Felipe Cazals: la cinematografía de un gigante en México
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Felipe Cazals: el cine de un gigante

Murió Felipe Cazals, uno de los grandes protagonistas del cine mexicano y una figura inseparable de la tragedia nacional. Fue el autor de grandes películas, donde el diablo escondía los ojos y cambiaba de oficio, pero se colaba siempre en las tramas para castigar a inocentes y héroes.    

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Ya no es noticia la muerte de Felipe Cazals. Nos enteramos de inmediato porque todos los espectadores de cine, y más allá, conocimos de un modo u otro la huella de aquel gigante. Pocos ignoran al director tras el desbordamiento furioso de Canoa (1976), la sexualidad insubordinada de El apando (1976) y el misterio desgarrador en Los motivos de Luz (1985). El cine de Cazals no fue sólo uno entre muchos registros cinematográficos de la tragedia nacional sino un signo inseparable de nuestra cultura durante los años setenta y ochenta, los más prolíficos en su carrera. En las películas que hizo entonces, Cazals estudió el fracaso institucional y encontró en los cuerpos macheteados de unos jóvenes algo más complejo que el enojo inexplicable de los pobres, como lo hacen directores diminutos; él, un gigante, vio en un linchamiento la manipulación ideológica del catolicismo, que enviaba a sus feligreses a matar al grito de “¡cristianismo sí, comunismo no!”. En el apando del Palacio de Lecumberri, descubrió que el erotismo aplaca la crueldad punitiva, y en el crimen de una Medea contemporánea encontró no la mera culpabilidad de una mujer enloquecida sino los abusos que le arrebataron el juicio.

La mirada de Cazals leyó con desconfianza los periódicos e indagó —como lo proponía Cesare Zavattini, el teórico del neorrealismo italiano— en las causas que convierten a personas comunes en titulares. Por eso las cámaras fotográficas amontonadas al principio de Las Poquianchis (1976) ofrecen un espectáculo más grotesco que el de la fosa donde aparecen unas mujeres muertas. En Canoa los periodistas se niegan a reconocer la versión de los linchados, y se asume como verdad que ellos llegaron a un pueblo a provocar izando una bandera rojinegra. Para Cazals, el periodismo bajo la dictadura no era un asunto de verdad, sino de poder y espectáculo que enfrentó siempre desde el bando de los muertos y los lastimados. Su filmografía, en aquellos años, no es solamente una crónica del presidencialismo autoritario del PRI y sus allegados sino una respuesta donde el cine se describe a sí mismo como un arma revolucionaria.

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