"Los minutos negros": de la novela de Martín Solares a la película

Dos formas de contar una historia policiaca: Los minutos negros

Ya se ha dicho que la adaptación de una novela a una película supone cambios profundos, pero ¿cómo negocia el novelista con el director de cine?, ¿qué aprenden?, ¿en qué transigen? Carlos Morales entrevista Mario Muñoz, director y coguionista de Los minutos negros, y a Martín Solares, autor de esa novela y también guionista del filme.

Tiempo de lectura: 10 minutos

En 2006 apareció Los minutos negros, novela negra de Martín Solares que anunciaría la violencia brutal que ha asolado al estado de Tamaulipas durante más de una década. A finales de los años setenta, un grupo de niñas son asesinadas en la ciudad de Paracuán y la comandancia local busca (o encubre) al infanticida, tan evasivo como poderoso. Vicente Rangel, una suerte de Bartleby policiaco que preferiría no investigar, encuentra pistas, presiente culpables, se adivina en el centro de una red de corrupción amenazante. Décadas después, Ramón el Macetón Cabrera seguirá la pista de Rangel. Las pesquisas de ambos policías rebasan el caso: también van a la caza de su propia ética y de su responsabilidad ante la justicia.

En 2021 el director Mario Muñoz (Bajo la sal, 2008) hace la versión cinematográfica de la historia de Solares, y convoca al novelista a escribir el guion. La película Los minutos negros reinventa las escenas y las circunstancias de Rangel y el Macetón. Transforma el estado de la novela en un Golfo de México caliente y umbroso, a Mario le gusta decir que está proponiendo el noir tropical, que también cruzan por el western e incluso por el coming of age.

Novela y película están ligadas por un ánimo compartido de creación y curiosidad. El universo narrativo es de Solares; la contundencia, de Muñoz. La novedad del proyecto se cifra en una amistad que indaga temas como la justicia, el héroe y las posibilidades de la creación.

Mario ha contado durante la promoción de la película una historia un tanto esotérica: que terminaba de filmar Bajo la sal cuando entró a una librería que ya no existe y Los minutos negros de Martín Solares casi titilaba y le decía: “Léeme”, ¿qué encuentra Mario Muñoz en esta novela para que sea una película que quiere hacer?
Mario Muñoz (MM): Fue una combinación de cosas. Primero, un mundo muy profundamente imaginado que te captura, no puedes esperar a volver a abrir el libro. Me asombra la capacidad que tiene Martín para imaginar. También, a la hora de filmar soy obsesivo con la geografía: cómo es el espacio, cómo se mueven las cosas. Martín tiene esa capacidad para imaginar espacios y acciones. Para mí la lectura de la novela eran secuencias que pasaban en mi cabeza como película. Y hay dos cosas más: personajes muy entrañables. Desde que conoces a Vicente Rangel y el Macetón quieres seguirlos en todo su viaje y saber qué les pasa. En la tradición del cine negro mexicano hay detectives entrañables pero no personajes que quieras seguir; yo veía una oportunidad enorme de hacer este tipo de cine. Y lo último: en Los minutos negros veía la posibilidad de hablar de cosas que me importaban, como nuestra relación con la figura del héroe: qué significa ser un héroe en este país y cuáles son las consecuencias de actuar heroicamente. En las novelas de Martín nadie quiere ser héroe, son reticentes porque saben lo que les pasa a los héroes. Esto me interesaba mucho y fue de lo primero que hablamos cuando iniciamos esta adaptación.

Está buenísimo que alguien quiera hacer una película sobre una novela tuya, Martín, ¿por qué aceptas la propuesta de Mario?
Martín Solares (MS): Mario me invitó a ver uno de los primeros cortes de Bajo la sal y me gustó su enorme creatividad. ¿A quién se le ocurre contar la historia de un darky en el desierto de Guerrero Negro en Baja California? Pues a Mario Muñoz. Y después vi el tratamiento que le daba al paisaje y me asombro muchísimo: no es fácil hacer que el paisaje se convierta en un personaje de la trama. Le dije: “si quieres hacer lo mismo que hiciste con Baja California en Bajo la sal con mi novela, con los paisajes del Golfo de México como protagonistas, adelante, será un honor”.

Al poco de empezar a platicar decidimos hacer el guion a cuatro manos. Yo quería conocer la frontera entre el cine y la literatura. Con frecuencia los lectores me decían que secciones enteras de Los minutos negros les parecían muy cinematográficas; mientras que algún productor que me encargo una cosilla me dijo que mi escritura cinematográfica le parecía demasiado literaria. Entonces trabajé con Mario esos larguísimos años. Con Mario logramos una estupenda amistad, donde yo le he enseñado todo lo que sabe sobre cine y sobre literatura. (Risas.)

Los oficios de la narrativa literaria y cinematográfica tienen puntos de contacto pero también son oficios distintos, ¿cómo trabaja el novelista con el cineasta y al revés?, ¿qué ocurre con este cruce?
MS: Fue una gran escuela discutir todos los días con Mario, durante tres años y medio. Yo aprendí que quien pretenda calcar una novela para el cine tal cual se contó en el libro, no sabe nada de literatura ni de cine. Tienes que aprender a condensar algo así como un aroma, el aroma esencial de la obra. Y si cedes tus derechos, tienes que aprender a dejarlo ir y que venga otra personalidad, aceptar que es una obra diferente a la que escribiste. En la película el autor es Mario y yo soy uno de los eslabones de esta cadena de creatividad que llega hasta la película.

Aunque escribimos el guion a cuatro manos, siempre sentados en el mismo estudio, discutiendo, caminando, interpretando a los personajes, al final Mario tomó las decisiones fuertes. Y hay un tercer escritor que es el azar y él nos quitó una parte del presupuesto, hubo que recortarle media hora al guion y el final tan largamente trabajado ya no funcionaba. Mario tuvo que adaptar y el final es suyo. En las últimas escenas tuvo que condensar lo que teníamos y llevarlo al mismo punto de emoción. El resultado es una película implacable, que refleja de modo fiel cómo ha sido la justicia en México de los años setenta a la fecha, a través de una historia que no puedes soltar. Es como caer por una catarata de corrupción, impunidad y violencia.

Coincido en que el tercer acto de la película es tremendo. Quería preguntarle a Mario cómo trabaja con el novelista…
MM: Yo quería que Martín trabajara el guion conmigo. Bajo la sal era la adaptación de un argumento de un chico, que ahora no está tan chico, Ángel Pulido; era la primera vez que yo intentaba escribir un guion de largometraje. Nuestras habilidades literarias tenían un límite, yo tengo más solvencia como director pero en la parte del guion necesitaba una base más armada. Ángel se ha convertido en un gran guionista pero entonces estábamos empezando. Ahora, trabajar con un talento como el de Martín, el de este universo tan complejo, para mí era el mejor plan posible. Obviamente hay un lado Mr. Hyde de Martín Solares, la parte difícil de trabajar con el novelista que había trabajado diez años su texto, que es como un planeta, Júpiter, tan profundamente imaginado; es difícil escapar de la órbita de ese planeta. Tuvimos que emprender viajes donde nos íbamos cada vez más lejitos, hasta que pudimos separarnos de la gravedad de ese planeta enorme. Como no es mi novela, yo puedo tener la frialdad para desprenderme de ciertas cosas, para Martín es como si le cortaran un brazo. Él dice que la escena de la tortura en la película se queda corta comparado con lo que hacía con su novela.
MS: Fue una escena autobiográfica. (se ríen.)
MM: Eso fue lo más difícil, irte haciendo deshaciendo de tus propias ideas de lo que podría ser, porque a veces, en el cine, esa es la gran limitación.
MS: Hay que sacrificar lo que más te gusta de una historia para que el conjunto de la nueva creación funcione, y eso hicimos. En el guion teníamos peleas espectaculares, persecuciones, cosas emocionantes que partieron de la novela y fueron creadas en el camino. Cuando desapareció el anterior productor hubo que dejar de soñar, y desarrollar y pulir la película que podíamos filmar. Ese fue el gran reto: hacer lo más que se pudiera con los menores recursos posibles.
MM: Te oía y recordé algo interesante que no he platicado con nadie: en un momento teníamos aquel guion y la gente decía: “Wow, es el mejor guion que he leído en este año en el cine mexicano”, y de repente ese guion maravilloso no se puede hacer porque no hay dinero. Fue complicado sacrificar pero Daniela Leyva y Faride Schroeder, productoras de la película, que vienen del cine indie y saben trabajar con poco dinero, me impulsaron a repensar la película. Decían: “tu película no son las persecuciones ni los efectos, es la historia que quieres decir en el centro.” Fue un hallazgo increíble: el centro se mantiene, lo que está diciendo la novela y la película no depende de si tenemos dinero para estrellar cinco coches.

Kristyan Ferrer. Fotografía de Luis Montemayor. Videocine vía AP.

Algo que se mantiene es el vínculo de los protagonistas, Vicente Rangel y Ramón Cabrera, el Macetón, que está en sus primeros tiempos de aprender el oficio policiaco. Junto al género noir aparece como secundario el coming of age. Esta solución es importante para diferenciarse de la novela, pero también para darle otro efecto, recuperar el centro sin necesidad de persecuciones.
MM: El otro día veía I wanna hold your hand, comedia de Robert Zemeckis sobre los Beatles. Al final hay una entrevista con Spielberg, que era el productor, y con Zemeckis. Eran unos niños. Spielberg tenía 27 años y el otro 24; hablaban del cine que les gustaba hacer y de la experiencia de ser jóvenes haciendo cine. Esta idea de poner a los jóvenes en el centro de la experiencia es una cosa que nos tocó a nosotros en los setenta y los ochenta. Creo que la influencia de ese cine se ha traspasado hacia lo que yo hago, porque el emo de Bajo la sal es un coming of age tremendo, y ahora tenemos a un posadolescente, el Macetón, que está descubriendo qué es ser policía en México, algo que además está en la novela de Martín.

En la novela el Macetón, en sus cincuenta años, tiene un crecimiento tardío, se volvió parte del tapiz de la comisaría y le toma esos años tener coraje y hacer algo. En la novela el Macetón joven aparece solamente en una página, fue interesante extender esa historia y fusionarla. El Macetón fue el framing device ideal. Para completar esa historia de maduración hicimos una escena de un día, que resume 25 años de la novela: el personaje se da cuenta de lo que está pasando y no se hace de la vista gorda, asume su responsabilidad.

Me gusta la idea del equipo, sobre todo en el cine es importante tener estos equipos de colaboradores consolidados, ¿ustedes han pensado que Los minutos negros sea el punto de partida hacia otros proyectos?
MS: Siempre hemos bromeado con esa posibilidad y con esa broma ya terminamos un segundo guion, una historia de cómo se ha vivido el amor entre la gente que tiene entre cuarenta y cincuenta años. Ahí recogí historias de conocidos y amigas que se separaron en los últimos quince años; les empecé a detectar patrones muy simpáticos. Y tenemos la intención de lanzarnos por un tercer proyecto. Tanto para Mario como para mí, hay dos géneros que idolatramos: las buenas comedias y las historias policiales, en los cuales ves a la justicia como no se ha visto jamás y en escenarios inusitados, fuera de la Ciudad de México porque creo que ni a Mario ni a mí nos gustan los personajes que hablan chilango. Queremos contar los retos para un policía que tiene que cruzar el ancho de un río para ir a la comisaría todos los días, como es el caso de Rangel en Los minutos negros, otro que su escuela de tiro fue cazar todos los días una codorniz en la selva para llevar algo de cenar a su casa. Ese tipo de personajes estamos buscando.

Para los dos es fundamental el género negro. Aun la saga europea de Martín, con elementos fantásticos, está escrita en clave de novela negra, y Mario, pues, Bajo la sal y Los minutos negros. ¿Qué les da este género para contar sus historias?
MS: De inicio, un control artístico. Decía Borges que la novela policiaca fue al siglo XX lo que el soneto al siglo XVI, una forma artística muy ceñida, con reglas claras, en la cual las variaciones son lo que importa. No puedes cambiar sustancialmente la forma pero sí el contenido. Las novelas policiacas que intento escribir se preguntan cómo era la justicia en Francia en los años veinte, o la de Tamaulipas en los años setenta, qué tanto hemos perdido de vista la legalidad y la justicia, en un momento en que los policías y los administradores de los tribunales no parecen estar empeñados en hacer lo correcto, sino en seguir vivos por todas las presiones que sufren.

¿Cuál es el rostro que va adquiriendo la justicia en esas circunstancias? ¿Qué puede hacer un individuo aislado, en medio de un sistema que se vuelve cada vez más atroz? A mí me interesa explorar las variaciones de la justicia, su ausencia o presencia en la vida cotidiana y eso te lleva a vivir una historia de aventuras. La novela policiaca es la hija predilecta de la historia de aventuras en el siglo XXI, es uno de los motivos por los que me interesa practicarla.

MM: Últimamente he pensado mucho en una pregunta qué le hicieron a Stephen King, sobre por qué escribía historias tan atroces; él contestó: “¿y quién te dice que escojo?” Y es cierto, al final uno no elige. Si me hubieras preguntado cinco años antes de hacer Bajo la sal, no lo hubiera creído. Me encanta el género negro, pero me gusta más la idea del género, en general, como una base, una especie de cancha donde las reglas están muy claras para jugar y crear algo original. Hay quienes dicen que Los minutos negros es cine negro pero también western, tiene combinaciones y creo que sí se pueden combinar distintos géneros.

Personalmente hay una serie de temas que me importan, tienen que ver con la justicia y con el tema del héroe, este reto de crear policías que no necesariamente son los malos de la historia, me parece que es un reto espectacular. El otro día me preguntaban sobre influencias de Los minutos negros y decía que la influencia principal es Akira Kurosawa: él siempre habló desde su cultura pero tomo prestado el género y con estas reglas crea piezas únicas. Eso para mí es la gran inspiración, tomar los géneros para hablar de México.

Tengo la impresión de que los géneros cinematográficos en México están en un páramo desolado: por un lado, están las comedias raciclasistas; por el otro lado, el cine de autor, para festivales. En el centro hay un despoblado donde deberían estar el cine negro, el melodrama, el horror, pero son pocos los ejemplos, pensaba en Sonora de Alejandro Springall, en Las niñas bien de Alejandra Márquez Abella, y en ese grupo agrego Los minutos negros, pero pocos sobreviven entre las antípodas. Es difícil en este momento del cine mexicano proponer una película policiaca.
MM: Siento que hay una inseguridad de hacer género. La comedia fársica, que puede ser desde Luis Estrada hasta otros ejemplos, tiene un tono fársico que no quiere tomarse nada en serio; el otro cine es muy serio; en medio está descubierto. Con Los minutos negros yo he tratado y voy a seguir tratando de empujar. Quiero hacer un cine que la gente quiera ver. Kurosawa hacía películas que la gente veía a pesar de que eran películas de arte, eran películas buenísimas de aventuras, policiacas, no veo por qué tiene que estar peleado un cine que quiera hablar de cosas importantes con el entretenimiento. Con Los minutos negros hay a quienes les gusta más o menos la película, pero en todos hay una sensación de agradecimiento por hacer algo distinto. Creo que la gente está sedienta de poderse involucrar con una historia dura, pero tocarlos sin tanta solemnidad. Me ha tocado ver alguien que hace crítica y dice que temas como los feminicidios no deben tocarse así, que está mal porque son temas que lastiman. Ese pensamiento es demasiado políticamente correcto, como que solamente puedes tocar las cosas con un grado de seriedad, hacer un documental para hablar de estas cosas. Empieza a haber películas que quieren experimentar, como Ya no estoy aquí o Una película de policías, que tratan de pegarle a esa barrera y jugar, entretener y hablar de los temas del país pero sin que deba ser tan árido para el espectador. Los minutos negros es durísima pero no por eso no tendría que ser entretenida ni muy seria o muy reverente.

El director Mario Muñoz y el actor Leonardo Ortizgris. Fotografía de Luis Montemayor. Videocine vía AP.

Agradezco que existan películas como Los minutos negros que quieran hablar de temas importantes pero también entretener, meterme al thriller, proponer un héroe. Además, creo que son las películas que pueden crear taquilla e industria; una inercia de reinventar y recrear los géneros para conseguir obras importantes.
MM: El otro día me topé con un cuate que trabaja para una compañía de desarrollo de contenidos en español, vio la película y estaba contento con ella. Me platicaba eso, que España era muy parecido a México, nadie se atrevía a hacer una película de género y de repente empezó a Amenábar con Tesis, una película española increíble. Me dio esperanzas que me dijera que el escenario era igual en España y que a través de experimentar puede abrirse toda una vertiente narrativa.

 

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