Instinto: La velocidad como una metáfora sobre el ritmo de vida
¿Qué pasa si dejamos al instinto tomar el control? Esta puesta en escena reflexiona sobre nuestro frenético ritmo de vida.
“Si dejáramos nuestro instinto, por un instante, tomar el control; si pudiéramos volver a lo que por naturaleza somos, animal; correríamos sin tregua por aquello en lo que creemos, por lo que amamos, por aquello que nos hace sentir vivos”, dice Bárbara Colio para explicar la premisa de su puesta en escena Instinto, que actualmente se encuentra en la cartelera del Teatro El Galeón, del Centro Cultural del Bosque, con funciones de jueves a domingo, hasta el 10 de septiembre.
La dramaturga hace una reflexión sobre la velocidad con la que vivimos en sociedad, sobre la reacción de escapar y de huir de ciertas situaciones de acuerdo a nuestro estilo de vida. La directora afirma que todos corren con un propósito, ya sea por adicción o como una máscara para aparentar, como un refugio o ritual o por el ritmo de vida que tenemos en la actualidad.
Correr es una acción que los seres humanos hemos hecho siempre, pero en la actualidad el sentido del verbo en ocasiones nos obliga a pensar en correr incluso por nuestras propias vidas… en esta constante velocidad en la que estamos inmersos es que ubica una situación que une a cuatro personajes que corren por su historia: son perseguidos por su pasado.
Un fotógrafo (Tizoc Arroyo), cuyo ego lo ha llevado a ser un amargado; una mesera (Francesca Guillén), con una ingenuidad inocente por la que busca ser aceptada; una corredora de bolsa (Nailea Norvind), que en lugar de sentir empatía por el otro busca empoderarse en su carácter y un hombre rarámuri que no acepta las condiciones sociales y guarda rencor por las autoridades.
Los completos desconocidos se mueven a su propio ritmo. Comienzan corriendo por el escenario que simula una bodega de un centro comercial y se detienen para contarnos la parte de su vida por la que corren… hasta que el tiempo se detiene. El instante del que hablaba la dramaturga al inicio de este texto es ese encuentro en el centro comercial cuando el hombre rarámuri abre una bolsa de pan para tomar solo el par que necesita, pero las cosas no funcionan así, el sistema no perdona la desigualdad social y solo acepta tomar el paquete completo: para las autoridades del centro comercial el acto de este hombre es inusual y el resto de los personajes se pierde en el pensamiento del peligro que puede pasar.
En este instante, la dramaturga nos construye una alucinación con el deseo de los personajes por hacer algo al respecto y los transforma en una familia imaginaria. El fotógrafo deja de lado el enorme paquete de comida para perro de su carrito para tomar el rol del hijo mayor; la mesera deja el paquete de jabón que pasea cada vez que visita el centro comercial porque la hace sentir que pertenece a una familia y ahora tiene la oportunidad de cumplir su sueño como la hija; la corredora de bolsa deja su vasta suma de productos que le sirven para aparentar una vida galante para ser la esposa del hombre rarámuri que no entiende muy bien las reglas del juego.
Los actores ahora hacen a sus personajes actuar. Son una familia que finge ser feliz en un centro comercial, pero la felicidad superficial no se sostiene con ilusiones y así, mientras cada uno cuenta su historia, el espectador queda atrapado en el voyerismo ante una ilusa familia que se quita los zapatos para explicarnos el trayecto que han tenido que correr sus pies.
Se trata de un juego fascinante que pone en evidencia la domesticación de una sociedad consumista, que muestra la fragilidad del condicionamiento humano, y la fortaleza del instinto escondida en esos momentos en los que podemos tomar una decisión que cambie nuestras vidas, como la de ayudar o ignorar a un hombre indígena que solo quiere dos panes para alimentar a su familia.
Instinto es una obra que impresiona, que no pasa desapercibida, que provoca al espectador con un juego de metáforas que aluden a despertar el deseo por liberar las verdaderas pasiones, por avivar la llama de los estímulos naturales del ser humano para tener sentimientos como la bondad y la empatía que han quedado sepultados en las reglas de la sociedad.
Particularmente, exhibe en las historias de estos personajes también una realidad propia de la sociedad mexicana, ya sea por la sutil pero efectiva crítica a la impunidad en la historia del hombre rarámuri o por burlarse un poco de esos actuales santuarios del ego como el gimnasio o los de la esclavización en la figura de la oficina. La idea de pertenecer y ser aceptado, la necesidad de fingir y un maravilloso y desgarrador discurso del hombre rarámuri sobre el valor de la vida son parte de este complejo ejercicio teatral que, con un ritmo a veces rápido y a veces contemplativo, entra en el espectador como un golpe que hace latir el corazón.
Con escenografía, vestuario y utilería realizado por Mario Marín del Río; la iluminación, de Matías Gorlero, la coreografía, de Rossana Filomarino y las actuaciones precisas de su elenco, esta puesta en escena también tiene un propósito benéfico pues parte de las ganancias obtenidas en taquilla se otorgarán en apoyo a dos jóvenes corredoras de origen rarámuri que han sobresalido a nivel nacional e internacional.
Instinto
De jueves a domingos, hasta el 10 de septiembre
Centro Cultural del Bosque
ccb.bellasartes.gob.mx
Si quieres más recomendaciones de teatro, da clic aquí.
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.