Por su libro <i>El invencible verano de Liliana</i>, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza se hizo acreedora al Premio Pulitzer 2024. Recordamos una entrevista de septiembre de 2021 del crítico literario Jorge Téllez, quien indaga en los inicios de su carrera y la actualidad de la narradora.
La cantidad de premios y nuevos libros que Cristina Rivera Garza ha recibido y publicado en los últimos años es tal que una lista que intentara compilarlos probablemente olvidaría un par o caducaría mañana. Apenas en los últimos trece meses ha publicado los libros Autobiografía del algodón y El invencible verano de Liliana —libro ganador del Premio Pulitzer 2024, en la categoría Memorias—, ambos en Penguin Random House. La traducción de Sarah Booker de su libro Dolerse fue finalista en el área de crítica del Círculo de Críticos de Estados Unidos. La editorial independiente Dorothy, a publishing project ha publicado una antología de sus cuentos, también en traducción de Sarah Booker. La versión en inglés de Los muertos indóciles es parte de los primeros libros de una nueva serie sobre estudios mexicanos de la editorial universitaria Vanderbilt University Press. Ganó la prestigiosa beca MacArthur y, a principios de este mes, el Premio José Donoso.A esta lista necia y parcial hay que agregar su más reciente libro, Andamos perras, andamos diablas, que ella misma resume en el prólogo como una serie de “alegatos en contra del amor”. Publicado por la editorial independiente Dharma Books, esta nueva edición de su primer libro de cuentos nos da una rara oportunidad para buscar treinta años atrás los rastros que conforman a su autora en el presente. Hoy, a Cristina Rivera Garza podemos relacionarla con escritoras latinoamericanas que, a falta de una palabra o idea más precisa, podríamos llamar de vanguardia. Sus libros, junto con los de Lina Meruane, Nona Fernández, Valeria Luiselli, María Gainza, por mencionar sólo algunas, se aprovechan de las convenciones de ciertos géneros –las memorias, el ensayo, la autobiografía, el relato policial, la academia– para desestabilizar el “yo” en una escritura que reflexiona sobre los fuertes lazos entre lo artístico, lo histórico y lo político en el mundo contemporáneo.Este tipo de escritura ya es visible en su primer libro de cuentos, y no sorprende que La guerra no importa, originalmente publicado en Joaquín Mortiz en 1991, haya sido uno de los materiales que Cristina Rivera Garza utilizó posteriormente en Verde Shanghai (Tusquets, 2011). En la conversación que tuve con la autora quise enfocarme en la oportunidad que esta nueva edición de su primer libro nos da para hacer un recorrido de ida y vuelta sobre sus inicios como escritora, la importancia de las becas y los premios para alguien que empieza a escribir y el papel de la edición independiente en el siglo XXI en México.
¿Por qué volver a este libro treinta años después?
La cuestión es que este libro de cuentos regresó con mucha fuerza a mi campo de atención cuando estaba escribiendo El invencible verano de Liliana (Random House, 2021) porque coinciden las fechas en que yo estaba escribiéndolo con los últimos años de mi hermana, y porque mientras leía su archivo y sus documentos tenía la extraña sensación de que Liliana había leído el manuscrito y de que habíamos compartido de alguna manera cierto tipo de lenguaje en nuestros escritos. Entonces regresé a revisarlo con esa visión; no era una revisión general, neutral, objetiva, sino una revisión enfocada en tratar de encontrar rastros de esa relación.
En el prólogo de Andamos perras, andamos diablas dices: “Extraño, a veces, esa escritora que fui”, ¿a qué te refieres exactamente?
Creo que en la nueva edición no cambiamos mucho, corregimos sobre todo cosas básicas. Pero hubo otro tipo de retos que la escritora que yo era no supo resolver bien. En ese primer libro había un cierto instinto hacia la fragmentación, hacia el trayecto entre el pasado y el presente que proponía cierta dificultad en esa primera edición. Lo que encontré fue a una escritora sin miedo a enfrentar esos retos y obedecer lo más cercanamente posible el ímpetu de lo que implica querer contar una historia. Encontré una especie de audacia que me gustó mucho, una búsqueda un poco atrabancada en ciertos pasajes que no tenía mucha conciencia de lo que requería técnicamente para alcanzar sus objetivos. Noté que muchas veces la escritura avanzaba buscando su camino sin mucha finura, pero sí con mucha determinación. A eso me refiero con la escritora que extraño, porque finalmente uno escribe el primer libro sin expectativas, ni propias ni ajenas, y ese es el gran estado de gracia del primer libro: esa explosión, ese proceso de descubrir tu propio territorio con lo que llamamos estilo. Eso es lo que extraño, el estado de gracia del primer libro.
Uno de los cambios más visibles entre la primera edición y ésta es el cambio de título, ¿qué estás proponiendo con esta decisión?
En general a mí no me gustan mis títulos, pero La guerra no importa no me disgusta; me parece un título fuerte que habla de la desesperanza que recorre los cuentos del libro. Sin embargo, creo que decir que la guerra no importa en el 2021 tiene consecuencias mucho más graves, y creo que lo que está en juego es más grande ahora. Es decir, ese título estaba situado en un mundo muy específico, en el cual yo pertenecía a una generación joven y emergente. Por una parte, la crítica de la izquierda estaba muy acotada; por otra parte, la maquinaria del PRI era realmente abrumadora. En ese entonces el tipo de desazón que contagia el título parecía la crítica que ese momento requería por la evidente impotencia que se sentía frente al poder del partido oficial. Creo que en el 2021 eso ya no es así. Estamos viviendo una agitación mundial y una movilización muy fuerte en términos de cuestiones de género guiadas por los múltiples feminismos que conforman nuestra época: la Marea Verde en América del Sur, el movimiento #MeToo en Estados Unidos, el “momento destituyente”, como dice Nona Fernández refiriéndose a lo que está pasando en Chile. Me parece que hay una urgencia de otro tipo y creo que la guerra importa, y mucho. El título de otro cuento, “Andamos perras, andamos diablas”, rebotó mucho en mi memoria cuando escribía el libro sobre mi hermana, y decidí que esa frase encapsulaba mucho mejor este momento.
La primera edición de este libro se publicó en 1991, pero son cuentos que escribiste durante los años ochenta. ¿Con quién o para quién escribías en esos años?
Bueno, la primera parte de mi educación en la UNAM viví en condiciones privilegiadas rentando un cuarto en casa de una señora mayor con un sentido estricto de la disciplina. Estaba como a dos cuadras del campus, entonces lo que eso representaba en términos de privilegio, de no tener que andar en autobús, era grandísimo. Después, cuando empecé a escribir el libro fue cuando me salí de allí. En ese momento empecé una existencia a salto de mata por cuartuchos en la Ciudad de México, en lugares poco seguros. Vivía donde podía, con lo poquito que ganaba, que era como asistente de profesor en la UNAM, o sea, me pagaban muy poco. También me habían dado una beca, la del Centro Mexicano de Escritores, que tampoco era la gran cosa en términos económicos. Conviví mucho en esos años con grupos que estaban a la izquierda de la izquierda, que se preciaban, se vanagloriaban de despreciar filosofías comunistas y socialistas y se autodenominaban como anarquistas. Tuve amigos muy cercanos en la revista La guillotina, donde de hecho apareció mi primera publicación.Estábamos viviendo en esa época la caída del muro de Berlín. El Partido Socialista Unificado de México se estaba convirtiendo en el Partido Socialista Mexicano y había mucha crítica dentro de los grupos de izquierda, en la que yo siempre estuve del lado de la autogestión y el anarquismo. Vivíamos de manera nómada dentro de la ciudad y practicábamos una crítica radical a cuestiones de propiedad y de género también, y éramos una comunidad muy flexible en términos de identificación sexual. Entonces digamos que yo estaba escribiendo y platicando con ellos y con ellas. Ése era mi mundo. No eran escritores; de hecho, despreciaban profundamente la literatura como algo burgués, decorativo, inútil. Es algo que tenía que hacer un poco a escondidas, pero mi conversación fundamental era con el pequeño círculo marxista que teníamos para leer el capítulo veinticuatro sobre la acumulación originaria de El capital. Con mi colectivo de feministas y sociólogos, hombres y mujeres, hacíamos trabajo de campo en una colonia de paracaidistas en las orillas de la Ciudad de México, donde entre todas las cosas que se me ocurrió hacer fue formar un club de lectura sobre cuestiones de feminismo con señoras que tenían mucho más que enseñarme a mí que yo a ellas. Pero ése era mi círculo intelectual y mi círculo creativo también.
Otro de los cambios que saltan a la vista en la nueva edición es el cambio de fecha en el que sitúas el cuento titulado “La guerra no importa”, que en la primera edición transcurría en 1979 y ahora sucede en 1982.
Qué interesante que sí lo notaste. Este cambio lo estuve pensando mucho porque escribí el libro en los ochenta, y el año de 1979 se veía como algo totalmente lejano para mí. Era la época del paso de la guerrilla urbana a la guerrilla rural, de la guerra sucia. Entonces era un guiño a ese momento histórico y creo que moverlo a 1982 en la nueva edición tiene que ver con la necesidad de que el texto tocara también la siguiente década y lo que vivimos en términos de otro tipo de represión y otro tipo de pensamiento libertario.
En 1987 un jurado formado por Eduardo García Aguilar, Alejandro Aura y Herminio Martínez le dio a tu libro el Premio de Cuento San Luis Potosí. ¿Cómo recuerdas esto treinta años después? ¿Cómo fueron tus inicios en el mundo literario en México?
Yo era muy chica entonces. Pero no es sólo la cuestión de la edad, ni el hecho de que tres hombres le dieron el premio a una mujer (en esa época era común que los jurados fueran de puros hombres), sino que aparte de ser mujer era de una generación muy distinta. Por ejemplo, sólo años después supe que Ana Clavel había sido la encargada de la colección de Joaquín Mortiz en que se publicó el libro en 1991. En el momento ninguno de esos nombres me decía absolutamente nada. Acuérdate que yo andaba en la calle creando desorden en los congresos que hacía el Partido Comunista. Andábamos en otra cosa realmente. Del medio cultural mexicano me acuerdo que me corrieron de un taller literario porque no estuve de acuerdo con la idea que tenía el escritor que llevaba el taller, que tenía mucho respeto por Octavio Paz, y que me corrió cuando yo le dije qué pensaba de algunas cosas de Octavio. Recuerdo eso con mucho orgullo. El primer cuento que publiqué fue en una revista llamada La semana de Bellas Artes, en un número famoso que censuraron porque se había incluido ahí un escrito que insultaba a la primera dama en su momento. Entonces mi relación con el mundo literario nunca fue de una bienvenida suave o hermosa.
Además del premio, asumo que la beca del Centro Mexicano de Escritores fue algo que te impulsó a continuar escribiendo. ¿Cuál es tu opinión sobre el papel de las becas en la escritura?
Cuando yo pasé por el Centro Mexicano de Escritores todos los grandes ya habían pasado por allí, lo cual no quiere decir que no tuve una buena experiencia. Fue genial estar allí. Yo sé que hay una discusión muy grande acerca del papel de las becas y el papel del Estado en la cultura pública, pero a mí me parece que el Estado tiene una responsabilidad por la educación pública y la cultura pública. A mí me sigue pareciendo importante que los escritores, especialmente cuando empiezan, cuenten con una estructura que los respalde en las etapas más difíciles, cuando todavía ni siquiera se llaman a sí mismos escritores, y cuando necesitan tiempo y compañía.
En términos de producción y circulación literaria, ¿cuál es el cambio más relevante que ves desde que el libro se publicó en Joaquín Mortiz (1991) hasta ahora que sale con Dharma Books (2021)?, ¿a quién está dirigida esta nueva edición?
El lugar de la edición independiente en México se ha transformado de manera radical. Para los que empezamos a publicar a finales del siglo XX y a inicios del XXI había un mapa editorial muy distinto, en el que la edición independiente no figuraba para nada. Había un vacío grandísimo entre la publicación en editoriales sólidas y establecidas y editoriales a veces muy manuales, de mimeógrafo. A mí me importa mucho y soy muy consciente del trabajo de producción en mis libros y del trabajo de distribución. Me parece que no son campos que uno puede dejar que trabajen por sí mismos como si fueran automáticos, porque vivimos también un momento en que la concentración de editoriales da muy poca oportunidad para respirar. No es un secreto que Random House y Planeta tienen acaparado el mapa y la producción editorial en el mundo de habla hispana. Yo estoy muy contenta en Random House porque tengo muy buena relación con mis editores y es una relación muy amable, muy cercana, muy humana. Siento que estoy trabajando con ellos como trabajaba antes en Tusquets cuando era una editorial independiente, pero tengo entendido que ésa no es la experiencia de todo mundo, entonces no quiero universalizar.El hecho de que Andamos perras, andamos diablas salga en Dharma es profundamente deseado. Me parece que es importante en este momento. Así como creo que es importante participar de programas e instituciones que apoyen a escritores emergentes que escriban en español en Estados Unidos, también me parece muy importante participar de otro tipo de circulación en México y en países de habla hispana. Yo creo que hay lugares a los que llegan las editoriales independientes con una audiencia y unos lectores que son autoelegidos, ¿no?, y que son lectores con otro tipo de atención que la gente que consume únicamente libros de circulación masiva. Quizá no ocupen el mismo espacio que las grandes editoriales en términos de números o alcance geográfico, pero la editorial independiente tiene una manera de integrarse al mundo de la lectura que a mí me sigue pareciendo relevante. Por esto, además, tenemos otro proyecto con Dharma, que es la publicación de una traducción de un libro de poemas. Pero, en concreto sobre este libro, yo quería que esta nueva revisión de los cuentos ocupara un lugar en esta otra esfera y que participara de una conversación desde estos otros ángulos y rutas, y con el tipo de lectores que un proyecto como Dharma Books atrae y a los que se les debe la existencia de la edición independiente en México.