La esperaban una tarde de diciembre de 1985 en el Palacio de Bellas Artes. Los asistentes aguardaban el instante en el que aparecería con su andar ligero pero decidido, ese mismo que en las lejanas noches de esplendor hizo que el público viera su cuerpo flotar. El homenaje aplaudiría a una mujer que, dicen, bailó lo que escribió, como si sus pasos y sus letras se correspondieran en el ritmo. Sin embargo, Nellie Campobello no llegó.
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Descubrió desde su ventana un mundo fantasmal que comenzaba donde los pastizales parecían no agotarse. Cuando era niña, de los cerros lejanos se acercaban a galope los perseguidos y perseguidores. Era el tiempo del polvo y la sangre, del ideal que se alcanzaba contando a los que caían arrodillados tras el tiro de gracia. Creció porque era lo que le quedaba a quienes no morían, seguir, lograr la ruptura del orden social y esperar que germinara la voluntad de justicia de la Revolución Mexicana.Guardó las historias en su memoria prodigiosa y las juntó con los relatos de su mamá, “ella me regaló cuentos verdaderos en un país donde se fabrican leyendas y donde la gente vive adormecida de dolor oyéndolas”. Su madre le hablaba de un gran comandante llamado Doroteo Arango, al que conocían como Pancho Villa y que cayó vencido cuando se desintegró la División del Norte. Después, en 1931 contaría aquellos testimonios desde los ojos fisgones de una niña en Cartucho, el libro que la convirtió en la única mujer referente de la literatura de la Revolución Mexicana. Algunos literatos aseguran que fueron sus muertos los que le enseñaron a murmurar a los de Juan Rulfo.Estuvo siempre atenta a las palabras de su madre, a quien recordaba como: “Las flores de maíz no cortadas en el mismo instante en que las besa el sol. Un himno, un amanecer toda Ella era. [...] Era nuestra mamá, y su risa nos la regalaba. Jugaba, iba y venía, no parecía mujer; a veces era tan infantil como nosotros. Para hacernos felices se olvidaba de aquella horrible angustia creada en los últimos momentos de nuestra revolución”.[caption id="attachment_236129" align="aligncenter" width="620"]
Tumba de Francisco Villa / WikiMéxico, Fundación Carlos Slim[/caption]
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A partir de 1983 la directora de la Escuela Nacional de Danza dejó de ir a trabajar. Tras dirigirla durante 46 años, que dedicó a institucionalizar la danza profesional, repentinamente se ausentó y perdió comunicación. Las pocas veces que se le vio estaba acompañada de sus dos eternos custodios: Cristina Belmont y Claudio Niño.Se conocieron entre ensayos constantes donde los alumnos luchaban contra la rigidez de sus cuerpos. Años antes la exalumna le pidió a la maestra que le permitiera vivir con su esposo e hijos en el sótano del recinto, fue así como empezaron a filtrarse gradualmente en su vida.Ya para inicios de los años 80, el matrimonio había perdido hasta la más mínima señal de timidez y se mudó a la casa de Nellie Campobello. Muy pocos lograron verla a partir de entonces y quellos que lo intentaron, como su prima Eulalia y los hijos de su hermano Carlos, huyeron de los Niño Belmont, quienes los amenazaron de muerte. En 1983, en un intento por agotar los recursos para llegar a ella, familiares, amigos y personal de la escuela enviaron alertas al Instituto Nacional de Bellas Artes. Comenzarían a rastrearla.Fue entonces que Martín D., representante legal de Bellas Artes, se dirigió al 128 de Ezequiel Montes en la Colonia Tabacalera y tocó la puerta de la casa de Nellie Campobello. Abrió Claudio, pero sus palabras regresaban al origen: “Rentamos el lugar, aquí sólo vivimos mi esposa y yo, no conocemos a la persona que busca”.Pero entonces, ¿dónde estaba Nellie?
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Un día de 1923 los hermanos Campobello llegaron a la capital. En la entrada de la Catedral mujeres con trenzas largas vendían nopales y hierbas, mientras algunos sombrerudos merodeaban por las calles.Lejos habían quedado los matorrales y las montañas que abarcaron sus ojos en Hidalgo del Parral, Chihuahua. Llevaban ya un año en la Ciudad de México cuando el futuro se le insinuó a Nellie Campobello entre las medias lunas que formaban sus brazos en las clases de ballet. En contra del tabú de la edad temprana para comenzar en esa disciplina, sus ligamentos superaron las aparentes desventajas de no ser una niña.Debutó una noche de 1927 en el teatro La Bombonera del Hotel Regis, con el ballet dirigido por la maestra estadounidense Lettie Carroll y se habló de ella en los periódicos del día siguiente. Nellie Campobello comenzaba a existir entre los artistas.Con el tiempo sus movimientos adquirieron la actitud instintiva de los animales en combate. El arrastre de sus pies descalzos levantaba el rumor de los sonidos aislados de junglas y desiertos. Las hermanas Nellie y Gloria Campobello, que se acompañaron desde sus inicios en la danza, viajaron por la República estudiando bailes autóctonos. Prestaron atención a la pasividad de los cielos y a los exabruptos corporales de los danzantes en las tierras del sur. El resultado de la expedición se tradujo en las coreografías y el libro Los ritmos Indígenas de México.De 1921 a 1924 el progreso en México seguía el hilo luminoso de la educación. Algunos decían que con José Vasconcelos como Secretario de Educación no quedarían niños ni jóvenes desamparados por las Bellas Artes. Surgieron las bibliotecas ambulantes, los clásicos reeditados y las Misiones Culturales. Las calles se llenaron de talento y las hermanas Campobello crearon ballets multitudinarios en las colonias populares.La añoranza de la Revolución y sus falsas promesas habían quedado atrás. En el ballet 30/30, Nellie Campobello recordó los viejos fantasmas de espíritu bélico en un combate dancístico donde mujeres de rojo toreaban enérgicamente a campesinos y obreros. La nostalgia la traía de regreso al lugar donde nació, al igual que Pancho Villa, Durango. Se sabía tan combativa como él y en un acto para justificarse ante la vida, se proclamó La Centaura del Norte.Sin embargo, cuando Nellie Campobello aprendió a pasar el vino sus recuerdos se volvieron fantasmales. Al vuelo elástico de sus piernas sólo le quedó el cautiverio. Desayuno, comida o cena, la ponían ante el ritual de la botella.[caption id="attachment_236128" align="aligncenter" width="620"]
WikiMéxico, Fundación Carlos Slim[/caption]
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Ante la alarma de no verla nunca más, el INBA interpuso en 1983 una denuncia en la Procuraduría General del DF. El matrimonio Niño Belmont permaneció bajo arresto durante tres meses en el Reclusorio Norte al considerarlos presuntos responsables de privación de la libertad. Sin embargo el Ministerio Público solicitó a la juez Margarita G. que salieran bajo fianza, pues seguía sin saberse el paradero de Nellie Campobello.Tiempo después Martín D. contaría al semanario Proceso que los testigos intimidados por Claudio Niño lo acusaron de arrastrarla por la casa y bañarla con agua helada.La última vez que la vieron fue una tarde de 1985. Avanzaba por el juzgado seguida de cerca por Fuentes León, abogado del matrimonio Niño Belmont. Como recordaría la juez Margarita G. para Proceso, el abogado presentó a Nellie Campobello en el juzgado a fin de terminar con los rumores del secuestro y consecuentemente probar la inocencia de sus clientes.“Ella me apretó la mano fuertemente. Ordené intervención policiaca para ofrecerle protección. Pedí ayuda al Ministerio Público y ordené que se le hicieran los exámenes periciales”, contó la juez. “Fuentes León me dijo ‘Ya se la enseñé, ya nos vamos’. Después la cargaron entre dos de sus guaruras y se la llevaron. Me la arrebató de las manos”.Tras salir del juzgado, Fuentes León convocó a una rueda de prensa. Las primeras planas de los periódicos reprodujeron una declaración de Nellie Campobello afirmando que no estaba secuestrada y que el matrimonio velaba por su salud.Después, a la juez le entregarían la resolución de apelación fechada el 10 de abril de 1985. Dictaminaba que no había pruebas suficientes para justificar la privación de la libertad. Ya no había más que recursos que interponer. La investigación pasó al rincón de los archivos inconsistentes y no se volvió a saber de ella.[caption id="attachment_236127" align="aligncenter" width="620"]
WikiMéxico, Fundación Carlos Slim[/caption]
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Si la máquinas del tiempo existieran y se pretendiera conocer los distintos Méxicos, el punto de partida podría ser la casa de Nellie Campobello. Sus libreros con bitácoras militares de Pancho Villa serían la entrada a la Revolución; las cartas de políticos serían un viaje a los humores cambiantes de Palacio Nacional; los cuadros y telones que hizo para sus coreografías José Clemente Orozco, remontarían a las primeras generaciones de la vieja Academia de San Carlos. Las pulsaciones que provoca el amor, podrían imaginarse en las más de dos mil cartas que el pintor le escribió a su hermana Gloria. Se completarían también lagunas de la literatura al examinarse los borradores de sus novelas y los textos inéditos de su amigo Martín Luis Guzmán. Se tendría noción de los atuendos más elegantes de distintas épocas a través de los abrigos de piel y joyas preciosas que guardaba en sus roperos de maderas finas. Pero ni las máquinas del tiempo se han desarrollado aún, ni el paradero de todo aquello se conoce con exactitud.Hubo cargos contra Claudio Niño por robo a la nación. Bellas Artes logró rescatar algunos telones, pero sobre el resto de sus pertenencias impera el enigma.[caption id="attachment_236124" align="aligncenter" width="620"]
Nellie Campobello / WikiMéxico, Fundación Carlos Slim[/caption]
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Las imprecisiones la rodearon de la cuna a la tumba. Hay quienes dicen que nació con el siglo, otros afirman que fue nueve años más tarde. De su nombre hay algunas variantes: Nellie Francisca Ernestina Campobello, María Francisca Luna, Francisca Moya Luna. El aura misteriosa que le gustaba transmitir dio un giro violento al final de su vida.La mala absorción de su intestino y un fulminante paro respiratorio provocaron que el mal augurio terminara para ella. Murió el 9 de julio de 1986, pero pasarían 12 años y cinco meses para que el círculo de artistas e intelectuales que trataron de rastrearla se enteraran de ello.Fue hasta diciembre de 1998 que la Comisión de Derechos Humanos del DF localizó su acta de defunción, en Progreso, un pequeño pueblo en Hidalgo.
Fecha: 9 de julio de 1986.
Nombre: Nellie Francisca Moya Luna.
Edad: 86 años.
Declarante: Claudia -más no Claudio- Fuentes.
Parentesco: Compadre.
Cuando periodistas del diario La Jornada cuestionaron a Luis de la Barreda, jefe de la operación que dio con el documento, la veracidad de la muerte natural que señalaba, éste recordó las palabras del padre de la criminología Alfonso Quiroz.
“El tiempo que pasa equivale a los indicios que se desvanecen”, dijo. “Los datos de un posible homicidio pudieron haberse perdido por el transcurso de los años”.Luis de la Barreda también pidió al entonces Procurador de Justicia del DF, Samuel del Villar, que considerara “la detención inmediata del probable responsable, quien en todo momento a partir del fallecimiento ocultó que la escritora había muerto. (…) Nos encontramos ante la hipótesis de delito grave”, reportó. Sin embargo, nada de esto sucedió.La investigación los llevó hasta su cuerpo el mismo día en que tuvieron el acta de defunción. La encontraron en uno de esos panteones donde no hay más superficie que la tierra suelta. Alguien puso sus huesos bajo una lápida ruin. Quien siempre danzó por los aires, estaba volviendo a la tierra, a esa “compañera con la que jugaba bajo el sol, aquella tierra roja como la palma de las manos y los talones, que nos abría sus brazos y nos protegía hasta que volvía Mamá”. No habría más literatura, ni danza, ni Pancho Villa. A la Centaura del Norte que vivió entre públicos tumultuosos, nadie la despidió.
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