Mi vecino el golpista / Hay Festival 2017
Cinco miradas novedosas a la realidad latinoamericana desde el Hay Festival Querétaro 2017. Daniel Saldaña París revisa la historia del siglo XX.
Narrar un continente
Entre el siete y el 10 de septiembre se llevará a cabo una nueva versión del Hay Festival en México, por segunda vez en la ciudad de Querétaro. A comienzos de año, el festival presentó la lista Bogotá39-2017, una selección de autores menores de 40 años. Para celebrar estos dos eventos les pedimos a algunos de los escritores seleccionados que nos enviaran una muestra de su trabajo de no ficción. Los fragmentos que publicamos en este especial son cinco maneras diferentes de aproximarse a un continente y una mirada novedosa a la realidad latinoamericana.
Más información sobre el Hay Festival Querétaro 2017 y Bogotá39-2017 en hayfestival.org
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La primera vez me fue difícil reconocerlo sin el tricornio, sin el gesto de exaltado patán, ya encanecido su bigote de afiliado sentimental al depuesto régimen. Pero sin duda era él, parado frente a mí en el estrecho elevador. Traté de examinar su rostro, de buscar en su mirada un atisbo de excentricidad, de locura, algo que me indicara que aquel viejo que me lanzaba miradas desconfiadas, al sesgo, era el mismo que había visto alguna vez en el ridículo metraje de televisión del asalto al Congreso: el teniente coronel Antonio Tejero.
Viví en Madrid entre 2002 y 2006, mientras estudiaba la licenciatura en Filosofía en la Complutense. Hasta entonces había vivido siempre en México, donde nací, y conocía poco España, de visitar a mi familia durante algún verano. Educado en un colegio de exiliados republicanos en la Ciudad de México, y criado al fragor de las discusiones sobre el franquismo sostenidas por mis abuelos, mis nociones de la historia política española, sin embargo, se detenían en los años oscuros de la posguerra, y muy poco sabía yo sobre la transición democrática y aquel célebre intento por sabotearla.
Mi abuelo tenía un departamento en la glorieta de San Bernardo, en los edificios Princesa, y tras unos meses de
negociaciones me permitió ocuparlo. “Tendrás un vecino notable”, me dijo con su característico sarcasmo, “el cabrón ese de Tejero, que vive en el departamento de abajo”.
Me acostumbré a verlo a veces en el elevador, o atravesando el patio principal de la comunidad, o entrando por el portón de Santa Cruz de Marcenado. Pero Tejero no era el vecino que más destacaba en los edificios Princesa —construidos en 1975 como viviendas para militares— sino yo: el único extranjero, el único joven, el único estudiante entre una población más bien envejecida y más bien conservadora.
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