Vaquero del mediodía: el documental sobre un poeta desaparecido

Vaquero del mediodía: el documental sobre un poeta desaparecido

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Tiempo de Lectura: 00 min

El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

[read more]

A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

Texto de
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Traducción de

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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El periodista Diego Enrique Osorno se lanzó a la búsqueda del desaparecido Samuel Noyola, en un país que se convierte cada vez más en un agujero negro. Este trabajo fílmico ha sido nominado al Ariel como Mejor Largometraje Documental.

“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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“El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces, o se suicida o se vuelve estúpido”, declaró Samuel Noyola en 1996. No tenía ni el dinero ni los apellidos, intentó ser siempre memorable y lo logró. Nacido en febrero de 1964, lo describen como un artista salvaje, un nómada, un poeta cuya obra era contracultural. Fue el penúltimo de nueve hijos y su padre los abandonó cuando él era muy pequeño. Creció en un barrio popular de Monterrey y a temprana edad conoció a Octavio Paz, el premio Nobel, con quien consolidó una relación fraternal.

Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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A la fecha, no se tienen noticias de Noyola. Hay quienes aseguran que sigue siendo un alma libre, y hay quienes creen que la muerte es la única explicación posible. “El país se ha convertido en un agujero negro en donde es muy difícil encontrar a una persona que desaparece por su propia voluntad o de manera forzada”, dice a Gatopardo el periodista Diego Enrique Osorno, uno de los tantos que, tras conocer a Noyola, no pudo evitar quedar fascinado con tan exorbitante artista y quien desde 2009 lo ha buscado hasta darle forma a un poderoso documental, que se estrena este mes en México.

Inconforme con la versión de que Noyola sólo se había esfumado y que de él no quedaba más que el recuerdo de su transitar como vagabundo por las calles de la Ciudad de México, Osorno se armó con una cámara y acudió a la búsqueda del autor de Tequila con calavera (1993). Su investigación lo condujo de la capital del país a Monterrey, e incluso a Nicaragua, lugar en el que Noyola, aseguran, participó en el movimiento sandinista.

“Es la historia de Samuel Noyola pero también de la poesía, de las utopías y del idealismo, uno que causa admiración y vértigo.”

La travesía resultó en un largometraje con fotografía de María Secco, al que tituló Vaquero del mediodía (2019); como lo bautizó Mario Santiago Papasquiaro en el Café La Habana donde se conocieron. “Las preguntas del cronista son las mismas que las de un documentalista, lo que cambia es que éste último se tiene que apoyar en un lenguaje cinematográfico y tiene que dirigir a un equipo que le ayude a continuar esa idea que empezó por sí solo”, confesó el realizador luego de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Osorno, ahora Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y director de documentales como El alcalde (2012), conoció a Noyola cuando la poesía era una de sus aspiraciones. Era 1999, Paz había fallecido poco tiempo antes y Samuel, a pesar del declive que representó la pérdida de su mentor y su relación con el alcohol, se mantenía como una figura intensa, un artista. Así lo describen en cada uno de los testimonios que el periodista logró para la cinta. “Para mí, es la historia de Samuel, pero también se trata de la historia de la poesía, de las utopías y del idealismo, un idealismo que causa admiración y vértigo”, añade.

Impregnados de una atmósfera nocturna y acompañados, en su mayoría, por una copa de alcohol, casi en ofrenda a Noyola, personajes como Jennifer Clement, Jesús de León, Guillermo Fadanelli, Eduardo Antonio Parra, Juan Villoro y el poeta Julio Valle Castillo hilan memorias y vivencias, proporcionando la posibilidad de mapear al artista. Eventualmente, Osorno sumó a la detective Dayana e incluso a una pitonisa a la búsqueda, para encontrarlo fuera vivo o muerto. Aunque por el momento no pueden más que trazar, a través de una visión única, la existencia de aquel visionario que alejado de todo paradigma vivió su poesía.

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Paz le tenía aprecio especial, lo veía como un auténtico poeta, “el más inspirado de su generación”. Incluso, lo acogió en la revista Vuelta y siendo un novato le otorgó el tercer puesto más importante, el de producción. Para el joven poeta, Paz, además de mentor, era fuente de inspiración. Esa conexión, lejos de impulsarlo, llevó a Noyola a enfrentar la mezquindad de la élite cultural mexicana. Buena parte de eso también se debió a un incipiente deseo por ser detestado, a lo que se sumaba su apabullante personalidad, que llevó hasta las últimas consecuencias y de la que no se tiene rastro desde hace diez años.

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