La ciudad de Al Capone
A sus expensas, Chicago vió nacer al mafioso más influyente de Estados Unidos.
Hijo de inmigrantes italianos provenientes de Angri, un pueblo al sudoeste de Italia, Alphonse Capone, también conocido como Al Capone o “Scarface”, por una cicatriz en la mejilla izquierda, nació en el número 95 de Navy Street en Brooklyn, Nueva York. Su familia, conformada por seis hermanos y dos hermanas, dependían del trabajo del padre, Gabriele, el cual tenía una pequeña barbería en Park Avenue.
Capone, expulsado de un colegio católico a sus catorce años por haber golpeado en la cara a su maestra, se alió, desde muy joven, con pequeñas pandillas del sur de Brooklyn como The Junior Forty Thieves, The Brooklyn Rippers y The Five Points Gand.
A sus veinte años de edad, el pandillero de Brooklyn dejó Nueva York y emigró a Chicago bajo la invitación de Johnny Torrio, mafioso responsable de la creación de The Outfit, también conocida como The Organization, una organización criminal basada en el sur de Chicago y uno de los grupos de gángsters más importantes de Estados Unidos. Torrio, desde ese entonces, recibió a Capone, fungió como su mentor y en 1925 lo convirtió en el jefe de la mafia italiana, puesto que le entregaría las calles de Chicago, “Mud City”.
Tras ser aprendiz primero de Frankie Yale en Nueva York y después de Johnny Torrio, a sus 26 años Capone se convirtió en el heredero de una nueva generación de mafiosos que buscaban poner el negocio por encima del ego y de un naciente emporio dedicado a la comercialización de bebidas alcohólicas que, tras la ratificación en 1919 de la Decimoctava Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, se volvió ilegal. Este periodo marcó el comienzo de lo que se conoce como “The Gangster Era”, un periodo que se extiende de 1919 a 1933, año en que la prohibición fue derogada.
El hermano mayor de Capone, Vicenzo, quien más tarde cambiaría su nombre a Richard Hart, con el fin de borrar cualquier asociación con su familia, se enlistó en Nebraska como agente de la prohibición. Esta época, agudizada por la escasez de la Gran Depresión, funcionaría como un espacio gris a través del cual la mafia pudo actuar abanderada por una supuesta ética, la cual Capone resumiría con la alegación, “Nosotros no somos criminales, solo somos hombres de negocios dándole a la gente lo que quiere. Todo lo que hacemos es satisfacer la demanda pública”.
Resguardado por estas palabras y por la creciente influencia política conseguida a través de alianzas con personajes como el republicano William Hale Thompson, Capone creó en cinco años un emporio de burdeles y comercio clandestino de alcohol. A través de la violencia, la intimidación y el soborno las calles de Chicago y a través de la exportación, las aduanas del país vecino, Canada, se volvieron su campo de juego.
Así cinco años después de que fuera asignado como cabeza de The Outfit y tras extender su influencia hasta las costas de Florida y California, llegó el evento que marcaría el declive de su carrera como jefe de la mafia. En 1929, en los almacenes de Lincoln Park durante el día de San Valentín, siete miembros asociados a The North Siders, una organización criminal encabezada por inmigrantes irlandeses, fueron asesinados. Cuando la policía llegó a la escena del crimen en los muelles del este de Chicago, una de las víctimas, Frank Gusenberg, seguía con vida. Acribillado por catorce balas, Gusenberg alegó: “Nadie me disparó”, tres horas después, sin agregar nada más a su declaración, falleció.
Después de ese silencio y sin culpable aparente se asumió que la mente maestra detrás de la masacre de Lincoln Park era el jefe de la mafia italiana, Al Capone. Su motivo, eliminar a George “Bugs” Moran, cabeza de la mafia irlandesa de Chicago y último sobreviviente de los llamados pistoleros del lado norte, y obtener control total del comercio ilegal en los barrios de Chicago.
Ese mismo año, pero el 27 de marzo de 1929, Capone fue arrestado por el FBI y liberado inmediatamente sin poder comprobar su vínculo a la que pasó a la historia como “La Masacre de San Valentín”.
Ese mayo, Capone finalmente fue condenado a prisión en la Penitenciaría Estatal de Filadelfia, el motivo, portar un arma sin permiso. Tras ocho meses en prisión, Capone fue puesto en libertad y enlistado como el “enemigo público” número uno de la Comisión del Crimen de Chicago. De manera insistente, pero sin poder incriminarlo, los siguientes años estuvieron compuestos por recurrentes intentos por parte del FBI de apresarlo y debilitar lo que entonces era conocido como el grupo criminal más influyente del norte de Estados Unidos.
Dos años después, en 1932, Mabel Walker Willebrandt, asistente del Fiscal General, reconoció que las figuras de la mafia llevaban estilos de vida lujosos sin presentar nunca declaraciones de impuestos y, por lo tanto, podían ser enjuiciados por evasión fiscal sin necesidad de requerir pruebas sólidas ni testimonios de sus otros delitos.
De la mano de Walker, finalmente, tras una década de persecución, Capone fue acusado por el IRS por evasión fiscal y violación del Acta Volstead, la cual resguardaba la ley seca implementada en 1919. Sentenciado a cumplir su pena en la penitenciaría de Atlanta y más tarde tras las rejas de Alcatraz, Capone, con apenas unos pocos meses en prisión, fue diagnosticado con sífilis, enfermedad que tras su liberación, el 16 de noviembre de 1939, le causaría una parálisis parcial.
Así, en los suelos de mármol de una mansión de Palm Island, una isla artificial al sur de Florida, Capone, quien en ese entonces pesaba 110 kilogramos, se zambulló afiebrado en una demencia sifilítica. Las alucinaciones y el desgaste físico redujeron a una de las figuras de la mafia más influyentes del siglo XXI a lo que su psiquiatra de Baltimore describiría como, “la mente inofensiva de un niño de doce años”.
Así, residente de la demencia y catapultado a los caprichos de la infancia, Al Capone murió de un infarto en enero de 1947 con tan solo 48 años; sin embargo, su acento, sus modales, su construcción facial, su inconmensurable masa corporal e incluso su ciudad, Chicago, fueron devoradas por la cultura popular que lo esculpió como el ícono de un mundo trastocado y habitado por la figura admirada e incluso, a veces, imitada del gran gángster americano.
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