Mirar hacia el sur de Víctor Erice
El gran director español visita México en el marco del 14 Festival Internacional de Cine UNAM, que se lleva a cabo en CDMX entre el 13 y el 20 de junio. Aunque solo ha realizado cuatro largometrajes desde 1973, Erice ha dejado una marca indeleble en el cine contemporáneo de España y del mundo gracias a su estilo misterioso y afectivo sobre el franquismo, la memoria y el cine mismo.
Hay un episodio del programa de discusión cinematográfica ¡Qué grande es el cine! en el que tanto el conductor y director, José Luis Garci, como sus invitados, se ven conmovidos al hablar de una película muy especial: El sur (1983), de Víctor Erice. El programa se transmitió durante diez años, a partir de 1995, en la televisión española, y empezaba con una introducción de Garci y sus invitados sobre un clásico que se transmitiría a continuación. Al terminar la película, el panel la comentaba. Para hablar de El sur se encontraban en la mesa: Miguel Marías, uno de los más grandes cinéfagos que haya aportado España; Miguel Rubio, cercano a la revista fundamental Cahiers du cinéma, de Francia, y Juan Cobos, crítico que además trabajó de cerca con figuras como Orson Welles, Max Ophüls y Luis García Berlanga.
Estamos hablando de tipos intelectuales, elocuentes, incluso afectados por la elegancia que se requería de un crítico en aquel entonces: todos aparecen de traje y fumando. Naturalmente, cada uno discute las formas y la importancia del cine de Erice, pero la emoción rebasa la seriedad. Marías, entusiasta, asegura haber visto El sur 14 veces; Garci llama a la película “obra maestra” una y otra vez; Rubio describe minuciosamente algunos planos y escenas que le impresionan, pero el clímax llega cuando Cobos habla de cómo el director le escribió una carta para darle ánimo cuando se sentía derrotado. Erice es un cineasta magnífico pero es sobre todo un amigo, y no solo de sus críticos.
Hay cineastas que buscan desesperadamente el respeto del público: presumen su espectacularidad para someternos; otros, para complacernos, pero igual mantienen un exceso en su trato con la audiencia. Otros buscan retar, lo cual es importantísimo en una cultura donde las imágenes muchas veces son idénticas; sin embargo, pocos tienden la mano al espectador con tal sutileza como Erice, quien muchas veces ha sido comparado con directores clásicos de Japón como Yasujirō Ozu y Kenji Mizoguchi. Ambos representan lo que ya casi no hay: un cine al mismo tiempo revolucionario y accesible, aunque no por ello simplón.
Erice ha filmado muchas películas pero pocos largometrajes: solo cuatro bastan para hacer de su filmografía una de las más importantes en el cine español: El espíritu de la colmena (1973), El sur, El sol del membrillo (1992) —un documental— y Cerrar los ojos (2023). Las primeras tres son separadas por una década, y la última, por tres. Hay quien culpa de ello al productor Elías Querejeta y sus declaraciones de que El sur quedó incompleta por excesos de Erice; los colaboradores del director niegan tal cosa y aseguran que por esas falsedades le fue muy difícil seguir haciendo cine. Erice, incapaz de hablar mal de su amigo Querejeta, aclaró en una entrevista a principios de los años 2000 que todo se debió a un cambio de administración en un instituto que respaldaba la película y un acuerdo sin contrato que no fue respetado.
En esta y otras apariciones a cuadro se puede ver que Erice no habla mucho ni de más. Si el silencio lo define como persona, también lo hace como director. El espíritu de la colmena, su primer largo y quizá todavía el más impactante, es tan sosegado en sus imágenes como el propio guion, que se desarrolla como lo sugiere el título: si una colmena se basa en celdas individuales pero conectadas, lo que tenemos aquí es una colección de escenas vinculadas por sus personajes, sus tiempos y espacios, pero renuentes a desarrollar conflictos clásicos y personalidades. El coguionista de Erice, Ángel Fernández Santos, llama unidades poéticas a estas secuencias en las que sí hay acciones, y vemos que la imaginación de una niña, Ana (Ana Torrent), se desamarra en la España franquista de 1940 gracias a una proyección de Frankenstein (1931), de James Whaley. Sin embargo, la progresión se disuelve —los propios actores no comprendían mucho— para describirnos las impresiones de la protagonista, confundida por su mundo de monstruos. Así como Ana se desconcierta por el hecho de que la sociedad franquista vea a su Frankenstein, un republicano herido, como una amenaza, nosotros quedamos pasmados por el montaje. Es cierto que esta técnica misteriosa era una precaución para no alterar a la censura franquista, pero de ahí resultó algo más grande: una representación de la atmósfera silenciosa del franquismo; del recuerdo fragmentario del trauma.
En parte, por estas razones Erice da mayor protagonismo a la luz amarillenta que llena las habitaciones de El espíritu de la colmena, como en un cuadro de Vermeer, pero sus películas posteriores demostrarían que es un constante rasgo de identidad. Por ejemplo, El sur abarca intensamente esos mismos claroscuros, aunque su luz es muchas veces parda por desarrollarse en el frío norte de España, donde la protagonista intenta averiguar el misterio de su más grande amor: su padre. El sur no es un melodrama de incesto, hay que aclararlo, sino una trama familiar poblada por símbolos un tanto freudianos sobre la boda simbólica entre padre e hija. Esta relación aparece en los tres largometrajes de ficción de Erice, pero encuentra su mayor expresión en este, el intermedio.
Aunque El sur es considerada una película sin terminar tanto por Erice como por quien haya leído la breve novela homónima de Adelaida García Morales, la película alcanza una coherencia suficiente para soslayar esta noción. Lo que vemos en El sur representa solo la primera parte del enigma de un padre silencioso y melancólico pero habría terminado cuando la protagonista, Estrella (Sonsoles Aranguren, Icíar Bollaín), lograba ir al sur de España a resolverlo. Ahí la luz se haría más cálida y el tono más tierno. Sin embargo, lo que hay es suficiente para asombrarse: desde la aparición del padre en la primera comunión de Estrella, que emerge de unas sombras densas aunque ella no esperaba verlo ahí, o una conversación en un restaurante que acaba con la admiración infantil de una Estrella adolescentey, quizá, con su propia niñez. Tal como lo sugiere un póster que aparece afuera de un cine, si El espíritu de la colmena fue una versión de Frankenstein, El sur puede entenderse como una reinterpretación de Shadow of a Doubt (1943), de Alfred Hitchcock, en la que una adolescente va descubriendo los secretos violentos de un tío amado. Discretamente, el mayor tema de Erice es el cine mismo.
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El único largometraje documental de Erice, El sol del membrillo, observa al pintor Antonio López García mientras pinta un árbol frutal de su jardín bajo la presión constante del tiempo: la luz va cambiando con la temporada, las lluvias amenazan la perspectiva del caballete que planta López García y los membrillos maduran o se pudren. ¿Cómo captar un instante, si este se mueve? La respuesta hace de El sol del membrillo otra discreta película sobre el cine, ya que el tiempo hace que la imagen en movimiento venza a la pintura: el protagonista va siendo derrotado con cada minuto hasta que finalmente acepta la imposibilidad de pintar el árbol tal como lo ve, pero mientras tanto Erice va ganando metraje y ritmo. En una imagen simbólica vemos una cámara filmando los frutos caídos, como para demostrar que donde fracasa la imagen fija se impone la capacidad del cine de atrapar cada segundo que transcurre en la realidad.
Y así llegamos a la más reciente película de Erice, la más cinéfila de todas; la que interrumpe la trama un par de minutos para que su protagonista interprete “My Rifle, My Pony, and Me”, el tema clásico de Rio Bravo (1959), de Howard Hawks. También se inspira en el propio Erice, ya sea hablando de una película sin terminar, como El sur, o aludiendo a los actos de imaginación de El espíritu de la colmena, sugeridos por el propio título: Cerrar los ojos. En una escena Ana Torrent lo deja bien claro. La trama observa a un director convocado por un programa de televisión para tratar de esclarecer la desaparición de un amigo, un actor famoso, quien abandonó el rodaje de la última película que hacían juntos para nunca volver a aparecer. A partir de ello el misterio comienza a adquirir solución, pero lo más importante es la conclusión de Erice, que encuentra en el cine un sustituto de la memoria. Cuando el cuerpo fracase y nos impida reconocer nuestro propio rostro, las imágenes en la pantalla quedarán como testimonio de lo vivido y del tiempo que ya transcurrió. Entrar al cine es la oportunidad única de volver a ver casas que ahora son ruinas, y personas que, por una razón u otra, ya no existen. Si la pintura o la fotografía son representaciones del tiempo congelado, en cada plano el cine es un mariposario perdurable en el que los recuerdos se mueven, vuelan. Cómo no emocionarse con la obra de Víctor Erice.
ALONSO DÍAZ DE LA VEGA. Crítico cinematográfico para Gatopardo. En 2015 fue el primer crítico mexicano convocado por Berlinale Talents, la cumbre de jóvenes talentos del Festival Internacional de Cine de Berlín. Ha escrito sobre cine en La Tempestad, Revista Ambulante, Tierra Adentro, Frente, Butaca Ancha y Cuadrivio. En televisión participó en el programa Mi cine, tu cine, de Canal Once. A lo largo de su carrera ha participado como miembro del jurado en el Festival Internacional de Cine de Róterdam, FICUNAM, Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango, Shorts México y Doqumenta.
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