¿Cuántos periodistas pueden decir que derrocaron un presidente?
Carl Bernstein es uno de ellos.
Al escuchar el nombre de Carl Bernstein, a mucha gente le viene a la cabeza Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente. No se parecen nada, pero Bernstein dijo alguna vez que el actor hizo un buen trabajo “porque enseñó al público cómo trabajan los periodistas».
El verdadero Bernstein tiene la cara redonda y los labios muy gruesos. Hoy lleva el pelo corto y muy blanco, pero en los sesentas le llegaba al hombro, esponjado y oscuro. Su cumpleaños es el 14 de febrero –paradójico día para un hombre que ha definido su vida a partir de hechos y pruebas–; nació en 1944, en Washington D. C.
Su primer trabajo fue a los 16 años en The Washington Star, era el chico encargado de las copias. Poco después de empezar se inscribió en la Universidad de Maryland, en la cual no duró mucho pues pronto le ofrecieron el puesto de reportero de tiempo completo.
Pero el puesto tampoco le duró mucho, pues le exigían diploma universitario para estar ahí. Se mantuvo en contacto con el editor, quien unos años después lo invitó a trabajar a el Daily Journal, en Nueva Jersey. Era 1965, Bernstein tenía 21 años, y sus historias comenzaban a remover la tierra, a zumbar en los oídos de los editores, pero también de los lectores. Dos de sus historias en este diario le ganaron el premio New Jersey Press Association: una sobre el apagón del 65 y otra sobre un notable incremento en adolescentes bebiendo alcohol.
En 1966 Bernstein se unió a la planilla de The Washington Post como reportero de calle, pero pronto se convertiría en uno de los empleados elementales del periódico.
El 18 de junio de 1972 amaneció con la primera plana de The Washington Post contando un atraco en las oficinas del Comité Nacional Democrático (CND), en el edificio residencial, Watergate, en Washington D.C.
Después de las debidas interrogaciones resultó que el grupo de hombres que fueron arrestados estaban desmontando un sistema que habían instalado un tiempo antes para escuchar las conversaciones del presidente del CND. El teléfono de E. Howard Hunt, uno de los miembros del Grupo de Investigaciones Especiales del entonces presidente Richard Nixon, estaba escrito en una de las libretas de los detenidos.
Carl Bernstein y Bob Woodward, su colega, hicieron equipo para entender por qué uno de los elementos de inteligencia de la Casa Blanca estaba involucrado en el espionaje de esos hombres. Estaba claro que se trataba de algo mucho más profundo que una simple escucha telefónica.
El espionaje en el complejo Watergate era parte de un plan de inteligencia de una campaña del Comité para la Reelección del Presidente, que además de esa involucró una extensa lista de actividades ilegales en contra del Partido Demócrata. En este plan se encontraban involucrados dos ex oficiales de la CIA, E. Howard Hunt (que después trabajaba directamente con Nixon) y James McCord.
Para armar el rompecabezas, Bernstein y Woodward recurrieron a uno de los personajes más misteriosos de la historia estadounidense, Garganta Profunda. Durante el tiempo que llevó la investigación, y muchísimos años después, el único que supo el nombre real del contacto que hizo posible la revelación de uno de los secretos más oscuros del gobierno estadounidense, fue Bob Woodward.
Fue hasta el 2005 que Garganta Profunda, llamado realmente Mark Felt, decidió salir del anonimato en una entrevista con la revista Vanity Fair. Una vez más contó secretos a gusto largo y tendido, pero esta vez eran los suyos. Él, como número dos del FBI sabía quién estaba metiendo las manos en el juego sucio de Nixon.
En la entrevista cuenta que para ver a Woodward hacía una marca con un rotulador rojo en la página 20 del ejemplar del New York Times que el periodista iba a recibir ese día; tomaba un taxi hacia el centro de la ciudad, bajarse, tomar otro y encontrarse con el informante en un estacionamiento en Arlington, Virginia.
Durante varios meses los periodistas fueron publicando la información que, poco a poco, recopilaban, investigaban y confirmaban los enlaces entre la campaña de reelección de Nixon y el atraco sucedido en junio, aunque no lograban dar con los nombres exactos que demostraban el vínculo.
Fue hasta el 10 de octubre de 1972 que lograron confirmar y publicar con detalle –principalmente gracias a Garganta Profunda– que la intrusión a Watergate fue parte de un gran plan para sabotear a los oponentes de Nixon, por el que el Comité de Reelección del Presidente, dirigido por gente muy cercana al ejecutivo, pagaba cientos de miles de dólares en dinero sucio.
La investigación no se detuvo ahí. Un año después, los periodistas lograron comprobar que el mismo Richard Nixon estaba metido en el escándalo que involucraba cantidades desproporcionadas de dinero no contabilizado y espías para acabar con la competencia.
El 9 de agosto de 1974 Nixon se convirtió en el primer presidente estadounidense en renunciar a su puesto. Ese mismo día Carl Bernstein y su compañero Bob Woodward se convirtieron en –aunque no les gusta ese término e incluso lo rechazan– héroes nacionales.
Tras el revuelo periodístico, Bernstein escribió dos libros postmortem: Todos los hombres del presidente (1974) y Los últimos días (1976). El primero se adaptó al cine. La película, en que Dustin Hoffman lo interpreta, ganó cuatro Premios de la Academia.
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