Hace más de una década, el icónico cineasta y artista multidisciplinario galés Peter Greenaway —responsable de cintas como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1988) y la multimedia Nightwatching (2007)— declaró la muerte del cine. Con una carrera que abarca más de cuatro décadas, este realizador con formación en la pintura ha dedicado su obra a intentar reinventar el medio por el que es mejor conocido: la cinematografía. Su más reciente película, Eisenstein en Guanajuato —que se estrenará en México en enero de 2016—, es una controversial carta de amor a uno de los héroes de Greenaway, el legendario cineasta ruso de principios del siglo XX, Sergei Eisenstein. La cinta tiene como protagonista al finlandés Elmer Bäck y cuenta con la participación del mexicano Luis Alberti como Palomino Cañedo; quien interpreta al amante y guía turístico de Eisenstein durante su paso por México en 1931, mientras intentaba levantar su producción inconclusa ¡Que viva México!.
“He estudiado a Eisenstein desde que era un alumno en la escuela de arte en Londres, a finales de los años sesenta”, cuenta Greenaway a las afueras de un hotel en Morelia, ciudad que visitó para el estreno latinoamericano de esta cinta, durante el 13º Festival Internacional de Cine de Morelia. Pragmático y directo, al más puro estilo británico, Greenaway responde cada pregunta como si impartiera cátedra, enfundado en el mismo traje azul a rayas que vistiera la noche anterior en la inauguración del festival. “Entonces era muy joven y me intrigaba este hombre extraordinario que se tomaba su cine muy, muy en serio”.
La formación de Greenaway en las artes plásticas lo ha llevado a experimentar con diversas plataformas, desde la composición de librettos para óperas multimedia, hasta el performance con animación en 3D y proyecciones lumínicas. Uno de sus proyectos, la ópera 100 objetos para nombrar al mundo, lo trajo a México en 2000, para presentarse en el Festival Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, donde a principios de los años treinta vivió su ídolo, Sergei Eisenstein. Fascinado por el despliegue de colores en la flora y arquitectura de la ciudad, Greenaway contempló la posibilidad de hacer una película sobre el paso del cineasta ruso por la ciudad de Guanajuato.
Eisenstein en Guanajuato explora una faceta poco conocida del ídolo ruso, la del hombre presa de pasiones carnales, que le trajo a Greenaway algunos conflictos con las autoridades rusas por la temática de la cinta: la relación homosexual entre el cineasta y un guía de turistas, estudiante de religiones comparadas. Aunque la relación está documentada en una serie de cartas hechas públicas por el propio gobierno ruso, Peter Greenaway llegó incluso a recibir amenazas por abordar esta etapa en la vida de uno de los principales representantes de la cultura rusa. La controversia era de esperarse, pues además de retratar una época de frustración creativa para Eisenstein, relata su despertar sexual, lejos de la conservadora Unión Soviética.
La película es un caso de edición y montaje interesante, ya que es perfectamente simétrica de principio a fin, como parte del homenaje de Greenaway a Eisenstein, cuya habilidad como editor era destacada. “Esta película tiene una edición artificial muy consciente”, explica el cineasta. “Está llena de juegos y acertijos, usamos el celuloide clásico para filmar pero tiene muchos trucos digitales. La primera toma es igual a la última, la segunda a la penúltima. Es como un club sándwich”.
Puede que sostenga su tesis de que el cine ha muerto y no hay forma de resucitarlo, pero cuando Greenaway habla sobre el tema —y especialmente sobre su ídolo—, se expresa con pasión inusitada. “¿Es el cine un entretenimiento efímero y desechable?, ¿o tiene algo importante que decir, como las novelas del siglo XIX o las sinfonías del XVIII?”, el cineasta se cuestiona. “El cine debería ser polémico y provocativo. Mi cine te exige que trabajes mientras ves la película, como cuando escuchas una pieza musical o miras una obra de teatro. Creo que puedo considerar una película exitosa si, cuando estás atento, la experiencia se vuelve más valiosa”, concluye.
No items found.
No items found.
No items found.
No items found.
En su nuevo largometraje Eisenstein en Guanajuato, el galés Peter Greenaway explora un episodio controversial en la vida de Sergei Eisenstein.
Hace más de una década, el icónico cineasta y artista multidisciplinario galés Peter Greenaway —responsable de cintas como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1988) y la multimedia Nightwatching (2007)— declaró la muerte del cine. Con una carrera que abarca más de cuatro décadas, este realizador con formación en la pintura ha dedicado su obra a intentar reinventar el medio por el que es mejor conocido: la cinematografía. Su más reciente película, Eisenstein en Guanajuato —que se estrenará en México en enero de 2016—, es una controversial carta de amor a uno de los héroes de Greenaway, el legendario cineasta ruso de principios del siglo XX, Sergei Eisenstein. La cinta tiene como protagonista al finlandés Elmer Bäck y cuenta con la participación del mexicano Luis Alberti como Palomino Cañedo; quien interpreta al amante y guía turístico de Eisenstein durante su paso por México en 1931, mientras intentaba levantar su producción inconclusa ¡Que viva México!.
“He estudiado a Eisenstein desde que era un alumno en la escuela de arte en Londres, a finales de los años sesenta”, cuenta Greenaway a las afueras de un hotel en Morelia, ciudad que visitó para el estreno latinoamericano de esta cinta, durante el 13º Festival Internacional de Cine de Morelia. Pragmático y directo, al más puro estilo británico, Greenaway responde cada pregunta como si impartiera cátedra, enfundado en el mismo traje azul a rayas que vistiera la noche anterior en la inauguración del festival. “Entonces era muy joven y me intrigaba este hombre extraordinario que se tomaba su cine muy, muy en serio”.
La formación de Greenaway en las artes plásticas lo ha llevado a experimentar con diversas plataformas, desde la composición de librettos para óperas multimedia, hasta el performance con animación en 3D y proyecciones lumínicas. Uno de sus proyectos, la ópera 100 objetos para nombrar al mundo, lo trajo a México en 2000, para presentarse en el Festival Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, donde a principios de los años treinta vivió su ídolo, Sergei Eisenstein. Fascinado por el despliegue de colores en la flora y arquitectura de la ciudad, Greenaway contempló la posibilidad de hacer una película sobre el paso del cineasta ruso por la ciudad de Guanajuato.
Eisenstein en Guanajuato explora una faceta poco conocida del ídolo ruso, la del hombre presa de pasiones carnales, que le trajo a Greenaway algunos conflictos con las autoridades rusas por la temática de la cinta: la relación homosexual entre el cineasta y un guía de turistas, estudiante de religiones comparadas. Aunque la relación está documentada en una serie de cartas hechas públicas por el propio gobierno ruso, Peter Greenaway llegó incluso a recibir amenazas por abordar esta etapa en la vida de uno de los principales representantes de la cultura rusa. La controversia era de esperarse, pues además de retratar una época de frustración creativa para Eisenstein, relata su despertar sexual, lejos de la conservadora Unión Soviética.
La película es un caso de edición y montaje interesante, ya que es perfectamente simétrica de principio a fin, como parte del homenaje de Greenaway a Eisenstein, cuya habilidad como editor era destacada. “Esta película tiene una edición artificial muy consciente”, explica el cineasta. “Está llena de juegos y acertijos, usamos el celuloide clásico para filmar pero tiene muchos trucos digitales. La primera toma es igual a la última, la segunda a la penúltima. Es como un club sándwich”.
Puede que sostenga su tesis de que el cine ha muerto y no hay forma de resucitarlo, pero cuando Greenaway habla sobre el tema —y especialmente sobre su ídolo—, se expresa con pasión inusitada. “¿Es el cine un entretenimiento efímero y desechable?, ¿o tiene algo importante que decir, como las novelas del siglo XIX o las sinfonías del XVIII?”, el cineasta se cuestiona. “El cine debería ser polémico y provocativo. Mi cine te exige que trabajes mientras ves la película, como cuando escuchas una pieza musical o miras una obra de teatro. Creo que puedo considerar una película exitosa si, cuando estás atento, la experiencia se vuelve más valiosa”, concluye.
En su nuevo largometraje Eisenstein en Guanajuato, el galés Peter Greenaway explora un episodio controversial en la vida de Sergei Eisenstein.
Hace más de una década, el icónico cineasta y artista multidisciplinario galés Peter Greenaway —responsable de cintas como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1988) y la multimedia Nightwatching (2007)— declaró la muerte del cine. Con una carrera que abarca más de cuatro décadas, este realizador con formación en la pintura ha dedicado su obra a intentar reinventar el medio por el que es mejor conocido: la cinematografía. Su más reciente película, Eisenstein en Guanajuato —que se estrenará en México en enero de 2016—, es una controversial carta de amor a uno de los héroes de Greenaway, el legendario cineasta ruso de principios del siglo XX, Sergei Eisenstein. La cinta tiene como protagonista al finlandés Elmer Bäck y cuenta con la participación del mexicano Luis Alberti como Palomino Cañedo; quien interpreta al amante y guía turístico de Eisenstein durante su paso por México en 1931, mientras intentaba levantar su producción inconclusa ¡Que viva México!.
“He estudiado a Eisenstein desde que era un alumno en la escuela de arte en Londres, a finales de los años sesenta”, cuenta Greenaway a las afueras de un hotel en Morelia, ciudad que visitó para el estreno latinoamericano de esta cinta, durante el 13º Festival Internacional de Cine de Morelia. Pragmático y directo, al más puro estilo británico, Greenaway responde cada pregunta como si impartiera cátedra, enfundado en el mismo traje azul a rayas que vistiera la noche anterior en la inauguración del festival. “Entonces era muy joven y me intrigaba este hombre extraordinario que se tomaba su cine muy, muy en serio”.
La formación de Greenaway en las artes plásticas lo ha llevado a experimentar con diversas plataformas, desde la composición de librettos para óperas multimedia, hasta el performance con animación en 3D y proyecciones lumínicas. Uno de sus proyectos, la ópera 100 objetos para nombrar al mundo, lo trajo a México en 2000, para presentarse en el Festival Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, donde a principios de los años treinta vivió su ídolo, Sergei Eisenstein. Fascinado por el despliegue de colores en la flora y arquitectura de la ciudad, Greenaway contempló la posibilidad de hacer una película sobre el paso del cineasta ruso por la ciudad de Guanajuato.
Eisenstein en Guanajuato explora una faceta poco conocida del ídolo ruso, la del hombre presa de pasiones carnales, que le trajo a Greenaway algunos conflictos con las autoridades rusas por la temática de la cinta: la relación homosexual entre el cineasta y un guía de turistas, estudiante de religiones comparadas. Aunque la relación está documentada en una serie de cartas hechas públicas por el propio gobierno ruso, Peter Greenaway llegó incluso a recibir amenazas por abordar esta etapa en la vida de uno de los principales representantes de la cultura rusa. La controversia era de esperarse, pues además de retratar una época de frustración creativa para Eisenstein, relata su despertar sexual, lejos de la conservadora Unión Soviética.
La película es un caso de edición y montaje interesante, ya que es perfectamente simétrica de principio a fin, como parte del homenaje de Greenaway a Eisenstein, cuya habilidad como editor era destacada. “Esta película tiene una edición artificial muy consciente”, explica el cineasta. “Está llena de juegos y acertijos, usamos el celuloide clásico para filmar pero tiene muchos trucos digitales. La primera toma es igual a la última, la segunda a la penúltima. Es como un club sándwich”.
Puede que sostenga su tesis de que el cine ha muerto y no hay forma de resucitarlo, pero cuando Greenaway habla sobre el tema —y especialmente sobre su ídolo—, se expresa con pasión inusitada. “¿Es el cine un entretenimiento efímero y desechable?, ¿o tiene algo importante que decir, como las novelas del siglo XIX o las sinfonías del XVIII?”, el cineasta se cuestiona. “El cine debería ser polémico y provocativo. Mi cine te exige que trabajes mientras ves la película, como cuando escuchas una pieza musical o miras una obra de teatro. Creo que puedo considerar una película exitosa si, cuando estás atento, la experiencia se vuelve más valiosa”, concluye.
En su nuevo largometraje Eisenstein en Guanajuato, el galés Peter Greenaway explora un episodio controversial en la vida de Sergei Eisenstein.
Hace más de una década, el icónico cineasta y artista multidisciplinario galés Peter Greenaway —responsable de cintas como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1988) y la multimedia Nightwatching (2007)— declaró la muerte del cine. Con una carrera que abarca más de cuatro décadas, este realizador con formación en la pintura ha dedicado su obra a intentar reinventar el medio por el que es mejor conocido: la cinematografía. Su más reciente película, Eisenstein en Guanajuato —que se estrenará en México en enero de 2016—, es una controversial carta de amor a uno de los héroes de Greenaway, el legendario cineasta ruso de principios del siglo XX, Sergei Eisenstein. La cinta tiene como protagonista al finlandés Elmer Bäck y cuenta con la participación del mexicano Luis Alberti como Palomino Cañedo; quien interpreta al amante y guía turístico de Eisenstein durante su paso por México en 1931, mientras intentaba levantar su producción inconclusa ¡Que viva México!.
“He estudiado a Eisenstein desde que era un alumno en la escuela de arte en Londres, a finales de los años sesenta”, cuenta Greenaway a las afueras de un hotel en Morelia, ciudad que visitó para el estreno latinoamericano de esta cinta, durante el 13º Festival Internacional de Cine de Morelia. Pragmático y directo, al más puro estilo británico, Greenaway responde cada pregunta como si impartiera cátedra, enfundado en el mismo traje azul a rayas que vistiera la noche anterior en la inauguración del festival. “Entonces era muy joven y me intrigaba este hombre extraordinario que se tomaba su cine muy, muy en serio”.
La formación de Greenaway en las artes plásticas lo ha llevado a experimentar con diversas plataformas, desde la composición de librettos para óperas multimedia, hasta el performance con animación en 3D y proyecciones lumínicas. Uno de sus proyectos, la ópera 100 objetos para nombrar al mundo, lo trajo a México en 2000, para presentarse en el Festival Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, donde a principios de los años treinta vivió su ídolo, Sergei Eisenstein. Fascinado por el despliegue de colores en la flora y arquitectura de la ciudad, Greenaway contempló la posibilidad de hacer una película sobre el paso del cineasta ruso por la ciudad de Guanajuato.
Eisenstein en Guanajuato explora una faceta poco conocida del ídolo ruso, la del hombre presa de pasiones carnales, que le trajo a Greenaway algunos conflictos con las autoridades rusas por la temática de la cinta: la relación homosexual entre el cineasta y un guía de turistas, estudiante de religiones comparadas. Aunque la relación está documentada en una serie de cartas hechas públicas por el propio gobierno ruso, Peter Greenaway llegó incluso a recibir amenazas por abordar esta etapa en la vida de uno de los principales representantes de la cultura rusa. La controversia era de esperarse, pues además de retratar una época de frustración creativa para Eisenstein, relata su despertar sexual, lejos de la conservadora Unión Soviética.
La película es un caso de edición y montaje interesante, ya que es perfectamente simétrica de principio a fin, como parte del homenaje de Greenaway a Eisenstein, cuya habilidad como editor era destacada. “Esta película tiene una edición artificial muy consciente”, explica el cineasta. “Está llena de juegos y acertijos, usamos el celuloide clásico para filmar pero tiene muchos trucos digitales. La primera toma es igual a la última, la segunda a la penúltima. Es como un club sándwich”.
Puede que sostenga su tesis de que el cine ha muerto y no hay forma de resucitarlo, pero cuando Greenaway habla sobre el tema —y especialmente sobre su ídolo—, se expresa con pasión inusitada. “¿Es el cine un entretenimiento efímero y desechable?, ¿o tiene algo importante que decir, como las novelas del siglo XIX o las sinfonías del XVIII?”, el cineasta se cuestiona. “El cine debería ser polémico y provocativo. Mi cine te exige que trabajes mientras ves la película, como cuando escuchas una pieza musical o miras una obra de teatro. Creo que puedo considerar una película exitosa si, cuando estás atento, la experiencia se vuelve más valiosa”, concluye.
En su nuevo largometraje Eisenstein en Guanajuato, el galés Peter Greenaway explora un episodio controversial en la vida de Sergei Eisenstein.
Hace más de una década, el icónico cineasta y artista multidisciplinario galés Peter Greenaway —responsable de cintas como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1988) y la multimedia Nightwatching (2007)— declaró la muerte del cine. Con una carrera que abarca más de cuatro décadas, este realizador con formación en la pintura ha dedicado su obra a intentar reinventar el medio por el que es mejor conocido: la cinematografía. Su más reciente película, Eisenstein en Guanajuato —que se estrenará en México en enero de 2016—, es una controversial carta de amor a uno de los héroes de Greenaway, el legendario cineasta ruso de principios del siglo XX, Sergei Eisenstein. La cinta tiene como protagonista al finlandés Elmer Bäck y cuenta con la participación del mexicano Luis Alberti como Palomino Cañedo; quien interpreta al amante y guía turístico de Eisenstein durante su paso por México en 1931, mientras intentaba levantar su producción inconclusa ¡Que viva México!.
“He estudiado a Eisenstein desde que era un alumno en la escuela de arte en Londres, a finales de los años sesenta”, cuenta Greenaway a las afueras de un hotel en Morelia, ciudad que visitó para el estreno latinoamericano de esta cinta, durante el 13º Festival Internacional de Cine de Morelia. Pragmático y directo, al más puro estilo británico, Greenaway responde cada pregunta como si impartiera cátedra, enfundado en el mismo traje azul a rayas que vistiera la noche anterior en la inauguración del festival. “Entonces era muy joven y me intrigaba este hombre extraordinario que se tomaba su cine muy, muy en serio”.
La formación de Greenaway en las artes plásticas lo ha llevado a experimentar con diversas plataformas, desde la composición de librettos para óperas multimedia, hasta el performance con animación en 3D y proyecciones lumínicas. Uno de sus proyectos, la ópera 100 objetos para nombrar al mundo, lo trajo a México en 2000, para presentarse en el Festival Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, donde a principios de los años treinta vivió su ídolo, Sergei Eisenstein. Fascinado por el despliegue de colores en la flora y arquitectura de la ciudad, Greenaway contempló la posibilidad de hacer una película sobre el paso del cineasta ruso por la ciudad de Guanajuato.
Eisenstein en Guanajuato explora una faceta poco conocida del ídolo ruso, la del hombre presa de pasiones carnales, que le trajo a Greenaway algunos conflictos con las autoridades rusas por la temática de la cinta: la relación homosexual entre el cineasta y un guía de turistas, estudiante de religiones comparadas. Aunque la relación está documentada en una serie de cartas hechas públicas por el propio gobierno ruso, Peter Greenaway llegó incluso a recibir amenazas por abordar esta etapa en la vida de uno de los principales representantes de la cultura rusa. La controversia era de esperarse, pues además de retratar una época de frustración creativa para Eisenstein, relata su despertar sexual, lejos de la conservadora Unión Soviética.
La película es un caso de edición y montaje interesante, ya que es perfectamente simétrica de principio a fin, como parte del homenaje de Greenaway a Eisenstein, cuya habilidad como editor era destacada. “Esta película tiene una edición artificial muy consciente”, explica el cineasta. “Está llena de juegos y acertijos, usamos el celuloide clásico para filmar pero tiene muchos trucos digitales. La primera toma es igual a la última, la segunda a la penúltima. Es como un club sándwich”.
Puede que sostenga su tesis de que el cine ha muerto y no hay forma de resucitarlo, pero cuando Greenaway habla sobre el tema —y especialmente sobre su ídolo—, se expresa con pasión inusitada. “¿Es el cine un entretenimiento efímero y desechable?, ¿o tiene algo importante que decir, como las novelas del siglo XIX o las sinfonías del XVIII?”, el cineasta se cuestiona. “El cine debería ser polémico y provocativo. Mi cine te exige que trabajes mientras ves la película, como cuando escuchas una pieza musical o miras una obra de teatro. Creo que puedo considerar una película exitosa si, cuando estás atento, la experiencia se vuelve más valiosa”, concluye.
Hace más de una década, el icónico cineasta y artista multidisciplinario galés Peter Greenaway —responsable de cintas como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1988) y la multimedia Nightwatching (2007)— declaró la muerte del cine. Con una carrera que abarca más de cuatro décadas, este realizador con formación en la pintura ha dedicado su obra a intentar reinventar el medio por el que es mejor conocido: la cinematografía. Su más reciente película, Eisenstein en Guanajuato —que se estrenará en México en enero de 2016—, es una controversial carta de amor a uno de los héroes de Greenaway, el legendario cineasta ruso de principios del siglo XX, Sergei Eisenstein. La cinta tiene como protagonista al finlandés Elmer Bäck y cuenta con la participación del mexicano Luis Alberti como Palomino Cañedo; quien interpreta al amante y guía turístico de Eisenstein durante su paso por México en 1931, mientras intentaba levantar su producción inconclusa ¡Que viva México!.
“He estudiado a Eisenstein desde que era un alumno en la escuela de arte en Londres, a finales de los años sesenta”, cuenta Greenaway a las afueras de un hotel en Morelia, ciudad que visitó para el estreno latinoamericano de esta cinta, durante el 13º Festival Internacional de Cine de Morelia. Pragmático y directo, al más puro estilo británico, Greenaway responde cada pregunta como si impartiera cátedra, enfundado en el mismo traje azul a rayas que vistiera la noche anterior en la inauguración del festival. “Entonces era muy joven y me intrigaba este hombre extraordinario que se tomaba su cine muy, muy en serio”.
La formación de Greenaway en las artes plásticas lo ha llevado a experimentar con diversas plataformas, desde la composición de librettos para óperas multimedia, hasta el performance con animación en 3D y proyecciones lumínicas. Uno de sus proyectos, la ópera 100 objetos para nombrar al mundo, lo trajo a México en 2000, para presentarse en el Festival Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, donde a principios de los años treinta vivió su ídolo, Sergei Eisenstein. Fascinado por el despliegue de colores en la flora y arquitectura de la ciudad, Greenaway contempló la posibilidad de hacer una película sobre el paso del cineasta ruso por la ciudad de Guanajuato.
Eisenstein en Guanajuato explora una faceta poco conocida del ídolo ruso, la del hombre presa de pasiones carnales, que le trajo a Greenaway algunos conflictos con las autoridades rusas por la temática de la cinta: la relación homosexual entre el cineasta y un guía de turistas, estudiante de religiones comparadas. Aunque la relación está documentada en una serie de cartas hechas públicas por el propio gobierno ruso, Peter Greenaway llegó incluso a recibir amenazas por abordar esta etapa en la vida de uno de los principales representantes de la cultura rusa. La controversia era de esperarse, pues además de retratar una época de frustración creativa para Eisenstein, relata su despertar sexual, lejos de la conservadora Unión Soviética.
La película es un caso de edición y montaje interesante, ya que es perfectamente simétrica de principio a fin, como parte del homenaje de Greenaway a Eisenstein, cuya habilidad como editor era destacada. “Esta película tiene una edición artificial muy consciente”, explica el cineasta. “Está llena de juegos y acertijos, usamos el celuloide clásico para filmar pero tiene muchos trucos digitales. La primera toma es igual a la última, la segunda a la penúltima. Es como un club sándwich”.
Puede que sostenga su tesis de que el cine ha muerto y no hay forma de resucitarlo, pero cuando Greenaway habla sobre el tema —y especialmente sobre su ídolo—, se expresa con pasión inusitada. “¿Es el cine un entretenimiento efímero y desechable?, ¿o tiene algo importante que decir, como las novelas del siglo XIX o las sinfonías del XVIII?”, el cineasta se cuestiona. “El cine debería ser polémico y provocativo. Mi cine te exige que trabajes mientras ves la película, como cuando escuchas una pieza musical o miras una obra de teatro. Creo que puedo considerar una película exitosa si, cuando estás atento, la experiencia se vuelve más valiosa”, concluye.
No items found.