Reportajes
La ruina y la idea: Perfil de Frida Escobedo
Alejandra González Romo
Fotografía de Pia Riverola
La arquitecta mexicana Frida Escobedo recibirá el premio francés Charlotte Perriand 2024 como una de las voces más interesantes de la actualidad. Para ella la arquitectura está siempre atrasada y al mismo tiempo inconclusa donde las oportunidades narrativas obedecen a la observación meticulosa.
Los miércoles de SOMA [1], en los que un artista visitante hace una presentación sobre su trabajo, se han convertido en un punto de encuentro —de entrada libre— para los seguidores del arte. El 25 de noviembre de 2015 la invitada era la arquitecta Frida Escobedo. Un video testigo disponible en Youtube resume su charla, en la que no sólo habla de su obra, sino de la de un arquitecto cuyo nombre desconoce. La proyección muestra la fotografía de un edificio de ventanas reticulares de piso a techo con marcos negros, ubicado en el número 72 de la calle de Florencia en la Ciudad de México.
—Con esa retícula perfectamente ordenada parece que hablara con los principios de la modernidad, la sistematización, procesos industriales, el rigor de un módulo, la transparencia, etc., pero si miramos de cerca nos encontramos con todas esas capas de historia personal y empezamos a leer —dice ante el auditorio sólo iluminado por la luz de la pantalla y una pequeña lámpara de escritorio que le permite verificar su notas.
La siguiente fotografía es una toma más cercana del mismo edificio que muestra de forma muy clara que al interior de cualquier obra arquitectónica sucede una cosa: la vida. El propietario de uno de sus departamentos u oficinas decidió aprovechar la transparencia para anunciar sus servicios como abogado, otro colgó mirando hacia afuera una tira de arcángeles, en lo que puede ser, o no, un mensaje religioso para quien mira desde la calle hacia arriba. Otros optaron por rechazar la transparencia y bloquear con muebles, cartones o persianas amarillentas el paso de la luz del sol y las miradas de personas que, como Escobedo, saben mirar dos veces.
—Para mí, ésta es una piel inteligente y no las que proponemos todo el tiempo. Es una piel que permite absorber el paso del tiempo y de la historia —dijo antes de pasar a otra imagen.
Sin haber estado ahí, es fácil adivinar que la audiencia de aquella noche era ecléctica. Y es que cuesta trabajo presentar a Frida Escobedo sólo como arquitecta. Su trabajo rechaza etiquetas, géneros, estilos y la fidelidad a una sola disciplina. Entre sus obras hay una institución cultural, proyectos de vivienda, un mercado, varias museografías, pabellones, cursos, seminarios, textos, un par de tiendas muy chic de productos de belleza y una silla que pesa muchísimo pero engalana su entorno como muy pocos objetos.
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A los veinticuatro años fundó junto a Alejandro Alarcón su primer despacho, Perro Rojo, y entre otras obras, hicieron en 2003 una casa a las afueras de la ciudad para un amigo en común. En algún punto cercano al restaurante Hipocampo sobre la carretera libre a Cuernavaca se levanta una enorme caja negra, suspendida en el aire por cuatro columnas de concreto. Probablemente el proyecto respondió al deseo desesperado de un citadino cansado del barullo, de vivir rodeado de árboles y no de asfalto, y a juzgar por el inmenso ventanal de la casa, hoy goza además de una vista espectacular.
—La casa es diminuta y la hicimos con recursos muy limitados, pero al mismo tiempo nos dio muchísimo qué hacer, de qué hablar y qué ofrecer. Fue la primera vez que tuvimos verdadera libertad creativa y vimos lo que imaginamos ir del papel a la realidad —dice Escobedo desde su pequeño taller en la también pequeña calle de Dresde en la colonia Juárez—. En este país hemos aprendido a trabajar en un estado continuo de crisis, así que no somos una generación que esté esperando en el despacho a ver qué torre nos encargan. La atención ya no es solamente para las superestrellas y la arquitectura del espectáculo, porque ya no hay recursos ni clientes para eso —afirma—. Hoy la realidad es otra y hay que responder a la necesidad de hacer cosas con un mínimo de recursos. Una vez que asumes eso, descubres que hay muchísimas cosas que hacer y resolver. Todo es urgente.
Para 2006 tenía ya su propio despacho, pero siguió colaborando en proyectos como la remodelación del hotel Boca Chica en la playa de Caleta en Acapulco, junto con el artista y arquitecto José Rojas. Sus treinta y tres cuartos se construyeron a finales de los cincuenta junto al glamoroso Club de Yates y el legendario hotel Los Flamingos, construido en los años treinta y vendido en los cincuenta a la famosa “pandilla de Hollywood” encabezada por John Wayne, Errol Flynn y Johnny Weissmüller (quien interpretó a Tarzán en la película de 1948). La remodelación del Boca Chica replanteó su estética de herencia modernista, con materiales crudos y destellos de color. En palabras de Mario Ballesteros, en su texto sobre Escobedo para la revista Icon, ése es un tema recurrente en su obra, “el reconocimiento al modernismo mexicano como vástago arquitectónico de las aspiraciones de la clase media”. Desde el interior, hamacas, jardines privados y muebles vintage curados por la artista mexicana Claudia Fernández se conectan hacia afuera, donde el hotel presume una inmaculada fachada que parece extraída de una película de mitad del siglo veinte. La revisión de Escobedo y Rojas, al mismo tiempo nostálgica y contemporánea, refresca el recuerdo de años mucho mejores en el puerto de Acapulco.
En muy poco tiempo su carrera se volvió internacional. En 2008 el prestigiado despacho suizo Herzog & de Meuron la invitó a participar en Ordos 100, un proyecto de construcción curado por la firma de arquitectos y el artista chino Ai Weiwei. En enero de ese año Frida Escobedo y noventa y nueve arquitectos más, provenientes de 27 países, se reunieron en la desértica ciudad de Ordos, al sur de Mongolia Interior. Fueron los elegidos para diseñar cien villas de mil metros cuadrados, en un proyecto fascinante, que en palabras de Ai WeiWei “no se trataba solamente de producir arquitectura, sino de detonar un intercambio humano: hablar de posibilidades y no de productos”. Para estos arquitectos, la invitación significó la irrepetible oportunidad de diseñar para una ciudad nueva, inmersa en un enorme país que vive la contradicción de ser a un tiempo socialista y profundamente capitalista.
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El papá de Frida es médico. Y cuando pasaba por ella a la escuela, algunas veces no le quedaba otra opción que llevársela con él al hospital. Ella tenía que esperarlo una, dos, tres horas, algo que para una niña es una eternidad. Desde entonces, su pasatiempo principal era mirar por la ventana.
—Intentaba adivinar si el departamento de enfrente era, por ejemplo, de una viejita, por el color de las paredes, un cierto mantel o una lámpara antigua, y una de mis películas favoritas era La ventana indiscreta (de Alfred Hitchcock) —dice Escobedo, quien nació en la Ciudad de México en 1979. A pesar de ello, asegura, llegó a la carrera de arquitectura un poco por accidente, pero tras las primeras semanas de clase confirmó que sí era lo suyo.
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Frida Escobedo es sumamente respetuosa del contexto que precede y rodea su obra. En 2010 fue la primera ganadora del concurso anual organizado por el Museo Experimental El Eco para la construcción de un pabellón en su patio. Su entonces director, Tobias Ostrander, lo impulsó como una plataforma de producción para arquitectos primordialmente jóvenes, partiendo del hecho de que Mathias Goeritz diseñó El Eco antes de cumplir cuarenta años. Ante una arquitectura tan imponente, ella supo inmediatamente que lo mejor era no intentar siquiera competir con ella, sino ponerse a su servicio.
“Su propuesta fue la más interesante porque entendió el reto no sólo desde el lenguaje arquitectónico, sino desde el espacio cultural y sus necesidades”, dice David Miranda, quien es desde entonces curador de El Eco.
Su instalación apiló varias capas sueltas de blocks (tabiques huecos de concreto) y planteó opciones para reacomodarlos de distintas formas según el programa cultural del museo. Los blocks formaron foros para conferencias, recargaderas para proyecciones nocturnas, escenarios para shows de performance, la mesa de trabajo de un DJ invitado, y en una serie de casitas que un par de niñas construyeron en una visita al museo, sólo por mencionar algunas de sus transformaciones. Al público se le extendió la invitación para llevarse a casa cuantos blocks quisiera, para reutilizarlos a su manera y los restantes se los llevó una constructora. De esta forma, todos regresaron a la ciudad.
Parte de la inspiración para su propuesta vino de la poesía concreta, un proyecto literario que Goeritz compartió con otros creadores.
“Contempla a la palabra como forma plástica, como un concepto en el que la formación de la tipografía genera un espacio y ese espacio genera a su vez un sentido visual y literario”, dice Miranda. Y Escobedo lo traslada a volumen: “La poesía concreta de Ferreira Gullar busca lograr un máximo de expresión, con el mínimo de palabras. La ciudad también se construye así. Todo empieza con un tabique, una pieza industrial rígida que no parece tener ninguna expresión, pero al final del día la gente se lo apropia y las expresiones son infinitas”, explica la arquitecta.
Este concurso tiene cada vez más participantes y ganarlo es un sólido trampolín. “Lo que más me sorprendió es que no trató de dirigir nunca un estado de ánimo, ni de decir “mi sello es éste”. Tuvo un gesto sumamente humilde y su propuesta presenta a la arquitectura como algo verdaderamente flexible y no monolítico o estático. Ésas son ideas que ya pertenecen a otra época”, añade el curador, quien asegura que ese primer pabellón sigue siendo un referente para los que vinieron después.
Para ese momento la carrera de Frida ya había atraído muchas miradas y reconocimientos, entre ellos el formar parte de la Architectural League of New York’s Young Architects Forum en 2009; y en 2010 ganó la prestigiosa beca Marcelo Zambrano que otorga CEMEX, para estudiar la maestría en Arte, Diseño y Dominio Público en la Graduate School of Design de Harvard. Ahí, se encontró con el Carpenter Center del arquitecto suizo-francés Le Corbusier, que consideró, durante toda su estancia estudiantil, el edificio más bello del planeta. Pero la distracción principal de sus estudios le vino de México. Y es que al tiempo que aplicó a la beca y a la maestría, entró al concurso para un proyecto grande en Cuernavaca. Jamás se imaginó que ganaría los tres.
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En 1965, David Alfaro Siqueiros salió libre tras pasar cuatro años preso en el Palacio de Lecumberri bajo los cargos de portar un arma prohibida, promover la resistencia de particulares, proferir injurias y uno más que, a pesar de su ambigüedad, no alcanzaba libertad bajo fianza: disolución social. Ese mismo año, el muralista se mudó a Cuernavaca y construyó una casa-estudio en la que vivió hasta su muerte en 1974. La Tallera fue, en palabras de Siqueiros, un espacio destinado a volver realidad una idea que él y Diego Rivera tenían desde 1920: un taller que proveería a un pintor muralista de todas las herramientas necesarias para trabajar. El concurso que ganó el taller de Escobedo tenía como objetivo rediseñar esa construcción de enorme peso histórico. Aunque La Tallera original no tenía en sí ningún mérito arquitectónico, modificarla era un reto imponente que tenía como fin último regresarla a su origen como un lugar dedicado al análisis y producción artística, y darle un carácter nuevo, más institucional y con mayor presencia pública.
A partir de un solo gesto, sencillo pero muy arriesgado, la propuesta de Escobedo implicaba rotar los murales que Siqueiros había montado mirando al centro de un angosto patio, sacrificando ese espacio para ganar a cambio una plaza pública.
—El riesgo era que el jurado dijera “no, los murales no se tocan” y que por ello nos descalificaran —recuerda Frida sentada en el endeble prototipo de madera de lo que hoy es una silla de cobre que exhibe la muestra “Mexico Ciudad Diseño”, en Archivo, frente la Casa Luis Barragán.
La decisión que pudo costarle el concurso se convirtió en la más celebrada por los expertos y La Tallera adquirió una súbita monumentalidad que dialoga con el paisaje inmediato y que le extiende al público una galante invitación a formar parte del espacio. Este proyecto fue elegido para representar a México en la IX Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo y ganó el premio AR Emerging Architecture en 2016.
La celosía que cubre su fachada hace que aún pasando ahí un día completo, sea difícil mirar la construcción desde todos sus ángulos y bajo las distintas formas en que la luz la recorre y atraviesa. “Pensar que estábamos trabajando con la casa de Siqueiros implicaba cuestionarnos qué tanto la podíamos tocar, qué tanto se iba a respetar nuestro proyecto y cómo se iba a ejecutar, porque cuando se trabaja con el gobierno es difícil saber si la obra se va a terminar en el mismo periodo y bajo la supervisión de la misma dirección —dice Escobedo—. Para mitigar esa incertidumbre la decisión fue usar materiales muy francos, nada de acabados; una arquitectura muy cruda y con un material de bajíismo mantenimiento que no puede pintarse de colores, para no obedecer a corrientes políticas.”
La distribución de los espacios al interior también fue un reto complejo, pues la nueva Tallera iba a ofrecer un programa cultural muy ambicioso, que la volvería sede de la primera escuela de crítica de arte del INBA, un programa de residencias artísticas internacionales y de cursos para niños y adultos, además de ser museo, acervo y tener una cafetería y una tienda. La historiadora del arte, Begoña Irazábal, formaba parte del equipo de la Sala de Arte Público Siqueiros y La Tallera cuando Escobedo ya había ganado el concurso y empezaba el proyecto viajando entre Harvard y Cuernavaca. Parte de su trabajo era encargarse de que se respetara el diseño de interiores y mobiliario, que también fue obra de la arquitecta.
“Es una construcción diseñada para que la vegetación pueda habitarla y eso da una sensación de no estar ni adentro ni afuera. Es un juego muy interesante entre espacio público y privado, pero creo que ese mismo tema de la vegetación puede traer líos de conservación —piensa Irazábal—. También hay ciertos problemas en términos del acceso y flujo de usuarios, porque La Tallera recibe visitantes por razones muy diversas. Está el público del museo, los artistas residentes, los empleados, etc, y es un edificio, por un lado muy incluyente, y por otro, restrictivo, por que hay muchos espacios a los que no puede entrar cualquiera y el flujo es algo confuso y complicado.
”Por otro lado, recuerdo una noche de proyección de cine al aire libre frente a La Tallera. Hacía calor, había muchísima gente, y parecía como si el edificio no terminara, extendiéndose hacia la plaza y el jardín. Frida tiene la capacidad de conectar con las emociones, y creo que éste es un ejemplo potente y muy exitoso de la activación de una plaza pública”, dice la hoy directora de la galería Breve, en la colonia Roma.
En poco tiempo, La Tallera se convirtió en uno de esos lugares donde las novias van a tomarse fotografías el día de su boda, y una banda la utilizó como fondo para su video musical. “Ese tipo de cosas son lo que más me emocionan, porque significa que el lugar les comunica algo con lo que se identifican”, dice Escobedo sobre su proyecto, que es también un éxito de Instagram, donde los visitantes han dejado plasmadas su interpretaciones del espacio, sus ángulos y superficies.
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En su taller trabajan cuatro arquitectos de tiempo completo: Carlos, Valentina, Federica y Toño; y dos becarios: Andrés y Belén. “Todos son, mejor dicho, somos, muy jóvenes”, dice la jefa sonriendo.
Trabajan juntos en un mismo salón de oficina, que no es muy grande, y sólo tiene dos mesas largas. En la esquina de Frida hay cajas de petri con arena o arcilla de distintos colores, maquetas, una esfera blanca y un pequeño atril, donde acomoda los delicados libritos con los que presenta cada uno de sus proyectos. Todos son pequeñas obras de arte, de esos que suelen definir como libros de artista y que reúnen en imágenes y textos cortos, las referencias, conceptos e historias que inspiran sus propuestas. Pegada en la pared, hay una postal de lo que podría ser una ilustración científica de una magnolia. Se la regaló su madre. También hay un página arrancada de la revista The New Yorker que, según el pie de foto, muestra a un granjero descansando sobre un tronco con una forma muy peculiar, a la orilla del río Maroni en la Guyana Francesa. En la barra detrás de su silla hay algunos ladrillos, piezas de metal muy finamente labradas, varios bloques de madera y muchas otras cosas. De alguna manera, la combinación luce impecable.
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Muy poco tiempo después de terminar la Tallera, se enfrentó a la misión de conquistar otra plaza pública. Esta vez sería la Praça da Figueira, en el marco de la Trienal de Arquitectura de Lisboa en 2013. El joven curador José Esparza Chong Cuy, quien actualmente trabaja para el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, era el coordinador del programa público del evento y buscaba presentarlo sobre un espacio arquitectónico, así que invitó a Frida a proponer un podio o escenario para las actividades al aire libre. En ese año continuaban las protestas del M15 en Madrid y Occupy Wall Street en Nueva York, que habían arrancado en 2011, donde los ciudadanos reclamaban recuperar el poder de manos de las élites políticas y económicas. Escobedo y su equipo comprendieron que en ese contexto social no podían usar una estructura que implicara jerarquías tradicionales.
—Propusimos un objeto muy simple, una superficie circular con una parte inferior faceteada que permite que la plataforma se incline a diferentes ángulos, como una balanza, dependiendo el lugar donde se pare la gente, y al no tener esquinas no hay jerarquía. Ésa el la idea de una mesa redonda —explica Escobedo. La pieza, de la que tiene en sus manos una perfecta versión a escala echa en metal, materializa la poderosa metáfora de que un orador alcanza más altura solamente en la medida que atrae a un mayor público.
“Al igual que lo que hizo con el pabellón de El Eco, si alguien quiere mover la plataforma, no puede hacerlo solo y necesita convencer a la gente de que le ayude. Eso te obliga a negociar tu posición como individuo. Son gestos sencillos, pero ideas complejas —dice el curador José Esparza en entrevista telefónica desde Chicago—. Creo que su arquitectura es un agitador, un punto de partida para que cosas más grandes sucedan. Frida es de escalas humanas, y tiene la esperanza de que la gente hable sobre sus diferencias y se de cuenta de que pueden cambiar las cosas si se organizan. Esa evolución también es arquitectura”, afirma.
Al final, por razones de seguridad, la plataforma tuvo que fijarse en una sola posición inclinada. Y sobre el Civic Stage sucedieron charlas, conferencias, duelos de patineta, reuniones casuales para ver las estrellas y hasta una obra de teatro: Superpowers of ten, de Andrés Jaque y Office for Political Innovation, una versión alternativa de Powers of Ten, un corto documental escrito y dirigido por Charles y Ray Eames para IBM en 1977, y que versa sobre la escala relativa de los cuerpos en el universo. La puesta en escena prolonga esos nueve minutos para hablar de la complejidad de nuestros modos de vida e integra temas políticos y sociales relacionados con género, raza y derechos laborales. En esa primera presentación, el público no se sentó abajo, sino sobre la plataforma circular, rodeada por completo por una cortina como la de cualquier teatro. Tras la tercera llamada, ésta se abrió para revelar al espectacular centro de Lisboa como escenografía de la obra. Vaya momento para una trienal de arquitectura.
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Alessandro Arienzo fue alumno de Escobedo en la Universidad Iberoamericana y después trabajó en su despacho, cuando estaba conformado por sólo tres personas. En 2014 fundó en São Paulo Lanza Atelier junto a Isabel Martínez Abascal y tiempo después lo trasladaron a la Ciudad de México. Su trabajo también tiene mucho de interdisciplinario y son un dúo que ha consolidado proyectos muy interesantes dentro y fuera de México. Además, hacen tatuajes.
“Creo que la cantidad de referencias que tiene Frida es increíble y es lo que más aprendí de ella, a no trabajar sólo con libros de arquitectura sino a buscar por todas partes. Ella tiene una línea muy personal de investigación que está mucho más cercana al arte y una preocupación muy académica —dice Arienzo desde su taller en la colonia San Miguel Chapultepec—. Yo echaba mucho desmadre en la oficina y ella es más reservada, pero dejaba que pasara, y lograba que nos emocionáramos mucho con cada proyecto”, recuerda.
“Respeto mucho su decisión no hacer sólo arquitectura per se. Ahora eso ya es más común y más fácil, pero creo que ella sí marco pauta en ese sentido. Es muy difícil construir tu mundo y trabajar tus ideas, hacer las cosas a tu manera. Y siento que la gente sí identifica ese mundo específico de Frida, que no tiene que ver con una estética, pero que se entiende, y eso me parece súper cabrón”, concluye antes de volver a sus trazos en un pequeño pedazo de papel.
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En el año dual México-Reino Unido el Victoria and Albert Museum de Londres organizó un concurso por invitación para diseñar un pabellón en su patio central y el despacho de Escobedo fue, de nuevo, el ganador.
—Más que un pabellón que hablara de México quisimos hacer un intercambio. Hicimos alusión a la primera apropiación artificial de un territorio que se hizo en esta ciudad, es decir, la de la ciudad lacustre. La trama de la ciudad antigua sigue presente, con la misma retícula y los mismos ejes. Ése fue nuestro primer pretexto plástico y compositivo —cuenta Escobedo.
Una serie de plataformas geométricas de superficies reflejantes invadieron el espejo de agua en el patio central del museo, como lo hicieron los aztecas al construir una ciudad completa en un valle cerrado con cinco cuerpos de agua. El jardín inglés, con su propia estructura, lenguaje y jerarquía, rodeaba la instalación, mientras que la superficie reflejante de las plataformas reproducía el esplendor de la arquitectura victoriana del museo fundado en 1852, y cuya colección reúne más de dos millones de objetos representativos de cinco mil años de creatividad humana. La imagen resultante cambiaba con todas las luces del día, logrando que cosmovisiones muy lejanas coincidieran en un mismo espacio. “You know you cannot see yourself so well as by reflection” es una cita de William Shakespeare que titula la instalación y adquiere una nueva dimensión cuando la gente activa el espacio, se sienta o camina sobre las plataformas e interactúa con lo que puede ver al mirar hacia abajo, donde se encuentra a sí mismo junto al otro en una misma dimensión.
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Otra forma de contar la historia de un arquitecto sería a través de los proyectos que nunca se construyeron, y que se quedaron en una carpeta repleta de bocetos, soluciones, y conceptos quizás tan brillantes como los que sí llegaron a materializarse. En el caso del taller de Escobedo, su propuestas para el pabellón del MoMA PS1 en Nueva York, y para el ala contemporánea del Museo de Arte de Lima, se quedaron en el cajón. Sobre este último confiesa que le hubiera gustado dedicarle más tiempo al proyecto, y al decirlo refleja por un lado que cada vez tiene más trabajo, y por otro, que como era de esperarse, a esta arquitecta no le gusta perder.
—Para nosotros era muy importante generar una conexión entre el museo y el transporte público de Lima, porque está en la esquina de un par de avenidas muy conflictivas donde hay un paso a desnivel; de esas cicatrices que dividen la ciudad. Así que queríamos generar todo un circuito peatonal, y hacer que los coches pasaran por debajo —explica esta vez desde la sala de juntas de su despacho. Una de las entradas al museo estaba planteada a nivel del metro, con una enorme vitrina que, sin pagar entrada, permitía ver parte de la exposición a los usuarios de este transporte público—. Además, en la sala pegada al metro había válvulas para abrir el cancel y hacer eventos públicos que sucedieran simultáneamente en el museo y en el metro. Estábamos imaginando espacios donde la vida surge de manera subterránea y un programa artístico que informara al transporte público y atrajera nuevas audiencias.
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Frida vivía en la calle de Vito Alessio Robles en Chimalistac, porque le encanta el sur de la ciudad. Pero hace tiempo se mudó a la colonia Anzures y vive en un edificio diseñado por Derek Dellekamp, quien además es su pareja. Su departamento es de dos niveles, arriba hay dos recamaras y abajo está la sala, una biblioteca y un comedor que no usan mucho porque siempre comen en la cocina. Además tiene dos pequeñas terrazas que son lo que más disfruta. Ella también quiere diseñar su casa, por lo que eventualmente, dice, tendrán que mudarse de ahí.
Le gusta mucho el cine, pero ya nunca tiene tiempo de ir. También le gusta cocinar para y con amigos, ir al museo con su familia y comprar plantas en Xochimilco. La terraza de su oficina está llena de ellas, todas distintas y muy bien seleccionadas. Hay una muy bella y muy extraña que tiene un aspecto prehistórico, pero no recuerda su nombre.
Cuando se le pregunta cuál es para ella el punto más interesante de la ciudad responde, sin dudar, que es la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco:
—Hay poquísimos lugares que tienen esa energía y esa yuxtaposición de elementos. Creo que explica muy bien nuestra identidad, nuestra relación con la política, con el pasado, con el progreso y con el progreso fallido –responde Frida.
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Recientemente, el despacho Legorreta + Legorreta la invitó a diseñar una celosía para el edificio de dormitorios que construyeron en la escuela de negocios de Universidad de Stanford. Ellos buscaban darle más privacidad a uno de los patios y ella ya no quería repetir la idea de la celosía de concreto, sino darle otra capa de interés. Pensó junto a su equipo en las similitudes que tiene el ritmo musical con el estructural, y les vino a la mente el trabajo que el músico Xenakis hizo con Le Corbusier y crearon una celosía metálica que además de dejar pasar la luz está diseñada para producir sonidos cuando alguien la recorre con la mano, como hacen los niños en los barandales. “Jugamos con los espacios vacíos y los sólidos, y cada apertura de luz va generando una nota distinta. Entonces no sólo es un recorrido que asocies visualmente, sino también con el tacto y el oído”, explica Escobedo.
En los días que la arquitecta concedió estas entrevistas, su despacho trabajaba en un proyecto de nueve casas en Popotla, la librería para el Museo Jumex en colaboración con el diseñador Héctor Esrawe, y un nuevo Mercado Roma, pero esta vez en Coyoacán. Acababa de regresar de la India, donde formó parte del jurado de un concurso, de terminar una museografía en la Casa Barragán para la Estancia Femsa, que exhibe el trabajo de Marius de Zayas, y ya se había inscrito a un nuevo concurso. Éste fue un semestre en el que no dio clases.
Como maestra, reconoce que elige los cursos que da por una motivación más o menos egoísta y escoge temas que no puede investigar muy bien en su oficina: “Temas de territorialización y sobre la manera en la que se está manejando nuestra ciudad. Me interesa pensar la arquitectura como todo lo que no es una edificación, porque la arquitectura no está definida por el estilo que está de moda, sino por la reglamentación, las normas, e intereses políticos y económicos de ciertos grupos. Si no entiendes la dinámica, ¿cómo vas a cambiarla?”
—Toda arquitectura es política —afirma—. Tanto la espectacular o experimental de las generaciones anteriores, vinculada a una realidad económica e intereses específicos, como la arquitectura sin arquitectos que responde de forma espontánea a necesidades no satisfechas, y que a veces funciona mucho mejor. Hay que entender que todos estamos en esa esfera y enfocar esfuerzos a lo que creemos que es más positivo.
En su participación junto Guillermo Ruiz de Teresa en el programa on residence de la Trienal de Arquitectura de Olso, que se titula After Belonging y continúa hasta el 27 de noviembre de este año, discutió preguntas como ¿qué significa pertenecer a un lugar después de un desplazamiento? ¿cómo afecta una identidad a la otra? y ¿cómo se relaciona esa identidad al territorio y por lo tanto a un sistema económico? Le pareció uno de los temas más interesantes que ha encontrado en una trienal.
—Guillermo y yo analizamos la forma en que el valor del territorio nacional cambia con las migraciones. Cuando una familia se va, degrada el patrimonio, porque al abandonar la tierra ésta deja de ser productiva y reduce las oportunidades para las generaciones próximas, entonces lo único que queda es seguir migrando —explica antes de hablar de la instalación—. Teníamos un espacio asignado de tres por tres metros, que llenamos con una tierra muy roja que se va reduciendo y reduciendo a lo largo de la trienal y al final no queda nada.
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Entre los libros que hay para consulta en el despacho de Escobedo se leen títulos como Carl Andre: sculpture and practice, Buildings Must Die, Super Potato Design, Fatal Strategies de Jean Baudrillard, El mapa y el territorio de Michel Houellebecq, The human condition de Hannah Arendt, y uno ilustrado y muy pequeñito que se llama Reglas de comportamiento en el combate, editado por el Comité Internacional de la Equis Roja de Bogotá y dice cosas como:
“Deje los edificios de interés histórico o monumentos como están, raye únicamente establecimientos comerciales.”
“Acepte el duelo y demuestre que su vehículo es el que resiste más carga.”
“Acelere inmediatamente y evite romper espejos laterales, a menos de recibir una orden en contra.”
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Al desorden con el que crece la Ciudad de México, Frida Escobedo lo divide en dos: “Hay un tipo de desorden que es interesantísimo e importantísimo, el que ves por ejemplo en las colinas del viejo Santa Fe y en toda la periferia de la ciudad. Ahí es donde entiendes cómo la arquitectura se vuelve el reflejo de una necesidad y en eso hay mucho que aprender. Pero hay este otro desorden que tiene que ver con intereses económicos súper voraces. Ese es negocio para unos cuantos que compran terrenos a precios muy bajos y construyen logrando que una zona se vuelva más cara y que la gente que ha vivido ahí desde siempre tenga que irse”.
”El mercado de vivienda a nivel medio-alto se va a saturar o ya se saturó, y lo único que se genera es un nivel de especulación donde la gente se sienta en el dinero —y hace una pausa antes de concluir—. Como arquitecto ver eso es muy frustrante, porque uno pensaría que ante tanta construcción hay muchas oportunidades, pero no es así, es trabajo de inmobiliarias y desarrolladoras con intereses muy distintos. Están llenando la ciudad de arquitectura mediocre, hecha para durar muy poco y poder construir de nuevo. Eso genera un desperdicio de ciudad, no un patrimonio, y así no se puede avanzar. Tenemos que tratar con seriedad nuestro entorno.”
Para Frida Escobedo la arquitectura está siempre atrasada y al mismo tiempo inconclusa. La describe como la ruina eterna, la ruina de la idea y la ruina del proyecto, pero asegura que si eso se entiende como una oportunidad, entonces, surge una narrativa.
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[1] SOMA es una escuela de arte que fundó el artista Yoshua Okón en 2009 en San Pedro de los Pinos, y que atrae a estudiantes de todo el mundo. Ahí se ofrece una maestría de dos años y cursos cortos para curadores, teóricos y artistas.
*Styling — Luz María Carrera / Asistente de Styling — Montserrat Domínguez / Maquillaje y peinado — Cuqui Mejía para Alex Reynal / Locación — Archivo Diseño y Arquitectura
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