La primera novela de Mateo García Elizondo está escrita con la tirantez y la exigencia de un cuento de Rulfo, con los silencios y aullidos de Garro, con la postergación perpetua de Kafka y la hiperestesia de Poe.
Un gato negro deambula por el estudio de Mateo García Elizondo (Ciudad de México, 1987), quien recientemente fue galardonado con el Premi Ciutat de Barcelona 2019 por su primera novela Una cita con la Lady, e irrumpe en la conversación. “Él es Tito, mi gato, fue mi mayor compañero durante la escritura de la novela”, dice sobre ese proceso que acontecía al anochecer, tras avanzar en sus guiones cinematográficos, otro arte al que también ha dedicado parte de su carrera como escritor.
Escribir “esta novela estuvo pesadito, muy divertido y emocionante”, continúa mientras camina por su biblioteca. En este espacio, entre una colección de cómics, una hamaca y un saco de box, García Elizondo se encerró por un año a escribir la obra cuando tenía tiempo, cuando sabía que no sería interrumpido, y que podía quitarle horas al sueño para sumergirse de una oscuridad a otra, al encuentro con su Lady: un merodeo entre la obsesión, el desamparo y la muerte.
Antes de esta novela, García Elizondo ya dedicaba sus días a la escritura. Estudió Letras Inglesas en la Universidad de Westminster, y después realizó estudios en periodismo en London School of Journalism. También incursionó en el cine de forma exitosa, como guionista en el cortometraje Domingo (2013) y colaboró en Desierto (2015), ganador del premio FIPRESCI en Toronto; y en el corto Clickbait (2018), mejor corto gore en Feratum Film Fest. Ha trabajado además como guionista de narrativa gráfica en proyectos publicados por WP Comics Ltd., Premier Comics y Swampline Comics.
Escrito con la tirantez y la exigencia de un cuento de Rulfo, con los silencios y aullidos de Garro, con la postergación perpetua de Kafka y la hiperestesia de Poe, Una cita con la Lady (Anagrama, 2019) es una novela que relata el tránsito de un adicto a la heroína por los confines del Zapotal, un pueblo miserable, más parecido a un sepulcro que a una villa, que bien podría ser cualquier hueco infértil ubicado en algún paraje olvidado de América Latina. En esta obra, el protagonista, un desgraciado en busca de la dosis perfecta para un pasaje plácido al más allá, nos relata su deambular en los tugurios infectos del pueblo, esperando siempre su siguiente y última cita con la Lady. En este rincón sórdido y humeante parecido al Mictlán, el narrador rememora las miserias y los placeres artificiales de una vida que se le figura cada vez más lejana:
“No existe generosidad como la del que se quita la heroína de la vena para inyectártela a ti. Cuando sientes el trepe y toda la negra que traías cargando por fin se disipa, los vuelves a observar y parece que pudieras ver a través del velo opaco de sus ojos, del cascarón reseco y agrietado de su piel”, escribe.
“Escribir es un acto necesario. Si pudiera hacer otra cosa, ya lo habría hecho.”
Su vagabundeo por la oscuridad, abandonado al filo de la muerte con su zahir siempre en la bolsa —su kit para la Lady—, lo llevan a escribir en un cuaderno lo que cree presenciar: alucinaciones, jeringas infectadas, cuerpos sufrientes, dolores estancados, y escenas brumosas con presencias llenas de rabia y asuntos pendientes. Inflamado por el deseo, el narrador pendula entre llenarse de placeres y voluptuosidades desvanecidas, y los dolores de un cuerpo supurante de drogas y pérdidas.
“Lady ya queda muy poca. Le he estado raspando ahí dentro porque es la última esperanza que tengo de rematarme, pero no hay mucho que rescatar. Cargo con la lata porque si no me vuelvo loco, y también voy cargando con este cuaderno, porque si no me quedo solo. Y eso sí me daría miedo”, expresa el protagonista. Escribir es así una invocación, una distracción y un cortejo. No da sentido, ni organiza el mundo. No torna los caminos más luminosos o fácilmente transitables, sólo acompaña en el descenso. Escribir para García Elizondo es entonces un acto necesario: “Si pudiera hacer otra cosa [distinta a escribir], ya lo habría hecho”, explica.
Durante el discurso de recibimiento del Premi Ciutat de Barcelona, dedicó el reconocimiento “a todos los que somos víctimas de nosotros mismos, y en particular a los que batallan con la adicción todos los días de su vida. Espero que esta novela les recuerde que lo que realmente requiere de valor no es morir, sino seguir viviendo”.
García Elizondo quiso ser médico y acupunturista, pero encontró en la literatura una forma eficiente de afección punzante en los cuerpos, de acompañar enfermos y desahuciados. La lectura de Una cita con la Lady, más un padecimiento prolijo que un gozo desentendido, se vive en el cuerpo y se agazapa en la mente. Leer su primera novela y no sentirse implicado es inútil; fingir que se puede es otra alucinación.