Recordamos a la célebre cantante francesa Édith Piaf, a 55 años de su muerte.
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El 11 de octubre de 1963, Francia lloró la pérdida de una de sus más grandes figuras: la cantante y actriz Édith Piaf, cuyo cuerpo reposaba en su departamento en el número 67 del Bulevar Lannes de la capital francesa. Su muerte, anunciada durante la mañana de ese día, golpeó el ánimo de una Francia en ebullición. Su gran amigo, el poeta Jean Cocteau, también moriría esa misma tarde víctima de un infarto.
Sin embargo, el fallecimiento de la cantante no sucedió en esa fecha, como lo afirmaba un primer certificado de defunción avalado por su doctor particular, sino un día antes, sumándose a una serie de imprecisiones, mitos urbanos y mentiras que marcaron la trágica vida de la voz más celebre de Francia.
Piaf, nacida como Édith Giovanna Gassion el 19 de diciembre de 1915, fue la primer hija del acróbata callejero Louis Alphonse Gassion y la cantante ambulante Annetta Maillard. Su nacimiento fue romantizado en múltiples ocasiones ubicando a la madre en labor de parto tirada bajo una farola de la calle Belleville. La escena, marcada con la suposición de que el padre estaba borracho y ausente en la víspera de su nacimiento, y que sin ayuda, la madre no pudo llegar a tiempo al hospital, se popularizó como parte de su leyenda. Años después se descubrió un certificado de nacimiento que situaba el parto en el Hospital Tenon de París.
Durante su infancia, Piaf vivió bajo el cobijo de su abuela materna, una mujer de origen marroquí y, posteriormente, con su abuela paterna, conocida en los bajos mundos franceses por ser dueña de una casa de prostitución en Normandía. Según sus propias palabras, Édith creció rodeada de las trabajadoras del burdel, quienes ayudaron en su cuidado y crianza ante la ausencia de su padre, enlistado por el ejército francés para combatir en la Primera Guerra Mundial.
De acuerdo con algunos de sus biógrafos, Piaf fue clínicamente ciega de los 3 a los 7 años, debido a una aguda queratitis, enfermedad ocasionada por bacterias que inflamaban su córnea, pupila e iris. La cantante atribuyó su recuperación a Santa Teresa de Lisieux, a quien su abuela, sus trabajadoras y ella rezaron en el templo de Lisieux, al norte de Francia, después de un largo peregrinaje. Dicha historia es otro de los mitos que alimentaron su figura ante la prensa francesa.
Piaf durante un concierto en Rotterdam – Fotografía: Eric Koch / Archivo Nacional de Holanda, vía Wikimedia.
A los 14 años, se unió a su padre como un elemento más de sus actos acrobáticos, debutando así en los escenarios como cantante. La joven Édith acompañó a su padre hasta 1933 cuando dio a luz a su primera y única hija, Marcelle, producto de su relación con Louis Dupont. La inestabilidad sentimental y económica de Piaf la llevó a separarse de su hija para regresar a los reflectores. Pocos meses después, Piaf tomó a su hija y a su media hermana, Simone, con quien vivía bajo el cuidado de Dupont y escaparon al Hotel Au Clair de Lune. Al igual que lo había hecho su madre, Piaf se desentendió de su hija y la abandonó cuando su padre buscó recuperarla. La tragedia llamaría a la puerta en 1935 cuando Marcelle murió de meningitis.
Ese mismo año, la cantante fue descubierta por el empresario Louis Leplée, quien la invitó a presentarse en el club Le Gerny’s en Campos Elíseos, uno de los centros de espectáculos más frecuentados por la alta sociedad parisina. Su notable nerviosismo y pánico escénico al cantar le hicieron ganarse el nombre de La Môme Piaf (El pequeño susurro). Más tarde, Édith retomaría el Piaf como su apellido artístico, dando inicio a una leyenda.
Tras su debut como cantante profesional, Piaf se rodeó de dos talentosos hombres con los que no solo desarrolló una cercana colaboración, también los convirtió en dos elementos importantes de su vida: el compositor Raymond Asso, quien también sería una de sus parejas amorosas, y el dramaturgo Jean Cocteau, quien escribió el apasionante monólogo La voz humana (La voix humane) pensando en ella para protagonizarla; Piaf, al sentirse desprotegida en un escenario sin sus músicos, rechazó interpretarla. Con el paso del tiempo el rol de una mujer que sufría la indiferencia telefónica de su amante sería tomado por actrices de la talla de Ingrid Bergman, Sophia Loren y Karina Gidi.
Su papel durante la Segunda Guerra Mundial es otro de los aspectos de la vida de Piaf que aún no han sido esclarecidos del todo. La cantante, consolidada en los escenarios de París, formó relaciones que le permitieron seguir con su carrera a pesar de la ocupación nazi a Francia. La biógrafa Carolyn Burke establece en su libro No Regrets: The Life of Édith Piaf, que la intérprete fue llamada a comparecer tras el fin de la guerra, acusada de haber traicionado a su nación y colaborado con el enemigo, dadas las facilidades que el ejército alemán le ofreció aún en la sumisión del pueblo francés. Entre 1940 y 1945, Piaf se presentó en burdeles reservados para miembros de las fuerzas nazis, además de actuar en una gira de conciertos en Berlín auspiciados por oficiales germanos y se le permitió vivir en un lujoso departamento de la calle Paul-Valéry, a un par de metros de los cuarteles de la Gestapo en París.
Piaf durante un concierto en Rotterdam – Fotografía: Eric Koch / Archivo Nacional de Holanda, vía Wikimedia.
Las acusaciones fueron negadas y Piaf se presentó, en diciembre de 1944, frente a representantes y combatientes del bloque aliado en un concierto en Marsella. Su experiencia tras la guerra quedó capturada en La vie en rose, quizá su canción más conocida. El fin del conflicto bélico también significó la oportunidad de que Piaf se pudiera presentar con éxito en diversas partes de Europa y Estados Unidos, lugar en el que conoció al gran amor de su vida, el boxeador francés Marcel Cerdan. El pugilista, casado en ese momento, sostuvo un tórrido romance con la cantante hasta su muerte en un accidente aéreo, el 28 de octubre de 1949, cuatro semanas después de su primer encuentro. Devastada, Piaf compuso el tema Hymne a l’amour en su honor.
En 1951, la intérprete francesa tuvo un grave accidente automovilístico con su asistente, el también cantante Charles Aznavour, que la mantuvo en cama por meses. De su convalecencia, Piaf desarrolló una fuerte adicción a la morfina y el alcohol. Un año después, la francesa contrajo matrimonio por primera vez con el cantante Jacques Pills, quien intentó rehabilitarla sin conseguir éxito. Su divorcio, firmado en 1957, coincidiría con una exitosa gira de conciertos en el Carnegie Hall de Nueva York y un acercamiento con Georges Moustaki, un multiinstrumentalista egipcio, autor del éxito Milord. Otro percance en un auto, en esta ocasión acompañada de Moustaki, agravaron los problemas que finalmente la llevarían a la muerte.
En sus últimos años, Piaf se entregó a dos cosas: el rescate del Olympia de París, una sala de conciertos donde se había presentado durante sus mejores años, y su relación con el peinador griego convertido en actor y cantante Théo Sarapo, con quien contrajo matrimonio en 1962, a pesar de que Sarapo era 20 años menor que la intérprete. Su último gran éxito fue la canción Non, je ne regrette rien, compuesta especialmente para uno de los conciertos planeados para recaudar fondos y evitar que el Olympia fuera a la quiebra: lo logró.
En los primeros meses de 1962, producto de sus adicciones y una serie de cirugías que buscaban curarle una úlcera estomacal, Piaf llegó a un punto crítico pesando 30 kilos y con un potente cáncer en el hígado. La mañana del 10 de octubre de 1963, a los 47 años de edad, Édith Piaf falleció en su villa de Plascassier, en la Riviera Francesa. Sin embargo, su historia no terminó el día de su muerte.
Un día después, su cuerpo apareció en su departamento de París donde su médico personal certificó su reciente fallecimiento. Se especula que Sarapo, por órdenes de la propia Piaf, movió el cuerpo ilegalmente para que sus fans pudieran pensar que la cantante había fallecido en su ciudad natal, aunque esto (una vez más) se trata de una presunción. El 11 de octubre, el pueblo francés se enteró de la muerte de Piaf, a quien habían llamado “El gorrión de París”.
Lo siguiente es comprobable. La Iglesia católica negó un funeral público a Édith Piaf alegando que su estilo de vida no correspondía con los usos y costumbres propios de dicha religión. A pesar de ello, la procesión al cementerio donde descansarían sus restos bloqueó las calles parisinas, contabilizando a más de cien mil admiradores de la cantante. Su mito se propagó por continentes y generaciones, e incluso recibió homenajes dentro y fuera de este planeta (la astronauta soviética Lyudmila Karachkina llamó a un pequeño planeta “3773 Piaf” en su memoria). Hoy, a más de medio siglo de su partida, su música sigue vigente y su figura, adorada por muchos y desconocida por todos, aún genera la atracción con la que la mujer de 1.47 metros dominaba los escenarios.
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