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Sobrevivir en tiempos de severa contaminación atmosférica

Sobrevivir en tiempos de severa contaminación atmosférica

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Fotografía de Luis Barron / REUTERS.
02
.
06
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En la CDMX circula un número no conocido de camiones de carga, miles de autobuses oficiales y no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). ¿Cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad?

Para entender los efectos de la contaminación atmosférica, hay que tener claro qué es el ozono y por qué si está en la estratosfera nos salva la vida, pero si está al ras del suelo nos puede enfermar seriamente.

El ozono (O3) es una molécula conformada por tres átomos de oxígeno juntos, cada uno más reactivo que el de junto. Se produce en las tormentas eléctricas o como producto de los voltajes altos (cerca de los transformadores, por ejemplo) y tiene un olor muy particular. Lo interesante es que el ozono a bajas dosis se usa como desinfectante (mata bacterias), pero en dosis altas puede ser sumamente dañino si se respira, pues en el aire que nos rodea entra en contacto con óxidos de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles como los producidos por la combustión de los coches y el sol.

Por otro lado, el ozono de la estratosfera es nuestro escudo contra los letales rayos UV que rompen el ADN y es producto de millones de años de liberación de oxígeno a través de la fotosíntesis. Sin embargo, este gas a esa lejana altura está en peligro, ante la expansión del hoyo de ozono sobre la Antártica, el cual creció significativamente en 2021 por los incendios en Australia. En noviembre del año pasado ocupaba el lugar trece entre los más grandes reportados desde 1979. Sin embargo, pudo ser mucho peor, la NASA calcula que si los niveles de cloro atmosférico de los CFC (clorofluorocarburos: sustancias derivadas de los hidrocarburos saturados) fueran tan altos hoy en día como a principios de la década del 2000, el agujero de ozono de este año habría sido aproximadamente cuatro millones de kilómetros cuadrados más grande en las mismas condiciones climáticas.

Antes de que los gobiernos del mundo tomaran acciones para reducir los compuestos clorados, el sur de Chile, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica tuvieron entre 1990 y el año 2000 demasiada luz UV por ese adelgazamiento del ozono en la Antártica, lo cual provocó un aumento en los casos de cáncer de piel, no sólo en humanos sino en todos los animales.

Afortunadamente, a partir del protocolo de Montreal se prohibieron las sustancias CFC que contienen cloro y bromo, y que reaccionan con el ozono estratosférico. Aquella decisión nos hizo sentir, al menos, que algo habíamos hecho bien como humanidad. Sin embargo, como ya mencionaba, los incendios de 2019 y 2020 en Australia volvieron a adelgazar la capa de ozono, debido a que el humo perturbó la muy delicada cascada de reacciones químicas que ocurren a decenas de kilómetros de altura, disminuyendo al dióxido de nitrógeno y reduciendo el ozono.

Por lo tanto, sin el ozono alto no habría vida compleja en los continentes, sino que estaría refugiada en el fondo del mar; mientras que el ozono bajo nos da asma, tos y a los muy sensibles, neumonía. Como ven queridos lectores, hasta en la química el contexto es relevante.

Ahora, traslademos este conocimiento al contexto urbano.

En la Ciudad de México hemos tenido una primavera nebulosa, o al menos así se ve desde mi ventana en el piso 26. Durante el invierno era frecuente ver los volcanes al amanecer, pero ahora hay algo borroso que lo tapa todo. Llegando a la ciudad por la carretera de Cuernavaca, ya no se puede ver Santa Fe sino una nata café nada agradable y uno se pregunta… ¿En eso me tengo que zambullir?

No es sorpresa que hayamos tenido varias contingencias ambientales este año, que ha roto récords de temperatura en los últimos meses, en los que no pocos días han superado los 30º C. Los dobles “Hoy no circula” de abril y mayo responden a que, con tanto calor, el aire no se mueve, además de que los chamacos regresaron a clases y el mundo poscovid se mueve como si no hubiera mañana. Por otra parte, se debe a un cambio en la norma. Mientras que en los años noventa, la Fase 1 de contingencia ambiental en el Valle de México se aplicaba con una cifra de 294 partes por billón de ozono, desde 2016 se decreta contingencia ambiental (ver video) cuando se alcanzan las 155 partes por billón, según datos de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), dado que se demostró que este gas es muy dañino para la salud aún en concentraciones bajas.

Hay que aclarar que este es un problema viejo y que la mala calidad del aire que respiramos no es toda culpa del gobierno de la 4T.

El gobierno de la Ciudad de México anunció en 2021 catorce acciones contra la contaminación atmosférica y el cambio climático que incluyen la actualización de los criterios para otorgar el holograma doble cero (00) a los vehículos, la mejora del transporte público y la atención temprana a incendios forestales, entre otros.

Por otro lado, la CAMe y el gobierno del Estado de México han implementado algunas medidas adicionales, como el uso de motocicletas nuevas, la inspección de vapores en gasolineras, la detección y sanción de automotores ostensiblemente contaminantes y un desarrollo tecnológico para mejorar la calidad del aire.

Sin embargo, aunque estas acciones hicieron que en 2021 hubiera 127 días limpios (récord en 20 años), no sabemos si van a ser suficientes en 2022, donde rogamos a Tláloc que nos mande más lluvias para amainar al calor.

La Ciudad de México, querido lector, es una megalópolis ubicada en un valle rodeado de volcanes, una especie de olla donde circulan un número no conocido (literal) de camiones de carga, peseras más o menos asesinas, miles de autobuses oficiales o no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). Ustedes se preguntarán, igual que yo, ¿cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad? Pues verá, el problema es que, para evadir el pago de la tenencia que se cobra en la CDMX, muchos muy creativos o medio transas capitalinos registran sus placas en otros estados, con direcciones de amigos, compadres o parientes y hace mucho tiempo perdimos el control de estos datos.

A esto hay que sumarle que en la Ciudad de México y su zona metropolitana vivimos 32 millones de humanos, con necesidades diferentes de transporte, comida y habitación, ya no digamos agua, luz, recolección de basura, etc. Ante este enorme reto, yo considero un asunto de magia despertar cada día y constatar desde mi balcón que la ciudad aún funciona, aunque sea al borde del abismo.

Y aquí seguimos, en días de severa contaminación atmosférica, pero fieles a nuestra ciudad.

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En la CDMX circula un número no conocido de camiones de carga, miles de autobuses oficiales y no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). ¿Cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad?

Para entender los efectos de la contaminación atmosférica, hay que tener claro qué es el ozono y por qué si está en la estratosfera nos salva la vida, pero si está al ras del suelo nos puede enfermar seriamente.

El ozono (O3) es una molécula conformada por tres átomos de oxígeno juntos, cada uno más reactivo que el de junto. Se produce en las tormentas eléctricas o como producto de los voltajes altos (cerca de los transformadores, por ejemplo) y tiene un olor muy particular. Lo interesante es que el ozono a bajas dosis se usa como desinfectante (mata bacterias), pero en dosis altas puede ser sumamente dañino si se respira, pues en el aire que nos rodea entra en contacto con óxidos de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles como los producidos por la combustión de los coches y el sol.

Por otro lado, el ozono de la estratosfera es nuestro escudo contra los letales rayos UV que rompen el ADN y es producto de millones de años de liberación de oxígeno a través de la fotosíntesis. Sin embargo, este gas a esa lejana altura está en peligro, ante la expansión del hoyo de ozono sobre la Antártica, el cual creció significativamente en 2021 por los incendios en Australia. En noviembre del año pasado ocupaba el lugar trece entre los más grandes reportados desde 1979. Sin embargo, pudo ser mucho peor, la NASA calcula que si los niveles de cloro atmosférico de los CFC (clorofluorocarburos: sustancias derivadas de los hidrocarburos saturados) fueran tan altos hoy en día como a principios de la década del 2000, el agujero de ozono de este año habría sido aproximadamente cuatro millones de kilómetros cuadrados más grande en las mismas condiciones climáticas.

Antes de que los gobiernos del mundo tomaran acciones para reducir los compuestos clorados, el sur de Chile, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica tuvieron entre 1990 y el año 2000 demasiada luz UV por ese adelgazamiento del ozono en la Antártica, lo cual provocó un aumento en los casos de cáncer de piel, no sólo en humanos sino en todos los animales.

Afortunadamente, a partir del protocolo de Montreal se prohibieron las sustancias CFC que contienen cloro y bromo, y que reaccionan con el ozono estratosférico. Aquella decisión nos hizo sentir, al menos, que algo habíamos hecho bien como humanidad. Sin embargo, como ya mencionaba, los incendios de 2019 y 2020 en Australia volvieron a adelgazar la capa de ozono, debido a que el humo perturbó la muy delicada cascada de reacciones químicas que ocurren a decenas de kilómetros de altura, disminuyendo al dióxido de nitrógeno y reduciendo el ozono.

Por lo tanto, sin el ozono alto no habría vida compleja en los continentes, sino que estaría refugiada en el fondo del mar; mientras que el ozono bajo nos da asma, tos y a los muy sensibles, neumonía. Como ven queridos lectores, hasta en la química el contexto es relevante.

Ahora, traslademos este conocimiento al contexto urbano.

En la Ciudad de México hemos tenido una primavera nebulosa, o al menos así se ve desde mi ventana en el piso 26. Durante el invierno era frecuente ver los volcanes al amanecer, pero ahora hay algo borroso que lo tapa todo. Llegando a la ciudad por la carretera de Cuernavaca, ya no se puede ver Santa Fe sino una nata café nada agradable y uno se pregunta… ¿En eso me tengo que zambullir?

No es sorpresa que hayamos tenido varias contingencias ambientales este año, que ha roto récords de temperatura en los últimos meses, en los que no pocos días han superado los 30º C. Los dobles “Hoy no circula” de abril y mayo responden a que, con tanto calor, el aire no se mueve, además de que los chamacos regresaron a clases y el mundo poscovid se mueve como si no hubiera mañana. Por otra parte, se debe a un cambio en la norma. Mientras que en los años noventa, la Fase 1 de contingencia ambiental en el Valle de México se aplicaba con una cifra de 294 partes por billón de ozono, desde 2016 se decreta contingencia ambiental (ver video) cuando se alcanzan las 155 partes por billón, según datos de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), dado que se demostró que este gas es muy dañino para la salud aún en concentraciones bajas.

Hay que aclarar que este es un problema viejo y que la mala calidad del aire que respiramos no es toda culpa del gobierno de la 4T.

El gobierno de la Ciudad de México anunció en 2021 catorce acciones contra la contaminación atmosférica y el cambio climático que incluyen la actualización de los criterios para otorgar el holograma doble cero (00) a los vehículos, la mejora del transporte público y la atención temprana a incendios forestales, entre otros.

Por otro lado, la CAMe y el gobierno del Estado de México han implementado algunas medidas adicionales, como el uso de motocicletas nuevas, la inspección de vapores en gasolineras, la detección y sanción de automotores ostensiblemente contaminantes y un desarrollo tecnológico para mejorar la calidad del aire.

Sin embargo, aunque estas acciones hicieron que en 2021 hubiera 127 días limpios (récord en 20 años), no sabemos si van a ser suficientes en 2022, donde rogamos a Tláloc que nos mande más lluvias para amainar al calor.

La Ciudad de México, querido lector, es una megalópolis ubicada en un valle rodeado de volcanes, una especie de olla donde circulan un número no conocido (literal) de camiones de carga, peseras más o menos asesinas, miles de autobuses oficiales o no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). Ustedes se preguntarán, igual que yo, ¿cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad? Pues verá, el problema es que, para evadir el pago de la tenencia que se cobra en la CDMX, muchos muy creativos o medio transas capitalinos registran sus placas en otros estados, con direcciones de amigos, compadres o parientes y hace mucho tiempo perdimos el control de estos datos.

A esto hay que sumarle que en la Ciudad de México y su zona metropolitana vivimos 32 millones de humanos, con necesidades diferentes de transporte, comida y habitación, ya no digamos agua, luz, recolección de basura, etc. Ante este enorme reto, yo considero un asunto de magia despertar cada día y constatar desde mi balcón que la ciudad aún funciona, aunque sea al borde del abismo.

Y aquí seguimos, en días de severa contaminación atmosférica, pero fieles a nuestra ciudad.

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En la CDMX circula un número no conocido de camiones de carga, miles de autobuses oficiales y no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). ¿Cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad?

Para entender los efectos de la contaminación atmosférica, hay que tener claro qué es el ozono y por qué si está en la estratosfera nos salva la vida, pero si está al ras del suelo nos puede enfermar seriamente.

El ozono (O3) es una molécula conformada por tres átomos de oxígeno juntos, cada uno más reactivo que el de junto. Se produce en las tormentas eléctricas o como producto de los voltajes altos (cerca de los transformadores, por ejemplo) y tiene un olor muy particular. Lo interesante es que el ozono a bajas dosis se usa como desinfectante (mata bacterias), pero en dosis altas puede ser sumamente dañino si se respira, pues en el aire que nos rodea entra en contacto con óxidos de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles como los producidos por la combustión de los coches y el sol.

Por otro lado, el ozono de la estratosfera es nuestro escudo contra los letales rayos UV que rompen el ADN y es producto de millones de años de liberación de oxígeno a través de la fotosíntesis. Sin embargo, este gas a esa lejana altura está en peligro, ante la expansión del hoyo de ozono sobre la Antártica, el cual creció significativamente en 2021 por los incendios en Australia. En noviembre del año pasado ocupaba el lugar trece entre los más grandes reportados desde 1979. Sin embargo, pudo ser mucho peor, la NASA calcula que si los niveles de cloro atmosférico de los CFC (clorofluorocarburos: sustancias derivadas de los hidrocarburos saturados) fueran tan altos hoy en día como a principios de la década del 2000, el agujero de ozono de este año habría sido aproximadamente cuatro millones de kilómetros cuadrados más grande en las mismas condiciones climáticas.

Antes de que los gobiernos del mundo tomaran acciones para reducir los compuestos clorados, el sur de Chile, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica tuvieron entre 1990 y el año 2000 demasiada luz UV por ese adelgazamiento del ozono en la Antártica, lo cual provocó un aumento en los casos de cáncer de piel, no sólo en humanos sino en todos los animales.

Afortunadamente, a partir del protocolo de Montreal se prohibieron las sustancias CFC que contienen cloro y bromo, y que reaccionan con el ozono estratosférico. Aquella decisión nos hizo sentir, al menos, que algo habíamos hecho bien como humanidad. Sin embargo, como ya mencionaba, los incendios de 2019 y 2020 en Australia volvieron a adelgazar la capa de ozono, debido a que el humo perturbó la muy delicada cascada de reacciones químicas que ocurren a decenas de kilómetros de altura, disminuyendo al dióxido de nitrógeno y reduciendo el ozono.

Por lo tanto, sin el ozono alto no habría vida compleja en los continentes, sino que estaría refugiada en el fondo del mar; mientras que el ozono bajo nos da asma, tos y a los muy sensibles, neumonía. Como ven queridos lectores, hasta en la química el contexto es relevante.

Ahora, traslademos este conocimiento al contexto urbano.

En la Ciudad de México hemos tenido una primavera nebulosa, o al menos así se ve desde mi ventana en el piso 26. Durante el invierno era frecuente ver los volcanes al amanecer, pero ahora hay algo borroso que lo tapa todo. Llegando a la ciudad por la carretera de Cuernavaca, ya no se puede ver Santa Fe sino una nata café nada agradable y uno se pregunta… ¿En eso me tengo que zambullir?

No es sorpresa que hayamos tenido varias contingencias ambientales este año, que ha roto récords de temperatura en los últimos meses, en los que no pocos días han superado los 30º C. Los dobles “Hoy no circula” de abril y mayo responden a que, con tanto calor, el aire no se mueve, además de que los chamacos regresaron a clases y el mundo poscovid se mueve como si no hubiera mañana. Por otra parte, se debe a un cambio en la norma. Mientras que en los años noventa, la Fase 1 de contingencia ambiental en el Valle de México se aplicaba con una cifra de 294 partes por billón de ozono, desde 2016 se decreta contingencia ambiental (ver video) cuando se alcanzan las 155 partes por billón, según datos de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), dado que se demostró que este gas es muy dañino para la salud aún en concentraciones bajas.

Hay que aclarar que este es un problema viejo y que la mala calidad del aire que respiramos no es toda culpa del gobierno de la 4T.

El gobierno de la Ciudad de México anunció en 2021 catorce acciones contra la contaminación atmosférica y el cambio climático que incluyen la actualización de los criterios para otorgar el holograma doble cero (00) a los vehículos, la mejora del transporte público y la atención temprana a incendios forestales, entre otros.

Por otro lado, la CAMe y el gobierno del Estado de México han implementado algunas medidas adicionales, como el uso de motocicletas nuevas, la inspección de vapores en gasolineras, la detección y sanción de automotores ostensiblemente contaminantes y un desarrollo tecnológico para mejorar la calidad del aire.

Sin embargo, aunque estas acciones hicieron que en 2021 hubiera 127 días limpios (récord en 20 años), no sabemos si van a ser suficientes en 2022, donde rogamos a Tláloc que nos mande más lluvias para amainar al calor.

La Ciudad de México, querido lector, es una megalópolis ubicada en un valle rodeado de volcanes, una especie de olla donde circulan un número no conocido (literal) de camiones de carga, peseras más o menos asesinas, miles de autobuses oficiales o no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). Ustedes se preguntarán, igual que yo, ¿cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad? Pues verá, el problema es que, para evadir el pago de la tenencia que se cobra en la CDMX, muchos muy creativos o medio transas capitalinos registran sus placas en otros estados, con direcciones de amigos, compadres o parientes y hace mucho tiempo perdimos el control de estos datos.

A esto hay que sumarle que en la Ciudad de México y su zona metropolitana vivimos 32 millones de humanos, con necesidades diferentes de transporte, comida y habitación, ya no digamos agua, luz, recolección de basura, etc. Ante este enorme reto, yo considero un asunto de magia despertar cada día y constatar desde mi balcón que la ciudad aún funciona, aunque sea al borde del abismo.

Y aquí seguimos, en días de severa contaminación atmosférica, pero fieles a nuestra ciudad.

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En la CDMX circula un número no conocido de camiones de carga, miles de autobuses oficiales y no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). ¿Cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad?

Para entender los efectos de la contaminación atmosférica, hay que tener claro qué es el ozono y por qué si está en la estratosfera nos salva la vida, pero si está al ras del suelo nos puede enfermar seriamente.

El ozono (O3) es una molécula conformada por tres átomos de oxígeno juntos, cada uno más reactivo que el de junto. Se produce en las tormentas eléctricas o como producto de los voltajes altos (cerca de los transformadores, por ejemplo) y tiene un olor muy particular. Lo interesante es que el ozono a bajas dosis se usa como desinfectante (mata bacterias), pero en dosis altas puede ser sumamente dañino si se respira, pues en el aire que nos rodea entra en contacto con óxidos de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles como los producidos por la combustión de los coches y el sol.

Por otro lado, el ozono de la estratosfera es nuestro escudo contra los letales rayos UV que rompen el ADN y es producto de millones de años de liberación de oxígeno a través de la fotosíntesis. Sin embargo, este gas a esa lejana altura está en peligro, ante la expansión del hoyo de ozono sobre la Antártica, el cual creció significativamente en 2021 por los incendios en Australia. En noviembre del año pasado ocupaba el lugar trece entre los más grandes reportados desde 1979. Sin embargo, pudo ser mucho peor, la NASA calcula que si los niveles de cloro atmosférico de los CFC (clorofluorocarburos: sustancias derivadas de los hidrocarburos saturados) fueran tan altos hoy en día como a principios de la década del 2000, el agujero de ozono de este año habría sido aproximadamente cuatro millones de kilómetros cuadrados más grande en las mismas condiciones climáticas.

Antes de que los gobiernos del mundo tomaran acciones para reducir los compuestos clorados, el sur de Chile, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica tuvieron entre 1990 y el año 2000 demasiada luz UV por ese adelgazamiento del ozono en la Antártica, lo cual provocó un aumento en los casos de cáncer de piel, no sólo en humanos sino en todos los animales.

Afortunadamente, a partir del protocolo de Montreal se prohibieron las sustancias CFC que contienen cloro y bromo, y que reaccionan con el ozono estratosférico. Aquella decisión nos hizo sentir, al menos, que algo habíamos hecho bien como humanidad. Sin embargo, como ya mencionaba, los incendios de 2019 y 2020 en Australia volvieron a adelgazar la capa de ozono, debido a que el humo perturbó la muy delicada cascada de reacciones químicas que ocurren a decenas de kilómetros de altura, disminuyendo al dióxido de nitrógeno y reduciendo el ozono.

Por lo tanto, sin el ozono alto no habría vida compleja en los continentes, sino que estaría refugiada en el fondo del mar; mientras que el ozono bajo nos da asma, tos y a los muy sensibles, neumonía. Como ven queridos lectores, hasta en la química el contexto es relevante.

Ahora, traslademos este conocimiento al contexto urbano.

En la Ciudad de México hemos tenido una primavera nebulosa, o al menos así se ve desde mi ventana en el piso 26. Durante el invierno era frecuente ver los volcanes al amanecer, pero ahora hay algo borroso que lo tapa todo. Llegando a la ciudad por la carretera de Cuernavaca, ya no se puede ver Santa Fe sino una nata café nada agradable y uno se pregunta… ¿En eso me tengo que zambullir?

No es sorpresa que hayamos tenido varias contingencias ambientales este año, que ha roto récords de temperatura en los últimos meses, en los que no pocos días han superado los 30º C. Los dobles “Hoy no circula” de abril y mayo responden a que, con tanto calor, el aire no se mueve, además de que los chamacos regresaron a clases y el mundo poscovid se mueve como si no hubiera mañana. Por otra parte, se debe a un cambio en la norma. Mientras que en los años noventa, la Fase 1 de contingencia ambiental en el Valle de México se aplicaba con una cifra de 294 partes por billón de ozono, desde 2016 se decreta contingencia ambiental (ver video) cuando se alcanzan las 155 partes por billón, según datos de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), dado que se demostró que este gas es muy dañino para la salud aún en concentraciones bajas.

Hay que aclarar que este es un problema viejo y que la mala calidad del aire que respiramos no es toda culpa del gobierno de la 4T.

El gobierno de la Ciudad de México anunció en 2021 catorce acciones contra la contaminación atmosférica y el cambio climático que incluyen la actualización de los criterios para otorgar el holograma doble cero (00) a los vehículos, la mejora del transporte público y la atención temprana a incendios forestales, entre otros.

Por otro lado, la CAMe y el gobierno del Estado de México han implementado algunas medidas adicionales, como el uso de motocicletas nuevas, la inspección de vapores en gasolineras, la detección y sanción de automotores ostensiblemente contaminantes y un desarrollo tecnológico para mejorar la calidad del aire.

Sin embargo, aunque estas acciones hicieron que en 2021 hubiera 127 días limpios (récord en 20 años), no sabemos si van a ser suficientes en 2022, donde rogamos a Tláloc que nos mande más lluvias para amainar al calor.

La Ciudad de México, querido lector, es una megalópolis ubicada en un valle rodeado de volcanes, una especie de olla donde circulan un número no conocido (literal) de camiones de carga, peseras más o menos asesinas, miles de autobuses oficiales o no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). Ustedes se preguntarán, igual que yo, ¿cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad? Pues verá, el problema es que, para evadir el pago de la tenencia que se cobra en la CDMX, muchos muy creativos o medio transas capitalinos registran sus placas en otros estados, con direcciones de amigos, compadres o parientes y hace mucho tiempo perdimos el control de estos datos.

A esto hay que sumarle que en la Ciudad de México y su zona metropolitana vivimos 32 millones de humanos, con necesidades diferentes de transporte, comida y habitación, ya no digamos agua, luz, recolección de basura, etc. Ante este enorme reto, yo considero un asunto de magia despertar cada día y constatar desde mi balcón que la ciudad aún funciona, aunque sea al borde del abismo.

Y aquí seguimos, en días de severa contaminación atmosférica, pero fieles a nuestra ciudad.

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Para entender los efectos de la contaminación atmosférica, hay que tener claro qué es el ozono y por qué si está en la estratosfera nos salva la vida, pero si está al ras del suelo nos puede enfermar seriamente.

El ozono (O3) es una molécula conformada por tres átomos de oxígeno juntos, cada uno más reactivo que el de junto. Se produce en las tormentas eléctricas o como producto de los voltajes altos (cerca de los transformadores, por ejemplo) y tiene un olor muy particular. Lo interesante es que el ozono a bajas dosis se usa como desinfectante (mata bacterias), pero en dosis altas puede ser sumamente dañino si se respira, pues en el aire que nos rodea entra en contacto con óxidos de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles como los producidos por la combustión de los coches y el sol.

Por otro lado, el ozono de la estratosfera es nuestro escudo contra los letales rayos UV que rompen el ADN y es producto de millones de años de liberación de oxígeno a través de la fotosíntesis. Sin embargo, este gas a esa lejana altura está en peligro, ante la expansión del hoyo de ozono sobre la Antártica, el cual creció significativamente en 2021 por los incendios en Australia. En noviembre del año pasado ocupaba el lugar trece entre los más grandes reportados desde 1979. Sin embargo, pudo ser mucho peor, la NASA calcula que si los niveles de cloro atmosférico de los CFC (clorofluorocarburos: sustancias derivadas de los hidrocarburos saturados) fueran tan altos hoy en día como a principios de la década del 2000, el agujero de ozono de este año habría sido aproximadamente cuatro millones de kilómetros cuadrados más grande en las mismas condiciones climáticas.

Antes de que los gobiernos del mundo tomaran acciones para reducir los compuestos clorados, el sur de Chile, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica tuvieron entre 1990 y el año 2000 demasiada luz UV por ese adelgazamiento del ozono en la Antártica, lo cual provocó un aumento en los casos de cáncer de piel, no sólo en humanos sino en todos los animales.

Afortunadamente, a partir del protocolo de Montreal se prohibieron las sustancias CFC que contienen cloro y bromo, y que reaccionan con el ozono estratosférico. Aquella decisión nos hizo sentir, al menos, que algo habíamos hecho bien como humanidad. Sin embargo, como ya mencionaba, los incendios de 2019 y 2020 en Australia volvieron a adelgazar la capa de ozono, debido a que el humo perturbó la muy delicada cascada de reacciones químicas que ocurren a decenas de kilómetros de altura, disminuyendo al dióxido de nitrógeno y reduciendo el ozono.

Por lo tanto, sin el ozono alto no habría vida compleja en los continentes, sino que estaría refugiada en el fondo del mar; mientras que el ozono bajo nos da asma, tos y a los muy sensibles, neumonía. Como ven queridos lectores, hasta en la química el contexto es relevante.

Ahora, traslademos este conocimiento al contexto urbano.

En la Ciudad de México hemos tenido una primavera nebulosa, o al menos así se ve desde mi ventana en el piso 26. Durante el invierno era frecuente ver los volcanes al amanecer, pero ahora hay algo borroso que lo tapa todo. Llegando a la ciudad por la carretera de Cuernavaca, ya no se puede ver Santa Fe sino una nata café nada agradable y uno se pregunta… ¿En eso me tengo que zambullir?

No es sorpresa que hayamos tenido varias contingencias ambientales este año, que ha roto récords de temperatura en los últimos meses, en los que no pocos días han superado los 30º C. Los dobles “Hoy no circula” de abril y mayo responden a que, con tanto calor, el aire no se mueve, además de que los chamacos regresaron a clases y el mundo poscovid se mueve como si no hubiera mañana. Por otra parte, se debe a un cambio en la norma. Mientras que en los años noventa, la Fase 1 de contingencia ambiental en el Valle de México se aplicaba con una cifra de 294 partes por billón de ozono, desde 2016 se decreta contingencia ambiental (ver video) cuando se alcanzan las 155 partes por billón, según datos de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), dado que se demostró que este gas es muy dañino para la salud aún en concentraciones bajas.

Hay que aclarar que este es un problema viejo y que la mala calidad del aire que respiramos no es toda culpa del gobierno de la 4T.

El gobierno de la Ciudad de México anunció en 2021 catorce acciones contra la contaminación atmosférica y el cambio climático que incluyen la actualización de los criterios para otorgar el holograma doble cero (00) a los vehículos, la mejora del transporte público y la atención temprana a incendios forestales, entre otros.

Por otro lado, la CAMe y el gobierno del Estado de México han implementado algunas medidas adicionales, como el uso de motocicletas nuevas, la inspección de vapores en gasolineras, la detección y sanción de automotores ostensiblemente contaminantes y un desarrollo tecnológico para mejorar la calidad del aire.

Sin embargo, aunque estas acciones hicieron que en 2021 hubiera 127 días limpios (récord en 20 años), no sabemos si van a ser suficientes en 2022, donde rogamos a Tláloc que nos mande más lluvias para amainar al calor.

La Ciudad de México, querido lector, es una megalópolis ubicada en un valle rodeado de volcanes, una especie de olla donde circulan un número no conocido (literal) de camiones de carga, peseras más o menos asesinas, miles de autobuses oficiales o no oficiales, y más de 10 millones de coches (la última vez que se contaron fue en 2015). Ustedes se preguntarán, igual que yo, ¿cómo es posible que no sepamos cuántos vehículos circulan en la ciudad? Pues verá, el problema es que, para evadir el pago de la tenencia que se cobra en la CDMX, muchos muy creativos o medio transas capitalinos registran sus placas en otros estados, con direcciones de amigos, compadres o parientes y hace mucho tiempo perdimos el control de estos datos.

A esto hay que sumarle que en la Ciudad de México y su zona metropolitana vivimos 32 millones de humanos, con necesidades diferentes de transporte, comida y habitación, ya no digamos agua, luz, recolección de basura, etc. Ante este enorme reto, yo considero un asunto de magia despertar cada día y constatar desde mi balcón que la ciudad aún funciona, aunque sea al borde del abismo.

Y aquí seguimos, en días de severa contaminación atmosférica, pero fieles a nuestra ciudad.

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