¿Quién le teme a Andy Warhol?
El artista pop murió el 22 de febrero de 1987 de un infarto al miocardio.
Antes de Andy Warhol ningún otro artista había incorporado al mundo del arte la espectacularidad de otras esferas como el diseño y la publicidad. En sus conocidísimas pinturas de las latas de sopa Campbell’s o en los retratos de Marilyn Monroe, el público —entendiera de arte o no— encontró un producto artístico novedoso con el que se podía relacionar, pues conectaba al espectador con imágenes cotidianas. Su obra se congratulaba con socarronería de una habilidad natural para deleitar, aunque este carácter alegre incluía siempre otro, más sombrío, que revelaba el trasfondo de la cultura del consumo y del espectáculo.
“Desde sus inicios, Warhol jugó con la relación entre lo luminoso y lo oscuro de la cultura del consumo, el sueño utópico de la abundancia de la posguerra”, dice en entrevista Douglas Fogle, curador de la más completa retrospectiva del artista estadounidense que llega a México. La exposición “Andy Warhol. Estrella oscura”, que inauguró en junio de 2017 en el Museo Jumex, trae una extensa selección de serigrafías, fotografías y pinturas que dejan ver la oscuridad bajo ese halo deslumbrante que caracterizó su obra. Un claroscuro que refleja la sociedad en la que Warhol produjo su obra.
Nacido en Pittsburg en 1928, cosechó una exitosa carrera como artista comercial en los años cincuenta. Sus primeras ilustraciones, que hacía para libros y revistas, aún no anunciaban el trabajo con el que saltaría del mundo editorial a las galerías de arte. Vendrían después los lienzos que reproducían letreros, logotipos o viñetas de cómics, imágenes cuya única virtud parecía ser comunicar (y vender) efectivamente, pero con cualidades plásticas dignas de protagonizar una obra de arte.
De inmediato, llevó su postura al extremo: abandonó la pintura a mano en favor de la impresión serigráfica, un proceso más rápido y económico que desaparecía la mano del artista. Comenzó a multiplicar el mismo motivo una docena de veces sobre una superficie —tal como pasaba con los productos o las celebridades que se multiplicaban por todos los medios, sobre los anaqueles y las marquesinas, ya fueran botellas de Coca-Cola o Elvis Presley—. “La innovación de Warhol”, comenta Fogle, “fue el uso de estas técnicas, la estrategia de la repetición y reproducción mecánicas para ampliar la producción de su obra, así como para hacer énfasis en la manera en que nuestra cultura produce imágenes en masa y productos de consumo”.
Con ese enfoque logró algo que pocos han conseguido: un arte seductor que se introdujera en la cultura de las grandes masas y expusiera al mismo tiempo la siguiente interrogante: ¿son éstas obras de arte o simples mercancías? No era casualidad que su estudio llevara por nombre The Factory. Ahí Warhol operaba como el jefe de una fábrica llena de asistentes, supervisando la producción de distintas series, una imagen muy diferente a la del artista solitario que trabaja en su taller, absorto en la labor manual de crear obras de arte únicas.
Por supuesto, a la obra de Warhol no sólo le acompañaba su tono amigable. “Solemos recordar sólo los aspectos optimistas e impactantes de sus primeras obras pop”, dice el curador, “pero olvidamos que muy pronto buscó historias de muertes, choques de autos y suicidios.” Él dio el mismo tratamiento a sus cuadros de la silla eléctrica que a los de Judy Garland, sabía que la sociedad que veneraba a sus ídolos era la misma que atestiguaba con vergüenza la pena capital en sus cárceles. La época que lo vio convertirse en superestrella no fue sólo la de Elizabeth Taylor, también fue la de Vietnam.
El artista entendía que no era posible abordar un aspecto sin el otro, que un verdadero retrato de la sociedad estadounidense debía incluir sus momentos de júbilo e idolatría, así como su resaca más cruda. Fogle lo plantea así: “Con el glamour de un coche nuevo viene la posibilidad real de un choque horrible. Con el estrellato de una celebridad de Hollywood, la posibilidad de que se extinga. El mundo que estaba documentando era la génesis de la cultura narcisista que los reality shows y las redes sociales han acentuado hoy”.
“¿Warhol era un crítico social o un cronista de esta cultura?”, se pregunta Fogle, y la confusión continúa, pues dejó un trabajo sofisticado que lleva por tema las imágenes más corrientes, camufladas bajo el discreto encanto del arte. La respuesta está, quizás, en la pasión con que lo artístico y lo cotidiano aún tienden a confundirse entre sí. Fogle lo tiene más claro: “En el fondo, la obra de Warhol trata sobre el deseo, ese deseo que la publicidad manipula con tanta habilidad”.
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.