Tienes un pequeño vaso en la mano, de él se desprende un aroma muy singular. No tienes por qué acercarte demasiado para percibirlo: es ahumado, tiene un olor a tierra y hierba mojada. Al probarlo, se traduce en ceniza y en fresco, en mezcal salvaje. Este destilado, del que varias generaciones pasaron de largo y menospreciaron justo por eso, por saber a tierra, la bebida de los campesinos. El mismo que hoy es reconocido como uno de los más sofisticados en Europa y el resto del mundo y que desde hace poco aquí se ve como un gran descubrimiento.
Pero el mezcal es mucho más que esa moda que ha detonado decenas de marcas, es uno de los máximos emblemas de nuestra identidad. Su ancestral proceso y los agaves de los que procede nos recuerdan que somos y nos debemos a la tierra y a quien la trabaja.Lee el reportaje completo aquí.