apropiación del centro urbano de Londres por la clase media y media-alta, que derivó en el desplazamiento de la clase obrera que habitaba la zona. De este concepto se desprende la palabra gentry (que se refiere a una especie de pequeña nobleza inglesa) para darles un sentido crítico a los efectos sociales asociados al “aburguesamiento”. Este fenómeno, en el que un asentamiento se torna atractivo para habitantes con mayor nivel adquisitivo, al aumentar su plusvalía, implica un “proceso de expulsión de una población de menores ingresos por una de mayor poder adquisitivo”, dice Loyde. Pero este proceso involucra también una transformación del entorno por medio de reinversión de capital, así lo escribe Vicente Moctezuma Mendoza en El desvanecimiento de lo popular. Gentrificación en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
“La Obrera y Doctores son colonias bien ubicadas, cuentan con transporte público y, por lo tanto, hay una atracción y un interés del desarrollo inmobiliario que provocan tensión para los habitantes originales, quienes llevan viviendo años ahí, frente al interés de nuevas personas que quieren vivir cerca de su lugar de trabajo o de los lugares que frecuentan, pero que no pueden acceder a viviendas en ellos, pues son terriblemente caras”, dice Loyde.
Para Narváez, la gentrificación “tiene un lado positivo, y es que se mejoran físicamente las zonas, se crean miles de empleos, se mejora la base fiscal, aumenta el turismo y se permite que familias y jóvenes puedan vivir en zonas céntricas”. Coincide con Loyde en que la Doctores y la Obrera están creciendo en popularidad gracias a su ubicación. Entender el fenómeno en colonias que por años fueron relegadas por el perfil obrero de sus habitantes, a pesar de su geografía privilegiada, obliga a remitirse a la administración capitalina de 2012 a 2018. La Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda presentó, en 2013, un proyecto que pretendía generar pequeñas ciudades con funciones específicas: se planteó establecer la Ciudad de la Salud en Tlalpan, el Corredor Cultural Chapultepec y la Ciudad Administrativa en la Doctores, entre otras. A pesar del proyecto, ninguna de estas “ciudades” se concretó. No obstante, se realizaron obras pioneras encaminadas a ello, como el primer “parque canino” de la ciudad, en la Plaza Lázaro Cárdenas, sobre el Eje Central, que de acuerdo con cifras oficiales fue remodelada con un presupuesto de 16.5 millones de pesos en 2014. Con la vistosa estatua que rinde tributo al expresidente que le da nombre, la plaza y el parque no pasan desapercibidos.
El balance de Vivanuncios coloca en 12 493 pesos el promedio de renta en la Doctores. Pero Lamudi registra un aumento de 211% en las operaciones de renta en el barrio en lo que va de 2022, en comparación con el año pasado.
Desde 2021, la señora Patricia, su hija y su nieto dejaron Iztapalapa para mudarse a un edificio moderno sobre Doctor Durán, hacia la esquina con Eje Central. Para ella, una de las principales ventajas de la zona es la ubicación. “Tenemos más acceso a diferentes transportes y estamos cerca de nuestros trabajos”, dice. La vivienda que renta cuenta con cocina integral, dos cuartos, un baño, balcón, vigilancia las veinticuatro horas y estacionamiento. “La zona no tiene buena fama, hay mucha venta de drogas, pero a nosotras no nos preocupa demasiado porque en Iztapalapa la inseguridad está igual”.
Delimitada al norte por las avenidas Doctor Río de la Loza y Arcos de Belén, al sur por el Eje 3 y al poniente por la avenida Cuauhtémoc, la Doctores casi se llamó colonia Hidalgo, pero al tener la nomenclatura de sus calles en tributo a médicos, adquirió su nombre actual. En ella se encuentran el Hospital General de México, el Hospital Infantil de México Federico Gómez, el Centro Médico Nacional Siglo XXI, la Arena México y el Centro Escolar Revolución. Hoy es vista como un punto atractivo de vivienda y exploración artística, tanto en su zona más cercana a la Roma como en la que se aproxima al Centro Histórico. De ahí que se hayan establecido iniciativas como Liga, que se define a sí misma como un espacio “que promueve la arquitectura contemporánea latinoamericana a través de exposiciones, publicaciones, eventos, conferencias y talleres”, en Doctor Erazo.
Si bien a simple vista aparece llena de corredores de talleres mecánicos, locales de venta de mobiliario de iluminación, tlapalería y ferretería, la Doctores también cobija espacios culturales como el Museo del Juguete Antiguo México. El edificio con fachada habitacional resalta entre los talleres eléctricos que lo rodean con sus balcones acompañados de figuras infantiles a gran escala, visibles desde Lázaro Cárdenas siempre que los trolebuses no estén pasando.
A la vuelta, sobre el Eje Central, aparece una amplia papelería, donde es posible encontrar artículos descontinuados, juguetes en desuso y productos de dibujo, escolares, de oficina y fotográficos. La fachada, que también comparte con un local de anuncios luminosos, esconde una pequeña entrada a un negocio de fotografías urgentes que se anuncian a lo grande. Una estrecha puerta recibe a sus visitantes y los lleva por un pasillo vestido de propaganda que promociona sus paquetes. Andrea tiene trece años y, al igual que sus hermanas, cuando necesita fotos para trámites escolares viene aquí; le gustan los edificios nuevos, como el que se ve por la ventana, incluso quisiera vivir en uno de ellos algún día. “Mi casa es de dos pisos, pero ya es viejita. Es que es de mi abuelita”, dice antes de subir con prisa las escaleras.
Las nuevas fachadas que se empiezan a mostrar en la Obrera y la Doctores, y la transformación que suponen en la vivienda para una generación deseosa de independencia, pero incapaz de acceder a una zona de mayor plusvalía, dan como resultado una combinación entre nuevos y antiguos de vecinos que continúan con sus rutinas y que solo tienen que ir al 7-Eleven cuando en la tienda de abarrotes de toda la vida no encuentran lo que necesitan, sin prestar mucha atención a los cambios que llevan tiempo ocurriendo en el rostro de la capital de México.