Mariana Enriquez, la gran conjuradora

Mariana Enriquez, la gran conjuradora

Más allá del terror, la exploración narrativa de Mariana Enriquez goza de hondura en el libro de cuentos Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024). Esta charla no solo aborda la magia narrativa, también el country, a Jackson Pollock y el hervidero argentino.

Tiempo de lectura: 11 minutos

Mariana Enriquez sabe conjurar a la perfección el “ya está” argentino para darle cierre a sus proyectos y no quedarse estancada en los logros del pasado. Me pregunto cómo le hace para viajar de feria en feria, de hotel en hotel; estar unos días en Nueva York, luego en México y volar a Reino Unido. Encima, hacer espacio en su apretada agenda para escribir artículos, cuentos, novelas. Quisiera tener más de treinta minutos y abordar tantas cosas, en una entrevista que se confirma de último momento. Oportunidad que ni de chiste desdeñaría, ya que para mí, junto a Samanta Schweblin y Selva Almada, Enriquez es una de las escritoras argentinas que se deben leer, estudiar con calma y a conciencia.

Tan solo en Reino Unido, Enriquez ha vendido más de 60 000 ejemplares de los tres libros que han sido traducidos en esa región, donde su estilo encaja bien con la tradición gótica. Si lo ponemos en términos musicales su nuevo libro es justo como el disco Murder Ballads (1996) de Nick Cave: contiene extrañeza y poética, es fúnebre y fantasmal, lo mismo contestatario que atractivo para la crítica. Si en aquel momento el músico australiano decidió proteger a su musa de la banalidad que acarrean los premios, Mariana Enriquez coloca en el mismo terreno al rockstarismo literario. “Yo no me creo mucho el rockstar porque me divierte mucho; o sea, me divierte porque me divierte la ropa y también me divierte que haya gente que no se lo tome con humor”.

Aunque en el tintero se quedan dudas acerca de qué hace con tantos libros, los escritores actuales que ha leído, si prefiere una masa de compradores o lectores fieles, la dictadura argentina y el campeonato mundial de Messi; la charla actual habita una línea de tiempo donde confluye lo místico, Jackson Pollock, la extrañeza country de The Carter Family, el hervidero sociopolítico argentino y los cuentos de Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024). “En este caso tenía un conjunto de cuentos que para mí eran un libro, porque no siempre los cuentos que uno escribe son un libro, entonces decidí publicarlos, y ya está”.

El conjuro

Quien escribe casi siempre avanza entre penumbras, ayudado por conceptos básicos originados en el mito: “energías inagotables del cosmos” para Joseph Campbell o la escritura como modificación de “la realidad y la conciencia de toda la especie” para un Alan Moore muy junguiano. Esas rutas no siguen un orden rígido en el quehacer de Enriquez, la mayoría de las ocasiones son caóticas: “Casi nunca estoy pensando en ‘ahora voy a escribir una novela’, ‘ahora voy a escribir cuentos’, ‘ahora voy a escribir crónica’. Van ocurriendo y para mí el proceso de una novela es muy largo. Para mí el escritor va en una búsqueda que es un poco más intuitiva”.

Mariana Enriquez escribe mientras escucha unas veces rock, otras música clásica; siempre acompañada por black metal o por Nick Cave. “Ahora estoy desesperadamente esperando el disco de The Dirty Three”, banda australiana integrada por Mick Turner, Jim White y Warren Ellis —este último también ha colaborado con Cave en álbumes y conciertos—, “porque a mí The Dirty Three es una banda que siempre me sirvió muchísimo para escribir más que Nick Cave. No me malinterpreten, Nick Cave es la música en mi vida, digamos. Entonces hay cuentos como uno que transcurre en Los Ángeles, que es un cuento que escribí escuchando obsesivamente la canción ‘Hollywood’, entonces hay un montón de comunicaciones con el disco completo Ghosteen, que además es un disco sobre fantasmas”.

Transcribo la charla una tarde de abril en la que el infierno y la tierra juntaron sus códigos postales y el calor está a un grado de fundirnos el cerebro. Como si se tratara de un aquelarre sectario en medio del desierto, la voz áspera de Johnny Cash relata la pasión de Jesucristo y en algún momento le hacen armonía los coros de The Carter Family en la canción “The Lord’s Prayer, Amen Chorus”. Como buen músico, exploro las recomendaciones de Mariana Enriquez. De todos los subgéneros y artistas country que menciona como Willi Carlisle, Orville Peck o el disco Cowboy Carter, de Beyoncé, opto por una apuesta clásica y tal vez “facilona” —pobre iluso— en The Gospel Road (1973) de Johnny Cash, un disco al que podríamos nombrar el Jesus Christ Superstar del country. “Ahora estoy en un momento bastante country […] y yo les recomiendo las cosas más complicadas, los mando a estudiar. Les digo que The Carter Family, así se vuelven locos escuchando música como de los Apalaches y qué sé yo”, Mariana Enriquez tiene razón y comprendo que a través del gis de viejas grabaciones en vinilo los entes son capaces de manifestarse. Cuando la temperatura adormila, se detienen en el apartamento de la escritora y le cuentan la tragedia que los llevó a penar. Ahí es cuando ella les hace casting; de ese diálogo interno surgen frases como las del cuento “Los pájaros de la noche”: Escuchar los cantos de los pájaros a la noche, cuando el calor no deja dormir, es un concierto de llantos viudos y de injusticia.

Mariana Enriquez, fotografías de Nora Lezano.

“Eso es bien curioso, porque en general ese tipo de frases que son las frases más líricas, aparecen. La escritura para mí es muy extraña en el sentido de que realmente entrás en un espacio que tiene algo de mágico. Cuando digo mágico no lo digo en el sentido ni de truco ni de algo agradable, como cuando decimos que es mágica una relación, no hablo de eso”. No es casualidad que Enriquez conecte con otros autores como Alan Moore que consideran al proceso de escribir la forma más antigua de chamanismo, esa que podemos hallar en El paraíso perdido (1667) donde John Milton pide ayuda a las musas o en Gabriel García Márquez que tras ver a una mujer luchar contra el viento para tender las sábanas, le fue revelada una de las escenas icónicas de Cien años de soledad (1967): la ascensión al cielo de Remedios, la bella. “Hablo de la magia en el sentido de una mancia, digamos. De una forma de hacer que con determinados elementos produzca un efecto y que esto es muy misterioso. O sea, son esas cosas que tiene la magia, incluso la magia más estereotipada, como hay que decir esta serie de palabras, hay que trazar un círculo, hay que sacar, no sé, una daga y esa es la invocación”.

Discursos conciliadores

A la escritora se le podría encasillar en el género de terror mezclado con realidad latinoamericana violenta —en una entrevista para el pódcast El Método Rebord menciona que le cuesta bastante salir de esa exploración—, ya que sus aproximaciones parten del realismo encaminado al horror, ya sea sobrenatural o psicológico. Sería realmente fácil quedarse en esa capa narrativa, mas no para Enriquez. Basta leer el relato “La desgracia en la cara”, donde el eje es la continuidad del silencio tras una primera violación a la abuela, que fue negada y silenciada; después, a la madre, pero no a la hija que es la protagonista.

“Hay algo del secreto, a ella le guardaron ese secreto. Y hay algo para mí de cómo guardan las mujeres en las familias los secretos: los secretos propios y los secretos también de los hombres en muchas ocasiones”. Aunque la maldición recae sobre la figura femenina, el hijo y representante de lo masculino carga con el peso de su madre. Soy el hermano mayor, hijo de una madre divorciada en el seno de una familia católica, y por ello asumí una carga que no me correspondía, de ahí que me sienta identificado con la perspectiva de Enriquez en este cuento. “Como me parecía que era un relato de una generación donde eso ya no sucede tanto, o sea, los dos protagonistas son bastante jóvenes, entonces ya eso no sucede”.

En el terreno discursivo, Enriquez no divide en posturas estériles sobre quién tiene más valía si un hombre o una mujer; al contrario, es subversiva al apostar por la reconciliación en tiempos polarizados y escribe: No todos los hombres eran el enemigo. Ella menciona que quería que el hijo cuidara de la madre y del secreto que había torturado a las mujeres de la familia, una especie de yin y yang. “En general no son los varones los que cuidan de las madres […]. Realmente creo que también los varones cambiaron mucho ahora. O sea, no todos. Pero creo que el avance de las conquistas de las mujeres y del feminismo, a los hombres que son buenas personas, también les cambió su posición ante ciertas cosas, también pudieron ver ciertas cosas”.

Al conectar, por medio de lo fantasmagórico, con puntos de inflexión en la historia de su país, Mariana también le habla a las generaciones venideras. Enriquez creció en plena dictadura argentina, cuando el terror y los monstruos abandonaron el plano imaginario: encarnaron con uniforme militar. Era tal la crueldad que las palabras parecían insuficientes en el intento de describir tantos horrores. Ella conjuró, a través de lo narrativo, para encarar lo inefable. Además conecta con nuevos públicos, algunos de ellos más jóvenes porque no tiene miedo en explorar temas tan banales como los tratamientos de embellecimiento facial: “Con una amiga cantante estaba charlando de toda la locura del skincare, quemarse la cara. Ella me pasó un vídeo donde fue a hacerse un tratamiento estético muy menor en la cara, pero por un determinado precio. Tenía una ruleta donde te caía una dermoabrasión horrible y el lugar carísimo, como elegante, o sea, no era un lugar cutre. Todo eso empezó con el tema de que se borre la cara y después se convirtió en otra cosa. Un relato, ya está”.

A Un lugar soleado para gente sombría lo habitan lo mismo leyendas urbanas que mitos, accidentes o brujería, denuncia social, exilio. Sobre todo, la corporalidad femenina: cuerpos que enferman o se echan a perder, seres que se van despellejando, otros que fueron desfigurados por la violencia. “La presión sobre el cuerpo y sobre todo sobre cómo se tienen que ver las mujeres yo creo que es más fuerte que antes. No sé, ese cuento tiene muchas complejidades en ese sentido”.

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Mariana Enriquez, fotografías de Nora Lezano.

Entre lo libresco y el humor

La lógica del cuento de horror se centra en una persona intrusa que se acerca lo más posible al abismo. El andamiaje de los cuentos de Un lugar soleado para gente sombría parece tener la forma de una espiral y es necesario detenerse a comprender los golpes prosísticos de la escritora. El relato clásico de terror siempre explica. Los autores suelen llevar al lector al sótano y una vez contemplado el horror, lo ayudan a salir para volver a la calma de lo cotidiano. Enriquez ocupa un artificio distinto y por ello cada vez que saca un libro, este se agota: sabe en qué momento detenerse para dejar al lector perturbado o como diríamos los mexicanos, picado. Sí, el referente principal con el que la comparan y de quien no tiene empacho en sentir admiración es Stephen King. Si uno se asoma bien, como buen aprendiz de escritor, y regresa unos cuantos párrafos hallará atisbos de Felisberto Hernández, Armonía Somers, Roberto Arlt o Silvina Ocampo.

“Mis influencias son, más allá de King, referencias bastante librescas. Creo que incluso queda bastante claro en el libro con los epígrafes, o sea, todo lo que estaba leyendo desde Kerouac a Lydia Davis a, qué sé yo, Cormac McCarthy, es todo bastante libresco […]. Más allá de los narradores y personajes que a vos te hablan, es el lenguaje en el que estás y cómo contás y en qué tono. Es raro, porque a veces es bastante sofisticado. Cuando digo sofisticado, no sé; por ejemplo, tiene humor y mantiene el tono de humor”, esto queda perfectamente manifestado en la escena donde la protagonista de “La desgracia en la cara” usa una máscara de Michael Myers —un guiño al genio del horror ochentero, John Carpenter— o la ironía sobre la posmodernidad en los adictos a TikTok y otras redes sociales que ni después de fallecidos abandonan el teléfono móvil como en el cuento “Mis muertos tristes”.

Invocando a Pollock

“El proceso creativo, si ves un pintor, quiero decir, un pintor abstracto, no sé, Jackson Pollock parece que está tirando cosas, ¿no? O sea, que está ahí como haciendo un lío. Después termina el cuadro y vos ves eso, y ves que eso tiene una belleza, tiene una lógica, tiene una proporción. ¿Cómo puede ser? Bueno, a uno le pasa también un poco como puede ser un proceso muy natural. Entonces a mí me funciona, lo que percibo más cerca de todo esto y me funciona es el dictado”. De manera inconsciente —o quizá más consciente de lo que creemos— uno elige a sus maestros, incluso esta entrevista es una forma de abrevar del conocimiento de Mariana Enriquez.

Un par de días después de la entrevista, leí un artículo en The Collector acerca de un culto psicoanalítico llamado Instituto Sullivan, del cual se ha especulado que propició la etapa de autodestrucción de Jackson Pollock que lo llevó a morir en un accidente de auto en 1956. El instituto era dirigido por Saul B. Newton, un hombre sin título de terapeuta, que basó su culto en el psiquiatra estadounidense Harry Stack Sullivan con influencias de la escuela freudiana. Como un precedente a Charles Manson, los pacientes de Newton tenían que abandonar a sus familias, vivir en comunas y practicar la poligamia; además de culpar a la madre por los estados emocionales de los pacientes y su incapacidad para sentir felicidad. La terapia de Pollock básicamente consistía en que la monogamia y estar sobrio limitaba su creatividad. Sin dudarlo, esto bien podría ser el argumento para un relato de Mariana Enriquez en el que el pintor vuelve para vengarse.

Es curioso que el primer nombre que le viniera a la mente fuera el de Pollock, quien en la adolescencia se vio sumergido en los excesos. La propia narradora no tiene empacho en hablar sobre su etapa colmada de alcohol y drogas —para ahondar en detalles toxicológicos les recomiendo Bajar es lo peor (2002)—. Ahora hablemos de lo luminoso en el espíritu de Pollock, que puedo intuir también habita en Enriquez. En 1998 el jefe de conservación del Museo de Arte Moderno de Nueva York, James Coddington, afirmó sobre Jackson Pollock que poseía un “nivel de conciencia, de intención, en [el método] que le permite pintar tan inconscientemente como lo hace […]. Una gran cantidad de conciencia, equilibrio, uso de materiales y artesanía”. Es justo ahí donde Enriquez muestra a la artista sofisticada y de mente prodigiosa, capaz de pintar en su lienzo finísimas líneas rodeadas por las manchas caóticas de lo sobrenatural.

“Creo que el cuento, en realidad, cualquier cosa que uno escribe, sale cuando se entra en ese modo de dictado como si otro te ve afuera. Parece que no estás pensando, o que estás pensando con una parte de la cabeza que no es la parte racional. Uno no se detiene hacia el escrito, por lo menos creo que la mayoría no se detiene, mira la frase y la corrige. No terminas más, es imposible tener que hacer eso. El dictado es bien peculiar. Yo trabajo así”.

Mariana Enriquez, fotografías de Nora Lezano.

Fin de la tolerancia

Cinco minutos antes de finalizar la charla, Mariana Enriquez contesta una llamada del siguiente reportero en la lista de compromisos promocionales. Me insinúa que debo barajar muy bien mis tarjetas de preguntas. En un par de segundos lo descarto todo y arrojo el dardo: ¿Por qué Javier Milei? Un fenómeno político raro, inexplicable, pero que hace mucho sentido en tiempos de radicalidad. Vamos, Donald Trump del Cono Sur.

“La tolerancia se terminó. Cuando la tolerancia se termina, uno comete cosas desaforadas”, Enriquez considera que Milei llegó de forma democrática, con el voto de la gente; respetable, sí, aunque fuera una decisión desaforada que incubó la extrema derecha con el ejemplo de Trump en Estados Unidos, replicado por Jair Bolsonaro y el actual presidente argentino. “Durante muchos años, los ciudadanos argentinos estuvieron en un estado de aceptación de vivir mal porque no les queda otra y de vivir muy complejamente mal. Quiero decir, es muy difícil en Argentina comprar una casa o imposible porque no hay crédito […]. Llegó un momento en que toda esta absoluta incertidumbre y sensación de falta de futuro se volvió muy resentida, muy rabiosa. Y creo que la gente eligió el maximalismo”.

Argentina vivió uno de los divorcios más desastrosos, a decir de la escritora, uno donde la sociedad le exigió a los políticos de siempre que sacaran sus manos de la economía, del gobierno: “No te quiero ver nunca más, volvés y te mato, una cosa así. Por supuesto, esto no es sano, no es sano. El voto no vino, creo, desde el lugar más racional, sino del lugar más enojoso y resentido”, entonces se decantaron por la opción colorida, acrecentada a partir de lo que mostraba la televisión y las redes sociales. En distintos puntos del mundo, contrario a su legado conservador y flemático, la derecha se volvió extrañamente colorida, festiva, desfachatada y con ganchos que hacían eco en el malestar social: “You’re fired!”, en el caso de Trump, o “¡Viva la libertad, carajo!”, de Milei.

Esa ultraderecha buenaondita no deja de ocultar tras el maquillaje y la sonrisa una ideología grave que atenta contra el derecho a la educación, a las libertades de los grupos minoritarios, a la propia cultura porque “finalmente la gente lo vota [a Milei] para que pare la inflación y para poder tener crédito. Para poder tener alguna idea de futuro, quiero decir. No es solamente la cuestión económica. Hay gente, Trump también es así, que cree que hay una cuestión de la batalla cultural, como que la cultura es de izquierda, el marxismo es cultural y toda esa cuestión que es muy compleja. Ellos no se dan cuenta que son estalinistas en el fondo. Vivimos un momento de enorme división social en todos lados y Argentina, que era un país tradicionalmente menos dividido, bueno, pasó en Argentina”.

Por el momento tenemos más que suficiente con Un lugar soleado para gente sombría y más nos vale como seguidores de Mariana Enriquez ser muy pacientes. Les insisto en leer como si se disfrutara un whisky añejo este compilado cuentístico y que gocemos sus escarpados terrenos narrativos: “Quizá había gente que pensaba que por Nuestra parte de noche, me iba a mantener en la novela, pero eso no es un problema mío, digamos. No voy a tener una novela lista en bastante tiempo, creo. Soy muy lenta para las novelas”.

 


MARIANO AUGUSTO MANGAS es periodista y escritor egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Escribió cuentos para las revistas Opción del ITAM y Médium. Ha colaborado en distintos medios de comunicación como Reforma, El Universal, El Financiero, Vice, TV Azteca, Animal Político y es Editor de Audiencias de Gatopardo.


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