El reciente largometraje de Steve Fagin es como una canción, pero sin música. El cronista y periodista Leonardo Padura escribe sobre uno de los artistas visuales más provocadores, quien construyó una obra conceptual en La Habana y se ha proyectado en importantes festivales, museos y bienales de arte. Su Noticias de ningún lugar es un pretexto para que Padura recorra el destino de las utopías igualitarias del siglo XX, desde un país socialista, impregnándose de esa gran lucha que está dormida pero no muerta.
Una voz de mujer describe lo que vemos, pero lo que describe no es lo que vemos o no es exactamente lo que vemos. La voz detalla un edificio, según ella con forma de plato con unos malvaviscos encima (¿unos dulces malvaviscos o unas flores?), habla de luces que cambian de tonalidad, un puente donde pasan gentes. Es una cosa rara, advierte la voz, una cosa rara, insiste. Y sí, ante nosotros hay un edificio, o las ruinas de un edificio con los techos quebrados, las paredes agrietadas y manchadas, charcos de agua, una luz diáfana. Al fondo algo parecido a una pasarela o puente oxidado, pero ni asomo de malvaviscos (ni dulces ni flores), nada de los autos mencionados y mucho menos de gentes, personas. En lo que contemplamos ya no hay vida donde antes la hubo.
¿A quién creemos, a la voz o a la vista? ¿Cuál es la verdad? ¿Existe la verdad, o, al menos, una verdad? ¿O resulta que ella y nosotros vemos cosas diferentes y es cierto que existe un edificio muy raro, como un plato coronado con algo parecido a un malvavisco? Lo que pronto sabremos, y eso sí debe ser seguro, es que vamos a recibir unas noticias llegadas de ningún lugar. En realidad, las noticias que iremos conociendo han ido sucediendo en muchos lugares geográficos, durante diversos momentos en la Historia del siglo XX y hasta del presente, pero siempre enviadas con un remitente preciso: han sido lanzadas desde el mundo personal de Steve Fagin y esa es la primera premisa que debemos tener en cuenta para intentar descifrar y luego conseguir armar el rompecabezas visual, verbal, musical, en esencia conceptual que propone este creador en su largometraje Noticias de ningún lugar (2023).
Al artista visual Fagin resulta prácticamente imposible definirlo o clasificarlo. Lo que sí podemos saber es que se trata de un hombre que busca algo y siempre lo procura haciendo preguntas, obligándonos a hacernos preguntas, para que, entre su propuesta y nuestra percepción, encontremos lo buscado, que suele ser una verdad que, como la de la secuencia inicial de Noticias de ningún lugar, no es una simple o única verdad.
La carta de presentación de este realizador estadounidense es una amplia y reconocida experiencia en la escritura y dirección de productos audiovisuales con alto contenido conceptual y siempre atrevidas, muy vanguardistas propuestas estéticas para las puestas en escena. Con una larga experiencia académica como profesor de Artes Visuales en la Universidad de California en San Diego, su debut como realizador se remonta al año 1984. Entre sus trabajos más y mejor difundidos se encuentra una lista de largometrajes y series, materiales siempre provocadores y experimentales, como The Amazing Voyage of Gustave Flaubert and Raymond Roussel (1986), The Machine That Killed Bad People (1990) o Zero Degrees Latitude (1993), hasta llegar a su más reciente 45 Minutes from Edith Wharton (2022), a los que se deben sumar sus dos anteriores trabajos cubanos, TropiCola (1997) y la serie de ocho videos The Batista Syndrome (2019), obras que sin duda lo pusieron en el camino que conduce a realizar su Noticias de ningún lugar, también rodada en La Habana, con la participación de actores cubanos y producida por Berta Jottar, con la colaboración de René Arencibia y Yoelvis Lobaina.
Tras la imagen del edificio en ruinas y el plato con malvavisco que sirven de pórtico al material se produce un corte brusco, en ese momento inesperado. Fagin nos coloca entonces en el camino de su búsqueda, una indagación que desarrollará durante las dos horas de visionado en las que se suceden monólogos, representaciones teatrales, interpretaciones musicales, materiales fílmicos de archivo reales y falsos. Es una sucesión alucinante de escenarios e historias, organizada con la descoyuntada y arbitraria estructura de los sueños, una cadena de situaciones en la que entran y salen personajes, incluso reales e históricos, presentes o referidos, pero todo dispuesto con la intención de hacernos reflexionar, desde la peculiar propuesta de Fagin, en uno de los grandes conflictos políticos, sociales, culturales y humanos del pasado siglo XX: el destino de las utopías igualitarias, democráticas, en su origen y concepción destinadas a mejorar la existencia humana. Y con esa reflexión, dejar abierta otra interrogación: ¿necesitamos en este turbulento siglo XXI refundar alguna utopía, intentar que el hombre viva al fin en un mundo mejor? ¿La humanidad es capaz de crear ese paraíso terrenal?
Todo lo que nos trata de comunicar el realizador, a través de palabras e imágenes, en realidad comienza con una idea (esa idea), o más bien una pretensión o una obsesión (¿todavía posibles?), que han acompañado al hombre desde que es sapiens y se movió de un sitio a otro del entonces inmenso planeta para encontrar un mejor hogar. Ese lugar añorado, necesitado, definitivamente más amable, incluso perfecto, sería el territorio del bienestar —“el sitio en que tan bien se está”, lo llamaría Eliseo Diego, uno de los muchos poetas que lo han evocado—, la isla de la felicidad. Y podía ser un espacio concreto y estar más allá de una montaña, al otro lado del mar, en algún lugar de la Tierra (Prometida o no), incluso podía encontrarse más distante, en otra parte de la Historia y el tiempo. O solo existir en el territorio imaginado que hemos llamado Paraíso.
¿El gran sueño existencial y social de los hombres ha sido el de encontrar o fundar esa utopía sabiendo que utopía significa, llana y dolorosamente, el no-lugar? ¿Podría el ser humano conformarse con la certeza de que no existe ese lugar de la felicidad o lucharía por tratar de construirlo para vivir en él, como persona, como miembro de un colectivo, como humanidad? ¿El motor de la Historia ha sido la lucha de clases —Marx dixit— o el intento de la materialización de los pequeños y los grandes sueños, hacer posible lo imposible, fundar el lugar mejor en la realidad social, o al menos intentarlo?
La Biblia judía, los textos del Antiguo Testamento, que forman parte del libro fundador de la civilización occidental judeocristiana, ya expresaban esa pretensión tan humana. Los filósofos, historiadores y escritores de la Grecia clásica también meditaron sobre ese sueño, mientras daban forma a una sociedad mejor (muy lejos de ser perfecta) a la que llamaron democrática y soñaron con la existencia de ese no-lugar como un-posible-lugar. Thomas More lo describió en su Utopía (1516), la obra que le daría su imagen más conocida a esa isla del mundo mejor, justo el sitio de la felicidad.
Pero fue el siglo XX el momento histórico de los intentos más trascendentes de materialización en la realidad, en la sociedad, de esa vetusta pretensión humana de crear un mundo de justicia y paz, ese territorio anhelado en el que los hombres alcanzarían su realización más plena, disfrutarían del bienestar en una sociedad en la que todos serían iguales, que garantizaría un máximo de democracia y también un máximo de libertad, entendida esa libertad como la satisfacción de la necesidad... incluso de los anhelos.
¿Cómo llega el artista Fagin a la necesidad de emprender la indagación de los destinos históricos que tuvieron los proyectos utópicos del siglo XX? ¿Qué lo impulsa a esta reflexión ya en pleno siglo XXI y cuando más distante parece su réplica y realización, incluso la pretensión de rescatarlos, al menos en los términos y con los modelos ya probados? Creo que lo conducen hacia esa exploración, simple y sencillamente, su conocimiento y percepción de la realidad (algo difícil siquiera de decir tratándose de un creador como Fagin, en el que nada es simple o sencillo).
Fagin me ha confesado que la lectura de mi novela El hombre que amaba a los perros (2009) fue uno de los motores que desencadenó la idea de realizar este filme. Y yo le confesé a mi vez que la experiencia de haber vivido toda mi vida en un país socialista que pretendía crear una sociedad igualitaria (utópica) fue lo que me impulsó a mí a escribir una obra en la que su mayor intención era indagar en los modos en que se pervirtió esa utopía igualitaria: la sociedad socialista que cambiaría el destino de la humanidad llevándola a lo que Aldous Huxley llamó con lo que sería el título de su novela distópica, Un mundo feliz, de publicación en fecha tan remota como 1932.
La novela El hombre que amaba a los perros centra su argumento en los años del destierro del defenestrado Liev Davídovich Trotski. Recorre su peregrinaje por Europa y América, mientras recibe noticias de los horrores que se gestan en Moscú (aquí sí hay un sitio preciso), hasta que se produce su asesinato a manos del comunista y agente estalinista Ramón Mercader. En esa trama hay una dolorosa indagación histórica de los modos, momentos, situaciones que desde muy temprano comenzaron a pervertir el gran proyecto social igualitario que llega a un punto de no retorno simbólico y real con el asesinato del exlíder bolchevique en México, en 1940. Pero la reflexión va más allá en el tiempo, el espacio y el pensamiento, se desliza casi hasta nuestros días y entra en un contexto más cercano cuando se narra la vida y hasta la muerte del escritor cubano Iván Cárdenas Maturell, el hombre que recibe la historia del asesinato de Trotski y, desde su experiencia cubana y personal, vivida en un país de socialismo real, la trasmite al lector junto con la crónica de su propia existencia de ciudadano y artista.
Si la lectura de la novela pudo haber motivado el interés de Fagin para hacerlo reflexionar sobre ese gran fracaso histórico, pienso que sin duda la experiencia de haber trabajado y filmado en Cuba, en contacto con artistas de la isla y cerca de la propia realidad del país, completaron el cúmulo de preocupaciones que lo conducirían a realizar ahora —y no antes o después— su Noticias de ningún lugar, para hablarnos de “una gran lucha por la igualdad y la independencia, una lucha histórica que está dormida, pero no está muerta”, según se nos advierte.
Varios momentos y contextos históricos le sirven a Fagin para introducir su indagación alrededor de los proyectos utópicos: un campo de concentración (gulag) soviético, el proceso de la Revolución Cultural china lanzado por Mao, o la propia circunstancia más cercana de la Cuba actual. Pero también se detiene en el proyecto utópico del nacionalsocialismo alemán, en la pretensión estadounidense de crear la confortable ciudad del futuro desde la tecnología, incluso, en el propósito de fundar una sociedad democrática nacida desde las mismas entrañas del régimen del apartheid sudafricano o la búsqueda de alternativas para una África poscolonial en una conferencia global celebrada en 1969, en una Argelia independiente anterior a su deterioro democrático.
Los discursos sobre estos procesos y proyectos, casi siempre montados como monólogos en los que se cuenta una historia, a veces personal, a veces referida o colectiva, eluden la exposición panfletaria con la humanización de las emanaciones del devenir histórico a través de experiencias individuales. Además, contribuyen a romper la densidad del discurso conceptual los montajes de las secuencias, con soluciones tan osadas como la de ubicar el alegato sobre el carácter y el fruto de la Revolución Cultural china en un escenario (un cartel nos advierte que estamos en Pekín) en el que se interpreta un guaguancó (modalidad cubana perteneciente al complejo de la rumba, manifestación cultural afrocubana) en un espacio que podría ser la pista de un circo con un malabarista en indetenible actuación.
En otras ocasiones el discurso sobre el destino histórico de las utopías igualitarias se desarrolla en escenarios tan cercanos como la pretendida escenografía de un gulag, o un paisaje lunar por el cual, junto al narrador, vestido como cosmonauta soviético, cruza una conga cubana entonando sus cantos festivos. La cercanía o el contraste son concebidos como elementos visuales que afectan la sensibilidad del espectador mientras se discurre sobre asuntos como la crueldad, la muerte, la pérdida de esperanzas o el álgido tema de cuando el proyecto de una sociedad mejor, al pervertirse, deriva en una tiranía (“el límite entre la autoridad legítima del líder de un estado democrático y la tiranía...”), como ocurrió con el Creonte de Sófocles... y como sabemos que sucedió en más de una ocasión en la historia reciente.
Un momento especialmente logrado del filme es la coreografía ejecutada por la pareja de bailarines, un falso material de archivo en el que, mientras una joven blanca y un joven negro ejecutan una danza intensa, por momentos violenta, la voz en off del narrador entra en un examen de las filosofías del proyecto utópico nacionalsocialista alemán y del futurista tecnológico estadounidense (ambos racistas y elitistas), pero haciendo una explícita reflexión sobre el papel del arte y la función del artista en las sociedades totalitarias. Para ello Fagin recupera la historia personal de la controvertida realizadora alemana Leni Riefenstahl y su relación con Joseph Goebbels, el poderoso ministro de Propaganda del Tercer Reich, y nos conduce hacia un asunto siempre sensible, por lo general dramático y problemático (realismo socialista, revolución cultural, la “parametración” cubana), un tema al que, en su recorrido discursivo por las utopías pervertidas, el artista Fagin no podía dejar al margen.
La estructura de todo el filme, como antes esbocé, tiene el carácter discursivo de los sueños. Porque los personajes sueñan, viven dentro de sueños, cuentan sueños, sueñan con soñar y esa lógica peculiar de lo onírico (o su total falta de lógica) permea el discurrir de las historias que se suceden, en un montaje y mezcla de contenidos e ideas alucinante o, mejor, alucinado. Porque Noticias de ningún lugar no solo discurre sobre el destino de las utopías. También le interesa el destino de las personas y, para ello, trae a colación momentos de la existencia (reales o imaginarios) sobre todo de dos personajes históricos, por lo tanto, reales, y, por cierto, cubanos, y ambos coronados a escala universal. Son el gran campeón mundial de ajedrez José Raúl Capablanca y el no menos mítico y también campeón mundial, pero de los pesos wélter en boxeo, Gerardo González Hernández, alias Kid Gavilán.
En diversas y largas secuencias, Fagin se acerca a los anhelos y destinos de estas dos personalidades, tan diferentes entre sí, para tratar de encontrar su humanidad a través de conflictos existenciales como la trascendencia y la sensualidad (Capablanca) o la relación con Dios y la memoria (Gavilán), entre otras cuestiones abordadas en sus momentos fílmicos.
Un último elemento dramático que no podía dejar de mencionar, pues sin duda tiene un peso específico dentro de la estética del largometraje, es el papel de la música. Como el recorrido conceptual del filme parte de Cuba —la ruina del prefacio parece cubana, y el primer monólogo, en el que conocemos al narrador del filme, es, sin duda alguna, cubano—, la música de la isla acompañará a diversas secuencias del largometraje. Como antes anoté, con un guaguancó cubano se entra en el tramo dedicado a la Revolución Cultural china, y con una conga (baile carnavalesco) nos encontramos con el cosmonauta soviético en el espacio. El contraste entre lo que vemos y veremos y lo que escuchamos provoca un extrañamiento que implica a la activación de la inteligencia del espectador.
Sin embargo, el momento más importante de la música para todo el discurso conceptual armado por Fagin en Noticias de ningún lugar es una canción cubana... interpretada sin música. En la primera secuencia el narrador, que confiesa que está al borde de la muerte, canta unos fragmentos del bolero “La vida es un sueño”, del gran músico cubano Arsenio Rodríguez. Luego, en la secuencia de cierre, un personaje que se presenta como sobrino del narrador, lo sustituye y canta a capela toda la canción...
“Después que uno vive veinte desengaños, / qué importa uno más. / Después que conozcas la acción de la vida / no debes llorar. // Hay que darse cuenta que todo es mentira / que nada es verdad. // Hay que vivir el momento feliz, / hay que gozar lo que puedas gozar, / porque sacando la cuenta en total / la vida es un sueño y todo se va. // La realidad es nacer y morir, / por qué llenarnos de tanta ansiedad, / todo no es más que un eterno sufrir / y el mundo está hecho... de infelicidad”.
¿La vida es un sueño? ¿El mundo está hecho de infelicidad? Pues de sueños de búsqueda de la felicidad hablan las dos horas de este ambicioso filme de Steve Fagin y, cargándonos de información y sensaciones, tiene la virtud de no darnos una única respuesta, de entregarnos una única verdad, sino de dejarnos el espacio para intentar nuestras propias repuestas y esbozar nuestra posible verdad, luego de recibidas estas noticias llegadas de ningún y de muchos lugares.
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