Carlos Monsiváis lo nombró el “fotógrafo de la ciudad”. Héctor García vio pasar la transformación de la Ciudad de México, por más de setenta años. Trabajó como periodista gráfico para varias publicaciones de México y el extranjero. Sus fotografías capturaron los imaginarios y las contradicciones del México del siglo XX. Este 2023 se celebra su centenario.
En 1923, Jorge Luis Borges dedicó su primer libro de poesía a la capital de su país, que luego adoptaría como escenario y personaje recurrente. Fervor de Buenos Aires es el reencuentro con el origen, un sentimiento rodeado de imágenes familiares donde el que camina por sus calles siente “como si le palparan el corazón con la mano”. En un fragmento agregado posteriormente, Borges resume esa impresión en una frase y deja ver que la memoria es más que un relato fijo o un momento de nostalgia: “Esta ciudad que yo creí mi pasado/ es mi porvenir, mi presente”. La publicación de este poemario coincidió con el nacimiento de otro narrador en la Ciudad de México; un testigo esencial para entender, a través de la fotografía, los imaginarios y las contradicciones de una época. Si existe un fervor de nuestra urbe ese es Héctor García Cobo, cuyo andar empezó en el barrio de la Candelaria de los Patos, cerca de la estación de San Lázaro y de los campos de aviación de Balbuena. Ahí conoció la vida de la clase trabajadora, que sería una presencia constante en su trabajo periodístico.
Héctor García retrató la vida de mediados del México del siglo XX. Entre las experiencias que lo formaron, está una acusación de robo que lo llevó a la correccional de Tlalpan, donde el doctor Gilberto Bolaños Cacho le regaló una cámara fotográfica; más tarde, tras abandonar el Instituto Politécnico Nacional, una tarjeta de bracero le permitió trabajar en Estados Unidos y tomar clases de fotografía durante su estancia en Nueva York. De regreso en México ingresó a la revista Celuloide, además de estudiar con maestros como Manuel Álvarez Bravo y Gabriel Figueroa; con el tiempo, su carrera se desarrollaría en publicaciones como Mañana, Siempre!, América o Novedades.
Con la mirada de un paseante habitual, retrató el crecimiento de la Ciudad de México a lo largo de varias décadas. Entre los objetivos más frecuentes de su cámara destaca la glorieta del Caballito con la estatua de Carlos IV, lo mismo enmarcada por anuncios luminosos de refrescos, cervezas y relojes, que inmersa en una corriente de automóviles donde ya se adivinan los incipientes conflictos viales; en el fondo, las viejas residencias de la élite porfiriana habían desaparecido para dar paso a los rascacielos del Paseo de la Reforma, un rumbo que también se erigía como la locación preferida del cine nacional. Basta mencionar los primeros minutos de La ilusión viaja en tranvía (1954), de Luis Buñuel, o el panorama desde el cuarto de azotea de Luisa en Días de otoño (1963), de Roberto Gavaldón. Algunas tomas donde aparece dicho crucero ilustraron la revista Mañana en agosto de 1963, acompañadas de una crónica que no pierde su actualidad: “se registra un accidente cada hora, en promedio, aparte de los muchos miles no registrados que se producen a diario. […] La circulación se ha hecho más intensa y ha invadido zonas que hace un par de años parecían tranquilas”.
La expansión de la Ciudad de México, que había iniciado en el siglo XIX, estaba en auge con la creación de varios proyectos emblemáticos. En los años cincuenta, la Ciudad Universitaria y la Ciudad Satélite exploraron las posibilidades del movimiento moderno en la planeación urbana, y su irrupción en el horizonte no pasó inadvertida para Héctor García, que registró las labores de obreros y albañiles para levantar las escuelas y facultades de la Universidad Nacional. En Satélite, una de las postales nos deja ver la avenida que hoy, con más carriles y vehículos, es el Anillo Periférico, donde las torres son el único punto de referencia en medio de un paisaje solitario.
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Una década después, el ideal de establecer una ciudad dentro de la ciudad se materializó en Tlatelolco: los patios de maniobras del ferrocarril, que habían inspirado cintas como Vagabunda (1950), de Miguel Morayta, dieron paso a un conjunto habitacional que incluía jardines, deportivos, áreas comerciales y escuelas, además de un hospital y un cine. La unidad y sus moradores eran el símbolo de la actualidad y del futuro, más aún en tiempos de la Guerra Fría; quizá el mejor ejemplo es la imagen titulada “Nave espacial”, donde aparece el antiguo cohete resbaladilla, enorme y brillante, frente al edificio Hidalgo, mientras un niño se aventura a escalarlo y otros juegan en los alrededores.
Sin embargo, el sueño de modernidad y progreso no estaba hecho para todos. Héctor García recorrió una y otra vez los callejones y las vecindades que también eran, y siguen siendo, parte de nuestra ciudad; una de las series más conocidas es la semblanza de su barrio natal en 1965, publicada en la revista La Cultura en México con el título “Adiós a la Candelaria de los Patos”. Ante la renovación impulsada por el gobierno, que incluía la demolición y el reemplazo de las vecindades por departamentos, el autor captó el rostro de las personas que pronto dejarían atrás sus viviendas para empezar nuevas historias; entre ellas resalta la foto nombrada “Sus caracolitos”, donde un niño parado en la banqueta le hace la seña de “huevos” al espectador. El número 26 de Luna Córnea incluye el texto de José Revueltas que fue parte del mismo reportaje, donde se describe el ambiente que imperaba en la zona como “una lucha permanente, sometida a severas y rígidas convenciones, en contra de los agentes de seguridad.”
Otro testimonio, que pertenece a 1968, está en la imagen llamada “Navidad en la calle”, donde Héctor García captó a una niña sin zapatos que pedía dinero a un hombre vestido de traje. Es notorio el contraste de la escena con su entorno: se trata de la entrada al cine Las Américas, justo frente a un estudio fotográfico, donde la banqueta está llena de serpentinas y el dibujo de una mujer sonríe desde la publicidad de Kodak. Esta sala abrió sus puertas en 1953 y, de acuerdo con el libro Espacios distantes… aún vivos (1997), de Francisco Haroldo Alfaro Salazar y Alejandro Ochoa Vega, “su emplazamiento en la esquina de Insurgentes Sur y Baja California le dio de entrada la posibilidad de una alta confluencia de usuarios, básicamente de las colonias Roma, Condesa, Hipódromo, Escandón, Nápoles y Del Valle”. Así, es uno de los escenarios donde transcurren las vivencias de Adonis García en El vampiro de la colonia Roma (1979), de Luis Zapata, y también el pleito entre los Gatunos y los de la Narvarte en El rey criollo (1970), de Parménides García Saldaña.
El terremoto del 28 de julio de 1957 fue la primera prueba de resistencia que enfrentaron las construcciones de la urbe moderna. El Monumento a la Independencia, conocido por todos como el “Ángel”, se volvió el signo de su magnitud; la victoria alada cayó de su pedestal y quedó destrozada en el piso. Héctor García capturó este evento en varias tomas, donde vemos a los trabajadores levantando en brazos la escultura y el proceso de reparación de la columna, que concluyó un año más tarde. En otra imagen de este suceso aparece el Multifamiliar Juárez, que aún no cumplía cinco años de inaugurado; la escalera de un bloque de departamentos, decorada con los murales de Carlos Mérida, se desprendió de la fachada y está destruida en el suelo. Al respecto, El Universal publicó el 1 de agosto, citando al director de Pensiones, que el derrumbe “probablemente se debió a la orientación del edificio” y los trabajos de reconstrucción tardarían tres meses. La tragedia de 1985, cuando otros sismos destruyeron gran parte del complejo de viviendas, da un nuevo significado a esta fotografía y trae a la memoria el trabajo de Bob Schalkwijk, reunido en el libro Carlos Mérida, su obra en el Multifamiliar Juárez (1988).
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A lo largo de este recuento visual, en la obra de Héctor García, las tensiones entre los habitantes del extinto Distrito Federal se repiten como síntoma inevitable del desarrollo prometido. En Balderas, los peatones arriesgan el físico para caminar ante el avance de los conductores, que ya reinaban en la movilidad capitalina; a unas cuadras, en la esquina de Madero y San Juan de Letrán, hoy el Eje Central, dos bandos tratan de alcanzar la acera opuesta mientras un coche acelera para esquivarlos, y en Bucareli, un choque obstruye el tránsito frente al Reloj Chino. En cada fotografía, los edificios cuentan una historia propia: la fachada art déco de la aseguradora La Latinoamericana, que poco después fue reemplazada por la torre del mismo nombre; la Casa de los Azulejos con un espectacular de “las cervezas de México”, o los negocios ubicados junto a la Secretaría de Gobernación, que ahora ocupa toda la manzana. El transporte público ocupa un lugar principal; en la espera de los pasajeros para subir a un camión repleto, en la expresión de un conductor al volante de su unidad, o en la carrera de un grupo de niños para subir de “mosca” a un tranvía.
La situación política llegaría al límite con la irrupción de varios movimientos sociales que fueron reprimidos por el gobierno. En 1958, Héctor García captó la euforia y la violencia de los jóvenes que oponían sus antorchas a las fuerzas del orden, de las golpizas a los maestros en las avenidas del Centro, de los camiones incendiados y las frases escritas en carteles y mantas: “¡queremos justicia!”, “¡no sean cobrones!”, “la carestía es enemiga del pueblo”. Además, otro instante memorable: el Caballito repleto de manifestantes en una protesta de ferrocarrileros y, detrás, el Monumento a la Revolución. El único número de Ojo! Una revista que ve da cuenta de la respuesta policiaca, una acción “sádica, innecesaria e impune” que ocurre, nuevamente, en el cruce del Paseo de la Reforma y Bucareli. Junto a la foto de un oficial armado, el texto aclara: “no sabe si tendrá que asesinar un momento más tarde, o ser asesinado”.
Diez años después, el movimiento estudiantil y popular tomó la ciudad para oponerse a la represión y denunciar al régimen de Gustavo Díaz Ordaz. Las imágenes que Héctor García capturó en 1968, publicadas en revistas como La Cultura en México y Por Qué?, son una ventana al entusiasmo de las marchas y mítines que desbordaron el Zócalo en varias ocasiones; a los alumnos en el techo de los autobuses, ondeando banderas y consignas, o en cadenas humanas para guiar a la multitud; nos permiten sentir el ánimo que se extendía por las calles y las plazas, y otra vez, presenciar la reacción brutal de las autoridades.
Más allá de recordar el pasado, el trabajo del “fotógrafo de la ciudad”, como lo nombró Carlos Monsiváis, continúa siendo una invitación a asomarse al mundo a través de una cámara. En la era de las redes sociales, nos motiva para salir al encuentro de lo cotidiano y compartir nuestra mirada; a convertirnos en cronistas de la urbe, caminando sus colonias para afirmar, como Héctor, que la hemos conquistado palmo a palmo.
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