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Literatura y feminismo

Literatura y feminismo

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Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Es momento de que la voz masculina, que dominó durante siglos, guarde silencio, pero sobre todo de que escuche. Es momento de salir a las calles, a gritar, a exigir, a pintar paredes, a denunciar. No es venganza, es hartazgo, son ganas de visibilizar y destruir los hilos de una narrativa que pesa: la de los ganadores y las perdedoras. Es momento de sumarse a la guerra que nunca buscamos pero que es necesario pelear porque, como dice Virgine Despentes en su potente Teoría de King Kong, se trata de una batalla en la que todos perdemos. Es momento, como diría la autora nigeriana Chimamanda Ngozi, de dejar atrás los estereotipos alrededor de la construcción feminista. Es el momento de apoderarse de la conversación y convertirnos en dueñas y constructoras de una nueva narrativa. Parte importante de esa nueva construcción está en el trabajo de estas escritoras hispanas que desmenuzan el momento histórico a través de sus plumas. Porque tanto aquí en México, como en Chile, en Argentina o en Ecuador, las mujeres seguimos atravesadas por discursos paralizantes. Estas son las ideas de seis mujeres que abrazan el feminismo a través de las letras.

Cristina Morales (1985, España)

“Soy defensora de la invisibilización”.

Obra:

La merienda de las niñas, 2008; Los combatientes, 2013; Malas palabras, 2015; Terroristas modernos, 2017 y Lectura fácil, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Se trató de todo un proceso, pero sí recuerdo que uno de los episodios más reveladores ocurrió en Barcelona, en 2014. María Galindo fue a dar una charla en un museo de Barcelona y salí con lágrimas en los ojos, llena de revelaciones, de significados para mí hasta entonces ocultos, de resignificación de relaciones para mí naturalizadas y llamadas con su nombre y apellido. También puedo referir charlas con amigas, eso coincide mucho con mi etapa en Barcelona —llegué a esa ciudad cuando tenía 27 años— que es una ciudad en donde me politizo bastante en torno a un pensamiento libertario y anarquista. Hasta ese momento mi proceso de politización era bastante intuitivo, libertad sexual entendiéndolo como esquema de reproducción machista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Particularmente en el mercado literario, el hecho de que haya más mujeres publicadas no significa que haya un avance feminista. Hay quienes piensan que estamos llegando a un cambio de paradigma de la apreciación de las mujeres, pero otras pensamos que se trata de una moda. Desgraciadamente, el mercado, aliado con el estado, se ocupa de cooptar movimientos emancipadores, llámense feministas o ecologistas o cualquier otro, para su beneficio. Al menos lo que se refiere al mundo literario español, éste responde a los intereses del mercado editorial, de vender libros. No existe el feminismo de estado, no es emancipador ni interseccional. Es una lucha cooptada, instrumentalizada y por tanto neutralizada. Hay que buscar nuestros espacios en vez de esperar que el foro sea creado por otros.

¿Cómo aprovechar este momento para una transformación más radical?

Diría que no hay que explotarlo para la visibilización, soy más bien defensora de la invisibilización. Es decir, que las acciones de una facción política no sean las visibles, sino las invisibles. Una buena amiga que me ha politizado en el feminismo me decía que hay que tirar la piedra y esconder la mano para poder tirar la piedra otra vez, si no te la cortan. En mi caso, no es nada cómoda la posición de verse como parte de una “generación” o siendo la “voz” de algo o alguien. Sólo hablo por mí. No me parece cómodo que unas cuantas estemos arriba de un pedestal, porque al estarlo proyectamos una sombra. Hay que renunciar a los privilegios. ¿Cuál sería el escenario transformador que te gustaría ver? Hay una frase de María Galindo que decía: no hay libertad política si no hay libertad sexual. Entiendo que en un lugar ideal, si nos ponemos en esa fantasía, sería aquél en el que reconocemos nuestro deseo, que no es únicamente sexual, en todos los planos de la vida. Más allá de la pulsión sexual que determinan las estructuras de poder, una situación ideal sería que nosotras como mujeres podamos ser capaces de identificar nuestro deseo no mediatizado por los deseos del varón; sino que lo digamos, lo reconozcamos, lo ideemos, lo potenciemos y lo llevemos a término.

Luna Miguel (1990, España)

"El feminismo me ha hecho entender que lo que escribo no es ‘intimidad para mujeres’".

Obra:

Estar enfermo, 2010. (Poesía); Pensamientos estériles, 2011. (Poesía); La tumba del marinero, 2013. (Poesía); Los estómagos, 2015. (Poesía); El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina, 2016. (Ensayo); El arrecife de las sirenas, 2017. (Poesía); El funeral de Lolita, 2018. (Novela).

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Llegué tarde al feminismo. Antes de cumplir 20 años ya había leído, aprendido y reflexionado con las obras de Virginie Despentes, Marilyn French o Virginia Woolf, pero nunca me había atrevido a denominarme “feminista” por miedo a qué pensarían los demás o por simple desconocimiento de la lucha. Fue gracias a la periodista argentina, Luciana Peker, que me habló sobre feminicidios en su país y sobre cuál creía que era su papel como periodista al hablar de ellos. Aprendí muchísimo a su lado en un congreso de periodismo. Antes había leído todos los libros de la colección de feminismo en Melusina… y a Marilyn French, y a Virginia Woolf, y a Sylvia Plath y a Anne Sexton, que ya me habían hecho despertar, aunque aún no me atreviera a considerarme despierta. Necesité que alguien que no era una voz en un libro me hablara de tú a tú y me explicara por qué era importante que reflexionara sobre ello y reclamara mis derechos. Le debo mucho a Peker.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Creo que es un momento que tiene cosas buenas. El denominado feminismo pop ha conseguido sacar al término y a la lucha de las academias y llegar hasta ojos de muchas personas que no habían reflexionado jamás sobre cuestiones de género o poder, como fue mi caso. Ahora ese miedo se ha acabado y se ha convertido en voluntad de seguir aprendiendo y cuestionándome a mí misma o al mundo. Eso sí, con el crecimiento de esta ola y de este sentimiento también ha venido una respuesta: lo vemos cada día con burlas, amenazas, muertes más violentas, ensañamiento por parte de personas que no quieren que las cosas cambien… Debemos estar preparadas. Que lo pop sea una herramienta de difusión, pero que no nos quedemos en la superficie y podamos seguir luchando. ¿Te identificas con alguna facción de feminismo? Si/No, ¿por qué? Me identifico con voces muy diferentes más que con facciones. Las voces a las que leo para aprender y descubrir son muchas y variadas, y puede que a veces no esté completamente de acuerdo con sus planteamientos, pero nadie ha dicho que haya que estar de acuerdo en todo. Me identifico con Luciana Peker, Ana Requena, Gabriela Wiener, Koleka Putuma, Virginie Despentes, Paul B. Preciado, Roxane Gay, Aixa de la Cruz, Lucía Lijtmaer, Carolina Sanín, María Riot, Alana Portero, Paula Bonet… y muchas más.

¿Qué significa que el mercado editorial esté publicando a más mujeres?

Evidentemente el mercado editorial ha sabido aprovecharse de este momento, lo cual no quita que fuera una absoluta necesidad que pasara lo que está pasando. Estoy de acuerdo en que es una moda, pero estoy más de acuerdo aún en que es justicia. Poder leer a mujeres que antes no eran publicadas, poder reflexionar sobre cuestiones que antes eran ignoradas… También es importante que nosotras mismas como periodistas, editoras o autoras, tomemos conciencia y pensemos en publicaciones útiles y no en sumar lo que podría ser sólo ruido. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Me ha hecho entender que lo que escribo no es “intimidad para mujeres”, que no soy “una jovencita bloguera”, que “debería ser musa”, que “el color de mis labios blablá”… sino que mi literatura puede llegar a ser tan importante como la de cualquier otro humano de mi generación. ¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento? Me gustaría que no se detuviera. Que este despertar sirva también para cuestionarnos los grandes males de nuestras sociedades: el racismo, el clasismo, el cambio climático. Nos toca pelear. Y mucho.

Fernanda Melchor (1982, México)

“El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía”.

Obra:

Aquí no es Miami, 2013; Falsa liebre, 2013; Temporada de Huracanes, 2017.

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

De pequeña odiaba ser mujer. O más bien odiaba el modelo de feminidad que me imponían. Odiaba tener que hacer quehaceres sólo por ser mujer, o tener que vestir de determinada manera, sólo por ser mujer, y en general deploraba la falta de libertad y de horizontes que yo veía en la condición femenina. Lo que yo hacía y sentía, lo que yo quería hacer de mi vida no coincidía con la forma de ser que como mujer se me exigía en el mundo donde crecí, así que asumí que yo no era una mujer femenina, que era extraña, porque no me conformaba. No era tanto que quisiera ser hombre sino que envidiaba la libertad de la que los hombres gozaban, y tardé muchos años en darme cuenta de que mi forma de ser mujer también es muy femenina, a su propia manera, que no hay una sola forma de ser mujer. Y todo cambió en el 2012, cuando conocí a mi hija, y el deseo de que ella pudiera ser libre y feliz, sin sentirse menos por ser mujer, sin detestar su feminidad o dudar de ella, fue la que me hizo adentrarme un poco más en el movimiento, comenzar a escuchar a otras mujeres, incluir temas feministas en mis escritos y aceptarme públicamente como feminista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

No sé si podría hacer un balance como tal. Creo que gracias a las redes sociales el feminismo ha llegado a lugares donde antes no hubiera podido llegar. Creo que hoy en día cada vez hay más personas que no sólo son capaces de reconocer la exclusión y la discriminación cuando la perciben, sino que también están dispuestas a denunciar estos fenómenos y discutirlos públicamente. Pero siento también que ésta es una situación que en cualquier momento puede cambiar, como lo hemos visto en el reiterado caso de las victorias legislativas que prohíben la libre decisión de las mujeres sobre su cuerpo. Hay que luchar para que no sea así, para que los derechos y la conciencia de la inviolabilidad de estos derechos no se pierdan. Esto implica, creo, salir de las redes sociales y llevarlo a la calle, a la gente.

Hay una creciente publicación de autoras mujeres y títulos sobre feminismo. ¿Consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Creo que ahora hay una mayor consciencia y apertura, tanto de parte de los editores como del público lector, de que las mujeres también tenemos cosas interesantes que decir, y formas interesantes de hacerlo. Pero siguen existiendo muchísimos círculos y grupos literarios que excluyen a las mujeres, o que delegan sus aportaciones a la literatura a lugares marginales.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

Me gusta aprender de todos los feminismos, conocer sus puntos de vista. No creo haber leído tanto como para poder inscribirme en alguna facción. Por razones personales, tampoco marcho ni me manifiesto públicamente, de otra forma que no sea asumir mis convicciones en entrevistas o eventos públicos.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía. Siempre estaba tratando de compararme con colegas varones, siempre pensaba que ellos tenían los mejores consejos, que debía obtener su aprobación para poder se escritora. Ahora confío un poco más en lo que hago y me siento más cómoda dentro de mi piel, de mi cuerpo.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor.

¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras?

Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

Lina Meruane (1970, Chile)

"Como mujeres hay que pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y privilegio”.

Obra:

Las infantas, 1998. (Novela) Póstuma, 2001. (Novela); Cercada, 2000. (Novela); Fruta podrida, 2007. (Novela); Sangre en el ojo, 2012. (Novela); Sistema nervioso, 2018. (Novela); Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del sida, 2014. (Ensayo); Volverse palestina, 2013. (Ensayo); Contra los hijos, 2014. (Ensayo)

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

Tuve una educación en un feminismo pasivo. Mi abuela estudió derecho y me impactó su foto de egreso. Eran dos mujeres en dos sillitas y luego 300 hombres de pie y en traje alrededor. Mi abuela, además, es una mujer que se divorció en una época en que las mujeres no debían divorciarse. Las trataban como mujeres sexualmente disponibles. Pagó un precio por su independencia. Desde que tengo consciencia tuve mucho admiración por ella. Luego estaba la figura de mi madre, que estudió medicina cuando las mujeres a esa edad se estaban casando y teniendo hijos. Esperó su propia maternidad. Mi madre tuvo a mi hermano a los 27 años, pero eso ya era muy tarde en esa época. Tengo recuerdos de esos relatos, de mi abuela, de mi madre, las maneras en que mi madre educó a lo feminista a mi papá. Siempre tuve un padre muy colaborador que se dividía los roles domésticos, tenía una formación feminista que no venía rodeado con un discurso político, pero sí con una micropolítica. Después, en la universidad, estuve un año de intercambio en Estados Unidos, en un college de mujeres cerca de Boston. Tomé cursos muy radicales de feminismo que me hicieron interesarme en las políticas feministas y que me hicieron entender que había toda una política detrás. Diferentes maneras de reflexionar sobre el lugar de las mujeres en el espacio público.

¿Cuál es tu balance del momento actual que atraviesa el feminismo?

Creo que en la última década ha crecido el interés en el tema, sobre todo porque se han sumado mujeres más jóvenes. Las mujeres de mi generación creíamos que ya se habían solucionado muchos problemas, pero con el advenimiento de la ultraderecha, con sus potenciales discursos antifemeninos y antifeministas y con el aumento de la visibilización de la violencia de las mujeres en el espacio público y en el privado gracias al auge de las redes, nos hemos dado cuenta que no. La alegría de algunas libertades alcanzadas no les llegó a todas las mujeres. Por otro lado, también es cierto que hay una apropiación del discurso feminista y ahora cualquiera se puede declarar feminista, lo que me produce bastante furia. Hace poco leía a Jessa Crispin, quien tiene un libro titulado Por qué no soy feminista que expone lo que el feminismo no es, como acceder a ciertos puestos de responsabilidad o cosechar logros individuales. Es decir, no hay que pensar en nosotras mismas y nuestros logros, sino en cambiar la estructura para que más y todas accedan a esos mismos beneficios. Me parece que es un argumento importante exigirnos como mujeres pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y lugar. ¿Te identificas con alguna facción feminista? No me he afiliado a una corriente específica del feminismo porque quiero resguardar mi posibilidad de disentir. No pienso en el feminismo como quien milita en un partido, sino en una lógica mucho más amplia que me permita pensar críticamente en perspectivas diferentes. No hay que olvidar que los feminismos están fechados: el de igualdad, el de diferencia, el ecologista, todos responden a un contexto de producción específico. Hay cuestiones de cada uno de ellos que mantienen sentido y otros no tanto. Hay algunos feminismos que son más castigadores del gozo, son más punitivos, más eurocéntricos, pensados desde clases altas, mujeres blancas, con cierto privilegio. Cada feminismo necesita una contextualización y autocrítica. Contra los hijos es un ensayo que pone en tela de juicio el rol de la maternidad como una estrategia de la narrativa neoliberal para regresar a las mujeres al cuidado del hogar. ¿En qué consiste a grandes rasgos? La maternidad es un discurso muy viejo, sólo que cada era lo arropa con nuevas retóricas. Es un péndulo que se mueve en dos direcciones. En la medida en que las mujeres descubren el truco — es decir, cuando descubren que están siendo empujadas a la maternidad sin ningún tipo de ayuda y por tanto, se oponen a esas políticas— vuelve a haber una especie de reconfiguración discursiva para convencerlas de que tener muchos hijos es contribuir con el proyecto patrio, el sistema económico, incluso hasta un tema de fe. El periodo neoliberal reactiva el discurso promaterno ya que llama a la libertad del consumo, de decisión, del individualismo, pero al mismo tiempo, esa retórica demanda que la madre abandone el espacio profesional y la libre elección para volver a la casa. El discurso neoliberal requiere de un trabajo gratuito de servicio a los enfermos, a los niños, a los viejos. Se pide que la mujer tome un trabajo donde el estado ha abandonado sus funciones custodiales. Alguien se tiene que hacer cargo de ese cuidado y alguien debe hacerse cargo sin cobrar. Ésa es la trampa.

Selva Almada (1973, Argentina)

“El feminismo que me interesa, el que siento propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases”.

Obra:

Mal de muñecas, 2003. (Poesía); Niños, 2005. (Novela); Una chica de provincia, 2007. (Cuentos); El viento que arrasa, 2012. (Novela); Ladrillero, 2013. (Novela); Chicas muertas, 2014. (Crónica); El desapego es una manera de querernos, 2015. (Cuentos); El mono en el remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel, 2017.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

No hace mucho que me reconozco feminista. Creo que casi toda mi vida fui una feminista espontánea, pero no sabía si podía llamarme feminista. Escribir Chicas muertas y después, cuando el libro se publicó, ponerle el cuerpo, creo que terminó de confirmarme en el feminismo.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

En Argentina, y creo que en toda Latinoamérica, el feminismo es el movimiento político, social y cultural más importante en los últimos cincuenta años. Desde el peronismo, en Argentina no hubo un movimiento que irrumpiera con tanta fuerza y presencia como lo ha hecho el feminismo en los últimos tres o cuatro años. Claro, había feminismo antes: gran parte del camino recorrido se lo debemos a las mujeres, las lesbianas y las trans que nos precedieron. Me gustaría que no nos olvidemos que las hijas, las nietas, no surgieron por generación espontánea, antes que ellas, que nosotras, estuvieron estas otras activistas, grupos muy pequeños que salían a las calles cuando ser feminista era absolutamente resistido y absolutamente antipático. Aquí empezó a crecer con el “Ni una menos” y explotó con el debate por el derecho al aborto. El año pasado (2018) creo que todas entendimos que era el gran tema urgente del feminismo, que sin ese derecho esencial a decidir cuándo ser madre, no podíamos seguir hablando de otras cosas. El activismo feminista logró cosas que nunca antes: que el feminicidio entrara en la agenda del periodismo, ya no como un caso policial más, si no como una problemática social y que el aborto, que era un tema tabú, saliera finalmente del closet. Hoy mujeres que son abuelas pueden blanquear que ellas también abortaron alguna vez. Se debatió de aborto hasta en los programas de la farándula... eso fue maravilloso.

Sobre la creciente publicación de autoras mujeres, ¿consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Cuando anteponemos la palabra "mercado" a mí todo me genera una gran desconfianza. Si le interesa al mercado es porque vende, claro. Pero también que se venda, que haya una demanda de más libros feministas, quiere decir que hay un interés creciente en el tema. Me causa contradicciones. Yo creo que sí, es una estrategia de mercado. Sin ir más lejos hace poco el diario Clarín sacó una colección de libros feministas. Uno de mis libros está en esa colección. Y me da gusto no porque adhiera o comparta la ideología del diario, ni por el dinero que pueda generarme (que es muy poco porque estos libros son mucho más baratos que el mismo publicado por la editorial) si no porque tengo la fantasía de que el libro pueda llegar a otros lugares y a otro público. En ese sentido, que el feminismo le interese al mercado editorial, con todo el escozor que pueda producirnos, es la posibilidad de que esos libros estén en las vidrieras y no en los depósitos de las librerías; de que tengan su lugar en los suplementos culturales; de que, ojalá, lleguen a un público mucho más amplio y que ello sí signifique al final una mayor conciencia y reflexión sobre el tema.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

No milito en ningún movimiento en particular. Pero el feminismo que me interesa, el que siento como propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases. Imagínate que hasta el peón más maltratado por su patrón llega a su casa y tiene a alguien que está por debajo de él: su mujer. Como dice Yoko Ono: “la mujer es el negro del mundo” (no, no lo dijo Lennon, aunque lo haya escrito en una canción). Entonces no es posible o no me interesa, al menos, un feminismo que no contemple a las pobres, a las indias, a las mestizas... No es lo mismo ser una mujer en Buenos Aires que serlo en Salta (una de las provincias más católicas y conservadoras del país). Esas diferencias significan vulnerabilidades diferentes, menor acceso a la información y también a la justicia. En mi país hay una población indígena muy grande, completamente olvidada por el Estado, donde el grado de indefensión de esas mujeres es terrible: niñas violadas y obligadas a parir porque se les niega el aborto terapéutico (que es el legal); violaciones colectivas perpetradas por hombres blancos. Todo eso queda muy lejos de Buenos Aires, pero un feminismo que tenga sentido no puede ser indiferente a estas cuestiones.

¿Consideras que al tocar este tipo de temas en la literatura se podría crear mayor conciencia sobre un asunto normalizado? ¿Podría pensarse como una suerte de activismo?

La literatura escrita ad hoc para "hablar de tal cosa" no me interesa como lectora, te diría que me aleja inmediatamente. Me gusta encontrar en los relatos, en las novelas, en la poesía una mirada feminista del mundo, pero cuando está hecho a propósito me deja un poco fría. Por ejemplo, Enero, de Sara Gallardo, es una novela escrita hace 50 años, por una Sara Gallardo muy joven en ese momento, y puede leerse como un gran y hermoso alegato a favor del aborto. Sin embargo no creo que Sara Gallardo lo haya pensado como "su aporte al tema". Sara Gallardo escribió una novela en la que el drama de ese personaje es estar embarazada en una relación confusa, una violación sin que termine de reconocerse como tal, y querer deshacerse de eso que le está pasando y no conseguirlo. Cuando se publicó mi primera novela, en 2012, un periodista me dijo que yo dejaba muy mal paradas a las mujeres porque en la historia las dos madres, por distintas razones, están alejadas de sus hijos. Yo todavía no había publicado Chicas muertas ni me asociaban públicamente al feminismo. A mí me causó gracia su lectura, bastante machista por otro lado, pensando que las mujeres que son madres están condenadas a serlo de por vida, que no pueden decidir dejar a sus hijos como cualquier hombre. Hoy sería difícil que alguien leyera alguno de mis relatos sin la clave feminista. No sé si eso me gusta, no me esfuerzo para escribir novelas feministas porque de todos modos los universos que escribo están siempre atravesados por la mirada que yo tengo sobre las cosas.

El movimiento ha abierto un debate sobre si hay que dejar o no de consumir producciones artísticas (literatura, películas, obras de teatro) cuando sus creadores han sido denunciados por violencia o machismo. ¿Cuál es tu postura al respecto?

Para mí es un tema de reflexión constante y de charla con otras amigas... no estoy de acuerdo con los escraches porque no termino de ver adónde conducen y porque creo que no es lo mismo una violación que una insinuación, no es lo mismo sentirse incómoda, involucrarse en una situación incómoda como por ejemplo terminar acostándote con alguien sin ganas, que ser violentada, encerrada, golpeada. Y no es lo mismo que alguna de estas situaciones te ocurra a los 15 años que a los 20 o 25 (estoy hablando de lo que llamo situaciones incómodas, no de las violaciones claro está). Entonces en el afán del escrache todo se mezcla y da la impresión de que todo es lo mismo. Hace poco hubo una situación aquí con un poeta y editor que sería jurado en la Bienal de Arte Joven. Finalmente y tras la denuncia en su contra, el editor renunció como jurado ,pero la Bienal además separó a la editorial, conformada por otras personas. Es decir, por la conducta de una persona se dejó sin trabajo a otras, se enturbió el prestigio de una editorial y a quienes trabajan en ella. No estoy de acuerdo con la medida tomada por los organizadores de la Bienal, me parece una medida complaciente, correcta políticamente pero injusta. No leo libros de autores contemporáneos míos que sé que son violentos y machistas. Tampoco de los machistas aunque no tengan denuncias de violencia en su contra. No leo ni compro sus libros ni los recomiendo en mis talleres. ¿Por qué no de ellos y sí podría volver a leer Lolita? porque los contextos son diferentes. Estos autores están viviendo en la misma sociedad que yo, en el mismo tiempo que yo, entonces si no se sienten interpelados, si no pueden establecer un diálogo con esto que nos pasa, pues no me interesan en lo más mínimo.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

Creo que el feminismo me ha transformado sobre todo como lectora. Me di cuenta de que me había formado leyendo a escritores varones y que había todo un universo de libros escritos por mujeres que yo desconocía. Y como escritora, o como persona en realidad, el feminismo me ha llevado a involucrarme activamente, a reflexionar constantemente, a criticarme algunas prácticas también...

¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento?

Me gustaría que siguiera expandiéndose, multiplicándose... quiero creer que el futuro será feminista porque el feminismo es por ahora y para mí la manera más justa y hermosa de entender el mundo.

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Literatura y feminismo

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Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Es momento de que la voz masculina, que dominó durante siglos, guarde silencio, pero sobre todo de que escuche. Es momento de salir a las calles, a gritar, a exigir, a pintar paredes, a denunciar. No es venganza, es hartazgo, son ganas de visibilizar y destruir los hilos de una narrativa que pesa: la de los ganadores y las perdedoras. Es momento de sumarse a la guerra que nunca buscamos pero que es necesario pelear porque, como dice Virgine Despentes en su potente Teoría de King Kong, se trata de una batalla en la que todos perdemos. Es momento, como diría la autora nigeriana Chimamanda Ngozi, de dejar atrás los estereotipos alrededor de la construcción feminista. Es el momento de apoderarse de la conversación y convertirnos en dueñas y constructoras de una nueva narrativa. Parte importante de esa nueva construcción está en el trabajo de estas escritoras hispanas que desmenuzan el momento histórico a través de sus plumas. Porque tanto aquí en México, como en Chile, en Argentina o en Ecuador, las mujeres seguimos atravesadas por discursos paralizantes. Estas son las ideas de seis mujeres que abrazan el feminismo a través de las letras.

Cristina Morales (1985, España)

“Soy defensora de la invisibilización”.

Obra:

La merienda de las niñas, 2008; Los combatientes, 2013; Malas palabras, 2015; Terroristas modernos, 2017 y Lectura fácil, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Se trató de todo un proceso, pero sí recuerdo que uno de los episodios más reveladores ocurrió en Barcelona, en 2014. María Galindo fue a dar una charla en un museo de Barcelona y salí con lágrimas en los ojos, llena de revelaciones, de significados para mí hasta entonces ocultos, de resignificación de relaciones para mí naturalizadas y llamadas con su nombre y apellido. También puedo referir charlas con amigas, eso coincide mucho con mi etapa en Barcelona —llegué a esa ciudad cuando tenía 27 años— que es una ciudad en donde me politizo bastante en torno a un pensamiento libertario y anarquista. Hasta ese momento mi proceso de politización era bastante intuitivo, libertad sexual entendiéndolo como esquema de reproducción machista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Particularmente en el mercado literario, el hecho de que haya más mujeres publicadas no significa que haya un avance feminista. Hay quienes piensan que estamos llegando a un cambio de paradigma de la apreciación de las mujeres, pero otras pensamos que se trata de una moda. Desgraciadamente, el mercado, aliado con el estado, se ocupa de cooptar movimientos emancipadores, llámense feministas o ecologistas o cualquier otro, para su beneficio. Al menos lo que se refiere al mundo literario español, éste responde a los intereses del mercado editorial, de vender libros. No existe el feminismo de estado, no es emancipador ni interseccional. Es una lucha cooptada, instrumentalizada y por tanto neutralizada. Hay que buscar nuestros espacios en vez de esperar que el foro sea creado por otros.

¿Cómo aprovechar este momento para una transformación más radical?

Diría que no hay que explotarlo para la visibilización, soy más bien defensora de la invisibilización. Es decir, que las acciones de una facción política no sean las visibles, sino las invisibles. Una buena amiga que me ha politizado en el feminismo me decía que hay que tirar la piedra y esconder la mano para poder tirar la piedra otra vez, si no te la cortan. En mi caso, no es nada cómoda la posición de verse como parte de una “generación” o siendo la “voz” de algo o alguien. Sólo hablo por mí. No me parece cómodo que unas cuantas estemos arriba de un pedestal, porque al estarlo proyectamos una sombra. Hay que renunciar a los privilegios. ¿Cuál sería el escenario transformador que te gustaría ver? Hay una frase de María Galindo que decía: no hay libertad política si no hay libertad sexual. Entiendo que en un lugar ideal, si nos ponemos en esa fantasía, sería aquél en el que reconocemos nuestro deseo, que no es únicamente sexual, en todos los planos de la vida. Más allá de la pulsión sexual que determinan las estructuras de poder, una situación ideal sería que nosotras como mujeres podamos ser capaces de identificar nuestro deseo no mediatizado por los deseos del varón; sino que lo digamos, lo reconozcamos, lo ideemos, lo potenciemos y lo llevemos a término.

Luna Miguel (1990, España)

"El feminismo me ha hecho entender que lo que escribo no es ‘intimidad para mujeres’".

Obra:

Estar enfermo, 2010. (Poesía); Pensamientos estériles, 2011. (Poesía); La tumba del marinero, 2013. (Poesía); Los estómagos, 2015. (Poesía); El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina, 2016. (Ensayo); El arrecife de las sirenas, 2017. (Poesía); El funeral de Lolita, 2018. (Novela).

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Llegué tarde al feminismo. Antes de cumplir 20 años ya había leído, aprendido y reflexionado con las obras de Virginie Despentes, Marilyn French o Virginia Woolf, pero nunca me había atrevido a denominarme “feminista” por miedo a qué pensarían los demás o por simple desconocimiento de la lucha. Fue gracias a la periodista argentina, Luciana Peker, que me habló sobre feminicidios en su país y sobre cuál creía que era su papel como periodista al hablar de ellos. Aprendí muchísimo a su lado en un congreso de periodismo. Antes había leído todos los libros de la colección de feminismo en Melusina… y a Marilyn French, y a Virginia Woolf, y a Sylvia Plath y a Anne Sexton, que ya me habían hecho despertar, aunque aún no me atreviera a considerarme despierta. Necesité que alguien que no era una voz en un libro me hablara de tú a tú y me explicara por qué era importante que reflexionara sobre ello y reclamara mis derechos. Le debo mucho a Peker.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Creo que es un momento que tiene cosas buenas. El denominado feminismo pop ha conseguido sacar al término y a la lucha de las academias y llegar hasta ojos de muchas personas que no habían reflexionado jamás sobre cuestiones de género o poder, como fue mi caso. Ahora ese miedo se ha acabado y se ha convertido en voluntad de seguir aprendiendo y cuestionándome a mí misma o al mundo. Eso sí, con el crecimiento de esta ola y de este sentimiento también ha venido una respuesta: lo vemos cada día con burlas, amenazas, muertes más violentas, ensañamiento por parte de personas que no quieren que las cosas cambien… Debemos estar preparadas. Que lo pop sea una herramienta de difusión, pero que no nos quedemos en la superficie y podamos seguir luchando. ¿Te identificas con alguna facción de feminismo? Si/No, ¿por qué? Me identifico con voces muy diferentes más que con facciones. Las voces a las que leo para aprender y descubrir son muchas y variadas, y puede que a veces no esté completamente de acuerdo con sus planteamientos, pero nadie ha dicho que haya que estar de acuerdo en todo. Me identifico con Luciana Peker, Ana Requena, Gabriela Wiener, Koleka Putuma, Virginie Despentes, Paul B. Preciado, Roxane Gay, Aixa de la Cruz, Lucía Lijtmaer, Carolina Sanín, María Riot, Alana Portero, Paula Bonet… y muchas más.

¿Qué significa que el mercado editorial esté publicando a más mujeres?

Evidentemente el mercado editorial ha sabido aprovecharse de este momento, lo cual no quita que fuera una absoluta necesidad que pasara lo que está pasando. Estoy de acuerdo en que es una moda, pero estoy más de acuerdo aún en que es justicia. Poder leer a mujeres que antes no eran publicadas, poder reflexionar sobre cuestiones que antes eran ignoradas… También es importante que nosotras mismas como periodistas, editoras o autoras, tomemos conciencia y pensemos en publicaciones útiles y no en sumar lo que podría ser sólo ruido. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Me ha hecho entender que lo que escribo no es “intimidad para mujeres”, que no soy “una jovencita bloguera”, que “debería ser musa”, que “el color de mis labios blablá”… sino que mi literatura puede llegar a ser tan importante como la de cualquier otro humano de mi generación. ¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento? Me gustaría que no se detuviera. Que este despertar sirva también para cuestionarnos los grandes males de nuestras sociedades: el racismo, el clasismo, el cambio climático. Nos toca pelear. Y mucho.

Fernanda Melchor (1982, México)

“El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía”.

Obra:

Aquí no es Miami, 2013; Falsa liebre, 2013; Temporada de Huracanes, 2017.

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

De pequeña odiaba ser mujer. O más bien odiaba el modelo de feminidad que me imponían. Odiaba tener que hacer quehaceres sólo por ser mujer, o tener que vestir de determinada manera, sólo por ser mujer, y en general deploraba la falta de libertad y de horizontes que yo veía en la condición femenina. Lo que yo hacía y sentía, lo que yo quería hacer de mi vida no coincidía con la forma de ser que como mujer se me exigía en el mundo donde crecí, así que asumí que yo no era una mujer femenina, que era extraña, porque no me conformaba. No era tanto que quisiera ser hombre sino que envidiaba la libertad de la que los hombres gozaban, y tardé muchos años en darme cuenta de que mi forma de ser mujer también es muy femenina, a su propia manera, que no hay una sola forma de ser mujer. Y todo cambió en el 2012, cuando conocí a mi hija, y el deseo de que ella pudiera ser libre y feliz, sin sentirse menos por ser mujer, sin detestar su feminidad o dudar de ella, fue la que me hizo adentrarme un poco más en el movimiento, comenzar a escuchar a otras mujeres, incluir temas feministas en mis escritos y aceptarme públicamente como feminista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

No sé si podría hacer un balance como tal. Creo que gracias a las redes sociales el feminismo ha llegado a lugares donde antes no hubiera podido llegar. Creo que hoy en día cada vez hay más personas que no sólo son capaces de reconocer la exclusión y la discriminación cuando la perciben, sino que también están dispuestas a denunciar estos fenómenos y discutirlos públicamente. Pero siento también que ésta es una situación que en cualquier momento puede cambiar, como lo hemos visto en el reiterado caso de las victorias legislativas que prohíben la libre decisión de las mujeres sobre su cuerpo. Hay que luchar para que no sea así, para que los derechos y la conciencia de la inviolabilidad de estos derechos no se pierdan. Esto implica, creo, salir de las redes sociales y llevarlo a la calle, a la gente.

Hay una creciente publicación de autoras mujeres y títulos sobre feminismo. ¿Consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Creo que ahora hay una mayor consciencia y apertura, tanto de parte de los editores como del público lector, de que las mujeres también tenemos cosas interesantes que decir, y formas interesantes de hacerlo. Pero siguen existiendo muchísimos círculos y grupos literarios que excluyen a las mujeres, o que delegan sus aportaciones a la literatura a lugares marginales.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

Me gusta aprender de todos los feminismos, conocer sus puntos de vista. No creo haber leído tanto como para poder inscribirme en alguna facción. Por razones personales, tampoco marcho ni me manifiesto públicamente, de otra forma que no sea asumir mis convicciones en entrevistas o eventos públicos.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía. Siempre estaba tratando de compararme con colegas varones, siempre pensaba que ellos tenían los mejores consejos, que debía obtener su aprobación para poder se escritora. Ahora confío un poco más en lo que hago y me siento más cómoda dentro de mi piel, de mi cuerpo.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor.

¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras?

Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

Lina Meruane (1970, Chile)

"Como mujeres hay que pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y privilegio”.

Obra:

Las infantas, 1998. (Novela) Póstuma, 2001. (Novela); Cercada, 2000. (Novela); Fruta podrida, 2007. (Novela); Sangre en el ojo, 2012. (Novela); Sistema nervioso, 2018. (Novela); Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del sida, 2014. (Ensayo); Volverse palestina, 2013. (Ensayo); Contra los hijos, 2014. (Ensayo)

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

Tuve una educación en un feminismo pasivo. Mi abuela estudió derecho y me impactó su foto de egreso. Eran dos mujeres en dos sillitas y luego 300 hombres de pie y en traje alrededor. Mi abuela, además, es una mujer que se divorció en una época en que las mujeres no debían divorciarse. Las trataban como mujeres sexualmente disponibles. Pagó un precio por su independencia. Desde que tengo consciencia tuve mucho admiración por ella. Luego estaba la figura de mi madre, que estudió medicina cuando las mujeres a esa edad se estaban casando y teniendo hijos. Esperó su propia maternidad. Mi madre tuvo a mi hermano a los 27 años, pero eso ya era muy tarde en esa época. Tengo recuerdos de esos relatos, de mi abuela, de mi madre, las maneras en que mi madre educó a lo feminista a mi papá. Siempre tuve un padre muy colaborador que se dividía los roles domésticos, tenía una formación feminista que no venía rodeado con un discurso político, pero sí con una micropolítica. Después, en la universidad, estuve un año de intercambio en Estados Unidos, en un college de mujeres cerca de Boston. Tomé cursos muy radicales de feminismo que me hicieron interesarme en las políticas feministas y que me hicieron entender que había toda una política detrás. Diferentes maneras de reflexionar sobre el lugar de las mujeres en el espacio público.

¿Cuál es tu balance del momento actual que atraviesa el feminismo?

Creo que en la última década ha crecido el interés en el tema, sobre todo porque se han sumado mujeres más jóvenes. Las mujeres de mi generación creíamos que ya se habían solucionado muchos problemas, pero con el advenimiento de la ultraderecha, con sus potenciales discursos antifemeninos y antifeministas y con el aumento de la visibilización de la violencia de las mujeres en el espacio público y en el privado gracias al auge de las redes, nos hemos dado cuenta que no. La alegría de algunas libertades alcanzadas no les llegó a todas las mujeres. Por otro lado, también es cierto que hay una apropiación del discurso feminista y ahora cualquiera se puede declarar feminista, lo que me produce bastante furia. Hace poco leía a Jessa Crispin, quien tiene un libro titulado Por qué no soy feminista que expone lo que el feminismo no es, como acceder a ciertos puestos de responsabilidad o cosechar logros individuales. Es decir, no hay que pensar en nosotras mismas y nuestros logros, sino en cambiar la estructura para que más y todas accedan a esos mismos beneficios. Me parece que es un argumento importante exigirnos como mujeres pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y lugar. ¿Te identificas con alguna facción feminista? No me he afiliado a una corriente específica del feminismo porque quiero resguardar mi posibilidad de disentir. No pienso en el feminismo como quien milita en un partido, sino en una lógica mucho más amplia que me permita pensar críticamente en perspectivas diferentes. No hay que olvidar que los feminismos están fechados: el de igualdad, el de diferencia, el ecologista, todos responden a un contexto de producción específico. Hay cuestiones de cada uno de ellos que mantienen sentido y otros no tanto. Hay algunos feminismos que son más castigadores del gozo, son más punitivos, más eurocéntricos, pensados desde clases altas, mujeres blancas, con cierto privilegio. Cada feminismo necesita una contextualización y autocrítica. Contra los hijos es un ensayo que pone en tela de juicio el rol de la maternidad como una estrategia de la narrativa neoliberal para regresar a las mujeres al cuidado del hogar. ¿En qué consiste a grandes rasgos? La maternidad es un discurso muy viejo, sólo que cada era lo arropa con nuevas retóricas. Es un péndulo que se mueve en dos direcciones. En la medida en que las mujeres descubren el truco — es decir, cuando descubren que están siendo empujadas a la maternidad sin ningún tipo de ayuda y por tanto, se oponen a esas políticas— vuelve a haber una especie de reconfiguración discursiva para convencerlas de que tener muchos hijos es contribuir con el proyecto patrio, el sistema económico, incluso hasta un tema de fe. El periodo neoliberal reactiva el discurso promaterno ya que llama a la libertad del consumo, de decisión, del individualismo, pero al mismo tiempo, esa retórica demanda que la madre abandone el espacio profesional y la libre elección para volver a la casa. El discurso neoliberal requiere de un trabajo gratuito de servicio a los enfermos, a los niños, a los viejos. Se pide que la mujer tome un trabajo donde el estado ha abandonado sus funciones custodiales. Alguien se tiene que hacer cargo de ese cuidado y alguien debe hacerse cargo sin cobrar. Ésa es la trampa.

Selva Almada (1973, Argentina)

“El feminismo que me interesa, el que siento propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases”.

Obra:

Mal de muñecas, 2003. (Poesía); Niños, 2005. (Novela); Una chica de provincia, 2007. (Cuentos); El viento que arrasa, 2012. (Novela); Ladrillero, 2013. (Novela); Chicas muertas, 2014. (Crónica); El desapego es una manera de querernos, 2015. (Cuentos); El mono en el remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel, 2017.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

No hace mucho que me reconozco feminista. Creo que casi toda mi vida fui una feminista espontánea, pero no sabía si podía llamarme feminista. Escribir Chicas muertas y después, cuando el libro se publicó, ponerle el cuerpo, creo que terminó de confirmarme en el feminismo.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

En Argentina, y creo que en toda Latinoamérica, el feminismo es el movimiento político, social y cultural más importante en los últimos cincuenta años. Desde el peronismo, en Argentina no hubo un movimiento que irrumpiera con tanta fuerza y presencia como lo ha hecho el feminismo en los últimos tres o cuatro años. Claro, había feminismo antes: gran parte del camino recorrido se lo debemos a las mujeres, las lesbianas y las trans que nos precedieron. Me gustaría que no nos olvidemos que las hijas, las nietas, no surgieron por generación espontánea, antes que ellas, que nosotras, estuvieron estas otras activistas, grupos muy pequeños que salían a las calles cuando ser feminista era absolutamente resistido y absolutamente antipático. Aquí empezó a crecer con el “Ni una menos” y explotó con el debate por el derecho al aborto. El año pasado (2018) creo que todas entendimos que era el gran tema urgente del feminismo, que sin ese derecho esencial a decidir cuándo ser madre, no podíamos seguir hablando de otras cosas. El activismo feminista logró cosas que nunca antes: que el feminicidio entrara en la agenda del periodismo, ya no como un caso policial más, si no como una problemática social y que el aborto, que era un tema tabú, saliera finalmente del closet. Hoy mujeres que son abuelas pueden blanquear que ellas también abortaron alguna vez. Se debatió de aborto hasta en los programas de la farándula... eso fue maravilloso.

Sobre la creciente publicación de autoras mujeres, ¿consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Cuando anteponemos la palabra "mercado" a mí todo me genera una gran desconfianza. Si le interesa al mercado es porque vende, claro. Pero también que se venda, que haya una demanda de más libros feministas, quiere decir que hay un interés creciente en el tema. Me causa contradicciones. Yo creo que sí, es una estrategia de mercado. Sin ir más lejos hace poco el diario Clarín sacó una colección de libros feministas. Uno de mis libros está en esa colección. Y me da gusto no porque adhiera o comparta la ideología del diario, ni por el dinero que pueda generarme (que es muy poco porque estos libros son mucho más baratos que el mismo publicado por la editorial) si no porque tengo la fantasía de que el libro pueda llegar a otros lugares y a otro público. En ese sentido, que el feminismo le interese al mercado editorial, con todo el escozor que pueda producirnos, es la posibilidad de que esos libros estén en las vidrieras y no en los depósitos de las librerías; de que tengan su lugar en los suplementos culturales; de que, ojalá, lleguen a un público mucho más amplio y que ello sí signifique al final una mayor conciencia y reflexión sobre el tema.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

No milito en ningún movimiento en particular. Pero el feminismo que me interesa, el que siento como propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases. Imagínate que hasta el peón más maltratado por su patrón llega a su casa y tiene a alguien que está por debajo de él: su mujer. Como dice Yoko Ono: “la mujer es el negro del mundo” (no, no lo dijo Lennon, aunque lo haya escrito en una canción). Entonces no es posible o no me interesa, al menos, un feminismo que no contemple a las pobres, a las indias, a las mestizas... No es lo mismo ser una mujer en Buenos Aires que serlo en Salta (una de las provincias más católicas y conservadoras del país). Esas diferencias significan vulnerabilidades diferentes, menor acceso a la información y también a la justicia. En mi país hay una población indígena muy grande, completamente olvidada por el Estado, donde el grado de indefensión de esas mujeres es terrible: niñas violadas y obligadas a parir porque se les niega el aborto terapéutico (que es el legal); violaciones colectivas perpetradas por hombres blancos. Todo eso queda muy lejos de Buenos Aires, pero un feminismo que tenga sentido no puede ser indiferente a estas cuestiones.

¿Consideras que al tocar este tipo de temas en la literatura se podría crear mayor conciencia sobre un asunto normalizado? ¿Podría pensarse como una suerte de activismo?

La literatura escrita ad hoc para "hablar de tal cosa" no me interesa como lectora, te diría que me aleja inmediatamente. Me gusta encontrar en los relatos, en las novelas, en la poesía una mirada feminista del mundo, pero cuando está hecho a propósito me deja un poco fría. Por ejemplo, Enero, de Sara Gallardo, es una novela escrita hace 50 años, por una Sara Gallardo muy joven en ese momento, y puede leerse como un gran y hermoso alegato a favor del aborto. Sin embargo no creo que Sara Gallardo lo haya pensado como "su aporte al tema". Sara Gallardo escribió una novela en la que el drama de ese personaje es estar embarazada en una relación confusa, una violación sin que termine de reconocerse como tal, y querer deshacerse de eso que le está pasando y no conseguirlo. Cuando se publicó mi primera novela, en 2012, un periodista me dijo que yo dejaba muy mal paradas a las mujeres porque en la historia las dos madres, por distintas razones, están alejadas de sus hijos. Yo todavía no había publicado Chicas muertas ni me asociaban públicamente al feminismo. A mí me causó gracia su lectura, bastante machista por otro lado, pensando que las mujeres que son madres están condenadas a serlo de por vida, que no pueden decidir dejar a sus hijos como cualquier hombre. Hoy sería difícil que alguien leyera alguno de mis relatos sin la clave feminista. No sé si eso me gusta, no me esfuerzo para escribir novelas feministas porque de todos modos los universos que escribo están siempre atravesados por la mirada que yo tengo sobre las cosas.

El movimiento ha abierto un debate sobre si hay que dejar o no de consumir producciones artísticas (literatura, películas, obras de teatro) cuando sus creadores han sido denunciados por violencia o machismo. ¿Cuál es tu postura al respecto?

Para mí es un tema de reflexión constante y de charla con otras amigas... no estoy de acuerdo con los escraches porque no termino de ver adónde conducen y porque creo que no es lo mismo una violación que una insinuación, no es lo mismo sentirse incómoda, involucrarse en una situación incómoda como por ejemplo terminar acostándote con alguien sin ganas, que ser violentada, encerrada, golpeada. Y no es lo mismo que alguna de estas situaciones te ocurra a los 15 años que a los 20 o 25 (estoy hablando de lo que llamo situaciones incómodas, no de las violaciones claro está). Entonces en el afán del escrache todo se mezcla y da la impresión de que todo es lo mismo. Hace poco hubo una situación aquí con un poeta y editor que sería jurado en la Bienal de Arte Joven. Finalmente y tras la denuncia en su contra, el editor renunció como jurado ,pero la Bienal además separó a la editorial, conformada por otras personas. Es decir, por la conducta de una persona se dejó sin trabajo a otras, se enturbió el prestigio de una editorial y a quienes trabajan en ella. No estoy de acuerdo con la medida tomada por los organizadores de la Bienal, me parece una medida complaciente, correcta políticamente pero injusta. No leo libros de autores contemporáneos míos que sé que son violentos y machistas. Tampoco de los machistas aunque no tengan denuncias de violencia en su contra. No leo ni compro sus libros ni los recomiendo en mis talleres. ¿Por qué no de ellos y sí podría volver a leer Lolita? porque los contextos son diferentes. Estos autores están viviendo en la misma sociedad que yo, en el mismo tiempo que yo, entonces si no se sienten interpelados, si no pueden establecer un diálogo con esto que nos pasa, pues no me interesan en lo más mínimo.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

Creo que el feminismo me ha transformado sobre todo como lectora. Me di cuenta de que me había formado leyendo a escritores varones y que había todo un universo de libros escritos por mujeres que yo desconocía. Y como escritora, o como persona en realidad, el feminismo me ha llevado a involucrarme activamente, a reflexionar constantemente, a criticarme algunas prácticas también...

¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento?

Me gustaría que siguiera expandiéndose, multiplicándose... quiero creer que el futuro será feminista porque el feminismo es por ahora y para mí la manera más justa y hermosa de entender el mundo.

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Literatura y feminismo

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Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Es momento de que la voz masculina, que dominó durante siglos, guarde silencio, pero sobre todo de que escuche. Es momento de salir a las calles, a gritar, a exigir, a pintar paredes, a denunciar. No es venganza, es hartazgo, son ganas de visibilizar y destruir los hilos de una narrativa que pesa: la de los ganadores y las perdedoras. Es momento de sumarse a la guerra que nunca buscamos pero que es necesario pelear porque, como dice Virgine Despentes en su potente Teoría de King Kong, se trata de una batalla en la que todos perdemos. Es momento, como diría la autora nigeriana Chimamanda Ngozi, de dejar atrás los estereotipos alrededor de la construcción feminista. Es el momento de apoderarse de la conversación y convertirnos en dueñas y constructoras de una nueva narrativa. Parte importante de esa nueva construcción está en el trabajo de estas escritoras hispanas que desmenuzan el momento histórico a través de sus plumas. Porque tanto aquí en México, como en Chile, en Argentina o en Ecuador, las mujeres seguimos atravesadas por discursos paralizantes. Estas son las ideas de seis mujeres que abrazan el feminismo a través de las letras.

Cristina Morales (1985, España)

“Soy defensora de la invisibilización”.

Obra:

La merienda de las niñas, 2008; Los combatientes, 2013; Malas palabras, 2015; Terroristas modernos, 2017 y Lectura fácil, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Se trató de todo un proceso, pero sí recuerdo que uno de los episodios más reveladores ocurrió en Barcelona, en 2014. María Galindo fue a dar una charla en un museo de Barcelona y salí con lágrimas en los ojos, llena de revelaciones, de significados para mí hasta entonces ocultos, de resignificación de relaciones para mí naturalizadas y llamadas con su nombre y apellido. También puedo referir charlas con amigas, eso coincide mucho con mi etapa en Barcelona —llegué a esa ciudad cuando tenía 27 años— que es una ciudad en donde me politizo bastante en torno a un pensamiento libertario y anarquista. Hasta ese momento mi proceso de politización era bastante intuitivo, libertad sexual entendiéndolo como esquema de reproducción machista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Particularmente en el mercado literario, el hecho de que haya más mujeres publicadas no significa que haya un avance feminista. Hay quienes piensan que estamos llegando a un cambio de paradigma de la apreciación de las mujeres, pero otras pensamos que se trata de una moda. Desgraciadamente, el mercado, aliado con el estado, se ocupa de cooptar movimientos emancipadores, llámense feministas o ecologistas o cualquier otro, para su beneficio. Al menos lo que se refiere al mundo literario español, éste responde a los intereses del mercado editorial, de vender libros. No existe el feminismo de estado, no es emancipador ni interseccional. Es una lucha cooptada, instrumentalizada y por tanto neutralizada. Hay que buscar nuestros espacios en vez de esperar que el foro sea creado por otros.

¿Cómo aprovechar este momento para una transformación más radical?

Diría que no hay que explotarlo para la visibilización, soy más bien defensora de la invisibilización. Es decir, que las acciones de una facción política no sean las visibles, sino las invisibles. Una buena amiga que me ha politizado en el feminismo me decía que hay que tirar la piedra y esconder la mano para poder tirar la piedra otra vez, si no te la cortan. En mi caso, no es nada cómoda la posición de verse como parte de una “generación” o siendo la “voz” de algo o alguien. Sólo hablo por mí. No me parece cómodo que unas cuantas estemos arriba de un pedestal, porque al estarlo proyectamos una sombra. Hay que renunciar a los privilegios. ¿Cuál sería el escenario transformador que te gustaría ver? Hay una frase de María Galindo que decía: no hay libertad política si no hay libertad sexual. Entiendo que en un lugar ideal, si nos ponemos en esa fantasía, sería aquél en el que reconocemos nuestro deseo, que no es únicamente sexual, en todos los planos de la vida. Más allá de la pulsión sexual que determinan las estructuras de poder, una situación ideal sería que nosotras como mujeres podamos ser capaces de identificar nuestro deseo no mediatizado por los deseos del varón; sino que lo digamos, lo reconozcamos, lo ideemos, lo potenciemos y lo llevemos a término.

Luna Miguel (1990, España)

"El feminismo me ha hecho entender que lo que escribo no es ‘intimidad para mujeres’".

Obra:

Estar enfermo, 2010. (Poesía); Pensamientos estériles, 2011. (Poesía); La tumba del marinero, 2013. (Poesía); Los estómagos, 2015. (Poesía); El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina, 2016. (Ensayo); El arrecife de las sirenas, 2017. (Poesía); El funeral de Lolita, 2018. (Novela).

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Llegué tarde al feminismo. Antes de cumplir 20 años ya había leído, aprendido y reflexionado con las obras de Virginie Despentes, Marilyn French o Virginia Woolf, pero nunca me había atrevido a denominarme “feminista” por miedo a qué pensarían los demás o por simple desconocimiento de la lucha. Fue gracias a la periodista argentina, Luciana Peker, que me habló sobre feminicidios en su país y sobre cuál creía que era su papel como periodista al hablar de ellos. Aprendí muchísimo a su lado en un congreso de periodismo. Antes había leído todos los libros de la colección de feminismo en Melusina… y a Marilyn French, y a Virginia Woolf, y a Sylvia Plath y a Anne Sexton, que ya me habían hecho despertar, aunque aún no me atreviera a considerarme despierta. Necesité que alguien que no era una voz en un libro me hablara de tú a tú y me explicara por qué era importante que reflexionara sobre ello y reclamara mis derechos. Le debo mucho a Peker.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Creo que es un momento que tiene cosas buenas. El denominado feminismo pop ha conseguido sacar al término y a la lucha de las academias y llegar hasta ojos de muchas personas que no habían reflexionado jamás sobre cuestiones de género o poder, como fue mi caso. Ahora ese miedo se ha acabado y se ha convertido en voluntad de seguir aprendiendo y cuestionándome a mí misma o al mundo. Eso sí, con el crecimiento de esta ola y de este sentimiento también ha venido una respuesta: lo vemos cada día con burlas, amenazas, muertes más violentas, ensañamiento por parte de personas que no quieren que las cosas cambien… Debemos estar preparadas. Que lo pop sea una herramienta de difusión, pero que no nos quedemos en la superficie y podamos seguir luchando. ¿Te identificas con alguna facción de feminismo? Si/No, ¿por qué? Me identifico con voces muy diferentes más que con facciones. Las voces a las que leo para aprender y descubrir son muchas y variadas, y puede que a veces no esté completamente de acuerdo con sus planteamientos, pero nadie ha dicho que haya que estar de acuerdo en todo. Me identifico con Luciana Peker, Ana Requena, Gabriela Wiener, Koleka Putuma, Virginie Despentes, Paul B. Preciado, Roxane Gay, Aixa de la Cruz, Lucía Lijtmaer, Carolina Sanín, María Riot, Alana Portero, Paula Bonet… y muchas más.

¿Qué significa que el mercado editorial esté publicando a más mujeres?

Evidentemente el mercado editorial ha sabido aprovecharse de este momento, lo cual no quita que fuera una absoluta necesidad que pasara lo que está pasando. Estoy de acuerdo en que es una moda, pero estoy más de acuerdo aún en que es justicia. Poder leer a mujeres que antes no eran publicadas, poder reflexionar sobre cuestiones que antes eran ignoradas… También es importante que nosotras mismas como periodistas, editoras o autoras, tomemos conciencia y pensemos en publicaciones útiles y no en sumar lo que podría ser sólo ruido. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Me ha hecho entender que lo que escribo no es “intimidad para mujeres”, que no soy “una jovencita bloguera”, que “debería ser musa”, que “el color de mis labios blablá”… sino que mi literatura puede llegar a ser tan importante como la de cualquier otro humano de mi generación. ¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento? Me gustaría que no se detuviera. Que este despertar sirva también para cuestionarnos los grandes males de nuestras sociedades: el racismo, el clasismo, el cambio climático. Nos toca pelear. Y mucho.

Fernanda Melchor (1982, México)

“El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía”.

Obra:

Aquí no es Miami, 2013; Falsa liebre, 2013; Temporada de Huracanes, 2017.

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

De pequeña odiaba ser mujer. O más bien odiaba el modelo de feminidad que me imponían. Odiaba tener que hacer quehaceres sólo por ser mujer, o tener que vestir de determinada manera, sólo por ser mujer, y en general deploraba la falta de libertad y de horizontes que yo veía en la condición femenina. Lo que yo hacía y sentía, lo que yo quería hacer de mi vida no coincidía con la forma de ser que como mujer se me exigía en el mundo donde crecí, así que asumí que yo no era una mujer femenina, que era extraña, porque no me conformaba. No era tanto que quisiera ser hombre sino que envidiaba la libertad de la que los hombres gozaban, y tardé muchos años en darme cuenta de que mi forma de ser mujer también es muy femenina, a su propia manera, que no hay una sola forma de ser mujer. Y todo cambió en el 2012, cuando conocí a mi hija, y el deseo de que ella pudiera ser libre y feliz, sin sentirse menos por ser mujer, sin detestar su feminidad o dudar de ella, fue la que me hizo adentrarme un poco más en el movimiento, comenzar a escuchar a otras mujeres, incluir temas feministas en mis escritos y aceptarme públicamente como feminista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

No sé si podría hacer un balance como tal. Creo que gracias a las redes sociales el feminismo ha llegado a lugares donde antes no hubiera podido llegar. Creo que hoy en día cada vez hay más personas que no sólo son capaces de reconocer la exclusión y la discriminación cuando la perciben, sino que también están dispuestas a denunciar estos fenómenos y discutirlos públicamente. Pero siento también que ésta es una situación que en cualquier momento puede cambiar, como lo hemos visto en el reiterado caso de las victorias legislativas que prohíben la libre decisión de las mujeres sobre su cuerpo. Hay que luchar para que no sea así, para que los derechos y la conciencia de la inviolabilidad de estos derechos no se pierdan. Esto implica, creo, salir de las redes sociales y llevarlo a la calle, a la gente.

Hay una creciente publicación de autoras mujeres y títulos sobre feminismo. ¿Consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Creo que ahora hay una mayor consciencia y apertura, tanto de parte de los editores como del público lector, de que las mujeres también tenemos cosas interesantes que decir, y formas interesantes de hacerlo. Pero siguen existiendo muchísimos círculos y grupos literarios que excluyen a las mujeres, o que delegan sus aportaciones a la literatura a lugares marginales.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

Me gusta aprender de todos los feminismos, conocer sus puntos de vista. No creo haber leído tanto como para poder inscribirme en alguna facción. Por razones personales, tampoco marcho ni me manifiesto públicamente, de otra forma que no sea asumir mis convicciones en entrevistas o eventos públicos.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía. Siempre estaba tratando de compararme con colegas varones, siempre pensaba que ellos tenían los mejores consejos, que debía obtener su aprobación para poder se escritora. Ahora confío un poco más en lo que hago y me siento más cómoda dentro de mi piel, de mi cuerpo.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor.

¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras?

Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

Lina Meruane (1970, Chile)

"Como mujeres hay que pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y privilegio”.

Obra:

Las infantas, 1998. (Novela) Póstuma, 2001. (Novela); Cercada, 2000. (Novela); Fruta podrida, 2007. (Novela); Sangre en el ojo, 2012. (Novela); Sistema nervioso, 2018. (Novela); Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del sida, 2014. (Ensayo); Volverse palestina, 2013. (Ensayo); Contra los hijos, 2014. (Ensayo)

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

Tuve una educación en un feminismo pasivo. Mi abuela estudió derecho y me impactó su foto de egreso. Eran dos mujeres en dos sillitas y luego 300 hombres de pie y en traje alrededor. Mi abuela, además, es una mujer que se divorció en una época en que las mujeres no debían divorciarse. Las trataban como mujeres sexualmente disponibles. Pagó un precio por su independencia. Desde que tengo consciencia tuve mucho admiración por ella. Luego estaba la figura de mi madre, que estudió medicina cuando las mujeres a esa edad se estaban casando y teniendo hijos. Esperó su propia maternidad. Mi madre tuvo a mi hermano a los 27 años, pero eso ya era muy tarde en esa época. Tengo recuerdos de esos relatos, de mi abuela, de mi madre, las maneras en que mi madre educó a lo feminista a mi papá. Siempre tuve un padre muy colaborador que se dividía los roles domésticos, tenía una formación feminista que no venía rodeado con un discurso político, pero sí con una micropolítica. Después, en la universidad, estuve un año de intercambio en Estados Unidos, en un college de mujeres cerca de Boston. Tomé cursos muy radicales de feminismo que me hicieron interesarme en las políticas feministas y que me hicieron entender que había toda una política detrás. Diferentes maneras de reflexionar sobre el lugar de las mujeres en el espacio público.

¿Cuál es tu balance del momento actual que atraviesa el feminismo?

Creo que en la última década ha crecido el interés en el tema, sobre todo porque se han sumado mujeres más jóvenes. Las mujeres de mi generación creíamos que ya se habían solucionado muchos problemas, pero con el advenimiento de la ultraderecha, con sus potenciales discursos antifemeninos y antifeministas y con el aumento de la visibilización de la violencia de las mujeres en el espacio público y en el privado gracias al auge de las redes, nos hemos dado cuenta que no. La alegría de algunas libertades alcanzadas no les llegó a todas las mujeres. Por otro lado, también es cierto que hay una apropiación del discurso feminista y ahora cualquiera se puede declarar feminista, lo que me produce bastante furia. Hace poco leía a Jessa Crispin, quien tiene un libro titulado Por qué no soy feminista que expone lo que el feminismo no es, como acceder a ciertos puestos de responsabilidad o cosechar logros individuales. Es decir, no hay que pensar en nosotras mismas y nuestros logros, sino en cambiar la estructura para que más y todas accedan a esos mismos beneficios. Me parece que es un argumento importante exigirnos como mujeres pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y lugar. ¿Te identificas con alguna facción feminista? No me he afiliado a una corriente específica del feminismo porque quiero resguardar mi posibilidad de disentir. No pienso en el feminismo como quien milita en un partido, sino en una lógica mucho más amplia que me permita pensar críticamente en perspectivas diferentes. No hay que olvidar que los feminismos están fechados: el de igualdad, el de diferencia, el ecologista, todos responden a un contexto de producción específico. Hay cuestiones de cada uno de ellos que mantienen sentido y otros no tanto. Hay algunos feminismos que son más castigadores del gozo, son más punitivos, más eurocéntricos, pensados desde clases altas, mujeres blancas, con cierto privilegio. Cada feminismo necesita una contextualización y autocrítica. Contra los hijos es un ensayo que pone en tela de juicio el rol de la maternidad como una estrategia de la narrativa neoliberal para regresar a las mujeres al cuidado del hogar. ¿En qué consiste a grandes rasgos? La maternidad es un discurso muy viejo, sólo que cada era lo arropa con nuevas retóricas. Es un péndulo que se mueve en dos direcciones. En la medida en que las mujeres descubren el truco — es decir, cuando descubren que están siendo empujadas a la maternidad sin ningún tipo de ayuda y por tanto, se oponen a esas políticas— vuelve a haber una especie de reconfiguración discursiva para convencerlas de que tener muchos hijos es contribuir con el proyecto patrio, el sistema económico, incluso hasta un tema de fe. El periodo neoliberal reactiva el discurso promaterno ya que llama a la libertad del consumo, de decisión, del individualismo, pero al mismo tiempo, esa retórica demanda que la madre abandone el espacio profesional y la libre elección para volver a la casa. El discurso neoliberal requiere de un trabajo gratuito de servicio a los enfermos, a los niños, a los viejos. Se pide que la mujer tome un trabajo donde el estado ha abandonado sus funciones custodiales. Alguien se tiene que hacer cargo de ese cuidado y alguien debe hacerse cargo sin cobrar. Ésa es la trampa.

Selva Almada (1973, Argentina)

“El feminismo que me interesa, el que siento propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases”.

Obra:

Mal de muñecas, 2003. (Poesía); Niños, 2005. (Novela); Una chica de provincia, 2007. (Cuentos); El viento que arrasa, 2012. (Novela); Ladrillero, 2013. (Novela); Chicas muertas, 2014. (Crónica); El desapego es una manera de querernos, 2015. (Cuentos); El mono en el remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel, 2017.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

No hace mucho que me reconozco feminista. Creo que casi toda mi vida fui una feminista espontánea, pero no sabía si podía llamarme feminista. Escribir Chicas muertas y después, cuando el libro se publicó, ponerle el cuerpo, creo que terminó de confirmarme en el feminismo.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

En Argentina, y creo que en toda Latinoamérica, el feminismo es el movimiento político, social y cultural más importante en los últimos cincuenta años. Desde el peronismo, en Argentina no hubo un movimiento que irrumpiera con tanta fuerza y presencia como lo ha hecho el feminismo en los últimos tres o cuatro años. Claro, había feminismo antes: gran parte del camino recorrido se lo debemos a las mujeres, las lesbianas y las trans que nos precedieron. Me gustaría que no nos olvidemos que las hijas, las nietas, no surgieron por generación espontánea, antes que ellas, que nosotras, estuvieron estas otras activistas, grupos muy pequeños que salían a las calles cuando ser feminista era absolutamente resistido y absolutamente antipático. Aquí empezó a crecer con el “Ni una menos” y explotó con el debate por el derecho al aborto. El año pasado (2018) creo que todas entendimos que era el gran tema urgente del feminismo, que sin ese derecho esencial a decidir cuándo ser madre, no podíamos seguir hablando de otras cosas. El activismo feminista logró cosas que nunca antes: que el feminicidio entrara en la agenda del periodismo, ya no como un caso policial más, si no como una problemática social y que el aborto, que era un tema tabú, saliera finalmente del closet. Hoy mujeres que son abuelas pueden blanquear que ellas también abortaron alguna vez. Se debatió de aborto hasta en los programas de la farándula... eso fue maravilloso.

Sobre la creciente publicación de autoras mujeres, ¿consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Cuando anteponemos la palabra "mercado" a mí todo me genera una gran desconfianza. Si le interesa al mercado es porque vende, claro. Pero también que se venda, que haya una demanda de más libros feministas, quiere decir que hay un interés creciente en el tema. Me causa contradicciones. Yo creo que sí, es una estrategia de mercado. Sin ir más lejos hace poco el diario Clarín sacó una colección de libros feministas. Uno de mis libros está en esa colección. Y me da gusto no porque adhiera o comparta la ideología del diario, ni por el dinero que pueda generarme (que es muy poco porque estos libros son mucho más baratos que el mismo publicado por la editorial) si no porque tengo la fantasía de que el libro pueda llegar a otros lugares y a otro público. En ese sentido, que el feminismo le interese al mercado editorial, con todo el escozor que pueda producirnos, es la posibilidad de que esos libros estén en las vidrieras y no en los depósitos de las librerías; de que tengan su lugar en los suplementos culturales; de que, ojalá, lleguen a un público mucho más amplio y que ello sí signifique al final una mayor conciencia y reflexión sobre el tema.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

No milito en ningún movimiento en particular. Pero el feminismo que me interesa, el que siento como propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases. Imagínate que hasta el peón más maltratado por su patrón llega a su casa y tiene a alguien que está por debajo de él: su mujer. Como dice Yoko Ono: “la mujer es el negro del mundo” (no, no lo dijo Lennon, aunque lo haya escrito en una canción). Entonces no es posible o no me interesa, al menos, un feminismo que no contemple a las pobres, a las indias, a las mestizas... No es lo mismo ser una mujer en Buenos Aires que serlo en Salta (una de las provincias más católicas y conservadoras del país). Esas diferencias significan vulnerabilidades diferentes, menor acceso a la información y también a la justicia. En mi país hay una población indígena muy grande, completamente olvidada por el Estado, donde el grado de indefensión de esas mujeres es terrible: niñas violadas y obligadas a parir porque se les niega el aborto terapéutico (que es el legal); violaciones colectivas perpetradas por hombres blancos. Todo eso queda muy lejos de Buenos Aires, pero un feminismo que tenga sentido no puede ser indiferente a estas cuestiones.

¿Consideras que al tocar este tipo de temas en la literatura se podría crear mayor conciencia sobre un asunto normalizado? ¿Podría pensarse como una suerte de activismo?

La literatura escrita ad hoc para "hablar de tal cosa" no me interesa como lectora, te diría que me aleja inmediatamente. Me gusta encontrar en los relatos, en las novelas, en la poesía una mirada feminista del mundo, pero cuando está hecho a propósito me deja un poco fría. Por ejemplo, Enero, de Sara Gallardo, es una novela escrita hace 50 años, por una Sara Gallardo muy joven en ese momento, y puede leerse como un gran y hermoso alegato a favor del aborto. Sin embargo no creo que Sara Gallardo lo haya pensado como "su aporte al tema". Sara Gallardo escribió una novela en la que el drama de ese personaje es estar embarazada en una relación confusa, una violación sin que termine de reconocerse como tal, y querer deshacerse de eso que le está pasando y no conseguirlo. Cuando se publicó mi primera novela, en 2012, un periodista me dijo que yo dejaba muy mal paradas a las mujeres porque en la historia las dos madres, por distintas razones, están alejadas de sus hijos. Yo todavía no había publicado Chicas muertas ni me asociaban públicamente al feminismo. A mí me causó gracia su lectura, bastante machista por otro lado, pensando que las mujeres que son madres están condenadas a serlo de por vida, que no pueden decidir dejar a sus hijos como cualquier hombre. Hoy sería difícil que alguien leyera alguno de mis relatos sin la clave feminista. No sé si eso me gusta, no me esfuerzo para escribir novelas feministas porque de todos modos los universos que escribo están siempre atravesados por la mirada que yo tengo sobre las cosas.

El movimiento ha abierto un debate sobre si hay que dejar o no de consumir producciones artísticas (literatura, películas, obras de teatro) cuando sus creadores han sido denunciados por violencia o machismo. ¿Cuál es tu postura al respecto?

Para mí es un tema de reflexión constante y de charla con otras amigas... no estoy de acuerdo con los escraches porque no termino de ver adónde conducen y porque creo que no es lo mismo una violación que una insinuación, no es lo mismo sentirse incómoda, involucrarse en una situación incómoda como por ejemplo terminar acostándote con alguien sin ganas, que ser violentada, encerrada, golpeada. Y no es lo mismo que alguna de estas situaciones te ocurra a los 15 años que a los 20 o 25 (estoy hablando de lo que llamo situaciones incómodas, no de las violaciones claro está). Entonces en el afán del escrache todo se mezcla y da la impresión de que todo es lo mismo. Hace poco hubo una situación aquí con un poeta y editor que sería jurado en la Bienal de Arte Joven. Finalmente y tras la denuncia en su contra, el editor renunció como jurado ,pero la Bienal además separó a la editorial, conformada por otras personas. Es decir, por la conducta de una persona se dejó sin trabajo a otras, se enturbió el prestigio de una editorial y a quienes trabajan en ella. No estoy de acuerdo con la medida tomada por los organizadores de la Bienal, me parece una medida complaciente, correcta políticamente pero injusta. No leo libros de autores contemporáneos míos que sé que son violentos y machistas. Tampoco de los machistas aunque no tengan denuncias de violencia en su contra. No leo ni compro sus libros ni los recomiendo en mis talleres. ¿Por qué no de ellos y sí podría volver a leer Lolita? porque los contextos son diferentes. Estos autores están viviendo en la misma sociedad que yo, en el mismo tiempo que yo, entonces si no se sienten interpelados, si no pueden establecer un diálogo con esto que nos pasa, pues no me interesan en lo más mínimo.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

Creo que el feminismo me ha transformado sobre todo como lectora. Me di cuenta de que me había formado leyendo a escritores varones y que había todo un universo de libros escritos por mujeres que yo desconocía. Y como escritora, o como persona en realidad, el feminismo me ha llevado a involucrarme activamente, a reflexionar constantemente, a criticarme algunas prácticas también...

¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento?

Me gustaría que siguiera expandiéndose, multiplicándose... quiero creer que el futuro será feminista porque el feminismo es por ahora y para mí la manera más justa y hermosa de entender el mundo.

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Literatura y feminismo

Literatura y feminismo

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Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Es momento de que la voz masculina, que dominó durante siglos, guarde silencio, pero sobre todo de que escuche. Es momento de salir a las calles, a gritar, a exigir, a pintar paredes, a denunciar. No es venganza, es hartazgo, son ganas de visibilizar y destruir los hilos de una narrativa que pesa: la de los ganadores y las perdedoras. Es momento de sumarse a la guerra que nunca buscamos pero que es necesario pelear porque, como dice Virgine Despentes en su potente Teoría de King Kong, se trata de una batalla en la que todos perdemos. Es momento, como diría la autora nigeriana Chimamanda Ngozi, de dejar atrás los estereotipos alrededor de la construcción feminista. Es el momento de apoderarse de la conversación y convertirnos en dueñas y constructoras de una nueva narrativa. Parte importante de esa nueva construcción está en el trabajo de estas escritoras hispanas que desmenuzan el momento histórico a través de sus plumas. Porque tanto aquí en México, como en Chile, en Argentina o en Ecuador, las mujeres seguimos atravesadas por discursos paralizantes. Estas son las ideas de seis mujeres que abrazan el feminismo a través de las letras.

Cristina Morales (1985, España)

“Soy defensora de la invisibilización”.

Obra:

La merienda de las niñas, 2008; Los combatientes, 2013; Malas palabras, 2015; Terroristas modernos, 2017 y Lectura fácil, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Se trató de todo un proceso, pero sí recuerdo que uno de los episodios más reveladores ocurrió en Barcelona, en 2014. María Galindo fue a dar una charla en un museo de Barcelona y salí con lágrimas en los ojos, llena de revelaciones, de significados para mí hasta entonces ocultos, de resignificación de relaciones para mí naturalizadas y llamadas con su nombre y apellido. También puedo referir charlas con amigas, eso coincide mucho con mi etapa en Barcelona —llegué a esa ciudad cuando tenía 27 años— que es una ciudad en donde me politizo bastante en torno a un pensamiento libertario y anarquista. Hasta ese momento mi proceso de politización era bastante intuitivo, libertad sexual entendiéndolo como esquema de reproducción machista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Particularmente en el mercado literario, el hecho de que haya más mujeres publicadas no significa que haya un avance feminista. Hay quienes piensan que estamos llegando a un cambio de paradigma de la apreciación de las mujeres, pero otras pensamos que se trata de una moda. Desgraciadamente, el mercado, aliado con el estado, se ocupa de cooptar movimientos emancipadores, llámense feministas o ecologistas o cualquier otro, para su beneficio. Al menos lo que se refiere al mundo literario español, éste responde a los intereses del mercado editorial, de vender libros. No existe el feminismo de estado, no es emancipador ni interseccional. Es una lucha cooptada, instrumentalizada y por tanto neutralizada. Hay que buscar nuestros espacios en vez de esperar que el foro sea creado por otros.

¿Cómo aprovechar este momento para una transformación más radical?

Diría que no hay que explotarlo para la visibilización, soy más bien defensora de la invisibilización. Es decir, que las acciones de una facción política no sean las visibles, sino las invisibles. Una buena amiga que me ha politizado en el feminismo me decía que hay que tirar la piedra y esconder la mano para poder tirar la piedra otra vez, si no te la cortan. En mi caso, no es nada cómoda la posición de verse como parte de una “generación” o siendo la “voz” de algo o alguien. Sólo hablo por mí. No me parece cómodo que unas cuantas estemos arriba de un pedestal, porque al estarlo proyectamos una sombra. Hay que renunciar a los privilegios. ¿Cuál sería el escenario transformador que te gustaría ver? Hay una frase de María Galindo que decía: no hay libertad política si no hay libertad sexual. Entiendo que en un lugar ideal, si nos ponemos en esa fantasía, sería aquél en el que reconocemos nuestro deseo, que no es únicamente sexual, en todos los planos de la vida. Más allá de la pulsión sexual que determinan las estructuras de poder, una situación ideal sería que nosotras como mujeres podamos ser capaces de identificar nuestro deseo no mediatizado por los deseos del varón; sino que lo digamos, lo reconozcamos, lo ideemos, lo potenciemos y lo llevemos a término.

Luna Miguel (1990, España)

"El feminismo me ha hecho entender que lo que escribo no es ‘intimidad para mujeres’".

Obra:

Estar enfermo, 2010. (Poesía); Pensamientos estériles, 2011. (Poesía); La tumba del marinero, 2013. (Poesía); Los estómagos, 2015. (Poesía); El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina, 2016. (Ensayo); El arrecife de las sirenas, 2017. (Poesía); El funeral de Lolita, 2018. (Novela).

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Llegué tarde al feminismo. Antes de cumplir 20 años ya había leído, aprendido y reflexionado con las obras de Virginie Despentes, Marilyn French o Virginia Woolf, pero nunca me había atrevido a denominarme “feminista” por miedo a qué pensarían los demás o por simple desconocimiento de la lucha. Fue gracias a la periodista argentina, Luciana Peker, que me habló sobre feminicidios en su país y sobre cuál creía que era su papel como periodista al hablar de ellos. Aprendí muchísimo a su lado en un congreso de periodismo. Antes había leído todos los libros de la colección de feminismo en Melusina… y a Marilyn French, y a Virginia Woolf, y a Sylvia Plath y a Anne Sexton, que ya me habían hecho despertar, aunque aún no me atreviera a considerarme despierta. Necesité que alguien que no era una voz en un libro me hablara de tú a tú y me explicara por qué era importante que reflexionara sobre ello y reclamara mis derechos. Le debo mucho a Peker.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Creo que es un momento que tiene cosas buenas. El denominado feminismo pop ha conseguido sacar al término y a la lucha de las academias y llegar hasta ojos de muchas personas que no habían reflexionado jamás sobre cuestiones de género o poder, como fue mi caso. Ahora ese miedo se ha acabado y se ha convertido en voluntad de seguir aprendiendo y cuestionándome a mí misma o al mundo. Eso sí, con el crecimiento de esta ola y de este sentimiento también ha venido una respuesta: lo vemos cada día con burlas, amenazas, muertes más violentas, ensañamiento por parte de personas que no quieren que las cosas cambien… Debemos estar preparadas. Que lo pop sea una herramienta de difusión, pero que no nos quedemos en la superficie y podamos seguir luchando. ¿Te identificas con alguna facción de feminismo? Si/No, ¿por qué? Me identifico con voces muy diferentes más que con facciones. Las voces a las que leo para aprender y descubrir son muchas y variadas, y puede que a veces no esté completamente de acuerdo con sus planteamientos, pero nadie ha dicho que haya que estar de acuerdo en todo. Me identifico con Luciana Peker, Ana Requena, Gabriela Wiener, Koleka Putuma, Virginie Despentes, Paul B. Preciado, Roxane Gay, Aixa de la Cruz, Lucía Lijtmaer, Carolina Sanín, María Riot, Alana Portero, Paula Bonet… y muchas más.

¿Qué significa que el mercado editorial esté publicando a más mujeres?

Evidentemente el mercado editorial ha sabido aprovecharse de este momento, lo cual no quita que fuera una absoluta necesidad que pasara lo que está pasando. Estoy de acuerdo en que es una moda, pero estoy más de acuerdo aún en que es justicia. Poder leer a mujeres que antes no eran publicadas, poder reflexionar sobre cuestiones que antes eran ignoradas… También es importante que nosotras mismas como periodistas, editoras o autoras, tomemos conciencia y pensemos en publicaciones útiles y no en sumar lo que podría ser sólo ruido. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Me ha hecho entender que lo que escribo no es “intimidad para mujeres”, que no soy “una jovencita bloguera”, que “debería ser musa”, que “el color de mis labios blablá”… sino que mi literatura puede llegar a ser tan importante como la de cualquier otro humano de mi generación. ¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento? Me gustaría que no se detuviera. Que este despertar sirva también para cuestionarnos los grandes males de nuestras sociedades: el racismo, el clasismo, el cambio climático. Nos toca pelear. Y mucho.

Fernanda Melchor (1982, México)

“El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía”.

Obra:

Aquí no es Miami, 2013; Falsa liebre, 2013; Temporada de Huracanes, 2017.

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

De pequeña odiaba ser mujer. O más bien odiaba el modelo de feminidad que me imponían. Odiaba tener que hacer quehaceres sólo por ser mujer, o tener que vestir de determinada manera, sólo por ser mujer, y en general deploraba la falta de libertad y de horizontes que yo veía en la condición femenina. Lo que yo hacía y sentía, lo que yo quería hacer de mi vida no coincidía con la forma de ser que como mujer se me exigía en el mundo donde crecí, así que asumí que yo no era una mujer femenina, que era extraña, porque no me conformaba. No era tanto que quisiera ser hombre sino que envidiaba la libertad de la que los hombres gozaban, y tardé muchos años en darme cuenta de que mi forma de ser mujer también es muy femenina, a su propia manera, que no hay una sola forma de ser mujer. Y todo cambió en el 2012, cuando conocí a mi hija, y el deseo de que ella pudiera ser libre y feliz, sin sentirse menos por ser mujer, sin detestar su feminidad o dudar de ella, fue la que me hizo adentrarme un poco más en el movimiento, comenzar a escuchar a otras mujeres, incluir temas feministas en mis escritos y aceptarme públicamente como feminista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

No sé si podría hacer un balance como tal. Creo que gracias a las redes sociales el feminismo ha llegado a lugares donde antes no hubiera podido llegar. Creo que hoy en día cada vez hay más personas que no sólo son capaces de reconocer la exclusión y la discriminación cuando la perciben, sino que también están dispuestas a denunciar estos fenómenos y discutirlos públicamente. Pero siento también que ésta es una situación que en cualquier momento puede cambiar, como lo hemos visto en el reiterado caso de las victorias legislativas que prohíben la libre decisión de las mujeres sobre su cuerpo. Hay que luchar para que no sea así, para que los derechos y la conciencia de la inviolabilidad de estos derechos no se pierdan. Esto implica, creo, salir de las redes sociales y llevarlo a la calle, a la gente.

Hay una creciente publicación de autoras mujeres y títulos sobre feminismo. ¿Consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Creo que ahora hay una mayor consciencia y apertura, tanto de parte de los editores como del público lector, de que las mujeres también tenemos cosas interesantes que decir, y formas interesantes de hacerlo. Pero siguen existiendo muchísimos círculos y grupos literarios que excluyen a las mujeres, o que delegan sus aportaciones a la literatura a lugares marginales.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

Me gusta aprender de todos los feminismos, conocer sus puntos de vista. No creo haber leído tanto como para poder inscribirme en alguna facción. Por razones personales, tampoco marcho ni me manifiesto públicamente, de otra forma que no sea asumir mis convicciones en entrevistas o eventos públicos.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía. Siempre estaba tratando de compararme con colegas varones, siempre pensaba que ellos tenían los mejores consejos, que debía obtener su aprobación para poder se escritora. Ahora confío un poco más en lo que hago y me siento más cómoda dentro de mi piel, de mi cuerpo.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor.

¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras?

Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

Lina Meruane (1970, Chile)

"Como mujeres hay que pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y privilegio”.

Obra:

Las infantas, 1998. (Novela) Póstuma, 2001. (Novela); Cercada, 2000. (Novela); Fruta podrida, 2007. (Novela); Sangre en el ojo, 2012. (Novela); Sistema nervioso, 2018. (Novela); Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del sida, 2014. (Ensayo); Volverse palestina, 2013. (Ensayo); Contra los hijos, 2014. (Ensayo)

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

Tuve una educación en un feminismo pasivo. Mi abuela estudió derecho y me impactó su foto de egreso. Eran dos mujeres en dos sillitas y luego 300 hombres de pie y en traje alrededor. Mi abuela, además, es una mujer que se divorció en una época en que las mujeres no debían divorciarse. Las trataban como mujeres sexualmente disponibles. Pagó un precio por su independencia. Desde que tengo consciencia tuve mucho admiración por ella. Luego estaba la figura de mi madre, que estudió medicina cuando las mujeres a esa edad se estaban casando y teniendo hijos. Esperó su propia maternidad. Mi madre tuvo a mi hermano a los 27 años, pero eso ya era muy tarde en esa época. Tengo recuerdos de esos relatos, de mi abuela, de mi madre, las maneras en que mi madre educó a lo feminista a mi papá. Siempre tuve un padre muy colaborador que se dividía los roles domésticos, tenía una formación feminista que no venía rodeado con un discurso político, pero sí con una micropolítica. Después, en la universidad, estuve un año de intercambio en Estados Unidos, en un college de mujeres cerca de Boston. Tomé cursos muy radicales de feminismo que me hicieron interesarme en las políticas feministas y que me hicieron entender que había toda una política detrás. Diferentes maneras de reflexionar sobre el lugar de las mujeres en el espacio público.

¿Cuál es tu balance del momento actual que atraviesa el feminismo?

Creo que en la última década ha crecido el interés en el tema, sobre todo porque se han sumado mujeres más jóvenes. Las mujeres de mi generación creíamos que ya se habían solucionado muchos problemas, pero con el advenimiento de la ultraderecha, con sus potenciales discursos antifemeninos y antifeministas y con el aumento de la visibilización de la violencia de las mujeres en el espacio público y en el privado gracias al auge de las redes, nos hemos dado cuenta que no. La alegría de algunas libertades alcanzadas no les llegó a todas las mujeres. Por otro lado, también es cierto que hay una apropiación del discurso feminista y ahora cualquiera se puede declarar feminista, lo que me produce bastante furia. Hace poco leía a Jessa Crispin, quien tiene un libro titulado Por qué no soy feminista que expone lo que el feminismo no es, como acceder a ciertos puestos de responsabilidad o cosechar logros individuales. Es decir, no hay que pensar en nosotras mismas y nuestros logros, sino en cambiar la estructura para que más y todas accedan a esos mismos beneficios. Me parece que es un argumento importante exigirnos como mujeres pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y lugar. ¿Te identificas con alguna facción feminista? No me he afiliado a una corriente específica del feminismo porque quiero resguardar mi posibilidad de disentir. No pienso en el feminismo como quien milita en un partido, sino en una lógica mucho más amplia que me permita pensar críticamente en perspectivas diferentes. No hay que olvidar que los feminismos están fechados: el de igualdad, el de diferencia, el ecologista, todos responden a un contexto de producción específico. Hay cuestiones de cada uno de ellos que mantienen sentido y otros no tanto. Hay algunos feminismos que son más castigadores del gozo, son más punitivos, más eurocéntricos, pensados desde clases altas, mujeres blancas, con cierto privilegio. Cada feminismo necesita una contextualización y autocrítica. Contra los hijos es un ensayo que pone en tela de juicio el rol de la maternidad como una estrategia de la narrativa neoliberal para regresar a las mujeres al cuidado del hogar. ¿En qué consiste a grandes rasgos? La maternidad es un discurso muy viejo, sólo que cada era lo arropa con nuevas retóricas. Es un péndulo que se mueve en dos direcciones. En la medida en que las mujeres descubren el truco — es decir, cuando descubren que están siendo empujadas a la maternidad sin ningún tipo de ayuda y por tanto, se oponen a esas políticas— vuelve a haber una especie de reconfiguración discursiva para convencerlas de que tener muchos hijos es contribuir con el proyecto patrio, el sistema económico, incluso hasta un tema de fe. El periodo neoliberal reactiva el discurso promaterno ya que llama a la libertad del consumo, de decisión, del individualismo, pero al mismo tiempo, esa retórica demanda que la madre abandone el espacio profesional y la libre elección para volver a la casa. El discurso neoliberal requiere de un trabajo gratuito de servicio a los enfermos, a los niños, a los viejos. Se pide que la mujer tome un trabajo donde el estado ha abandonado sus funciones custodiales. Alguien se tiene que hacer cargo de ese cuidado y alguien debe hacerse cargo sin cobrar. Ésa es la trampa.

Selva Almada (1973, Argentina)

“El feminismo que me interesa, el que siento propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases”.

Obra:

Mal de muñecas, 2003. (Poesía); Niños, 2005. (Novela); Una chica de provincia, 2007. (Cuentos); El viento que arrasa, 2012. (Novela); Ladrillero, 2013. (Novela); Chicas muertas, 2014. (Crónica); El desapego es una manera de querernos, 2015. (Cuentos); El mono en el remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel, 2017.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

No hace mucho que me reconozco feminista. Creo que casi toda mi vida fui una feminista espontánea, pero no sabía si podía llamarme feminista. Escribir Chicas muertas y después, cuando el libro se publicó, ponerle el cuerpo, creo que terminó de confirmarme en el feminismo.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

En Argentina, y creo que en toda Latinoamérica, el feminismo es el movimiento político, social y cultural más importante en los últimos cincuenta años. Desde el peronismo, en Argentina no hubo un movimiento que irrumpiera con tanta fuerza y presencia como lo ha hecho el feminismo en los últimos tres o cuatro años. Claro, había feminismo antes: gran parte del camino recorrido se lo debemos a las mujeres, las lesbianas y las trans que nos precedieron. Me gustaría que no nos olvidemos que las hijas, las nietas, no surgieron por generación espontánea, antes que ellas, que nosotras, estuvieron estas otras activistas, grupos muy pequeños que salían a las calles cuando ser feminista era absolutamente resistido y absolutamente antipático. Aquí empezó a crecer con el “Ni una menos” y explotó con el debate por el derecho al aborto. El año pasado (2018) creo que todas entendimos que era el gran tema urgente del feminismo, que sin ese derecho esencial a decidir cuándo ser madre, no podíamos seguir hablando de otras cosas. El activismo feminista logró cosas que nunca antes: que el feminicidio entrara en la agenda del periodismo, ya no como un caso policial más, si no como una problemática social y que el aborto, que era un tema tabú, saliera finalmente del closet. Hoy mujeres que son abuelas pueden blanquear que ellas también abortaron alguna vez. Se debatió de aborto hasta en los programas de la farándula... eso fue maravilloso.

Sobre la creciente publicación de autoras mujeres, ¿consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Cuando anteponemos la palabra "mercado" a mí todo me genera una gran desconfianza. Si le interesa al mercado es porque vende, claro. Pero también que se venda, que haya una demanda de más libros feministas, quiere decir que hay un interés creciente en el tema. Me causa contradicciones. Yo creo que sí, es una estrategia de mercado. Sin ir más lejos hace poco el diario Clarín sacó una colección de libros feministas. Uno de mis libros está en esa colección. Y me da gusto no porque adhiera o comparta la ideología del diario, ni por el dinero que pueda generarme (que es muy poco porque estos libros son mucho más baratos que el mismo publicado por la editorial) si no porque tengo la fantasía de que el libro pueda llegar a otros lugares y a otro público. En ese sentido, que el feminismo le interese al mercado editorial, con todo el escozor que pueda producirnos, es la posibilidad de que esos libros estén en las vidrieras y no en los depósitos de las librerías; de que tengan su lugar en los suplementos culturales; de que, ojalá, lleguen a un público mucho más amplio y que ello sí signifique al final una mayor conciencia y reflexión sobre el tema.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

No milito en ningún movimiento en particular. Pero el feminismo que me interesa, el que siento como propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases. Imagínate que hasta el peón más maltratado por su patrón llega a su casa y tiene a alguien que está por debajo de él: su mujer. Como dice Yoko Ono: “la mujer es el negro del mundo” (no, no lo dijo Lennon, aunque lo haya escrito en una canción). Entonces no es posible o no me interesa, al menos, un feminismo que no contemple a las pobres, a las indias, a las mestizas... No es lo mismo ser una mujer en Buenos Aires que serlo en Salta (una de las provincias más católicas y conservadoras del país). Esas diferencias significan vulnerabilidades diferentes, menor acceso a la información y también a la justicia. En mi país hay una población indígena muy grande, completamente olvidada por el Estado, donde el grado de indefensión de esas mujeres es terrible: niñas violadas y obligadas a parir porque se les niega el aborto terapéutico (que es el legal); violaciones colectivas perpetradas por hombres blancos. Todo eso queda muy lejos de Buenos Aires, pero un feminismo que tenga sentido no puede ser indiferente a estas cuestiones.

¿Consideras que al tocar este tipo de temas en la literatura se podría crear mayor conciencia sobre un asunto normalizado? ¿Podría pensarse como una suerte de activismo?

La literatura escrita ad hoc para "hablar de tal cosa" no me interesa como lectora, te diría que me aleja inmediatamente. Me gusta encontrar en los relatos, en las novelas, en la poesía una mirada feminista del mundo, pero cuando está hecho a propósito me deja un poco fría. Por ejemplo, Enero, de Sara Gallardo, es una novela escrita hace 50 años, por una Sara Gallardo muy joven en ese momento, y puede leerse como un gran y hermoso alegato a favor del aborto. Sin embargo no creo que Sara Gallardo lo haya pensado como "su aporte al tema". Sara Gallardo escribió una novela en la que el drama de ese personaje es estar embarazada en una relación confusa, una violación sin que termine de reconocerse como tal, y querer deshacerse de eso que le está pasando y no conseguirlo. Cuando se publicó mi primera novela, en 2012, un periodista me dijo que yo dejaba muy mal paradas a las mujeres porque en la historia las dos madres, por distintas razones, están alejadas de sus hijos. Yo todavía no había publicado Chicas muertas ni me asociaban públicamente al feminismo. A mí me causó gracia su lectura, bastante machista por otro lado, pensando que las mujeres que son madres están condenadas a serlo de por vida, que no pueden decidir dejar a sus hijos como cualquier hombre. Hoy sería difícil que alguien leyera alguno de mis relatos sin la clave feminista. No sé si eso me gusta, no me esfuerzo para escribir novelas feministas porque de todos modos los universos que escribo están siempre atravesados por la mirada que yo tengo sobre las cosas.

El movimiento ha abierto un debate sobre si hay que dejar o no de consumir producciones artísticas (literatura, películas, obras de teatro) cuando sus creadores han sido denunciados por violencia o machismo. ¿Cuál es tu postura al respecto?

Para mí es un tema de reflexión constante y de charla con otras amigas... no estoy de acuerdo con los escraches porque no termino de ver adónde conducen y porque creo que no es lo mismo una violación que una insinuación, no es lo mismo sentirse incómoda, involucrarse en una situación incómoda como por ejemplo terminar acostándote con alguien sin ganas, que ser violentada, encerrada, golpeada. Y no es lo mismo que alguna de estas situaciones te ocurra a los 15 años que a los 20 o 25 (estoy hablando de lo que llamo situaciones incómodas, no de las violaciones claro está). Entonces en el afán del escrache todo se mezcla y da la impresión de que todo es lo mismo. Hace poco hubo una situación aquí con un poeta y editor que sería jurado en la Bienal de Arte Joven. Finalmente y tras la denuncia en su contra, el editor renunció como jurado ,pero la Bienal además separó a la editorial, conformada por otras personas. Es decir, por la conducta de una persona se dejó sin trabajo a otras, se enturbió el prestigio de una editorial y a quienes trabajan en ella. No estoy de acuerdo con la medida tomada por los organizadores de la Bienal, me parece una medida complaciente, correcta políticamente pero injusta. No leo libros de autores contemporáneos míos que sé que son violentos y machistas. Tampoco de los machistas aunque no tengan denuncias de violencia en su contra. No leo ni compro sus libros ni los recomiendo en mis talleres. ¿Por qué no de ellos y sí podría volver a leer Lolita? porque los contextos son diferentes. Estos autores están viviendo en la misma sociedad que yo, en el mismo tiempo que yo, entonces si no se sienten interpelados, si no pueden establecer un diálogo con esto que nos pasa, pues no me interesan en lo más mínimo.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

Creo que el feminismo me ha transformado sobre todo como lectora. Me di cuenta de que me había formado leyendo a escritores varones y que había todo un universo de libros escritos por mujeres que yo desconocía. Y como escritora, o como persona en realidad, el feminismo me ha llevado a involucrarme activamente, a reflexionar constantemente, a criticarme algunas prácticas también...

¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento?

Me gustaría que siguiera expandiéndose, multiplicándose... quiero creer que el futuro será feminista porque el feminismo es por ahora y para mí la manera más justa y hermosa de entender el mundo.

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Literatura y feminismo

Literatura y feminismo

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2019
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Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Es momento de que la voz masculina, que dominó durante siglos, guarde silencio, pero sobre todo de que escuche. Es momento de salir a las calles, a gritar, a exigir, a pintar paredes, a denunciar. No es venganza, es hartazgo, son ganas de visibilizar y destruir los hilos de una narrativa que pesa: la de los ganadores y las perdedoras. Es momento de sumarse a la guerra que nunca buscamos pero que es necesario pelear porque, como dice Virgine Despentes en su potente Teoría de King Kong, se trata de una batalla en la que todos perdemos. Es momento, como diría la autora nigeriana Chimamanda Ngozi, de dejar atrás los estereotipos alrededor de la construcción feminista. Es el momento de apoderarse de la conversación y convertirnos en dueñas y constructoras de una nueva narrativa. Parte importante de esa nueva construcción está en el trabajo de estas escritoras hispanas que desmenuzan el momento histórico a través de sus plumas. Porque tanto aquí en México, como en Chile, en Argentina o en Ecuador, las mujeres seguimos atravesadas por discursos paralizantes. Estas son las ideas de seis mujeres que abrazan el feminismo a través de las letras.

Cristina Morales (1985, España)

“Soy defensora de la invisibilización”.

Obra:

La merienda de las niñas, 2008; Los combatientes, 2013; Malas palabras, 2015; Terroristas modernos, 2017 y Lectura fácil, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Se trató de todo un proceso, pero sí recuerdo que uno de los episodios más reveladores ocurrió en Barcelona, en 2014. María Galindo fue a dar una charla en un museo de Barcelona y salí con lágrimas en los ojos, llena de revelaciones, de significados para mí hasta entonces ocultos, de resignificación de relaciones para mí naturalizadas y llamadas con su nombre y apellido. También puedo referir charlas con amigas, eso coincide mucho con mi etapa en Barcelona —llegué a esa ciudad cuando tenía 27 años— que es una ciudad en donde me politizo bastante en torno a un pensamiento libertario y anarquista. Hasta ese momento mi proceso de politización era bastante intuitivo, libertad sexual entendiéndolo como esquema de reproducción machista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Particularmente en el mercado literario, el hecho de que haya más mujeres publicadas no significa que haya un avance feminista. Hay quienes piensan que estamos llegando a un cambio de paradigma de la apreciación de las mujeres, pero otras pensamos que se trata de una moda. Desgraciadamente, el mercado, aliado con el estado, se ocupa de cooptar movimientos emancipadores, llámense feministas o ecologistas o cualquier otro, para su beneficio. Al menos lo que se refiere al mundo literario español, éste responde a los intereses del mercado editorial, de vender libros. No existe el feminismo de estado, no es emancipador ni interseccional. Es una lucha cooptada, instrumentalizada y por tanto neutralizada. Hay que buscar nuestros espacios en vez de esperar que el foro sea creado por otros.

¿Cómo aprovechar este momento para una transformación más radical?

Diría que no hay que explotarlo para la visibilización, soy más bien defensora de la invisibilización. Es decir, que las acciones de una facción política no sean las visibles, sino las invisibles. Una buena amiga que me ha politizado en el feminismo me decía que hay que tirar la piedra y esconder la mano para poder tirar la piedra otra vez, si no te la cortan. En mi caso, no es nada cómoda la posición de verse como parte de una “generación” o siendo la “voz” de algo o alguien. Sólo hablo por mí. No me parece cómodo que unas cuantas estemos arriba de un pedestal, porque al estarlo proyectamos una sombra. Hay que renunciar a los privilegios. ¿Cuál sería el escenario transformador que te gustaría ver? Hay una frase de María Galindo que decía: no hay libertad política si no hay libertad sexual. Entiendo que en un lugar ideal, si nos ponemos en esa fantasía, sería aquél en el que reconocemos nuestro deseo, que no es únicamente sexual, en todos los planos de la vida. Más allá de la pulsión sexual que determinan las estructuras de poder, una situación ideal sería que nosotras como mujeres podamos ser capaces de identificar nuestro deseo no mediatizado por los deseos del varón; sino que lo digamos, lo reconozcamos, lo ideemos, lo potenciemos y lo llevemos a término.

Luna Miguel (1990, España)

"El feminismo me ha hecho entender que lo que escribo no es ‘intimidad para mujeres’".

Obra:

Estar enfermo, 2010. (Poesía); Pensamientos estériles, 2011. (Poesía); La tumba del marinero, 2013. (Poesía); Los estómagos, 2015. (Poesía); El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina, 2016. (Ensayo); El arrecife de las sirenas, 2017. (Poesía); El funeral de Lolita, 2018. (Novela).

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Llegué tarde al feminismo. Antes de cumplir 20 años ya había leído, aprendido y reflexionado con las obras de Virginie Despentes, Marilyn French o Virginia Woolf, pero nunca me había atrevido a denominarme “feminista” por miedo a qué pensarían los demás o por simple desconocimiento de la lucha. Fue gracias a la periodista argentina, Luciana Peker, que me habló sobre feminicidios en su país y sobre cuál creía que era su papel como periodista al hablar de ellos. Aprendí muchísimo a su lado en un congreso de periodismo. Antes había leído todos los libros de la colección de feminismo en Melusina… y a Marilyn French, y a Virginia Woolf, y a Sylvia Plath y a Anne Sexton, que ya me habían hecho despertar, aunque aún no me atreviera a considerarme despierta. Necesité que alguien que no era una voz en un libro me hablara de tú a tú y me explicara por qué era importante que reflexionara sobre ello y reclamara mis derechos. Le debo mucho a Peker.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Creo que es un momento que tiene cosas buenas. El denominado feminismo pop ha conseguido sacar al término y a la lucha de las academias y llegar hasta ojos de muchas personas que no habían reflexionado jamás sobre cuestiones de género o poder, como fue mi caso. Ahora ese miedo se ha acabado y se ha convertido en voluntad de seguir aprendiendo y cuestionándome a mí misma o al mundo. Eso sí, con el crecimiento de esta ola y de este sentimiento también ha venido una respuesta: lo vemos cada día con burlas, amenazas, muertes más violentas, ensañamiento por parte de personas que no quieren que las cosas cambien… Debemos estar preparadas. Que lo pop sea una herramienta de difusión, pero que no nos quedemos en la superficie y podamos seguir luchando. ¿Te identificas con alguna facción de feminismo? Si/No, ¿por qué? Me identifico con voces muy diferentes más que con facciones. Las voces a las que leo para aprender y descubrir son muchas y variadas, y puede que a veces no esté completamente de acuerdo con sus planteamientos, pero nadie ha dicho que haya que estar de acuerdo en todo. Me identifico con Luciana Peker, Ana Requena, Gabriela Wiener, Koleka Putuma, Virginie Despentes, Paul B. Preciado, Roxane Gay, Aixa de la Cruz, Lucía Lijtmaer, Carolina Sanín, María Riot, Alana Portero, Paula Bonet… y muchas más.

¿Qué significa que el mercado editorial esté publicando a más mujeres?

Evidentemente el mercado editorial ha sabido aprovecharse de este momento, lo cual no quita que fuera una absoluta necesidad que pasara lo que está pasando. Estoy de acuerdo en que es una moda, pero estoy más de acuerdo aún en que es justicia. Poder leer a mujeres que antes no eran publicadas, poder reflexionar sobre cuestiones que antes eran ignoradas… También es importante que nosotras mismas como periodistas, editoras o autoras, tomemos conciencia y pensemos en publicaciones útiles y no en sumar lo que podría ser sólo ruido. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Me ha hecho entender que lo que escribo no es “intimidad para mujeres”, que no soy “una jovencita bloguera”, que “debería ser musa”, que “el color de mis labios blablá”… sino que mi literatura puede llegar a ser tan importante como la de cualquier otro humano de mi generación. ¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento? Me gustaría que no se detuviera. Que este despertar sirva también para cuestionarnos los grandes males de nuestras sociedades: el racismo, el clasismo, el cambio climático. Nos toca pelear. Y mucho.

Fernanda Melchor (1982, México)

“El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía”.

Obra:

Aquí no es Miami, 2013; Falsa liebre, 2013; Temporada de Huracanes, 2017.

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

De pequeña odiaba ser mujer. O más bien odiaba el modelo de feminidad que me imponían. Odiaba tener que hacer quehaceres sólo por ser mujer, o tener que vestir de determinada manera, sólo por ser mujer, y en general deploraba la falta de libertad y de horizontes que yo veía en la condición femenina. Lo que yo hacía y sentía, lo que yo quería hacer de mi vida no coincidía con la forma de ser que como mujer se me exigía en el mundo donde crecí, así que asumí que yo no era una mujer femenina, que era extraña, porque no me conformaba. No era tanto que quisiera ser hombre sino que envidiaba la libertad de la que los hombres gozaban, y tardé muchos años en darme cuenta de que mi forma de ser mujer también es muy femenina, a su propia manera, que no hay una sola forma de ser mujer. Y todo cambió en el 2012, cuando conocí a mi hija, y el deseo de que ella pudiera ser libre y feliz, sin sentirse menos por ser mujer, sin detestar su feminidad o dudar de ella, fue la que me hizo adentrarme un poco más en el movimiento, comenzar a escuchar a otras mujeres, incluir temas feministas en mis escritos y aceptarme públicamente como feminista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

No sé si podría hacer un balance como tal. Creo que gracias a las redes sociales el feminismo ha llegado a lugares donde antes no hubiera podido llegar. Creo que hoy en día cada vez hay más personas que no sólo son capaces de reconocer la exclusión y la discriminación cuando la perciben, sino que también están dispuestas a denunciar estos fenómenos y discutirlos públicamente. Pero siento también que ésta es una situación que en cualquier momento puede cambiar, como lo hemos visto en el reiterado caso de las victorias legislativas que prohíben la libre decisión de las mujeres sobre su cuerpo. Hay que luchar para que no sea así, para que los derechos y la conciencia de la inviolabilidad de estos derechos no se pierdan. Esto implica, creo, salir de las redes sociales y llevarlo a la calle, a la gente.

Hay una creciente publicación de autoras mujeres y títulos sobre feminismo. ¿Consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Creo que ahora hay una mayor consciencia y apertura, tanto de parte de los editores como del público lector, de que las mujeres también tenemos cosas interesantes que decir, y formas interesantes de hacerlo. Pero siguen existiendo muchísimos círculos y grupos literarios que excluyen a las mujeres, o que delegan sus aportaciones a la literatura a lugares marginales.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

Me gusta aprender de todos los feminismos, conocer sus puntos de vista. No creo haber leído tanto como para poder inscribirme en alguna facción. Por razones personales, tampoco marcho ni me manifiesto públicamente, de otra forma que no sea asumir mis convicciones en entrevistas o eventos públicos.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía. Siempre estaba tratando de compararme con colegas varones, siempre pensaba que ellos tenían los mejores consejos, que debía obtener su aprobación para poder se escritora. Ahora confío un poco más en lo que hago y me siento más cómoda dentro de mi piel, de mi cuerpo.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor.

¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras?

Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

Lina Meruane (1970, Chile)

"Como mujeres hay que pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y privilegio”.

Obra:

Las infantas, 1998. (Novela) Póstuma, 2001. (Novela); Cercada, 2000. (Novela); Fruta podrida, 2007. (Novela); Sangre en el ojo, 2012. (Novela); Sistema nervioso, 2018. (Novela); Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del sida, 2014. (Ensayo); Volverse palestina, 2013. (Ensayo); Contra los hijos, 2014. (Ensayo)

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

Tuve una educación en un feminismo pasivo. Mi abuela estudió derecho y me impactó su foto de egreso. Eran dos mujeres en dos sillitas y luego 300 hombres de pie y en traje alrededor. Mi abuela, además, es una mujer que se divorció en una época en que las mujeres no debían divorciarse. Las trataban como mujeres sexualmente disponibles. Pagó un precio por su independencia. Desde que tengo consciencia tuve mucho admiración por ella. Luego estaba la figura de mi madre, que estudió medicina cuando las mujeres a esa edad se estaban casando y teniendo hijos. Esperó su propia maternidad. Mi madre tuvo a mi hermano a los 27 años, pero eso ya era muy tarde en esa época. Tengo recuerdos de esos relatos, de mi abuela, de mi madre, las maneras en que mi madre educó a lo feminista a mi papá. Siempre tuve un padre muy colaborador que se dividía los roles domésticos, tenía una formación feminista que no venía rodeado con un discurso político, pero sí con una micropolítica. Después, en la universidad, estuve un año de intercambio en Estados Unidos, en un college de mujeres cerca de Boston. Tomé cursos muy radicales de feminismo que me hicieron interesarme en las políticas feministas y que me hicieron entender que había toda una política detrás. Diferentes maneras de reflexionar sobre el lugar de las mujeres en el espacio público.

¿Cuál es tu balance del momento actual que atraviesa el feminismo?

Creo que en la última década ha crecido el interés en el tema, sobre todo porque se han sumado mujeres más jóvenes. Las mujeres de mi generación creíamos que ya se habían solucionado muchos problemas, pero con el advenimiento de la ultraderecha, con sus potenciales discursos antifemeninos y antifeministas y con el aumento de la visibilización de la violencia de las mujeres en el espacio público y en el privado gracias al auge de las redes, nos hemos dado cuenta que no. La alegría de algunas libertades alcanzadas no les llegó a todas las mujeres. Por otro lado, también es cierto que hay una apropiación del discurso feminista y ahora cualquiera se puede declarar feminista, lo que me produce bastante furia. Hace poco leía a Jessa Crispin, quien tiene un libro titulado Por qué no soy feminista que expone lo que el feminismo no es, como acceder a ciertos puestos de responsabilidad o cosechar logros individuales. Es decir, no hay que pensar en nosotras mismas y nuestros logros, sino en cambiar la estructura para que más y todas accedan a esos mismos beneficios. Me parece que es un argumento importante exigirnos como mujeres pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y lugar. ¿Te identificas con alguna facción feminista? No me he afiliado a una corriente específica del feminismo porque quiero resguardar mi posibilidad de disentir. No pienso en el feminismo como quien milita en un partido, sino en una lógica mucho más amplia que me permita pensar críticamente en perspectivas diferentes. No hay que olvidar que los feminismos están fechados: el de igualdad, el de diferencia, el ecologista, todos responden a un contexto de producción específico. Hay cuestiones de cada uno de ellos que mantienen sentido y otros no tanto. Hay algunos feminismos que son más castigadores del gozo, son más punitivos, más eurocéntricos, pensados desde clases altas, mujeres blancas, con cierto privilegio. Cada feminismo necesita una contextualización y autocrítica. Contra los hijos es un ensayo que pone en tela de juicio el rol de la maternidad como una estrategia de la narrativa neoliberal para regresar a las mujeres al cuidado del hogar. ¿En qué consiste a grandes rasgos? La maternidad es un discurso muy viejo, sólo que cada era lo arropa con nuevas retóricas. Es un péndulo que se mueve en dos direcciones. En la medida en que las mujeres descubren el truco — es decir, cuando descubren que están siendo empujadas a la maternidad sin ningún tipo de ayuda y por tanto, se oponen a esas políticas— vuelve a haber una especie de reconfiguración discursiva para convencerlas de que tener muchos hijos es contribuir con el proyecto patrio, el sistema económico, incluso hasta un tema de fe. El periodo neoliberal reactiva el discurso promaterno ya que llama a la libertad del consumo, de decisión, del individualismo, pero al mismo tiempo, esa retórica demanda que la madre abandone el espacio profesional y la libre elección para volver a la casa. El discurso neoliberal requiere de un trabajo gratuito de servicio a los enfermos, a los niños, a los viejos. Se pide que la mujer tome un trabajo donde el estado ha abandonado sus funciones custodiales. Alguien se tiene que hacer cargo de ese cuidado y alguien debe hacerse cargo sin cobrar. Ésa es la trampa.

Selva Almada (1973, Argentina)

“El feminismo que me interesa, el que siento propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases”.

Obra:

Mal de muñecas, 2003. (Poesía); Niños, 2005. (Novela); Una chica de provincia, 2007. (Cuentos); El viento que arrasa, 2012. (Novela); Ladrillero, 2013. (Novela); Chicas muertas, 2014. (Crónica); El desapego es una manera de querernos, 2015. (Cuentos); El mono en el remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel, 2017.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

No hace mucho que me reconozco feminista. Creo que casi toda mi vida fui una feminista espontánea, pero no sabía si podía llamarme feminista. Escribir Chicas muertas y después, cuando el libro se publicó, ponerle el cuerpo, creo que terminó de confirmarme en el feminismo.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

En Argentina, y creo que en toda Latinoamérica, el feminismo es el movimiento político, social y cultural más importante en los últimos cincuenta años. Desde el peronismo, en Argentina no hubo un movimiento que irrumpiera con tanta fuerza y presencia como lo ha hecho el feminismo en los últimos tres o cuatro años. Claro, había feminismo antes: gran parte del camino recorrido se lo debemos a las mujeres, las lesbianas y las trans que nos precedieron. Me gustaría que no nos olvidemos que las hijas, las nietas, no surgieron por generación espontánea, antes que ellas, que nosotras, estuvieron estas otras activistas, grupos muy pequeños que salían a las calles cuando ser feminista era absolutamente resistido y absolutamente antipático. Aquí empezó a crecer con el “Ni una menos” y explotó con el debate por el derecho al aborto. El año pasado (2018) creo que todas entendimos que era el gran tema urgente del feminismo, que sin ese derecho esencial a decidir cuándo ser madre, no podíamos seguir hablando de otras cosas. El activismo feminista logró cosas que nunca antes: que el feminicidio entrara en la agenda del periodismo, ya no como un caso policial más, si no como una problemática social y que el aborto, que era un tema tabú, saliera finalmente del closet. Hoy mujeres que son abuelas pueden blanquear que ellas también abortaron alguna vez. Se debatió de aborto hasta en los programas de la farándula... eso fue maravilloso.

Sobre la creciente publicación de autoras mujeres, ¿consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Cuando anteponemos la palabra "mercado" a mí todo me genera una gran desconfianza. Si le interesa al mercado es porque vende, claro. Pero también que se venda, que haya una demanda de más libros feministas, quiere decir que hay un interés creciente en el tema. Me causa contradicciones. Yo creo que sí, es una estrategia de mercado. Sin ir más lejos hace poco el diario Clarín sacó una colección de libros feministas. Uno de mis libros está en esa colección. Y me da gusto no porque adhiera o comparta la ideología del diario, ni por el dinero que pueda generarme (que es muy poco porque estos libros son mucho más baratos que el mismo publicado por la editorial) si no porque tengo la fantasía de que el libro pueda llegar a otros lugares y a otro público. En ese sentido, que el feminismo le interese al mercado editorial, con todo el escozor que pueda producirnos, es la posibilidad de que esos libros estén en las vidrieras y no en los depósitos de las librerías; de que tengan su lugar en los suplementos culturales; de que, ojalá, lleguen a un público mucho más amplio y que ello sí signifique al final una mayor conciencia y reflexión sobre el tema.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

No milito en ningún movimiento en particular. Pero el feminismo que me interesa, el que siento como propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases. Imagínate que hasta el peón más maltratado por su patrón llega a su casa y tiene a alguien que está por debajo de él: su mujer. Como dice Yoko Ono: “la mujer es el negro del mundo” (no, no lo dijo Lennon, aunque lo haya escrito en una canción). Entonces no es posible o no me interesa, al menos, un feminismo que no contemple a las pobres, a las indias, a las mestizas... No es lo mismo ser una mujer en Buenos Aires que serlo en Salta (una de las provincias más católicas y conservadoras del país). Esas diferencias significan vulnerabilidades diferentes, menor acceso a la información y también a la justicia. En mi país hay una población indígena muy grande, completamente olvidada por el Estado, donde el grado de indefensión de esas mujeres es terrible: niñas violadas y obligadas a parir porque se les niega el aborto terapéutico (que es el legal); violaciones colectivas perpetradas por hombres blancos. Todo eso queda muy lejos de Buenos Aires, pero un feminismo que tenga sentido no puede ser indiferente a estas cuestiones.

¿Consideras que al tocar este tipo de temas en la literatura se podría crear mayor conciencia sobre un asunto normalizado? ¿Podría pensarse como una suerte de activismo?

La literatura escrita ad hoc para "hablar de tal cosa" no me interesa como lectora, te diría que me aleja inmediatamente. Me gusta encontrar en los relatos, en las novelas, en la poesía una mirada feminista del mundo, pero cuando está hecho a propósito me deja un poco fría. Por ejemplo, Enero, de Sara Gallardo, es una novela escrita hace 50 años, por una Sara Gallardo muy joven en ese momento, y puede leerse como un gran y hermoso alegato a favor del aborto. Sin embargo no creo que Sara Gallardo lo haya pensado como "su aporte al tema". Sara Gallardo escribió una novela en la que el drama de ese personaje es estar embarazada en una relación confusa, una violación sin que termine de reconocerse como tal, y querer deshacerse de eso que le está pasando y no conseguirlo. Cuando se publicó mi primera novela, en 2012, un periodista me dijo que yo dejaba muy mal paradas a las mujeres porque en la historia las dos madres, por distintas razones, están alejadas de sus hijos. Yo todavía no había publicado Chicas muertas ni me asociaban públicamente al feminismo. A mí me causó gracia su lectura, bastante machista por otro lado, pensando que las mujeres que son madres están condenadas a serlo de por vida, que no pueden decidir dejar a sus hijos como cualquier hombre. Hoy sería difícil que alguien leyera alguno de mis relatos sin la clave feminista. No sé si eso me gusta, no me esfuerzo para escribir novelas feministas porque de todos modos los universos que escribo están siempre atravesados por la mirada que yo tengo sobre las cosas.

El movimiento ha abierto un debate sobre si hay que dejar o no de consumir producciones artísticas (literatura, películas, obras de teatro) cuando sus creadores han sido denunciados por violencia o machismo. ¿Cuál es tu postura al respecto?

Para mí es un tema de reflexión constante y de charla con otras amigas... no estoy de acuerdo con los escraches porque no termino de ver adónde conducen y porque creo que no es lo mismo una violación que una insinuación, no es lo mismo sentirse incómoda, involucrarse en una situación incómoda como por ejemplo terminar acostándote con alguien sin ganas, que ser violentada, encerrada, golpeada. Y no es lo mismo que alguna de estas situaciones te ocurra a los 15 años que a los 20 o 25 (estoy hablando de lo que llamo situaciones incómodas, no de las violaciones claro está). Entonces en el afán del escrache todo se mezcla y da la impresión de que todo es lo mismo. Hace poco hubo una situación aquí con un poeta y editor que sería jurado en la Bienal de Arte Joven. Finalmente y tras la denuncia en su contra, el editor renunció como jurado ,pero la Bienal además separó a la editorial, conformada por otras personas. Es decir, por la conducta de una persona se dejó sin trabajo a otras, se enturbió el prestigio de una editorial y a quienes trabajan en ella. No estoy de acuerdo con la medida tomada por los organizadores de la Bienal, me parece una medida complaciente, correcta políticamente pero injusta. No leo libros de autores contemporáneos míos que sé que son violentos y machistas. Tampoco de los machistas aunque no tengan denuncias de violencia en su contra. No leo ni compro sus libros ni los recomiendo en mis talleres. ¿Por qué no de ellos y sí podría volver a leer Lolita? porque los contextos son diferentes. Estos autores están viviendo en la misma sociedad que yo, en el mismo tiempo que yo, entonces si no se sienten interpelados, si no pueden establecer un diálogo con esto que nos pasa, pues no me interesan en lo más mínimo.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

Creo que el feminismo me ha transformado sobre todo como lectora. Me di cuenta de que me había formado leyendo a escritores varones y que había todo un universo de libros escritos por mujeres que yo desconocía. Y como escritora, o como persona en realidad, el feminismo me ha llevado a involucrarme activamente, a reflexionar constantemente, a criticarme algunas prácticas también...

¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento?

Me gustaría que siguiera expandiéndose, multiplicándose... quiero creer que el futuro será feminista porque el feminismo es por ahora y para mí la manera más justa y hermosa de entender el mundo.

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Literatura y feminismo

Literatura y feminismo

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Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

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Es momento de que la voz masculina, que dominó durante siglos, guarde silencio, pero sobre todo de que escuche. Es momento de salir a las calles, a gritar, a exigir, a pintar paredes, a denunciar. No es venganza, es hartazgo, son ganas de visibilizar y destruir los hilos de una narrativa que pesa: la de los ganadores y las perdedoras. Es momento de sumarse a la guerra que nunca buscamos pero que es necesario pelear porque, como dice Virgine Despentes en su potente Teoría de King Kong, se trata de una batalla en la que todos perdemos. Es momento, como diría la autora nigeriana Chimamanda Ngozi, de dejar atrás los estereotipos alrededor de la construcción feminista. Es el momento de apoderarse de la conversación y convertirnos en dueñas y constructoras de una nueva narrativa. Parte importante de esa nueva construcción está en el trabajo de estas escritoras hispanas que desmenuzan el momento histórico a través de sus plumas. Porque tanto aquí en México, como en Chile, en Argentina o en Ecuador, las mujeres seguimos atravesadas por discursos paralizantes. Estas son las ideas de seis mujeres que abrazan el feminismo a través de las letras.

Cristina Morales (1985, España)

“Soy defensora de la invisibilización”.

Obra:

La merienda de las niñas, 2008; Los combatientes, 2013; Malas palabras, 2015; Terroristas modernos, 2017 y Lectura fácil, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Se trató de todo un proceso, pero sí recuerdo que uno de los episodios más reveladores ocurrió en Barcelona, en 2014. María Galindo fue a dar una charla en un museo de Barcelona y salí con lágrimas en los ojos, llena de revelaciones, de significados para mí hasta entonces ocultos, de resignificación de relaciones para mí naturalizadas y llamadas con su nombre y apellido. También puedo referir charlas con amigas, eso coincide mucho con mi etapa en Barcelona —llegué a esa ciudad cuando tenía 27 años— que es una ciudad en donde me politizo bastante en torno a un pensamiento libertario y anarquista. Hasta ese momento mi proceso de politización era bastante intuitivo, libertad sexual entendiéndolo como esquema de reproducción machista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Particularmente en el mercado literario, el hecho de que haya más mujeres publicadas no significa que haya un avance feminista. Hay quienes piensan que estamos llegando a un cambio de paradigma de la apreciación de las mujeres, pero otras pensamos que se trata de una moda. Desgraciadamente, el mercado, aliado con el estado, se ocupa de cooptar movimientos emancipadores, llámense feministas o ecologistas o cualquier otro, para su beneficio. Al menos lo que se refiere al mundo literario español, éste responde a los intereses del mercado editorial, de vender libros. No existe el feminismo de estado, no es emancipador ni interseccional. Es una lucha cooptada, instrumentalizada y por tanto neutralizada. Hay que buscar nuestros espacios en vez de esperar que el foro sea creado por otros.

¿Cómo aprovechar este momento para una transformación más radical?

Diría que no hay que explotarlo para la visibilización, soy más bien defensora de la invisibilización. Es decir, que las acciones de una facción política no sean las visibles, sino las invisibles. Una buena amiga que me ha politizado en el feminismo me decía que hay que tirar la piedra y esconder la mano para poder tirar la piedra otra vez, si no te la cortan. En mi caso, no es nada cómoda la posición de verse como parte de una “generación” o siendo la “voz” de algo o alguien. Sólo hablo por mí. No me parece cómodo que unas cuantas estemos arriba de un pedestal, porque al estarlo proyectamos una sombra. Hay que renunciar a los privilegios. ¿Cuál sería el escenario transformador que te gustaría ver? Hay una frase de María Galindo que decía: no hay libertad política si no hay libertad sexual. Entiendo que en un lugar ideal, si nos ponemos en esa fantasía, sería aquél en el que reconocemos nuestro deseo, que no es únicamente sexual, en todos los planos de la vida. Más allá de la pulsión sexual que determinan las estructuras de poder, una situación ideal sería que nosotras como mujeres podamos ser capaces de identificar nuestro deseo no mediatizado por los deseos del varón; sino que lo digamos, lo reconozcamos, lo ideemos, lo potenciemos y lo llevemos a término.

Luna Miguel (1990, España)

"El feminismo me ha hecho entender que lo que escribo no es ‘intimidad para mujeres’".

Obra:

Estar enfermo, 2010. (Poesía); Pensamientos estériles, 2011. (Poesía); La tumba del marinero, 2013. (Poesía); Los estómagos, 2015. (Poesía); El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina, 2016. (Ensayo); El arrecife de las sirenas, 2017. (Poesía); El funeral de Lolita, 2018. (Novela).

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Llegué tarde al feminismo. Antes de cumplir 20 años ya había leído, aprendido y reflexionado con las obras de Virginie Despentes, Marilyn French o Virginia Woolf, pero nunca me había atrevido a denominarme “feminista” por miedo a qué pensarían los demás o por simple desconocimiento de la lucha. Fue gracias a la periodista argentina, Luciana Peker, que me habló sobre feminicidios en su país y sobre cuál creía que era su papel como periodista al hablar de ellos. Aprendí muchísimo a su lado en un congreso de periodismo. Antes había leído todos los libros de la colección de feminismo en Melusina… y a Marilyn French, y a Virginia Woolf, y a Sylvia Plath y a Anne Sexton, que ya me habían hecho despertar, aunque aún no me atreviera a considerarme despierta. Necesité que alguien que no era una voz en un libro me hablara de tú a tú y me explicara por qué era importante que reflexionara sobre ello y reclamara mis derechos. Le debo mucho a Peker.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

Creo que es un momento que tiene cosas buenas. El denominado feminismo pop ha conseguido sacar al término y a la lucha de las academias y llegar hasta ojos de muchas personas que no habían reflexionado jamás sobre cuestiones de género o poder, como fue mi caso. Ahora ese miedo se ha acabado y se ha convertido en voluntad de seguir aprendiendo y cuestionándome a mí misma o al mundo. Eso sí, con el crecimiento de esta ola y de este sentimiento también ha venido una respuesta: lo vemos cada día con burlas, amenazas, muertes más violentas, ensañamiento por parte de personas que no quieren que las cosas cambien… Debemos estar preparadas. Que lo pop sea una herramienta de difusión, pero que no nos quedemos en la superficie y podamos seguir luchando. ¿Te identificas con alguna facción de feminismo? Si/No, ¿por qué? Me identifico con voces muy diferentes más que con facciones. Las voces a las que leo para aprender y descubrir son muchas y variadas, y puede que a veces no esté completamente de acuerdo con sus planteamientos, pero nadie ha dicho que haya que estar de acuerdo en todo. Me identifico con Luciana Peker, Ana Requena, Gabriela Wiener, Koleka Putuma, Virginie Despentes, Paul B. Preciado, Roxane Gay, Aixa de la Cruz, Lucía Lijtmaer, Carolina Sanín, María Riot, Alana Portero, Paula Bonet… y muchas más.

¿Qué significa que el mercado editorial esté publicando a más mujeres?

Evidentemente el mercado editorial ha sabido aprovecharse de este momento, lo cual no quita que fuera una absoluta necesidad que pasara lo que está pasando. Estoy de acuerdo en que es una moda, pero estoy más de acuerdo aún en que es justicia. Poder leer a mujeres que antes no eran publicadas, poder reflexionar sobre cuestiones que antes eran ignoradas… También es importante que nosotras mismas como periodistas, editoras o autoras, tomemos conciencia y pensemos en publicaciones útiles y no en sumar lo que podría ser sólo ruido. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Me ha hecho entender que lo que escribo no es “intimidad para mujeres”, que no soy “una jovencita bloguera”, que “debería ser musa”, que “el color de mis labios blablá”… sino que mi literatura puede llegar a ser tan importante como la de cualquier otro humano de mi generación. ¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento? Me gustaría que no se detuviera. Que este despertar sirva también para cuestionarnos los grandes males de nuestras sociedades: el racismo, el clasismo, el cambio climático. Nos toca pelear. Y mucho.

Fernanda Melchor (1982, México)

“El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía”.

Obra:

Aquí no es Miami, 2013; Falsa liebre, 2013; Temporada de Huracanes, 2017.

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

De pequeña odiaba ser mujer. O más bien odiaba el modelo de feminidad que me imponían. Odiaba tener que hacer quehaceres sólo por ser mujer, o tener que vestir de determinada manera, sólo por ser mujer, y en general deploraba la falta de libertad y de horizontes que yo veía en la condición femenina. Lo que yo hacía y sentía, lo que yo quería hacer de mi vida no coincidía con la forma de ser que como mujer se me exigía en el mundo donde crecí, así que asumí que yo no era una mujer femenina, que era extraña, porque no me conformaba. No era tanto que quisiera ser hombre sino que envidiaba la libertad de la que los hombres gozaban, y tardé muchos años en darme cuenta de que mi forma de ser mujer también es muy femenina, a su propia manera, que no hay una sola forma de ser mujer. Y todo cambió en el 2012, cuando conocí a mi hija, y el deseo de que ella pudiera ser libre y feliz, sin sentirse menos por ser mujer, sin detestar su feminidad o dudar de ella, fue la que me hizo adentrarme un poco más en el movimiento, comenzar a escuchar a otras mujeres, incluir temas feministas en mis escritos y aceptarme públicamente como feminista.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

No sé si podría hacer un balance como tal. Creo que gracias a las redes sociales el feminismo ha llegado a lugares donde antes no hubiera podido llegar. Creo que hoy en día cada vez hay más personas que no sólo son capaces de reconocer la exclusión y la discriminación cuando la perciben, sino que también están dispuestas a denunciar estos fenómenos y discutirlos públicamente. Pero siento también que ésta es una situación que en cualquier momento puede cambiar, como lo hemos visto en el reiterado caso de las victorias legislativas que prohíben la libre decisión de las mujeres sobre su cuerpo. Hay que luchar para que no sea así, para que los derechos y la conciencia de la inviolabilidad de estos derechos no se pierdan. Esto implica, creo, salir de las redes sociales y llevarlo a la calle, a la gente.

Hay una creciente publicación de autoras mujeres y títulos sobre feminismo. ¿Consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Creo que ahora hay una mayor consciencia y apertura, tanto de parte de los editores como del público lector, de que las mujeres también tenemos cosas interesantes que decir, y formas interesantes de hacerlo. Pero siguen existiendo muchísimos círculos y grupos literarios que excluyen a las mujeres, o que delegan sus aportaciones a la literatura a lugares marginales.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

Me gusta aprender de todos los feminismos, conocer sus puntos de vista. No creo haber leído tanto como para poder inscribirme en alguna facción. Por razones personales, tampoco marcho ni me manifiesto públicamente, de otra forma que no sea asumir mis convicciones en entrevistas o eventos públicos.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

El feminismo me ha dado una seguridad de la que antes carecía. Siempre estaba tratando de compararme con colegas varones, siempre pensaba que ellos tenían los mejores consejos, que debía obtener su aprobación para poder se escritora. Ahora confío un poco más en lo que hago y me siento más cómoda dentro de mi piel, de mi cuerpo.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor.

¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras?

Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

Lina Meruane (1970, Chile)

"Como mujeres hay que pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y privilegio”.

Obra:

Las infantas, 1998. (Novela) Póstuma, 2001. (Novela); Cercada, 2000. (Novela); Fruta podrida, 2007. (Novela); Sangre en el ojo, 2012. (Novela); Sistema nervioso, 2018. (Novela); Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del sida, 2014. (Ensayo); Volverse palestina, 2013. (Ensayo); Contra los hijos, 2014. (Ensayo)

¿Cuándo y cómo te acercaste al feminismo?

Tuve una educación en un feminismo pasivo. Mi abuela estudió derecho y me impactó su foto de egreso. Eran dos mujeres en dos sillitas y luego 300 hombres de pie y en traje alrededor. Mi abuela, además, es una mujer que se divorció en una época en que las mujeres no debían divorciarse. Las trataban como mujeres sexualmente disponibles. Pagó un precio por su independencia. Desde que tengo consciencia tuve mucho admiración por ella. Luego estaba la figura de mi madre, que estudió medicina cuando las mujeres a esa edad se estaban casando y teniendo hijos. Esperó su propia maternidad. Mi madre tuvo a mi hermano a los 27 años, pero eso ya era muy tarde en esa época. Tengo recuerdos de esos relatos, de mi abuela, de mi madre, las maneras en que mi madre educó a lo feminista a mi papá. Siempre tuve un padre muy colaborador que se dividía los roles domésticos, tenía una formación feminista que no venía rodeado con un discurso político, pero sí con una micropolítica. Después, en la universidad, estuve un año de intercambio en Estados Unidos, en un college de mujeres cerca de Boston. Tomé cursos muy radicales de feminismo que me hicieron interesarme en las políticas feministas y que me hicieron entender que había toda una política detrás. Diferentes maneras de reflexionar sobre el lugar de las mujeres en el espacio público.

¿Cuál es tu balance del momento actual que atraviesa el feminismo?

Creo que en la última década ha crecido el interés en el tema, sobre todo porque se han sumado mujeres más jóvenes. Las mujeres de mi generación creíamos que ya se habían solucionado muchos problemas, pero con el advenimiento de la ultraderecha, con sus potenciales discursos antifemeninos y antifeministas y con el aumento de la visibilización de la violencia de las mujeres en el espacio público y en el privado gracias al auge de las redes, nos hemos dado cuenta que no. La alegría de algunas libertades alcanzadas no les llegó a todas las mujeres. Por otro lado, también es cierto que hay una apropiación del discurso feminista y ahora cualquiera se puede declarar feminista, lo que me produce bastante furia. Hace poco leía a Jessa Crispin, quien tiene un libro titulado Por qué no soy feminista que expone lo que el feminismo no es, como acceder a ciertos puestos de responsabilidad o cosechar logros individuales. Es decir, no hay que pensar en nosotras mismas y nuestros logros, sino en cambiar la estructura para que más y todas accedan a esos mismos beneficios. Me parece que es un argumento importante exigirnos como mujeres pensar mucho más allá de nuestra propia comodidad y lugar. ¿Te identificas con alguna facción feminista? No me he afiliado a una corriente específica del feminismo porque quiero resguardar mi posibilidad de disentir. No pienso en el feminismo como quien milita en un partido, sino en una lógica mucho más amplia que me permita pensar críticamente en perspectivas diferentes. No hay que olvidar que los feminismos están fechados: el de igualdad, el de diferencia, el ecologista, todos responden a un contexto de producción específico. Hay cuestiones de cada uno de ellos que mantienen sentido y otros no tanto. Hay algunos feminismos que son más castigadores del gozo, son más punitivos, más eurocéntricos, pensados desde clases altas, mujeres blancas, con cierto privilegio. Cada feminismo necesita una contextualización y autocrítica. Contra los hijos es un ensayo que pone en tela de juicio el rol de la maternidad como una estrategia de la narrativa neoliberal para regresar a las mujeres al cuidado del hogar. ¿En qué consiste a grandes rasgos? La maternidad es un discurso muy viejo, sólo que cada era lo arropa con nuevas retóricas. Es un péndulo que se mueve en dos direcciones. En la medida en que las mujeres descubren el truco — es decir, cuando descubren que están siendo empujadas a la maternidad sin ningún tipo de ayuda y por tanto, se oponen a esas políticas— vuelve a haber una especie de reconfiguración discursiva para convencerlas de que tener muchos hijos es contribuir con el proyecto patrio, el sistema económico, incluso hasta un tema de fe. El periodo neoliberal reactiva el discurso promaterno ya que llama a la libertad del consumo, de decisión, del individualismo, pero al mismo tiempo, esa retórica demanda que la madre abandone el espacio profesional y la libre elección para volver a la casa. El discurso neoliberal requiere de un trabajo gratuito de servicio a los enfermos, a los niños, a los viejos. Se pide que la mujer tome un trabajo donde el estado ha abandonado sus funciones custodiales. Alguien se tiene que hacer cargo de ese cuidado y alguien debe hacerse cargo sin cobrar. Ésa es la trampa.

Selva Almada (1973, Argentina)

“El feminismo que me interesa, el que siento propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases”.

Obra:

Mal de muñecas, 2003. (Poesía); Niños, 2005. (Novela); Una chica de provincia, 2007. (Cuentos); El viento que arrasa, 2012. (Novela); Ladrillero, 2013. (Novela); Chicas muertas, 2014. (Crónica); El desapego es una manera de querernos, 2015. (Cuentos); El mono en el remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel, 2017.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?

No hace mucho que me reconozco feminista. Creo que casi toda mi vida fui una feminista espontánea, pero no sabía si podía llamarme feminista. Escribir Chicas muertas y después, cuando el libro se publicó, ponerle el cuerpo, creo que terminó de confirmarme en el feminismo.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?

En Argentina, y creo que en toda Latinoamérica, el feminismo es el movimiento político, social y cultural más importante en los últimos cincuenta años. Desde el peronismo, en Argentina no hubo un movimiento que irrumpiera con tanta fuerza y presencia como lo ha hecho el feminismo en los últimos tres o cuatro años. Claro, había feminismo antes: gran parte del camino recorrido se lo debemos a las mujeres, las lesbianas y las trans que nos precedieron. Me gustaría que no nos olvidemos que las hijas, las nietas, no surgieron por generación espontánea, antes que ellas, que nosotras, estuvieron estas otras activistas, grupos muy pequeños que salían a las calles cuando ser feminista era absolutamente resistido y absolutamente antipático. Aquí empezó a crecer con el “Ni una menos” y explotó con el debate por el derecho al aborto. El año pasado (2018) creo que todas entendimos que era el gran tema urgente del feminismo, que sin ese derecho esencial a decidir cuándo ser madre, no podíamos seguir hablando de otras cosas. El activismo feminista logró cosas que nunca antes: que el feminicidio entrara en la agenda del periodismo, ya no como un caso policial más, si no como una problemática social y que el aborto, que era un tema tabú, saliera finalmente del closet. Hoy mujeres que son abuelas pueden blanquear que ellas también abortaron alguna vez. Se debatió de aborto hasta en los programas de la farándula... eso fue maravilloso.

Sobre la creciente publicación de autoras mujeres, ¿consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?

Cuando anteponemos la palabra "mercado" a mí todo me genera una gran desconfianza. Si le interesa al mercado es porque vende, claro. Pero también que se venda, que haya una demanda de más libros feministas, quiere decir que hay un interés creciente en el tema. Me causa contradicciones. Yo creo que sí, es una estrategia de mercado. Sin ir más lejos hace poco el diario Clarín sacó una colección de libros feministas. Uno de mis libros está en esa colección. Y me da gusto no porque adhiera o comparta la ideología del diario, ni por el dinero que pueda generarme (que es muy poco porque estos libros son mucho más baratos que el mismo publicado por la editorial) si no porque tengo la fantasía de que el libro pueda llegar a otros lugares y a otro público. En ese sentido, que el feminismo le interese al mercado editorial, con todo el escozor que pueda producirnos, es la posibilidad de que esos libros estén en las vidrieras y no en los depósitos de las librerías; de que tengan su lugar en los suplementos culturales; de que, ojalá, lleguen a un público mucho más amplio y que ello sí signifique al final una mayor conciencia y reflexión sobre el tema.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?

No milito en ningún movimiento en particular. Pero el feminismo que me interesa, el que siento como propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases. Imagínate que hasta el peón más maltratado por su patrón llega a su casa y tiene a alguien que está por debajo de él: su mujer. Como dice Yoko Ono: “la mujer es el negro del mundo” (no, no lo dijo Lennon, aunque lo haya escrito en una canción). Entonces no es posible o no me interesa, al menos, un feminismo que no contemple a las pobres, a las indias, a las mestizas... No es lo mismo ser una mujer en Buenos Aires que serlo en Salta (una de las provincias más católicas y conservadoras del país). Esas diferencias significan vulnerabilidades diferentes, menor acceso a la información y también a la justicia. En mi país hay una población indígena muy grande, completamente olvidada por el Estado, donde el grado de indefensión de esas mujeres es terrible: niñas violadas y obligadas a parir porque se les niega el aborto terapéutico (que es el legal); violaciones colectivas perpetradas por hombres blancos. Todo eso queda muy lejos de Buenos Aires, pero un feminismo que tenga sentido no puede ser indiferente a estas cuestiones.

¿Consideras que al tocar este tipo de temas en la literatura se podría crear mayor conciencia sobre un asunto normalizado? ¿Podría pensarse como una suerte de activismo?

La literatura escrita ad hoc para "hablar de tal cosa" no me interesa como lectora, te diría que me aleja inmediatamente. Me gusta encontrar en los relatos, en las novelas, en la poesía una mirada feminista del mundo, pero cuando está hecho a propósito me deja un poco fría. Por ejemplo, Enero, de Sara Gallardo, es una novela escrita hace 50 años, por una Sara Gallardo muy joven en ese momento, y puede leerse como un gran y hermoso alegato a favor del aborto. Sin embargo no creo que Sara Gallardo lo haya pensado como "su aporte al tema". Sara Gallardo escribió una novela en la que el drama de ese personaje es estar embarazada en una relación confusa, una violación sin que termine de reconocerse como tal, y querer deshacerse de eso que le está pasando y no conseguirlo. Cuando se publicó mi primera novela, en 2012, un periodista me dijo que yo dejaba muy mal paradas a las mujeres porque en la historia las dos madres, por distintas razones, están alejadas de sus hijos. Yo todavía no había publicado Chicas muertas ni me asociaban públicamente al feminismo. A mí me causó gracia su lectura, bastante machista por otro lado, pensando que las mujeres que son madres están condenadas a serlo de por vida, que no pueden decidir dejar a sus hijos como cualquier hombre. Hoy sería difícil que alguien leyera alguno de mis relatos sin la clave feminista. No sé si eso me gusta, no me esfuerzo para escribir novelas feministas porque de todos modos los universos que escribo están siempre atravesados por la mirada que yo tengo sobre las cosas.

El movimiento ha abierto un debate sobre si hay que dejar o no de consumir producciones artísticas (literatura, películas, obras de teatro) cuando sus creadores han sido denunciados por violencia o machismo. ¿Cuál es tu postura al respecto?

Para mí es un tema de reflexión constante y de charla con otras amigas... no estoy de acuerdo con los escraches porque no termino de ver adónde conducen y porque creo que no es lo mismo una violación que una insinuación, no es lo mismo sentirse incómoda, involucrarse en una situación incómoda como por ejemplo terminar acostándote con alguien sin ganas, que ser violentada, encerrada, golpeada. Y no es lo mismo que alguna de estas situaciones te ocurra a los 15 años que a los 20 o 25 (estoy hablando de lo que llamo situaciones incómodas, no de las violaciones claro está). Entonces en el afán del escrache todo se mezcla y da la impresión de que todo es lo mismo. Hace poco hubo una situación aquí con un poeta y editor que sería jurado en la Bienal de Arte Joven. Finalmente y tras la denuncia en su contra, el editor renunció como jurado ,pero la Bienal además separó a la editorial, conformada por otras personas. Es decir, por la conducta de una persona se dejó sin trabajo a otras, se enturbió el prestigio de una editorial y a quienes trabajan en ella. No estoy de acuerdo con la medida tomada por los organizadores de la Bienal, me parece una medida complaciente, correcta políticamente pero injusta. No leo libros de autores contemporáneos míos que sé que son violentos y machistas. Tampoco de los machistas aunque no tengan denuncias de violencia en su contra. No leo ni compro sus libros ni los recomiendo en mis talleres. ¿Por qué no de ellos y sí podría volver a leer Lolita? porque los contextos son diferentes. Estos autores están viviendo en la misma sociedad que yo, en el mismo tiempo que yo, entonces si no se sienten interpelados, si no pueden establecer un diálogo con esto que nos pasa, pues no me interesan en lo más mínimo.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora?

Creo que el feminismo me ha transformado sobre todo como lectora. Me di cuenta de que me había formado leyendo a escritores varones y que había todo un universo de libros escritos por mujeres que yo desconocía. Y como escritora, o como persona en realidad, el feminismo me ha llevado a involucrarme activamente, a reflexionar constantemente, a criticarme algunas prácticas también...

¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento?

Me gustaría que siguiera expandiéndose, multiplicándose... quiero creer que el futuro será feminista porque el feminismo es por ahora y para mí la manera más justa y hermosa de entender el mundo.

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