La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

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El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

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El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

Gatopardo

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

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El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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09
2009
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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

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La guerra de las pornógrafas

La guerra de las pornógrafas

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El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

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El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

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—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.[read more]Porque lo que viene es una escena de una película porno “para mujeres”. El hombre (el repartidor finalmente inducido, seducido, convencido) no agarra a la niña de los pelos ni la arroja al suelo o en la cama. No le arranca la ropa (bueno, en éste caso no hay ropa que destrozar) ni la empuja, ni la da vuelta y la penetra: le toma la cara y la besa. Bien. Desde ese primer beso y durante los siete minutos siguientes, nuestro romántico repartidor trabajará con delicadeza la anatomía de nuestra rubia decidida, comenzando por besarle todo el cuerpo, más o menos durante siete minutos. Siete. Después, ella procederá a devolverle los favores, pero sólo durante la mitad del tiempo. Finalmente, nuestra chica se aparta un poco y le susurra a él, simpática, enternecedora, al oído: “ahora, fóllame”. Y entonces, durante los 11 larguísimos minutos que siguen, el muchacho de la pizza se ejercitará como un gimnasta rumano sobre el cuerpo de la rubia, desde todos los ángulos y las visiones posibles, siempre cuidando que estas perspectivas sean del agrado de ella. Once minutos pueden parecer pocos en la vida real, pero les aseguro que en una película porno son muchos. O al menos alcanzan para poner en escena un repertorio variado que envidiaría la coreografía de cualquier musical de Broadway. Once minutos después, la chica (ella primero, atentos al detalle) se contorsiona y gime levemente y llega a un orgasmo que la deja temblando durante aproximadamente un minuto más. Un sudor real le baña la piel, un rubor bastante real, también, le colorea la ídem. Él, mientras tanto y después, la abraza desde atrás y la besa con suavidad.

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Entonces, recién después de que el placer femenino haya ocurrido y esté debidamente registrado, ella le dice:—Quiero que te corras en mi cara. Como en las pelis porno.El chiste no es malo. El repartidor sonríe y le dice: “Sí, cariño”.Y procede.Luego vendrán las presentaciones en la cama (“Ah, por cierto, me llamo Alexandra”; “Y yo me llamo Paulo”), y el remate: los dos sentados y ella que dice: “¿Puedo invitarte una pizza?” (esta vez el chiste no es tan bueno). Y la pareja, repartidor y repartida, dan cuenta de ella, porción tras porción (¿echarán al repartidor de su trabajo por demorarse tanto en hacer una entrega?).¿Es esto la pornografía para mujeres? En parte sí: se trata de una película destinada al consumo en su mayoría femenino y se opone a algunos de los clichés de la producción tradicional del género. ¿Pero esto es todo, sólo un tipo que busca el orgasmo femenino con la persistencia y la resignación de un trabajador portuario a lo largo de 20 minutos y frente a una cámara? Bueno, no únicamente. Pero no nos adelantemos. Porque para llegar a éste momento en que la difusión de la pornografía atraviesa su tercera revolución (la de internet) y florecen los subgéneros como en campo en primavera, hay que hacer, antes, un largo camino: atravesar un recorrido plagado de sudores, placeres, orgasmos, risas y felicidad, pero también de prohibiciones, clandestinidad, persecuciones, censura y tragedias. ¿Quién me acompaña?Pequeño Kamasutra ilustradoEn el principio fue el verbo, como siempre. Aunque en este caso el verbo y la carne vayan juntos. Uña y carne. El término pornografía viene del sustantivo griego porné, que significa prostituta, unido al complemento graphía, que quiere decir descripción o representación. Dos más dos, o lo que es lo mismo: representación de la prostituta o de la prostitución. No olvidar esta construcción semántica, que algunos siglos más adelante traerá muchos, pero muchos conflictos. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Los contenidos pornográficos se difunden hoy a través de varios soportes, y esto lo sabe hasta Wikipedia: la literatura, la fotografía, el cine e internet —y lo viene haciendo desde siempre a través de la escultura y la pintura. Ya en la India, hace 2 500 años, hubo templos hinduistas decorados con parejas copulando. En las ruinas de las ciudades griegas se hallaron restos arqueológicos de clara intencionalidad erótica. Y cuando en el siglo XX un grupo de arqueólogos descubrió los restos de la ciudad de Pompeya en Italia, ¡oh, señor!: ahí había también un amplio surtido de material pornográfico más que interesante (y que había que ocultar; aunque ésa es otra historia).

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Pero la pornografía, con el carácter con el que la conocemos actualmente (es decir, con la intención de despertar el deseo y, por medio de esas imágenes y de algunos movimientos solipsistas del cuerpo, saciarlo) es probable que haya aparecido recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía (se sabe: cosa nueva que se inventa, cosa en la que el sexo mete la cola). Y su explotación comercial alcanzó la cima a lo largo del siglo XX, con la irrupción en el mapa de la historia de los dorados años sesenta y los cambios profundos que implicó la llamada “revolución sexual” (la píldora anticonceptiva, los derechos de la mujer, el amor libre). Fue entonces que comenzó a perfilarse una industria de producción gráfica (revistas, sí, pero sobre todo películas) que llegó a su cumbre durante los setenta.En 1959 Russ Meyer rueda el filme The Immoral Mr. Teas (El inmortal Sr. Teas), primer mojón de la llegada del desnudo femenino a la pantalla grande, y una década y poco después vendrían clásicos del cine para adultos como Garganta profunda (1972, Gerard Damiano). En medio, o por debajo de ellas, se cocían profundos debates sobre la mujer como sujeto de derecho y como objeto de deseo (y opresión masculina), que habían empezado con la publicación del ensayo El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir, punta de lanza de los movimientos feministas que aparecerían inmediatamente después, y que llegarían hasta nuestros días.Tradicionalmente, el porno se divide en tres grandes grupos: el “softcore” (sin sexo explícito), el “mediumcore” (cuerpos desnudos, poses provocativas) y el “hardcore” (que muestra el acto sexual, e incluso, o sobre todo, la genitalidad). Aunque queda claro que estas categorías son en la actualidad insuficientes para abarcar una producción que, con el desarrollo de internet, parece no tener fronteras. Porque el sexo está en todos lados. De hecho, la bendita palabra (¡sexo!) es, desde siempre, la más registrada por los buscadores de internet. Cada año se comercializan alrededor de 14 mil nuevas películas pornográficas, o al menos éste es uno de los datos oficiales de una industria que no se caracteriza por manejarse dentro de los cánones de la oficialidad. Según la revista especializada AVN, representa un negocio de, como mínimo, tres mil millones de dólares al año, algo difícil de igualar (a no ser por la industria armamentística o el narcotráfico). Hungría es el mayor productor europeo de cine porno, y Estados Unidos, cuándo no, lidera el mercado mundial, con su epicentro en el área de San Fernando Valley (llamado “The Porn Valley”), en la ciudad de Los Ángeles, California.Como quedó dicho, la pornografía fue modificada de manera radical por internet. Con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos hizo de las revistas para adultos objetos del pasado y empujó al cine para adultos a una especialización sin precedentes, con géneros y subgéneros como el altporn, el porno realidad, el amateur (los ideales del punk, el “do it yourself”, aplicado a la pornografía), el documental, o la nouvelle vague porno (uno de los subgéneros que forma parte de la llamada “pospornografía”). Los protagonistas del acto sexual ya no deben ser representaciones de ideales hegemónicos: hoy es más redituable que se parezcan a un compañero de trabajo, a un vecino, a cualquier persona que camina por la calle (“the girl next door”). El altporn, por ejemplo, construye sus fetiches alrededor de mujeres y hombres jóvenes rapados o con rastas, que llevan piercings, tatuajes y zapatillas Converse. Como ya nadie ejerce el monopolio de las imágenes, el mercado (que somos todos) provee, y ni siquiera hace falta salir de casa para acceder a una oferta inabarcable de consumos sexuales.En este contexto, y siguiendo el camino abierto en la década los ochenta por la realizadora Cándida Royalle (algo así como la Corín Tellado de las pelis pornos), Erika Hallquista (conocida como Erika Lust, nacida en Suecia en 1977) se convirtió en los últimos años en la directora de cine porno femenino más importante de España. Lust estudió Ciencia Política en la Universidad de Lund, donde tomó contacto con las teorías feministas, y vive en Barcelona, donde fundó su productora, que estuvo detrás de los rodajes de las Cinco historias para ellas (sí, la que contiene el corto de nuestra rubia que da un paso al frente), de Barcelona Sex Project (seis habitantes de esta ciudad que cuentan su vida real antes de masturbarse frente a cámara) y que prepara su tercer largo, Seis voces femeninas. Lust publicó hace un tiempo el libro Porno para mujeres, un pequeño éxito de ventas que será editado en Italia, Alemania y Estados Unidos. Volvamos, entonces, por un momento, al principio: ¿qué vendría a ser el porno femenino? ¿Puede existir, acaso, una pornografía feminista? Erika Lust lo explica así: “Queremos que el cine para adultas nos muestre mujeres reales y nos hable de su sexualidad, y no queremos que nos retraten como objetos pasivos o víctimas, sino como sujetos activos, dando placer y recibiéndolo. La pornografía, como toda expresión artística y cultural, tiene un discurso. Y todo aquello que tenga un discurso es susceptible de ser abordado desde una óptica feminista”.

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Porno para mujeres funciona como un manifiesto, un manual y una pequeña enciclopedia sobre la historia del cine porno y sus más recientes tendencias. Y como la confirmación de que en el sexo, como en el capitalismo, no existen las fronteras. Pero como ésta es una narración tradicional (como la de casi todas las películas porno) debemos ir, mejor, por partes. Que para eso todavía falta.De los orígenes a las batallas del sexoHacia 1895 aparecen las primeras grabaciones de neto corte pornográfico. Son las llamadas stag films (“stag”, en inglés, significa ciervo macho o solterón, de manera indistinta), blue movieso smokers. Videofilmaciones cortas que se proyectaban en pequeños espacios de acceso exclusivamente masculino y aristócrata. Estaban hechas por realizadores y actores anónimos (por lo general las prostitutas y sus clientes) y las veían grupos de varones en salones para fumadores con el fin, claro, de saciar sus bajos instintos. (Una curiosidad: fue en este tipo de filmes, producidos en Estados Unidos, donde aparecieron por primera vez actores negros en toda la historia del cine). En España, las primeras producciones de cine pornográfico fueron encargadas en Barcelona en la década de 1920 por el Conde de Romanones, intermediario de los deseos del rey Alfonso XIII, un fanático del porno de la primera hora.Si las primeras películas eróticas comienzan a rodarse en la década de 1960, lo cierto es que el primer filme netamente pornográfico es una producción gay: Boys in the Sand, de 1971. ¿Cuáles son las características que hacen de ésta, una historia en la que dos jóvenes entrelazan sus cuerpos bajo un sol radiante y un paisaje de playas de arena, la primera producción pornográfica? Son dos (o una que es la derivación directa de la otra): aquí se muestra por primera vez frente a cámara una felación, seguida de la que se convertiría en la marca de agua más reconocible del cine porno hasta nuestros días: la eyaculación facial. En Boys in the Sand se explicita por primera vez la completa satisfacción sexual, el deseo consumado: el debut del llamado “cum shot” o “money shot”: a partir de entonces, sin la eyaculación en cámara, los actores no podrán ofrecer una satisfacción garantizada, es decir, no habrá película, es decir, no cobrarán. Para cobrar, ya sabes: tienes que eyacular, amigo. Y cuanto más, mejor.La filósofa española y activista queer Beatriz Preciado (Burgos, 1970), una de las mayores teóricas de la pornografía actual, fue alumna de pensadores como Jacques Derrida y Agnès Heller y ahora enseña Teoría del género en la Universidad de París VIII. El 14 de mayo pasado, en el marco del Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, dictó un taller sobre “Pornografía y Post-pornografía”, donde señaló a la década de 1970 como el momento histórico en el que las mujeres se convierten, al fin, en espectadoras libres de cine porno. Y es entonces, con películas como Garganta profunda, donde aparece una cuestión central del porno moderno: si la eyaculación exterior es sinónimo de la consumación del deseo masculino, ¿cómo hacer visible el placer femenino? Esta pregunta fue acompañada de la fermentación de una serie de debates y enfrentamientos públicos de grupos anti y pro pornografía, entre las que se inscribían las diferentes ramas de los movimientos feministas.Desde sus orígenes, el feminismo se caracterizó por llevar a cabo una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y cuestionar la relación entre sexualidad y poder. El primer hito del movimiento organizado fue marcado por la Primera Convención por los Derechos de la Mujer, realizada en Nueva York en 1848. Pero la piedra de toque, como quedó dicho, parece haber sido el libro El segundo sexo, que sostiene que lo que se entiende como “mujer” es un producto de la cultura, de la sociedad. Y que el principal objetivo de las mujeres debería ser el de reconquistar su propia identidad específica. Hay una frase del libro que se convirtió en lema y que lo resume bien: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde entonces, y hasta la actualidad, la corriente feminista se dividió o fracturó en diversas corrientes, hasta derivar en los movimientos y estudios de género (la llamada “Teoría queer”). Existe un feminismo de la diferencia, un feminismo lésbico, un feminismo separatista, un feminismo radical, y siguen firmas.

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Cuando la industria del cine pornográfico comenzaba a alcanzar sus máximos niveles de producción, comercialización y creatividad, y al tiempo en que la reflexión teórica acerca del sexo y la pornografía comenzaba a dar sus primeras obras (la traducción y difusión del primer volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el ensayo Hard Core, de Linda Williams) aparecieron en escena dos teóricas del feminismo radical que, desde la óptica de la mujer, desataron una verdadera cruzada en contra de la pornografía y contribuyeron, de alguna manera, a la posterior debacle del cine porno: la abogada y jurista Catharine MacKinnon, y la escritora y activista Andrea Dworkin.Dworkin y MacKinnon estaban convencidas de una cosa: que las mujeres eran una clase oprimida (por la dominación masculina, está claro), y que la sexualidad era la raíz misma de esa opresión. La violación, el acoso sexual y la pornografía formaban para ellas un todo que proviene de la misma violencia en contra de las mujeres. Dworkin y MacKinnon llegaron a asimilar la pornografía a la violación, e incluso la compararon con la esclavitud, el linchamiento, la tortura y el Holocausto.Escribe MacKinnon, en su ensayo “La pornografía no es un asunto moral”, de 1983: “Lo que le preocupa a las feministas en relación con la pornografía es la venta de sexo forzado con mujeres reales que genera ganancias e incita a más sexo forzado con otras mujeres reales; los cuerpos de mujeres atados, mutilados, violados y convertidos en cosas susceptibles de ser heridas, adquiridas y accedidas. La pornografía es el origen de actitudes violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y el lugar que ha de ocupar en el mundo la mitad de la población. Los hombres tratan a las mujeres como suponen que ellas son. La pornografía define lo que son”.Hay que modificar la sexualidad, pensaban y decían Dworkin y MacKinnon y, para eso, hay que cambiar las leyes. Algún éxito tuvieron: en 1986, y con base en algunas de sus ideas, la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció la figura del acoso sexual como una forma de discriminación. Pero, aunque parezca extraño, sus posturas sedujeron sobre todo a los sectores más conservadores de la sociedad política (la pornografía y el puritanismo nunca se llevaron bien) y tanto en 1983 como en 1984 las ciudades de Minneapolis e Indianápolis votaron una ordenanza (que fue llamada “MacKinnon-Dworkin”) contra la pornografía, convertida sin más en una violación de los derechos civiles aplicable a todo material pornográfico: películas, libros, revistas. Si bien la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la que garantiza la libertad de expresión sobre cualquier objeción) terminó triunfando, la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, hizo suyas las teorías de estas feministas radicales para elaborar, en 1992, sus leyes contra la pornografía.Esta oposición de los sectores conservadores (y las restricciones y las multas al consumo y la producción) y la aparición del video casero (VHS) hicieron que al principio de la década de 1980 la industria del cine porno entrara en una crisis de la cual ya no podría salir. No es que el porno fuera a evaporarse, ni mucho menos: lo que desaparecerían para siempre serían las grandes producciones como las que habían tenido lugar a lo largo de la década de 1970, haciendo que no sólo el público asistiera en masa a los cines, sino que buena parte de la crítica cinematográfica más seria considerara al género como uno más a partir del cual reflexionar y teorizar sobre cine.

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El porno (y el consumo) es cosa seria. Las cosas como son: la mayoría de las personas consume porno para masturbarse. Pero no todos. Hay gente que consume porno y no se masturba, y gente que se masturba sin porno. Tengo un amigo, incluso, un gran periodista (aunque un poco excéntrico), que debía escribir para el artículo de tapa de la revista Rolling Stone un perfil de una conocida joven actriz argentina. Y que para confirmar el sex appealde la mujer en cuestión intentó masturbarse con una de sus películas (que no son porno). La nota comenzaba así: “Acabo de masturbarme viendo a Leticia Brédice por razones estrictamente profesionales”. De más está decir que fue la última vez que lo llamaron para escribir en tan prestigiosa publicación. Lo que demuestra que en el periodismo, como en la vida, para mucha gente existen aún en el sexo y su representación límites infranqueables.Pero no parece haberlos hoy para la pornografía. Si hasta hace 10 o 20 años el material pornográfico circulaba más o menos clandestinamente en publicaciones y videos caseros, hoy está a sólo un par de clicks de distancia de cualquier ordenador. En la mayoría de las ciudades desarrolladas de Occidente existe incluso una suerte de moda de los libros de imágenes pornográficas y las sex shops. La escritora y filósofa feminista Élisabeth Badinter afirma en su libro Hombres/Mujeres. Cómo salir del camino equivocado que en Francia “llegados a la edad de 12 años, las tres cuartas partes de los varones y la mitad de las mujeres ya han visto un filme pornográfico”. Y que “la fragmentación y la instrumentalización del cuerpo no afectan sólo a las sexualidades marginales ni sólo a los hombres. El nuevo gusto por los juguetes sexuales destinados a las mujeres es uno de sus signos”. En Nueva York, Londres o París se abrieron sex shopspara una clientela femenina (se sabe que las mujeres son, en la mayoría de los rubros de la economía cotidiana, las que motorizan el consumo). ¿Por qué no iba a haber negocios que decidan ofrecerle a ellas los instrumentos para llevar adelante una sexualidad autosatisfactoria? De hecho, la boutiqueLa juguetería acaba de organizar, entre el 14 y el 17 de mayo pasado, el Primer Festival Independiente de Cine para Adultos de Madrid, evento que ya tenía sedes fijas en París y Atenas. Cuatro días dedicados a talleres, seminarios y proyecciones de un porno alternativo, con preeminencia del gay, travesti, transgénero y fetichista.La confirmación de que el porno no busca, en todos los casos, la consumación del orgasmo, fue evidente en el Concurso Internacional de Cortos donde se exhibieron ocho piezas con fines y acabados bien distintos. Allí, entre otras delicias, pudo verse a una mujer que, atada por sí misma (lo que se denomina bondage), se golpeaba distintas partes del cuerpo hasta sangrar, se derramaba cera caliente de una vela encendida y alcanzaba un sonoro orgasmo, largos minutos después, mientras se masturbaba con la cabeza dentro de una bolsa de plástico, al borde de la asfixia (un conocido método de tortura de las fuerzas policiales, llamado en algunos lugares el “submarino seco”).Más tarde se mostró una larga escena de sexo escatológico en la que abundaron, además de excrementos y orina, los enemas de leche: el cuerpo humano convertido en fuente láctea de la cual los participantes de la escena (tres hombres, dos mujeres) beben hasta saciarse y, en algún caso, hasta vomitar. Pero quizás eso haya sido lo más extremo: los últimos cuatro cortometrajes mostraban un evidente afán artístico y una reflexión irónica e inteligente acerca de los tópicos más recurrentes de la industria pornográfica.

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El porno, hoy, se transformó en un objeto de consumo como cualquier otro. El prestigioso director danés Lars von Trier parece haber llegado a la misma conclusión cuando desprendió de su productora Zentropa una oficina, Innocent Pictures, para filmar porno para un público femenino. Aunque no parece haberle sido redituable, al menos hasta ahora. “Fue una idea de Peter Aalbæk, producir películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres. Pero no funcionó. Las mujeres siempre dicen que quieren igualdad también en eso. Así que lo organizamos muy en serio, se buscó dar a esas cintas un ángulo femenino. Reunimos un consejo de mujeres que decidieran las historias, los argumentos y los personajes, pero a la hora de proponerles que ellas mismas las dirigieran, ninguna quiso hacerlo. Sólo una, y lo que hizo fue malísimo, con una mirada sexista de hombre. Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno”, declaró Von Trier.Pero lo que a él parece no haberle funcionado aún, en España y más precisamente en Barcelona, se puso en marcha hace algunos años, con resultados no del todo despreciables.Las chicas sólo quieren divertirse. “Como espectadora, siempre he defendido que el porno no es machista. A mí me gustan las felaciones, igual que a cualquier hombre. A muchas mujeres les gustan las corridas en la cara, igual que a cualquier hombre. Y a muchas nos gustan los anales. Me refiero a verlos…¡y a practicarlos!”. Sandra Uve (Sandra Valencia, Barcelona, 1972) era una reconocida dibujante de cómics underground y periodista que, a instancias de la invitación del dueño de una productora de cine porno, en 1999 se convirtió en la primera realizadora de este tipo de películas en España. Hizo dos: Ángel de noche y 616 DF: el diablo español vs. las luchadoras del Este (una historia de lucha, venganza, sexo y rock and roll que incluye, al final de la trama, un casamiento). Sandra Uve condujo también programas de televisión, administra el blog “Sexorama”alojado en la página de MTV y acaba de sacar un nuevo libro sobre sexualidad femenina, Ponme la mano aquí. Un poco alejada de la dirección, varias veces declaró que con sus películas no buscaba “inventar nada nuevo”, sino “atraer a un sector del público que quizás haya dejado de ver porno porque está un poco harto de la rutina”.A pesar de haber abierto el camino para que en la actualidad Erika Lust produzca sus películas de porno para mujeres, Uve es muy crítica del entorno y del amateurismode la industria local: “Los problemas que he encontrado, como el resto de los directores, son los legales: no existe ningún tipo de contrato. Es una industria muy poco regulada. Ésa es la parte que menos me gusta. Te sientes como si trabajaras un poco por amor. Te da mucha pena, porque estas películas producen una cantidad alucinante de dinero”.

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Lust Films (“lujuria” en inglés, pero “voluntad” en sueco), la productora que dirigen Erika Lust y su marido Pablo Dobner, funciona en un amplio ático compartido en un viejo edificio sobre la calle Zamora del barrio de Poble Nou, en Barcelona. Si esperan que Erika, madre de una hija de dos años (Lara), luzca como una actriz porno, bueno, déjenme decirles que se equivocan. (Tampoco Martin Scorsese es ludópata o se viste como un pandillero, ni Quentin Tarantino lleva traje negro y camisa blanca y se pasea por las calles de Los Ángeles con un policía secuestrado en el baúl de su auto). No, más bien Erika Lust se ve como lo que es: una mujer sueca de 32 años que acaba de tener a su primera hija, que envía mails y escribe sus guiones desde su ordenador Mac plateado y que, de acuerdo con la inscripción de la camiseta que más le gusta usar, además de Abba y Roxette, por supuesto, debe escuchar bastante seguido a los Rolling Stones. Así, con jeans y camiseta, me recibe la primera de las varias veces que nos encontramos para almorzar, hablar de cine porno, de porno para mujeres, de feminismo, política y desvelar algunos de los secretos de la trastienda del negocio de la pornografía: una industria mucho más improvisada, empobrecida y amateurde lo que suele imaginarse o creerse.Gajes del oficio XXX. El primer encuentro se trata más de una conversación informal, para conocer el terreno. Salgo de la productora con la promesa de una nueva entrevista y con las manos ocupadas: me llevo las dos películas que hay en el mercado de Erika Lust: Cinco historias para ellas (que a fines de 2008 había vendido nada menos que 20 mil copias), premiada en festivales de Barcelona, Nueva York, Berlín y Toronto, y Barcelona Sex Project, una película extraña, aquella de las masturbaciones individuales. Yo no sé qué les sucederá a las mujeres o a otros hombres, pero a mí me perturba un poco asistir a una masturbación masculina mientras el actor mira a cámara, es decir, me mira a mí. Así que después de pensármelo un poco, decido avanzar en cámara rápida esas escenas. Las masturbaciones femeninas tampoco ejercen un poder de seducción irrefrenable, así que saco un disco y pongo otro. Las Cinco historias para ellas. Anoto:Hay planos desacostumbrados para este tipo de producciones. Mucho corte y edición, estética de videoclip. La calidad de la imagen está por encima del promedio.Las actrices conjugan mal los verbos en castellano, y el primer orgasmo de la película, dentro de una historia de lesbianas, llega a los 20 minutos. ¿Quién puede esperar tanto tiempo? Empiezo a advertir las diferencias con el porno tradicional.Referencias geográficas claras: las actrices caminan por escenarios reconocibles de la ciudad, la Rambla de Catalunya o el Paseo de Gràcia.

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El primer actor que aparece es notoriamente argentino (y para colmo de males actúa de jugador de futbol). Hay clichés que penetran hasta en el cine pornográfico más moderno.Las actuaciones no sólo son malas, es peor: pretenden no serlo.Los ambientes están muy cuidados: hay sofisticados lofts, ordenadores de marca y electrodomésticos de última generación.Tatuajes y piercings en los cuerpos de casi todos los actores. ¿Será que ya no quedan hombres y mujeres sin piercingsni tatuajes?Rasgo de estilo, o más que eso, declaración de principios: los hombres nunca se corren antes que las mujeres.Sorpresa: no hay miembros exorbitantes. ¿Será por la dificultad de encontrar hombres bien dotados, o una postura feminista para matizar el peso de la falocracia? Dura (más bien blanda) verdad de los actores amateurs: los miembros tampoco suelen estar demasiado tensos.Hay una historia gay, la última, filmada, a diferencia del resto, en blanco y negro.En el segundo encuentro, Lust cuenta que tuvo muchas dificultades por la inclusión de esta última escena homosexual en su película. Parece que son los distribuidores los que no se acostumbran a la idea de que un hombre pueda entrar en el cuerpo de otro hombre. En países como Alemania, por ejemplo, este capítulo fue editado, es decir, eliminado, es decir: gentilmente censurado. “Aún dentro de la industria pornográfica hay muchos prejuicios y miedos. Todo esto sigue siendo muy machista, y el miedo de ver a dos hombres juntos no ha desaparecido. Dos mujeres juntas no hay problema, claro, pero los hombres es el límite”, explica. Y agrega: “Tuvimos problemas incluso con un camarógrafo que se reveló homófobo y que a último momento se negó a filmar la escena. Creo que las mujeres tenemos menos miedo que los hombres a nivel de elecciones sexuales. Podemos permitirnos tener fantasías con otras mujeres, forma parte de nuestro imaginario. Pero la mayoría de los hombres no”.Después, confiesa que vio su primera película pornografica a los 15 años, cuando le robaron al padre de una amiga un viejo VHS que guardaba en un cajón. “Me gustaba, a mi cuerpo le excitaba, pero en lo que veía había tantas cosas que me bloqueaban y confundían, que por otro lado lo rechazaba”. Por eso ahora Lust busca “que la calentura no se choque con mis ideas éticas y estéticas”.Lust no suele hablar de películas: dice productos. Está bien, tal vez sea más sincero de su parte. Sus influencias declaradas son MTV, Sex in the city y la literatura de Marguerite Duras y Anaïs Nin: nada extremo. Quizá por eso las feministas radicales y las especialistas en teoría de género no pierdan la oportunidad de saltarle al cuello, y la acusen de hacer un cine para mujeres que compran la revista Marie Claire. “A muchas feministas lo que hago les parece igual de sexista que el porno tradicional de los hombres. Y sí, lo que yo hago es un porno comercial para mujeres. Pero al mismo tiempo hay muchas personas, entre ellas cineastas lesbianas, que me agradecen porque la visibilidad masiva de mis películas les ha permitido a ellas llegar también a un público más grande. Mi cine, lo digo siempre, está dirigido a una mujer urbana, moderna, feminista, que sabe quién es y que le gusta el sexo, y que se atreve con la pornografía”.

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La idea de que existía un nicho de mercado potencial se le ocurrió cuando, junto a su marido, llegaron a la conclusión de que no había un porno que los satisficiera. Y dijeron: “Hagámoslo nosotros”. Así, filmaron The Good Girl, el corto aquel de la rubia inocente de pecas que da el buen paso junto a su repartidor de pizzas favorito, y se lo enseñaron a Berth Milton Jr., el magnate sueco de la pornografía y dueño de la marca Private, afincada por una cuestión de impuestos en Sant Cugat, Barcelona. Milton lo vio, quedó fascinado, y días después se los llevó de invitados a su yate exclusivo, amarrado como todos los mayos de todos los años en las aguas de Cannes. Era 2004 y Milton presentó a Lust como su nueva gran incorporación para Private, le hizo conceder decenas de entrevistas, y a su regreso jamás volvió a atender el teléfono. Lust y Dobner, un poco desilusionados, viajaron a California a entrevistarse con el CEO de Larry Flint Productions y con la gente de Playboy. Todos quedaban encantados, nadie quería producirlos. Así que se decidieron a crear Lust Films, y probar suerte por su lado.Al final, los hombres siempre ganan. ¿Cuánto cuesta filmar una película porno? ¿Cuál es el sueldo de los actores? ¿Dónde, por otra parte, se les encuentra? “Es muy difícil encontrar hombres que actúen para el tipo de productos que yo hago. Son todos muy parecidos, del tipo gimnasio. Hay muy poca gente que quiera y pueda tener sexo delante de una cámara. De hecho, sé que yo nunca podría hacerlo. Pero el problema es que las personas en este negocio son muy básicas, hacen esto porque es la única alternativa que tienen. Hay localizaciones, hay técnicos, hay equipamiento, pero ¿gente que le ponga el cuerpo a lo que quiero mostrar? No”, dice Lust.Además, declara que prefiere trabajar con actores que hayan cumplido los 25 años, porque cree que entre los 18 y los 21 (es decir, en una edad perfectamente legal) la sexualidad de una persona todavía se está formando. Y eso reduce aún más sus posibilidades. “Por otro lado, hay muchas actrices que no reflexionan sobre lo que hacen, y que aceptan papeles donde hacen cosas que no aceptarían hacer en sus vidas privadas”.El presupuesto promedio para una película pornográfica en España es, en el mejor de los casos, de 50 mil euros (que se invierten sobre todo en el alquiler de los equipos, las locaciones, el material y los recursos humanos. Los directores y los productores suelen cobrar recientemente los derechos sobre las copias vendidas). Los actores cobran entre 700 y 800 euros, a no ser que sean estrellas de primer nivel. Pero en España y en el rubro masculino, salvo Nacho Vidal (que no participa en este tipo de películas), no las hay. Las mujeres suelen llegar a los mil euros por escena, y siempre cobran más que los hombres. Además, pueden obtener algún plus, si existen, de acuerdo con el tipo y número de penetraciones o circunstancias, como filmar al aire libre o en la nieve. Todo lo que reafirma que la escena del porno está lejos de ser omnipotente. “La industria está llena de hombres muy poco profesionales: directores que llegan al rodaje sin cinta, que descubren que en las camas no hay sábanas, que faltan los maquilladores y los estilistas. O que directamente no les importa el vestuario. Es un mundo muy poco profesional, y la gran mayoría de las personas detrás de las cámaras no están ni cerca de ser creadores o artistas. Lo único que quieren es ver a gente teniendo sexo, porque no tienen vida sexual: son hombres gordos, feos, calvos, sin nivel intelectual o emocional. Están ahí para ver a mujeres desnudas”, explica Lust, que antes de fundar su empresa había participado como asistente en varios rodajes.

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En el último encuentro le pregunto si alguna vez piensa dedicarse a filmar cine a secas, por fuera del rótulo de la pornografía. Dice que no sólo lo piensa, sino que lo ve como algo necesario. “El machismo está extendido, sobre todo, en el cine convencional. Sólo hay que mirar los papeles que interpretan las mujeres: novias, madres, prostitutas. El cine está escrito para papeles masculinos, las mujeres sólo son protagonistas en comedias, o en películas tontas sobre bodas. Y tampoco suele haber directoras: no hay más que pensar que en 85 nominaciones para los premios Oscar, jamás hubo una mujer que ganara como mejor directora. Y ha habido sólo tres mujeres nominadas en toda la historia”.—Estoy cansada de la putificación de las mujeres, por eso hay que tomar más posiciones en la industria —dice—. Cuando una mujer es demasiado sexy en las películas o queda embarazada, o la violan, o es una psicótica. Hay pocas veces en que una mujer con sexualidad fuerte sea una mujer normal. El porno es uno de los pocos mundos donde, cada tanto, se ve a una mujer feliz con su sexualidad.—Lo que quiere decir es que a pesar de todo, el mundo sigue dominado por hombres.—Por supuesto. La última gran desilusión me la llevé con las elecciones primarias de Estados Unidos. ¡Con Hillary Clinton por primera vez las mujeres teníamos la posibilidad de llegar a la presidencia de Estados Unidos! ¿Y sin embargo qué pasó? Que los hombres se inventaron un nuevo hombre…¡nada menos que un hombre negro! Es tan increíble… y es tan típico, inventarse algo nuevo. Y ahí lo tenemos: el primer presidente negro de la historia, Barack Obama. Los americanos prefieren eso, a que los gobierne una mujer.[/read]

Gatopardo

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