Irene Azuela
Reportajes

Irene Azuela

Talento para el teatro y piernas protagónicas.

Tiempo de lectura: 11 minutos
Irene Azuela tiene un "talento bestial", dicen quienes han trabajado con ella.

Irene Azuela tiene un «talento bestial», dicen quienes han trabajado con ella.

Irene Azuela tiene un "talento bestial", dicen quienes han trabajado con ella.

Irene Azuela tiene un «talento bestial», dicen quienes han trabajado con ella.

Por David Lida / Fotos de Napoleón Habeica

«No te voy a decir que es una obra maestra de la literatura mexicana.»

Minutos antes de que la actriz Irene Azuela suba la escalera de una mansión de tres pisos en la colonia Juárez, dos hombres fornidos cargan a su colega Tania Arredondo hasta llegar al segundo piso. Recientemente, Arredondo se lastimó en esta mansión, que se usa como set para la telenovela Bienvenida realidad. Por el momento, Arredondo camina con un bastón.

Mientras Azuela sube para ensayar una escena, otra actriz, Alexandra de la Mora, se queda inmóvil a media escalera. Las dos actrices intercambian besos y saludos. De la Mora comenta que su doctor le recomendó varios días de reposo total. Dado el ritmo de trabajo de una telenovela —un actor puede filmar veinte o veinticinco escenas en un solo día—, De la Mora hace una mueca de desesperación. Uno terminaría creyendo que trabajar en Bienvenida realidad es peligroso. Azuela tiene suerte de haber salido ilesa, después de tres meses de filmar seis días de la semana hasta diez horas al día.

Azuela interpreta el papel de Lucía, profesora de actuación del Instituto Golding, una escuela preparatoria. Llega a uno de los cuartos que, mientras filman, es el salón donde los profesores descansan. Comparte la escena con Eduardo Victoria, quien encarna a Santiago, el maestro de literatura, con quien ha tenido un affaire durante los primeros capítulos de la serie.

La actriz se viste de botas de tacón alto color café, mallas negras y una túnica azul que la hace ver como una enfermera, o por lo menos eso cree ella. «Nunca me había puesto una túnica», dijo antes de empezar el ensayo.

En la escena, Victoria y Azuela hablan de un libro, Sangre en las botas, que tiene que ver con vampiros y narcos. Victoria no lo ha leído, decepcionado porque cree que es un fusil de una novela que escribió, pero que no ha publicado. Le pregunta a Azuela si realmente le gustó.

«No te voy a decir que es una obra maestra de la literatura mexicana», dice Azuela. Pero insiste en que tiene algo, y que Victoria debe leerla. Se lo presta a su colega y sale del escenario. Fin de la escena.

Bienvenida realidad, que se transmite en las noches por el Canal 28-Cadena Tres, sigue la fórmula de muchas telenovelas. Quizá su título es poco apropiado. Es una visión de la preparatoria que se acerca mucho más a lo que nos hubiera gustado vivir que a la realidad: una prepa en la que todo el mundo vive en una casa amplia y arreglada, todos los alumnos y los profesores salen bonitos y bien vestidos, con peinados de salón. Una prepa en que todo el mundo vive su sexualidad con toda plenitud. Una prepa sin reproches o remordimientos y, sobre todo, sin acné.

No debe sorprender que la serie haya tenido un gran éxito entre la juventud. A veces, algunos jóvenes se quedan afuera de la mansión en la Juárez esperando la aparición de los actores. Hay que decir, además, que la telenovela es un placer culpable —una vez que has visto un capítulo, no es fácil parar.

Aunque tampoco vamos a decir que es una obra maestra de la literatura mexicana.

Irene Azuela, con apenas treinta y un años, estudió actuación en The London Academy of Music and Dramatic Art. Ha sido ganadora de dos premios Ariel, por sus actuaciones en las películas Quemar las naves, en 2008, y Bajo la sal, en 2009. El año pasado destacó con el papel de Carol en la obra Oleanna, un clásico contemporáneo, del dramaturgo estadounidense David Mamet. Poco antes, tuvo el papel estelar de El buen canario, una obra dirigida por John Malkovich en México. Elogiada por sus compañeros de cine y teatro, Azuela ha actuado al lado de Diego Luna, Daniel Giménez Cacho, Blanca Guerra, José María Yazpik, Angélica Aragón, entre otros.

Entre escenas de la telenovela, hay que hacerle una pregunta incómoda: ¿Estudió en Londres para llegar a ser parte de Bienvenida realidad?

La actriz sonríe. Azuela parece de muy buen humor y reacciona sonriente a casi cualquier pregunta.

«No quiero tirar mala onda a la televisión —dice—. Empecé en las telenovelas hace diez años, y ahora estoy trabajando en eso. Pocos actores en México pueden tener carreras de puro teatro y cine. La telenovela es un espacio para el ejercicio actoral. Lo que te exige no lo encuentras en ningún otro medio. Tienes que filmar muchas escenas en un solo día. Es como ejercitar los músculos».

Dice que Argos, la productora que hace Bienvenida realidad, tiene la intención de mejorar el medio. «Pero al fin y al cabo es melodrama. El melodrama te exige un tono, con los diálogos un poco más exagerados». A pesar del tono «hay una frescura y una ligereza en Bienvenida realidad«.

Suspira hondo antes de agregar: «Es un camino superlargo para mejorar la calidad de la televisión en México».

Pasará otra hora antes de filmar la escena. No filma veinte escenas todos los días, pero tiene que estar en la mansión la filmen o no. «En las telenovelas, te pagan por esperar», dice.

FOTO FIJA

En una suite del piso 28 del hotel Distrito Capital, con una vista panorámica de las torres de oficinas y las nuevas construcciones de Santa Fe, Azuela, sentada, hace sándwich entre dos hombres parados. Uno le ahueca el cabello, mientras que el otro le aplica una capa de maquillaje. Parecen dos hadas-padrinos. Tienen amigos en común con la actriz y chismean sobre ellos mientras la atienden.

Suena el teléfono de Azuela. Le habla Pablo Cruz, el productor de Miss Bala, una película de cuyo elenco forma parte. Se va a estrenar en competencia en el Festival de Cine de Cannes, y Cruz sugiere que Azuela agarre un avión a París el siguiente jueves para llegar el viernes en la mañana y tomar el tren a Cannes. El sábado puede hacer prensa, para volver el domingo, y trabajar en Bienvenida realidad el lunes. Sí se puede. «Pero qué putiza», dice la actriz.

Las fotografías que saldrán de la sesión (las que aparecen en esta revista) tendrán un aspecto glamuroso, pero mientras la arreglan, la actriz tiene puesta una playera gris, una cobija alrededor de su cintura y un anillo de plata en un dedo del pie. Las imágenes también parecerán una colaboración entre el fotógrafo y la modelo, pero hay todo un pelotón de ayudantes en la suite. Un joven que maneja la prensa de Azuela habla con su asistente. Dos hombres de la revista filman la reunión para el sitio de internet. Napoleón Habeica —el fotógrafo, de apariencia pálida, cabello gris, vestido de negro— y la estilista argentina revisan una serie de atuendos que la actriz deberá ponerse. Principalmente son baby dolls, teddies y bragas de telas transparentes, algunas con plumas.

Como muchas actrices delgadas, Azuela jura que es de buen diente. Sin embargo, es la única en la suite que no toca las galletas, los brownies y petits fours sobre la mesa en el centro de la sala.

Una vez arreglada, la actriz se pone el primer atuendo: una playera de rayas blancas y negras, unos hot pants color beige y tacones altos que tienen nariz y ojos. Azuela le avisa al fotógrafo que tiene «piernas protagónicas» y pide que haga lo que se pueda hacer para que no abrumen.

El fotógrafo empieza a tomar las fotos. Con tanta experiencia, Azuela es completamente natural ante la cámara. Gira su cuerpo a la izquierda y luego a la derecha, enfrenta la lente con una mirada desafiante, después como si fuera su amante: con los ojos medio cerrados y la boca abierta.

«Es raro —dice después—. Supuestamente la sesión es un trabajo en función de ti, que saca lo más fresco de ti. Pero hay diez personas viendo lo que haces, veinte ojos que te califican. Te corrigen el pelo y te quitan las ojeras. En las fotos se nota la atmósfera de la sesión».

APRENDIZAJE DE DOS CONTINENTES

Comúnmente en México, después de aparecer en la tele o el cine, una actriz está condenada a la aparición constante en las columnas de chismes, a las fotos con las nalgas al aire en la portada de Tv Notas o a las imágenes tomadas por paparazzi en las que está dándose besos con un galán que está casado con otra. Por lo general, Azuela ha evitado la aparición en esos medios, aunque cree que es porque «no les intereso».

«Creo que necesitas un talento especial para hablar de tu vida privada. Si empiezas a hablar, quieren estirar la cuerda todo lo que se pueda. Han inventado chismes sobre mí», dice, pero nada extravagante.

Azuela es cien por ciento mexicana, pero nació en Londres. Sus papás estaban haciendo una maestría en el Reino Unido. Actualmente, su papá, Antonio Azuela, da clases de Sociología del Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y su mamá, Maribel Suárez, es ilustradora para libros infantiles.

Dice que de niña no quería ser actriz. Sin embargo, se ponía los tacones de su mamá y cantaba ante el espejo (una actividad que repite en la película Quemar las naves, vestida con boa de plumas). Cuando estudió en la prepa, hizo teatro musical.

Aunque sus papás la llevaban al teatro y al cine en su infancia, no eran grandes aficionados de la escena. Recuerda que le gustaba ver las películas de La India María, las favoritas de Lula, su niñera (Lula sigue en la casa de su madre, pero, dice Azuela, se ha vuelto miembro de la familia en lugar de empleada).

Estudió en la preparatoria Inhumyc y, después de terminar, Azuela regresó a su ciudad natal por un año. Fue al final del sexenio de Ernesto Zedillo cuando se permitió tener la doble nacionalidad a los mexicanos. «Fui a la embajada británica —dice Azuela— y saqué mi pasaporte en media hora». En Inglaterra vivía con una amiga de la escuela y encontró trabajo en una panadería francesa. En sus ratos libres iba al teatro. En el Royal Court y en el National vio obras de Shakespeare, de Ibsen y de Harold Pinter, con actrices destacadas como Maggie Smith y Judi Dench. Fue durante este año que decidió que quería ser actriz.

Al regresar a México se inscribió en la escuela de actuación de TV Azteca, en la que sus alumnos se preparan para salir en las telenovelas. «Fue un universo ajeno», dice, nada que ver con lo que vio en Londres. «Chavas guapísimas, escotadas, peinadas y maquilladas; una escuela que te enseñaba a hacer castings para comerciales. Traté de entender el medio».

Dice que aprendió a actuar ahí con profesores como Raúl Quintanilla, Héctor Mendoza, Dora Cordero y Fidel Monroy. «A veces los altos mandos de la empresa no coincidían con el rigor de la escuela. Algunas chavas apenas entraban a la escuela, y los productores llegaban y decían: ‘La necesito para una novela'». Ella al término de un año de escuela, salió en dos telenovelas: Todo por amor, en 2000, y Amor es querer con alevosía, al año siguiente. Le ofrecieron una tercera, pero la rechazó. «Pensé: ‘Si me quedo aquí, mi carrera va a ser de puras telenovelas'».

Volvió a Londres durante otro año, para hacer una maestría en la London Academy of Music and Dramatic Art. Al volver a México actuó en dos obras de teatro «supercriticadas»: Como aprendí a manejar, de Paula Vogel, y en el papel estelar de La gaviota, de Chéjov.

LUZ Y OSCURIDAD

En los últimos cuatro años, Azuela ha podido mostrar al mundo lo que puede hacer. Oleanna es una obra intensa con sólo dos personajes: un profesor universitario y la alumna que él reprobó. Ella está dispuesta a destruirlo —su carrera, su vida personal, su psique.

«Fue un honor trabajar con ella —dice Enrique Singer, quien la dirigió en dicha obra—. Me parece brillante, con un alto grado de verosimilitud. Tiene una personalidad potente, una gran intuición y es una mujer culta, con un marco de referencia amplio. Tiene una gran pasión y seriedad y es hermosa físicamente».

En El buen canario encarnó a Annie, una mujer drogadicta y destructiva con una trágica dependencia de su novio, un novelista exitoso. Trabajar bajo el mando de John Malkovich no fue fácil. «Que fuera tan famoso me influyó», dice. Se sentía desconfiada e insegura por la manera de trabajar de Malkovich. «Él deja que los actores encuentren lo que tienen que hacer. Te guía sin camino definitivo. Poco a poco entendí su manera de trabajar».

En las películas Bajo la sal, Quemar las naves y El búfalo de la noche tuvo papeles desafiantes de mujeres atormentadas y angustiadas. En todas ellas llora mucho, fuma muchos cigarros y se desnuda, a veces todo en la misma escena.

«Después de hacer una película agarras un cierto afecto y cariño con los compañeros de trabajo, a pesar del resultado. Me ha tocado estar en películas solemnes, pero igual pueden ser entretenidas».

No tenía ningún inconveniente en salir desnuda. «Me considero poco pudorosa», dice. En Bajo la sal tuvo que pelear con el director Mario Muñoz para quedar con un bikini diminuto. «Fue una negociación de varios días —dice—. A diferencia de lo que filmamos, se me ve poco».

En El búfalo de la noche hizo una escena erótica con Diego Luna adentro de un coche. No le pareció fuera de serie: la novela en que la película está basada «es muy explícita. Es un universo en que el erotismo siempre está presente, tanto como la muerte».

Guillermo Arriaga, autor de la novela y productor de la película, se dice «un admirador» de Azuela. «Tiene un talento bestial, es muy disciplinada, muy seria, algo que no encuentras en todos los actores. Tiene agallas. Sus escenas son de las más fuertes de la película. No cualquiera se anima a hacerlas, pero por eso mismo dijo: ‘Por supuesto, no tengo la menor duda, tú nada más dime en dónde y a qué horas’. Eso la convierte en una de las actrices más completas que hay».

Arriaga agrega que es «una mujer sencilla y placentera, nada complicada».

Sin duda, es la impresión que Azuela da a este reportero mientras filma la telenovela, mostrándose colegial entre los otros actores y los técnicos de la producción. Hasta cuando sale a comer, es de una cortesía a toda prueba con la mesera. Por eso es algo discordante que siempre le den los papeles de mujeres tan desoladas y afligidas.

«Creo que he tomado uno tras otro, así que cuando hay un papel así, dicen: ‘Llámale a Irene'». Cuando le ofrecieron el papel de la maestra Lucía en Bienvenida realidad —una mujer alegre, ligera, sin mayores complicaciones—, Azuela pensó: pues sí.

David Mamet, el dramaturgo de Oleanna, una vez escribió: «Nadie que viene de una familia feliz entra al mundo de los espectáculos».

Dice Azuela: «Creo que soy de una familia que, si no fue feliz, funcionaba. Hasta que dejó de funcionar. Mis papás se divorciaron cuando yo tenía catorce o quince años. Fue un quiebre cabrón. Es un gran dolor para un niño, y agarras culpas que no son tuyas.

«Tuve una infancia muy feliz con mis hermanos y con mis papás. Nos llevaban a actividades divertidas y culturales. Nos llevaban a una feria y luego a la Sala Nezahualcóyotl a escuchar música clásica. Estoy muy agradecida con ellos.

«Pero la memoria es selectiva. Viendo hacia atrás, recuerdo que el divorcio rompió una estructura que yo creía sólida.

«Leí a un teórico del teatro que dice que cada actor tiene un duende monstruoso adentro». El divorcio le ayudó a hallar su monstruo. Dice: «Recuerdas los dolores y las heridas que no quieres recordar y te llevan a tu universo oscuro».

REALIDAD NO TAN BIENVENIDA

De manera apropiada para una actriz que ha encontrado su duende monstruoso a partir de un trauma familiar, Azuela dice que lo que más le gusta de actuar es «formar una familia durante cada proyecto. Haces vínculos muy fuertes con esa gente». Aun así, es un alivio deshacerse de la familia después de terminar. «Muchos actores son muy gremiales. Todos sus amigos y parejas son del medio. La mayoría de los actores pasa toda la vida sólo hablando de la actuación, el cine, la televisión». Azuela dice que nunca ha tenido una pareja que sea actor: «No me han llamado la atención». Su novio actual es fotógrafo, pero prefiere no mencionar su nombre.

Lo que menos le gusta es estar siempre expuesta. «Estás bajo una lupa. Si trabajas, si no trabajas, si has engordado, cómo te ves; eres vulnerable. La inseguridad te puede inspirar, pero también es como tener una piedra en el zapato para siempre».

A pesar de los numerosos éxitos que ha tenido en años recientes, dice: «Cada vez que termino un proyecto creo que es el fin de la carrera. Y cuando me vuelven a llamar, pienso: qué ganas de sufrir. Hay que ponerle picante a la vida».

Otra razón por la que le gusta la actuación es que puede compartir el escenario con actores que le inspiran, como Daniel Giménez Cacho. Ella dedicó uno de sus premios Ariel al actor. «Es descarado y talentoso. Le gusta el juego. Se atreve de hacer cosas sorprendentes, no importa si salen bien o mal». Giménez Cacho llegó a los primeros ensayos de El buen canario sin haberse aprendido el texto. «Improvisaba —dice Azuela—. Hizo lo que se le ocurrió. John Malkovich, muy abierto, le decía lo que funcionaba y lo que no funcionaba. En las funciones, cambió el texto y el marcaje. No sabes que esperar».

Pero a diferencia de Giménez Cacho hay un sinnúmero de «actores huevones que no llegan con la tarea hecha. Tienen una actitud de ‘a ver qué encuentro en los ensayos’. Están contentos con tres rayitas de diez. Confían en su carisma, con eso, ya está».

A pesar de sus triunfos se ha topado con ciertas realidades del espectáculo en este país: «México da apoyo a la cultura. Hay un interés de parte de los productores. Pero nos hace falta muchísimo. Es frustrante. Te dan tres pesos en lugar de los cinco que pediste. O te dan un teatro, pero sólo con la oportunidad de hacer veinticinco o treinta funciones. No quieren gastar en publicidad, y por eso hay poca convocatoria».

Después de apostar por «el rigor, el trabajo, la búsqueda de historias y personajes interesantes», la actriz enfrenta «un mundo laboral que da importancia a cosas que no tienen que ver». Un mundo en que el «talento bestial» puede ser lo de menos.

«Las estrellas, la imagen, la celebridad. Lo importante es qué tan popular o conocido eres —dice—. Tanto, que es como si eso anulara lo demás».

Como ha vuelto al mundo de las telenovelas, su celebridad está creciendo. Los chavos la paran en la calle. «Te vuelves en ‘es la de la tele'», dice.

Para el verano, cuando se acabe su contrato con Bienvenida realidad, tiene otros planes. Quiere ir a tocar puertas en España y Argentina. «Quiero refrescarme —dice—. Mi cabeza se encuentra en automático».

Le hablan para ensayar otra escena. Azuela se despide con una sonrisa cálida para juntarse con su familia temporal.  //

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