Rufino Tamayo: reacio a los fervores nacionalistas
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Rufino Tamayo: reacio a los fervores nacionalistas

Rufino del Carmen Arellanes Tamayo se hizo grande esquivando los dejos fantasmales de un padre que lo abandonó siendo un niño. En un intento por liberarse de ese vínculo, se mutiló el apellido paterno, no habría más Arellanes por sus rumbos.

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Dicen de Rufino Tamayo que desde muy joven sus recorridos por los mercados le llenaron los ojos de colores frutales. Años después, ya como artista, reivindicó con sus autorretratos su origen indígena zapoteco en las galerías de Nueva York, al tiempo que se mantuvo reacio a los fervores nacionalistas. A falta de herederos, decidió crear dos museos para compartir las preciadas colecciones que formó a lo largo de su vida: el Museo Tamayo Arte Contemporáneo, ubicado en la Ciudad de México, y el Museo de Arte Prehispánico de México Rufino Tamayo, que legó en su natal Oaxaca.

Su fecha de nacimiento está envuelta en misterio, algunas fuentes afirman que Rufino del Carmen Arellanes Tamayo llegó al mundo un 25 de agosto de 1899 en la heroica ciudad de Tlaxiaco, mientras que otras disputan la precisión y aseguran que nació un día después, el 26 de agosto del mismo año. Otras versiones alimentan el mito responsabilizando al artista de un capricho vanidoso y sugieren que nació un 25 de agosto, pero que prefería dejar el festejo para el día siguiente. Lo cierto es que atravesó cual cometa el siglo XX, su muerte (esa fecha sí está confirmada) sucedió el 24 de junio de 1991, día en que se terminó de consolidar la leyenda en torno a su nombre. 

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Rufino Tamayo se hizo grande esquivando los dejos fantasmales de un padre que lo abandonó siendo un niño. En un intento por liberarse de ese vínculo, Tamayo se mutiló el apellido paterno, no habría más Arellanes por sus rumbos. Creció en una vecindad de Oaxaca bajo los cuidados maternales y el traqueteo de la máquina de coser de una costurera que compartía hogar con su hermanos, hasta que un día, cuando él tenía 13 años, ella murió y los tíos decidieron buscar nuevos horizontes en la capital y llevarse con ellos a Rufino, entonces adolescente.

La Ciudad de México los recibió en el barrio de La Merced, donde los tíos pusieron un puesto de frutas y fue ahí donde el futuro artista se llenaría los ojos de colores. Mientras su tía insistía en que encontraría su vocación estudiando comercio, el joven ingresaba en 1915 a la Academia de San Carlos para aprender a reproducir los tonos y texturas de las sandías que con los años pintaría en serie  y que harían de él a partir de 1980 un enérgico e incontenible representante del arte del México moderno. 

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