Un vecino recomienda al comisario Jean-Baptiste Adamsberg nunca pasar por alto una picadura de araña y llegar hasta las últimas consecuencias: “rascar hasta sangrar”, asegura. Ésta parece ser, en tres palabras, la síntesis que enmarca la psicología de los grandes detectives de la literatura, y que arrastra al lector al interior de Cuando sale la reclusa, una novela negra escrita por Fred Vargas.
Vargas, escritora parisina, es la primera mujer en diez años en recibir el premio Princesa de Asturias de las Letras, y es, en la historia, la primera francesa. Sus novelas empezaron a publicarse en nuestro idioma apenas después del año 2000, en su mayoría por la editorial Siruela. Es muy probable que, a estas alturas, la anécdota de cómo Frédérique Audoin-Rouzeau se convirtió en Fred Vargas sea lo suficientemente conocida como para pasar al terreno de la leyenda, donde su veracidad o no resulta irrelevante. Una tarde, la medievalista y arqueozóologa de entonces 28 años, con la pura intención de entretenerse se le ocurrió escribir una novela policiaca. Como pseudónimo decidió usar uno similar al de su gemela, la pintora Jo Vargas, inspirado, a su vez, en el personaje de María Vargas, la protagonista de la cinta La condesa descalza, encarnada por Ava Gardner. Y, como dicen, el resto es historia. O, más bien, literatura. Esa primera novela, Les jeux de l’amour et de la mort (Los juegos del amor y de la muerte, aún no publicada en español), fue escrita en 21 días, que era el tiempo que duraban sus vacaciones. Y ese método se hizo costumbre. Al día de hoy, ha publicado 18 novelas, 13 de ellas de la serie del famoso Jean-Baptiste Adamsberg.
La última novela de Vargas, Cuando sale la reclusa, comienza con el caso de una mujer atropellada, que al resolverse, da paso a un crimen más incierto y sombrío. El comisario de policía del XIII distrito de París, Jean-Baptiste Adamsberg, por alguna razón que ni él mismo alcanza a comprender, vuelca poco a poco su atención en un par de muertes causadas por el veneno de una araña reclusa, un bicho tímido cuyo veneno en solitario no basta para matar a un hombre. Adamsberg es un tipo extraño: sólo fuma cigarros que hurta de la cajetilla de su hijo, olvida nombres, usa dos relojes descompuestos y tiene un sentido del humor que lo hace entrañable. Además, el comisario tiene una aguda intuición que le hace sospechar que esas muertes por veneno de reclusa son, en realidad, un caso de asesinato. Con ayuda de la mayoría de los miembros de su brigada, Adamsberg tira del hilo hasta descubrir una sórdida y larga historia de orfandad, abuso y acoso sexual. Es una novela que logra una profundidad desconcertante, donde la picadura de araña adquiere la dimensión de una violación, tanto psicológica como física. [caption id="attachment_220791" align="aligncenter" width="600"]
Cuando sale la reclusa de Fred Vargas[/caption]Vargas cuenta la historia de la Pandilla de la Reclusa, un grupo de muchachos que acosa a chicos más pequeños colocándoles resclusas entre la ropa. El veneno de la araña no es neurotóxico, sino necrótico, descompone y mata el tejido y órganos alrededor de la picadura, y puede extenderse hasta causar la amputación y, en casos extremos, la muerte. Las víctimas de la Pandilla, uno sin pierna, otro sin pie, y otro sin un testículo, además de una mujer violada por la Pandilla, son los sospechosos principales. Resulta interesante vislumbrar lo que la autora hace dentro de las normas del género negro: el detective excéntrico y talentoso, el asesino, las pistas falsas, las verdaderas, y la resolución del misterio. La novela policiaca, como Vargas la concibe, es generosa porque explora las fisuras entre dos universos: el del orden (la civilización, las leyes, lo humano), y el del caos y lo salvaje. Entre esas grietas transcurren los casos de Adamsberg, cuando los hombres actúan como animales y los animales parecen impulsados por motivaciones humanas. Al final, hay animales y hay hombres que, ante la comezón, no pueden más que rascarse hasta sangrar.***También te puede interesar:El arte de desentrañar a Elena Ferrante