Imaginar el futuro como lo hacemos hoy es una actividad humana que a nuestros congéneres del pasado les parecería bastante extraña: ¿En qué momento se transformaron las mancias y oráculos, que pretendían saber si la próxima cosecha sería buena, en máquinas del tiempo y naves espaciales que no tienen el don de la profecía? Nuestra idea del futuro es un producto de la Edad Moderna, el “espacio temporal donde habitan las expectativas”. (1) Para quienes lo imaginamos en la ficción, siempre ha sido ese laboratorio donde echamos a andar los temores y los deseos del presente: son las tierras incógnitas de Lo Posible, aún sin cartografiar. Aunque las distopías son las postales más conocidas de ese atractivo turístico de la imaginación, el futuro también puede ser un espacio de transformación colectiva, de esperanza en la justicia.
I.
Digamos que abordo una nave con la misión de explorar otros futuros. Sobrevuelo el norte del continente americano y descubro un territorio que surgió precisamente en la búsqueda de la justicia y es particularmente espectacular: el afrofuturismo, movimiento artístico que plantea un futuro tecnologizado en el que la gente negra (sobre todo, la sobreviviente de la diáspora africana de la esclavitud) está viva y es libre. Podría decirse que su origen es musical, lo cual no es de extrañar: la música acompañó a las personas de la diáspora africana como un eco de su libertad para sobrevivir al trabajo esclavo en los campos, las cocinas, las reuniones clandestinas; un mecanismo de consuelo y resistencia. La figura emblemática es Sun Ra, el pianista que afirmaba venir de Saturno, a pesar de haber nacido en Alabama, bajo el nombre de Herman Blount. Durante la década de los sesenta, el músico conjugó dos de sus pasiones (el espacio y la gloria del antiguo Egipto) para crearse una nueva identidad que extrapolara la liberación del pueblo negro y la llevara hasta las estrellas, pues no estaba muy seguro de que esa ruptura fuese posible en la Tierra, ni siquiera en la década de los setenta, cuando protagonizó su propia película afrofuturista: Space is the Place (John Coney, 1974). “La música es diferente aquí, las vibraciones son diferentes. No como las del planeta Tierra, con el sonido de las armas, del enojo y la frustración”, dice, vestido con un tocado faraónico de tela metálica. Decide reclutar a un grupo de adolescentes de Oakland, California, para fundar su utopía negra en ese planeta donde abundan las plantas y las burbujas de jabón. La nasa, claro, tratará de impedírselo. En ese entonces, las estructuras de la opresión blanca aún pesaban sobre los cuerpos negros que, precisamente en Oakland, habían formado policías comunitarias de autodefensa: el Black Panther Party. Años después, Oakland volvió a ser uno de los escenarios de otra utopía negra cinematográfica: Black Panther (Ryan Coogler, 2018). Parte del universo cinematográfico de Marvel, la película retoma la historieta creada por Stan Lee y Jack Kirby en 1966 para narrar el ascenso de T’Challa como la nueva Pantera Negra, el nuevo rey de Wakanda, país oculto en África con el mayor grado tecnológico del mundo.
Las panteras negras reales consiguieron algunas victorias aquí en la Tierra, pero no todas las necesarias, como muestra la brutalidad policiaca hacia esa población en Estados Unidos en pleno 2020. En este siglo XXI, Janelle Monáe, una de las artistas del afrofuturismo contemporáneo, ha imaginado su propio porvenir queer y feminista. En “Crazy, Classic, Life” (Dirty Computer, 2018), que comienza con un fragmento de “I had a dream”, el discurso de Martin Luther King, canta: “We don’t need another ruler, / all of my friends are kings: / I’m not America’s nightmare, / I’m the American dream. / Just let me live my life”. Imaginar ese otro futuro sigue siendo indispensable, pero también lo es la necesidad de reevaluar sus alcances.
El término afrofuturismo fue acuñado por el crítico Mark Dery en un ensayo que se publicó poco después de la muerte de Sun Ra, en 1993. En él, lo identifica como la “ficción especulativa que trata temas afroamericanos y aborda preocupaciones afroamericanas en el contexto de la tecnocultura del siglo XX […que] se apropia imágenes de la tecnología y de un futuro prostéticamente incrementado”. (2) El afrofuturismo ha sido analizado por la academia alrededor del mundo, se ha expandido como una categoría importante de la ciencia ficción y, en una labor de retroetiquetado, ha incorporado a su tradición a quienes incluso en el siglo XIX ya imaginaban esas posibilidades. Pero la cuestión con las etiquetas es que tienen un lugar de enunciación particular en el espacio-tiempo: Dery, después de todo, es un académico blanco que habla desde el contexto estadounidense. Wole Talabi, compilador de la antología reciente Africanfuturism, usa una metáfora para explicar lo que ocurrió después de que la autora Mohale Mashigo pidiera una nueva nomenclatura para quienes escribían sobre el futuro desde África: “En muchas tradiciones musicales africanas, cuando hay un llamado, hay una respuesta”. La escritora nigeriana-estadounidense Nnedi Okorafor propuso poco después ese nuevo término: el Africanfuturism.
El africanofuturismo reconoce que todas las personas negras, tanto en África como en la diáspora, comparten “sangre, espíritu, historia y futuro”, pero “se preocupa por las visiones sobre el futuro, está interesado en la tecnología, abandona la Tierra, se inclina hacia el optimismo; se centra en, y está escrito predominantemente por, personas de ascendencia africana (personas negras) y tiene sus raíces en África”. (3) La autora remata con un ejemplo contundente para quienes pensaron que Black Panther era el límite de la imaginación: “Afrofuturismo: Wakanda construye su primer puesto de avanzada en Oakland, California, Estados Unidos. Africanofuturismo: Wakanda construye su primer puesto de avanzada en un país africano vecino”. (4)
Nnedi Okorafor es una de las autoras más importantes de la ciencia ficción contemporánea. Su novela Quién teme a la muerte proyecta una sociedad en la que la práctica de la ablación puede ser revertida con el poder del juju, una forma de la magia ancestral africana. Ella acude a otra etiqueta: el término Africanjujuism. Decidió usar estos conceptos porque algunas de las definiciones más prominentes del afrofuturismo “no describían lo que yo estaba haciendo”.
La escritora Hope Wabuke, por su parte, señala los puntos más sensibles de la crítica hacia el afrofuturismo: las obras que, aclamadas por el imaginario occidental, suelen ser las menos problemáticas para su perspectiva, como “las escenas poscréditos de Black Panther que nos llevan de la condescendiente blancura de la ONU europea a un estilo reconocible de la filantropía multimillonaria en una ciudad estadounidense”. La cuestión de la otredad, como ocurre también en la ciencia ficción feminista, es abordada de forma muy distinta por quienes se inscriben dentro del marco filosófico del africanofuturismo: las civilizaciones extraterrestres no son “invasoras” ni una amenaza bélica, sino vecinos en el espacio con los que compartir e intercambiar, aprender. La expansión de la conciencia y la paz. Wabuke menciona que, además de centrarse en el futuro de África y su intersección con la tecnología, el africanofuturismo de autoras como Okorafor concede importancia a la vida de las mujeres y a las identidades LGBT+. Wabuke y Talabi amplían la lista de autoras y autores con su crítica. (5)
II.
Conduzco mi nave hacia terrenos más cálidos: distingo los contornos de las Antillas. Si consideramos que el Caribe fue un nodo de la diáspora africana, ¿hay un futuro particular imaginado por afrodescendientes en esa región? La autora e investigadora cubana Maielis González considera que no es tan sencillo trasladar a América Latina una etiqueta surgida en un contexto tan específico como la literatura de género estadounidense: “Cabría preguntarse entonces si los negros y mestizos latinoamericanos nos sentimos diáspora o parte de un ‘movimiento tecno-cultural panafricano’”.6 En cambio, el escritor cubano Erick J. Mota cree que hay “historias que defienden la identidad afrocaribeña, las costumbres, las tradiciones, la manera de hablar y la espiritualidad del Caribe (ya no solamente el hispano)”, dentro de las que está La mucama de Omicunlé, de Rita Indiana, un alucinante futuro en el que el mar Caribe está muerto, pero podría revivir gracias a una operación mágicotecnológica que incluye un cambio de sexo, cierta nostalgia por la década de los noventa y un encuentro con piratas del siglo XVII. El mismo Mota escribió una de estas obras, Habana Underguater (2010), una ucronía en la que Rusia ganó la Guerra Fría y el ciberespacio es regido por orishas. Mota aventura algunos términos para la corriente: “Neoafrofuturismo del Caribe Antillano, indoafrofuturismo caribeño, ¿orishapunk?”. (7)
III.
Mi aeronave realiza un paseo de sur a norte que provoca llamadas de auxilio a los ufólogos locales. ¿Qué hay del futuro imaginado por afrodescendientes en los países latinoamericanos? Brasil posee una muy saludable producción de ficción especulativa (8) y su propio afrofuturismo mediante autores como Fábio Kabral y Lu Ain-Zaila; también están el amazofuturismo (con la región del Amazonas como escenario del futuro, escrito por cualquiera) y el futurismo indígena (escrito, idealmente, por personas indígenas de Brasil). (9)
En el resto de América Latina también hay un interés por incorporar a las narrativas del futuro esas visiones del mundo propias de las naciones originarias que no están solo en el pasado, sino vivas, produciendo pensamiento y cultura en el presente. Dos ejemplos singulares: De cuando en cuando Saturnina: una historia oral del futuro, de Alison Spedding (2004), antropóloga inglesa residente en Bolivia que emplea la tradición oral, la lengua aimara y su relación con los sistemas de cómputo, así como la concepción andina no lineal (y, por lo tanto, crítica) del tiempo para narrar la historia de Satuka y sus compañeras quechuas, viajando por el espacio en “un proyecto político-anarquista-feminista propio”. (10) El otro es el proyecto del artista multimedia ecuatoriano José Luis Jácome Guerrero: el khipunk, que plantea “una filosofía y un arte retrofuturista que basa sus preceptos en la narrativa especulativa y la cosmovivencia andina, mezcla la estética del steampunk con el khipu, sistema matemático ancestral de Abya Yala”. (11)
IV.
Me detengo sobre ese territorio entre el río Bravo y el río Suchiate, (12) la tierra que llamo hogar. Y, aunque trato de mantenerme suspendida sobre ella, no lo consigo: debo hacer un aterrizaje forzoso. (13) Es difícil hablar de un afrofuturismo local cuando apenas se está reconociendo que existen las comunidades afromexicanas. Caso aparte, el mexafuturismo propuesto por Alberto Chimal (uno de los autores de ficción especulativa más importantes), con el que se podría “encontrar, reunir, reconocer las múltiples obras que ya cuestionan nuestro propio racismo, amplificarlas [...] plantear otras rutas de transformación y desarrollo”. (14) Chimal afirma que “no solamente con las posibilidades de la población mestiza mexicana [...], sino también con las de las poblaciones indígenas”, (15) y señala como interlocutora de esa conversación a Yásnaya Aguilar, autora mixe que ha desarrollado interesantes ideas sobre los futuros posibles de los pueblos originarios. (16)
V. Desembarco y comienzo mi pesquisa. En lugar de preguntar, como Dery, “¿por qué hay tan pocos autores afroamericanos de ficción especulativa?” (una de esas preguntas que suelen propiciar las respuestas prejuiciosas que, por ejemplo, borraron el trabajo de las mujeres en muchos momentos de la historia del arte), prefiero preguntarme: ¿Por qué no conozco esos textos?, ¿dónde se producen, traducen y distribuyen?; ¿tiene la ficción especulativa una forma distinta en esas escrituras? Quizá estoy ignorando una idea del futuro que no es la mía. Como dice el historiador Matthew D. O’Hara, al buscar esa idea en documentos novohispanos, “pudimos pasar por alto la cultura de la construcción del futuro colonial porque no asociamos inmediatamente a la tradición, ya no digamos al pensamiento religioso, con el cambio y la innovación”. (17) En todo caso, ese futuro es un espectro que está construyéndose en cuadernos de notas o fanfictions de Wattpad y va dejándose ver en el presente.
La cuestión es que los conceptos que desean ampliar la idea de futuro hacia esas otras posibilidades (el mexicanofuturismo o la Mexicona: imaginación y futuro, (18) por ejemplo), en el nombre llevan la penitencia, como diría mi abuela: de alguna manera, el Estado llamado México tiene el peso de una construcción hegemónica cuyo proyecto era desaparecer, con la ficción del mestizaje, a todas las otras naciones que conformaban ese territorio antes de la Conquista. Ese proyecto unificador continúa y ataca todo lo que no sea heterosexual, blanco, católico, hispanohablante, consumidor. “¿Eres mexicana?” Me dijo una peruana en el metro de una ciudad extranjera. “No pareces. Las mexicanas son como Thalía”.
VI.
Orbito (un poco) sobre mi propia imaginación. ¿Cómo pensar en el futuro desde una autoría feminista y “mestiza” si, como dice Federico Navarrete, la identidad mestiza “preconiza la igualdad a la vez que construye desigualdades en todas las relaciones sociales”?; (19) ¿cómo, si “México” no hace nada por evitar nuestra tortura y muerte? “Para construir un futuro para los pueblos indígenas resulta necesario seguir quemando banderas, al menos simbólicamente”, sugiere Yásnaya. Pienso en cómo las mujeres que protestan han sustituido el rojo de la sangre de los héroes por el violeta de la lucha feminista en la bandera nacional. Me queda claro que, invocando al teórico y crítico literario Fredric Jameson, deseo en colectivo: no quiero imaginar el futuro si no es caminando al lado de las personas de las naciones originarias, de quienes defienden el agua, el territorio y la fauna, de las que se oponen a las mineras y a los megaproyectos neoliberales. Busco las señales del porvenir en el presente: son todas estas lenguas, modos de hacer y de relacionarnos que ni el colonialismo ni la necropolítica han podido extinguir; son todas estas luchas que hoy compartimos desde lugares distintos.
Alzo la vista desde esta Tierra recuperada, poblada por los animales y las especies vegetales que no se extinguieron. Veo la nave colorida y pacífica de lxs cosmonautxs africanxs, caribeñxs, chicanxs, cruzar el cielo como un cometa.
Les deseo buena suerte y pido un deseo.