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Día del Ejército Mexicano, febrero de 2017. Fotografía: Presidencia de la República.
Muchas festividades nacionales pasan inadvertidas, pero el Día del Ejército tiene implicaciones en nuestra vida cotidiana. Hoy los militares desafían los límites impuestos por la Constitución y a muy pocos les preocupa. La militarización avanza y solo ellos tendrán razones para celebrar.
Desde hace tiempo en México nos hemos acostumbrado a que cada día del mes, aparentemente, se festeje algo. Da igual qué, toda excusa es buena para ensalzar ciertos acontecimientos.
Así, tan solo durante febrero, de manera inadvertida somos parte del Día Nacional del Ajolote, del Día de los Humedales, del Amor y la Amistad, del Día de la Constitución, de la Fuerza Aérea Mexicana, de la Bandera, el Día Internacional del Implante Coclear y del Día Mundial de la Radio, entre algunos otros.
Más allá del 14 de febrero, día que se celebra con ímpetu colectivo, para una gran mayoría de personas estas festividades suelen pasar desapercibidas, acaso como datos curiosos y anecdóticos que se olvidan rápidamente.
De tal forma que, en nuestro país, a reserva de unas cuantas excepciones, las conmemoraciones no resultan tan conmemorativas y los días festivos se tornan intrascendentes.
Sin embargo, existe una celebración en el calendario que, independientemente de su fecha y duración, es difícil ignorar en el día a día, pues sus alcances atraviesan múltiples aspectos de la vida cotidiana: el Día del Ejército Mexicano.
Pero vale la pena aclarar que, aunque a todas las personas les afecta la participación de los militares en democracia, los ánimos festivos no se reparten de igual manera. Mientras algunos exaltan al Ejército y lo dotan de mayores recursos y atribuciones, otros encuentran motivos para preocuparse por su renovada integración en la vida pública.
También te puede interesar leer: "La salud mental del Ejército: la otra cara de la guerra contra el narco".
Encontrando su antecedente un 19 de febrero de 1913, cuando el Congreso de Coahuila desconoció al gobierno de Victoriano Huerta y otorgó facultades a Venustiano Carranza para crear una Fuerza Armada y restablecer el orden constitucional, el Día del Ejército Mexicano fue instituido en 1950 por Miguel Alemán Valdés.
El dato no es menor a pesar de lo paradójico que puede resultar, pues Alemán fue el primer presidente civil en la historia del país, tras una larga lista de caudillos y generales que gobernaron México desde 1824.
Ahora bien, no es que las personas que forman parte del Ejército no tengan la posibilidad de convertirse en mandatarios, o que el solo hecho de que la nación sea gobernada por un comandante militar signifique que realizará un mal trabajo. Las experiencias son heterogéneas a lo largo de nuestra historia patria.
Sin embargo, no cabe duda de que la lógica que sigue la milicia difiere diametralmente de la que se esperaría del orden civil. No solo en aspectos relativos a la disciplina, la jerarquía o el hermetismo en las dinámicas de la corporación, sino también en temas relacionados con la comprensión de los derechos humanos.
De ahí que desde hace tiempo haya sido un imperativo democrático en México el establecimiento de límites al Ejército a través de la Constitución, como diferenciando cada vez de manera más clara la esfera civil de la militar, en aras de evitar que las autoridades castrenses se inmiscuyan en las labores cotidianas de la ciudadanía.
Por eso, si un militar quiere contender por un cargo de elección popular y ejercer el poder político, es necesario que no se encuentre en activo por lo menos seis meses antes de la elección. En lo relativo a sus labores, el texto constitucional no deja ninguna duda, pues prescribe que: “En tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.
No obstante, a pesar de lo que dicta el máximo ordenamiento, la realidad resulta muy pero muy distinta. Ya que cotidianamente vemos a los militares en las calles, tanto construyendo como administrando aeropuertos, controlando aduanas, entregando libros de texto gratuitos y suministros médicos, combatiendo el robo de combustible, encargándose de la seguridad al interior del país y al mismo tiempo respondiendo ante desastres naturales, ayudando a la limpia del sargazo, pero también devastando el sureste del país para echar a andar un tren ecocida, entre muchas otras actividades.
En resumidas cuentas: hoy en día vemos al Ejército desplegando una gran influencia sobre el poder político al cumplir funciones que no tienen ninguna conexión con su disciplina. En pocas palabras: la Constitución camuflada.
A este respecto, en 2024 la conmemoración del Día del Ejército Mexicano se torna particularmente especial porque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha transferido tareas inéditas a las Fuerzas Armadas. Algo que ni el propio expresidente Felipe Calderón imaginó en sus mayores delirios cuando abiertamente le declaró la guerra al crimen organizado durante su sexenio.
Antes que responder a una administración específica, a un lapso de tiempo particular, o a los caprichos de algún presidente, parecería entonces que la concentración de poder político del Ejército responde a una serie de dinámicas estructurales y factores culturales que favorecen que, cada vez que se detecta un problema complejo en México, en particular si existen condiciones de corrupción, se confía en las Fuerzas Armadas para solucionarlo.
¿Por qué? Por lo mismo que Enrique Peña Nieto, Vicente Fox y Ernesto Zedillo lo han hecho, porque en este entorno es mucho más sencillo ignorar la Constitución para echar mano del abuso y la impunidad del sector castrense, siguiendo una larga estela en donde el orden civil no termina de delimitar al orden castrense.
La constante presencia del Ejército, así como su desmesurada concentración de poder político, han dejado de ser situaciones excepcionales, son cuestiones mucho más arraigadas que nos permiten entender la dimensión de la crisis de legalidad por las que atraviesa el país desde hace años.
Basta ya de lavaditos de cara afirmando que los militares son “pueblo uniformado”, para envolverse en un trivial patriotismo que poco abona a la construcción de un entorno donde la legalidad prime sobre la violencia. Hoy en día, el poder del Ejército ha rebasado por completo a la Constitución. Y, lamentablemente, no solo es que a muy pocos les importa, sino que quienes aspiran a gobernar este país en el futuro están haciendo todo lo posible para justificarlo y normalizarlo.
Por eso, este día del Ejército, mientras la ciudadanía no tiene nada que festejar, los militares estarán de plácemes. Pues queda claro que esta celebración durará no solo veinticuatro horas sino todavía unos cuantos sexenios más. O hasta que la Constitución ya no resista.
Muchas festividades nacionales pasan inadvertidas, pero el Día del Ejército tiene implicaciones en nuestra vida cotidiana. Hoy los militares desafían los límites impuestos por la Constitución y a muy pocos les preocupa. La militarización avanza y solo ellos tendrán razones para celebrar.
Desde hace tiempo en México nos hemos acostumbrado a que cada día del mes, aparentemente, se festeje algo. Da igual qué, toda excusa es buena para ensalzar ciertos acontecimientos.
Así, tan solo durante febrero, de manera inadvertida somos parte del Día Nacional del Ajolote, del Día de los Humedales, del Amor y la Amistad, del Día de la Constitución, de la Fuerza Aérea Mexicana, de la Bandera, el Día Internacional del Implante Coclear y del Día Mundial de la Radio, entre algunos otros.
Más allá del 14 de febrero, día que se celebra con ímpetu colectivo, para una gran mayoría de personas estas festividades suelen pasar desapercibidas, acaso como datos curiosos y anecdóticos que se olvidan rápidamente.
De tal forma que, en nuestro país, a reserva de unas cuantas excepciones, las conmemoraciones no resultan tan conmemorativas y los días festivos se tornan intrascendentes.
Sin embargo, existe una celebración en el calendario que, independientemente de su fecha y duración, es difícil ignorar en el día a día, pues sus alcances atraviesan múltiples aspectos de la vida cotidiana: el Día del Ejército Mexicano.
Pero vale la pena aclarar que, aunque a todas las personas les afecta la participación de los militares en democracia, los ánimos festivos no se reparten de igual manera. Mientras algunos exaltan al Ejército y lo dotan de mayores recursos y atribuciones, otros encuentran motivos para preocuparse por su renovada integración en la vida pública.
También te puede interesar leer: "La salud mental del Ejército: la otra cara de la guerra contra el narco".
Encontrando su antecedente un 19 de febrero de 1913, cuando el Congreso de Coahuila desconoció al gobierno de Victoriano Huerta y otorgó facultades a Venustiano Carranza para crear una Fuerza Armada y restablecer el orden constitucional, el Día del Ejército Mexicano fue instituido en 1950 por Miguel Alemán Valdés.
El dato no es menor a pesar de lo paradójico que puede resultar, pues Alemán fue el primer presidente civil en la historia del país, tras una larga lista de caudillos y generales que gobernaron México desde 1824.
Ahora bien, no es que las personas que forman parte del Ejército no tengan la posibilidad de convertirse en mandatarios, o que el solo hecho de que la nación sea gobernada por un comandante militar signifique que realizará un mal trabajo. Las experiencias son heterogéneas a lo largo de nuestra historia patria.
Sin embargo, no cabe duda de que la lógica que sigue la milicia difiere diametralmente de la que se esperaría del orden civil. No solo en aspectos relativos a la disciplina, la jerarquía o el hermetismo en las dinámicas de la corporación, sino también en temas relacionados con la comprensión de los derechos humanos.
De ahí que desde hace tiempo haya sido un imperativo democrático en México el establecimiento de límites al Ejército a través de la Constitución, como diferenciando cada vez de manera más clara la esfera civil de la militar, en aras de evitar que las autoridades castrenses se inmiscuyan en las labores cotidianas de la ciudadanía.
Por eso, si un militar quiere contender por un cargo de elección popular y ejercer el poder político, es necesario que no se encuentre en activo por lo menos seis meses antes de la elección. En lo relativo a sus labores, el texto constitucional no deja ninguna duda, pues prescribe que: “En tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.
No obstante, a pesar de lo que dicta el máximo ordenamiento, la realidad resulta muy pero muy distinta. Ya que cotidianamente vemos a los militares en las calles, tanto construyendo como administrando aeropuertos, controlando aduanas, entregando libros de texto gratuitos y suministros médicos, combatiendo el robo de combustible, encargándose de la seguridad al interior del país y al mismo tiempo respondiendo ante desastres naturales, ayudando a la limpia del sargazo, pero también devastando el sureste del país para echar a andar un tren ecocida, entre muchas otras actividades.
En resumidas cuentas: hoy en día vemos al Ejército desplegando una gran influencia sobre el poder político al cumplir funciones que no tienen ninguna conexión con su disciplina. En pocas palabras: la Constitución camuflada.
A este respecto, en 2024 la conmemoración del Día del Ejército Mexicano se torna particularmente especial porque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha transferido tareas inéditas a las Fuerzas Armadas. Algo que ni el propio expresidente Felipe Calderón imaginó en sus mayores delirios cuando abiertamente le declaró la guerra al crimen organizado durante su sexenio.
Antes que responder a una administración específica, a un lapso de tiempo particular, o a los caprichos de algún presidente, parecería entonces que la concentración de poder político del Ejército responde a una serie de dinámicas estructurales y factores culturales que favorecen que, cada vez que se detecta un problema complejo en México, en particular si existen condiciones de corrupción, se confía en las Fuerzas Armadas para solucionarlo.
¿Por qué? Por lo mismo que Enrique Peña Nieto, Vicente Fox y Ernesto Zedillo lo han hecho, porque en este entorno es mucho más sencillo ignorar la Constitución para echar mano del abuso y la impunidad del sector castrense, siguiendo una larga estela en donde el orden civil no termina de delimitar al orden castrense.
La constante presencia del Ejército, así como su desmesurada concentración de poder político, han dejado de ser situaciones excepcionales, son cuestiones mucho más arraigadas que nos permiten entender la dimensión de la crisis de legalidad por las que atraviesa el país desde hace años.
Basta ya de lavaditos de cara afirmando que los militares son “pueblo uniformado”, para envolverse en un trivial patriotismo que poco abona a la construcción de un entorno donde la legalidad prime sobre la violencia. Hoy en día, el poder del Ejército ha rebasado por completo a la Constitución. Y, lamentablemente, no solo es que a muy pocos les importa, sino que quienes aspiran a gobernar este país en el futuro están haciendo todo lo posible para justificarlo y normalizarlo.
Por eso, este día del Ejército, mientras la ciudadanía no tiene nada que festejar, los militares estarán de plácemes. Pues queda claro que esta celebración durará no solo veinticuatro horas sino todavía unos cuantos sexenios más. O hasta que la Constitución ya no resista.
Día del Ejército Mexicano, febrero de 2017. Fotografía: Presidencia de la República.
Muchas festividades nacionales pasan inadvertidas, pero el Día del Ejército tiene implicaciones en nuestra vida cotidiana. Hoy los militares desafían los límites impuestos por la Constitución y a muy pocos les preocupa. La militarización avanza y solo ellos tendrán razones para celebrar.
Desde hace tiempo en México nos hemos acostumbrado a que cada día del mes, aparentemente, se festeje algo. Da igual qué, toda excusa es buena para ensalzar ciertos acontecimientos.
Así, tan solo durante febrero, de manera inadvertida somos parte del Día Nacional del Ajolote, del Día de los Humedales, del Amor y la Amistad, del Día de la Constitución, de la Fuerza Aérea Mexicana, de la Bandera, el Día Internacional del Implante Coclear y del Día Mundial de la Radio, entre algunos otros.
Más allá del 14 de febrero, día que se celebra con ímpetu colectivo, para una gran mayoría de personas estas festividades suelen pasar desapercibidas, acaso como datos curiosos y anecdóticos que se olvidan rápidamente.
De tal forma que, en nuestro país, a reserva de unas cuantas excepciones, las conmemoraciones no resultan tan conmemorativas y los días festivos se tornan intrascendentes.
Sin embargo, existe una celebración en el calendario que, independientemente de su fecha y duración, es difícil ignorar en el día a día, pues sus alcances atraviesan múltiples aspectos de la vida cotidiana: el Día del Ejército Mexicano.
Pero vale la pena aclarar que, aunque a todas las personas les afecta la participación de los militares en democracia, los ánimos festivos no se reparten de igual manera. Mientras algunos exaltan al Ejército y lo dotan de mayores recursos y atribuciones, otros encuentran motivos para preocuparse por su renovada integración en la vida pública.
También te puede interesar leer: "La salud mental del Ejército: la otra cara de la guerra contra el narco".
Encontrando su antecedente un 19 de febrero de 1913, cuando el Congreso de Coahuila desconoció al gobierno de Victoriano Huerta y otorgó facultades a Venustiano Carranza para crear una Fuerza Armada y restablecer el orden constitucional, el Día del Ejército Mexicano fue instituido en 1950 por Miguel Alemán Valdés.
El dato no es menor a pesar de lo paradójico que puede resultar, pues Alemán fue el primer presidente civil en la historia del país, tras una larga lista de caudillos y generales que gobernaron México desde 1824.
Ahora bien, no es que las personas que forman parte del Ejército no tengan la posibilidad de convertirse en mandatarios, o que el solo hecho de que la nación sea gobernada por un comandante militar signifique que realizará un mal trabajo. Las experiencias son heterogéneas a lo largo de nuestra historia patria.
Sin embargo, no cabe duda de que la lógica que sigue la milicia difiere diametralmente de la que se esperaría del orden civil. No solo en aspectos relativos a la disciplina, la jerarquía o el hermetismo en las dinámicas de la corporación, sino también en temas relacionados con la comprensión de los derechos humanos.
De ahí que desde hace tiempo haya sido un imperativo democrático en México el establecimiento de límites al Ejército a través de la Constitución, como diferenciando cada vez de manera más clara la esfera civil de la militar, en aras de evitar que las autoridades castrenses se inmiscuyan en las labores cotidianas de la ciudadanía.
Por eso, si un militar quiere contender por un cargo de elección popular y ejercer el poder político, es necesario que no se encuentre en activo por lo menos seis meses antes de la elección. En lo relativo a sus labores, el texto constitucional no deja ninguna duda, pues prescribe que: “En tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.
No obstante, a pesar de lo que dicta el máximo ordenamiento, la realidad resulta muy pero muy distinta. Ya que cotidianamente vemos a los militares en las calles, tanto construyendo como administrando aeropuertos, controlando aduanas, entregando libros de texto gratuitos y suministros médicos, combatiendo el robo de combustible, encargándose de la seguridad al interior del país y al mismo tiempo respondiendo ante desastres naturales, ayudando a la limpia del sargazo, pero también devastando el sureste del país para echar a andar un tren ecocida, entre muchas otras actividades.
En resumidas cuentas: hoy en día vemos al Ejército desplegando una gran influencia sobre el poder político al cumplir funciones que no tienen ninguna conexión con su disciplina. En pocas palabras: la Constitución camuflada.
A este respecto, en 2024 la conmemoración del Día del Ejército Mexicano se torna particularmente especial porque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha transferido tareas inéditas a las Fuerzas Armadas. Algo que ni el propio expresidente Felipe Calderón imaginó en sus mayores delirios cuando abiertamente le declaró la guerra al crimen organizado durante su sexenio.
Antes que responder a una administración específica, a un lapso de tiempo particular, o a los caprichos de algún presidente, parecería entonces que la concentración de poder político del Ejército responde a una serie de dinámicas estructurales y factores culturales que favorecen que, cada vez que se detecta un problema complejo en México, en particular si existen condiciones de corrupción, se confía en las Fuerzas Armadas para solucionarlo.
¿Por qué? Por lo mismo que Enrique Peña Nieto, Vicente Fox y Ernesto Zedillo lo han hecho, porque en este entorno es mucho más sencillo ignorar la Constitución para echar mano del abuso y la impunidad del sector castrense, siguiendo una larga estela en donde el orden civil no termina de delimitar al orden castrense.
La constante presencia del Ejército, así como su desmesurada concentración de poder político, han dejado de ser situaciones excepcionales, son cuestiones mucho más arraigadas que nos permiten entender la dimensión de la crisis de legalidad por las que atraviesa el país desde hace años.
Basta ya de lavaditos de cara afirmando que los militares son “pueblo uniformado”, para envolverse en un trivial patriotismo que poco abona a la construcción de un entorno donde la legalidad prime sobre la violencia. Hoy en día, el poder del Ejército ha rebasado por completo a la Constitución. Y, lamentablemente, no solo es que a muy pocos les importa, sino que quienes aspiran a gobernar este país en el futuro están haciendo todo lo posible para justificarlo y normalizarlo.
Por eso, este día del Ejército, mientras la ciudadanía no tiene nada que festejar, los militares estarán de plácemes. Pues queda claro que esta celebración durará no solo veinticuatro horas sino todavía unos cuantos sexenios más. O hasta que la Constitución ya no resista.
Muchas festividades nacionales pasan inadvertidas, pero el Día del Ejército tiene implicaciones en nuestra vida cotidiana. Hoy los militares desafían los límites impuestos por la Constitución y a muy pocos les preocupa. La militarización avanza y solo ellos tendrán razones para celebrar.
Desde hace tiempo en México nos hemos acostumbrado a que cada día del mes, aparentemente, se festeje algo. Da igual qué, toda excusa es buena para ensalzar ciertos acontecimientos.
Así, tan solo durante febrero, de manera inadvertida somos parte del Día Nacional del Ajolote, del Día de los Humedales, del Amor y la Amistad, del Día de la Constitución, de la Fuerza Aérea Mexicana, de la Bandera, el Día Internacional del Implante Coclear y del Día Mundial de la Radio, entre algunos otros.
Más allá del 14 de febrero, día que se celebra con ímpetu colectivo, para una gran mayoría de personas estas festividades suelen pasar desapercibidas, acaso como datos curiosos y anecdóticos que se olvidan rápidamente.
De tal forma que, en nuestro país, a reserva de unas cuantas excepciones, las conmemoraciones no resultan tan conmemorativas y los días festivos se tornan intrascendentes.
Sin embargo, existe una celebración en el calendario que, independientemente de su fecha y duración, es difícil ignorar en el día a día, pues sus alcances atraviesan múltiples aspectos de la vida cotidiana: el Día del Ejército Mexicano.
Pero vale la pena aclarar que, aunque a todas las personas les afecta la participación de los militares en democracia, los ánimos festivos no se reparten de igual manera. Mientras algunos exaltan al Ejército y lo dotan de mayores recursos y atribuciones, otros encuentran motivos para preocuparse por su renovada integración en la vida pública.
También te puede interesar leer: "La salud mental del Ejército: la otra cara de la guerra contra el narco".
Encontrando su antecedente un 19 de febrero de 1913, cuando el Congreso de Coahuila desconoció al gobierno de Victoriano Huerta y otorgó facultades a Venustiano Carranza para crear una Fuerza Armada y restablecer el orden constitucional, el Día del Ejército Mexicano fue instituido en 1950 por Miguel Alemán Valdés.
El dato no es menor a pesar de lo paradójico que puede resultar, pues Alemán fue el primer presidente civil en la historia del país, tras una larga lista de caudillos y generales que gobernaron México desde 1824.
Ahora bien, no es que las personas que forman parte del Ejército no tengan la posibilidad de convertirse en mandatarios, o que el solo hecho de que la nación sea gobernada por un comandante militar signifique que realizará un mal trabajo. Las experiencias son heterogéneas a lo largo de nuestra historia patria.
Sin embargo, no cabe duda de que la lógica que sigue la milicia difiere diametralmente de la que se esperaría del orden civil. No solo en aspectos relativos a la disciplina, la jerarquía o el hermetismo en las dinámicas de la corporación, sino también en temas relacionados con la comprensión de los derechos humanos.
De ahí que desde hace tiempo haya sido un imperativo democrático en México el establecimiento de límites al Ejército a través de la Constitución, como diferenciando cada vez de manera más clara la esfera civil de la militar, en aras de evitar que las autoridades castrenses se inmiscuyan en las labores cotidianas de la ciudadanía.
Por eso, si un militar quiere contender por un cargo de elección popular y ejercer el poder político, es necesario que no se encuentre en activo por lo menos seis meses antes de la elección. En lo relativo a sus labores, el texto constitucional no deja ninguna duda, pues prescribe que: “En tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.
No obstante, a pesar de lo que dicta el máximo ordenamiento, la realidad resulta muy pero muy distinta. Ya que cotidianamente vemos a los militares en las calles, tanto construyendo como administrando aeropuertos, controlando aduanas, entregando libros de texto gratuitos y suministros médicos, combatiendo el robo de combustible, encargándose de la seguridad al interior del país y al mismo tiempo respondiendo ante desastres naturales, ayudando a la limpia del sargazo, pero también devastando el sureste del país para echar a andar un tren ecocida, entre muchas otras actividades.
En resumidas cuentas: hoy en día vemos al Ejército desplegando una gran influencia sobre el poder político al cumplir funciones que no tienen ninguna conexión con su disciplina. En pocas palabras: la Constitución camuflada.
A este respecto, en 2024 la conmemoración del Día del Ejército Mexicano se torna particularmente especial porque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha transferido tareas inéditas a las Fuerzas Armadas. Algo que ni el propio expresidente Felipe Calderón imaginó en sus mayores delirios cuando abiertamente le declaró la guerra al crimen organizado durante su sexenio.
Antes que responder a una administración específica, a un lapso de tiempo particular, o a los caprichos de algún presidente, parecería entonces que la concentración de poder político del Ejército responde a una serie de dinámicas estructurales y factores culturales que favorecen que, cada vez que se detecta un problema complejo en México, en particular si existen condiciones de corrupción, se confía en las Fuerzas Armadas para solucionarlo.
¿Por qué? Por lo mismo que Enrique Peña Nieto, Vicente Fox y Ernesto Zedillo lo han hecho, porque en este entorno es mucho más sencillo ignorar la Constitución para echar mano del abuso y la impunidad del sector castrense, siguiendo una larga estela en donde el orden civil no termina de delimitar al orden castrense.
La constante presencia del Ejército, así como su desmesurada concentración de poder político, han dejado de ser situaciones excepcionales, son cuestiones mucho más arraigadas que nos permiten entender la dimensión de la crisis de legalidad por las que atraviesa el país desde hace años.
Basta ya de lavaditos de cara afirmando que los militares son “pueblo uniformado”, para envolverse en un trivial patriotismo que poco abona a la construcción de un entorno donde la legalidad prime sobre la violencia. Hoy en día, el poder del Ejército ha rebasado por completo a la Constitución. Y, lamentablemente, no solo es que a muy pocos les importa, sino que quienes aspiran a gobernar este país en el futuro están haciendo todo lo posible para justificarlo y normalizarlo.
Por eso, este día del Ejército, mientras la ciudadanía no tiene nada que festejar, los militares estarán de plácemes. Pues queda claro que esta celebración durará no solo veinticuatro horas sino todavía unos cuantos sexenios más. O hasta que la Constitución ya no resista.
Día del Ejército Mexicano, febrero de 2017. Fotografía: Presidencia de la República.
Muchas festividades nacionales pasan inadvertidas, pero el Día del Ejército tiene implicaciones en nuestra vida cotidiana. Hoy los militares desafían los límites impuestos por la Constitución y a muy pocos les preocupa. La militarización avanza y solo ellos tendrán razones para celebrar.
Desde hace tiempo en México nos hemos acostumbrado a que cada día del mes, aparentemente, se festeje algo. Da igual qué, toda excusa es buena para ensalzar ciertos acontecimientos.
Así, tan solo durante febrero, de manera inadvertida somos parte del Día Nacional del Ajolote, del Día de los Humedales, del Amor y la Amistad, del Día de la Constitución, de la Fuerza Aérea Mexicana, de la Bandera, el Día Internacional del Implante Coclear y del Día Mundial de la Radio, entre algunos otros.
Más allá del 14 de febrero, día que se celebra con ímpetu colectivo, para una gran mayoría de personas estas festividades suelen pasar desapercibidas, acaso como datos curiosos y anecdóticos que se olvidan rápidamente.
De tal forma que, en nuestro país, a reserva de unas cuantas excepciones, las conmemoraciones no resultan tan conmemorativas y los días festivos se tornan intrascendentes.
Sin embargo, existe una celebración en el calendario que, independientemente de su fecha y duración, es difícil ignorar en el día a día, pues sus alcances atraviesan múltiples aspectos de la vida cotidiana: el Día del Ejército Mexicano.
Pero vale la pena aclarar que, aunque a todas las personas les afecta la participación de los militares en democracia, los ánimos festivos no se reparten de igual manera. Mientras algunos exaltan al Ejército y lo dotan de mayores recursos y atribuciones, otros encuentran motivos para preocuparse por su renovada integración en la vida pública.
También te puede interesar leer: "La salud mental del Ejército: la otra cara de la guerra contra el narco".
Encontrando su antecedente un 19 de febrero de 1913, cuando el Congreso de Coahuila desconoció al gobierno de Victoriano Huerta y otorgó facultades a Venustiano Carranza para crear una Fuerza Armada y restablecer el orden constitucional, el Día del Ejército Mexicano fue instituido en 1950 por Miguel Alemán Valdés.
El dato no es menor a pesar de lo paradójico que puede resultar, pues Alemán fue el primer presidente civil en la historia del país, tras una larga lista de caudillos y generales que gobernaron México desde 1824.
Ahora bien, no es que las personas que forman parte del Ejército no tengan la posibilidad de convertirse en mandatarios, o que el solo hecho de que la nación sea gobernada por un comandante militar signifique que realizará un mal trabajo. Las experiencias son heterogéneas a lo largo de nuestra historia patria.
Sin embargo, no cabe duda de que la lógica que sigue la milicia difiere diametralmente de la que se esperaría del orden civil. No solo en aspectos relativos a la disciplina, la jerarquía o el hermetismo en las dinámicas de la corporación, sino también en temas relacionados con la comprensión de los derechos humanos.
De ahí que desde hace tiempo haya sido un imperativo democrático en México el establecimiento de límites al Ejército a través de la Constitución, como diferenciando cada vez de manera más clara la esfera civil de la militar, en aras de evitar que las autoridades castrenses se inmiscuyan en las labores cotidianas de la ciudadanía.
Por eso, si un militar quiere contender por un cargo de elección popular y ejercer el poder político, es necesario que no se encuentre en activo por lo menos seis meses antes de la elección. En lo relativo a sus labores, el texto constitucional no deja ninguna duda, pues prescribe que: “En tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.
No obstante, a pesar de lo que dicta el máximo ordenamiento, la realidad resulta muy pero muy distinta. Ya que cotidianamente vemos a los militares en las calles, tanto construyendo como administrando aeropuertos, controlando aduanas, entregando libros de texto gratuitos y suministros médicos, combatiendo el robo de combustible, encargándose de la seguridad al interior del país y al mismo tiempo respondiendo ante desastres naturales, ayudando a la limpia del sargazo, pero también devastando el sureste del país para echar a andar un tren ecocida, entre muchas otras actividades.
En resumidas cuentas: hoy en día vemos al Ejército desplegando una gran influencia sobre el poder político al cumplir funciones que no tienen ninguna conexión con su disciplina. En pocas palabras: la Constitución camuflada.
A este respecto, en 2024 la conmemoración del Día del Ejército Mexicano se torna particularmente especial porque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha transferido tareas inéditas a las Fuerzas Armadas. Algo que ni el propio expresidente Felipe Calderón imaginó en sus mayores delirios cuando abiertamente le declaró la guerra al crimen organizado durante su sexenio.
Antes que responder a una administración específica, a un lapso de tiempo particular, o a los caprichos de algún presidente, parecería entonces que la concentración de poder político del Ejército responde a una serie de dinámicas estructurales y factores culturales que favorecen que, cada vez que se detecta un problema complejo en México, en particular si existen condiciones de corrupción, se confía en las Fuerzas Armadas para solucionarlo.
¿Por qué? Por lo mismo que Enrique Peña Nieto, Vicente Fox y Ernesto Zedillo lo han hecho, porque en este entorno es mucho más sencillo ignorar la Constitución para echar mano del abuso y la impunidad del sector castrense, siguiendo una larga estela en donde el orden civil no termina de delimitar al orden castrense.
La constante presencia del Ejército, así como su desmesurada concentración de poder político, han dejado de ser situaciones excepcionales, son cuestiones mucho más arraigadas que nos permiten entender la dimensión de la crisis de legalidad por las que atraviesa el país desde hace años.
Basta ya de lavaditos de cara afirmando que los militares son “pueblo uniformado”, para envolverse en un trivial patriotismo que poco abona a la construcción de un entorno donde la legalidad prime sobre la violencia. Hoy en día, el poder del Ejército ha rebasado por completo a la Constitución. Y, lamentablemente, no solo es que a muy pocos les importa, sino que quienes aspiran a gobernar este país en el futuro están haciendo todo lo posible para justificarlo y normalizarlo.
Por eso, este día del Ejército, mientras la ciudadanía no tiene nada que festejar, los militares estarán de plácemes. Pues queda claro que esta celebración durará no solo veinticuatro horas sino todavía unos cuantos sexenios más. O hasta que la Constitución ya no resista.
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