Ramón Valdiosera, inventor del rosa mexicano
El diseñador y artista multidisciplinario Ramón Valdiosera, inventor del rosa mexicano, fue uno de los principales impulsores de la moda mexicana.
En 1940, Álvaro Gálvez y Fuentes, productor del programa de radio Lunas verdes, convocó a la periodista Rosario Sansores, al locutor estrella de la XEW, Pedro de Lille, así como a los modistos mexicanos Armando Valdez Peza, Ramón Valdiosera y al francés afincado en México, Henri de Chatillon, para hablar sobre la posibilidad de una moda mexicana. Al fin y al cabo la discusión sobre la identidad nacional no sólo era un proyecto gubernamental sino uno de los temas en boga. Los tres últimos personajes eran entonces la crema y nata de la moda en el país, los que dictaban qué y cómo debían vestir las mujeres elegantes y sofisticadas de la época.
Tanto Valdez Peza como De Chatillon negaron vehementemente que pudiera existir una moda mexicana, mientras que Valdiosera, como lo hizo durante las siguientes cuatro décadas, defendió la idea de que no sólo era posible construir una moda nacional, también era necesario. El programa radiofónico generó tal polémica que el tema se replicó en otros medios de comunicación.
Entre julio y agosto de 1949, la revista Nosotros retomó el tema y publicó durante los siguientes cinco números una serie de artículos en los que el redactor de la publicación, José Giacomán Palacio, dio voz a los “modistos” cuestionándolos sobre el sentido de la moda de entonces. ¿Debía la moda ser mexicana? ¿Había que voltear a París donde se estaban produciendo prendas de gran elegancia y calidad? ¿O la atención debía estar puesta en Estados Unidos donde se vendían vestidos de la última temporada a bajos precios?
Henri de Chatillon dijo que era imposible que existiera una moda mexicana. “México está muy atrasado, no hay materiales, las telas no sirven y no se podría competir con lo europeo ni menos con lo norteamericano”. También se aventuró a lanzar juicios de valor en contra del género femenino nacional: “Para haber moda debe haber elegancia y la mujer mexicana no puede ser elegante, porque tiene muchas nalgas”.
Armando Valdez Peza, conocido por venerar las túnicas griegas y haber sido, además, el diseñador de cabecera de la diva María Félix, dijo: “No hay tradición ni finura, no tenemos una cultura elegante y refinada que se preste como la de los griegos. Somos un pueblo todavía poco maduro en cuanto a moda”.
CONTINUAR LEYENDORamón Valdiosera, férreo defensor de la cultura nacional y sus tradiciones, dejó claro su punto de vista y avivó aún más la discusión: “Yo creo que los señores por pensar, uno en Francia y el otro en Grecia, desconocen el país. Ignoran los materiales autóctonos, los tejidos de hilo fino, de seda, los finos deshilados y los bellos bordados, y sobre todo el acervo de nuestras culturas pasadas en su tipo y personalidad”. Después de cinco números de la revista Nosotros e innumerables discusiones sobre el tema en prensa y radio, los diseñadores nunca llegaron a un consenso. Ramón Valdiosera, hoy de 92 años, sigue creyendo que el camino para los diseñadores —lo mismo los de ayer que los del mañana— es construir una moda con identidad nacional, con rasgos y materiales locales que la hagan única e irrepetible.
El encuentro con Valdiosera y su moda mexicana
La primera referencia que tuve de Ramón Valdiosera fue en 1999, cuando preparaba una exposición sobre moda que se inauguró en diciembre del siguiente año en el Museo Carrillo Gil. “Boutique” fue la primera muestra sobre el tema que se realizó en un museo en el país, y versaba acerca de la generación de diseñadores que trabajó en los años noventa. Durante la investigación, me di cuenta de que no sólo no había habido exposiciones sobre moda, sino que tampoco había gran material escrito. La única referencia bibliográfica disponible era el libro 3000 años de moda mexicana de Ramón Valdiosera, un curioso ensayo que planteaba una narración lineal de la moda en México, desde tiempos prehispánicos hasta nuestros días. Pero ninguno de los diseñadores con los que trabajaba la exposición tenía noción del libro o de quién era Ramón Valdiosera.
Unos meses más tarde, leyendo Puros cuentos. La historia de la historieta en México, 1874-1934 escrita por Armando Bartra y Juan Manuel Aurrecochea supe que Valdiosera también era uno de los baluartes de la historieta nacional y mi curiosidad fue en aumento. Aurrecochea me dio los datos de Valdiosera para una entrevista, pero pasaron 10 años antes de que tomara el teléfono y le solicitara una cita.
En enero de 2009, la Casa del Lago de la UNAM me invitó a proponer un proyecto curatorial, de nuevo relacionado con la moda. Fue entonces cuando llamé al maestro Valdiosera y comenzaron nueve fantásticos meses en los que pasé por lo menos dos tardes a la semana conversando con el diseñador, reviviendo sus recuerdos, repasando su archivo gráfico y sus míticas colecciones (de escultura prehispánica, de arte popular, de pintura, de historietas, de indumentaria, de joyería, etcétera). Cada tarde me transportaba en el tiempo, y él recordaba todo: a Pedro Infante, a Ismael Rodríguez, a Cantinflas, a la Doña y a Dolores del Río; las polémicas de la época, las mujeres mejor vestidas y las feas que se disfrazaban para disimular. A veces íbamos a comer a un pequeño restaurante yucateco cerca de la glorieta de Vértiz y al sabor de los panuchos y la cerveza Pacífico recordaba su infancia en Veracruz, su amistad con Amalia Hernández, sus viajes y sus descubrimientos, sus buenos años en el cine y a una legión de personajes que ya son parte fundamental de la historia de México. A sus 92 años, Valdiosera sigue activo. Hace años fundó una academia en la colonia Algarín de la que es el director y en la que de vez en cuando da cursos sobre la historia de la moda, pero donde recurrentemente tiene una horda de fanáticos del cómic y la historieta, que quieren seguir sus pasos, y acuden mañanas y tardes para aprender del maestro a dibujar y contar historias. Porque Valdiosera es pintor, dibujante, novillero, cronista, diseñador, pero sobre todo es un estupendo cronista, comenzando por el relato de su propia historia.
Una vida dedicada a la moda
De niño vivió en una finca a unos cuantos kilómetros de la zona petrolera de Veracruz. Fue vecino de Amalia Hernández, la fundadora del Ballet Folklórico de México, con quien Valdiosera mantuvo siempre una estrecha amistad, valores en común y proyectos en conjunto que nunca se realizaron. Quiso ser torero, llegó a novillero y luego se entrenó como pintor autodidacta. En 1936 comenzó como cronista y pintor taurino en el periódico Excélsior. Ése fue el inicio de su camino en la crónica y el periodismo, actividades que ha practicado a lo largo de toda su vida. En 1940 obtuvo su primer trabajo de historietista como director de Chamaco, un diario de historietas que tiraba 500 mil ejemplares diarios. Fue caratulista de Revista de revistas y posteriormente director de Pepin, otro de los más destacados diarios de historietas en México con un tiraje diario de 600 mil ejemplares.
A mediados de la década de 1940, en busca de inspiración como cronista y dibujante, Ramón Valdiosera emprendió una larga travesía por México, sus pueblos y rancherías, donde estuvo en contacto con la cultura de diversas etnias. Durante este viaje logró amasar una impresionante colección de trajes propios de cada zona. De aquí nació su interés por incursionar en el mundo de la moda. Con su aguda visión, este diseñador se puso en la tarea de rescatar las raíces de la indumentaria mexicana para adaptarla al gusto moderno y cosmopolita de un país en desarrollo.
De regreso a la capital, Valdiosera montó su taller de costura y desde ahí retomó los tejidos tradicionales, prendas como el quechquémetl y los huipiles, adaptándolos a la figura sofisticada, sobria y elegante que diseñadores como Christian Dior estaban proponiendo en aquellos años. Valdiosera encontró en la moda un campo virgen que sumó al programa nacionalista que permeaba a casi toda la actividad cultural del país.
Una tarde de 1946, mientras Valdiosera preparaba un desfile de moda en el Palacio de Cortés de Cuernavaca se topó con Miguel Alemán, oriundo también de Veracruz y entonces candidato a la presidencia de México. El diseñador le mostró sus creaciones: le contó su idea sobre crear y promover una moda netamente mexicana. El asunto encajaría a la perfección con los planes de Alemán que buscaba dar en el exterior la imagen de un México en pleno progreso, vigorosamente creativo: un paraíso para la inversión extranjera. A partir de entonces se ganó el apoyo y la confianza de Alemán quien durante su sexenio lo benefició. Valdiosera viajó por el mundo presentando sus colecciones y promoviendo el país.
Hacia 1947, Valdiosera retomó su vocación de pintor, sólo que en esta ocasión el lienzo fue los metros y metros de tela que, una vez pintada y tratada, caía en las manos de una legión de diestras costureras que confeccionaban las prendas según las creaciones del maestro. Lo mismo tomó diseños de libros como Sellos del antiguo México de Jorge Enciso, que plasmó escenas populares, motivos prehispánicos, paisajes y vistas de diversas ciudades en faldas amponas y vestidos de noche.
En 1950 inició una marca y un taller que mostraba sus telas pintadas a mano. Maya de México abrió en la calle de Madero. Allí se confeccionaban los vestidos a la medida en un par de días. El concepto resultó de lo más atractivo para el turismo. Toda mujer de cierta posición social que visitara la ciudad debía hacer una cita en Maya de México. Más tarde se estableció una sucursal de la tienda en la Zona Rosa y sus telas se presentaron en ferias y exposiciones comerciales en Bruselas, París y Hamburgo.
Moda, turismo y el Mexican Pink
Cuando Alemán dejó la presidencia, delineó un proyecto personal que tenía que ver con la promoción del país por medio del turismo. Valdiosera entendió con astucia el rumbo de su mecenas y le propuso un interesante programa de difusión de la cultura y la riqueza del país a través de la moda. Buscó presentar sus colecciones —ya fuera en exclusivos desfiles o en publicaciones periódicas— siempre en el marco de un gran monumento histórico, de un paisaje sensual, una imponente pirámide o una iglesia virreinal. Así, el mundo conocía la cara de México al mismo tiempo que se deleitaba con la moda de Valdiosera.
Luego, con el apoyo de marcas comerciales, funcionarios y diplomáticos, se embarcó en una gira internacional para llevar su moda a distintos puntos de Estados Unidos y Europa. Los grandes hoteles, las calles y los monumentos públicos de París, Chicago, Nueva York, Filadelfia, Colombia y El Salvador entre otros lugares, sirvieron como escenarios para presentar las originales prendas que causaban sensación en todos lados. Era como si al ver una pasarela organizada por Valdiosera los espectadores pudieran poseer un pedazo de aquella nación exótica que comenzaba a despuntar en el panorama mundial.
En 1951, el prestigiado hotel Waldorf Astoria de Nueva York fue la sede de una pasarela en la que Valdiosera optó por el color bugambilia. Al terminar la presentación la prensa internacional lo cuestionó sobre el origen del color. Valdiosera respondió que aquel tono, un rosa intenso, era intrínseco a la cultura mexicana: los juguetes populares, los trajes de los indígenas, los dulces mexicanos y la arquitectura popular; en México todo se pintaba de ese tono. Un periodista entonces le respondió “…so it is a Mexican Pink”. A partir de entonces aquel color se dio a conocer al mundo como el rosa mexicano, un color que se convirtió en parte de la identidad nacional y resumía la idiosincrasia y la naturaleza de un pueblo. Valdiosera había hecho visible su colaboración al proyecto nacional.
Una inagotable curiosidad y la minuciosa labor con que realizaba sus investigaciones para confeccionar cualquier prenda fueron factores importantes para que el trabajo de Valdiosera no sólo tuviera una factura impecable, sino un concepto sólido y un estilo apegado a lo moderno. En 1949 murió el expedicionario Carlos Frey, gran amigo del diseñador y a quien se le atribuye haber descubierto la ciudad de Bonampak. En su honor, Valdiosera junto con una destacada marca de artículos de piel llamada Pani y Fournier crearon una serie de espectaculares sombreros, inspirados en los tocados de los murales de la mítica ciudad maya. Durante las siguientes décadas, Valdiosera siguió experimentando con aquellas figuras, además de que realizó estudios y dibujos de varias de las esculturas de su propia colección de arte prehispánico, de los que surgieron sombreros, tocados, turbantes, incluso zapatos y hasta una serie de peinados que si bien eran diseño de Valdiosera, fueron ejecutados para las sesiones de fotos y los desfiles por Marcelo, uno de los nombres más famosos de la alta peluquería de la época.
En 1965, en el marco de la semana de México en Nueva York, Valdiosera logró llevar a un grupo de modelos —entre las que se encontraba la después actriz Lorena Velázquez— que graciosamente portaron sus diseños en sitios icónicos de la ciudad como el Centro Rockefeller, el puente de Brooklyn e incluso realizaron una pasarela dentro del Museo de Arte Moderno a un lado de las grandes creaciones de Braque y Picasso. Obsesionado por pasar a la historia y por transmitir su conocimiento y experiencia, Valdiosera llevaba en cada viaje a un fotógrafo encargado de registrar los eventos. Así se hizo de un archivo que conserva, y que no sólo es testigo de la trayectoria del diseñador sino de toda una época.
El mito del traje regional
El discurso de Valdiosera pronto llamó la atención de gobernadores y presidentes municipales de toda la república que lo convocaron para diseñar los trajes regionales. A cada estado o municipio, Valdiosera acudía con el ánimo de realizar una profusa investigación que detallaba la flora y la fauna del lugar, los tipos de paisajes que predominaban, colores, texturas y olores que regían en la comunidad, así como los textiles, bordados y prendas propios de la zona. Después de detectar y analizar estos múltiples elementos, el reto para el diseñador era sintetizar esa información en un traje que diera a la mujer de aquel rumbo, dignidad y presencia para representar a su lugar de origen. A lo largo de su carrera Ramón Valdiosera diseñó un gran número de trajes regionales que hoy siguen siendo parte de la identidad de cinco estados y varios municipios.
El Museo de la Moda
Su labor no terminó en el diseño sino que en 1959 abrió el Museo de la Moda en la calle de Varsovia en la Zona Rosa, donde buscaba explicar al público su relectura de la indumentaria tradicional. Reunió su gran colección de escultura y joyería prehispánicas, el acervo de indumentaria tradicional que había juntado en sus viajes y expediciones, y además encargó a un joven artista de nombre José Solorio, una serie de esculturas en barro policromado que proponían ser la reinterpretación moderna y a color de aquellas figuras prehispánicas de su colección; con ello, el diseñador mostraba a su público de una manera didáctica cómo habría sido el vestuario de aquellas suntuosas mujeres indígenas. El menguante apoyo del Estado y de los particulares provocó que el museo cerrara sus puertas algunos años después. Su colección está actualmente embodegada y en espera de encontrar un recinto.
Del vestidor a la pantalla grande… luego la pantalla chica
Valdiosera recuerda con cariño y admiración al director Ismael Rodríguez, quien le dio su primera oportunidad como director de arte y vestuario en el cine: “Era el patito feo de sus hermanos y resultó el más talentoso”, dice el diseñador sobre Rodríguez. Su debut fue en Cuando lloran los valientes (1947) con Pedro Infante y Blanca Estela Pavón. “Pedro apenas empezaba y era muy tímido, muy amigo de Ismael y muy simpático, siempre estaban planeando nuevos proyectos”. Diez años más tarde, Valdiosera volvió a colaborar con la dupla Rodríguez-Infante en Tizoc (1957), que se convirtió en un clásico de la cinematografía nacional. “Los cuadros que María Félix simulaba pintar en escena eran míos. Además tenía que vestir a María y trabajar con Pedro, fue una gran experiencia”. Un año más tarde colaboró con Juan Orol en Zonga, el ángel diabólico. Durante los años siguientes realizó casi una decena de películas más como director de vestuario.
Valdiosera incursionó también como director de documentales que llegaron a ganar Arieles: Himno Nacional (1948) y Los hombres pájaro, sobre los voladores de Papantla (1949). Su labor como vestuarista en obras de teatro, ballet y revista musical fue igual de prolífica que en la cinematografía. Llegó a dirigir una obra que llevaba por título La batalla de Centla con más de 40 actores en escena en la zona arqueológica de La Venta, en Tabasco.
En 1953, Valdiosera fue invitado por la gente del cómico y actor Mario Moreno Cantinflas para realizar el vestuario de la obra Yo Colón con la que se inauguraría el Teatro Insurgentes; la escenografía estuvo a cargo de Julio Prieto y la coreografía era de Guillermo Keys. La pieza resultó espectacular con más de 100 actores y bailarines. Valdiosera afirma haber confeccionado “desde el fastuoso traje de doña Isabel La Católica hasta el traje más humilde indígena de aquella época”. Desafortunadamente la temporada se recortó y cerca de 200 trajes se quedaron embodegados sin que el público tuviera oportunidad de verlos.
Entre 1952 y 1953, Valdiosera vio la oportunidad de concebir y conceptualizar un programa de televisión bajo el auspicio de Emilio Azcárraga y Luis de Llano para el Canal 2. México es así tenía una estructura simple; cada programa abordaba un tema desde los tiempos antiguos hasta la era moderna. La moda siempre tenía un lugar preponderante. Valdiosera hizo 57 programas con temas como: la moda en México, la muerte en México, la brujería, los niños, el alcohol, el oro, la pintura. Un equipo de más de 60 colaboradores hicieron posible ese proyecto que más tarde fue invitado por la unesco para representar a México en la Convención Mundial de Televisión Educativa que se llevó a cabo en París en 1953.
Unos años más tarde, Valdiosera colaboró con Agustín Lara en otro programa de televisión: El estudio de Agustín Lara (1957) producido por la agencia de publicidad Camacho y Orvañanos y conducido por Paco Malgesto. El programa consistía en mostrar a Lara en su estudio cantando y relatando anécdotas de su vida; a un costado estaba el taller de Valdiosera en el que dibujaba y diseñaba mientras escuchaba la música de Lara. En algún momento e inspirándose en la melodía y el título de la canción, Valdiosera se acercaba al músico y le decía: “Maestro ‘Noche de ronda’ (o la canción que fuera) me ha sugerido esta creación. ¿Le gusta?”, y Lara contestaba: “Sí, claro, vayamos a verlo”, y como por arte de magia —o con la ayuda de la tecnología— aparecía la modelo con el diseño que llevaba el nombre de la melodía interpretada por Lara. El proyecto se prolongó por dos meses y medio, 10 programas y más de 30 diseños basados en las canciones del músico veracruzano.
La desilusión y el abandono de la práctica
El estudio de los textiles y trajes tradicionales, una constante experimentación con colores, siluetas y materiales; su pasión por la cultura prehispánica y su inagotable conocimiento de los temas del país fueron la combinación perfecta para que las prendas creadas por Ramón Valdiosera mostraran un original estilo. Sus creaciones fueron documentadas por publicaciones nacionales e internacionales. Tiendas y marcas de gran prestigio le hicieron importantes encomiendas; en 1968, la compañía Mexicana de Aviación le encargó los uniformes de sus azafatas que fueron muy comentados, pues eran minifaldas y capas inspiradas en la vestimenta prehispánica. Valdiosera tuvo también la oportunidad de trabajar con las modelos y actrices más bellas de entonces como Lorena Velázquez, Isabel del Puerto, Lilia Prado, Yolanda Varela y Kitty de Hoyos. Colaboró además con los fotógrafos del momento: Héctor y María García, Walter Reuter, Armando Herrera y Carlos Ysunza.
Hacia mediados de los años setenta comenzó el declive de Maya de México, la moda había cambiado y las telas pintadas ya no eran tan llamativas para turistas y
compradores. La frivolidad y el poco entendimiento que el común de la gente tenía de la moda como una parte importante del engranaje cultural del país consiguieron que Valdiosera se decepcionara de la moda y abandonara por completo la práctica. Sin embargo, continuó con sus investigaciones documentales y en 1992, con el apoyo de la Cámara de la Industria del Vestido, publicó el libro 3000 años de moda mexicana. Hoy, Ramón Valdiosera sigue activo transmitiendo su conocimiento a nuevas generaciones; aún conserva las esculturas, prendas, dibujos y fotografías que eran parte del Museo de la Moda al que no cesa de buscarle un espacio permanente. Añora el México de aquellos años, pero cree con firmeza que los diseñadores de hoy deben buscar, entender y traer de nuevo a la escena una moda netamente mexicana.\\
Este reportaje se publicó originalmente en la edición impresa núm. 109 de Gatopardo. Marzo, 2009.
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