"Los policías son como actores mal preparados: no tienen la utilería correcta, no tienen el entrenamiento correcto y sin embargo tienen que salir a representar figuras de autoridad. ¿Y qué pasa? Pues no lo logran...”
Ciudad tan complicada, hervidero de envidias,
criadero de virtudes desechas al cabo de una hora,
páramo sofocante, nido blando en que somos
como palabra ardiente desoída,
superficie en que vamos como un tránsito oscuro,
desierto en que latimos y respiramos vicios,
ancho bosque regado por dolorosas y punzantes lágrimas,
lágrimas de desprecio, lágrimas insultantes.
- Efraín Huerta, Declaración de odio
A mi primo, según algunas versiones, lo mataron a golpes unos policías. Yo no quise conocer los detalles, pero eso cambió mi forma de recorrer la ciudad. Cada vez que veo a un policía lo relaciono con el crimen que me quitó a alguien que amaba. Por eso, como a muchos mexicanos que han sido extorsionados, agredidos, ignorados o detenidos injustamente, me cuesta pensar en la policía desde la empatía.
Alonso Ruizpalacios ofrece una ruta para hacerlo, la del cine. Una película de policías no cuenta una historia única, ni excepcional. Es una historia que se repite todos los días, con diferentes matices. Teresa y Montoya son dos policías elegidos entre muchos otros para mostrar desde adentro una institución que opera entre rencores colectivos.
“Fue un proceso largo y un poco traumático. Tuvimos varios asesores muy importantes en materia de seguridad pública y de políticas públicas. Uno de ellos, Ernesto López Portillo, nos hizo un diagnóstico muy complejo de cómo funciona la seguridad en México; nos explicó dónde están las fallas del sistema y cómo todas esas fallas van cayendo como una cascada sobre los hombros de los policías y que lo primero que teníamos que hacer era hablar con ellos”, cuenta el director. “Así que cruzamos la calle y fuimos a hablar con un policía. Le pregunté cuánto tiempo llevaba parado en esa esquina. Me dijo que doce horas y que si quería ir al baño tenía que pedirles a los de la gasolinera que le dieran chance. Ernesto nos explicó que un policía, en un mismo día, hace lo incorrecto y lo correcto: recibe sobornos y participa activamente en la cadena de corrupción que es el cáncer de este país, pero al mismo tiempo se rifa poniéndose frente a los balazos, o ayuda a una señora a recibir a su bebé. Es complejo entender eso. Y es más complejo aún retratar a alguien que está en esta ambigüedad moral constante”.
Una película de policías es un documental testimonial con varias capas de complejidad. Para hacerlo, el director entrevistó a dos policías que también son pareja, Teresa y Montoya; después, editó el audio de esas entrevistas e invitó a dos actores, Raúl Briones y Mónica del Carmen, a interpretar lo que los policías contaban. Una ficción encima de una verdad.
Ante el espectador, a media película todo se revela como algo fabricado; vemos las tramoyas y los cables y las luces; entendemos cómo se creó esta ficción para contar la realidad y a partir de ahí, empieza una segunda película. En esta otra trama, los actores, a través de videodiarios grabados en sus propios celulares, cuentan cómo fue convertirse en Teresa y Montoya; cómo fue entrenar en la academia de policías en Neza; cuál fue el proceso para entender a lo que se enfrentan los policías día con día. De esta forma, el camino de la empatía empieza por los actores y se extiende al público.
“En los videodiarios de los actores encontramos cosas únicas. Teníamos horas y horas de material y expurgarlo fue de las cosas más difíciles en cuanto a la edición de la película, pero peinando todos esos videos, un día vi un clip de Mónica (quien interpreta a Teresa) diciendo: ‘Creo que los policías son la gente más vulnerable haciéndose pasar por los más fuertes’. Y esa fue la clave. Entendí que de eso iba la película. Los policías son como actores mal preparados: no tienen la utilería correcta, no tienen el entrenamiento correcto y, sin embargo, tienen que salir a representar figuras de autoridad. ¿Y qué pasa? Pues no lo logran.”
Coincidentemente, hace unos días hablé con el director colombiano Camilo Restrepo sobre la representación de la violencia. Comentábamos que tanto en Colombia como en México vemos tanta violencia que se ha vuelto parte del trasfondo natural de nuestra vida. Pero el cine, me decía, puede ser un mecanismo para desautomatizar esta realidad tan flagrante.
“El cine te permite centrar la mirada, poner énfasis en algo. Hay muchas escenas que muestran los mecanismos de corrupción como parte de la vida diaria de Teresa y de Montoya, pero también vemos que ellos tienen que pagar por sus balas, por un chaleco limpio, tienen que pagar por todo. En ese sentido, fue muy deliberado el diseño visual. Por ejemplo, todos los intercambios de dinero que hay en la película tienen un close-up muy bressoniano, muy formal, deliberadamente artificioso. La intención era jugar con lo que está normalizado y hacerlo nuevo, repetirlo como algo extraño, para darle una nueva visibilidad”.
Una película de policías tiene una estructura única y se aleja del lenguaje documental mexicano al que estamos acostumbrados. Incluso a aquél que cambia la forma del testimonio, como el cine reciente de Everardo González y los cuadros construidos de Tatiana Huezo. Ruizpalacios dialoga con lo que señalaba el sociólogo Erving Goffman hace décadas: todos representamos un papel en nuestras sociedades, portamos máscaras, nos disfrazamos y construimos identidades. Los policías también.
“En cuanto se ponen un uniforme los policías son como actores que se ponen un vestuario: están representando un papel. Así entendí que teníamos que hacer una exploración de la representación también. Por eso trajimos a los actores e hicimos un juego de espejos para mostrar lo que hay detrás del personaje y detrás de ese vestuario.”
Ruizpalacios consideró fundamental guardar algo de la esencia del discurso testimonial. Si la idea tradicional del talking head se subvierte en Una película de policías, algo de la veracidad directa del testimonio perdura. La voz de los sujetos reales permanece y se encarna en otros cuerpos.
“Fue importantísimo conservar las voces de Teresa y Montoya. La emoción que cargan al contar sus vidas no se puede igualar y tienen una manera muy divertida, irónica, inteligente y aguda de contar las cosas. Teresa da giros todo el tiempo y es constantemente autoparódica. Cuando ayuda a una mujer a tener a su bebé y los padres, en agradecimiento, quieren ponerle Teresa a la niña, ella nada más les dice: `mi nombre ni me gusta, no la vayan a desgraciar.´”.
Los mecanismos metaficcionales de Una película de policías responden, entonces, a algo más que un juego formal. Estamos lejos de los juegos autoconscientes de Güeros (2014) cuando el personaje de Oso critica el guion escrito por Ruizpalacios y Gibrán Portela; o cuando los personajes de Tenoch Huerta e Ilse Salas recuerdan el realismo social en el lenguaje de Los Olvidados (1950). Aquí, los mecanismos formales que mantienen la película entre realidad y ficción, responden a la dificultad del tema, a la búsqueda de empatía, a la complejidad misma de los personajes.
“Todas las soluciones formales de esta película vienen de la necesidad. Son la respuesta a al problema de cómo representar estas cosas de las que hablan los policías. Son cosas imposibles de capturar con una cámara. Imagínate grabar los intercambios reales de dinero, la relación entre la ciudadanía y el policía, la relación de abuso con los altos mandos. De ahí vino la necesidad de usar actores. Eso nos liberó”.
Finalmente le hago al director una pregunta que siempre incluyo al final de mis entrevistas: “¿Crees que el cine puede cambiar al mundo?”
“Híjole... Hemos estado teniendo esta discusión mi productora Elena Fortes y yo. Ella cree que sí, pero yo creo que no. Creo que nos gusta creer que sí, pero es peligroso decirlo porque se presta a mucha soberbia y mucha indulgencia en un gremio que ya de por sí está demasiado mimado y echado a perder.
Sin embargo, creo que el cine puede cambiar las perspectivas. La tensión que se siente en una sala de cine, a oscuras, rodeado de gente que está viendo lo mismo que tú, es un lugar propicio para tener pequeñas revelaciones, para cambiar tu punto de vista. Creo que para eso sirve el cine, para crear empatía.”
Aquí, más allá de los mitos chilangos de la identidad, tratados con tanto colmillo en Güeros de 2014, y Museo de 2019, Ruizpalacios nos confronta con los prejuicios que usamos como armadura en las calles desiguales de la capital. Entender que nuestra comprensión de la ciudad está atravesada por la violencia y el miedo es aprender a mirarla de nuevo, con otras formas, con todos sus integrantes, con todos sus vigilantes, más allá de nuestras habituales y muy presentes declaraciones de odio.
Una película de policías está disponible en Netflix desde el 5 de noviembre.