El cineasta y productor chileno se ha convertido en uno de los más célebres representantes del cine de su país. A sus 40 años de edad, ha dirigido seis largometrajes, una serie de televisión para HBO y sus películas han triunfado en festivales internacionales como Sundance, Berlín y Cannes. Larraín nació en la capital de Chile poco después del inicio de la dictadura de Augusto Pinochet, como el segundo de seis hijos de una familia de abogados involucrados de lleno en la política nacional. Su padre, Hernán Larraín, es presidente de la Unión Democrática Independiente, un partido de derecha, así como senador por la región del Maule, ubicada en el centro de Chile. Su madre, Magdalena Matte, fue ministra de Vivienda y Urbanismo durante el gobierno de Sebastián Piñera: el primer presidente de derecha en tomar el cargo desde 1990, año en que Augusto Pinochet dejó el poder tras el plebiscito que tuvo lugar dos años antes. A pesar de ello, Pablo Larraín hace cine que se desmarca de la herencia ideológica que define a su familia en las esferas locales, como demostró en No, película con la que atrajo atención internacional en 2012.
Su sólida postura política, combinada con su singular visión cinematográfica, se tradujo en una cinta que mostró al mundo entero el fin de aquella dictadura. No —protagonizada por el mexicano Gael García Bernal y el también chileno Alfredo Castro— expone la campaña publicitaria con la que la oposición chilena ganó un plebiscito que parecía perdido desde su concepción. Al mismo tiempo, la cinta acercó a la sociedad de su país a un capítulo importante y luminoso de su historia reciente. En 2013, No fue nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera.
Esa claridad para encontrar en el cine una vía para mostrarle a la audiencia otras caras de la historia reciente es vital para su producción cinematográfica. “Tengo una fascinación por el pasado y por los procesos históricos. Vivimos en un mundo muy explosivo y muy conectado, que está cambiando muy rápidamente. Estamos en circunstancias que nos cuesta pensar en qué estamos y de dónde venimos”, dice Larraín en entrevista para Gatopardo desde Los Ángeles. El cineasta chileno ha pasado los primeros días del 2017 promoviendo en Hollywood sus dos películas más recientes en esta temporada de premios a lo mejor de la industria del cine. El día que posó para la portada de Gatopardo, Larraín se encontraba en los estudios de la 20th Century Fox, grabando su comentario para el DVD de Jackie. En esta cinta, como en sus trabajos anteriores, el cineasta utiliza materiales de archivo que le sirven como apoyo al construir estas versiones ficticias de la realidad.
Desde su perspectiva, los procesos históricos pueden ser transfigurados con una cámara, con un ejercicio cinematográfico. A Pablo Larraín le gustan los documentales, los ve, pero no los hace. La columna vertebral de su cine radica en su forma de mirar y reproducir el pasado: a través de la ficción. “Podemos quizás darle sentido un poco más profundo y complejo a la realidad en la que estamos”, dice el director. Así, en 2016 Larraín ha llevado al cine las historias de dos personajes emblemáticos, no sólo para las sociedades que los vieron ascender y para las que aún siguen presentes como un símbolo, sino para el mundo entero: Pablo Neruda, poeta chileno ganador del Premio Nobel de Literatura e ícono del comunismo sudamericano; y Jacqueline Kennedy, la admirada Primera Dama de Estados Unidos, cuya entereza tras el asesinato de su marido, John F. Kennedy, la convirtió en uno de los personajes más fascinantes del siglo XX.
En su cine, Pablo Larraín no se limita a exponer el conflicto principal; su estructura narrativa va más allá de la punta del iceberg y añade complejidad a las decisiones y acciones de sus personajes. Esto enmarcado por una estética rigurosa y una fotografía texturizada que se adapta a la historia que se está contando y que expresa por sí misma las emociones de los involucrados. De manera similar, la música que elige para sus películas, donde predominan las cuerdas, lleva una fuerza expresiva que enfatiza el arco dramático de sus protagonistas. Así, Larraín crea una pieza que invita al espectador a abrir su mente y adentrarse en una perspectiva diferente sobre los hechos y las personas que creía conocer.
Y es que a través de la ficción, Pablo Larraín añade al mito de los personajes que presenta en pantalla una faceta más humana, lo que a veces se traduce en controversia. Con esta perspectiva alejada de la versión oficial, Larraín expone la vulnerabilidad de sus personajes como una de sus cualidades definitivas. Además, ¿por qué abandonar un ángulo innovador y desafiante en favor de una plana monografía? “Porque es lo que hacemos… metemos todo dentro de una bola de fuego que es una película: un ejercicio de ficción, que tiene un absurdo, que tiene un deseo, una rabia, una ira, un gran clamor”, asegura.
* * *
El plan original de Pablo Larraín era continuar con la tradición familiar de convertirse en abogado. Pero el Colegio Francisco de Asís, donde estudiaba el nivel medio, le dio acceso a los clásicos del cine alemán, gracias a películas del Goethe Institut que una profesora proyectaba en el comedor escolar. Así el joven chileno descubrió a Werner Herzog, Fritz Lang, F. W. Murnau y Wim Wenders, se enamoró del séptimo arte y abandonó cualquier idea de dedicarse a las leyes.
“De repente empecé a ver ciertas películas que me provocaron esta especie de algo que se te mete en el torrente sanguíneo y te circula hasta la desesperación, hasta que terminas filmando. Es un apostolado absurdo, pero eminentemente necesario”, cuenta Larraín, quien se enroló para estudiar comunicación audiovisual en la Universidad de Artes, Ciencias y Comunicación, una escuela privada en el barrio de Providencia, en Santiago.
De acuerdo con una entrevista extensa publicada en 2013 por el suplemento “El Semanal” de La Tercera de Chile, Larraín asegura que a pesar de sus diferencias ideológicas y de profesión con su padre, su familia siempre lo apoyó en sus decisiones. Tanto como para que unos años después su hermano Juan de Dios, abogado de profesión, se asociara con él para crear la casa productora Fábula, compañía que ha tenido un impacto significativo en la producción audiovisual chilena.
Pablo Larraín jamás se ha arrepentido de elegir el cine por encima de las leyes. “Una vez que empiezas a hacer películas no puedes hacer nada más. No me imagino haciendo otra cosa”, afirma. Dice que lo que tiene el cine es una manera de organizar ideas, de representar al mundo y a la vida con una combinación de elementos sumamente bellos y poéticos. “Un cineasta siempre es un niño con una bomba. Siempre está articulando algo que va a explotar en algún momento, y que tiene consecuencias inmensurables. Es alguien que está fabricando accidentes, creo yo”.
* * *
La actividad cinematográfica de Pablo Larraín no le da descanso. Después de El club (2015) —cinta que aborda casos de pederastia en la Iglesia católica de su país y con la que volvió a competir por el Oscar a Mejor Película Extranjera— vino Neruda, inspirada en un momento clave de la vida del Premio Nobel de Literatura chileno. Esta película se estrenó en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2016 y atrapó a la crítica. Desde entonces, obtuvo cuatro Premios Fénix a lo mejor del cine iberoamericano (incluido Mejor Película) y estuvo nominada como Mejor Película en Lengua No Inglesa en la 74ª entrega de los Globos de Oro.
En Neruda, el poeta chileno protagoniza una historia entretejida con elementos oníricos que permiten explorar tanto el mito como la parte humana. Es una mirada a su vida sin ser una película biográfica. A finales de los años cuarenta, Neruda —personificado por el extraordinario Luis Gnecco, frecuente colaborador de Larraín— es el comunista más importante de Chile, gracias al alcance y fuerza de sus palabras, combinadas con su papel como senador. La persecución de militantes comunistas por parte del presidente Gabriel González Videla orilla al poeta a la clandestinidad. Es ahí cuando entra en escena el inspector Oscar Peluchonneau (Gael García), cuya obsesión por atrapar a Neruda desdibuja las líneas entre perseguidor y perseguido, poesía y prosa, realidad y ficción.
La pasión de Neruda por la poesía y la política lo hacen un personaje atractivo para Larraín, especialmente en el momento histórico que atañe a la cinta. El Pablo Neruda de Gnecco y Larraín es un hombre de excesos y un artista intenso que, como dice la cinta, le dio palabras a la clase trabajadora para expresar su dolor al principio de la Guerra Fría. Sin embargo, el contraste de perspectivas es constante a lo largo de Neruda. En una escena clave, una militante de clase baja increpa al poeta sobre cómo serían las cosas tras una victoria comunista: ¿todos los pobres serían como Neruda, sumergidos en hedonismo y lujos, o las altas esferas se conformarían con menos? Así, Larraín profundiza el conflicto que ocurre en torno al poeta al tiempo que se desmarca de tomar un partido absoluto mientras expone un problema que aún persiste en la sociedad latinoamericana, y en especial en la chilena: la tremenda desigualdad social.
“Neruda fue capaz de describir nuestras tierras. Chile, desde luego, pero que también vivió en Latinoamérica y aunque tenemos historiadores, periodistas, cronistas, gente que ha escrito sobre nuestra idiosincrasia, creo que son nuestros poetas quienes mejor nos han definido”, cuenta el realizador sobre su decisión de abordar a Pablo Neruda desde la ficción. “[Nos definió] a través de la poesía, de la palabra, de una palabra viva, nueva, melancólica, amorosa, política”.
“Es una especie de homenaje a los mundos que se pueden inventar, que pueden surgir, y cómo esos mundos generan una realidad transversal”, dice Gael García tras la presentación de la cinta en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. Neruda es su segundo proyecto con Pablo Larraín; el primero fue No, donde dio vida al personaje principal, René Saavedra.
García apunta que, antes de preguntarnos qué tanto es verdad en las historias que relata Larraín en el cine, hay que pensar que una buena parte de la ficción pudo haber sucedido. “Es una labor complicadísima interpretar a Neruda, el poeta más famoso del siglo xx, un poeta que además en Chile es como la Virgen de Guadalupe”, afirma el actor mexicano. “Todo el mundo lo tiene muy presente, tan presente que por eso hay una cierta distancia también. Es como si [en México] habláramos de Benito Juárez. No hay que descontextualizar a Neruda de lo que sucedía en Chile: él era un senador comunista, y murió pocos días después del golpe de Estado”.
“Cuando leí el guión me fascinó porque tuvo desde el principio un nivel de poesía, de lirismo que me pareció fantástico, y muy arrojado y muy valiente”, señala Gnecco. “Pensé ‘Yo quiero hacer esto’ pero me di cuenta de la magnitud del personaje”. Lo que el actor también notó y lo asustó un poco fue que tendría que enfrentarse a todos los prejuicios, empezando por los suyos.
Tanto García como Gnecco alaban el trabajo del guionista Guillermo Calderón —quien también colaboró con Larraín en El club—. “Lo que hace en la película es que arma un universo nerudiano, Neruda habla como Neruda y Lucho improvisa como Neruda, entonces había una especie de dimensión que estaba manifestándose todo el tiempo”, apunta el actor mexicano. “El ejemplo que da Pablo cuando describe la dificultad de eso, es como si hiciéramos una película sobre los Beatles y dijeran ‘Nos faltan dos canciones. Invéntate dos canciones, tienen que sonar como los Beatles’. Es muy complicado”.
“Pienso que el gran fuerte de Neruda en el arte y el vestuario es la mezcla del instinto y la rigurosidad de la época”, agrega Muriel Parra, diseñadora de vestuario en Neruda, Post-mortem (2010), Tony Manero (2008) y en la serie que Larraín dirigió para HBO en 2011, Prófugos. “El reto más grande era abstraerse de la carga histórica y crear una imagen que no hiciera necesario el registro oficial. Eso no debía importar tanto, de hecho fue un requerimiento de Pablo: interpretar y crear en pro de lo que quería contar”.
Las películas de Pablo Larraín siempre conllevan un trabajo de investigación exhaustivo tanto en lo histórico como en lo visual. Otras variables como las dificultades de producción, el financiamiento o las agendas incompatibles de los involucrados pueden retrasar el desarrollo de un proyecto por años. El camino hacia la realización de Neruda inició hace casi una década. “Partimos con esta película en el 2008”, cuenta Juan de Dios Larraín, hermano de Pablo y productor de —hasta ahora— todas sus cintas, en entrevista con Gatopardo durante su visita a México para la tercera entrega de los Premios Fénix. “Ha sido un proceso muy largo, es la película que más tiempo nos ha tomado. Es una producción muy grande para el esquema del cine chileno: una coproducción entre cinco países”.
El esfuerzo dio resultado. Neruda fue nombrada Mejor Película Iberoamericana del 2016 en los Premios Fénix y su recepción crítica general ha sido positiva. “Es una película muy completa, llena de cine por todos lados, de personajes”, agrega Juan de Dios Larraín. “Nos lleva a viajar en el tiempo del cine. ¡Ojalá que conecte con la audiencia! Esa conversación, cuando la película llega a juntarse con la audiencia y se cruza, es lo más fascinante de todo el proceso”.
* * *
A la par de Neruda, Pablo Larraín está ocupado con la promoción de Jackie, su primera película en inglés, en Hollywood y completamente fuera de Chile. Su llegada a este proyecto vino de la mano de El club, cuyo estreno tuvo lugar en la 65º edición de la Berlinale, en febrero de 2015. Ahí la cinta recibió el Oso de Plata del Gran Premio del Jurado, encabezado por el cineasta estadounidense Darren Aronofsky (Requiem For a Dream, Black Swan). Los realizadores se encontraron y charlaron durante el festival. Tiempo después, Larraín recibió una llamada de Aronofsky para unirse a este proyecto, protagonizado por la ganadora del Oscar, Natalie Portman.
Darren Aronofsky quería un cineasta ajeno a Estados Unidos para encabezar la cinta, quería la mirada de alguien externo y quería un estilo más experimental. “Pablo es definitivamente más experimental. Es raro considerarme a mí mismo más ‘Hollywood tradicional’. Mi cine es más narrativo, el de él es más experimental, más europeo”, relató en una mesa redonda organizada por The Hollywood Reporter en noviembre de 2016.
Inspirada en una entrevista publicada en Life Magazine en diciembre de 1963, Jackie explora las reacciones de Jacqueline Kennedy tras el asesinato de su esposo, el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy. Para Larraín es una gran paradoja. “Fue una mujer que estuvo muy preocupada en proteger y organizar bien el legado del presidente Kennedy en esos días inmediatamente después del asesinato”, dice el director. “Al hacer eso, no solamente fabrica un mito a partir de lo que se entiende como Camelot; también organiza un legado y una manera de entender quién fue el presidente Kennedy, y al hacerlo ella misma toma la forma de un ícono”.
Jackie es un estudio reflexivo y profundo sobre el proceso de duelo de una viuda que compartió la ausencia de su marido con todo un país. El asesinato a sangre fría de JFK rompió el sueño americano de mediados del siglo xx y, como muestra esta película, elevó al mandatario a un estatus de ídolo. La pieza clave de la cinta es Natalie Portman quien con una actuación desgarradora y poderosa lleva a la pantalla a una de las mujeres que vivieron más de cerca el intenso escrutinio de la prensa en un momento de dolor. Como en sus trabajos previos, Larraín se apoya en una estética precisa en la que juega con texturas, paletas de color apagadas y detalles que construyen a los personajes al relacionarlos directamente con una prenda de vestir o un accesorio. Gracias a la fotografía extraordinaria de Stéphane Fontaine (Captain Fantastic), que mimetiza el pietaje de Jackie con materiales de archivo, esta cinta transporta al espectador a un momento crucial en la historia de los Estados Unidos y los obliga a preguntarse cómo enfrentarían ellos tanta desesperanza, tanto dolor, y al mismo tiempo comportarse con la entereza y elegancia de la Primera Dama.
“A Pablo no le interesaban los hechos de la entrevista [de Life]”, afirma el actor estadounidense Billy Crudup (Spotlight, Big Fish, Casi famosos), quien personifica al periodista que charla con Jacqueline Kennedy después de la muerte de su esposo; un personaje que sin ser nombrado, se inspira en Theodore H. White, autor de la entrevista original. Las escenas entre el periodista y Jackie se convierten en el pilar narrativo sobre el que descansa la película. “A él le interesaba saber si la audiencia creería que esta mujer, una Primera Dama muy joven que sólo era notable por un reality show de la remodelación de la Casa Blanca, podría curar el legado de JFK. Era más importante ganarnos su respeto”.
Crudup relata que, para lograrlo, Larraín se apoyó en la tensión de que una entrevista tan invasiva ocurriera tan pronto en la vida de Jackie. “Fue muy persuasivo al describir qué tanto esta herramienta narrativa llamaría a la audiencia a reafirmar el respeto y voluntad que, de acuerdo con Pablo, Jackie Kennedy merecía”. Como en trabajos previos de Larraín, esta búsqueda de empatía está atada a la vulnerabilidad que su protagonista muestra en pantalla. “Una de las cosas que hace Larraín exitosamente es anclar la historia en momentos como lavar la ropa ensangrentada, el empacar su casa, el viaje en auto, hablarle a sus hijos. Son las cosas que describen el momento formidable por el que pasa esta mujer y hace su humanidad más irresistible”.
A Larraín le impresiona que John F. Kennedy sea recordado como el mejor presidente de la historia de los Estados Unidos, a pesar de haber tenido tan poco tiempo para gobernar. “Te detienes a revisar bien cuál es el legado político que dejó Kennedy y la verdad es que es muy menor porque no alcanzó a realizar muchos de los proyectos en los que estaba trabajando… los terminaron gobiernos posteriores”, explica el director. “El legado político de Kennedy es esta factura, es un imaginario, más que algo completo. Lo que hace Jackie es cristalizar eso a través de una entrevista en donde ella organiza el mito de Camelot y pone a Kennedy en un lugar distinto a partir de un símbolo que es más cercano a la ficción, a la literatura”.
El director define a su propia película como la historia de una mujer que, después del asesinato de su marido, es protegida por todo su entorno, pero lo que termina haciendo ella es proteger a quienes la rodean. “Eso tiene que ver con estar en una crisis muy potente que está a punto de explotar y a punto de extraviarse, pero logra realizar esto desde un misterio, desde una viñeta, desde una situación e inteligencia muy compleja, organiza un funeral, le da sentido al asesinato y luego se retira a rearmar su vida y a intentar seguir adelante”, dice Larraín.
“El producto final funciona muy bien porque es prácticamente una película de arte, pero también es increíblemente emocional para la audiencia”, afirmó Aronofsky, productor de la cinta, en la mesa redonda de The Hollywood Reporter en noviembre de 2016. “Creo que la integridad de Pablo está ahí por completo pero pudo construir a esta icónica figura histórica con la fantástica interpretación de Natalie para crear una experiencia muy emotiva. Pablo es realmente un maestro”.
* * *
Tanto Neruda como Jackie llevan el sello de Fábula, la casa productora de los hermanos Larraín, fundada en 2004, rumbo al desarrollo de Fuga (2006), el mal logrado debut cinematográfico de Pablo. Desde entonces, en Fábula se han producido casi una veintena de largometrajes, entre ellos, además de los dirigidos por Pablo, varios títulos célebres del cine chileno reciente, como Gloria (2013) de Sebastián Lelio —ganadora en Berlín, entre otros festivales internacionales— y Joven y alocada (2012), de Marialy Rivas —ganadora a Mejor Guión de Drama en Sundance—. Fábula es parte de la representación más favorable del cine de su país a nivel internacional y ha contribuido a su crecimiento reciente.
Las últimas tres décadas han visto un renacer de la industria del cine en Chile. La dictadura de Augusto Pinochet frenó la producción cinematográfica nacional y la vuelta a la democracia abrió nuevas oportunidades en esta área. Sin embargo, la época de la censura férrea, del cine desde el exilio y de la falta de recursos para levantar proyectos dejó una huella difícil de superar. Los noventa vieron un crecimiento gradual de la industria, con éxitos de taquilla como El chacotero sentimental (1999), de Cristian Galaz, y al inicio de la siguiente década con filmes exitosos como Sexo con amor (2003), de Boris Quercia.
Para estas fechas, los Larraín y Fábula empezaban a trabajar en Fuga, que aunque fue mal recibida por la crítica —y mal recordada por el mismo Pablo—, significó el primer paso en la construcción de un equipo que hoy representa más que dignamente al cine chileno. “Fábula ha hecho un camino muy interesante y que de alguna manera ha beneficiado a toda la incipiente industria chilena”, cuenta Estefanía Larraín, diseñadora de arte que llegó a trabajar con el equipo de Fábula para No y ganó el Premio Fénix por Mejor Diseño de Arte por Neruda. “Ha colaborado para que el cine nacional sea visible en el extranjero y eso ha permitido que productores se interesen en filmar en Chile y, por lo tanto, con nosotros”.
“Han sido rigurosos y se han puesto a pensar en grande, que cuando los recursos son limitados, a veces no es fácil”, agrega la diseñadora de arte. Su colega, Muriel Parra —quien trabajó tanto en El chacotero sentimental como en Sexo con amor, entre otras cintas de esa década—, mantiene una opinión similar. “El gran aporte que han hecho Pablo y Juan de Dios al cine chileno, es proponer una exigencia y un profesionalismo que, al menos para mí, antes no existía… Nosotros somos de producciones más pequeñas y esporádicas. Entonces llegar a trabajar a Fábula con ellos fue ‘esta cuestión la haremos en serio y bajo exigencias más profesionales’”.
La mancuerna creativa de los Larraín, los lleva a ejecutar distintos roles en la realización de cada proyecto. “Cuando figuro como productor, apoyo a las películas que se hacen en Fábula, pero es mi hermano Juan de Dios quien en realidad las ejecuta y produce”, explica, respetuoso de la individualidad artística de cada cinta en la que se involucra. “Yo lo apoyo a él y a otros directores con una mirada más artística, pero nunca influyo en lo que están haciendo. En el paso, aprovecho para entender y ver cómo hacen sus películas otros directores que admiro. Es fascinante poder ser parte del proceso y llevar adelante cintas como las de Sebastián Silva, Sebastián Lelio o Marialy Rivas”.
“Tenemos un equipo bien aceitado que lleva casi 14, 15 años produciendo distintos tipos de cosas. Se siente como una banda de rock donde hay gente que se sube y se integra”, agrega el director, cuyo liderazgo compartido con Juan de Dios ha orientado a Fábula a un impacto real sobre la percepción del cine chileno alrededor del mundo. El reconocimiento internacional, traducido en premios y proyección de sus películas en mercados lejanos, es bienvenido por ellos, pero no es la meta final. “No hacemos las películas por ganar premios, lo hacemos porque amamos el cine y [las nominaciones] son bellas consecuencias, las abrazamos, las celebramos y todo bien”, asegura Juan de Dios.
Con tantos años en el negocio, los hermanos Larraín no planean detenerse ni ocultan el afecto y admiración que sienten uno por el otro o por el resto del equipo de Fábula. “Pablo es mi hermano, es mi amigo. Fundamos la compañía juntos”, agrega Juan de Dios. “No me imagino haberlo hecho con otro socio. Ha sido un compañero de ruta fascinante y cada día me sorprendo más de su talento. Es una bestia. Lo quiero mucho”.
* * *
Pasar de más de una década de trabajar con un equipo estable en Chile a producir una cinta en otro idioma y en otro país fue un suceso interesante para Pablo Larraín. “Mi hermano estaba ahí como siempre, hicimos Jackie juntos, pero descubrimos algo que había escuchado un millón de veces pero uno no lo comprende bien hasta que lo vive”, dice el director. “Pensaba que sería distinto el trabajo, pero en realidad las películas se hacen de la misma manera en todo el mundo. Podrán cambiar las intenciones, los proyectos, los puntos de vista, las tecnologías, pero al final la manera en que se fabrica una película es muy parecida en todo el mundo”.
En eso, para Larraín, el cine se parece a la cocina. “Hablaba con un chef y me contaba que cocinaba por distintos lugares del mundo, pero que al final es lo mismo: tenía que enfrentarse a una olla, tenía que pensar en la comida y tenía que cocinar. Vivía las costumbres distintas de los otros lados, los platos, los olores; pero al final el propósito es muy parecido”.
“Pablo es un director que piensa en grande,” dice Larraín, recordando los varios proyectos en los que han trabajado juntos. “Es muy creativo y exigente, es una buena dupla de talentos porque te obliga a mantenerte muy alerta. Es arriesgado y no tiene miedo a cambiar de opinión o filmar una escena de manera distinta a la que se haya convenido. Eso ocasiona terror en mí y el resto del equipo, pero siempre está viendo lo mejor para la película”.
De acuerdo con Luis Gnecco, los actores en cintas de Larraín no ensayan antes de filmar, lo cual siempre sorprende a quienes apenas se incorporan al equipo. “El trabajo comienza mucho antes de que digan acción, pero bueno, todos los directores tienen su lenguaje. A mí, el de Pablo me acomoda mucho. Se me hace muy enriquecedor trabajar con él”, agrega. “Siempre lo he dicho, él es un actor, y por eso es tan buen director. Se pone muy en tu lugar como actor, te invita a trabajar codo a codo”.
“Siento la mayor alegría cuando trabajo en algo complicado y desafiante con colaboradores que tienen más recursos que yo”, cuenta Billy Crudup sobre la experiencia de filmar Jackie al lado de Natalie Portman y Pablo Larraín. Aunque Crudup se sumó al elenco tarde durante la producción, eso no evitó que su encuentro con Larraín dejara huella. “Lo que Pablo buscaba en este proyecto era de muy alto calibre. Nada te motiva tanto como esa clase de reto: ayudarlo a contar la historia que quiere contar. Es un cineasta extraordinario e irresistible”.
Con una sólida carrera a su espalda y un futuro cinematográfico prometedor, Pablo Larraín no se imagina la vida haciendo algo que no sea películas. “El cine es complejo y produce mucha alegría y, a veces, muchos malos ratos, pero en los buenos días piensas que tienes el mejor trabajo del mundo”, afirma. “[El cine] es una fisura en el techo de un edificio, y por ahí entra el agua, entra la luz, hay una gotera, entra el aire pero sin esa fisura nos ahogamos”.