Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

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Tiempo de Lectura: 00 min

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

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Traducción de

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Archivo Gatopardo

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

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Tiempo de Lectura: 00 min

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

20
.
01
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

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La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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20
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22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Texto de
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Traducción de

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
20
.
01
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

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Ilustración de
Traducción de
20
.
01
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

20
.
01
.
22
2022
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

Escribir vs. escribir (sobre los más recientes libros de Malva Flores)

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Tiempo de Lectura: 00 min

La autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Mazatlán de Literatura por su libro sobre la amistad malograda de Octavio Paz y Carlos Fuentes, una investigación exhaustiva y meritoria. Sin embargo, hay algo importante que decir acerca del “disfuncional” mundo cultural en México.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Llegué a Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) de Malva Flores con la curiosidad de averiguar cómo alguien podría escribir más de seiscientas páginas sobre la amistad entre Paz y Fuentes. Al terminarlo me doy cuenta de dos cosas. Uno: no se puede. Dos: para mí, el libro no es una crónica de la amistad entre el narrador y el poeta, y por eso es mucho mejor de lo que parece a primera vista para alguien a quien la amistad entre estos dos sujetos no le importa mucho.

Me explico.

La historia de esta fascinante amistad puede resumirse de la siguiente manera: Paz y Fuentes tenían muchas ganas de ser amigos. Luego se enemistaron veladamente. Luego se reconciliaron. Luego querían fundar una revista. Luego se pelearon de nuevo. Ahora están muertos. Los momentos menos logrados de este largo ensayo (saltos cronológicos difíciles de seguir, anécdotas que no parecen tener nada que ver con la línea argumental, prosa enumerativa que resulta árida para la lectura) usualmente tienen que ver con la necesidad de forzar conexiones entre una historia llena de desencuentros tipo: “Paz y Fuentes no pudieron verse” o “Es difícil saber si los antiguos amigos aún se veían o conversaban”. Para suplir esta falta de coincidencias, la autora tiende a triangular información con la intención de mantener la línea argumental de la amistad, pero el resultado, además de extraño, explica en parte por qué este libro es tan largo. En lugar de decir, por ejemplo, “Fuentes conoció a Cortázar en 1961. Paz ya conocía a Cortázar desde hacía más de diez años. Cortázar y Paz nacieron en 1914. Fuentes los admiraba a ambos”, el libro dice:

“Luis Buñuel había nacido al comenzar el siglo, en 1900. Cortázar y Paz en 1914. Los rebeldes, para Fuentes, eran mayores que él e intentaría convertirse también en uno de ellos. A Cortázar lo conoció hasta 1961, aunque ya antes se habían escrito; el argentino había colaborado en la Revista Mexicana de Literatura, que dirigían Fuentes y Carballo, y donde publicó, por ejemplo, ‘El perseguidor’, entre otras colaboraciones. Dos años antes de que finalmente se encontraran en París, Cortázar le había enviado una carta, fechada el 7 de diciembre de 1958, sobre La región más transparente. […] Paz y Cortázar se habían conocido una década atrás, en París, aunque el argentino ya había escrito sobre Libertad bajo palabra en 1949 en Sur y mantenían una correspondencia frecuente.”

Momentos como éste me hicieron cambiar el enfoque de mi lectura: de enojo y frustración por lo que parecía una serie más o menos inconexa de datos, a interés y sorpresa si leía esa misma información no como la crónica de una amistad muy poco afectiva, sino como la reconstrucción de una parte (la parte hegemónica) del mundo artístico y cultural de la segunda mitad del siglo XX en México, a la que es posible acceder mediante la correspondencia entre el narrador y el poeta.

Leído así, éste es un libro que nos abre la puerta a un mundo de hombres guapos (y Alfonso Reyes), intelectuales, cosmopolitas, modernos, cuya obra artística se convirtió en referente mundial para imaginar y reflexionar sobre la cultura mexicana. Es, también, un libro que contagia cierta nostalgia por ese pasado que ya no existe, por las polémicas que lo definieron, por la fuerte presencia del hombre intelectual en la esfera pública, por el boom latinoamericano, por un mundo sin redes sociales (y aquí no puedo más que coincidir) en el que la gente se enteraba de las cosas por cartas y por recortes de periódico. Tengo la impresión de que esta nostalgia tiene mucho que ver con el hecho de que el libro haya sido reconocido nacionalmente dos veces el año pasado: con el Premio Xavier Villaurrutia y con el Premio Mazatlán de Literatura. Este doble reconocimiento dice mucho del libro, pero dice más del estado del campo cultural mexicano si pensamos en los jurados como un ejemplo representativo.

Insisto: este libro merece los premios que le quieran dar. Lo que no merece, quizá, es la manera en que ambos premios justificaron su elección, porque así como en los dos casos se señala el impresionante trabajo que Malva Flores tuvo que hacer para poder escribir su ensayo, también en ambos casos hay lapsus que enfatizan el estado endogámico del mundo cultural en el país. Así, el jurado del Premio Mazatlán celebró un “ensayo sobre la trayectoria de dos figuras que marcaron la vida cultural de México durante el siglo XX y el actual, ambos ganadores en su momento del Premio Mazatlán de Literatura”, lo que da la impresión de un círculo (vicioso) perfecto. Así, el jurado del Premio Xavier Villaurrutia consideró que la autora “cautiva al lector desde las primeras líneas, de modo que su ensayo se lee como una novela”, lo que deja ver la reticencia de los honorables miembros del jurado por premiar algo que está mucho más cerca de los estudios culturales que de la ficción. Disfrazarlo de novela, al parecer, es la condición necesaria para poder premiarlo.

Todo esto me lleva al siguiente punto: la exhaustiva investigación que está detrás de este libro y la manera en que, como lectores, valoramos el trabajo académico.

Trabajo académico y crítica literaria

Estrella de dos puntas es el correlato académico de una historia que conocemos bien desde el género autobiográfico o testimonial tipo Correr el tupido velo de Pilar Donoso u Octavio Paz. Las palabras del árbol de Elena Poniatowska. Lo que en estos libros es experiencia de vida, en el libro de Malva Flores es duro e impecable trabajo de archivo y es difícil pensar que no haya en él algo para toda la gente interesada en la historia cultural de México, en el papel de los intelectuales en la política y la diplomacia, en los entresijos y los chismes del Colegio Nacional, en los canales de circulación global de noticias culturales desde y hacia México, en la construcción de la figura del autor como estrella pop y un largo etcétera.

El libro, obvio, no es perfecto. De todos sus posibles lectores sospecho que yo no soy el mejor. Para mí, su tono se entrega incondicionalmente a un mundo intelectual que se asume como clausurado y perfecto, cuando no es ninguno de los dos. Creo que se le da un peso excesivo a las polémicas en las que estuvo envuelto Octavio Paz y lo que se califica de “demoledor” no es más que una crítica con mala leche en una reseña de periódico que nadie recordó unos meses después. Otra de las preguntas que he tenido la tentación de hacer es: ¿necesitamos un libro sobre Paz y Fuentes intentando infructuosamente ser amigos? Aunque personalmente pueda responder que no, creo que esta pregunta es fácil de hacer, pero difícil de justificar en un mundo en que se le pide a la academia, y en particular a las humanidades, una suerte de pensamiento aplicado que no responde a la naturaleza de su profesión. Sospecho también que todo esto pasa cuando uno dedica tantos años de su vida a investigar y escribir sobre un tema, pero creo que ésa es una de las fortunas de escribir desde la academia: que uno no escribe para un público uniforme y acrítico (como los best sellers) ni para un público único y de atención escasa (como las novedades), sino para un grupo diverso de personas atentas que no llegarán inmediatamente, que quizá ni siquiera existan todavía o que llegarán poco a poco, pero que llegarán siempre.

Después de leer Estrella de dos puntas, me ha sorprendido mucho más de lo que me sorprendió originalmente la virulencia con que Malva Flores habla del trabajo académico en Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia (Bonilla Artiga Editores, 2020). Según la contraportada, la intención de esta compilación de artículos y columnas es devolver “el gusto por la literatura: su punto central”, pero en mi caso lo que el libro me contagió, más que amor por la literatura, fue un profundo odio hacia la academia y todos sus integrantes pasados, presentes y futuros.

Me queda claro que lo que está detrás de estos artículos es una toma de posición sobre un pleito muy viejo entre gente que piensa en el valor de la literatura como algo autónomo y trascendente, y gente que piensa en el valor de la literatura en relación con factores sociales, políticos, éticos, económicos, entre otras cosas. Se trata, más o menos, del canon contra los estudios culturales. Para ser justo, este libro no es tanto contra prácticas académicas como contra la gramática académica, como queda claro en el poema burlesco con el que empieza el libro: “Yo repienso / Tú reconfiguras / Él resignifica // Nosotros reformulamos / Ustedes recontextualizan / Ellos re[ponga lo que corresponda] // Nadie crea nada // Todos simulamos”.

No me interesa convertir esta reseña en una agria defensa de la academia. Sería absurdo negar que existe la mediocridad en la universidad. Negar lo contrario, que hay gente muy capaz y valiosa, también. Curiosamente, mientras leía esta colección de artículos recordé no a la gente mediocre, sino a les profesores que tanto me enseñaron. Pensé, además, que el discurso y la postura de la autora en este libro me lo conozco muy bien porque a lo largo de mis años en la licenciatura y el posgrado en letras me encontré con gente que, pretendiendo pertenecer a la última trinchera del humanismo, dedicaba sus clases a hablar mal de sus colegas y a intentar convencernos de que su manera de leer era la única que valía la pena. Aprovecho para dejar constancia de que hay fallas y vicios sistemáticos en la academia que es necesario erradicar, pero creo que no se puede intervenir desde una posición excéntrica y polarizante, como pretende Malva Flores en su libro, sino desde adentro, de manera colectiva, tomando responsabilidad de la manera en que reproducimos esas fallas y esos vicios.

Originalmente, el plan era que esta reseña se tratara únicamente de Sombras en el campus. Me interesaba comentar, por ejemplo, ese espacio que la autora se crea a sí misma, a medio camino entre estar en la academia y no, y en lo difícil que debe ser vivir así. Pensaba también si muchas de las críticas a la gramática académica tenían que ver con la posibilidad de la autora de llegar a un público más amplio mediante el acceso a editoriales comerciales a las que la mayoría de la gente en la academia nunca tendrá acceso. Pensé también en lo triste que es el momento en el libro cuando Malva Flores nos cuenta que, en la universidad, algún profesor mediocre no la dejó hacer su tesis sobre una revista literaria bajo el estúpido pretexto de que eso no era corpus literario, y en cómo muchas de las prácticas que ella misma critica en su libro han logrado que una tesis (o un libro) sobre revistas o cartas sea posible hoy. Pero luego de pensarlo mejor, y luego de leer Estrella de dos puntas, decidí que no tenía una buena respuesta a la pregunta: ¿para qué engancharme con esto? Ya sé que son la misma persona, pero de las dos Malva Flores que he leído, me quedo por mucho con la del libro de Paz y Fuentes; me quedo con la pasión y la disciplina que seguramente necesitó para escribir ese libro, con el diálogo que tuvo con tanta gente para poder navegar archivos y buscar pistas, con el imperfecto y parasitario mundo intelectual al que nos da acceso.

Creo es importante reconocer la mediocridad del sistema cuando al trabajo académico se le ataca fuertemente desde el gobierno, pero también hay que reconocer sus aportaciones. Creo que, en momentos como éste, cuando el organismo gubernamental encargado de promover la producción de conocimiento está dirigido por una persona incompetente, y cuando el gobierno ha decidido comenzar una campaña de desprestigio contra instituciones públicas y privadas de educación superior, es importante recordar que la labor de las humanidades no es la producción de conocimiento aplicado, sino fomentar pensamiento crítico. (Y aquí, aunque sea entre paréntesis, aprovecho para mandar un mensaje de solidaridad para la planta docente y les alumnes del CIDE. Gracias por resistir.) Por eso celebro la aparición de Estrella de dos puntas, de Malva Flores. Aunque no sea un libro que contribuya al crecimiento del producto interno bruto del país, como sospecho que quisiera nuestro gobierno de izquierda de todo lo que se produce en la universidad; éste es un libro que no se habría escrito si su autora no hubiera decidido, muchos años atrás, contarnos la historia de cómo funcionaba el disfuncional mundo cultural mexicano.

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