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Luego de la publicación de su nueva novela El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024), el escritor Juan Pablo Villalobos regresó a México para dar un par de charlas e impartir algunos talleres literarios. Aprovechando el viaje, Gatopardo conversó con él sobre este nuevo libro y la forma en que se relaciona con el resto de su obra.
Jair Ortega de la Sancha (JOS): El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024) cierra una trilogía de novelas de autoficción [junto con No voy a pedir a nadie que me crea (Anagrama, 2016) y Peluquería y letras (Anagrama, 2022)]. La partida, el establecimiento y el regreso. ¿Fue un proyecto planeado o se fue dando a la par de su escritura?
Juan Pablo Villalobos (JPV): Fue sobre la marcha. Cuando escribí No voy a pedir a nadie que me crea no tenía la idea de escribir los siguientes libros; se fue dando de manera más o menos aleatoria, porque después de haber escrito No voy a pedir a nadie que me crea escribí dos libros más [el libro de crónicas de Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018) y la novela La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020)] que no tienen nada que ver con esta idea de utilizar mi propia biografía y mi nombre para escribir ficción. De pronto, estaba escribiendo otro libro que no está publicado —era un libro sobre utopías y distopías, que fracasé en su escritura—; dentro de ese libro había unas cuantas páginas que se acabaron convirtiendo en Peluquería y letras (Anagrama, 2022). Esas páginas de la novela, que me gustaban, se las envío a mi editora. Le dije: “Oye, mira, a mí me gusta esto, pero no sé qué opinas. Pienso que sería una novela muy cortita”. Y le expliqué un poco lo que pensaba, pero no estaba seguro de que funcionara, ella me animó; me dijo que sí que le gustaba y me motivó a que siguiera escribiendo. Luego de que sale Peluquería y letras empiezo a pensar en una novela sobre volver a casa y el lugar desde el que la cuento es también autobiográfico o autoficcional. Solo fue hasta que ya estaba terminando el libro que me doy cuenta que hay un libro, de que es el momento de emigrar, de llegar a Barcelona, que es el libro de No voy a pedirle…; otro libro, Peluquería y Letras, sobre estar y haber conquistado, entre comillas, una estabilidad en Barcelona; y luego el libro de volver a casa que es este, El pasado. Sí son una trilogía, pero se dio de manera muy fortuita.
JOS: En El pasado hay un doble regreso. El de la trama, el del personaje; pero también representa el retorno a Lagos de Moreno en tu obra, que no aparecía desde la novela Si viviéramos en un lugar normal (Anagrama, 2013). ¿Qué te significó este regreso literario a tu lugar de origen?
JPV: La novela Si viviéramos en un lugar normal está situada en los años ochenta y El pasado tiene dos tiempos: el presente y un tiempo pasado que también son los años ochenta. Tenía ganas de volver a escribir sobre México después de haber hecho tres libros como No voy a pedirle…, que en parte transcurre en México pero la mayor parte de la novela transcurre en Barcelona; como La invasión del pueblo de espíritu, que transcurre en una ciudad que se parece a Barcelona; como Peluquería y Letras, también por Barcelona.
Tenía esas ganas de escribir sobre México de nuevo y además lo que me está sucediendo ahora a nivel personal, que es lo que está más conectado con lo autobiográfico, tiene que ver con la edad: yo cumplí 50 años, mis padres están muy muy ancianos; mi papá va a cumplir 94 años, obviamente hay muchos achaques, problemas de salud, etcétera. Buena parte de mis preocupaciones, de mis angustias, de mis miedos ahora tienen que ver con la salud de mis padres. Y eso es algo que no te deja acabar de irte. Hay ahí algún vínculo con la familia.
Volver a escribir sobre México para mí significaba escribir sobre lo que me preocupa ahora; no es que tenga nostalgia del pasado. Mi relación con México tiene que ver con mi familia principalmente y eso significa Lagos de Moreno. Y es verdad que yo no había vuelto a narrar Lagos en una novela, y también tenía ganas de narrar esa evolución –“evolución”, vamos a llamarle descomposición—, esta degradación que ha sufrido la ciudad desde hace unos 10 años a raíz de la inseguridad. Narrar cómo se ha ido transformando el paisaje, el panorama; cómo veo yo a mis amigos, a mi familia, desde la distancia y desde la experiencia de haberme ido. La base arquetípica de estos relatos siempre es la del hijo pródigo, la Odisea, Telémaco, la telemaquia, el viaje del hijo que se va a buscar al padre y vuelve. También hay una cosa muy Pedro Páramo en todo esto: Lagos de Moreno creo que en esta novela es un poco un Comala. El personaje encuentra una ciudad que es medio fantasma, que se va reencontrando con amigos, todos borrachos, todos acabados.
Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos.
Quería transmitir esa sensación como de ciudad fantasmal, de que no se tiene claro si eso que el personaje nos está contando lo está soñando, lo está viviendo, lo está inventando, un narrador que no distingue entre el pasado y el presente.
JOS: Mencionas la travesía de Telémaco y la novela de Rulfo, ¿hubo otros referentes o hay libros con los que querías emparentar tu novela?
JPV: Cuando estoy escribiendo me meto en una atmósfera y todo lo que la va alimentando —que puede venir de la literatura, puede venir de la música, puede venir del cine, puede venir de conversaciones, de recuerdos, de lo que sea—, permite que yo me quede dentro de esa atmósfera que necesito para seguir escribiendo. En este caso creo que había algo con la literatura mexicana; más que estar leyendo cosas para decir que son influencias directas, tenía que ver más con la intención que yo tenía de volver a escribir sobre México y quitarme a Barcelona de en medio. Estuve leyendo mucha literatura mexicana: poesía, ensayo, cuento, no solo novela. Volví a leer cosas que siempre me han interesado mucho: Pitol, Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Elena Garro.
También te puede interesar leer: “Las herramientas de la crónica: una entrevista con Juan Pablo Meneses“.
JOS: La violencia del libro es más una posibilidad paranoica, que una situación presente. ¿Esta decisión parte desde una cuestión ética o proviene de una cuestión de cuidado, al haber empleado autoficción dentro de la novela?
JVP: Surge un poco de ambas, sí tiene que ver con una posición moral, diría incluso. Me preocupa muchísimo dos cosas: una, los discursos y las narrativas apocalípticas, que creo que están dominando buena parte de la narrativa mexicana, de la novela en particular, de mostrar un México oscuro por completo como sin solución, narrativa pesimistas, fatalistas, que nos anulan la posibilidad de imaginar un futuro para el país, que nos anula la posibilidad de tener narrativas utópicas, eso me preocupa por un lado; luego, por otro, me preocupa también una discusión sobre el lugar desde el cual miramos y narramos la realidad, a veces siento que uno tiene que dejar constancia desde qué lugar está mirando. Sería falso y yo veo que también hay algo moralmente complicado exponer a ese personaje a una violencia que todos sabemos, que aún incluso en el México en el que estamos, justamente por sus niveles de desigualdad y por sus estratificaciones sociales, los niveles de exposición a la violencia están muy marcados. Es decir, no los vivimos todos igual; no todos vivimos con una misma exposición a la violencia. Claro, hay cosas aleatorias, por supuesto estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, eso le puede pasar a cualquiera, sí. Pero no es verdad que estamos todos expuestos a la violencia igual. Cuando alguien dice “nos están matando”, no sé qué; a mí me parece muy peligroso. No, no nos están matando a todos. Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos. A mí me parece que esa frase es muy peligrosa, porque también a partir de allí no podemos analizar la situación, no podemos hablar de diagnosticar el problema.
Y sí, en esta novela las cosas pasan más en la cabeza del personaje que en la realidad, la paranoia le está comiendo la cabeza, la posibilidad de que en cualquier momento le van a hacer algo. Pero también es “wey, puede ser, pero tampoco te pongas en plan mártir”, porque hay otros personajes que sí están expuestos; el Simba, el chavito que está en el baño, tú y yo y todos sabemos lo que le va a pasar. Tarde o temprano. Tienen 95% de posibilidades de acabar mal. Y sabemos que eso no termina ahí, porque va acabar víctima y revictimizado, porque claro, era dealer, y se justifican todas las atrocidades. A mí me incomodan mucho estas cosas. En esta novela yo me imaginé otros dos finales que no escribí —sigo pensando que con uno de ellos probablemente habría hecho una mejor novela— pero que a mí no me dejaba tranquilo desde el punto de vista moral. Un final mucho más trágico, donde se desarrollaba más la parte criminal y llevaba al personaje a una situación más límite. Y dije no, no voy a hacer esto.
JOS: Hace un rato mencionaste la preocupación por los padres, ¿es ese el eje central en la novela?, porque si bien la violencia está latente —el mesero que toma precauciones para separar al protagonista y a Everardo, la pastilla, el tipo del Coyote—, el tema de los cuidados me parece más importante.
JPV: Sí, creo que al final, a nivel más de la evolución del protagonista, más allá de la aventura que tiene el personaje en la novela, de toda la confusión con la muerte del amigo y todo esto, más allá de eso de que es un thriller, lo verdaderamente importante es el momento en el que acaba un proceso de maduración. Y eso tiene que ver con dejar de ser hijo y ocupar el lugar del padre; también por eso en la novela se habla mucho desde el principio de esta cosa de “mi papá”, “mi mamá”, en lugar de decir “nuestro papá”, “nuestra mamá”, porque los hijos están peleando por los padres; en el fondo también creo que hay algo allí muy psicoanalítico, de que estamos diciendo “ese lugar es mío”, “soy yo el que quiero ocupar el lugar del padre”; o no, a lo mejor no somos quienes queremos ocupar el lugar del padre. También dentro de las familias hay quien siempre quiere ser hijo y cuando el padre desaparece agarra al hermano mayor y siempre necesita alguien que le cuide.
Esta novela en principio tendría que ser el viaje no solo de retorno a casa, sino del pasar de ser alguien que es cuidado a pasar a alguien que cuida.
JOS: Utilizaste la palabra thriller y me resume porque creo que en otras novelas descansaba con mayor fuerza el desarrollo de personajes o la voz narrativa o las voces narrativas, pero en El pasado son la trama y subtramas, los juegos a niveles narrativos, los que tienen mayor peso.
JPV: Para mí en cada libro hay algún tipo de aprendizaje o de búsqueda. Es verdad que al principio estaba muy obsesionado con las voces narrativas, encontrar el tono y cómo ese tono y esa voz te construye una persona por sí misma; pero en este libro tenía ganas de probar cómo armar una trama que no fuera lineal; [la novela] tiene una estructura rara, medio circular, va dando vueltas y regresa, tiene una cosa también de confusión entre el sueño y la realidad, las Pastillas también meten ahí un elemento de duda, de “¿será que acaso esto el personaje lo está alucinando?”. En esta novela me interesaba buscar maneras de narrar donde se rompiera la causa y el efecto más lógico.
JOS: Hay una escena de la novela en la que el protagonista está desayunando con Berta, y de repente ella ya no está. Llega su hermano Sebastián y el protagonista le dice a Sebastián: “estaba desayunando con tu hermana y desapareció”. Y Sebastián le dice “¿cómo que desapareció?”. Y empieza una reflexión sobre el uso del vocabulario. ¿Cómo es tu relación con el español mexicano?, pensando sobre todo en la idea de escribir de México con un lenguaje que quizá ya no es totalmente mexicano.
JPV: Durante un tiempo eso me causaba muchas crisis; fue de hecho en parte por ese conflicto que yo empecé a escribir sobre Barcelona, me empecé a sentir muy lejos de México y empecé a notar que mi escritura se iba a volver nostálgica. Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo. Es un poco lo que dice esta novela: que las consecuencias del pasado siguen viéndose y hasta que no resuelvas lo que se quedó ahí atrás no puedes seguir viviendo.
Empecé a escribir sobre Barcelona cuando me di cuenta que al terminar de escribir Te vendo un perro (Anagrama, 2014) me había costado muchísimo trabajo eso que dices, como sentir que estaba usando bien, no solo el vocabulario, hay una cosa que tiene que ver con la estructura de las frases. En ese entonces yo vivía en Brasil y mi español estaba muy contaminado por el portugués, que aunque son lenguas cercanas, las estructuras del portugués son muy distintas, por ejemplo se usa mucho la frase pasiva, se me estaba metiendo eso y todo el tiempo estaba con dudas. Sufrí muchísimo escribiendo ese libro y cuando lo terminé dije “no puedo seguir por aquí”. Tengo que ser coherente con mi realidad y por eso empecé a escribir sobre inmigración, sobre vivir en otros lugares.
Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo.
Ahora hay una especie de vuelta porque a mí me gusta reconocer que puedo irme moviendo de lugar. Con los libros anteriores, decía “no, yo ya no puedo volver a escribir de México”; ya no, ahora pienso que sí, el próximo libro —si lo consigo— será un libro total, absoluto y plenamente mexicano. Sin ninguna referencia a mi realidad de inmigrantes, sin ninguna referencia de que estoy fuera. Tengo ganas ahora. Hace 5 años te hubiera dicho “eso ya no puedo hacerlo”. Uno va cambiando, de momento he resuelto esa crisis, un poco como sucede en este libro, poniéndola allí, hablando de ella. Hay que ponerlo allí, incluso como chiste, porque al final tampoco voy a negar que sí que ha cambiado, mi manera de hablar, que sí que ha cambiado mi manera de escribir y que sería una batalla perdida de más no querer mantener así a toda costa mi manera de hablar y de escribir en mexicano.
JOS: Tus libros suelen rondar entre las 230-250 páginas en promedio. ¿Es una apuesta por la brevedad?
JPV: Hubo un momento en que pensaba que la brevedad era algo que yo defendía. Ahora quiero escribir algo largo. Va cambiando. Las historias vienen en un formato y la historia que estoy pensando ahora viene en un formato muy largo. Lo importante en la literatura es la forma, lo que conforma lo literario es la forma, no la trama ni los personajes; es decir, está en el cómo. Y el cómo ahora lo estoy imaginando en un formato de una novelota, pero es algo que no he hecho hasta ahora. Y también por eso me interesa: porque es algo distinto.
JOS: ¿Qué tan avanzado está el proyecto?
JPV: Estoy dándole vueltas, estoy pensando, estoy leyendo, estoy metiéndome en una atmósfera que tiene que ver con eso. Es una novela que transcurre del 1988 al 1998. 10 años. En México. Estoy muy metido: mucho de lo que leo, de lo que veo en serie o en documentales o en películas es de esa época. Estoy tratando de meterme mentalmente y sentimentalmente en esa época; no es una novela autobiográfica ni de autoficción, pero sí es importante en el sentido de que son los años en los que yo pasé de los 15 a los 25, el momento del paso a la vida adulta, en el que yo empecé a mirar el mundo desde un punto de vista político, social; son mis años de formación, donde me hice escritor, donde empecé a pensar seriamente en la escritura. Por eso quiero contar esa parte, esos 10 años, pero apenas estoy dándole vueltas.
JOS: Como profesor de escritura creativa estás al tanto de la literatura que se está escribiendo, ¿hay alguna obra de escritores jóvenes o de tus contemporáneos que te entusiasme especialmente?
JPV: Casi todo lo que leo es literatura latinoamericana y mucha literatura mexicana; también es verdad que soy muy parcial porque muchas alumnas y alumnos míos ahora están publicando y obviamente tengo predilección por ellos. Pero me interesa mucho la literatura argentina; lo que más leo es literatura mexicana y literatura argentina. He estado muy atento a la generación anterior a la mía, los que nacieron en los sesenta e incluso algunos en los cincuenta: César Aira, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Tamara Kamenszain. Luego también hay algunos escritores puntuales que actualmente me los leo con método, Juan Cárdenas en Colombia; Margarita García Robayo, igual de Colombia; también Luis Chaves, en Costa Rica, poeta y narrador; Horacio Castellanos Moya, que es para mí el escritor vivo más importante que tenemos en América Latina. Aquí, en México, Yuri Herrera siempre es quien más me ha interesado; escribió tres novelas muy reconocibles que fueron muy bien acogidas por la crítica, y luego empezó a hacer cosas raras, entre comillas, muy buenas, siempre muy inteligentes. Me parece muy arriesgado su proyecto, y su última novela La estación del pantano me encantó, me parece que él tiene un proyecto narrativo interesantísimo.
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Juan Pablo Villalobos
Luego de la publicación de su nueva novela El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024), el escritor Juan Pablo Villalobos regresó a México para dar un par de charlas e impartir algunos talleres literarios. Aprovechando el viaje, Gatopardo conversó con él sobre este nuevo libro y la forma en que se relaciona con el resto de su obra.
Jair Ortega de la Sancha (JOS): El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024) cierra una trilogía de novelas de autoficción [junto con No voy a pedir a nadie que me crea (Anagrama, 2016) y Peluquería y letras (Anagrama, 2022)]. La partida, el establecimiento y el regreso. ¿Fue un proyecto planeado o se fue dando a la par de su escritura?
Juan Pablo Villalobos (JPV): Fue sobre la marcha. Cuando escribí No voy a pedir a nadie que me crea no tenía la idea de escribir los siguientes libros; se fue dando de manera más o menos aleatoria, porque después de haber escrito No voy a pedir a nadie que me crea escribí dos libros más [el libro de crónicas de Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018) y la novela La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020)] que no tienen nada que ver con esta idea de utilizar mi propia biografía y mi nombre para escribir ficción. De pronto, estaba escribiendo otro libro que no está publicado —era un libro sobre utopías y distopías, que fracasé en su escritura—; dentro de ese libro había unas cuantas páginas que se acabaron convirtiendo en Peluquería y letras (Anagrama, 2022). Esas páginas de la novela, que me gustaban, se las envío a mi editora. Le dije: “Oye, mira, a mí me gusta esto, pero no sé qué opinas. Pienso que sería una novela muy cortita”. Y le expliqué un poco lo que pensaba, pero no estaba seguro de que funcionara, ella me animó; me dijo que sí que le gustaba y me motivó a que siguiera escribiendo. Luego de que sale Peluquería y letras empiezo a pensar en una novela sobre volver a casa y el lugar desde el que la cuento es también autobiográfico o autoficcional. Solo fue hasta que ya estaba terminando el libro que me doy cuenta que hay un libro, de que es el momento de emigrar, de llegar a Barcelona, que es el libro de No voy a pedirle…; otro libro, Peluquería y Letras, sobre estar y haber conquistado, entre comillas, una estabilidad en Barcelona; y luego el libro de volver a casa que es este, El pasado. Sí son una trilogía, pero se dio de manera muy fortuita.
JOS: En El pasado hay un doble regreso. El de la trama, el del personaje; pero también representa el retorno a Lagos de Moreno en tu obra, que no aparecía desde la novela Si viviéramos en un lugar normal (Anagrama, 2013). ¿Qué te significó este regreso literario a tu lugar de origen?
JPV: La novela Si viviéramos en un lugar normal está situada en los años ochenta y El pasado tiene dos tiempos: el presente y un tiempo pasado que también son los años ochenta. Tenía ganas de volver a escribir sobre México después de haber hecho tres libros como No voy a pedirle…, que en parte transcurre en México pero la mayor parte de la novela transcurre en Barcelona; como La invasión del pueblo de espíritu, que transcurre en una ciudad que se parece a Barcelona; como Peluquería y Letras, también por Barcelona.
Tenía esas ganas de escribir sobre México de nuevo y además lo que me está sucediendo ahora a nivel personal, que es lo que está más conectado con lo autobiográfico, tiene que ver con la edad: yo cumplí 50 años, mis padres están muy muy ancianos; mi papá va a cumplir 94 años, obviamente hay muchos achaques, problemas de salud, etcétera. Buena parte de mis preocupaciones, de mis angustias, de mis miedos ahora tienen que ver con la salud de mis padres. Y eso es algo que no te deja acabar de irte. Hay ahí algún vínculo con la familia.
Volver a escribir sobre México para mí significaba escribir sobre lo que me preocupa ahora; no es que tenga nostalgia del pasado. Mi relación con México tiene que ver con mi familia principalmente y eso significa Lagos de Moreno. Y es verdad que yo no había vuelto a narrar Lagos en una novela, y también tenía ganas de narrar esa evolución –“evolución”, vamos a llamarle descomposición—, esta degradación que ha sufrido la ciudad desde hace unos 10 años a raíz de la inseguridad. Narrar cómo se ha ido transformando el paisaje, el panorama; cómo veo yo a mis amigos, a mi familia, desde la distancia y desde la experiencia de haberme ido. La base arquetípica de estos relatos siempre es la del hijo pródigo, la Odisea, Telémaco, la telemaquia, el viaje del hijo que se va a buscar al padre y vuelve. También hay una cosa muy Pedro Páramo en todo esto: Lagos de Moreno creo que en esta novela es un poco un Comala. El personaje encuentra una ciudad que es medio fantasma, que se va reencontrando con amigos, todos borrachos, todos acabados.
Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos.
Quería transmitir esa sensación como de ciudad fantasmal, de que no se tiene claro si eso que el personaje nos está contando lo está soñando, lo está viviendo, lo está inventando, un narrador que no distingue entre el pasado y el presente.
JOS: Mencionas la travesía de Telémaco y la novela de Rulfo, ¿hubo otros referentes o hay libros con los que querías emparentar tu novela?
JPV: Cuando estoy escribiendo me meto en una atmósfera y todo lo que la va alimentando —que puede venir de la literatura, puede venir de la música, puede venir del cine, puede venir de conversaciones, de recuerdos, de lo que sea—, permite que yo me quede dentro de esa atmósfera que necesito para seguir escribiendo. En este caso creo que había algo con la literatura mexicana; más que estar leyendo cosas para decir que son influencias directas, tenía que ver más con la intención que yo tenía de volver a escribir sobre México y quitarme a Barcelona de en medio. Estuve leyendo mucha literatura mexicana: poesía, ensayo, cuento, no solo novela. Volví a leer cosas que siempre me han interesado mucho: Pitol, Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Elena Garro.
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JOS: La violencia del libro es más una posibilidad paranoica, que una situación presente. ¿Esta decisión parte desde una cuestión ética o proviene de una cuestión de cuidado, al haber empleado autoficción dentro de la novela?
JVP: Surge un poco de ambas, sí tiene que ver con una posición moral, diría incluso. Me preocupa muchísimo dos cosas: una, los discursos y las narrativas apocalípticas, que creo que están dominando buena parte de la narrativa mexicana, de la novela en particular, de mostrar un México oscuro por completo como sin solución, narrativa pesimistas, fatalistas, que nos anulan la posibilidad de imaginar un futuro para el país, que nos anula la posibilidad de tener narrativas utópicas, eso me preocupa por un lado; luego, por otro, me preocupa también una discusión sobre el lugar desde el cual miramos y narramos la realidad, a veces siento que uno tiene que dejar constancia desde qué lugar está mirando. Sería falso y yo veo que también hay algo moralmente complicado exponer a ese personaje a una violencia que todos sabemos, que aún incluso en el México en el que estamos, justamente por sus niveles de desigualdad y por sus estratificaciones sociales, los niveles de exposición a la violencia están muy marcados. Es decir, no los vivimos todos igual; no todos vivimos con una misma exposición a la violencia. Claro, hay cosas aleatorias, por supuesto estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, eso le puede pasar a cualquiera, sí. Pero no es verdad que estamos todos expuestos a la violencia igual. Cuando alguien dice “nos están matando”, no sé qué; a mí me parece muy peligroso. No, no nos están matando a todos. Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos. A mí me parece que esa frase es muy peligrosa, porque también a partir de allí no podemos analizar la situación, no podemos hablar de diagnosticar el problema.
Y sí, en esta novela las cosas pasan más en la cabeza del personaje que en la realidad, la paranoia le está comiendo la cabeza, la posibilidad de que en cualquier momento le van a hacer algo. Pero también es “wey, puede ser, pero tampoco te pongas en plan mártir”, porque hay otros personajes que sí están expuestos; el Simba, el chavito que está en el baño, tú y yo y todos sabemos lo que le va a pasar. Tarde o temprano. Tienen 95% de posibilidades de acabar mal. Y sabemos que eso no termina ahí, porque va acabar víctima y revictimizado, porque claro, era dealer, y se justifican todas las atrocidades. A mí me incomodan mucho estas cosas. En esta novela yo me imaginé otros dos finales que no escribí —sigo pensando que con uno de ellos probablemente habría hecho una mejor novela— pero que a mí no me dejaba tranquilo desde el punto de vista moral. Un final mucho más trágico, donde se desarrollaba más la parte criminal y llevaba al personaje a una situación más límite. Y dije no, no voy a hacer esto.
JOS: Hace un rato mencionaste la preocupación por los padres, ¿es ese el eje central en la novela?, porque si bien la violencia está latente —el mesero que toma precauciones para separar al protagonista y a Everardo, la pastilla, el tipo del Coyote—, el tema de los cuidados me parece más importante.
JPV: Sí, creo que al final, a nivel más de la evolución del protagonista, más allá de la aventura que tiene el personaje en la novela, de toda la confusión con la muerte del amigo y todo esto, más allá de eso de que es un thriller, lo verdaderamente importante es el momento en el que acaba un proceso de maduración. Y eso tiene que ver con dejar de ser hijo y ocupar el lugar del padre; también por eso en la novela se habla mucho desde el principio de esta cosa de “mi papá”, “mi mamá”, en lugar de decir “nuestro papá”, “nuestra mamá”, porque los hijos están peleando por los padres; en el fondo también creo que hay algo allí muy psicoanalítico, de que estamos diciendo “ese lugar es mío”, “soy yo el que quiero ocupar el lugar del padre”; o no, a lo mejor no somos quienes queremos ocupar el lugar del padre. También dentro de las familias hay quien siempre quiere ser hijo y cuando el padre desaparece agarra al hermano mayor y siempre necesita alguien que le cuide.
Esta novela en principio tendría que ser el viaje no solo de retorno a casa, sino del pasar de ser alguien que es cuidado a pasar a alguien que cuida.
JOS: Utilizaste la palabra thriller y me resume porque creo que en otras novelas descansaba con mayor fuerza el desarrollo de personajes o la voz narrativa o las voces narrativas, pero en El pasado son la trama y subtramas, los juegos a niveles narrativos, los que tienen mayor peso.
JPV: Para mí en cada libro hay algún tipo de aprendizaje o de búsqueda. Es verdad que al principio estaba muy obsesionado con las voces narrativas, encontrar el tono y cómo ese tono y esa voz te construye una persona por sí misma; pero en este libro tenía ganas de probar cómo armar una trama que no fuera lineal; [la novela] tiene una estructura rara, medio circular, va dando vueltas y regresa, tiene una cosa también de confusión entre el sueño y la realidad, las Pastillas también meten ahí un elemento de duda, de “¿será que acaso esto el personaje lo está alucinando?”. En esta novela me interesaba buscar maneras de narrar donde se rompiera la causa y el efecto más lógico.
JOS: Hay una escena de la novela en la que el protagonista está desayunando con Berta, y de repente ella ya no está. Llega su hermano Sebastián y el protagonista le dice a Sebastián: “estaba desayunando con tu hermana y desapareció”. Y Sebastián le dice “¿cómo que desapareció?”. Y empieza una reflexión sobre el uso del vocabulario. ¿Cómo es tu relación con el español mexicano?, pensando sobre todo en la idea de escribir de México con un lenguaje que quizá ya no es totalmente mexicano.
JPV: Durante un tiempo eso me causaba muchas crisis; fue de hecho en parte por ese conflicto que yo empecé a escribir sobre Barcelona, me empecé a sentir muy lejos de México y empecé a notar que mi escritura se iba a volver nostálgica. Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo. Es un poco lo que dice esta novela: que las consecuencias del pasado siguen viéndose y hasta que no resuelvas lo que se quedó ahí atrás no puedes seguir viviendo.
Empecé a escribir sobre Barcelona cuando me di cuenta que al terminar de escribir Te vendo un perro (Anagrama, 2014) me había costado muchísimo trabajo eso que dices, como sentir que estaba usando bien, no solo el vocabulario, hay una cosa que tiene que ver con la estructura de las frases. En ese entonces yo vivía en Brasil y mi español estaba muy contaminado por el portugués, que aunque son lenguas cercanas, las estructuras del portugués son muy distintas, por ejemplo se usa mucho la frase pasiva, se me estaba metiendo eso y todo el tiempo estaba con dudas. Sufrí muchísimo escribiendo ese libro y cuando lo terminé dije “no puedo seguir por aquí”. Tengo que ser coherente con mi realidad y por eso empecé a escribir sobre inmigración, sobre vivir en otros lugares.
Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo.
Ahora hay una especie de vuelta porque a mí me gusta reconocer que puedo irme moviendo de lugar. Con los libros anteriores, decía “no, yo ya no puedo volver a escribir de México”; ya no, ahora pienso que sí, el próximo libro —si lo consigo— será un libro total, absoluto y plenamente mexicano. Sin ninguna referencia a mi realidad de inmigrantes, sin ninguna referencia de que estoy fuera. Tengo ganas ahora. Hace 5 años te hubiera dicho “eso ya no puedo hacerlo”. Uno va cambiando, de momento he resuelto esa crisis, un poco como sucede en este libro, poniéndola allí, hablando de ella. Hay que ponerlo allí, incluso como chiste, porque al final tampoco voy a negar que sí que ha cambiado, mi manera de hablar, que sí que ha cambiado mi manera de escribir y que sería una batalla perdida de más no querer mantener así a toda costa mi manera de hablar y de escribir en mexicano.
JOS: Tus libros suelen rondar entre las 230-250 páginas en promedio. ¿Es una apuesta por la brevedad?
JPV: Hubo un momento en que pensaba que la brevedad era algo que yo defendía. Ahora quiero escribir algo largo. Va cambiando. Las historias vienen en un formato y la historia que estoy pensando ahora viene en un formato muy largo. Lo importante en la literatura es la forma, lo que conforma lo literario es la forma, no la trama ni los personajes; es decir, está en el cómo. Y el cómo ahora lo estoy imaginando en un formato de una novelota, pero es algo que no he hecho hasta ahora. Y también por eso me interesa: porque es algo distinto.
JOS: ¿Qué tan avanzado está el proyecto?
JPV: Estoy dándole vueltas, estoy pensando, estoy leyendo, estoy metiéndome en una atmósfera que tiene que ver con eso. Es una novela que transcurre del 1988 al 1998. 10 años. En México. Estoy muy metido: mucho de lo que leo, de lo que veo en serie o en documentales o en películas es de esa época. Estoy tratando de meterme mentalmente y sentimentalmente en esa época; no es una novela autobiográfica ni de autoficción, pero sí es importante en el sentido de que son los años en los que yo pasé de los 15 a los 25, el momento del paso a la vida adulta, en el que yo empecé a mirar el mundo desde un punto de vista político, social; son mis años de formación, donde me hice escritor, donde empecé a pensar seriamente en la escritura. Por eso quiero contar esa parte, esos 10 años, pero apenas estoy dándole vueltas.
JOS: Como profesor de escritura creativa estás al tanto de la literatura que se está escribiendo, ¿hay alguna obra de escritores jóvenes o de tus contemporáneos que te entusiasme especialmente?
JPV: Casi todo lo que leo es literatura latinoamericana y mucha literatura mexicana; también es verdad que soy muy parcial porque muchas alumnas y alumnos míos ahora están publicando y obviamente tengo predilección por ellos. Pero me interesa mucho la literatura argentina; lo que más leo es literatura mexicana y literatura argentina. He estado muy atento a la generación anterior a la mía, los que nacieron en los sesenta e incluso algunos en los cincuenta: César Aira, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Tamara Kamenszain. Luego también hay algunos escritores puntuales que actualmente me los leo con método, Juan Cárdenas en Colombia; Margarita García Robayo, igual de Colombia; también Luis Chaves, en Costa Rica, poeta y narrador; Horacio Castellanos Moya, que es para mí el escritor vivo más importante que tenemos en América Latina. Aquí, en México, Yuri Herrera siempre es quien más me ha interesado; escribió tres novelas muy reconocibles que fueron muy bien acogidas por la crítica, y luego empezó a hacer cosas raras, entre comillas, muy buenas, siempre muy inteligentes. Me parece muy arriesgado su proyecto, y su última novela La estación del pantano me encantó, me parece que él tiene un proyecto narrativo interesantísimo.
Luego de la publicación de su nueva novela El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024), el escritor Juan Pablo Villalobos regresó a México para dar un par de charlas e impartir algunos talleres literarios. Aprovechando el viaje, Gatopardo conversó con él sobre este nuevo libro y la forma en que se relaciona con el resto de su obra.
Jair Ortega de la Sancha (JOS): El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024) cierra una trilogía de novelas de autoficción [junto con No voy a pedir a nadie que me crea (Anagrama, 2016) y Peluquería y letras (Anagrama, 2022)]. La partida, el establecimiento y el regreso. ¿Fue un proyecto planeado o se fue dando a la par de su escritura?
Juan Pablo Villalobos (JPV): Fue sobre la marcha. Cuando escribí No voy a pedir a nadie que me crea no tenía la idea de escribir los siguientes libros; se fue dando de manera más o menos aleatoria, porque después de haber escrito No voy a pedir a nadie que me crea escribí dos libros más [el libro de crónicas de Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018) y la novela La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020)] que no tienen nada que ver con esta idea de utilizar mi propia biografía y mi nombre para escribir ficción. De pronto, estaba escribiendo otro libro que no está publicado —era un libro sobre utopías y distopías, que fracasé en su escritura—; dentro de ese libro había unas cuantas páginas que se acabaron convirtiendo en Peluquería y letras (Anagrama, 2022). Esas páginas de la novela, que me gustaban, se las envío a mi editora. Le dije: “Oye, mira, a mí me gusta esto, pero no sé qué opinas. Pienso que sería una novela muy cortita”. Y le expliqué un poco lo que pensaba, pero no estaba seguro de que funcionara, ella me animó; me dijo que sí que le gustaba y me motivó a que siguiera escribiendo. Luego de que sale Peluquería y letras empiezo a pensar en una novela sobre volver a casa y el lugar desde el que la cuento es también autobiográfico o autoficcional. Solo fue hasta que ya estaba terminando el libro que me doy cuenta que hay un libro, de que es el momento de emigrar, de llegar a Barcelona, que es el libro de No voy a pedirle…; otro libro, Peluquería y Letras, sobre estar y haber conquistado, entre comillas, una estabilidad en Barcelona; y luego el libro de volver a casa que es este, El pasado. Sí son una trilogía, pero se dio de manera muy fortuita.
JOS: En El pasado hay un doble regreso. El de la trama, el del personaje; pero también representa el retorno a Lagos de Moreno en tu obra, que no aparecía desde la novela Si viviéramos en un lugar normal (Anagrama, 2013). ¿Qué te significó este regreso literario a tu lugar de origen?
JPV: La novela Si viviéramos en un lugar normal está situada en los años ochenta y El pasado tiene dos tiempos: el presente y un tiempo pasado que también son los años ochenta. Tenía ganas de volver a escribir sobre México después de haber hecho tres libros como No voy a pedirle…, que en parte transcurre en México pero la mayor parte de la novela transcurre en Barcelona; como La invasión del pueblo de espíritu, que transcurre en una ciudad que se parece a Barcelona; como Peluquería y Letras, también por Barcelona.
Tenía esas ganas de escribir sobre México de nuevo y además lo que me está sucediendo ahora a nivel personal, que es lo que está más conectado con lo autobiográfico, tiene que ver con la edad: yo cumplí 50 años, mis padres están muy muy ancianos; mi papá va a cumplir 94 años, obviamente hay muchos achaques, problemas de salud, etcétera. Buena parte de mis preocupaciones, de mis angustias, de mis miedos ahora tienen que ver con la salud de mis padres. Y eso es algo que no te deja acabar de irte. Hay ahí algún vínculo con la familia.
Volver a escribir sobre México para mí significaba escribir sobre lo que me preocupa ahora; no es que tenga nostalgia del pasado. Mi relación con México tiene que ver con mi familia principalmente y eso significa Lagos de Moreno. Y es verdad que yo no había vuelto a narrar Lagos en una novela, y también tenía ganas de narrar esa evolución –“evolución”, vamos a llamarle descomposición—, esta degradación que ha sufrido la ciudad desde hace unos 10 años a raíz de la inseguridad. Narrar cómo se ha ido transformando el paisaje, el panorama; cómo veo yo a mis amigos, a mi familia, desde la distancia y desde la experiencia de haberme ido. La base arquetípica de estos relatos siempre es la del hijo pródigo, la Odisea, Telémaco, la telemaquia, el viaje del hijo que se va a buscar al padre y vuelve. También hay una cosa muy Pedro Páramo en todo esto: Lagos de Moreno creo que en esta novela es un poco un Comala. El personaje encuentra una ciudad que es medio fantasma, que se va reencontrando con amigos, todos borrachos, todos acabados.
Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos.
Quería transmitir esa sensación como de ciudad fantasmal, de que no se tiene claro si eso que el personaje nos está contando lo está soñando, lo está viviendo, lo está inventando, un narrador que no distingue entre el pasado y el presente.
JOS: Mencionas la travesía de Telémaco y la novela de Rulfo, ¿hubo otros referentes o hay libros con los que querías emparentar tu novela?
JPV: Cuando estoy escribiendo me meto en una atmósfera y todo lo que la va alimentando —que puede venir de la literatura, puede venir de la música, puede venir del cine, puede venir de conversaciones, de recuerdos, de lo que sea—, permite que yo me quede dentro de esa atmósfera que necesito para seguir escribiendo. En este caso creo que había algo con la literatura mexicana; más que estar leyendo cosas para decir que son influencias directas, tenía que ver más con la intención que yo tenía de volver a escribir sobre México y quitarme a Barcelona de en medio. Estuve leyendo mucha literatura mexicana: poesía, ensayo, cuento, no solo novela. Volví a leer cosas que siempre me han interesado mucho: Pitol, Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Elena Garro.
También te puede interesar leer: “Las herramientas de la crónica: una entrevista con Juan Pablo Meneses“.
JOS: La violencia del libro es más una posibilidad paranoica, que una situación presente. ¿Esta decisión parte desde una cuestión ética o proviene de una cuestión de cuidado, al haber empleado autoficción dentro de la novela?
JVP: Surge un poco de ambas, sí tiene que ver con una posición moral, diría incluso. Me preocupa muchísimo dos cosas: una, los discursos y las narrativas apocalípticas, que creo que están dominando buena parte de la narrativa mexicana, de la novela en particular, de mostrar un México oscuro por completo como sin solución, narrativa pesimistas, fatalistas, que nos anulan la posibilidad de imaginar un futuro para el país, que nos anula la posibilidad de tener narrativas utópicas, eso me preocupa por un lado; luego, por otro, me preocupa también una discusión sobre el lugar desde el cual miramos y narramos la realidad, a veces siento que uno tiene que dejar constancia desde qué lugar está mirando. Sería falso y yo veo que también hay algo moralmente complicado exponer a ese personaje a una violencia que todos sabemos, que aún incluso en el México en el que estamos, justamente por sus niveles de desigualdad y por sus estratificaciones sociales, los niveles de exposición a la violencia están muy marcados. Es decir, no los vivimos todos igual; no todos vivimos con una misma exposición a la violencia. Claro, hay cosas aleatorias, por supuesto estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, eso le puede pasar a cualquiera, sí. Pero no es verdad que estamos todos expuestos a la violencia igual. Cuando alguien dice “nos están matando”, no sé qué; a mí me parece muy peligroso. No, no nos están matando a todos. Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos. A mí me parece que esa frase es muy peligrosa, porque también a partir de allí no podemos analizar la situación, no podemos hablar de diagnosticar el problema.
Y sí, en esta novela las cosas pasan más en la cabeza del personaje que en la realidad, la paranoia le está comiendo la cabeza, la posibilidad de que en cualquier momento le van a hacer algo. Pero también es “wey, puede ser, pero tampoco te pongas en plan mártir”, porque hay otros personajes que sí están expuestos; el Simba, el chavito que está en el baño, tú y yo y todos sabemos lo que le va a pasar. Tarde o temprano. Tienen 95% de posibilidades de acabar mal. Y sabemos que eso no termina ahí, porque va acabar víctima y revictimizado, porque claro, era dealer, y se justifican todas las atrocidades. A mí me incomodan mucho estas cosas. En esta novela yo me imaginé otros dos finales que no escribí —sigo pensando que con uno de ellos probablemente habría hecho una mejor novela— pero que a mí no me dejaba tranquilo desde el punto de vista moral. Un final mucho más trágico, donde se desarrollaba más la parte criminal y llevaba al personaje a una situación más límite. Y dije no, no voy a hacer esto.
JOS: Hace un rato mencionaste la preocupación por los padres, ¿es ese el eje central en la novela?, porque si bien la violencia está latente —el mesero que toma precauciones para separar al protagonista y a Everardo, la pastilla, el tipo del Coyote—, el tema de los cuidados me parece más importante.
JPV: Sí, creo que al final, a nivel más de la evolución del protagonista, más allá de la aventura que tiene el personaje en la novela, de toda la confusión con la muerte del amigo y todo esto, más allá de eso de que es un thriller, lo verdaderamente importante es el momento en el que acaba un proceso de maduración. Y eso tiene que ver con dejar de ser hijo y ocupar el lugar del padre; también por eso en la novela se habla mucho desde el principio de esta cosa de “mi papá”, “mi mamá”, en lugar de decir “nuestro papá”, “nuestra mamá”, porque los hijos están peleando por los padres; en el fondo también creo que hay algo allí muy psicoanalítico, de que estamos diciendo “ese lugar es mío”, “soy yo el que quiero ocupar el lugar del padre”; o no, a lo mejor no somos quienes queremos ocupar el lugar del padre. También dentro de las familias hay quien siempre quiere ser hijo y cuando el padre desaparece agarra al hermano mayor y siempre necesita alguien que le cuide.
Esta novela en principio tendría que ser el viaje no solo de retorno a casa, sino del pasar de ser alguien que es cuidado a pasar a alguien que cuida.
JOS: Utilizaste la palabra thriller y me resume porque creo que en otras novelas descansaba con mayor fuerza el desarrollo de personajes o la voz narrativa o las voces narrativas, pero en El pasado son la trama y subtramas, los juegos a niveles narrativos, los que tienen mayor peso.
JPV: Para mí en cada libro hay algún tipo de aprendizaje o de búsqueda. Es verdad que al principio estaba muy obsesionado con las voces narrativas, encontrar el tono y cómo ese tono y esa voz te construye una persona por sí misma; pero en este libro tenía ganas de probar cómo armar una trama que no fuera lineal; [la novela] tiene una estructura rara, medio circular, va dando vueltas y regresa, tiene una cosa también de confusión entre el sueño y la realidad, las Pastillas también meten ahí un elemento de duda, de “¿será que acaso esto el personaje lo está alucinando?”. En esta novela me interesaba buscar maneras de narrar donde se rompiera la causa y el efecto más lógico.
JOS: Hay una escena de la novela en la que el protagonista está desayunando con Berta, y de repente ella ya no está. Llega su hermano Sebastián y el protagonista le dice a Sebastián: “estaba desayunando con tu hermana y desapareció”. Y Sebastián le dice “¿cómo que desapareció?”. Y empieza una reflexión sobre el uso del vocabulario. ¿Cómo es tu relación con el español mexicano?, pensando sobre todo en la idea de escribir de México con un lenguaje que quizá ya no es totalmente mexicano.
JPV: Durante un tiempo eso me causaba muchas crisis; fue de hecho en parte por ese conflicto que yo empecé a escribir sobre Barcelona, me empecé a sentir muy lejos de México y empecé a notar que mi escritura se iba a volver nostálgica. Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo. Es un poco lo que dice esta novela: que las consecuencias del pasado siguen viéndose y hasta que no resuelvas lo que se quedó ahí atrás no puedes seguir viviendo.
Empecé a escribir sobre Barcelona cuando me di cuenta que al terminar de escribir Te vendo un perro (Anagrama, 2014) me había costado muchísimo trabajo eso que dices, como sentir que estaba usando bien, no solo el vocabulario, hay una cosa que tiene que ver con la estructura de las frases. En ese entonces yo vivía en Brasil y mi español estaba muy contaminado por el portugués, que aunque son lenguas cercanas, las estructuras del portugués son muy distintas, por ejemplo se usa mucho la frase pasiva, se me estaba metiendo eso y todo el tiempo estaba con dudas. Sufrí muchísimo escribiendo ese libro y cuando lo terminé dije “no puedo seguir por aquí”. Tengo que ser coherente con mi realidad y por eso empecé a escribir sobre inmigración, sobre vivir en otros lugares.
Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo.
Ahora hay una especie de vuelta porque a mí me gusta reconocer que puedo irme moviendo de lugar. Con los libros anteriores, decía “no, yo ya no puedo volver a escribir de México”; ya no, ahora pienso que sí, el próximo libro —si lo consigo— será un libro total, absoluto y plenamente mexicano. Sin ninguna referencia a mi realidad de inmigrantes, sin ninguna referencia de que estoy fuera. Tengo ganas ahora. Hace 5 años te hubiera dicho “eso ya no puedo hacerlo”. Uno va cambiando, de momento he resuelto esa crisis, un poco como sucede en este libro, poniéndola allí, hablando de ella. Hay que ponerlo allí, incluso como chiste, porque al final tampoco voy a negar que sí que ha cambiado, mi manera de hablar, que sí que ha cambiado mi manera de escribir y que sería una batalla perdida de más no querer mantener así a toda costa mi manera de hablar y de escribir en mexicano.
JOS: Tus libros suelen rondar entre las 230-250 páginas en promedio. ¿Es una apuesta por la brevedad?
JPV: Hubo un momento en que pensaba que la brevedad era algo que yo defendía. Ahora quiero escribir algo largo. Va cambiando. Las historias vienen en un formato y la historia que estoy pensando ahora viene en un formato muy largo. Lo importante en la literatura es la forma, lo que conforma lo literario es la forma, no la trama ni los personajes; es decir, está en el cómo. Y el cómo ahora lo estoy imaginando en un formato de una novelota, pero es algo que no he hecho hasta ahora. Y también por eso me interesa: porque es algo distinto.
JOS: ¿Qué tan avanzado está el proyecto?
JPV: Estoy dándole vueltas, estoy pensando, estoy leyendo, estoy metiéndome en una atmósfera que tiene que ver con eso. Es una novela que transcurre del 1988 al 1998. 10 años. En México. Estoy muy metido: mucho de lo que leo, de lo que veo en serie o en documentales o en películas es de esa época. Estoy tratando de meterme mentalmente y sentimentalmente en esa época; no es una novela autobiográfica ni de autoficción, pero sí es importante en el sentido de que son los años en los que yo pasé de los 15 a los 25, el momento del paso a la vida adulta, en el que yo empecé a mirar el mundo desde un punto de vista político, social; son mis años de formación, donde me hice escritor, donde empecé a pensar seriamente en la escritura. Por eso quiero contar esa parte, esos 10 años, pero apenas estoy dándole vueltas.
JOS: Como profesor de escritura creativa estás al tanto de la literatura que se está escribiendo, ¿hay alguna obra de escritores jóvenes o de tus contemporáneos que te entusiasme especialmente?
JPV: Casi todo lo que leo es literatura latinoamericana y mucha literatura mexicana; también es verdad que soy muy parcial porque muchas alumnas y alumnos míos ahora están publicando y obviamente tengo predilección por ellos. Pero me interesa mucho la literatura argentina; lo que más leo es literatura mexicana y literatura argentina. He estado muy atento a la generación anterior a la mía, los que nacieron en los sesenta e incluso algunos en los cincuenta: César Aira, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Tamara Kamenszain. Luego también hay algunos escritores puntuales que actualmente me los leo con método, Juan Cárdenas en Colombia; Margarita García Robayo, igual de Colombia; también Luis Chaves, en Costa Rica, poeta y narrador; Horacio Castellanos Moya, que es para mí el escritor vivo más importante que tenemos en América Latina. Aquí, en México, Yuri Herrera siempre es quien más me ha interesado; escribió tres novelas muy reconocibles que fueron muy bien acogidas por la crítica, y luego empezó a hacer cosas raras, entre comillas, muy buenas, siempre muy inteligentes. Me parece muy arriesgado su proyecto, y su última novela La estación del pantano me encantó, me parece que él tiene un proyecto narrativo interesantísimo.
Juan Pablo Villalobos
Luego de la publicación de su nueva novela El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024), el escritor Juan Pablo Villalobos regresó a México para dar un par de charlas e impartir algunos talleres literarios. Aprovechando el viaje, Gatopardo conversó con él sobre este nuevo libro y la forma en que se relaciona con el resto de su obra.
Jair Ortega de la Sancha (JOS): El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024) cierra una trilogía de novelas de autoficción [junto con No voy a pedir a nadie que me crea (Anagrama, 2016) y Peluquería y letras (Anagrama, 2022)]. La partida, el establecimiento y el regreso. ¿Fue un proyecto planeado o se fue dando a la par de su escritura?
Juan Pablo Villalobos (JPV): Fue sobre la marcha. Cuando escribí No voy a pedir a nadie que me crea no tenía la idea de escribir los siguientes libros; se fue dando de manera más o menos aleatoria, porque después de haber escrito No voy a pedir a nadie que me crea escribí dos libros más [el libro de crónicas de Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018) y la novela La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020)] que no tienen nada que ver con esta idea de utilizar mi propia biografía y mi nombre para escribir ficción. De pronto, estaba escribiendo otro libro que no está publicado —era un libro sobre utopías y distopías, que fracasé en su escritura—; dentro de ese libro había unas cuantas páginas que se acabaron convirtiendo en Peluquería y letras (Anagrama, 2022). Esas páginas de la novela, que me gustaban, se las envío a mi editora. Le dije: “Oye, mira, a mí me gusta esto, pero no sé qué opinas. Pienso que sería una novela muy cortita”. Y le expliqué un poco lo que pensaba, pero no estaba seguro de que funcionara, ella me animó; me dijo que sí que le gustaba y me motivó a que siguiera escribiendo. Luego de que sale Peluquería y letras empiezo a pensar en una novela sobre volver a casa y el lugar desde el que la cuento es también autobiográfico o autoficcional. Solo fue hasta que ya estaba terminando el libro que me doy cuenta que hay un libro, de que es el momento de emigrar, de llegar a Barcelona, que es el libro de No voy a pedirle…; otro libro, Peluquería y Letras, sobre estar y haber conquistado, entre comillas, una estabilidad en Barcelona; y luego el libro de volver a casa que es este, El pasado. Sí son una trilogía, pero se dio de manera muy fortuita.
JOS: En El pasado hay un doble regreso. El de la trama, el del personaje; pero también representa el retorno a Lagos de Moreno en tu obra, que no aparecía desde la novela Si viviéramos en un lugar normal (Anagrama, 2013). ¿Qué te significó este regreso literario a tu lugar de origen?
JPV: La novela Si viviéramos en un lugar normal está situada en los años ochenta y El pasado tiene dos tiempos: el presente y un tiempo pasado que también son los años ochenta. Tenía ganas de volver a escribir sobre México después de haber hecho tres libros como No voy a pedirle…, que en parte transcurre en México pero la mayor parte de la novela transcurre en Barcelona; como La invasión del pueblo de espíritu, que transcurre en una ciudad que se parece a Barcelona; como Peluquería y Letras, también por Barcelona.
Tenía esas ganas de escribir sobre México de nuevo y además lo que me está sucediendo ahora a nivel personal, que es lo que está más conectado con lo autobiográfico, tiene que ver con la edad: yo cumplí 50 años, mis padres están muy muy ancianos; mi papá va a cumplir 94 años, obviamente hay muchos achaques, problemas de salud, etcétera. Buena parte de mis preocupaciones, de mis angustias, de mis miedos ahora tienen que ver con la salud de mis padres. Y eso es algo que no te deja acabar de irte. Hay ahí algún vínculo con la familia.
Volver a escribir sobre México para mí significaba escribir sobre lo que me preocupa ahora; no es que tenga nostalgia del pasado. Mi relación con México tiene que ver con mi familia principalmente y eso significa Lagos de Moreno. Y es verdad que yo no había vuelto a narrar Lagos en una novela, y también tenía ganas de narrar esa evolución –“evolución”, vamos a llamarle descomposición—, esta degradación que ha sufrido la ciudad desde hace unos 10 años a raíz de la inseguridad. Narrar cómo se ha ido transformando el paisaje, el panorama; cómo veo yo a mis amigos, a mi familia, desde la distancia y desde la experiencia de haberme ido. La base arquetípica de estos relatos siempre es la del hijo pródigo, la Odisea, Telémaco, la telemaquia, el viaje del hijo que se va a buscar al padre y vuelve. También hay una cosa muy Pedro Páramo en todo esto: Lagos de Moreno creo que en esta novela es un poco un Comala. El personaje encuentra una ciudad que es medio fantasma, que se va reencontrando con amigos, todos borrachos, todos acabados.
Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos.
Quería transmitir esa sensación como de ciudad fantasmal, de que no se tiene claro si eso que el personaje nos está contando lo está soñando, lo está viviendo, lo está inventando, un narrador que no distingue entre el pasado y el presente.
JOS: Mencionas la travesía de Telémaco y la novela de Rulfo, ¿hubo otros referentes o hay libros con los que querías emparentar tu novela?
JPV: Cuando estoy escribiendo me meto en una atmósfera y todo lo que la va alimentando —que puede venir de la literatura, puede venir de la música, puede venir del cine, puede venir de conversaciones, de recuerdos, de lo que sea—, permite que yo me quede dentro de esa atmósfera que necesito para seguir escribiendo. En este caso creo que había algo con la literatura mexicana; más que estar leyendo cosas para decir que son influencias directas, tenía que ver más con la intención que yo tenía de volver a escribir sobre México y quitarme a Barcelona de en medio. Estuve leyendo mucha literatura mexicana: poesía, ensayo, cuento, no solo novela. Volví a leer cosas que siempre me han interesado mucho: Pitol, Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Elena Garro.
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JOS: La violencia del libro es más una posibilidad paranoica, que una situación presente. ¿Esta decisión parte desde una cuestión ética o proviene de una cuestión de cuidado, al haber empleado autoficción dentro de la novela?
JVP: Surge un poco de ambas, sí tiene que ver con una posición moral, diría incluso. Me preocupa muchísimo dos cosas: una, los discursos y las narrativas apocalípticas, que creo que están dominando buena parte de la narrativa mexicana, de la novela en particular, de mostrar un México oscuro por completo como sin solución, narrativa pesimistas, fatalistas, que nos anulan la posibilidad de imaginar un futuro para el país, que nos anula la posibilidad de tener narrativas utópicas, eso me preocupa por un lado; luego, por otro, me preocupa también una discusión sobre el lugar desde el cual miramos y narramos la realidad, a veces siento que uno tiene que dejar constancia desde qué lugar está mirando. Sería falso y yo veo que también hay algo moralmente complicado exponer a ese personaje a una violencia que todos sabemos, que aún incluso en el México en el que estamos, justamente por sus niveles de desigualdad y por sus estratificaciones sociales, los niveles de exposición a la violencia están muy marcados. Es decir, no los vivimos todos igual; no todos vivimos con una misma exposición a la violencia. Claro, hay cosas aleatorias, por supuesto estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, eso le puede pasar a cualquiera, sí. Pero no es verdad que estamos todos expuestos a la violencia igual. Cuando alguien dice “nos están matando”, no sé qué; a mí me parece muy peligroso. No, no nos están matando a todos. Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos. A mí me parece que esa frase es muy peligrosa, porque también a partir de allí no podemos analizar la situación, no podemos hablar de diagnosticar el problema.
Y sí, en esta novela las cosas pasan más en la cabeza del personaje que en la realidad, la paranoia le está comiendo la cabeza, la posibilidad de que en cualquier momento le van a hacer algo. Pero también es “wey, puede ser, pero tampoco te pongas en plan mártir”, porque hay otros personajes que sí están expuestos; el Simba, el chavito que está en el baño, tú y yo y todos sabemos lo que le va a pasar. Tarde o temprano. Tienen 95% de posibilidades de acabar mal. Y sabemos que eso no termina ahí, porque va acabar víctima y revictimizado, porque claro, era dealer, y se justifican todas las atrocidades. A mí me incomodan mucho estas cosas. En esta novela yo me imaginé otros dos finales que no escribí —sigo pensando que con uno de ellos probablemente habría hecho una mejor novela— pero que a mí no me dejaba tranquilo desde el punto de vista moral. Un final mucho más trágico, donde se desarrollaba más la parte criminal y llevaba al personaje a una situación más límite. Y dije no, no voy a hacer esto.
JOS: Hace un rato mencionaste la preocupación por los padres, ¿es ese el eje central en la novela?, porque si bien la violencia está latente —el mesero que toma precauciones para separar al protagonista y a Everardo, la pastilla, el tipo del Coyote—, el tema de los cuidados me parece más importante.
JPV: Sí, creo que al final, a nivel más de la evolución del protagonista, más allá de la aventura que tiene el personaje en la novela, de toda la confusión con la muerte del amigo y todo esto, más allá de eso de que es un thriller, lo verdaderamente importante es el momento en el que acaba un proceso de maduración. Y eso tiene que ver con dejar de ser hijo y ocupar el lugar del padre; también por eso en la novela se habla mucho desde el principio de esta cosa de “mi papá”, “mi mamá”, en lugar de decir “nuestro papá”, “nuestra mamá”, porque los hijos están peleando por los padres; en el fondo también creo que hay algo allí muy psicoanalítico, de que estamos diciendo “ese lugar es mío”, “soy yo el que quiero ocupar el lugar del padre”; o no, a lo mejor no somos quienes queremos ocupar el lugar del padre. También dentro de las familias hay quien siempre quiere ser hijo y cuando el padre desaparece agarra al hermano mayor y siempre necesita alguien que le cuide.
Esta novela en principio tendría que ser el viaje no solo de retorno a casa, sino del pasar de ser alguien que es cuidado a pasar a alguien que cuida.
JOS: Utilizaste la palabra thriller y me resume porque creo que en otras novelas descansaba con mayor fuerza el desarrollo de personajes o la voz narrativa o las voces narrativas, pero en El pasado son la trama y subtramas, los juegos a niveles narrativos, los que tienen mayor peso.
JPV: Para mí en cada libro hay algún tipo de aprendizaje o de búsqueda. Es verdad que al principio estaba muy obsesionado con las voces narrativas, encontrar el tono y cómo ese tono y esa voz te construye una persona por sí misma; pero en este libro tenía ganas de probar cómo armar una trama que no fuera lineal; [la novela] tiene una estructura rara, medio circular, va dando vueltas y regresa, tiene una cosa también de confusión entre el sueño y la realidad, las Pastillas también meten ahí un elemento de duda, de “¿será que acaso esto el personaje lo está alucinando?”. En esta novela me interesaba buscar maneras de narrar donde se rompiera la causa y el efecto más lógico.
JOS: Hay una escena de la novela en la que el protagonista está desayunando con Berta, y de repente ella ya no está. Llega su hermano Sebastián y el protagonista le dice a Sebastián: “estaba desayunando con tu hermana y desapareció”. Y Sebastián le dice “¿cómo que desapareció?”. Y empieza una reflexión sobre el uso del vocabulario. ¿Cómo es tu relación con el español mexicano?, pensando sobre todo en la idea de escribir de México con un lenguaje que quizá ya no es totalmente mexicano.
JPV: Durante un tiempo eso me causaba muchas crisis; fue de hecho en parte por ese conflicto que yo empecé a escribir sobre Barcelona, me empecé a sentir muy lejos de México y empecé a notar que mi escritura se iba a volver nostálgica. Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo. Es un poco lo que dice esta novela: que las consecuencias del pasado siguen viéndose y hasta que no resuelvas lo que se quedó ahí atrás no puedes seguir viviendo.
Empecé a escribir sobre Barcelona cuando me di cuenta que al terminar de escribir Te vendo un perro (Anagrama, 2014) me había costado muchísimo trabajo eso que dices, como sentir que estaba usando bien, no solo el vocabulario, hay una cosa que tiene que ver con la estructura de las frases. En ese entonces yo vivía en Brasil y mi español estaba muy contaminado por el portugués, que aunque son lenguas cercanas, las estructuras del portugués son muy distintas, por ejemplo se usa mucho la frase pasiva, se me estaba metiendo eso y todo el tiempo estaba con dudas. Sufrí muchísimo escribiendo ese libro y cuando lo terminé dije “no puedo seguir por aquí”. Tengo que ser coherente con mi realidad y por eso empecé a escribir sobre inmigración, sobre vivir en otros lugares.
Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo.
Ahora hay una especie de vuelta porque a mí me gusta reconocer que puedo irme moviendo de lugar. Con los libros anteriores, decía “no, yo ya no puedo volver a escribir de México”; ya no, ahora pienso que sí, el próximo libro —si lo consigo— será un libro total, absoluto y plenamente mexicano. Sin ninguna referencia a mi realidad de inmigrantes, sin ninguna referencia de que estoy fuera. Tengo ganas ahora. Hace 5 años te hubiera dicho “eso ya no puedo hacerlo”. Uno va cambiando, de momento he resuelto esa crisis, un poco como sucede en este libro, poniéndola allí, hablando de ella. Hay que ponerlo allí, incluso como chiste, porque al final tampoco voy a negar que sí que ha cambiado, mi manera de hablar, que sí que ha cambiado mi manera de escribir y que sería una batalla perdida de más no querer mantener así a toda costa mi manera de hablar y de escribir en mexicano.
JOS: Tus libros suelen rondar entre las 230-250 páginas en promedio. ¿Es una apuesta por la brevedad?
JPV: Hubo un momento en que pensaba que la brevedad era algo que yo defendía. Ahora quiero escribir algo largo. Va cambiando. Las historias vienen en un formato y la historia que estoy pensando ahora viene en un formato muy largo. Lo importante en la literatura es la forma, lo que conforma lo literario es la forma, no la trama ni los personajes; es decir, está en el cómo. Y el cómo ahora lo estoy imaginando en un formato de una novelota, pero es algo que no he hecho hasta ahora. Y también por eso me interesa: porque es algo distinto.
JOS: ¿Qué tan avanzado está el proyecto?
JPV: Estoy dándole vueltas, estoy pensando, estoy leyendo, estoy metiéndome en una atmósfera que tiene que ver con eso. Es una novela que transcurre del 1988 al 1998. 10 años. En México. Estoy muy metido: mucho de lo que leo, de lo que veo en serie o en documentales o en películas es de esa época. Estoy tratando de meterme mentalmente y sentimentalmente en esa época; no es una novela autobiográfica ni de autoficción, pero sí es importante en el sentido de que son los años en los que yo pasé de los 15 a los 25, el momento del paso a la vida adulta, en el que yo empecé a mirar el mundo desde un punto de vista político, social; son mis años de formación, donde me hice escritor, donde empecé a pensar seriamente en la escritura. Por eso quiero contar esa parte, esos 10 años, pero apenas estoy dándole vueltas.
JOS: Como profesor de escritura creativa estás al tanto de la literatura que se está escribiendo, ¿hay alguna obra de escritores jóvenes o de tus contemporáneos que te entusiasme especialmente?
JPV: Casi todo lo que leo es literatura latinoamericana y mucha literatura mexicana; también es verdad que soy muy parcial porque muchas alumnas y alumnos míos ahora están publicando y obviamente tengo predilección por ellos. Pero me interesa mucho la literatura argentina; lo que más leo es literatura mexicana y literatura argentina. He estado muy atento a la generación anterior a la mía, los que nacieron en los sesenta e incluso algunos en los cincuenta: César Aira, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Tamara Kamenszain. Luego también hay algunos escritores puntuales que actualmente me los leo con método, Juan Cárdenas en Colombia; Margarita García Robayo, igual de Colombia; también Luis Chaves, en Costa Rica, poeta y narrador; Horacio Castellanos Moya, que es para mí el escritor vivo más importante que tenemos en América Latina. Aquí, en México, Yuri Herrera siempre es quien más me ha interesado; escribió tres novelas muy reconocibles que fueron muy bien acogidas por la crítica, y luego empezó a hacer cosas raras, entre comillas, muy buenas, siempre muy inteligentes. Me parece muy arriesgado su proyecto, y su última novela La estación del pantano me encantó, me parece que él tiene un proyecto narrativo interesantísimo.
Luego de la publicación de su nueva novela El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024), el escritor Juan Pablo Villalobos regresó a México para dar un par de charlas e impartir algunos talleres literarios. Aprovechando el viaje, Gatopardo conversó con él sobre este nuevo libro y la forma en que se relaciona con el resto de su obra.
Jair Ortega de la Sancha (JOS): El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024) cierra una trilogía de novelas de autoficción [junto con No voy a pedir a nadie que me crea (Anagrama, 2016) y Peluquería y letras (Anagrama, 2022)]. La partida, el establecimiento y el regreso. ¿Fue un proyecto planeado o se fue dando a la par de su escritura?
Juan Pablo Villalobos (JPV): Fue sobre la marcha. Cuando escribí No voy a pedir a nadie que me crea no tenía la idea de escribir los siguientes libros; se fue dando de manera más o menos aleatoria, porque después de haber escrito No voy a pedir a nadie que me crea escribí dos libros más [el libro de crónicas de Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018) y la novela La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020)] que no tienen nada que ver con esta idea de utilizar mi propia biografía y mi nombre para escribir ficción. De pronto, estaba escribiendo otro libro que no está publicado —era un libro sobre utopías y distopías, que fracasé en su escritura—; dentro de ese libro había unas cuantas páginas que se acabaron convirtiendo en Peluquería y letras (Anagrama, 2022). Esas páginas de la novela, que me gustaban, se las envío a mi editora. Le dije: “Oye, mira, a mí me gusta esto, pero no sé qué opinas. Pienso que sería una novela muy cortita”. Y le expliqué un poco lo que pensaba, pero no estaba seguro de que funcionara, ella me animó; me dijo que sí que le gustaba y me motivó a que siguiera escribiendo. Luego de que sale Peluquería y letras empiezo a pensar en una novela sobre volver a casa y el lugar desde el que la cuento es también autobiográfico o autoficcional. Solo fue hasta que ya estaba terminando el libro que me doy cuenta que hay un libro, de que es el momento de emigrar, de llegar a Barcelona, que es el libro de No voy a pedirle…; otro libro, Peluquería y Letras, sobre estar y haber conquistado, entre comillas, una estabilidad en Barcelona; y luego el libro de volver a casa que es este, El pasado. Sí son una trilogía, pero se dio de manera muy fortuita.
JOS: En El pasado hay un doble regreso. El de la trama, el del personaje; pero también representa el retorno a Lagos de Moreno en tu obra, que no aparecía desde la novela Si viviéramos en un lugar normal (Anagrama, 2013). ¿Qué te significó este regreso literario a tu lugar de origen?
JPV: La novela Si viviéramos en un lugar normal está situada en los años ochenta y El pasado tiene dos tiempos: el presente y un tiempo pasado que también son los años ochenta. Tenía ganas de volver a escribir sobre México después de haber hecho tres libros como No voy a pedirle…, que en parte transcurre en México pero la mayor parte de la novela transcurre en Barcelona; como La invasión del pueblo de espíritu, que transcurre en una ciudad que se parece a Barcelona; como Peluquería y Letras, también por Barcelona.
Tenía esas ganas de escribir sobre México de nuevo y además lo que me está sucediendo ahora a nivel personal, que es lo que está más conectado con lo autobiográfico, tiene que ver con la edad: yo cumplí 50 años, mis padres están muy muy ancianos; mi papá va a cumplir 94 años, obviamente hay muchos achaques, problemas de salud, etcétera. Buena parte de mis preocupaciones, de mis angustias, de mis miedos ahora tienen que ver con la salud de mis padres. Y eso es algo que no te deja acabar de irte. Hay ahí algún vínculo con la familia.
Volver a escribir sobre México para mí significaba escribir sobre lo que me preocupa ahora; no es que tenga nostalgia del pasado. Mi relación con México tiene que ver con mi familia principalmente y eso significa Lagos de Moreno. Y es verdad que yo no había vuelto a narrar Lagos en una novela, y también tenía ganas de narrar esa evolución –“evolución”, vamos a llamarle descomposición—, esta degradación que ha sufrido la ciudad desde hace unos 10 años a raíz de la inseguridad. Narrar cómo se ha ido transformando el paisaje, el panorama; cómo veo yo a mis amigos, a mi familia, desde la distancia y desde la experiencia de haberme ido. La base arquetípica de estos relatos siempre es la del hijo pródigo, la Odisea, Telémaco, la telemaquia, el viaje del hijo que se va a buscar al padre y vuelve. También hay una cosa muy Pedro Páramo en todo esto: Lagos de Moreno creo que en esta novela es un poco un Comala. El personaje encuentra una ciudad que es medio fantasma, que se va reencontrando con amigos, todos borrachos, todos acabados.
Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos.
Quería transmitir esa sensación como de ciudad fantasmal, de que no se tiene claro si eso que el personaje nos está contando lo está soñando, lo está viviendo, lo está inventando, un narrador que no distingue entre el pasado y el presente.
JOS: Mencionas la travesía de Telémaco y la novela de Rulfo, ¿hubo otros referentes o hay libros con los que querías emparentar tu novela?
JPV: Cuando estoy escribiendo me meto en una atmósfera y todo lo que la va alimentando —que puede venir de la literatura, puede venir de la música, puede venir del cine, puede venir de conversaciones, de recuerdos, de lo que sea—, permite que yo me quede dentro de esa atmósfera que necesito para seguir escribiendo. En este caso creo que había algo con la literatura mexicana; más que estar leyendo cosas para decir que son influencias directas, tenía que ver más con la intención que yo tenía de volver a escribir sobre México y quitarme a Barcelona de en medio. Estuve leyendo mucha literatura mexicana: poesía, ensayo, cuento, no solo novela. Volví a leer cosas que siempre me han interesado mucho: Pitol, Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Elena Garro.
También te puede interesar leer: “Las herramientas de la crónica: una entrevista con Juan Pablo Meneses“.
JOS: La violencia del libro es más una posibilidad paranoica, que una situación presente. ¿Esta decisión parte desde una cuestión ética o proviene de una cuestión de cuidado, al haber empleado autoficción dentro de la novela?
JVP: Surge un poco de ambas, sí tiene que ver con una posición moral, diría incluso. Me preocupa muchísimo dos cosas: una, los discursos y las narrativas apocalípticas, que creo que están dominando buena parte de la narrativa mexicana, de la novela en particular, de mostrar un México oscuro por completo como sin solución, narrativa pesimistas, fatalistas, que nos anulan la posibilidad de imaginar un futuro para el país, que nos anula la posibilidad de tener narrativas utópicas, eso me preocupa por un lado; luego, por otro, me preocupa también una discusión sobre el lugar desde el cual miramos y narramos la realidad, a veces siento que uno tiene que dejar constancia desde qué lugar está mirando. Sería falso y yo veo que también hay algo moralmente complicado exponer a ese personaje a una violencia que todos sabemos, que aún incluso en el México en el que estamos, justamente por sus niveles de desigualdad y por sus estratificaciones sociales, los niveles de exposición a la violencia están muy marcados. Es decir, no los vivimos todos igual; no todos vivimos con una misma exposición a la violencia. Claro, hay cosas aleatorias, por supuesto estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, eso le puede pasar a cualquiera, sí. Pero no es verdad que estamos todos expuestos a la violencia igual. Cuando alguien dice “nos están matando”, no sé qué; a mí me parece muy peligroso. No, no nos están matando a todos. Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos. A mí me parece que esa frase es muy peligrosa, porque también a partir de allí no podemos analizar la situación, no podemos hablar de diagnosticar el problema.
Y sí, en esta novela las cosas pasan más en la cabeza del personaje que en la realidad, la paranoia le está comiendo la cabeza, la posibilidad de que en cualquier momento le van a hacer algo. Pero también es “wey, puede ser, pero tampoco te pongas en plan mártir”, porque hay otros personajes que sí están expuestos; el Simba, el chavito que está en el baño, tú y yo y todos sabemos lo que le va a pasar. Tarde o temprano. Tienen 95% de posibilidades de acabar mal. Y sabemos que eso no termina ahí, porque va acabar víctima y revictimizado, porque claro, era dealer, y se justifican todas las atrocidades. A mí me incomodan mucho estas cosas. En esta novela yo me imaginé otros dos finales que no escribí —sigo pensando que con uno de ellos probablemente habría hecho una mejor novela— pero que a mí no me dejaba tranquilo desde el punto de vista moral. Un final mucho más trágico, donde se desarrollaba más la parte criminal y llevaba al personaje a una situación más límite. Y dije no, no voy a hacer esto.
JOS: Hace un rato mencionaste la preocupación por los padres, ¿es ese el eje central en la novela?, porque si bien la violencia está latente —el mesero que toma precauciones para separar al protagonista y a Everardo, la pastilla, el tipo del Coyote—, el tema de los cuidados me parece más importante.
JPV: Sí, creo que al final, a nivel más de la evolución del protagonista, más allá de la aventura que tiene el personaje en la novela, de toda la confusión con la muerte del amigo y todo esto, más allá de eso de que es un thriller, lo verdaderamente importante es el momento en el que acaba un proceso de maduración. Y eso tiene que ver con dejar de ser hijo y ocupar el lugar del padre; también por eso en la novela se habla mucho desde el principio de esta cosa de “mi papá”, “mi mamá”, en lugar de decir “nuestro papá”, “nuestra mamá”, porque los hijos están peleando por los padres; en el fondo también creo que hay algo allí muy psicoanalítico, de que estamos diciendo “ese lugar es mío”, “soy yo el que quiero ocupar el lugar del padre”; o no, a lo mejor no somos quienes queremos ocupar el lugar del padre. También dentro de las familias hay quien siempre quiere ser hijo y cuando el padre desaparece agarra al hermano mayor y siempre necesita alguien que le cuide.
Esta novela en principio tendría que ser el viaje no solo de retorno a casa, sino del pasar de ser alguien que es cuidado a pasar a alguien que cuida.
JOS: Utilizaste la palabra thriller y me resume porque creo que en otras novelas descansaba con mayor fuerza el desarrollo de personajes o la voz narrativa o las voces narrativas, pero en El pasado son la trama y subtramas, los juegos a niveles narrativos, los que tienen mayor peso.
JPV: Para mí en cada libro hay algún tipo de aprendizaje o de búsqueda. Es verdad que al principio estaba muy obsesionado con las voces narrativas, encontrar el tono y cómo ese tono y esa voz te construye una persona por sí misma; pero en este libro tenía ganas de probar cómo armar una trama que no fuera lineal; [la novela] tiene una estructura rara, medio circular, va dando vueltas y regresa, tiene una cosa también de confusión entre el sueño y la realidad, las Pastillas también meten ahí un elemento de duda, de “¿será que acaso esto el personaje lo está alucinando?”. En esta novela me interesaba buscar maneras de narrar donde se rompiera la causa y el efecto más lógico.
JOS: Hay una escena de la novela en la que el protagonista está desayunando con Berta, y de repente ella ya no está. Llega su hermano Sebastián y el protagonista le dice a Sebastián: “estaba desayunando con tu hermana y desapareció”. Y Sebastián le dice “¿cómo que desapareció?”. Y empieza una reflexión sobre el uso del vocabulario. ¿Cómo es tu relación con el español mexicano?, pensando sobre todo en la idea de escribir de México con un lenguaje que quizá ya no es totalmente mexicano.
JPV: Durante un tiempo eso me causaba muchas crisis; fue de hecho en parte por ese conflicto que yo empecé a escribir sobre Barcelona, me empecé a sentir muy lejos de México y empecé a notar que mi escritura se iba a volver nostálgica. Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo. Es un poco lo que dice esta novela: que las consecuencias del pasado siguen viéndose y hasta que no resuelvas lo que se quedó ahí atrás no puedes seguir viviendo.
Empecé a escribir sobre Barcelona cuando me di cuenta que al terminar de escribir Te vendo un perro (Anagrama, 2014) me había costado muchísimo trabajo eso que dices, como sentir que estaba usando bien, no solo el vocabulario, hay una cosa que tiene que ver con la estructura de las frases. En ese entonces yo vivía en Brasil y mi español estaba muy contaminado por el portugués, que aunque son lenguas cercanas, las estructuras del portugués son muy distintas, por ejemplo se usa mucho la frase pasiva, se me estaba metiendo eso y todo el tiempo estaba con dudas. Sufrí muchísimo escribiendo ese libro y cuando lo terminé dije “no puedo seguir por aquí”. Tengo que ser coherente con mi realidad y por eso empecé a escribir sobre inmigración, sobre vivir en otros lugares.
Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo.
Ahora hay una especie de vuelta porque a mí me gusta reconocer que puedo irme moviendo de lugar. Con los libros anteriores, decía “no, yo ya no puedo volver a escribir de México”; ya no, ahora pienso que sí, el próximo libro —si lo consigo— será un libro total, absoluto y plenamente mexicano. Sin ninguna referencia a mi realidad de inmigrantes, sin ninguna referencia de que estoy fuera. Tengo ganas ahora. Hace 5 años te hubiera dicho “eso ya no puedo hacerlo”. Uno va cambiando, de momento he resuelto esa crisis, un poco como sucede en este libro, poniéndola allí, hablando de ella. Hay que ponerlo allí, incluso como chiste, porque al final tampoco voy a negar que sí que ha cambiado, mi manera de hablar, que sí que ha cambiado mi manera de escribir y que sería una batalla perdida de más no querer mantener así a toda costa mi manera de hablar y de escribir en mexicano.
JOS: Tus libros suelen rondar entre las 230-250 páginas en promedio. ¿Es una apuesta por la brevedad?
JPV: Hubo un momento en que pensaba que la brevedad era algo que yo defendía. Ahora quiero escribir algo largo. Va cambiando. Las historias vienen en un formato y la historia que estoy pensando ahora viene en un formato muy largo. Lo importante en la literatura es la forma, lo que conforma lo literario es la forma, no la trama ni los personajes; es decir, está en el cómo. Y el cómo ahora lo estoy imaginando en un formato de una novelota, pero es algo que no he hecho hasta ahora. Y también por eso me interesa: porque es algo distinto.
JOS: ¿Qué tan avanzado está el proyecto?
JPV: Estoy dándole vueltas, estoy pensando, estoy leyendo, estoy metiéndome en una atmósfera que tiene que ver con eso. Es una novela que transcurre del 1988 al 1998. 10 años. En México. Estoy muy metido: mucho de lo que leo, de lo que veo en serie o en documentales o en películas es de esa época. Estoy tratando de meterme mentalmente y sentimentalmente en esa época; no es una novela autobiográfica ni de autoficción, pero sí es importante en el sentido de que son los años en los que yo pasé de los 15 a los 25, el momento del paso a la vida adulta, en el que yo empecé a mirar el mundo desde un punto de vista político, social; son mis años de formación, donde me hice escritor, donde empecé a pensar seriamente en la escritura. Por eso quiero contar esa parte, esos 10 años, pero apenas estoy dándole vueltas.
JOS: Como profesor de escritura creativa estás al tanto de la literatura que se está escribiendo, ¿hay alguna obra de escritores jóvenes o de tus contemporáneos que te entusiasme especialmente?
JPV: Casi todo lo que leo es literatura latinoamericana y mucha literatura mexicana; también es verdad que soy muy parcial porque muchas alumnas y alumnos míos ahora están publicando y obviamente tengo predilección por ellos. Pero me interesa mucho la literatura argentina; lo que más leo es literatura mexicana y literatura argentina. He estado muy atento a la generación anterior a la mía, los que nacieron en los sesenta e incluso algunos en los cincuenta: César Aira, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Tamara Kamenszain. Luego también hay algunos escritores puntuales que actualmente me los leo con método, Juan Cárdenas en Colombia; Margarita García Robayo, igual de Colombia; también Luis Chaves, en Costa Rica, poeta y narrador; Horacio Castellanos Moya, que es para mí el escritor vivo más importante que tenemos en América Latina. Aquí, en México, Yuri Herrera siempre es quien más me ha interesado; escribió tres novelas muy reconocibles que fueron muy bien acogidas por la crítica, y luego empezó a hacer cosas raras, entre comillas, muy buenas, siempre muy inteligentes. Me parece muy arriesgado su proyecto, y su última novela La estación del pantano me encantó, me parece que él tiene un proyecto narrativo interesantísimo.
Juan Pablo Villalobos
Luego de la publicación de su nueva novela El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024), el escritor Juan Pablo Villalobos regresó a México para dar un par de charlas e impartir algunos talleres literarios. Aprovechando el viaje, Gatopardo conversó con él sobre este nuevo libro y la forma en que se relaciona con el resto de su obra.
Jair Ortega de la Sancha (JOS): El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024) cierra una trilogía de novelas de autoficción [junto con No voy a pedir a nadie que me crea (Anagrama, 2016) y Peluquería y letras (Anagrama, 2022)]. La partida, el establecimiento y el regreso. ¿Fue un proyecto planeado o se fue dando a la par de su escritura?
Juan Pablo Villalobos (JPV): Fue sobre la marcha. Cuando escribí No voy a pedir a nadie que me crea no tenía la idea de escribir los siguientes libros; se fue dando de manera más o menos aleatoria, porque después de haber escrito No voy a pedir a nadie que me crea escribí dos libros más [el libro de crónicas de Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018) y la novela La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020)] que no tienen nada que ver con esta idea de utilizar mi propia biografía y mi nombre para escribir ficción. De pronto, estaba escribiendo otro libro que no está publicado —era un libro sobre utopías y distopías, que fracasé en su escritura—; dentro de ese libro había unas cuantas páginas que se acabaron convirtiendo en Peluquería y letras (Anagrama, 2022). Esas páginas de la novela, que me gustaban, se las envío a mi editora. Le dije: “Oye, mira, a mí me gusta esto, pero no sé qué opinas. Pienso que sería una novela muy cortita”. Y le expliqué un poco lo que pensaba, pero no estaba seguro de que funcionara, ella me animó; me dijo que sí que le gustaba y me motivó a que siguiera escribiendo. Luego de que sale Peluquería y letras empiezo a pensar en una novela sobre volver a casa y el lugar desde el que la cuento es también autobiográfico o autoficcional. Solo fue hasta que ya estaba terminando el libro que me doy cuenta que hay un libro, de que es el momento de emigrar, de llegar a Barcelona, que es el libro de No voy a pedirle…; otro libro, Peluquería y Letras, sobre estar y haber conquistado, entre comillas, una estabilidad en Barcelona; y luego el libro de volver a casa que es este, El pasado. Sí son una trilogía, pero se dio de manera muy fortuita.
JOS: En El pasado hay un doble regreso. El de la trama, el del personaje; pero también representa el retorno a Lagos de Moreno en tu obra, que no aparecía desde la novela Si viviéramos en un lugar normal (Anagrama, 2013). ¿Qué te significó este regreso literario a tu lugar de origen?
JPV: La novela Si viviéramos en un lugar normal está situada en los años ochenta y El pasado tiene dos tiempos: el presente y un tiempo pasado que también son los años ochenta. Tenía ganas de volver a escribir sobre México después de haber hecho tres libros como No voy a pedirle…, que en parte transcurre en México pero la mayor parte de la novela transcurre en Barcelona; como La invasión del pueblo de espíritu, que transcurre en una ciudad que se parece a Barcelona; como Peluquería y Letras, también por Barcelona.
Tenía esas ganas de escribir sobre México de nuevo y además lo que me está sucediendo ahora a nivel personal, que es lo que está más conectado con lo autobiográfico, tiene que ver con la edad: yo cumplí 50 años, mis padres están muy muy ancianos; mi papá va a cumplir 94 años, obviamente hay muchos achaques, problemas de salud, etcétera. Buena parte de mis preocupaciones, de mis angustias, de mis miedos ahora tienen que ver con la salud de mis padres. Y eso es algo que no te deja acabar de irte. Hay ahí algún vínculo con la familia.
Volver a escribir sobre México para mí significaba escribir sobre lo que me preocupa ahora; no es que tenga nostalgia del pasado. Mi relación con México tiene que ver con mi familia principalmente y eso significa Lagos de Moreno. Y es verdad que yo no había vuelto a narrar Lagos en una novela, y también tenía ganas de narrar esa evolución –“evolución”, vamos a llamarle descomposición—, esta degradación que ha sufrido la ciudad desde hace unos 10 años a raíz de la inseguridad. Narrar cómo se ha ido transformando el paisaje, el panorama; cómo veo yo a mis amigos, a mi familia, desde la distancia y desde la experiencia de haberme ido. La base arquetípica de estos relatos siempre es la del hijo pródigo, la Odisea, Telémaco, la telemaquia, el viaje del hijo que se va a buscar al padre y vuelve. También hay una cosa muy Pedro Páramo en todo esto: Lagos de Moreno creo que en esta novela es un poco un Comala. El personaje encuentra una ciudad que es medio fantasma, que se va reencontrando con amigos, todos borrachos, todos acabados.
Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos.
Quería transmitir esa sensación como de ciudad fantasmal, de que no se tiene claro si eso que el personaje nos está contando lo está soñando, lo está viviendo, lo está inventando, un narrador que no distingue entre el pasado y el presente.
JOS: Mencionas la travesía de Telémaco y la novela de Rulfo, ¿hubo otros referentes o hay libros con los que querías emparentar tu novela?
JPV: Cuando estoy escribiendo me meto en una atmósfera y todo lo que la va alimentando —que puede venir de la literatura, puede venir de la música, puede venir del cine, puede venir de conversaciones, de recuerdos, de lo que sea—, permite que yo me quede dentro de esa atmósfera que necesito para seguir escribiendo. En este caso creo que había algo con la literatura mexicana; más que estar leyendo cosas para decir que son influencias directas, tenía que ver más con la intención que yo tenía de volver a escribir sobre México y quitarme a Barcelona de en medio. Estuve leyendo mucha literatura mexicana: poesía, ensayo, cuento, no solo novela. Volví a leer cosas que siempre me han interesado mucho: Pitol, Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Elena Garro.
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JOS: La violencia del libro es más una posibilidad paranoica, que una situación presente. ¿Esta decisión parte desde una cuestión ética o proviene de una cuestión de cuidado, al haber empleado autoficción dentro de la novela?
JVP: Surge un poco de ambas, sí tiene que ver con una posición moral, diría incluso. Me preocupa muchísimo dos cosas: una, los discursos y las narrativas apocalípticas, que creo que están dominando buena parte de la narrativa mexicana, de la novela en particular, de mostrar un México oscuro por completo como sin solución, narrativa pesimistas, fatalistas, que nos anulan la posibilidad de imaginar un futuro para el país, que nos anula la posibilidad de tener narrativas utópicas, eso me preocupa por un lado; luego, por otro, me preocupa también una discusión sobre el lugar desde el cual miramos y narramos la realidad, a veces siento que uno tiene que dejar constancia desde qué lugar está mirando. Sería falso y yo veo que también hay algo moralmente complicado exponer a ese personaje a una violencia que todos sabemos, que aún incluso en el México en el que estamos, justamente por sus niveles de desigualdad y por sus estratificaciones sociales, los niveles de exposición a la violencia están muy marcados. Es decir, no los vivimos todos igual; no todos vivimos con una misma exposición a la violencia. Claro, hay cosas aleatorias, por supuesto estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, eso le puede pasar a cualquiera, sí. Pero no es verdad que estamos todos expuestos a la violencia igual. Cuando alguien dice “nos están matando”, no sé qué; a mí me parece muy peligroso. No, no nos están matando a todos. Están matando a otros. ¿A quiénes? A los pobres, a los que viven en ciertas regiones del país donde hay más violencia, donde la violencia es más bestia, a ciertas profesiones; es decir, no nos está matando a todos. A mí me parece que esa frase es muy peligrosa, porque también a partir de allí no podemos analizar la situación, no podemos hablar de diagnosticar el problema.
Y sí, en esta novela las cosas pasan más en la cabeza del personaje que en la realidad, la paranoia le está comiendo la cabeza, la posibilidad de que en cualquier momento le van a hacer algo. Pero también es “wey, puede ser, pero tampoco te pongas en plan mártir”, porque hay otros personajes que sí están expuestos; el Simba, el chavito que está en el baño, tú y yo y todos sabemos lo que le va a pasar. Tarde o temprano. Tienen 95% de posibilidades de acabar mal. Y sabemos que eso no termina ahí, porque va acabar víctima y revictimizado, porque claro, era dealer, y se justifican todas las atrocidades. A mí me incomodan mucho estas cosas. En esta novela yo me imaginé otros dos finales que no escribí —sigo pensando que con uno de ellos probablemente habría hecho una mejor novela— pero que a mí no me dejaba tranquilo desde el punto de vista moral. Un final mucho más trágico, donde se desarrollaba más la parte criminal y llevaba al personaje a una situación más límite. Y dije no, no voy a hacer esto.
JOS: Hace un rato mencionaste la preocupación por los padres, ¿es ese el eje central en la novela?, porque si bien la violencia está latente —el mesero que toma precauciones para separar al protagonista y a Everardo, la pastilla, el tipo del Coyote—, el tema de los cuidados me parece más importante.
JPV: Sí, creo que al final, a nivel más de la evolución del protagonista, más allá de la aventura que tiene el personaje en la novela, de toda la confusión con la muerte del amigo y todo esto, más allá de eso de que es un thriller, lo verdaderamente importante es el momento en el que acaba un proceso de maduración. Y eso tiene que ver con dejar de ser hijo y ocupar el lugar del padre; también por eso en la novela se habla mucho desde el principio de esta cosa de “mi papá”, “mi mamá”, en lugar de decir “nuestro papá”, “nuestra mamá”, porque los hijos están peleando por los padres; en el fondo también creo que hay algo allí muy psicoanalítico, de que estamos diciendo “ese lugar es mío”, “soy yo el que quiero ocupar el lugar del padre”; o no, a lo mejor no somos quienes queremos ocupar el lugar del padre. También dentro de las familias hay quien siempre quiere ser hijo y cuando el padre desaparece agarra al hermano mayor y siempre necesita alguien que le cuide.
Esta novela en principio tendría que ser el viaje no solo de retorno a casa, sino del pasar de ser alguien que es cuidado a pasar a alguien que cuida.
JOS: Utilizaste la palabra thriller y me resume porque creo que en otras novelas descansaba con mayor fuerza el desarrollo de personajes o la voz narrativa o las voces narrativas, pero en El pasado son la trama y subtramas, los juegos a niveles narrativos, los que tienen mayor peso.
JPV: Para mí en cada libro hay algún tipo de aprendizaje o de búsqueda. Es verdad que al principio estaba muy obsesionado con las voces narrativas, encontrar el tono y cómo ese tono y esa voz te construye una persona por sí misma; pero en este libro tenía ganas de probar cómo armar una trama que no fuera lineal; [la novela] tiene una estructura rara, medio circular, va dando vueltas y regresa, tiene una cosa también de confusión entre el sueño y la realidad, las Pastillas también meten ahí un elemento de duda, de “¿será que acaso esto el personaje lo está alucinando?”. En esta novela me interesaba buscar maneras de narrar donde se rompiera la causa y el efecto más lógico.
JOS: Hay una escena de la novela en la que el protagonista está desayunando con Berta, y de repente ella ya no está. Llega su hermano Sebastián y el protagonista le dice a Sebastián: “estaba desayunando con tu hermana y desapareció”. Y Sebastián le dice “¿cómo que desapareció?”. Y empieza una reflexión sobre el uso del vocabulario. ¿Cómo es tu relación con el español mexicano?, pensando sobre todo en la idea de escribir de México con un lenguaje que quizá ya no es totalmente mexicano.
JPV: Durante un tiempo eso me causaba muchas crisis; fue de hecho en parte por ese conflicto que yo empecé a escribir sobre Barcelona, me empecé a sentir muy lejos de México y empecé a notar que mi escritura se iba a volver nostálgica. Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo. Es un poco lo que dice esta novela: que las consecuencias del pasado siguen viéndose y hasta que no resuelvas lo que se quedó ahí atrás no puedes seguir viviendo.
Empecé a escribir sobre Barcelona cuando me di cuenta que al terminar de escribir Te vendo un perro (Anagrama, 2014) me había costado muchísimo trabajo eso que dices, como sentir que estaba usando bien, no solo el vocabulario, hay una cosa que tiene que ver con la estructura de las frases. En ese entonces yo vivía en Brasil y mi español estaba muy contaminado por el portugués, que aunque son lenguas cercanas, las estructuras del portugués son muy distintas, por ejemplo se usa mucho la frase pasiva, se me estaba metiendo eso y todo el tiempo estaba con dudas. Sufrí muchísimo escribiendo ese libro y cuando lo terminé dije “no puedo seguir por aquí”. Tengo que ser coherente con mi realidad y por eso empecé a escribir sobre inmigración, sobre vivir en otros lugares.
Y yo lo que quiero es escribir de lo que me preocupa hoy y del presente; aunque escriba del pasado, son cosas que estoy pensando hoy; si escribo del pasado es porque creo que ese pasado está vivo.
Ahora hay una especie de vuelta porque a mí me gusta reconocer que puedo irme moviendo de lugar. Con los libros anteriores, decía “no, yo ya no puedo volver a escribir de México”; ya no, ahora pienso que sí, el próximo libro —si lo consigo— será un libro total, absoluto y plenamente mexicano. Sin ninguna referencia a mi realidad de inmigrantes, sin ninguna referencia de que estoy fuera. Tengo ganas ahora. Hace 5 años te hubiera dicho “eso ya no puedo hacerlo”. Uno va cambiando, de momento he resuelto esa crisis, un poco como sucede en este libro, poniéndola allí, hablando de ella. Hay que ponerlo allí, incluso como chiste, porque al final tampoco voy a negar que sí que ha cambiado, mi manera de hablar, que sí que ha cambiado mi manera de escribir y que sería una batalla perdida de más no querer mantener así a toda costa mi manera de hablar y de escribir en mexicano.
JOS: Tus libros suelen rondar entre las 230-250 páginas en promedio. ¿Es una apuesta por la brevedad?
JPV: Hubo un momento en que pensaba que la brevedad era algo que yo defendía. Ahora quiero escribir algo largo. Va cambiando. Las historias vienen en un formato y la historia que estoy pensando ahora viene en un formato muy largo. Lo importante en la literatura es la forma, lo que conforma lo literario es la forma, no la trama ni los personajes; es decir, está en el cómo. Y el cómo ahora lo estoy imaginando en un formato de una novelota, pero es algo que no he hecho hasta ahora. Y también por eso me interesa: porque es algo distinto.
JOS: ¿Qué tan avanzado está el proyecto?
JPV: Estoy dándole vueltas, estoy pensando, estoy leyendo, estoy metiéndome en una atmósfera que tiene que ver con eso. Es una novela que transcurre del 1988 al 1998. 10 años. En México. Estoy muy metido: mucho de lo que leo, de lo que veo en serie o en documentales o en películas es de esa época. Estoy tratando de meterme mentalmente y sentimentalmente en esa época; no es una novela autobiográfica ni de autoficción, pero sí es importante en el sentido de que son los años en los que yo pasé de los 15 a los 25, el momento del paso a la vida adulta, en el que yo empecé a mirar el mundo desde un punto de vista político, social; son mis años de formación, donde me hice escritor, donde empecé a pensar seriamente en la escritura. Por eso quiero contar esa parte, esos 10 años, pero apenas estoy dándole vueltas.
JOS: Como profesor de escritura creativa estás al tanto de la literatura que se está escribiendo, ¿hay alguna obra de escritores jóvenes o de tus contemporáneos que te entusiasme especialmente?
JPV: Casi todo lo que leo es literatura latinoamericana y mucha literatura mexicana; también es verdad que soy muy parcial porque muchas alumnas y alumnos míos ahora están publicando y obviamente tengo predilección por ellos. Pero me interesa mucho la literatura argentina; lo que más leo es literatura mexicana y literatura argentina. He estado muy atento a la generación anterior a la mía, los que nacieron en los sesenta e incluso algunos en los cincuenta: César Aira, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Tamara Kamenszain. Luego también hay algunos escritores puntuales que actualmente me los leo con método, Juan Cárdenas en Colombia; Margarita García Robayo, igual de Colombia; también Luis Chaves, en Costa Rica, poeta y narrador; Horacio Castellanos Moya, que es para mí el escritor vivo más importante que tenemos en América Latina. Aquí, en México, Yuri Herrera siempre es quien más me ha interesado; escribió tres novelas muy reconocibles que fueron muy bien acogidas por la crítica, y luego empezó a hacer cosas raras, entre comillas, muy buenas, siempre muy inteligentes. Me parece muy arriesgado su proyecto, y su última novela La estación del pantano me encantó, me parece que él tiene un proyecto narrativo interesantísimo.
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