Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Tiempo de Lectura: 00 min

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Retrato de Paulo Coelho.

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Retrato de Paulo Coelho.

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

Texto de
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“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Archivo Gatopardo

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Tiempo de Lectura: 00 min

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

Retrato de Paulo Coelho.

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Tiempo de Lectura: 00 min
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Retrato de Paulo Coelho.

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Traducción de
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Tiempo de Lectura: 00 min

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Retrato de Paulo Coelho.
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Tiempo de Lectura: 00 min

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

21
.
08
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Retrato de Paulo Coelho.
21
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08
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
21
.
08
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Retrato de Paulo Coelho.
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Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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Retrato de Paulo Coelho.

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

Paulo Coelho cree que Joyce le hizo daño a la humanidad

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Indiscutiblemente, Paulo Coehlo es un fenómeno de ventas: ha vendido 320 millones de ejemplares. El carioca es un autor que reniega de la “literatura difícil”, prefiere comunicar un mensaje positivo y claro, y promete nada menos que sabiduría y felicidad. ¿Qué dice su rotundo éxito de nuestras sociedades?

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“Soy moderno porque hago que lo difícil parezca simple y, de esta manera, me comunico con el mundo entero”, declaró Paulo Coelho en 2012 al diario brasileño Folha de São Paulo. Añadió: “Los autores de hoy quieren impresionar a sus pares […]. Uno de los libros que hizo este daño a la humanidad fue Ulises [la novela de James Joyce], que es solo estilo. Ahí no hay nada. Si diseccionas Ulises, sale un tuit”.

Esta afirmación es absolutamente verosímil desde la perspectiva del autor brasileño Paulo Coelho, cuyos libros han vendido la estratosférica suma de 320 millones de ejemplares y han sido traducidos a 83 idiomas en 170 países, según la editorial Harper Collins y The Guardian. Las ganancias que obtuvo el genio irlandés de la experimentación narrativa, en comparación suya, sí, son tan minúsculas como un tuit.

Paulo Coelho no tiene la misma animadversión frente a todos los escritores modernos, pues, como él mismo ha confesado, comenzó leyendo a autores como Jorge Luis Borges y Henry Miller, en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, donde nació hace 76 años, en un hogar de clase media. Incluso hace poco, en su cuenta de Twitter, ahora X, seguida por más de quince millones de usuarios, se preciaba de ser lector de Ernest Hemingway y de Herman Melville.

¿Entonces por qué Paulo Coelho se ensaña con el Ulises? No es simplemente por su estilo, sino por ser estilo, lo que es significativo y sería un halago viniendo de otra boca. Las vanguardias literarias del siglo XX rompieron con la claridad referencial que perduró —la mayoría de las veces— en los siglos inmediatamente anteriores. Para escritores como Marcel Proust, Virginia Woolf o William Faulkner o, en Latinoamérica, Juan Rulfo, Elena Garro o José Lezama Lima (quien escribió “solo lo difícil es estimulante”), la página se convirtió en una selva y los narradores y poetas devinieron exploradores y arqueólogos del habla y la lengua. Es en esta instancia donde se ubica la obra de Joyce, pionero de la literatura contemporánea.

Si el carioca se queja con frecuencia de la literatura difícil y él mismo asume su renuncia al estilo literario es porque se jacta de su misión: hacer que “lo difícil parezca simple”. Es decir, el estilo es un estorbo, aquello que le impide comunicarse “con el mundo entero”. La forma carece de importancia, si lo que se pretende es hacer llegar un mensaje a las grandes audiencias. La carta en la botella es la misma en todos los libros de Paulo Coelho y, en realidad, en muchos títulos que diariamente se publican y colman las estanterías de todo el mundo: “Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Pues bien, ¿qué sucedió, si no en el universo, por lo menos en el planeta para que Paulo Coelho consiguiera lo que anhelaba?

Hace ya más de treinta años, el crítico y pensador estadounidense Fredric Jameson advertía los signos de una masificación de la cultura que anunciaban la fractura del paradigma modernista y la llegada de una nueva época, con “un paisaje ‘degradado’, feísta, kitsch, de series televisivas y cultura de Reader’s Digest […], de la llamada ‘paraliteratura’, con sus categorías de lo gótico y lo románico en clave de folleto turístico de aeropuerto, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”. En esta nueva época —escribía Jameson— los productos culturales serían más impersonales y organizados en “una peculiar euforia”.

Según este crítico, el objeto estético más representativo de esa época sería el pastiche, una obra derivada que imita el estilo o el carácter de otra obra, autor o género. Suele ser una celebración u homenaje de las composiciones que le anteceden. Reproduce, de forma deliberada, una forma o combina estilos de diversas fuentes. Manual del guerrero de la luz, publicado por Paulo Coelho en 1997, es un pastiche y una falsificación concebida desde el mercado. Se sustraen conceptos de El arte de la guerra, de Sun Tzu —un tratado militar del siglo V a. C., que además de describir tácticas y estrategias de combate, plantea ideas filosóficas y conceptos sobre el liderazgo, la planificación y la psicología de la guerra— atenuándolos o adulterándolos. Por ejemplo, Sun Tzu dice: “Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque solo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial”, mientras que el libro del carioca aconseja: “Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande”.

El Alquimista, la novela más conocida de Paulo Coelho, también tiene rasgos de un pastiche, al licuar distintos materiales bíblicos, referentes de la alquimia, lecturas descafeinadas de la tradición sufí y fórmulas de la literatura didáctica-moralizante. Publicado en 1988, solo tres años antes del libro de Jameson, aquí son patentes varios rasgos descritos por el autor de El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Este libro, que le valió a Paulo Coelho obtener el récord de ser el autor vivo con el libro más traducido, narra una historia muy sencilla: un pastor andaluz llamado Santiago debe cruzar el desierto para visitar las pirámides en las que encontrará un tesoro. Si bien la anécdota es simplísima, está aderezada con misterios y enigmas, pues el héroe debe consumar su destino, siguiendo su “Leyenda Personal”, comenzando desde la “Suerte del Principiante” y sin desistir nunca de su sueño. Para ello, debe alcanzar el “Alma del Mundo” sin cesar en su búsqueda, orientado por un alquimista del desierto (lo que sea que esto signifique) hasta darse cuenta de que la felicidad puede encontrarse “en un simple grano de arena en el desierto”.

Paulo Coelho
Firma de libros Paulo Coelho, 2007.

No quiero decir que el trabajo de Paulo Coelho carezca de oficio, pues no es cualquier cosa vender esa cantidad de libros. Pero ¿en qué consiste su éxito?, ¿cómo se ha convertido en un fenómeno de ventas alrededor del mundo un autor que promete la sabiduría y la felicidad?, ¿qué separa del resto de creadores de contenidos —yo no los llamaría escritores— orientados hacia la autoayuda y la superación personal a la obra de este fiestero y reventado joven de los años setenta que diez años después buscó redimirse emprendiendo el camino de Santiago y escribiendo best sellers?

Si algo caracteriza los libros de Paulo Coelho es la claridad expositiva. Este autor no es precisamente partidario del riesgo literario, sino de comunicarse, ya lo dijo, “con el mundo entero”. Por eso, es indiscutible su capacidad para presentar información de manera convincente, sencilla, ordenada y fácilmente comprensible. El mensaje de la bienaventuranza de la “Leyenda Personal” es entregado de forma efectiva, como un vendedor de seguros persuadiría a su comprador de la necesidad de garantizar su futuro o un sacerdote intentaría convencer a los fieles de las ventajas del evangelio. El lenguaje es neutro, redundante, didáctico y transparente. No obstante, la habilidad para la prédica también puede percibirse como una simplificación excesiva de temas complejos; se omiten, deliberadamente, detalles esenciales que permitirían una comprensión más cabal, aunque menos optimista.

Esa claridad expositiva, en contraposición con la potencia expresiva, parece ser un signo de los tiempos y no es atribuible únicamente a Paulo Coelho. En la literatura mexicana reciente, por ejemplo, en el rubro llamado “ensayo personal”, es notorio este fenómeno: textos en los que se narra una anécdota sencilla, de manera más o menos plana, sin una posición clara frente al lenguaje —que se da por sentado—, y en los que el autor, de forma autocomplaciente, sale airoso de cualquier inconveniente o peripecia narrativa convencional.

Una particularidad de El Alquimista, y de la literatura de Paulo Coelho en general, que ya había advertido Jameson respecto a la borradura de las fronteras entre la cultura elitista y de masas, es el uso de tópicos culturales. Lector de la Biblia y católico ferviente, Coelho, quien en su juventud perteneció a diversas sectas y aprendió brujería, utiliza asuntos espirituales, como la búsqueda personal, el destino y la providencia, los sueños y las visiones, la alquimia y la sabiduría de los ancianos, entre otros, sin profundizar en ninguno. Es por lo menos sintomático que en otra entrevista se haya quejado de que luego de Joyce, “los escritores olvidaron la parábola como forma de narrar”, recurso del que están colmados sus libros.

Un rasgo adicional es que la mayoría de los textos de Paulo Coelho están situados en la periferia de Occidente, ya sea en el desierto del Sahara, en el Medio Oriente o en alguna aldea remota en Brasil. Hacen referencia a la magia, la sabiduría ancestral y al conocimiento sagrado. No obstante, sus personajes y las formas en que se expresan están desvinculados de su espacio y origen. En ocasiones los momentos históricos en los que se disponen los relatos están elididos y son intercambiables. Es decir, existe una ambivalencia entre la ubicación espacial de las novelas y la despersonalización temporal y emotiva de quienes las encarnan (personajes planos y con un propósito claro en la vida), lo que crea un efecto previsto. Como canta Joaquín Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Los escritos del autor brasileño están colmados de nostalgia y de una destreza para el revival, estilo new age. Hace ya más de cincuenta años, Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, definió el mal gusto como “prefabricación e imposición del efecto”.

¿Qué muestra el fenómeno Coelho de nuestras sociedades?


En un texto titulado “Sobre el arte de escribir”, publicado en su blog, Paulo Coelho señala, con presunta candidez, que si para escribir se investiga mucho “será muy aburrido” y agrega que “los libros no están ahí para mostrarte lo inteligente que eres. Los libros están ahí para mostrar tu alma”, lo que deja muchas dudas.

Es curioso que actualmente, cuando el libro impreso ha perdido una parte o toda su aura, parafraseando a Walter Benjamin, debido a un gran número de factores, como la digitalización creciente, la producción masiva de libros, la casi monopólica participación de los corporativos globales en la industria editorial y hasta la autopublicación y la impresión bajo demanda, se fetichice el libro como un objeto portador de sabiduría.

Sin embargo, debe considerarse que esta “sabiduría” es solo un apelativo que emplean las editoriales, una gratificación o un producto. Responde a las leyes mercado. Si no, ¿de qué forma puede compararse El arte de la guerra (cuyo autor conocido es un estratega militar, pero que en realidad reúne y sintetiza el conocimiento castrense de varias dinastías de la China imperial) con el Manual del guerrero de la luz, que altera y degrada ese bagaje a escala de best seller.

Entre los diez libros más vendidos en 2023 de Sanborns, la mayoría ofrece recompensas al lector. Por ejemplo, Hábitos atómicos, de James Clear, anuncia en su portada que es un “método sencillo y comprobado para desarrollar buenos hábitos y eliminar los malos”; Las 48 leyes del poder, de Robert Greene, se describe como una obra que “concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y ocho leyes claras y concisas”; mientras que la sinopsis de la novela Boulevard, de Flor M. Salvador, reza que es una “historia de amor tan única que te marcará para el resto de tus días”.

¿Por qué es tan sintomático que las sociedades contemporáneas sientan esa atracción por títulos tan prescindibles y dejen de leer otros, tal vez más interesantes? En “El lector infrecuente”, George Steiner apunta a uno de los posibles factores: “Aprender de memoria, transcribir fielmente, leer de verdad, significa estar en silencio y en el interior del silencio. En la sociedad occidental de hoy, este orden de silencio tiende a convertirse en un lujo”. En los espacios urbanos de hoy en día, los momentos de soledad y recogimiento son cada vez más insulares y el ruido de fondo más omnipresente, por lo que leer volúmenes transpirados por las celebridades de los medios de comunicación y las redes sociales, lecciones para convertirse en millonario o manuales de autoayuda, puede resultar un ejercicio más gozoso que leer un ensayo complejo que, encima, no ofrece un “buen mensaje”.

Otro elemento importante en esta trama es el terror al dolor. Respiramos positividad en eslóganes, canciones, programas de televisión y publicidad. Todo lo que se considera negativo (la depresión, la dificultad, la tristeza o el dolor) debe combatirse u ocultarse por medio de ansiolíticos, distractores y mucho ruido. Paulo Coelho apela a la felicidad en El Alquimista en múltiples ocasiones. En algún momento se describe el secreto de la felicidad: “mirar todas las maravillas del mundo [sin olvidar las cosas pequeñas]”. En otro, uno de tantos personajes sabios rutinarios contrasta la felicidad con sentimientos diferentes: “El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos”. Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, la búsqueda de la felicidad a toda costa, como la que emprende el protagonista de El Alquimista, forma parte de un mecanismo de control: “La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de la felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente”.

Finalmente, el mensaje de Paulo Coelho se refiere continuamente a la búsqueda de la felicidad y la sabiduría, pero siempre de forma personal. Para ello, obvia los vínculos sociales y comunitarios que condicionan, potencian o activan nuestra conducta. Pareciera decirnos que cada quien se ocupa solo de sí mismo de forma permanente, de su propio comportamiento y de establecer su lugar en el mundo, en lugar de hacer preguntas respecto al individuo en relación con su entorno.

Coelho refleja el vacío y la chabacanería de una sociedad del consumo cada vez más adormecida. Yo te aconsejo leer libros negativos y estimulantes, en lugar de uno de los ejemplares de Coelho que poseen, en términos porcentuales, cuatro de cada cien habitantes del planeta Tierra.

Con agradecimiento para Jorge Solís Arenazas.

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