Los guardianes de La Estrella

Los guardianes de La Estrella

Virginia Mendoza
Fotografía de Maysun


Sinforosa y Juan Martín han vivido solos desde hace cuatro décadas en La Estrella. Nadie más habita este pueblo solitario en la provincia de Teruel, España, que llegó a tener alrededor de 200 habitantes y en el que marcharse pasó a ser la norma.

Tiempo de lectura: 20 minutos

Los dos últimos habitantes de La Estrella tienen planes a futuro: han plantado encinas. Parece un aviso, una declaración de intenciones que se revela nada más llegar a este barrio rural español perteneciente a Mosqueruela y ubicado en el Maestrazgo aragonés, en la provincia de Teruel, junto al límite de la de Castellón.

Sinforosa Sancho está sentada en el banco de la puerta de su casa, templada por el sol, rodeada de gatos y envuelta en silencio. Aquí, al fondo de un barranco de difícil acceso, en una ladera rocosa, ella y su marido, Juan Martín Colomer, han vivido solos desde hace casi cuatro décadas en una de las dos hospederías de la iglesia. En estas calles, en las que crece la hierba, llegaron a convivir alrededor de 200 personas. El aislamiento, una naturaleza hostil, el hambre de posguerra y, sobre todo, el éxodo rural desde finales de los años cincuenta, fueron vaciando la aldea hasta que en los años ochenta sólo quedaron aquí los dos ermitaños, a una edad en la que ya nadie se marcharía en busca de trabajo. El hijo de Sinforosa y Juan Martín fue el último niño de La Estrella, tras la muerte de su otra hija, a los 11 años, por un derrame cerebral. Después de que se fueran todos los vecinos, el arraigo de Sinforosa se convirtió en resistencia.

—Te has criao así —dice Sinforosa con una sonrisa tímida, como asumiendo que las cosas son como son y no tiene sentido cambiarlas.

Mientras habla, a su espalda se extiende una fachada de tonos pastel, amarilla y rosa. La pintura dibuja ladrillos, columnas, sombras. Es un trampantojo que imita a un edificio neoclásico en el que hay dos relojes solares: uno para la mañana y otro para la tarde. La casa en la que viven Sinforosa y Juan Martín es una de las dos hospederías del obispado que, junto al Santuario de la Virgen de La Estrella, cierran una pequeña plaza presidida por una morera.

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