El médico Tabaré Vázquez ha sido dos veces presidente de Uruguay. Llegó a su primer periodo de 2005 a 2010, tras una exitosa labor como intendente de Montevideo y después de haber perdido dos elecciones. Fue el primer candidato de izquierda en llegar a esa posición.
Habían pasado unos minutos de la una de la mañana del lunes cuando decidió que ya era hora de irse a la cama. El domingo había sido un día muy agitado. Tenía puesta la pijama, pero antes tomó su agenda telefónica, buscó los números de dos de sus amigos, y los llamó para decirles más o menos lo mismo: “No va a cambiar nada. Vamos a seguir yendo de pesca como toda la vida”. Al otro lado del teléfono, los amigos que lo acompañaban desde hacía años a pescar en Mercedes, departamento de Soriano, Uruguay, tenían un motivo más para celebrar. Habían comenzado horas antes con asado y brindis por el compañero que atravesaba su mejor hora. Ahora no sólo festejaban el logro de que el hombre hubiera llegado a ser el primer presidente de izquierda en la historia del país, quebrando la hegemonía de los 175 años en la que se alternaban los partidos Blanco y Colorado, sino la alegría de saber que seguiría saliendo a pescar con ellos. Recién después de esas llamadas, Tabaré Ramón Vázquez Rosas se fue a dormir en compañía de su mujer, María Auxiliadora Delgado. Eran las primeras horas del 1° de noviembre de 2004. Una semana antes, en un acto multitudinario que había convocado a casi medio millón de personas (en un país de tres millones) en el centro de Montevideo (una ciudad de un millón y medio), Tabaré Vázquez —micrófono en mano, tono evangelizador— había anunciado: “El 1° de noviembre, vaya a saber desde dónde, de qué lugar del Uruguay, cuando empiece a amanecer y a aclarar el horizonte y se empiece a dibujar el negro perfil del monte, les estaré diciendo ‘¡festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!’ ¡A redoblar y hasta la victoria siempre!” Una semana después fue lo que hizo: ya electo primer mandatario, salió al balcón del hotel Presidente y gritó a viva voz: “¡Festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!” Los postergados militantes de izquierda respondieron con vítores y haciendo flamear las banderas rojo, azul y blanco, los colores de la bandera de José Artigas, que el Frente Amplio —una coalición de partidos y agrupaciones de izquierda— tomó prestados cuando se fundó en 1971. Fue el dirigente socialista José Díaz quien poco antes se había acercado para anunciarle: “Tabaré, ya está, lo confirmaron todos. Ganaste. Sos el presidente”. Mario Zelarayan, amigo y médico personal que estaba a su lado, lo abrazó y le dijo: “¡Vamo' arriba, Taba!” Después, Vázquez se acomodó el saco del traje, el nudo de su corbata azul con vivos blancos y se dirigió al balcón para saludar. Vázquez no sólo se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Uruguay al asumir en 2005, sino que fue el primer dirigente de izquierda en resultar electo dos veces, ya que volvió a ganar la presidencia en 2014 (en segunda vuelta, con 53% de los votos, a Luis Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Lacalle Herrera), para asumir el 1° de marzo de 2015. Y, antes de eso, había sido el primer candidato de izquierda en ganar la Intendencia de Montevideo por el Frente Amplio en 1989. Todo sin tener ningún cargo en el Parlamento, el camino usual que hacen los presidentes. Mario Zelarayan, cardiólogo y médico intensivista, se hizo amigo de Tabaré por intermedio del hermano de éste, Jorge Vázquez, de oficio nurse y pasado guerrillero, que ahora es viceministro del Interior del segundo gobierno de su hermano. Mario Zelarayan iba con Jorge y Tabaré a cazar carpinchos —un roedor de gran tamaño también conocido como capibara, que habita cerca del río— hasta que estos ejemplares fueron declarados de caza prohibida. Por unos meses más salieron a cazar jabalíes, hasta que el hobby pasó a ser la pesca. Jorge Vázquez, más conocido como “El Perro”, se aburrió de pescar y eso hizo que Mario afianzara su amistad con Tabaré, un oncólogo reconocido que por esos días de 1991 era el intendente de Montevideo. Ambos han compartido centenares de horas juntos en las costas del Río Uruguay y el Río Negro. Empezaron con esos rituales a principios de los noventa y todavía los repiten. Hablan de futbol, de medicina, de libros, de carnaval. Pero hay una regla tácita que Mario Zelarayan respeta: no se habla de política. —La gente me dice: “Vos que ves a Tabaré decile que...”, y yo les digo que no; que Tabaré, cuando salimos a pescar, casi nunca quiere hablar de política —cuenta, en su despacho de la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular, un organismo estatal que dirige desde 2005, año en el que asumió Vázquez por primera vez.
"Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Va a pescar para imaginarse lo que va a venir después."
Rara vez Vázquez quiere hablar de política con sus amigos pero, cuando lo hace, usualmente es sólo para anunciar lo que ya ha decidido. Álvaro, el hijo mayor de Tabaré, de 49 años, es el menos aficionado a la pesca de la familia. Sus hermanos Javier e Ignacio (Nacho) son amantes del pasatiempo preferido de su padre. —Mi viejo puede estar 10 horas pescando. Me acuerdo una vez que terminamos comiendo milanesas de surubí durante una semana entera —dice en su consultorio médico del policlínico privado Asociación Española, ataviado con túnica blanca, de trato cordial, gafas de aumento y la sonrisa heredada de su padre. En la entrada a la sucursal de La Española hay un cartel que deja claro quién manda: “Director del Centro de Diagnóstico y Tratamiento Mamario: Prof. Dr. Tabaré Vázquez”: el presidente de la República. —Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Él va a pescar para imaginarse lo que va a venir después. Hace algunas semanas las encuestas lo mataron. Él se la había visto venir. Cuando arrancó y daban altísimas, me dijo: “Mmmm... esto pinta mal. Esperá seis meses y vas a ver”. Una encuesta de Opción Consultores publicada el 9 de noviembre de 2015 le dio sólo 29% de aprobación. Un porcentaje magro, considerando que en el primer año de su primer mandato (en 2005) las simpatías sumaban 62%, porcentaje idéntico al primer año de José Mujica, quien asumió en 2010. Y a fines de 2009, la empresa Factum había publicado que Vázquez dejaba su primer mandato con un impresionante 80% de popularidad. Un mes después de la divulgación de la encuesta de 2015, Vázquez —que desde que asumió su segundo mandato decidió jubilarse como médico y dejar de ejercer— concedió una entrevista al periodístico Santo y Seña de Monte Carlo TV. “No me imaginaba este grado de conflictividad. Realmente, no me lo imaginaba”, dijo. De marzo a noviembre el Parlamento y el Poder Ejecutivo discutían el Presupuesto Quinquenal y todos los gremios pedían más dinero. La promesa electoral de Vázquez era asignarle 6% del pib a la educación, pero una vez en el gobierno el ministro de Economía y la titular de Educación dijeron que la “intención” era llegar a ese porcentaje en 2019, al finalizar la administración. A partir de junio y hasta septiembre, los sindicatos de la educación iniciaron huelgas y paros para reclamar más presupuesto. Vázquez decidió algo tan drástico como inesperado: decretó la esencialidad de la educación, de manera que los docentes debían volver al aula a la fuerza. Los gremialistas tildaron a Vázquez de “fascista” y salieron a protestar con más vehemencia. Dos semanas después se sentaron a negociar y el decreto se levantó, pero el daño en su imagen pública estaba hecho. No fue el único conflicto que debió enfrentar en los primeros meses de su segundo mandato. Los gremios de la salud pública también salieron a la calle a reclamar aumentos salariales, y los de la salud privada los imitaron unos días después. Y también hicieron paros los trabajadores de la construcción, los del gas, los empleados de industrias que cerraron sus puertas. Los gremios nucleados en el PIT-CNT, la central obrera que reúne todas las ramas de trabajadores sindicalizados, se hartaron de escuchar hablar de inflación, “enlentecimiento” o “desaceleración” de la economía. —¿A vos te escucha cuando le hablás de política? —Me escucha, sí —dice su hijo Álvaro—. Él escucha mucho. Después decide, y cuando decidió no hay marcha atrás. Así fue cuando no midió costos políticos y en 2008, durante su primera presidencia, vetó los artículos que legalizaban el aborto en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. O 16 años antes, en 1992, cuando era intendente de Montevideo y cesó a cuatro directores de divisiones municipales porque habían incurrido en “faltas administrativas”. O cuando durante su primer mandato decidió suspender el diálogo con el gobierno argentino de Néstor Kirchner mientras un grupo de “piqueteros” continuaran cortando la ruta que unía Gualeguaychú (Argentina) con Fray Bentos (Uruguay), por el conflicto de las plantas papeleras de Botnia que iban a instalarse en el país, a lo que se oponían, defendiendo principios ecológicos, los argentinos.
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Esteban Valenti, publicista y asesor de Tabaré Vázquez, dirá que la historia del presidente es la del muchacho que nace muy abajo y llega, con esfuerzo, a la cúspide. Que por su extracción proletaria tiene empatía con el pueblo. Cuando en 1989 era sólo un político más, con aspiraciones a ser intendente de Montevideo por el Frente Amplio, sus jefes de campaña le propusieron hacer una caminata desde el Cerrito de la Victoria, al oeste, hasta la explanada de la Intendencia Municipal. —Esa recorrida fue pensada para probar su oratoria, su contacto con la gente. Yo fui a mirarlo de cerca. Tenía un feeling impresionante con las personas que se acercaban. Los escuchaba en serio, le preocupaban los problemas de la gente —recuerda Valenti en su despacho de la Ciudad Vieja. Esa caminata fue el 28 de octubre de 1989. A las 10 de la mañana Tabaré Vázquez estaba frente a la iglesia del Cerrito, con su esposa y uno de sus hijos. Había 33 militantes frenteamplistas y cuatro tamborileros. “¡Por lo menos somos más que los Treinta y Tres Orientales que forjaron la Patria!”, bromeó Vázquez para mitigar la frustración, y pidió ingresar a los barrios y no quedarse sólo en las principales avenidas. Lo dejaron hacer. Después de todo, era él el que se jugaba el pellejo por una candidatura que —pensaban los analistas y asumían resignados los dirigentes— sería testimonial a la hora del conteo de votos. Esa mañana recorrió 12 kilómetros, 120 cuadras que le demandaron nueve horas. —Cuando llegó al Palacio Municipal, tenía moretones en la espalda de tanto contacto con la gente —dice Valenti, entonces secretario de propaganda del Partido Comunista del Uruguay. Ante el gentío que se había sumado a su peregrinación, Tabaré Vázquez se despidió asegurando que sería él quien asumiría el 1° de marzo de 1990 como intendente de la capital. Cuando bajó del estrado, uno de sus colaboradores le dijo, entre risas: “¡Animal, asumirías el 15 de febrero! ¡No sabés ni cuándo entrarías en funciones!” Washington Delgado, delegado de Presidencia del Frente Amplio, recuerda haberle dicho al también dirigente frentista Luis Benvenuto: “Me da pena este hombre... Cree que va a ganar”. El 26 de noviembre de 1989 el Frente Amplio, con el médico Tabaré Vázquez a la cabeza, ganó la Intendencia de Montevideo con 34.6% de los votos. Pero Vázquez no necesita de la política. Dos semanas antes de las elecciones por la intendencia viajó a París para asistir a un congreso de medicina. En plena campaña para los comicios nacionales de octubre de 2014, suspendió todas sus actividades para irse a pescar al balneario La Paloma por unos cuantos días. Lo que necesita Tabaré Vázquez es el poder. —Cuando termine su actual mandato, se va a ir para su casa y a pescar. No es un ‘bicho político’ como (Luis Alberto) Lacalle, (Jorge) Batlle, (Julio María) Sanguinetti o el propio (José) Mujica —dice el politólogo Adolfo Garcé en su despacho de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, mientras convida con café de máquina en vasitos de plástico. El poder es otra cosa. Vázquez fue presidente de la Liga Universitaria de futbol; presidió el club de futbol Progreso, un club humilde de barrio, y logró llevarlo a la Primera División en los años ochenta; creó la primera clínica de prevención y atención al cáncer mamario en el país. —No le gusta perder ni a la bolita—dice Mario Zelarayan. La misma frase, idéntica, calcada, fue pronunciada por Garcé y Esteban Valenti. Un episodio ilustra bien esta afirmación: faltaban dos días para las elecciones municipales y había veda de publicidad para que los electores pudieran meditar su voto sin contaminación proselitista. Reinaldo “Polo” Gargano, entonces secretario del Partido Socialista (afiliado al Frente Amplio), le dijo: “Tabaré, tendrías que hacer un discurso para el domingo por si ganamos, y otro, por si te toca perder”. “Estoy seguro que ganamos, mañana pienso en el discurso”, le contestó Vázquez. Gargano, un dirigente con oficio en estas lides, insistió con delicadeza: “Te entiendo... todos somos optimistas, pero sería conveniente tener uno por si le erramos de percepción y no ganamos”. Tabaré le contestó: “Mirá Polo, yo estoy seguro que gano, así que no voy a escribir un discurso por si pierdo. Si querés, escríbelo vos”. Su aparición en la política fue triunfal, pero no siempre ganó. Tras su exitosa administración como intendente de Montevideo, se presentó como candidato a presidente en las elecciones nacionales de 1994. Perdió por poco, en los comicios más reñidos de la historia, con el colorado Julio Sanguinetti, quien ya había sido primer mandatario tras la restauración democrática en 1985. Sólo 35 mil votos separaron a Vázquez de Sanguinetti pero, aunque la elección había resultado impresionante, la noche del 27 de noviembre de 1994 él fue a su casa sin saludar a los militantes frenteamplistas y sin reconocer la derrota. Su hijo Álvaro cree saber de dónde sale el espíritu ambicioso de su padre. Alguna vez Héctor, el padre de Tabaré, le dijo al ahora presidente de Uruguay: “Elegí lo que quieras elegir, hacé lo que tengas ganas. Pero sea lo que sea que elijas, da lo máximo, jugá al 100%, para ganar”. Y Tabaré se lo tomó muy en serio.
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La historia de Tabaré Vázquez es la de héroes posmodernos como Maradona: de cuna obrera, el cuarto de cinco hijos, se crió en la pobreza y llegó a lo más alto. De chico, cenaba como un mendigo —como recomiendan los nutricionistas— pero el problema es que también desayunaba y almorzaba como tal. Nació en una casa humilde, donde el mayor compromiso político era votar cada lustro en un país donde históricamente los presidentes fueron abogados y donde las dinastías de dos o tres apellidos siempre pesaron en las urnas. Hijo de un trabajador de la petrolera estatal Ancap y una ama de casa, era el chistoso al que le iba bien en la escuela y el liceo público. Usaba su ingenio para ablandar docentes y seducir chicas. Estudioso, ya de chico tenía una vocación clara: quería dedicarse a algo en lo que pudiera ayudar a los más pobres. Sus padres Héctor Vázquez y Elena Rosas vivían en la calle Heredia 4018, corazón de La Teja, un barrio obrero bautizado así por la cantidad de viviendas con techos de tejas a dos aguas. Hoy, donde en 1940 había un ranchito de dos piezas con techo de chapa —la casa de Tabaré—, hay un baldío con el pasto alto y un Passat abandonado. El terreno está pegado a la ruta que da acceso a Montevideo por el oeste. Al otro lado de la ruta se ve la imponente planta de combustibles Ancap. Jesús Navarro —jubilado como chofer de ómnibus, 70 años, cara ajada y manos grandes, primo de Tabaré— recrea aquellos años en el living de su casa de la calle Rivera Indarte, en La Teja. Dice que Tabaré era el orgullo de la familia que, al terminar la secundaria en el liceo del Cerro, trabajó en una carpintería, vendió diarios en la calle, fue despachante en un almacén, colocó vidrios y repartió vino en la licorería Carrau y Compañía. Ni bien pudo se compró una Fordson del 52 con la que alardeaba en el barrio. En los ratos libres jugaba al futbol o practicaba boxeo. “Desde jovencito era un luchador, un emprendedor, un líder nato. Lo que él tocaba era oro”, dice Navarro en un living que a fines de los sesenta ofició de primer consultorio médico de Tabaré, a quien le faltaban unas materias para recibirse. La madre de Navarro le comunicó que Tabaré necesitaba la pieza para atender a sus primeros pacientes, y él tuvo que mudarse a un dormitorio en un altillo. De esa época sólo se conserva la lámpara colgante que todavía ilumina la sala, que es la sala de una casa de viejos: adornos anticuados como el elefante de porcelana que con la trompa retuerce un billete para la suerte, un tocadiscos en desuso, un televisor de 14 pulgadas que nunca se prende. Hay dos fotos del presidente: una del día de su asunción en el año 2005, con la banda presidencial cruzándole el pecho, y un retrato a lápiz que le hizo una amiga de Jesús. Unos años después del préstamo de aquel consultorio improvisado, Tabaré empezó a dedicarse a la oncología. En 1962 había muerto su madre, víctima de un cáncer de mama. Tres años después su hermana, María Dolores, también de cáncer. Y en 1968 su padre, por la misma enfermedad. La vocación le nació unida a la rabia: “Mi madre murió cuando yo tenía 22 años. Se enfermó y yo recé, pedí desesperadamente que se salvara. Y se murió. A los dos o tres años se enferma mi hermana con un hijo chico. Yo volví a rezar. Y se murió. Después se murió mi padre. Entonces recé menos, pero recé. También se murió, y no recé más. Después vino lo científico, había cosas que la religión no podía explicar”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en su libro Conversaciones con Tabaré. Aunque dolido por la falta de socorro divino, siguió firme en su fe católica, gracias a que conoció a quien sería su esposa. María Auxiliadora Delgado había estudiado en el María Auxiliadora antes de pasar al colegio Divina Providencia. Aún hoy es reconocida como una fiel devota. Tanto, que en 2005, durante la primera presidencia de su esposo, fue enviada oficial a la Santa Sede para estar presente en las exequias del papa Juan Pablo II. A fines de los cincuenta, María Auxiliadora vivía a 10 cuadras de Tabaré en La Teja. De adolescentes habían intercambiado miradas, pero el acercamiento llegó por amigos en común. En las quermeses de principios de los años sesenta los jóvenes se enviaban “telegramas” con declaraciones de amor. La barra de amigos inventó un telegrama a modo de confesión de amor de María Auxiliadora hacia Tabaré, quien se entusiasmó y demasiado tarde se dio cuenta de que había sido una broma. Así fue como empezó la relación. Se pusieron de novios y se tornaron inseparables. En octubre de 1964, cuando Tabaré estaba en segundo año de Medicina, se casaron por la iglesia. Ella era la menor de 11 hermanos y dicen que en los años sesenta, cuando Vázquez dudaba entre seguir trabajando en la licorería Carrau o asistir a la facultad, fue su esposa quien lo convenció de que no dejara los estudios. Se fueron a vivir a un humilde apartamento prestado en Berro y Lozano, al lado de la cancha del club Bella Vista, en el Prado. Allí nació Álvaro, en 1966. Un año después nació Javier y finalmente, en 1970, Ignacio. Mientras Tabaré salía a trabajar como médico en cuanto policlínico pudiera, Mary —gordita, retacona, cara de pura bondad— quedaba al cuidado de los niños en la mañana y a la tarde se iba a trabajar a la Caja de Jubilaciones y Pensiones, donde oficiaba de secretaria. Por la tarde los niños se iban a la escuela, así que el reencuentro familiar se daba por las noches, excepto los días en que al dueño de casa le tocaba guardia. Los fines de semana eran sagrados, y muchos de ellos de camping y pesca. En 1969, cuando el hombre viajaba a la Luna y en Uruguay la guerrilla tupamara desafiaba al gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco, Tabaré Vázquez —lejos de organizaciones sindicales y cualquier militancia política— ingresó como médico certificador de la Policía. Sus hijos tenían uno y dos años. Era una tarea meramente burocrática, pero para cualquier partidario de la izquierda, de entonces y de ahora, decir “Policía” es decir “represión”. Al cumplir los 30, ingresó al servicio de Radioterapia de la Facultad de Medicina. Continuaba atendiendo en el consultorio improvisado en casa de su primo y comenzaba una carrera docente en la universidad que sólo iría en ascenso. En 1970 se recibió de médico y con el título le llegó una oferta para trabajar en la clínica de radioterapia Barcia, propiedad de su profesor y mentor Helmut Kasdorf, y de su esposa, Olga Barcia. El esforzado Tabaré Ramón dejó el consultorio prestado y empezó a cursar la carrera de docente de Radioterapia para ser profesor universitario, mientras trabajaba en el consultorio Barcia y oficiaba de médico certificador de la Policía. Hasta que en 1971 su hermano Jorge cayó preso por acciones “subversivas”, y el doctor Tabaré renunció. Obtuvo el posgrado en Radioterapia y en 1975, en plena dictadura cívico-militar, consiguió el cargo de profesor grado III, a dos peldaños de la excelencia académica. Un año después, concursó para una beca en París y la ganó. Marchó a especializarse como radioterapeuta a Francia y después a Japón. Volvió al país a fines de los setenta con un gran bagaje de conocimientos sobre las nuevas técnicas para aplicar radiaciones sobre los tumores. No le costó ingresar al Servicio de Radioterapia del Hospital de Clínicas, dependiente de la Universidad de la República. Después de aprovechar la beca para estudiar radiobiología en el instituto parisino Gustave Roussy, en 1982 representó a Uruguay en el decimoprimer curso de investigación cancerológica en Israel, y fue autor de varios trabajos científicos publicados en revistas de todo el mundo. Había ingresado en 1963 a la Universidad de la República como profesor (el año de la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, con José Mujica entre sus impulsores) y en 1987, ya en democracia, llegó al grado V en oncología, el más encumbrado en el escalafón catedrático uruguayo. Ya en los ochenta, accedió a un puesto en el policlínico privado Asociación Española como médico a domicilio. Pero unos meses después fue invitado por cuatro oncólogos para participar de un nuevo proyecto, el Centro de Diagnóstico Mamario (Cendima), dependiente de La Española. En 1981 accedió, por concurso, a un puesto en el Instituto Nacional de Oncología. Tenía mucha necesidad de trabajar: además de sus cuatro hijos varones (Álvaro, ahora de 49; Javier, de 48; e Ignacio, de 44), por entonces se sumó a la familia un compañero de Ignacio, Fabián Barboza, un chico que, junto a su madre y sus dos hermanos menores, había sido abandonado por su padre. Un día, cuando Fabián tenía 15 años, despertó y descubrió que su madre lo había abandonado a él, llevándose a sus dos hermanos. Como faltó varios días al liceo, Nacho Vázquez fue a buscarlo y lo encontró tirado en la cama. Hacía dos días que no comía. En la casa de los Vázquez no sobraba nada pero el dueño de casa sabía lo que era comer salteado y algo había aprendido de la enseñanza salesiana. Le dieron refugio a Fabián por unos días, pero la estancia se alargó y se integró a la familia como uno más. Sin embargo, Tabaré no fue un padre tierno y cariñoso, según su hijo Álvaro. Era “poco demostrativo”, dice su hijo mayor. Hasta ese momento Tabaré Vázquez era un doctor, como tantos, que se había preocupado por actualizar sus conocimientos mientras trabajaba en cuanto sitio podía: Casa de Galicia, La Española y el Británico. El viraje que lo llevó al mundo empresarial se dio en 1986, luego de juntarse con su colega y amigo Álvaro Luongo, con quien compartía estudios desde primer año de la facultad. Ambos coincidían en que a ese ritmo, y con el salario de docentes sumado a las horas que coleccionaban en policlínicos varios, tendrían apenas para pagar las cuentas. Debían encontrar la forma de llegar a propietarios. Y la suerte entró en escena: Helmut Kasdorf decidió jubilarse, cederle un cuarto de sus acciones del consultorio Barcia a su hijo Pedro y vender las restantes. No lo pensaron mucho: Vázquez y Luongo llamaron a Miguel Torres, otro joven oncólogo, y decidieron comprar 75% de las acciones de la clínica privada a Kasdorf. El 25% de las acciones del consultorio radioterapéutico Barcia le costó a Tabaré Vázquez unos 25,000 dólares que no tenía. Tuvo que pedir dinero prestado a muchas personas de confianza y terminó de pagar su deuda un año después. Aquella sociedad fue el punto de partida de la bonanza económica del doctor Tabaré Vázquez. A la firma la bautizaron COR (Clínica de Oncología y Radioterapia) y Tabaré recién dejaría sus acciones en 2005, al acceder al sillón presidencial. —No me gusta la palabra ‘empresario’ —dice el empresario y radioterapeuta Álvaro Luongo en el despacho de la Comisión Nacional de Lucha contra el Cáncer, un organismo estatal que preside, con la bendición de su amigo Tabaré. La audacia de Vázquez (y la cuota de suerte que todos le reconocen) dio sus frutos en democracia. Pero hasta hoy muchos adversarios políticos le achacan ciertas prebendas gozadas en años de dictadura, mientras muchos peleaban de forma clandestina o sufrían torturas en los calabozos. En agosto de 2009, durante la primera administración de Vázquez como presidente, el entonces diputado del Partido Colorado, Daniel García Pintos, dijo que el mandatario había sido un “mimoso” del gobierno de facto. “Tenía el carné de ciudadano A (NdeR: aquellos que no representan una amenaza para el gobierno de facto), recibió apoyos para su clínica privada, fue becado para ir a Israel y le mandó un telegrama (de felicitaciones) al general Gregorio Álvarez”, enumeró el exlegislador en radio El Espectador. Las escuálidas votaciones de los colorados no le permitieron a García Pintos retener su banca. Ahora, al otro lado del teléfono, dice que está “jubilado”, alejado del sistema político, pero que no cambia ni un ápice lo que dijo hace algunos años. “En su momento aporté pruebas y todo lo que dije está en internet”, se excusa. La versión del supuesto mensaje de salutación al entonces dictador Gregorio “Goyo” Álvarez fue publicada por El Diario, el 3 de septiembre de 1981. Bajo el titular “Más felicitaciones al presidente” llevaba la firma de “Dr. Tabaré Vázquez”. Fue también reproducido por La Mañana y El País. El Foro Batllista, sector colorado de Sanguinetti, evocó el mentado telegrama en las calientes elecciones de 2004, en las que finalmente ganó Vázquez. Su hijo mayor, Álvaro, se acomoda en su asiento, algo molesto, cuando se toca el tema. —En esa época había cinco Tabaré Vázquez en la guía de teléfonos de Uruguay. Cinco. Mi viejo no era el único doctor. Y ninguno se hizo cargo y dijo: ‘fui yo’. Por su parte, el propio Vázquez siempre ha dicho que él puede comprobar que estaba estudiando en Kyoto, Japón, en septiembre de 1981. En la campaña electoral de 2004, Vázquez negó una y otra vez haber recibido favoritismos durante el régimen militar. En el libro Tabaré Vázquez: misterios de un liderazgo que cambió la historia, de Ernesto Tulbovitz y Edison Lanza, sostuvo: “Nunca recibí ninguna beca del gobierno uruguayo, siempre fueron de organismos internacionales, como el gobierno francés o el israelí. Como funcionario del Instituto de Oncología tenía que pedir licencia por estudio y eso implicaba elevar una nota al ministro de Salud Pública con el compromiso de regresar a trabajar y compensar la licencia”. Por esos días, el diario Últimas Noticias publicó que Tabaré Vázquez ganaba 27,000 dólares por mes por un contrato firmado en 2002 entre COR —la clínica de Vázquez y sus socios— y el Casmu, la mutualista del Sindicato Médico del Uruguay, la más grande del país. Algunos oncólogos pusieron el grito en el cielo: “¡Monopolio!” Pero nada cambió. Consultado, el entonces presidenciable dijo que COR había ganado una licitación limpia y transparente. Vázquez ya estaba acostumbrado a que desde la oposición se pusiera en tela de juicio su honorabilidad. En diciembre de 1995 había sido acusado de conjunción de intereses porque cuando fue jefe del Servicio de Radioterapia se dijo que había recomendado al Instituto Nacional de Oncología (Indo) la compra de servicios médicos a una empresa, Nuclemed, cuyo representante informático en Uruguay era su hijo Javier. Se trataba de un equipo de planificación de tratamientos radiantes. Vázquez admitió en declaraciones al semanario Búsqueda en 1998 que él sabía que su hijo era el único que proveía ese equipamiento en el país, aunque competía con otra empresa extranjera. La investigación interna del Ministerio de Salud Pública concluyó que “no existieron hechos irregulares en el procedimiento de contratación” de Nuclemed, la empresa donde trabajaba Javier Vázquez. Álvaro Vázquez recuerda que su padre se irritó cuando en una entrevista radial le mencionaron la supuesta irregularidad. “Conmigo lo que quieran, con mi familia no se metan”, le contestó a su entrevistador. Álvaro dirá, una vez más, que aquel Vázquez fue otro Vázquez: “Fue Jesús Vázquez, que estaba al frente del Indo, el que lo pidió. No mi padre”.
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—Llegué a casa y le dije a mi hija: este doctor me transmite paz —dice Nancy Rey en el restorán de un shopping del barrio Buceo, de la capital. Viste con un tailleur violeta y zapatos haciendo juego, los ojos pintados. Una coquetería obstinada. Tiene 76 años, veinticinco de ellos como secretaria personal de Tabaré Vázquez. Todo comenzó cuando fue su paciente oncológica, en 1984, en Cendima, dependiente de la Asociación Española, donde hacía tres años que trabajaba Vázquez. Él era el médico encargado de controlar su tratamiento de radioterapia, y ya tenía la fama que dicen que lo caracteriza: una gran sensibilidad con sus pacientes y todo el tiempo para escucharlos. —Yo iba a su consulta arreglada, peinada, maquillada —dice Nancy, arreglada, peinada y maquillada. Lo que le daba paz, dice, era su forma de comunicar y su predisposición a atenderla. En 1989 ella trabajaba como administrativa en el Instituto Nacional de Carnes, y aunque el cáncer había remitido debía seguir controlándose. Ese año, precisamente, Tabaré Vázquez llegó como un outsider a la escena política. El germen de su aparición en la arena política hay que rastrearlo en marzo de 1983, cuando se afilió clandestinamente al Partido Socialista (PS), adherente del Frente Amplio, en tiempos en los que los partidos no eran bien vistos por las autoridades dictatoriales. Asistió a una charla del dirigente José Pedro Cardoso y se le presentó para hablarle de su interés en sumarse al sector. El PS estaba deseoso de sumar cuadros de la academia para reforzar su costado intelectual. Pocos meses después, su prueba de fuego fue un discurso exitoso sobre la importancia del deporte en la política. La dirigente Matilde Reich, que lo había recomendado para dar el discurso, logró convencer a los dirigentes de peso de afiliar a Tabaré al Comité Central del PS. Y ya en campaña para derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (que le aseguraba a los militares no ser juzgados por crímenes cometidos durante la dictadura), Tabaré integró la división de finanzas en la comisión pro-referéndum. Para el politólogo Adolfo Garcé, la explicación de las sucesivas victorias de Vázquez es simple: —Es un tipo con suerte. Para ejemplificar su tesis, compartida por varios consultados, recuerda que él no fue la primera ni la segunda opción en aquellos comicios municipales que cambiarían la historia. El candidato cantado del Frente Amplio en 1989 era el arquitecto Mariano Arana, pero se bajó ni bien supo que no contaría con el apoyo del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). La fractura interna del Frente Amplio era evidente y ni el más astuto de los encuestadores pronosticaba buenos aires. El segundo candidato —no menos cantado— era el contador Danilo Astori, por entonces la figura prometedora de la izquierda. Astori, un catedrático con ambiciones, prefirió acompañar al líder fundador del Frente Amplio, el general Líber Seregni, como candidato a vicepresidente en las elecciones nacionales. Pasaron los días entre rencillas internas y el Frente Amplio no tenía candidato para la intendencia de Montevideo, el principal bastión del país. Hasta ese momento, el desconocido Tabaré Vázquez había integrado, como militante de su partido, la comisión que juntaba firmas para derogar la Ley de Caducidad en un referéndum. Por ese motivo fue entrevistado por el semanario del Partido Socialista. Cuando un par de dirigentes llegaron a la casa de Arana en busca de consejos, éste les mostró la contratapa del semanario, señaló la foto del entrevistado y dijo: “Precisamos un tipo como éste, con esa pinta, un tipo de futbol, de barrio”. Y fueron a buscarlo. Vázquez recibió al par de delegados del Frente Amplio en su clínica de radioterapia y quedó en contestar al otro día. Esa tarde citó a sus cuatro hijos en el consultorio y les contó. Quería saber qué opinaban. Álvaro, el mayor, le preguntó si él realmente quería aceptar el reto y si se tenía fe para ganar: —Me contestó que sí, que claro, que su padre le había enseñado que elija lo que se elija en la vida, hay que dar 100% para ser los mejores. Y que era un honor que el Frente Amplio haya pensado en él. Quizá ya les había contestado que sí, que aceptaba, andá a saber —dice. Como intendente de Montevideo cumplió lo que había prometido en campaña: bajó 40% el precio del boleto del transporte colectivo, erradicó basurales e instaló centros comunales zonales (CCZ) en los barrios para que los contribuyentes pudieran hacer denuncias o reclamos sin tener que ir hasta el centro de la capital. Repetía la palabra “descentralización” cada vez que aparecía en público. Pero el episodio que demostró de qué estaba hecho fue el que lo enfrentó a los vendedores ambulantes, en su segundo año como intendente. Se estimaba que unas 5,000 personas vivían de la venta callejera. Era imposible caminar por 18 de Julio, la principal avenida de Montevideo, porque había que eludir decenas de mesitas plegables con lentes de sol, cedés, devedés, álbumes y bijou barata. Fue su primer dilema: debía fiscalizar a parte del sector más carenciado de la población en aras de defender a los comerciantes que pagaban impuestos. Implementó una nueva reglamentación para ordenar el ambulantismo, que tras idas y vueltas fue aprobada por la Junta Departamental en septiembre de 1991. La normativa avalaba el uso de la fuerza para retirar puestos irregulares. “Sin confusiones. Siempre con los pobres”, se oponían a la medida los integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP), que lideraba José “Pepe” Mujica, quien estaba empezando a involucrarse en política tras 14 años de encarcelamiento por su pasado guerrillero. Los sectores más radicales de la izquierda —MPP incluido— y el gremio de municipales criticaron duramente a Vázquez. Decían que representaba a la izquierda pero que castigaba a los más necesitados, que parecía derechista. “Alrededor del ambulantismo hay delito y grandes capitales de contrabandistas que trabajan en la calle”, le dijo él al diario La República el 8 de octubre del 91. Dos días después dijo, en el mismo matutino: “Si quieren jugar una pulseada, lo haremos. Se trata de honor contra delincuencia”, dijo. Y amenazó con irse a su casa si no lo dejaban ejercer la autoridad. —Desde la Intendencia de Montevideo, con algunos sectores aliados, logró armar un espacio. Se empezó a hablar de una gran coalición, más allá del Frente Amplio, que terminó cuajando en el Encuentro Progresista, para llevar a Vázquez como candidato a presidente en 1994. Como intendente, de reojo miraba la presidencia y creó una estructura bypaseando el FA para ser candidato —dice el analista político Adolfo Garcé en su oficina de la Universidad de la República. En 1989, poco antes de que se celebraran las elecciones municipales, Nancy Rey había leído en los diarios que su oncólogo era el candidato por el Frente Amplio para gobernar Montevideo y le dijo: “Doctor, si usted precisa una secretaria, alguien que le haga fotocopias o le haga algún mandado, cuente conmigo”. Lo acompañó como secretaria en esa elección, y en cuatro elecciones nacionales. Le organizó la agenda, le pasó manuscritos a máquina, recibió primero las cartas y después los mails, y más de una vez, con la venia de su jefe, se animó a escribir como si fuera él, imitando sus giros, sus tonos, sus puntos y comas. —Cuando hablaba en público y todos le decían que su discurso había estado fantástico y le palmeaban la espalda, yo le ponía cara fea y le decía “te he escuchado mejores”. Y él decía: “A Nancy no le gustó”. Tabaré Vázquez lee todas las cartas que le llegan y las contesta una por una, salvo las que contienen agravios. Cuando Nancy lo ayudaba, usaba la computadora. Si no, lo hacía a mano, con una letra prolija y legible. Es disciplinado, estructurado “rítmico” —dice su hijo Álvaro— y respeta el tiempo como un don preciado. “Hasta la salud se recupera, pero el tiempo no”, le decía a Nancy. Por eso es extremadamente puntual, aunque no usa reloj.
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—Así como lo ves, el viejo es calentón —dice su hijo Álvaro. Muy poca gente sabe que una vez, tras un partido de Progreso contra Danubio, en cancha de ese rival, Tabaré discutió airadamente con un hincha contrario. Fue un intercambio de insultos de los que no trascienden, pero esa tarde el doctor Vázquez esperó con paciencia al hincha del cuadro rival y cuando lo vio se le fue encima a las trompadas. Ya siendo presidente de Progreso, en un partido con Defensor Sporting, lo mismo: las pasiones exacerbadas derivaron en un mano a mano, y tuvieron que separarlo entre varios. Tabaré defendió los colores de su cuadro en el campo de juego: fue arquero de la reserva de Progreso a fines de los cincuenta. Le decían “El Fino“, porque era alto y pesaba menos de 60 kilos. Dicen que era bueno. En 1979 llegó a ser presidente del club de sus amores y, durante años, la institución no paró de crecer. Para entonces, su esposa María Auxiliadora trabajaba en la sección Trámites y Expedientes de la Caja de Jubilaciones; su hijo más chico, Nacho, iba a la escuela con 9 años; Javier, con 13 y Álvaro, con 14 cursaban el secundario, y a todos les iba bien en los estudios. Tabaré, que era aún un empleado en la clínica Barcia y ni soñaba con ser su propietario, diversificó esfuerzos y remodeló en 1981 el estadio Parque Paladino, en La Teja, donde el equipo jugaba de locatario. Dos años después inauguró un comedor infantil para los niños carenciados de la barriada, y en 1985 el equipo resultó campeón del Torneo Competencia y subió a la divisional B. Al año siguiente ascendió a Primera División. En 1987 compitió por primera vez en la Copa Libertadores de América. Y dos años después, en 1989, fue campeón uruguayo, ganándole a los gloriosos Peñarol y Nacional. Para cuando eso sucedió, Tabaré había pedido licencia en el club porque andaba ocupado en otros menesteres: estaba en campaña para gobernar Montevideo. —¡Que es un tipo con suerte no tengas dudas! La prueba más absoluta de eso no está en la política: es haber sacado a Progreso campeón uruguayo. ¡Se te tienen que alinear todas las constelaciones y todas las estrellas para que eso pase!—dice su asesor Valenti. Veintisiete años después del victorioso 89, el club parece sobrevivir a tientas tras bordear la bancarrota. La sede, en la calle Carlos María Ramírez de La Teja, suele estar cerrada. Sus dirigentes actuales abren las puertas una sola noche en la semana para tratar asuntos urgentes que tienen que ver con cómo conseguir dinero para ponerse al día. El actual presidente de Progreso, Andrés Álvarez, y los delegados presentes dicen que hay varias plaquetas que nombran a Tabaré en un despacho que está bajo llave. Pero no saben quién puede tener las llaves. Después cuentan algo que no salió en la prensa: en diciembre de 2015 Tabaré los recibió, ya como presidente de Uruguay. Sabía del complicado momento que vivía su cuadro y quería ayudar, anónimamente. Donó 10,000 dólares, pero el gesto no se hizo público. Actuó en silencio, con discreción. Como lo hacen los masones. Porque Vázquez es integrante de la Masonería —con el grado de maestro— y a pesar de estar “en sueño” (inactivo, no concurre a las tenidas), sí está al día con “el cofre”, como llaman los masones a la caja que cobra la membresía. En 2005 se convirtió en el primer presidente masón en 75 años, luego del colorado Gabriel Terra en 1930, quien tres años después dio un golpe de Estado. El gesto solidario de Tabaré Vázquez con Progreso ayudó, en parte, a paliar una deuda con la Asociación Uruguaya de Futbol, el plantel de futbolistas y el cuerpo técnico que asciende a 120,000 dólares. Después posó para una foto que apenas se compartió en un grupo de Whatsapp de dirigentes de Progreso: Tabaré sostenía la camiseta a franjas rojas y amarillas. A cinco cuadras de la sede de Progreso, al otro lado de la plaza Laffone, está el Club El Arbolito. Fue fundado el 1° de marzo de 1958 por una barra de adolescentes enojados con el padre Berrutti, un cura salesiano que dirigía el colegio Divina Providencia. Tabaré, Walter Derosi, Daniel “Pistola” Marciscano, su hermano Lirio, Gerónimo Cabrera y otros chicos de la cuadra solían ir a jugar al futbol, al ajedrez, al futbolito (metegol) y al billar a las instalaciones del Centro Pablo Albera de los hermanos salesianos. A los 16 años, Tabaré fue elegido secretario general del centro Pablo Albera, la obra social del colegio religioso. Pero un día, el cura les cerró la puerta en la cara. Supeditó el ingreso a las instalaciones deportivas a la asistencia de los jóvenes a misa. Tabaré iba con relativa frecuencia, incluso llegó a ser monaguillo, pero aquella medida del padre Berrutti los indignó a todos. El episodio produjo el nacimiento del club social y deportivo El Arbolito en la esquina tejana de Humboldt y Ruperto Martínez Pérez. Cuando se quedó sin sitio para jugar, la barra de amigos empezó a juntarse a la sombra de un paraíso. Querían conseguir un lugar para jugar al ajedrez o al futbol, y donde continuar con la obra social aprendida en el colegio San Francisco de Sales, sobre todo gracias al padre Manzi, al que llamaban el “cura de los pobres”. Con la garantía de “Manolo” Gómez, el carnicero de la esquina, alquilaron un local desocupado, frente a la plaza Laffone. Y en honor al paraíso que los había cobijado durante unos meses, lo llamaron Club El Arbolito. Allí, en El Arbolito, fue a celebrar la obtención de su título universitario de médico en 1969, y allí fue siempre a emitir su voto, incluso las dos veces en las que se consagró presidente de la República. Una noche veraniega de diciembre de 2015 tres parroquianos juegan a las cartas en la vereda, frente al Arbolito. Adentro, el cantinero Marcos González —remera gastada roja, gorro con visera dado vuelta— le servía un whisky nacional a Jorge Lavieja, un exfutbolista de La Teja. —La que hay es ésta —dice el cantinero González. La foto es de 2001 y está escondida detrás de una botella de grappamiel. En ella se ve a Tabaré Vázquez —ya con el pelo blanco— sosteniendo una camiseta de Progreso, flanqueado por el propio Jorge Lavieja y Ernesto “Chingo” Gómez, un exdelantero malhadado de Progreso y Peñarol, que terminó muerto a balazos en 2002 en uno de esos casos que la Policía rotula como “ajuste de cuentas”. Atrás de la cantina hay un enorme gimnasio donde ensayan las murgas “La Reina de La Teja” y “Diablos Verdes”, la preferida de Tabaré. El policlínico que Vázquez abrió en 1963 sigue funcionando, pero González y Lavieja dicen que de la generación que bautizó el club sólo queda vivo el presidente Vázquez. —Los demás fueron muriendo —dice González. Por eso, quizá, Tabaré ya no visita el club que fundó. Tampoco hay documentos que certifiquen el nacimiento de El Arbolito. Les contó “La Negra” Elena Vázquez, hermana de Tabaré, hoy nonagenaria, que cuando en los años setenta “los milicos” andaban buscando a Jorge “Perro” Vázquez, el hermano de Tabaré, por sus actividades “sediciosas”, alguien tomó la decisión de quemar todos los papeles que había. Por las dudas. Ahora, desde hace más de veinte años, Tabaré vive en el barrio del Prado, una zona residencial donde abundan el verde, las flores y la arquitectura de Le Corbusier. Allí se levanta todos los días sobre las 7 de la mañana y se va a Casa de Gobierno, o a la residencia presidencial de la calle Suárez, una hora después. Nunca desayuna café ni toma mate porque le producen gastritis y acidez. En el aspecto osteoarticular, explica el doctor Mario Zelarayan, tiene algunas limitaciones al caminar. Pero camina con regularidad de dos a tres kilómetros por día en el fondo de la casona de la calle Buschental en el Prado, mientras habla por teléfono y resuelve cosas. El presidente está “impecable”, excepto algún problema propio de su edad, pero nada importante. La caída de su párpado derecho, tan tentadora para los caricaturistas, fue resultado de una “neuritis periférica de origen viral” de hace dos décadas, pero ahora, dice Zelarayan, está mucho mejor. —¿Usted lo manda caminar o comer sano? —No, lo aconsejo. A Tabaré nadie lo manda.
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El politólogo Adolfo Garcé cita a Maquiavelo cuando habla de “la fortuna y la virtud”: “El príncipe virtuoso es el que sabe gobernar la fortuna”. La fortuna le llegó a Vázquez a fines de 2004, cuando el gobierno colorado de Jorge Batlle se derrumbaba tras el coctel explosivo de la fiebre aftosa del ganado vacuno y la crisis económico-financiera más significativa de la historia del país. El proceso de insolvencia financiera que afectó a Uruguay a principios de siglo hizo que la mitad de la banca comercial colapsara. La devaluación brasileña de 1999 y sobre todo la crisis económica de Argentina de 2001 tuvieron su impacto inmediato en el vecino pequeño cuando ciudadanos argentinos, que solían tener cuentas en bancos orientales, retiraron en masa sus aportes, y el Estado uruguayo no dio abasto para auxiliar a todos. Así, el Banco Comercial, La Caja Obrera, el Banco de Montevideo y el Banco de Crédito debieron cerrar sus puertas, y dejaron un tendal de ahorristas desesperados. La ayuda del Banco Central a la banca privada ascendió a varios millones de dólares, pero resultó insuficiente. Cayeron el ministro de Economía y el directorio del Banco Central. Vázquez era el líder indiscutido del Frente Amplio, aunque en ese momento no ostentaba cargo ejecutivo. Cuando no estaba en campaña, volvía a ejercer la medicina. El presidente Batlle se reunió con los principales líderes de todos los partidos —Vázquez fue por el Frente— y les pidió un gesto de grandeza: que lo acompañaran con los votos en el Parlamento para crear la Ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario, que reprogramó depósitos a plazo fijo y dispuso medidas para la devolución del dinero a los ahorristas, que tenían como medida usual de protesta los caceroleos (golpeaban cacerolas en la calle o los balcones). Una delegación del gobierno de Batlle viajó a Estados Unidos para negociar un salvataje millonario del Fondo Monetario Internacional, y la amistad de Batlle con George W. Bush ayudó. Bush envió a Uruguay un adelanto de 1,500 millones de dólares. La crisis tenía sus números: 58,000 uruguayos abandonaron el país, el desempleo trepó a 20% y los informativos repetían inusuales imágenes de saqueos de supermercados y almacenes. Tabaré Vázquez no pidió la renuncia de Batlle ni bregó por un llamado a elecciones anticipadas, pero sacó rédito —en las urnas— del descontento popular con la clase gobernante. Como un dirigente astuto, testigo del hartazgo de la ciudadanía con los partidos de derecha acostumbrados a gobernar desde 1830, no hizo leña del árbol caído. La suya era, decía, una propuesta de “cambio”, la palabra que más se repitió en la campaña electoral de 2004.
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Durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana.
La pasión de Tabaré Vázquez siempre fue la medicina. Tanto, que durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana, como un empleado más de la mutualista privada. Y, en verdad, hizo su gesto más significativo como médico durante aquel primer mandato. Él, que siempre repitió que “el programa del Frente Amplio era la Biblia”, se embarcó en una cruzada antitabaco que no estaba en los planes de su fuerza política y lo llevó a los titulares de diarios de todo el mundo, varios años antes que José Mujica se recibiera de estrella pop por la legalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y el refugio para expresos de Guantánamo. “Yo me pregunto: ¿cómo reaccionaríamos los uruguayos si constatáramos que diariamente mueren 15 personas por accidentes de tránsito en la ciudad? ¿Cómo reaccionaríamos si en una determinada playa de acá, de Uruguay, se ahogan 5,500 personas por año? ¿Cómo reaccionaríamos?”, preguntó el presidente Vázquez el Día Mundial Sin Humo de Tabaco, en mayo de 2005, frente a un auditorio lleno en el Edificio Libertad, donde funcionaba Presidencia. Dijo que hablaba en su triple calidad de presidente, médico y exfumador; se tomó dos minutos para enumerar los componentes químicos del tabaco y dijo que eran la causa reconocida de 25 enfermedades. Después señaló que en el país morían tres personas por día por cáncer de pulmón. Y anunció una batería de medidas que incluyeron la prohibición de fumar en ambientes públicos cerrados, un significativo aumento de los impuestos a los cigarrillos, la obligación de ocupar 80% de los paquetes de cigarros con advertencias sobre la nocividad del producto y un fuerte combate al contrabando. Como respuesta, la tabacalera internacional Philip Morris llevó al Estado uruguayo ante la justicia internacional de La Haya, y Vázquez recibió el apoyo de un sinfín de organizaciones sociales antitabaco de todo el mundo, más la oms y la ops. Decenas las universidades lo distinguieron con el título de doctor Honoris Causa pero una, hasta hoy, le sigue siendo esquiva: la Universidad de la República (Udelar), su república. En noviembre de 2015, los estudiantes de la Udelar se opusieron a esa distinción, al cuestionar la actividad que Vázquez había desarrollado en años de dictadura, cuando se desempeñó como médico certificador de la Policía. Además, repudiaron la política de salud de su gobierno: los estudiantes más progresistas no le perdonan —como gran parte de la sociedad— su veto a la ley que legalizaba el aborto en 2008, durante su primer mandato. (Después Mujica repondría la ley y, al volver a gobernar, Tabaré no la removió.) Garcé, el analista político, dice que Vázquez no es de izquierda, que “se movió al centro” para llegar a presidente por segunda vez y equilibrar un Parlamento dominado por la izquierda, con una fuerte presencia de legisladores del MPP de Mujica y la llegada de Unidad Popular, de izquierda radical. Cuando todavía continúan las repercusiones de la aureola mítica que dejó “el presidente más pobre del mundo”, Vázquez ha elegido salir a mostrarse para mejorar sus índices de aprobación: las ayudas del Poder Ejecutivo a las víctimas de las inundaciones en departamentos del interior y el cese de las cuestionadas autoridades de Ancap fueron sus medidas más visibles a comienzos de 2016. Pero Tabaré Vázquez es un tiempista. Elige calculadamente cuándo aparecer en los medios y ni su círculo más cercano puede, a veces, acceder a él sin pasar alguna zozobra.
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A las 21:03 del domingo 31 de octubre de 2004, el politólogo Óscar Bottinelli se anticipó en canal 4: anunció que Vázquez era el presidente electo —en primera vuelta— con 51% del electorado, casi un millón 125 mil votos. Los partidos de derecha se habían aliado para la ocasión, pero no pudieron evitar la llegada de un candidato de izquierda al poder. En apenas tres elecciones Vázquez y la izquierda habían pasado de 400 mil votos en 1989 a un millón 100 mil en 2004. “Nunca en mi vida pensé hacer política”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en el libro Conversaciones con Tabaré. “Desde gurí de escuela me gustó la biología y la medicina. Siempre pensé en ser médico y me recibí de médico. Jamás pensé, soñé, ni en la mayor de las locas fantasías se me ocurrió que podía ser edil o diputado, no me interesaba. Sí ser médico.” Años antes, en 1994, mientras recorría una feria vecinal de frutas y verduras para su primera campaña electoral a la presidencia, que resultó fallida, se topó con una mujer que le endilgó todos los males del sistema político. Tabaré la escuchó con atención y después le dijo: “Señora, no les crea a los políticos”.
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El médico Tabaré Vázquez ha sido dos veces presidente de Uruguay. Llegó a su primer periodo de 2005 a 2010, tras una exitosa labor como intendente de Montevideo y después de haber perdido dos elecciones. Fue el primer candidato de izquierda en llegar a esa posición.
Habían pasado unos minutos de la una de la mañana del lunes cuando decidió que ya era hora de irse a la cama. El domingo había sido un día muy agitado. Tenía puesta la pijama, pero antes tomó su agenda telefónica, buscó los números de dos de sus amigos, y los llamó para decirles más o menos lo mismo: “No va a cambiar nada. Vamos a seguir yendo de pesca como toda la vida”. Al otro lado del teléfono, los amigos que lo acompañaban desde hacía años a pescar en Mercedes, departamento de Soriano, Uruguay, tenían un motivo más para celebrar. Habían comenzado horas antes con asado y brindis por el compañero que atravesaba su mejor hora. Ahora no sólo festejaban el logro de que el hombre hubiera llegado a ser el primer presidente de izquierda en la historia del país, quebrando la hegemonía de los 175 años en la que se alternaban los partidos Blanco y Colorado, sino la alegría de saber que seguiría saliendo a pescar con ellos. Recién después de esas llamadas, Tabaré Ramón Vázquez Rosas se fue a dormir en compañía de su mujer, María Auxiliadora Delgado. Eran las primeras horas del 1° de noviembre de 2004. Una semana antes, en un acto multitudinario que había convocado a casi medio millón de personas (en un país de tres millones) en el centro de Montevideo (una ciudad de un millón y medio), Tabaré Vázquez —micrófono en mano, tono evangelizador— había anunciado: “El 1° de noviembre, vaya a saber desde dónde, de qué lugar del Uruguay, cuando empiece a amanecer y a aclarar el horizonte y se empiece a dibujar el negro perfil del monte, les estaré diciendo ‘¡festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!’ ¡A redoblar y hasta la victoria siempre!” Una semana después fue lo que hizo: ya electo primer mandatario, salió al balcón del hotel Presidente y gritó a viva voz: “¡Festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!” Los postergados militantes de izquierda respondieron con vítores y haciendo flamear las banderas rojo, azul y blanco, los colores de la bandera de José Artigas, que el Frente Amplio —una coalición de partidos y agrupaciones de izquierda— tomó prestados cuando se fundó en 1971. Fue el dirigente socialista José Díaz quien poco antes se había acercado para anunciarle: “Tabaré, ya está, lo confirmaron todos. Ganaste. Sos el presidente”. Mario Zelarayan, amigo y médico personal que estaba a su lado, lo abrazó y le dijo: “¡Vamo' arriba, Taba!” Después, Vázquez se acomodó el saco del traje, el nudo de su corbata azul con vivos blancos y se dirigió al balcón para saludar. Vázquez no sólo se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Uruguay al asumir en 2005, sino que fue el primer dirigente de izquierda en resultar electo dos veces, ya que volvió a ganar la presidencia en 2014 (en segunda vuelta, con 53% de los votos, a Luis Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Lacalle Herrera), para asumir el 1° de marzo de 2015. Y, antes de eso, había sido el primer candidato de izquierda en ganar la Intendencia de Montevideo por el Frente Amplio en 1989. Todo sin tener ningún cargo en el Parlamento, el camino usual que hacen los presidentes. Mario Zelarayan, cardiólogo y médico intensivista, se hizo amigo de Tabaré por intermedio del hermano de éste, Jorge Vázquez, de oficio nurse y pasado guerrillero, que ahora es viceministro del Interior del segundo gobierno de su hermano. Mario Zelarayan iba con Jorge y Tabaré a cazar carpinchos —un roedor de gran tamaño también conocido como capibara, que habita cerca del río— hasta que estos ejemplares fueron declarados de caza prohibida. Por unos meses más salieron a cazar jabalíes, hasta que el hobby pasó a ser la pesca. Jorge Vázquez, más conocido como “El Perro”, se aburrió de pescar y eso hizo que Mario afianzara su amistad con Tabaré, un oncólogo reconocido que por esos días de 1991 era el intendente de Montevideo. Ambos han compartido centenares de horas juntos en las costas del Río Uruguay y el Río Negro. Empezaron con esos rituales a principios de los noventa y todavía los repiten. Hablan de futbol, de medicina, de libros, de carnaval. Pero hay una regla tácita que Mario Zelarayan respeta: no se habla de política. —La gente me dice: “Vos que ves a Tabaré decile que...”, y yo les digo que no; que Tabaré, cuando salimos a pescar, casi nunca quiere hablar de política —cuenta, en su despacho de la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular, un organismo estatal que dirige desde 2005, año en el que asumió Vázquez por primera vez.
"Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Va a pescar para imaginarse lo que va a venir después."
Rara vez Vázquez quiere hablar de política con sus amigos pero, cuando lo hace, usualmente es sólo para anunciar lo que ya ha decidido. Álvaro, el hijo mayor de Tabaré, de 49 años, es el menos aficionado a la pesca de la familia. Sus hermanos Javier e Ignacio (Nacho) son amantes del pasatiempo preferido de su padre. —Mi viejo puede estar 10 horas pescando. Me acuerdo una vez que terminamos comiendo milanesas de surubí durante una semana entera —dice en su consultorio médico del policlínico privado Asociación Española, ataviado con túnica blanca, de trato cordial, gafas de aumento y la sonrisa heredada de su padre. En la entrada a la sucursal de La Española hay un cartel que deja claro quién manda: “Director del Centro de Diagnóstico y Tratamiento Mamario: Prof. Dr. Tabaré Vázquez”: el presidente de la República. —Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Él va a pescar para imaginarse lo que va a venir después. Hace algunas semanas las encuestas lo mataron. Él se la había visto venir. Cuando arrancó y daban altísimas, me dijo: “Mmmm... esto pinta mal. Esperá seis meses y vas a ver”. Una encuesta de Opción Consultores publicada el 9 de noviembre de 2015 le dio sólo 29% de aprobación. Un porcentaje magro, considerando que en el primer año de su primer mandato (en 2005) las simpatías sumaban 62%, porcentaje idéntico al primer año de José Mujica, quien asumió en 2010. Y a fines de 2009, la empresa Factum había publicado que Vázquez dejaba su primer mandato con un impresionante 80% de popularidad. Un mes después de la divulgación de la encuesta de 2015, Vázquez —que desde que asumió su segundo mandato decidió jubilarse como médico y dejar de ejercer— concedió una entrevista al periodístico Santo y Seña de Monte Carlo TV. “No me imaginaba este grado de conflictividad. Realmente, no me lo imaginaba”, dijo. De marzo a noviembre el Parlamento y el Poder Ejecutivo discutían el Presupuesto Quinquenal y todos los gremios pedían más dinero. La promesa electoral de Vázquez era asignarle 6% del pib a la educación, pero una vez en el gobierno el ministro de Economía y la titular de Educación dijeron que la “intención” era llegar a ese porcentaje en 2019, al finalizar la administración. A partir de junio y hasta septiembre, los sindicatos de la educación iniciaron huelgas y paros para reclamar más presupuesto. Vázquez decidió algo tan drástico como inesperado: decretó la esencialidad de la educación, de manera que los docentes debían volver al aula a la fuerza. Los gremialistas tildaron a Vázquez de “fascista” y salieron a protestar con más vehemencia. Dos semanas después se sentaron a negociar y el decreto se levantó, pero el daño en su imagen pública estaba hecho. No fue el único conflicto que debió enfrentar en los primeros meses de su segundo mandato. Los gremios de la salud pública también salieron a la calle a reclamar aumentos salariales, y los de la salud privada los imitaron unos días después. Y también hicieron paros los trabajadores de la construcción, los del gas, los empleados de industrias que cerraron sus puertas. Los gremios nucleados en el PIT-CNT, la central obrera que reúne todas las ramas de trabajadores sindicalizados, se hartaron de escuchar hablar de inflación, “enlentecimiento” o “desaceleración” de la economía. —¿A vos te escucha cuando le hablás de política? —Me escucha, sí —dice su hijo Álvaro—. Él escucha mucho. Después decide, y cuando decidió no hay marcha atrás. Así fue cuando no midió costos políticos y en 2008, durante su primera presidencia, vetó los artículos que legalizaban el aborto en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. O 16 años antes, en 1992, cuando era intendente de Montevideo y cesó a cuatro directores de divisiones municipales porque habían incurrido en “faltas administrativas”. O cuando durante su primer mandato decidió suspender el diálogo con el gobierno argentino de Néstor Kirchner mientras un grupo de “piqueteros” continuaran cortando la ruta que unía Gualeguaychú (Argentina) con Fray Bentos (Uruguay), por el conflicto de las plantas papeleras de Botnia que iban a instalarse en el país, a lo que se oponían, defendiendo principios ecológicos, los argentinos.
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Esteban Valenti, publicista y asesor de Tabaré Vázquez, dirá que la historia del presidente es la del muchacho que nace muy abajo y llega, con esfuerzo, a la cúspide. Que por su extracción proletaria tiene empatía con el pueblo. Cuando en 1989 era sólo un político más, con aspiraciones a ser intendente de Montevideo por el Frente Amplio, sus jefes de campaña le propusieron hacer una caminata desde el Cerrito de la Victoria, al oeste, hasta la explanada de la Intendencia Municipal. —Esa recorrida fue pensada para probar su oratoria, su contacto con la gente. Yo fui a mirarlo de cerca. Tenía un feeling impresionante con las personas que se acercaban. Los escuchaba en serio, le preocupaban los problemas de la gente —recuerda Valenti en su despacho de la Ciudad Vieja. Esa caminata fue el 28 de octubre de 1989. A las 10 de la mañana Tabaré Vázquez estaba frente a la iglesia del Cerrito, con su esposa y uno de sus hijos. Había 33 militantes frenteamplistas y cuatro tamborileros. “¡Por lo menos somos más que los Treinta y Tres Orientales que forjaron la Patria!”, bromeó Vázquez para mitigar la frustración, y pidió ingresar a los barrios y no quedarse sólo en las principales avenidas. Lo dejaron hacer. Después de todo, era él el que se jugaba el pellejo por una candidatura que —pensaban los analistas y asumían resignados los dirigentes— sería testimonial a la hora del conteo de votos. Esa mañana recorrió 12 kilómetros, 120 cuadras que le demandaron nueve horas. —Cuando llegó al Palacio Municipal, tenía moretones en la espalda de tanto contacto con la gente —dice Valenti, entonces secretario de propaganda del Partido Comunista del Uruguay. Ante el gentío que se había sumado a su peregrinación, Tabaré Vázquez se despidió asegurando que sería él quien asumiría el 1° de marzo de 1990 como intendente de la capital. Cuando bajó del estrado, uno de sus colaboradores le dijo, entre risas: “¡Animal, asumirías el 15 de febrero! ¡No sabés ni cuándo entrarías en funciones!” Washington Delgado, delegado de Presidencia del Frente Amplio, recuerda haberle dicho al también dirigente frentista Luis Benvenuto: “Me da pena este hombre... Cree que va a ganar”. El 26 de noviembre de 1989 el Frente Amplio, con el médico Tabaré Vázquez a la cabeza, ganó la Intendencia de Montevideo con 34.6% de los votos. Pero Vázquez no necesita de la política. Dos semanas antes de las elecciones por la intendencia viajó a París para asistir a un congreso de medicina. En plena campaña para los comicios nacionales de octubre de 2014, suspendió todas sus actividades para irse a pescar al balneario La Paloma por unos cuantos días. Lo que necesita Tabaré Vázquez es el poder. —Cuando termine su actual mandato, se va a ir para su casa y a pescar. No es un ‘bicho político’ como (Luis Alberto) Lacalle, (Jorge) Batlle, (Julio María) Sanguinetti o el propio (José) Mujica —dice el politólogo Adolfo Garcé en su despacho de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, mientras convida con café de máquina en vasitos de plástico. El poder es otra cosa. Vázquez fue presidente de la Liga Universitaria de futbol; presidió el club de futbol Progreso, un club humilde de barrio, y logró llevarlo a la Primera División en los años ochenta; creó la primera clínica de prevención y atención al cáncer mamario en el país. —No le gusta perder ni a la bolita—dice Mario Zelarayan. La misma frase, idéntica, calcada, fue pronunciada por Garcé y Esteban Valenti. Un episodio ilustra bien esta afirmación: faltaban dos días para las elecciones municipales y había veda de publicidad para que los electores pudieran meditar su voto sin contaminación proselitista. Reinaldo “Polo” Gargano, entonces secretario del Partido Socialista (afiliado al Frente Amplio), le dijo: “Tabaré, tendrías que hacer un discurso para el domingo por si ganamos, y otro, por si te toca perder”. “Estoy seguro que ganamos, mañana pienso en el discurso”, le contestó Vázquez. Gargano, un dirigente con oficio en estas lides, insistió con delicadeza: “Te entiendo... todos somos optimistas, pero sería conveniente tener uno por si le erramos de percepción y no ganamos”. Tabaré le contestó: “Mirá Polo, yo estoy seguro que gano, así que no voy a escribir un discurso por si pierdo. Si querés, escríbelo vos”. Su aparición en la política fue triunfal, pero no siempre ganó. Tras su exitosa administración como intendente de Montevideo, se presentó como candidato a presidente en las elecciones nacionales de 1994. Perdió por poco, en los comicios más reñidos de la historia, con el colorado Julio Sanguinetti, quien ya había sido primer mandatario tras la restauración democrática en 1985. Sólo 35 mil votos separaron a Vázquez de Sanguinetti pero, aunque la elección había resultado impresionante, la noche del 27 de noviembre de 1994 él fue a su casa sin saludar a los militantes frenteamplistas y sin reconocer la derrota. Su hijo Álvaro cree saber de dónde sale el espíritu ambicioso de su padre. Alguna vez Héctor, el padre de Tabaré, le dijo al ahora presidente de Uruguay: “Elegí lo que quieras elegir, hacé lo que tengas ganas. Pero sea lo que sea que elijas, da lo máximo, jugá al 100%, para ganar”. Y Tabaré se lo tomó muy en serio.
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La historia de Tabaré Vázquez es la de héroes posmodernos como Maradona: de cuna obrera, el cuarto de cinco hijos, se crió en la pobreza y llegó a lo más alto. De chico, cenaba como un mendigo —como recomiendan los nutricionistas— pero el problema es que también desayunaba y almorzaba como tal. Nació en una casa humilde, donde el mayor compromiso político era votar cada lustro en un país donde históricamente los presidentes fueron abogados y donde las dinastías de dos o tres apellidos siempre pesaron en las urnas. Hijo de un trabajador de la petrolera estatal Ancap y una ama de casa, era el chistoso al que le iba bien en la escuela y el liceo público. Usaba su ingenio para ablandar docentes y seducir chicas. Estudioso, ya de chico tenía una vocación clara: quería dedicarse a algo en lo que pudiera ayudar a los más pobres. Sus padres Héctor Vázquez y Elena Rosas vivían en la calle Heredia 4018, corazón de La Teja, un barrio obrero bautizado así por la cantidad de viviendas con techos de tejas a dos aguas. Hoy, donde en 1940 había un ranchito de dos piezas con techo de chapa —la casa de Tabaré—, hay un baldío con el pasto alto y un Passat abandonado. El terreno está pegado a la ruta que da acceso a Montevideo por el oeste. Al otro lado de la ruta se ve la imponente planta de combustibles Ancap. Jesús Navarro —jubilado como chofer de ómnibus, 70 años, cara ajada y manos grandes, primo de Tabaré— recrea aquellos años en el living de su casa de la calle Rivera Indarte, en La Teja. Dice que Tabaré era el orgullo de la familia que, al terminar la secundaria en el liceo del Cerro, trabajó en una carpintería, vendió diarios en la calle, fue despachante en un almacén, colocó vidrios y repartió vino en la licorería Carrau y Compañía. Ni bien pudo se compró una Fordson del 52 con la que alardeaba en el barrio. En los ratos libres jugaba al futbol o practicaba boxeo. “Desde jovencito era un luchador, un emprendedor, un líder nato. Lo que él tocaba era oro”, dice Navarro en un living que a fines de los sesenta ofició de primer consultorio médico de Tabaré, a quien le faltaban unas materias para recibirse. La madre de Navarro le comunicó que Tabaré necesitaba la pieza para atender a sus primeros pacientes, y él tuvo que mudarse a un dormitorio en un altillo. De esa época sólo se conserva la lámpara colgante que todavía ilumina la sala, que es la sala de una casa de viejos: adornos anticuados como el elefante de porcelana que con la trompa retuerce un billete para la suerte, un tocadiscos en desuso, un televisor de 14 pulgadas que nunca se prende. Hay dos fotos del presidente: una del día de su asunción en el año 2005, con la banda presidencial cruzándole el pecho, y un retrato a lápiz que le hizo una amiga de Jesús. Unos años después del préstamo de aquel consultorio improvisado, Tabaré empezó a dedicarse a la oncología. En 1962 había muerto su madre, víctima de un cáncer de mama. Tres años después su hermana, María Dolores, también de cáncer. Y en 1968 su padre, por la misma enfermedad. La vocación le nació unida a la rabia: “Mi madre murió cuando yo tenía 22 años. Se enfermó y yo recé, pedí desesperadamente que se salvara. Y se murió. A los dos o tres años se enferma mi hermana con un hijo chico. Yo volví a rezar. Y se murió. Después se murió mi padre. Entonces recé menos, pero recé. También se murió, y no recé más. Después vino lo científico, había cosas que la religión no podía explicar”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en su libro Conversaciones con Tabaré. Aunque dolido por la falta de socorro divino, siguió firme en su fe católica, gracias a que conoció a quien sería su esposa. María Auxiliadora Delgado había estudiado en el María Auxiliadora antes de pasar al colegio Divina Providencia. Aún hoy es reconocida como una fiel devota. Tanto, que en 2005, durante la primera presidencia de su esposo, fue enviada oficial a la Santa Sede para estar presente en las exequias del papa Juan Pablo II. A fines de los cincuenta, María Auxiliadora vivía a 10 cuadras de Tabaré en La Teja. De adolescentes habían intercambiado miradas, pero el acercamiento llegó por amigos en común. En las quermeses de principios de los años sesenta los jóvenes se enviaban “telegramas” con declaraciones de amor. La barra de amigos inventó un telegrama a modo de confesión de amor de María Auxiliadora hacia Tabaré, quien se entusiasmó y demasiado tarde se dio cuenta de que había sido una broma. Así fue como empezó la relación. Se pusieron de novios y se tornaron inseparables. En octubre de 1964, cuando Tabaré estaba en segundo año de Medicina, se casaron por la iglesia. Ella era la menor de 11 hermanos y dicen que en los años sesenta, cuando Vázquez dudaba entre seguir trabajando en la licorería Carrau o asistir a la facultad, fue su esposa quien lo convenció de que no dejara los estudios. Se fueron a vivir a un humilde apartamento prestado en Berro y Lozano, al lado de la cancha del club Bella Vista, en el Prado. Allí nació Álvaro, en 1966. Un año después nació Javier y finalmente, en 1970, Ignacio. Mientras Tabaré salía a trabajar como médico en cuanto policlínico pudiera, Mary —gordita, retacona, cara de pura bondad— quedaba al cuidado de los niños en la mañana y a la tarde se iba a trabajar a la Caja de Jubilaciones y Pensiones, donde oficiaba de secretaria. Por la tarde los niños se iban a la escuela, así que el reencuentro familiar se daba por las noches, excepto los días en que al dueño de casa le tocaba guardia. Los fines de semana eran sagrados, y muchos de ellos de camping y pesca. En 1969, cuando el hombre viajaba a la Luna y en Uruguay la guerrilla tupamara desafiaba al gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco, Tabaré Vázquez —lejos de organizaciones sindicales y cualquier militancia política— ingresó como médico certificador de la Policía. Sus hijos tenían uno y dos años. Era una tarea meramente burocrática, pero para cualquier partidario de la izquierda, de entonces y de ahora, decir “Policía” es decir “represión”. Al cumplir los 30, ingresó al servicio de Radioterapia de la Facultad de Medicina. Continuaba atendiendo en el consultorio improvisado en casa de su primo y comenzaba una carrera docente en la universidad que sólo iría en ascenso. En 1970 se recibió de médico y con el título le llegó una oferta para trabajar en la clínica de radioterapia Barcia, propiedad de su profesor y mentor Helmut Kasdorf, y de su esposa, Olga Barcia. El esforzado Tabaré Ramón dejó el consultorio prestado y empezó a cursar la carrera de docente de Radioterapia para ser profesor universitario, mientras trabajaba en el consultorio Barcia y oficiaba de médico certificador de la Policía. Hasta que en 1971 su hermano Jorge cayó preso por acciones “subversivas”, y el doctor Tabaré renunció. Obtuvo el posgrado en Radioterapia y en 1975, en plena dictadura cívico-militar, consiguió el cargo de profesor grado III, a dos peldaños de la excelencia académica. Un año después, concursó para una beca en París y la ganó. Marchó a especializarse como radioterapeuta a Francia y después a Japón. Volvió al país a fines de los setenta con un gran bagaje de conocimientos sobre las nuevas técnicas para aplicar radiaciones sobre los tumores. No le costó ingresar al Servicio de Radioterapia del Hospital de Clínicas, dependiente de la Universidad de la República. Después de aprovechar la beca para estudiar radiobiología en el instituto parisino Gustave Roussy, en 1982 representó a Uruguay en el decimoprimer curso de investigación cancerológica en Israel, y fue autor de varios trabajos científicos publicados en revistas de todo el mundo. Había ingresado en 1963 a la Universidad de la República como profesor (el año de la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, con José Mujica entre sus impulsores) y en 1987, ya en democracia, llegó al grado V en oncología, el más encumbrado en el escalafón catedrático uruguayo. Ya en los ochenta, accedió a un puesto en el policlínico privado Asociación Española como médico a domicilio. Pero unos meses después fue invitado por cuatro oncólogos para participar de un nuevo proyecto, el Centro de Diagnóstico Mamario (Cendima), dependiente de La Española. En 1981 accedió, por concurso, a un puesto en el Instituto Nacional de Oncología. Tenía mucha necesidad de trabajar: además de sus cuatro hijos varones (Álvaro, ahora de 49; Javier, de 48; e Ignacio, de 44), por entonces se sumó a la familia un compañero de Ignacio, Fabián Barboza, un chico que, junto a su madre y sus dos hermanos menores, había sido abandonado por su padre. Un día, cuando Fabián tenía 15 años, despertó y descubrió que su madre lo había abandonado a él, llevándose a sus dos hermanos. Como faltó varios días al liceo, Nacho Vázquez fue a buscarlo y lo encontró tirado en la cama. Hacía dos días que no comía. En la casa de los Vázquez no sobraba nada pero el dueño de casa sabía lo que era comer salteado y algo había aprendido de la enseñanza salesiana. Le dieron refugio a Fabián por unos días, pero la estancia se alargó y se integró a la familia como uno más. Sin embargo, Tabaré no fue un padre tierno y cariñoso, según su hijo Álvaro. Era “poco demostrativo”, dice su hijo mayor. Hasta ese momento Tabaré Vázquez era un doctor, como tantos, que se había preocupado por actualizar sus conocimientos mientras trabajaba en cuanto sitio podía: Casa de Galicia, La Española y el Británico. El viraje que lo llevó al mundo empresarial se dio en 1986, luego de juntarse con su colega y amigo Álvaro Luongo, con quien compartía estudios desde primer año de la facultad. Ambos coincidían en que a ese ritmo, y con el salario de docentes sumado a las horas que coleccionaban en policlínicos varios, tendrían apenas para pagar las cuentas. Debían encontrar la forma de llegar a propietarios. Y la suerte entró en escena: Helmut Kasdorf decidió jubilarse, cederle un cuarto de sus acciones del consultorio Barcia a su hijo Pedro y vender las restantes. No lo pensaron mucho: Vázquez y Luongo llamaron a Miguel Torres, otro joven oncólogo, y decidieron comprar 75% de las acciones de la clínica privada a Kasdorf. El 25% de las acciones del consultorio radioterapéutico Barcia le costó a Tabaré Vázquez unos 25,000 dólares que no tenía. Tuvo que pedir dinero prestado a muchas personas de confianza y terminó de pagar su deuda un año después. Aquella sociedad fue el punto de partida de la bonanza económica del doctor Tabaré Vázquez. A la firma la bautizaron COR (Clínica de Oncología y Radioterapia) y Tabaré recién dejaría sus acciones en 2005, al acceder al sillón presidencial. —No me gusta la palabra ‘empresario’ —dice el empresario y radioterapeuta Álvaro Luongo en el despacho de la Comisión Nacional de Lucha contra el Cáncer, un organismo estatal que preside, con la bendición de su amigo Tabaré. La audacia de Vázquez (y la cuota de suerte que todos le reconocen) dio sus frutos en democracia. Pero hasta hoy muchos adversarios políticos le achacan ciertas prebendas gozadas en años de dictadura, mientras muchos peleaban de forma clandestina o sufrían torturas en los calabozos. En agosto de 2009, durante la primera administración de Vázquez como presidente, el entonces diputado del Partido Colorado, Daniel García Pintos, dijo que el mandatario había sido un “mimoso” del gobierno de facto. “Tenía el carné de ciudadano A (NdeR: aquellos que no representan una amenaza para el gobierno de facto), recibió apoyos para su clínica privada, fue becado para ir a Israel y le mandó un telegrama (de felicitaciones) al general Gregorio Álvarez”, enumeró el exlegislador en radio El Espectador. Las escuálidas votaciones de los colorados no le permitieron a García Pintos retener su banca. Ahora, al otro lado del teléfono, dice que está “jubilado”, alejado del sistema político, pero que no cambia ni un ápice lo que dijo hace algunos años. “En su momento aporté pruebas y todo lo que dije está en internet”, se excusa. La versión del supuesto mensaje de salutación al entonces dictador Gregorio “Goyo” Álvarez fue publicada por El Diario, el 3 de septiembre de 1981. Bajo el titular “Más felicitaciones al presidente” llevaba la firma de “Dr. Tabaré Vázquez”. Fue también reproducido por La Mañana y El País. El Foro Batllista, sector colorado de Sanguinetti, evocó el mentado telegrama en las calientes elecciones de 2004, en las que finalmente ganó Vázquez. Su hijo mayor, Álvaro, se acomoda en su asiento, algo molesto, cuando se toca el tema. —En esa época había cinco Tabaré Vázquez en la guía de teléfonos de Uruguay. Cinco. Mi viejo no era el único doctor. Y ninguno se hizo cargo y dijo: ‘fui yo’. Por su parte, el propio Vázquez siempre ha dicho que él puede comprobar que estaba estudiando en Kyoto, Japón, en septiembre de 1981. En la campaña electoral de 2004, Vázquez negó una y otra vez haber recibido favoritismos durante el régimen militar. En el libro Tabaré Vázquez: misterios de un liderazgo que cambió la historia, de Ernesto Tulbovitz y Edison Lanza, sostuvo: “Nunca recibí ninguna beca del gobierno uruguayo, siempre fueron de organismos internacionales, como el gobierno francés o el israelí. Como funcionario del Instituto de Oncología tenía que pedir licencia por estudio y eso implicaba elevar una nota al ministro de Salud Pública con el compromiso de regresar a trabajar y compensar la licencia”. Por esos días, el diario Últimas Noticias publicó que Tabaré Vázquez ganaba 27,000 dólares por mes por un contrato firmado en 2002 entre COR —la clínica de Vázquez y sus socios— y el Casmu, la mutualista del Sindicato Médico del Uruguay, la más grande del país. Algunos oncólogos pusieron el grito en el cielo: “¡Monopolio!” Pero nada cambió. Consultado, el entonces presidenciable dijo que COR había ganado una licitación limpia y transparente. Vázquez ya estaba acostumbrado a que desde la oposición se pusiera en tela de juicio su honorabilidad. En diciembre de 1995 había sido acusado de conjunción de intereses porque cuando fue jefe del Servicio de Radioterapia se dijo que había recomendado al Instituto Nacional de Oncología (Indo) la compra de servicios médicos a una empresa, Nuclemed, cuyo representante informático en Uruguay era su hijo Javier. Se trataba de un equipo de planificación de tratamientos radiantes. Vázquez admitió en declaraciones al semanario Búsqueda en 1998 que él sabía que su hijo era el único que proveía ese equipamiento en el país, aunque competía con otra empresa extranjera. La investigación interna del Ministerio de Salud Pública concluyó que “no existieron hechos irregulares en el procedimiento de contratación” de Nuclemed, la empresa donde trabajaba Javier Vázquez. Álvaro Vázquez recuerda que su padre se irritó cuando en una entrevista radial le mencionaron la supuesta irregularidad. “Conmigo lo que quieran, con mi familia no se metan”, le contestó a su entrevistador. Álvaro dirá, una vez más, que aquel Vázquez fue otro Vázquez: “Fue Jesús Vázquez, que estaba al frente del Indo, el que lo pidió. No mi padre”.
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—Llegué a casa y le dije a mi hija: este doctor me transmite paz —dice Nancy Rey en el restorán de un shopping del barrio Buceo, de la capital. Viste con un tailleur violeta y zapatos haciendo juego, los ojos pintados. Una coquetería obstinada. Tiene 76 años, veinticinco de ellos como secretaria personal de Tabaré Vázquez. Todo comenzó cuando fue su paciente oncológica, en 1984, en Cendima, dependiente de la Asociación Española, donde hacía tres años que trabajaba Vázquez. Él era el médico encargado de controlar su tratamiento de radioterapia, y ya tenía la fama que dicen que lo caracteriza: una gran sensibilidad con sus pacientes y todo el tiempo para escucharlos. —Yo iba a su consulta arreglada, peinada, maquillada —dice Nancy, arreglada, peinada y maquillada. Lo que le daba paz, dice, era su forma de comunicar y su predisposición a atenderla. En 1989 ella trabajaba como administrativa en el Instituto Nacional de Carnes, y aunque el cáncer había remitido debía seguir controlándose. Ese año, precisamente, Tabaré Vázquez llegó como un outsider a la escena política. El germen de su aparición en la arena política hay que rastrearlo en marzo de 1983, cuando se afilió clandestinamente al Partido Socialista (PS), adherente del Frente Amplio, en tiempos en los que los partidos no eran bien vistos por las autoridades dictatoriales. Asistió a una charla del dirigente José Pedro Cardoso y se le presentó para hablarle de su interés en sumarse al sector. El PS estaba deseoso de sumar cuadros de la academia para reforzar su costado intelectual. Pocos meses después, su prueba de fuego fue un discurso exitoso sobre la importancia del deporte en la política. La dirigente Matilde Reich, que lo había recomendado para dar el discurso, logró convencer a los dirigentes de peso de afiliar a Tabaré al Comité Central del PS. Y ya en campaña para derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (que le aseguraba a los militares no ser juzgados por crímenes cometidos durante la dictadura), Tabaré integró la división de finanzas en la comisión pro-referéndum. Para el politólogo Adolfo Garcé, la explicación de las sucesivas victorias de Vázquez es simple: —Es un tipo con suerte. Para ejemplificar su tesis, compartida por varios consultados, recuerda que él no fue la primera ni la segunda opción en aquellos comicios municipales que cambiarían la historia. El candidato cantado del Frente Amplio en 1989 era el arquitecto Mariano Arana, pero se bajó ni bien supo que no contaría con el apoyo del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). La fractura interna del Frente Amplio era evidente y ni el más astuto de los encuestadores pronosticaba buenos aires. El segundo candidato —no menos cantado— era el contador Danilo Astori, por entonces la figura prometedora de la izquierda. Astori, un catedrático con ambiciones, prefirió acompañar al líder fundador del Frente Amplio, el general Líber Seregni, como candidato a vicepresidente en las elecciones nacionales. Pasaron los días entre rencillas internas y el Frente Amplio no tenía candidato para la intendencia de Montevideo, el principal bastión del país. Hasta ese momento, el desconocido Tabaré Vázquez había integrado, como militante de su partido, la comisión que juntaba firmas para derogar la Ley de Caducidad en un referéndum. Por ese motivo fue entrevistado por el semanario del Partido Socialista. Cuando un par de dirigentes llegaron a la casa de Arana en busca de consejos, éste les mostró la contratapa del semanario, señaló la foto del entrevistado y dijo: “Precisamos un tipo como éste, con esa pinta, un tipo de futbol, de barrio”. Y fueron a buscarlo. Vázquez recibió al par de delegados del Frente Amplio en su clínica de radioterapia y quedó en contestar al otro día. Esa tarde citó a sus cuatro hijos en el consultorio y les contó. Quería saber qué opinaban. Álvaro, el mayor, le preguntó si él realmente quería aceptar el reto y si se tenía fe para ganar: —Me contestó que sí, que claro, que su padre le había enseñado que elija lo que se elija en la vida, hay que dar 100% para ser los mejores. Y que era un honor que el Frente Amplio haya pensado en él. Quizá ya les había contestado que sí, que aceptaba, andá a saber —dice. Como intendente de Montevideo cumplió lo que había prometido en campaña: bajó 40% el precio del boleto del transporte colectivo, erradicó basurales e instaló centros comunales zonales (CCZ) en los barrios para que los contribuyentes pudieran hacer denuncias o reclamos sin tener que ir hasta el centro de la capital. Repetía la palabra “descentralización” cada vez que aparecía en público. Pero el episodio que demostró de qué estaba hecho fue el que lo enfrentó a los vendedores ambulantes, en su segundo año como intendente. Se estimaba que unas 5,000 personas vivían de la venta callejera. Era imposible caminar por 18 de Julio, la principal avenida de Montevideo, porque había que eludir decenas de mesitas plegables con lentes de sol, cedés, devedés, álbumes y bijou barata. Fue su primer dilema: debía fiscalizar a parte del sector más carenciado de la población en aras de defender a los comerciantes que pagaban impuestos. Implementó una nueva reglamentación para ordenar el ambulantismo, que tras idas y vueltas fue aprobada por la Junta Departamental en septiembre de 1991. La normativa avalaba el uso de la fuerza para retirar puestos irregulares. “Sin confusiones. Siempre con los pobres”, se oponían a la medida los integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP), que lideraba José “Pepe” Mujica, quien estaba empezando a involucrarse en política tras 14 años de encarcelamiento por su pasado guerrillero. Los sectores más radicales de la izquierda —MPP incluido— y el gremio de municipales criticaron duramente a Vázquez. Decían que representaba a la izquierda pero que castigaba a los más necesitados, que parecía derechista. “Alrededor del ambulantismo hay delito y grandes capitales de contrabandistas que trabajan en la calle”, le dijo él al diario La República el 8 de octubre del 91. Dos días después dijo, en el mismo matutino: “Si quieren jugar una pulseada, lo haremos. Se trata de honor contra delincuencia”, dijo. Y amenazó con irse a su casa si no lo dejaban ejercer la autoridad. —Desde la Intendencia de Montevideo, con algunos sectores aliados, logró armar un espacio. Se empezó a hablar de una gran coalición, más allá del Frente Amplio, que terminó cuajando en el Encuentro Progresista, para llevar a Vázquez como candidato a presidente en 1994. Como intendente, de reojo miraba la presidencia y creó una estructura bypaseando el FA para ser candidato —dice el analista político Adolfo Garcé en su oficina de la Universidad de la República. En 1989, poco antes de que se celebraran las elecciones municipales, Nancy Rey había leído en los diarios que su oncólogo era el candidato por el Frente Amplio para gobernar Montevideo y le dijo: “Doctor, si usted precisa una secretaria, alguien que le haga fotocopias o le haga algún mandado, cuente conmigo”. Lo acompañó como secretaria en esa elección, y en cuatro elecciones nacionales. Le organizó la agenda, le pasó manuscritos a máquina, recibió primero las cartas y después los mails, y más de una vez, con la venia de su jefe, se animó a escribir como si fuera él, imitando sus giros, sus tonos, sus puntos y comas. —Cuando hablaba en público y todos le decían que su discurso había estado fantástico y le palmeaban la espalda, yo le ponía cara fea y le decía “te he escuchado mejores”. Y él decía: “A Nancy no le gustó”. Tabaré Vázquez lee todas las cartas que le llegan y las contesta una por una, salvo las que contienen agravios. Cuando Nancy lo ayudaba, usaba la computadora. Si no, lo hacía a mano, con una letra prolija y legible. Es disciplinado, estructurado “rítmico” —dice su hijo Álvaro— y respeta el tiempo como un don preciado. “Hasta la salud se recupera, pero el tiempo no”, le decía a Nancy. Por eso es extremadamente puntual, aunque no usa reloj.
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—Así como lo ves, el viejo es calentón —dice su hijo Álvaro. Muy poca gente sabe que una vez, tras un partido de Progreso contra Danubio, en cancha de ese rival, Tabaré discutió airadamente con un hincha contrario. Fue un intercambio de insultos de los que no trascienden, pero esa tarde el doctor Vázquez esperó con paciencia al hincha del cuadro rival y cuando lo vio se le fue encima a las trompadas. Ya siendo presidente de Progreso, en un partido con Defensor Sporting, lo mismo: las pasiones exacerbadas derivaron en un mano a mano, y tuvieron que separarlo entre varios. Tabaré defendió los colores de su cuadro en el campo de juego: fue arquero de la reserva de Progreso a fines de los cincuenta. Le decían “El Fino“, porque era alto y pesaba menos de 60 kilos. Dicen que era bueno. En 1979 llegó a ser presidente del club de sus amores y, durante años, la institución no paró de crecer. Para entonces, su esposa María Auxiliadora trabajaba en la sección Trámites y Expedientes de la Caja de Jubilaciones; su hijo más chico, Nacho, iba a la escuela con 9 años; Javier, con 13 y Álvaro, con 14 cursaban el secundario, y a todos les iba bien en los estudios. Tabaré, que era aún un empleado en la clínica Barcia y ni soñaba con ser su propietario, diversificó esfuerzos y remodeló en 1981 el estadio Parque Paladino, en La Teja, donde el equipo jugaba de locatario. Dos años después inauguró un comedor infantil para los niños carenciados de la barriada, y en 1985 el equipo resultó campeón del Torneo Competencia y subió a la divisional B. Al año siguiente ascendió a Primera División. En 1987 compitió por primera vez en la Copa Libertadores de América. Y dos años después, en 1989, fue campeón uruguayo, ganándole a los gloriosos Peñarol y Nacional. Para cuando eso sucedió, Tabaré había pedido licencia en el club porque andaba ocupado en otros menesteres: estaba en campaña para gobernar Montevideo. —¡Que es un tipo con suerte no tengas dudas! La prueba más absoluta de eso no está en la política: es haber sacado a Progreso campeón uruguayo. ¡Se te tienen que alinear todas las constelaciones y todas las estrellas para que eso pase!—dice su asesor Valenti. Veintisiete años después del victorioso 89, el club parece sobrevivir a tientas tras bordear la bancarrota. La sede, en la calle Carlos María Ramírez de La Teja, suele estar cerrada. Sus dirigentes actuales abren las puertas una sola noche en la semana para tratar asuntos urgentes que tienen que ver con cómo conseguir dinero para ponerse al día. El actual presidente de Progreso, Andrés Álvarez, y los delegados presentes dicen que hay varias plaquetas que nombran a Tabaré en un despacho que está bajo llave. Pero no saben quién puede tener las llaves. Después cuentan algo que no salió en la prensa: en diciembre de 2015 Tabaré los recibió, ya como presidente de Uruguay. Sabía del complicado momento que vivía su cuadro y quería ayudar, anónimamente. Donó 10,000 dólares, pero el gesto no se hizo público. Actuó en silencio, con discreción. Como lo hacen los masones. Porque Vázquez es integrante de la Masonería —con el grado de maestro— y a pesar de estar “en sueño” (inactivo, no concurre a las tenidas), sí está al día con “el cofre”, como llaman los masones a la caja que cobra la membresía. En 2005 se convirtió en el primer presidente masón en 75 años, luego del colorado Gabriel Terra en 1930, quien tres años después dio un golpe de Estado. El gesto solidario de Tabaré Vázquez con Progreso ayudó, en parte, a paliar una deuda con la Asociación Uruguaya de Futbol, el plantel de futbolistas y el cuerpo técnico que asciende a 120,000 dólares. Después posó para una foto que apenas se compartió en un grupo de Whatsapp de dirigentes de Progreso: Tabaré sostenía la camiseta a franjas rojas y amarillas. A cinco cuadras de la sede de Progreso, al otro lado de la plaza Laffone, está el Club El Arbolito. Fue fundado el 1° de marzo de 1958 por una barra de adolescentes enojados con el padre Berrutti, un cura salesiano que dirigía el colegio Divina Providencia. Tabaré, Walter Derosi, Daniel “Pistola” Marciscano, su hermano Lirio, Gerónimo Cabrera y otros chicos de la cuadra solían ir a jugar al futbol, al ajedrez, al futbolito (metegol) y al billar a las instalaciones del Centro Pablo Albera de los hermanos salesianos. A los 16 años, Tabaré fue elegido secretario general del centro Pablo Albera, la obra social del colegio religioso. Pero un día, el cura les cerró la puerta en la cara. Supeditó el ingreso a las instalaciones deportivas a la asistencia de los jóvenes a misa. Tabaré iba con relativa frecuencia, incluso llegó a ser monaguillo, pero aquella medida del padre Berrutti los indignó a todos. El episodio produjo el nacimiento del club social y deportivo El Arbolito en la esquina tejana de Humboldt y Ruperto Martínez Pérez. Cuando se quedó sin sitio para jugar, la barra de amigos empezó a juntarse a la sombra de un paraíso. Querían conseguir un lugar para jugar al ajedrez o al futbol, y donde continuar con la obra social aprendida en el colegio San Francisco de Sales, sobre todo gracias al padre Manzi, al que llamaban el “cura de los pobres”. Con la garantía de “Manolo” Gómez, el carnicero de la esquina, alquilaron un local desocupado, frente a la plaza Laffone. Y en honor al paraíso que los había cobijado durante unos meses, lo llamaron Club El Arbolito. Allí, en El Arbolito, fue a celebrar la obtención de su título universitario de médico en 1969, y allí fue siempre a emitir su voto, incluso las dos veces en las que se consagró presidente de la República. Una noche veraniega de diciembre de 2015 tres parroquianos juegan a las cartas en la vereda, frente al Arbolito. Adentro, el cantinero Marcos González —remera gastada roja, gorro con visera dado vuelta— le servía un whisky nacional a Jorge Lavieja, un exfutbolista de La Teja. —La que hay es ésta —dice el cantinero González. La foto es de 2001 y está escondida detrás de una botella de grappamiel. En ella se ve a Tabaré Vázquez —ya con el pelo blanco— sosteniendo una camiseta de Progreso, flanqueado por el propio Jorge Lavieja y Ernesto “Chingo” Gómez, un exdelantero malhadado de Progreso y Peñarol, que terminó muerto a balazos en 2002 en uno de esos casos que la Policía rotula como “ajuste de cuentas”. Atrás de la cantina hay un enorme gimnasio donde ensayan las murgas “La Reina de La Teja” y “Diablos Verdes”, la preferida de Tabaré. El policlínico que Vázquez abrió en 1963 sigue funcionando, pero González y Lavieja dicen que de la generación que bautizó el club sólo queda vivo el presidente Vázquez. —Los demás fueron muriendo —dice González. Por eso, quizá, Tabaré ya no visita el club que fundó. Tampoco hay documentos que certifiquen el nacimiento de El Arbolito. Les contó “La Negra” Elena Vázquez, hermana de Tabaré, hoy nonagenaria, que cuando en los años setenta “los milicos” andaban buscando a Jorge “Perro” Vázquez, el hermano de Tabaré, por sus actividades “sediciosas”, alguien tomó la decisión de quemar todos los papeles que había. Por las dudas. Ahora, desde hace más de veinte años, Tabaré vive en el barrio del Prado, una zona residencial donde abundan el verde, las flores y la arquitectura de Le Corbusier. Allí se levanta todos los días sobre las 7 de la mañana y se va a Casa de Gobierno, o a la residencia presidencial de la calle Suárez, una hora después. Nunca desayuna café ni toma mate porque le producen gastritis y acidez. En el aspecto osteoarticular, explica el doctor Mario Zelarayan, tiene algunas limitaciones al caminar. Pero camina con regularidad de dos a tres kilómetros por día en el fondo de la casona de la calle Buschental en el Prado, mientras habla por teléfono y resuelve cosas. El presidente está “impecable”, excepto algún problema propio de su edad, pero nada importante. La caída de su párpado derecho, tan tentadora para los caricaturistas, fue resultado de una “neuritis periférica de origen viral” de hace dos décadas, pero ahora, dice Zelarayan, está mucho mejor. —¿Usted lo manda caminar o comer sano? —No, lo aconsejo. A Tabaré nadie lo manda.
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El politólogo Adolfo Garcé cita a Maquiavelo cuando habla de “la fortuna y la virtud”: “El príncipe virtuoso es el que sabe gobernar la fortuna”. La fortuna le llegó a Vázquez a fines de 2004, cuando el gobierno colorado de Jorge Batlle se derrumbaba tras el coctel explosivo de la fiebre aftosa del ganado vacuno y la crisis económico-financiera más significativa de la historia del país. El proceso de insolvencia financiera que afectó a Uruguay a principios de siglo hizo que la mitad de la banca comercial colapsara. La devaluación brasileña de 1999 y sobre todo la crisis económica de Argentina de 2001 tuvieron su impacto inmediato en el vecino pequeño cuando ciudadanos argentinos, que solían tener cuentas en bancos orientales, retiraron en masa sus aportes, y el Estado uruguayo no dio abasto para auxiliar a todos. Así, el Banco Comercial, La Caja Obrera, el Banco de Montevideo y el Banco de Crédito debieron cerrar sus puertas, y dejaron un tendal de ahorristas desesperados. La ayuda del Banco Central a la banca privada ascendió a varios millones de dólares, pero resultó insuficiente. Cayeron el ministro de Economía y el directorio del Banco Central. Vázquez era el líder indiscutido del Frente Amplio, aunque en ese momento no ostentaba cargo ejecutivo. Cuando no estaba en campaña, volvía a ejercer la medicina. El presidente Batlle se reunió con los principales líderes de todos los partidos —Vázquez fue por el Frente— y les pidió un gesto de grandeza: que lo acompañaran con los votos en el Parlamento para crear la Ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario, que reprogramó depósitos a plazo fijo y dispuso medidas para la devolución del dinero a los ahorristas, que tenían como medida usual de protesta los caceroleos (golpeaban cacerolas en la calle o los balcones). Una delegación del gobierno de Batlle viajó a Estados Unidos para negociar un salvataje millonario del Fondo Monetario Internacional, y la amistad de Batlle con George W. Bush ayudó. Bush envió a Uruguay un adelanto de 1,500 millones de dólares. La crisis tenía sus números: 58,000 uruguayos abandonaron el país, el desempleo trepó a 20% y los informativos repetían inusuales imágenes de saqueos de supermercados y almacenes. Tabaré Vázquez no pidió la renuncia de Batlle ni bregó por un llamado a elecciones anticipadas, pero sacó rédito —en las urnas— del descontento popular con la clase gobernante. Como un dirigente astuto, testigo del hartazgo de la ciudadanía con los partidos de derecha acostumbrados a gobernar desde 1830, no hizo leña del árbol caído. La suya era, decía, una propuesta de “cambio”, la palabra que más se repitió en la campaña electoral de 2004.
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Durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana.
La pasión de Tabaré Vázquez siempre fue la medicina. Tanto, que durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana, como un empleado más de la mutualista privada. Y, en verdad, hizo su gesto más significativo como médico durante aquel primer mandato. Él, que siempre repitió que “el programa del Frente Amplio era la Biblia”, se embarcó en una cruzada antitabaco que no estaba en los planes de su fuerza política y lo llevó a los titulares de diarios de todo el mundo, varios años antes que José Mujica se recibiera de estrella pop por la legalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y el refugio para expresos de Guantánamo. “Yo me pregunto: ¿cómo reaccionaríamos los uruguayos si constatáramos que diariamente mueren 15 personas por accidentes de tránsito en la ciudad? ¿Cómo reaccionaríamos si en una determinada playa de acá, de Uruguay, se ahogan 5,500 personas por año? ¿Cómo reaccionaríamos?”, preguntó el presidente Vázquez el Día Mundial Sin Humo de Tabaco, en mayo de 2005, frente a un auditorio lleno en el Edificio Libertad, donde funcionaba Presidencia. Dijo que hablaba en su triple calidad de presidente, médico y exfumador; se tomó dos minutos para enumerar los componentes químicos del tabaco y dijo que eran la causa reconocida de 25 enfermedades. Después señaló que en el país morían tres personas por día por cáncer de pulmón. Y anunció una batería de medidas que incluyeron la prohibición de fumar en ambientes públicos cerrados, un significativo aumento de los impuestos a los cigarrillos, la obligación de ocupar 80% de los paquetes de cigarros con advertencias sobre la nocividad del producto y un fuerte combate al contrabando. Como respuesta, la tabacalera internacional Philip Morris llevó al Estado uruguayo ante la justicia internacional de La Haya, y Vázquez recibió el apoyo de un sinfín de organizaciones sociales antitabaco de todo el mundo, más la oms y la ops. Decenas las universidades lo distinguieron con el título de doctor Honoris Causa pero una, hasta hoy, le sigue siendo esquiva: la Universidad de la República (Udelar), su república. En noviembre de 2015, los estudiantes de la Udelar se opusieron a esa distinción, al cuestionar la actividad que Vázquez había desarrollado en años de dictadura, cuando se desempeñó como médico certificador de la Policía. Además, repudiaron la política de salud de su gobierno: los estudiantes más progresistas no le perdonan —como gran parte de la sociedad— su veto a la ley que legalizaba el aborto en 2008, durante su primer mandato. (Después Mujica repondría la ley y, al volver a gobernar, Tabaré no la removió.) Garcé, el analista político, dice que Vázquez no es de izquierda, que “se movió al centro” para llegar a presidente por segunda vez y equilibrar un Parlamento dominado por la izquierda, con una fuerte presencia de legisladores del MPP de Mujica y la llegada de Unidad Popular, de izquierda radical. Cuando todavía continúan las repercusiones de la aureola mítica que dejó “el presidente más pobre del mundo”, Vázquez ha elegido salir a mostrarse para mejorar sus índices de aprobación: las ayudas del Poder Ejecutivo a las víctimas de las inundaciones en departamentos del interior y el cese de las cuestionadas autoridades de Ancap fueron sus medidas más visibles a comienzos de 2016. Pero Tabaré Vázquez es un tiempista. Elige calculadamente cuándo aparecer en los medios y ni su círculo más cercano puede, a veces, acceder a él sin pasar alguna zozobra.
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A las 21:03 del domingo 31 de octubre de 2004, el politólogo Óscar Bottinelli se anticipó en canal 4: anunció que Vázquez era el presidente electo —en primera vuelta— con 51% del electorado, casi un millón 125 mil votos. Los partidos de derecha se habían aliado para la ocasión, pero no pudieron evitar la llegada de un candidato de izquierda al poder. En apenas tres elecciones Vázquez y la izquierda habían pasado de 400 mil votos en 1989 a un millón 100 mil en 2004. “Nunca en mi vida pensé hacer política”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en el libro Conversaciones con Tabaré. “Desde gurí de escuela me gustó la biología y la medicina. Siempre pensé en ser médico y me recibí de médico. Jamás pensé, soñé, ni en la mayor de las locas fantasías se me ocurrió que podía ser edil o diputado, no me interesaba. Sí ser médico.” Años antes, en 1994, mientras recorría una feria vecinal de frutas y verduras para su primera campaña electoral a la presidencia, que resultó fallida, se topó con una mujer que le endilgó todos los males del sistema político. Tabaré la escuchó con atención y después le dijo: “Señora, no les crea a los políticos”.
El médico Tabaré Vázquez ha sido dos veces presidente de Uruguay. Llegó a su primer periodo de 2005 a 2010, tras una exitosa labor como intendente de Montevideo y después de haber perdido dos elecciones. Fue el primer candidato de izquierda en llegar a esa posición.
Habían pasado unos minutos de la una de la mañana del lunes cuando decidió que ya era hora de irse a la cama. El domingo había sido un día muy agitado. Tenía puesta la pijama, pero antes tomó su agenda telefónica, buscó los números de dos de sus amigos, y los llamó para decirles más o menos lo mismo: “No va a cambiar nada. Vamos a seguir yendo de pesca como toda la vida”. Al otro lado del teléfono, los amigos que lo acompañaban desde hacía años a pescar en Mercedes, departamento de Soriano, Uruguay, tenían un motivo más para celebrar. Habían comenzado horas antes con asado y brindis por el compañero que atravesaba su mejor hora. Ahora no sólo festejaban el logro de que el hombre hubiera llegado a ser el primer presidente de izquierda en la historia del país, quebrando la hegemonía de los 175 años en la que se alternaban los partidos Blanco y Colorado, sino la alegría de saber que seguiría saliendo a pescar con ellos. Recién después de esas llamadas, Tabaré Ramón Vázquez Rosas se fue a dormir en compañía de su mujer, María Auxiliadora Delgado. Eran las primeras horas del 1° de noviembre de 2004. Una semana antes, en un acto multitudinario que había convocado a casi medio millón de personas (en un país de tres millones) en el centro de Montevideo (una ciudad de un millón y medio), Tabaré Vázquez —micrófono en mano, tono evangelizador— había anunciado: “El 1° de noviembre, vaya a saber desde dónde, de qué lugar del Uruguay, cuando empiece a amanecer y a aclarar el horizonte y se empiece a dibujar el negro perfil del monte, les estaré diciendo ‘¡festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!’ ¡A redoblar y hasta la victoria siempre!” Una semana después fue lo que hizo: ya electo primer mandatario, salió al balcón del hotel Presidente y gritó a viva voz: “¡Festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!” Los postergados militantes de izquierda respondieron con vítores y haciendo flamear las banderas rojo, azul y blanco, los colores de la bandera de José Artigas, que el Frente Amplio —una coalición de partidos y agrupaciones de izquierda— tomó prestados cuando se fundó en 1971. Fue el dirigente socialista José Díaz quien poco antes se había acercado para anunciarle: “Tabaré, ya está, lo confirmaron todos. Ganaste. Sos el presidente”. Mario Zelarayan, amigo y médico personal que estaba a su lado, lo abrazó y le dijo: “¡Vamo' arriba, Taba!” Después, Vázquez se acomodó el saco del traje, el nudo de su corbata azul con vivos blancos y se dirigió al balcón para saludar. Vázquez no sólo se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Uruguay al asumir en 2005, sino que fue el primer dirigente de izquierda en resultar electo dos veces, ya que volvió a ganar la presidencia en 2014 (en segunda vuelta, con 53% de los votos, a Luis Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Lacalle Herrera), para asumir el 1° de marzo de 2015. Y, antes de eso, había sido el primer candidato de izquierda en ganar la Intendencia de Montevideo por el Frente Amplio en 1989. Todo sin tener ningún cargo en el Parlamento, el camino usual que hacen los presidentes. Mario Zelarayan, cardiólogo y médico intensivista, se hizo amigo de Tabaré por intermedio del hermano de éste, Jorge Vázquez, de oficio nurse y pasado guerrillero, que ahora es viceministro del Interior del segundo gobierno de su hermano. Mario Zelarayan iba con Jorge y Tabaré a cazar carpinchos —un roedor de gran tamaño también conocido como capibara, que habita cerca del río— hasta que estos ejemplares fueron declarados de caza prohibida. Por unos meses más salieron a cazar jabalíes, hasta que el hobby pasó a ser la pesca. Jorge Vázquez, más conocido como “El Perro”, se aburrió de pescar y eso hizo que Mario afianzara su amistad con Tabaré, un oncólogo reconocido que por esos días de 1991 era el intendente de Montevideo. Ambos han compartido centenares de horas juntos en las costas del Río Uruguay y el Río Negro. Empezaron con esos rituales a principios de los noventa y todavía los repiten. Hablan de futbol, de medicina, de libros, de carnaval. Pero hay una regla tácita que Mario Zelarayan respeta: no se habla de política. —La gente me dice: “Vos que ves a Tabaré decile que...”, y yo les digo que no; que Tabaré, cuando salimos a pescar, casi nunca quiere hablar de política —cuenta, en su despacho de la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular, un organismo estatal que dirige desde 2005, año en el que asumió Vázquez por primera vez.
"Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Va a pescar para imaginarse lo que va a venir después."
Rara vez Vázquez quiere hablar de política con sus amigos pero, cuando lo hace, usualmente es sólo para anunciar lo que ya ha decidido. Álvaro, el hijo mayor de Tabaré, de 49 años, es el menos aficionado a la pesca de la familia. Sus hermanos Javier e Ignacio (Nacho) son amantes del pasatiempo preferido de su padre. —Mi viejo puede estar 10 horas pescando. Me acuerdo una vez que terminamos comiendo milanesas de surubí durante una semana entera —dice en su consultorio médico del policlínico privado Asociación Española, ataviado con túnica blanca, de trato cordial, gafas de aumento y la sonrisa heredada de su padre. En la entrada a la sucursal de La Española hay un cartel que deja claro quién manda: “Director del Centro de Diagnóstico y Tratamiento Mamario: Prof. Dr. Tabaré Vázquez”: el presidente de la República. —Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Él va a pescar para imaginarse lo que va a venir después. Hace algunas semanas las encuestas lo mataron. Él se la había visto venir. Cuando arrancó y daban altísimas, me dijo: “Mmmm... esto pinta mal. Esperá seis meses y vas a ver”. Una encuesta de Opción Consultores publicada el 9 de noviembre de 2015 le dio sólo 29% de aprobación. Un porcentaje magro, considerando que en el primer año de su primer mandato (en 2005) las simpatías sumaban 62%, porcentaje idéntico al primer año de José Mujica, quien asumió en 2010. Y a fines de 2009, la empresa Factum había publicado que Vázquez dejaba su primer mandato con un impresionante 80% de popularidad. Un mes después de la divulgación de la encuesta de 2015, Vázquez —que desde que asumió su segundo mandato decidió jubilarse como médico y dejar de ejercer— concedió una entrevista al periodístico Santo y Seña de Monte Carlo TV. “No me imaginaba este grado de conflictividad. Realmente, no me lo imaginaba”, dijo. De marzo a noviembre el Parlamento y el Poder Ejecutivo discutían el Presupuesto Quinquenal y todos los gremios pedían más dinero. La promesa electoral de Vázquez era asignarle 6% del pib a la educación, pero una vez en el gobierno el ministro de Economía y la titular de Educación dijeron que la “intención” era llegar a ese porcentaje en 2019, al finalizar la administración. A partir de junio y hasta septiembre, los sindicatos de la educación iniciaron huelgas y paros para reclamar más presupuesto. Vázquez decidió algo tan drástico como inesperado: decretó la esencialidad de la educación, de manera que los docentes debían volver al aula a la fuerza. Los gremialistas tildaron a Vázquez de “fascista” y salieron a protestar con más vehemencia. Dos semanas después se sentaron a negociar y el decreto se levantó, pero el daño en su imagen pública estaba hecho. No fue el único conflicto que debió enfrentar en los primeros meses de su segundo mandato. Los gremios de la salud pública también salieron a la calle a reclamar aumentos salariales, y los de la salud privada los imitaron unos días después. Y también hicieron paros los trabajadores de la construcción, los del gas, los empleados de industrias que cerraron sus puertas. Los gremios nucleados en el PIT-CNT, la central obrera que reúne todas las ramas de trabajadores sindicalizados, se hartaron de escuchar hablar de inflación, “enlentecimiento” o “desaceleración” de la economía. —¿A vos te escucha cuando le hablás de política? —Me escucha, sí —dice su hijo Álvaro—. Él escucha mucho. Después decide, y cuando decidió no hay marcha atrás. Así fue cuando no midió costos políticos y en 2008, durante su primera presidencia, vetó los artículos que legalizaban el aborto en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. O 16 años antes, en 1992, cuando era intendente de Montevideo y cesó a cuatro directores de divisiones municipales porque habían incurrido en “faltas administrativas”. O cuando durante su primer mandato decidió suspender el diálogo con el gobierno argentino de Néstor Kirchner mientras un grupo de “piqueteros” continuaran cortando la ruta que unía Gualeguaychú (Argentina) con Fray Bentos (Uruguay), por el conflicto de las plantas papeleras de Botnia que iban a instalarse en el país, a lo que se oponían, defendiendo principios ecológicos, los argentinos.
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Esteban Valenti, publicista y asesor de Tabaré Vázquez, dirá que la historia del presidente es la del muchacho que nace muy abajo y llega, con esfuerzo, a la cúspide. Que por su extracción proletaria tiene empatía con el pueblo. Cuando en 1989 era sólo un político más, con aspiraciones a ser intendente de Montevideo por el Frente Amplio, sus jefes de campaña le propusieron hacer una caminata desde el Cerrito de la Victoria, al oeste, hasta la explanada de la Intendencia Municipal. —Esa recorrida fue pensada para probar su oratoria, su contacto con la gente. Yo fui a mirarlo de cerca. Tenía un feeling impresionante con las personas que se acercaban. Los escuchaba en serio, le preocupaban los problemas de la gente —recuerda Valenti en su despacho de la Ciudad Vieja. Esa caminata fue el 28 de octubre de 1989. A las 10 de la mañana Tabaré Vázquez estaba frente a la iglesia del Cerrito, con su esposa y uno de sus hijos. Había 33 militantes frenteamplistas y cuatro tamborileros. “¡Por lo menos somos más que los Treinta y Tres Orientales que forjaron la Patria!”, bromeó Vázquez para mitigar la frustración, y pidió ingresar a los barrios y no quedarse sólo en las principales avenidas. Lo dejaron hacer. Después de todo, era él el que se jugaba el pellejo por una candidatura que —pensaban los analistas y asumían resignados los dirigentes— sería testimonial a la hora del conteo de votos. Esa mañana recorrió 12 kilómetros, 120 cuadras que le demandaron nueve horas. —Cuando llegó al Palacio Municipal, tenía moretones en la espalda de tanto contacto con la gente —dice Valenti, entonces secretario de propaganda del Partido Comunista del Uruguay. Ante el gentío que se había sumado a su peregrinación, Tabaré Vázquez se despidió asegurando que sería él quien asumiría el 1° de marzo de 1990 como intendente de la capital. Cuando bajó del estrado, uno de sus colaboradores le dijo, entre risas: “¡Animal, asumirías el 15 de febrero! ¡No sabés ni cuándo entrarías en funciones!” Washington Delgado, delegado de Presidencia del Frente Amplio, recuerda haberle dicho al también dirigente frentista Luis Benvenuto: “Me da pena este hombre... Cree que va a ganar”. El 26 de noviembre de 1989 el Frente Amplio, con el médico Tabaré Vázquez a la cabeza, ganó la Intendencia de Montevideo con 34.6% de los votos. Pero Vázquez no necesita de la política. Dos semanas antes de las elecciones por la intendencia viajó a París para asistir a un congreso de medicina. En plena campaña para los comicios nacionales de octubre de 2014, suspendió todas sus actividades para irse a pescar al balneario La Paloma por unos cuantos días. Lo que necesita Tabaré Vázquez es el poder. —Cuando termine su actual mandato, se va a ir para su casa y a pescar. No es un ‘bicho político’ como (Luis Alberto) Lacalle, (Jorge) Batlle, (Julio María) Sanguinetti o el propio (José) Mujica —dice el politólogo Adolfo Garcé en su despacho de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, mientras convida con café de máquina en vasitos de plástico. El poder es otra cosa. Vázquez fue presidente de la Liga Universitaria de futbol; presidió el club de futbol Progreso, un club humilde de barrio, y logró llevarlo a la Primera División en los años ochenta; creó la primera clínica de prevención y atención al cáncer mamario en el país. —No le gusta perder ni a la bolita—dice Mario Zelarayan. La misma frase, idéntica, calcada, fue pronunciada por Garcé y Esteban Valenti. Un episodio ilustra bien esta afirmación: faltaban dos días para las elecciones municipales y había veda de publicidad para que los electores pudieran meditar su voto sin contaminación proselitista. Reinaldo “Polo” Gargano, entonces secretario del Partido Socialista (afiliado al Frente Amplio), le dijo: “Tabaré, tendrías que hacer un discurso para el domingo por si ganamos, y otro, por si te toca perder”. “Estoy seguro que ganamos, mañana pienso en el discurso”, le contestó Vázquez. Gargano, un dirigente con oficio en estas lides, insistió con delicadeza: “Te entiendo... todos somos optimistas, pero sería conveniente tener uno por si le erramos de percepción y no ganamos”. Tabaré le contestó: “Mirá Polo, yo estoy seguro que gano, así que no voy a escribir un discurso por si pierdo. Si querés, escríbelo vos”. Su aparición en la política fue triunfal, pero no siempre ganó. Tras su exitosa administración como intendente de Montevideo, se presentó como candidato a presidente en las elecciones nacionales de 1994. Perdió por poco, en los comicios más reñidos de la historia, con el colorado Julio Sanguinetti, quien ya había sido primer mandatario tras la restauración democrática en 1985. Sólo 35 mil votos separaron a Vázquez de Sanguinetti pero, aunque la elección había resultado impresionante, la noche del 27 de noviembre de 1994 él fue a su casa sin saludar a los militantes frenteamplistas y sin reconocer la derrota. Su hijo Álvaro cree saber de dónde sale el espíritu ambicioso de su padre. Alguna vez Héctor, el padre de Tabaré, le dijo al ahora presidente de Uruguay: “Elegí lo que quieras elegir, hacé lo que tengas ganas. Pero sea lo que sea que elijas, da lo máximo, jugá al 100%, para ganar”. Y Tabaré se lo tomó muy en serio.
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La historia de Tabaré Vázquez es la de héroes posmodernos como Maradona: de cuna obrera, el cuarto de cinco hijos, se crió en la pobreza y llegó a lo más alto. De chico, cenaba como un mendigo —como recomiendan los nutricionistas— pero el problema es que también desayunaba y almorzaba como tal. Nació en una casa humilde, donde el mayor compromiso político era votar cada lustro en un país donde históricamente los presidentes fueron abogados y donde las dinastías de dos o tres apellidos siempre pesaron en las urnas. Hijo de un trabajador de la petrolera estatal Ancap y una ama de casa, era el chistoso al que le iba bien en la escuela y el liceo público. Usaba su ingenio para ablandar docentes y seducir chicas. Estudioso, ya de chico tenía una vocación clara: quería dedicarse a algo en lo que pudiera ayudar a los más pobres. Sus padres Héctor Vázquez y Elena Rosas vivían en la calle Heredia 4018, corazón de La Teja, un barrio obrero bautizado así por la cantidad de viviendas con techos de tejas a dos aguas. Hoy, donde en 1940 había un ranchito de dos piezas con techo de chapa —la casa de Tabaré—, hay un baldío con el pasto alto y un Passat abandonado. El terreno está pegado a la ruta que da acceso a Montevideo por el oeste. Al otro lado de la ruta se ve la imponente planta de combustibles Ancap. Jesús Navarro —jubilado como chofer de ómnibus, 70 años, cara ajada y manos grandes, primo de Tabaré— recrea aquellos años en el living de su casa de la calle Rivera Indarte, en La Teja. Dice que Tabaré era el orgullo de la familia que, al terminar la secundaria en el liceo del Cerro, trabajó en una carpintería, vendió diarios en la calle, fue despachante en un almacén, colocó vidrios y repartió vino en la licorería Carrau y Compañía. Ni bien pudo se compró una Fordson del 52 con la que alardeaba en el barrio. En los ratos libres jugaba al futbol o practicaba boxeo. “Desde jovencito era un luchador, un emprendedor, un líder nato. Lo que él tocaba era oro”, dice Navarro en un living que a fines de los sesenta ofició de primer consultorio médico de Tabaré, a quien le faltaban unas materias para recibirse. La madre de Navarro le comunicó que Tabaré necesitaba la pieza para atender a sus primeros pacientes, y él tuvo que mudarse a un dormitorio en un altillo. De esa época sólo se conserva la lámpara colgante que todavía ilumina la sala, que es la sala de una casa de viejos: adornos anticuados como el elefante de porcelana que con la trompa retuerce un billete para la suerte, un tocadiscos en desuso, un televisor de 14 pulgadas que nunca se prende. Hay dos fotos del presidente: una del día de su asunción en el año 2005, con la banda presidencial cruzándole el pecho, y un retrato a lápiz que le hizo una amiga de Jesús. Unos años después del préstamo de aquel consultorio improvisado, Tabaré empezó a dedicarse a la oncología. En 1962 había muerto su madre, víctima de un cáncer de mama. Tres años después su hermana, María Dolores, también de cáncer. Y en 1968 su padre, por la misma enfermedad. La vocación le nació unida a la rabia: “Mi madre murió cuando yo tenía 22 años. Se enfermó y yo recé, pedí desesperadamente que se salvara. Y se murió. A los dos o tres años se enferma mi hermana con un hijo chico. Yo volví a rezar. Y se murió. Después se murió mi padre. Entonces recé menos, pero recé. También se murió, y no recé más. Después vino lo científico, había cosas que la religión no podía explicar”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en su libro Conversaciones con Tabaré. Aunque dolido por la falta de socorro divino, siguió firme en su fe católica, gracias a que conoció a quien sería su esposa. María Auxiliadora Delgado había estudiado en el María Auxiliadora antes de pasar al colegio Divina Providencia. Aún hoy es reconocida como una fiel devota. Tanto, que en 2005, durante la primera presidencia de su esposo, fue enviada oficial a la Santa Sede para estar presente en las exequias del papa Juan Pablo II. A fines de los cincuenta, María Auxiliadora vivía a 10 cuadras de Tabaré en La Teja. De adolescentes habían intercambiado miradas, pero el acercamiento llegó por amigos en común. En las quermeses de principios de los años sesenta los jóvenes se enviaban “telegramas” con declaraciones de amor. La barra de amigos inventó un telegrama a modo de confesión de amor de María Auxiliadora hacia Tabaré, quien se entusiasmó y demasiado tarde se dio cuenta de que había sido una broma. Así fue como empezó la relación. Se pusieron de novios y se tornaron inseparables. En octubre de 1964, cuando Tabaré estaba en segundo año de Medicina, se casaron por la iglesia. Ella era la menor de 11 hermanos y dicen que en los años sesenta, cuando Vázquez dudaba entre seguir trabajando en la licorería Carrau o asistir a la facultad, fue su esposa quien lo convenció de que no dejara los estudios. Se fueron a vivir a un humilde apartamento prestado en Berro y Lozano, al lado de la cancha del club Bella Vista, en el Prado. Allí nació Álvaro, en 1966. Un año después nació Javier y finalmente, en 1970, Ignacio. Mientras Tabaré salía a trabajar como médico en cuanto policlínico pudiera, Mary —gordita, retacona, cara de pura bondad— quedaba al cuidado de los niños en la mañana y a la tarde se iba a trabajar a la Caja de Jubilaciones y Pensiones, donde oficiaba de secretaria. Por la tarde los niños se iban a la escuela, así que el reencuentro familiar se daba por las noches, excepto los días en que al dueño de casa le tocaba guardia. Los fines de semana eran sagrados, y muchos de ellos de camping y pesca. En 1969, cuando el hombre viajaba a la Luna y en Uruguay la guerrilla tupamara desafiaba al gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco, Tabaré Vázquez —lejos de organizaciones sindicales y cualquier militancia política— ingresó como médico certificador de la Policía. Sus hijos tenían uno y dos años. Era una tarea meramente burocrática, pero para cualquier partidario de la izquierda, de entonces y de ahora, decir “Policía” es decir “represión”. Al cumplir los 30, ingresó al servicio de Radioterapia de la Facultad de Medicina. Continuaba atendiendo en el consultorio improvisado en casa de su primo y comenzaba una carrera docente en la universidad que sólo iría en ascenso. En 1970 se recibió de médico y con el título le llegó una oferta para trabajar en la clínica de radioterapia Barcia, propiedad de su profesor y mentor Helmut Kasdorf, y de su esposa, Olga Barcia. El esforzado Tabaré Ramón dejó el consultorio prestado y empezó a cursar la carrera de docente de Radioterapia para ser profesor universitario, mientras trabajaba en el consultorio Barcia y oficiaba de médico certificador de la Policía. Hasta que en 1971 su hermano Jorge cayó preso por acciones “subversivas”, y el doctor Tabaré renunció. Obtuvo el posgrado en Radioterapia y en 1975, en plena dictadura cívico-militar, consiguió el cargo de profesor grado III, a dos peldaños de la excelencia académica. Un año después, concursó para una beca en París y la ganó. Marchó a especializarse como radioterapeuta a Francia y después a Japón. Volvió al país a fines de los setenta con un gran bagaje de conocimientos sobre las nuevas técnicas para aplicar radiaciones sobre los tumores. No le costó ingresar al Servicio de Radioterapia del Hospital de Clínicas, dependiente de la Universidad de la República. Después de aprovechar la beca para estudiar radiobiología en el instituto parisino Gustave Roussy, en 1982 representó a Uruguay en el decimoprimer curso de investigación cancerológica en Israel, y fue autor de varios trabajos científicos publicados en revistas de todo el mundo. Había ingresado en 1963 a la Universidad de la República como profesor (el año de la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, con José Mujica entre sus impulsores) y en 1987, ya en democracia, llegó al grado V en oncología, el más encumbrado en el escalafón catedrático uruguayo. Ya en los ochenta, accedió a un puesto en el policlínico privado Asociación Española como médico a domicilio. Pero unos meses después fue invitado por cuatro oncólogos para participar de un nuevo proyecto, el Centro de Diagnóstico Mamario (Cendima), dependiente de La Española. En 1981 accedió, por concurso, a un puesto en el Instituto Nacional de Oncología. Tenía mucha necesidad de trabajar: además de sus cuatro hijos varones (Álvaro, ahora de 49; Javier, de 48; e Ignacio, de 44), por entonces se sumó a la familia un compañero de Ignacio, Fabián Barboza, un chico que, junto a su madre y sus dos hermanos menores, había sido abandonado por su padre. Un día, cuando Fabián tenía 15 años, despertó y descubrió que su madre lo había abandonado a él, llevándose a sus dos hermanos. Como faltó varios días al liceo, Nacho Vázquez fue a buscarlo y lo encontró tirado en la cama. Hacía dos días que no comía. En la casa de los Vázquez no sobraba nada pero el dueño de casa sabía lo que era comer salteado y algo había aprendido de la enseñanza salesiana. Le dieron refugio a Fabián por unos días, pero la estancia se alargó y se integró a la familia como uno más. Sin embargo, Tabaré no fue un padre tierno y cariñoso, según su hijo Álvaro. Era “poco demostrativo”, dice su hijo mayor. Hasta ese momento Tabaré Vázquez era un doctor, como tantos, que se había preocupado por actualizar sus conocimientos mientras trabajaba en cuanto sitio podía: Casa de Galicia, La Española y el Británico. El viraje que lo llevó al mundo empresarial se dio en 1986, luego de juntarse con su colega y amigo Álvaro Luongo, con quien compartía estudios desde primer año de la facultad. Ambos coincidían en que a ese ritmo, y con el salario de docentes sumado a las horas que coleccionaban en policlínicos varios, tendrían apenas para pagar las cuentas. Debían encontrar la forma de llegar a propietarios. Y la suerte entró en escena: Helmut Kasdorf decidió jubilarse, cederle un cuarto de sus acciones del consultorio Barcia a su hijo Pedro y vender las restantes. No lo pensaron mucho: Vázquez y Luongo llamaron a Miguel Torres, otro joven oncólogo, y decidieron comprar 75% de las acciones de la clínica privada a Kasdorf. El 25% de las acciones del consultorio radioterapéutico Barcia le costó a Tabaré Vázquez unos 25,000 dólares que no tenía. Tuvo que pedir dinero prestado a muchas personas de confianza y terminó de pagar su deuda un año después. Aquella sociedad fue el punto de partida de la bonanza económica del doctor Tabaré Vázquez. A la firma la bautizaron COR (Clínica de Oncología y Radioterapia) y Tabaré recién dejaría sus acciones en 2005, al acceder al sillón presidencial. —No me gusta la palabra ‘empresario’ —dice el empresario y radioterapeuta Álvaro Luongo en el despacho de la Comisión Nacional de Lucha contra el Cáncer, un organismo estatal que preside, con la bendición de su amigo Tabaré. La audacia de Vázquez (y la cuota de suerte que todos le reconocen) dio sus frutos en democracia. Pero hasta hoy muchos adversarios políticos le achacan ciertas prebendas gozadas en años de dictadura, mientras muchos peleaban de forma clandestina o sufrían torturas en los calabozos. En agosto de 2009, durante la primera administración de Vázquez como presidente, el entonces diputado del Partido Colorado, Daniel García Pintos, dijo que el mandatario había sido un “mimoso” del gobierno de facto. “Tenía el carné de ciudadano A (NdeR: aquellos que no representan una amenaza para el gobierno de facto), recibió apoyos para su clínica privada, fue becado para ir a Israel y le mandó un telegrama (de felicitaciones) al general Gregorio Álvarez”, enumeró el exlegislador en radio El Espectador. Las escuálidas votaciones de los colorados no le permitieron a García Pintos retener su banca. Ahora, al otro lado del teléfono, dice que está “jubilado”, alejado del sistema político, pero que no cambia ni un ápice lo que dijo hace algunos años. “En su momento aporté pruebas y todo lo que dije está en internet”, se excusa. La versión del supuesto mensaje de salutación al entonces dictador Gregorio “Goyo” Álvarez fue publicada por El Diario, el 3 de septiembre de 1981. Bajo el titular “Más felicitaciones al presidente” llevaba la firma de “Dr. Tabaré Vázquez”. Fue también reproducido por La Mañana y El País. El Foro Batllista, sector colorado de Sanguinetti, evocó el mentado telegrama en las calientes elecciones de 2004, en las que finalmente ganó Vázquez. Su hijo mayor, Álvaro, se acomoda en su asiento, algo molesto, cuando se toca el tema. —En esa época había cinco Tabaré Vázquez en la guía de teléfonos de Uruguay. Cinco. Mi viejo no era el único doctor. Y ninguno se hizo cargo y dijo: ‘fui yo’. Por su parte, el propio Vázquez siempre ha dicho que él puede comprobar que estaba estudiando en Kyoto, Japón, en septiembre de 1981. En la campaña electoral de 2004, Vázquez negó una y otra vez haber recibido favoritismos durante el régimen militar. En el libro Tabaré Vázquez: misterios de un liderazgo que cambió la historia, de Ernesto Tulbovitz y Edison Lanza, sostuvo: “Nunca recibí ninguna beca del gobierno uruguayo, siempre fueron de organismos internacionales, como el gobierno francés o el israelí. Como funcionario del Instituto de Oncología tenía que pedir licencia por estudio y eso implicaba elevar una nota al ministro de Salud Pública con el compromiso de regresar a trabajar y compensar la licencia”. Por esos días, el diario Últimas Noticias publicó que Tabaré Vázquez ganaba 27,000 dólares por mes por un contrato firmado en 2002 entre COR —la clínica de Vázquez y sus socios— y el Casmu, la mutualista del Sindicato Médico del Uruguay, la más grande del país. Algunos oncólogos pusieron el grito en el cielo: “¡Monopolio!” Pero nada cambió. Consultado, el entonces presidenciable dijo que COR había ganado una licitación limpia y transparente. Vázquez ya estaba acostumbrado a que desde la oposición se pusiera en tela de juicio su honorabilidad. En diciembre de 1995 había sido acusado de conjunción de intereses porque cuando fue jefe del Servicio de Radioterapia se dijo que había recomendado al Instituto Nacional de Oncología (Indo) la compra de servicios médicos a una empresa, Nuclemed, cuyo representante informático en Uruguay era su hijo Javier. Se trataba de un equipo de planificación de tratamientos radiantes. Vázquez admitió en declaraciones al semanario Búsqueda en 1998 que él sabía que su hijo era el único que proveía ese equipamiento en el país, aunque competía con otra empresa extranjera. La investigación interna del Ministerio de Salud Pública concluyó que “no existieron hechos irregulares en el procedimiento de contratación” de Nuclemed, la empresa donde trabajaba Javier Vázquez. Álvaro Vázquez recuerda que su padre se irritó cuando en una entrevista radial le mencionaron la supuesta irregularidad. “Conmigo lo que quieran, con mi familia no se metan”, le contestó a su entrevistador. Álvaro dirá, una vez más, que aquel Vázquez fue otro Vázquez: “Fue Jesús Vázquez, que estaba al frente del Indo, el que lo pidió. No mi padre”.
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—Llegué a casa y le dije a mi hija: este doctor me transmite paz —dice Nancy Rey en el restorán de un shopping del barrio Buceo, de la capital. Viste con un tailleur violeta y zapatos haciendo juego, los ojos pintados. Una coquetería obstinada. Tiene 76 años, veinticinco de ellos como secretaria personal de Tabaré Vázquez. Todo comenzó cuando fue su paciente oncológica, en 1984, en Cendima, dependiente de la Asociación Española, donde hacía tres años que trabajaba Vázquez. Él era el médico encargado de controlar su tratamiento de radioterapia, y ya tenía la fama que dicen que lo caracteriza: una gran sensibilidad con sus pacientes y todo el tiempo para escucharlos. —Yo iba a su consulta arreglada, peinada, maquillada —dice Nancy, arreglada, peinada y maquillada. Lo que le daba paz, dice, era su forma de comunicar y su predisposición a atenderla. En 1989 ella trabajaba como administrativa en el Instituto Nacional de Carnes, y aunque el cáncer había remitido debía seguir controlándose. Ese año, precisamente, Tabaré Vázquez llegó como un outsider a la escena política. El germen de su aparición en la arena política hay que rastrearlo en marzo de 1983, cuando se afilió clandestinamente al Partido Socialista (PS), adherente del Frente Amplio, en tiempos en los que los partidos no eran bien vistos por las autoridades dictatoriales. Asistió a una charla del dirigente José Pedro Cardoso y se le presentó para hablarle de su interés en sumarse al sector. El PS estaba deseoso de sumar cuadros de la academia para reforzar su costado intelectual. Pocos meses después, su prueba de fuego fue un discurso exitoso sobre la importancia del deporte en la política. La dirigente Matilde Reich, que lo había recomendado para dar el discurso, logró convencer a los dirigentes de peso de afiliar a Tabaré al Comité Central del PS. Y ya en campaña para derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (que le aseguraba a los militares no ser juzgados por crímenes cometidos durante la dictadura), Tabaré integró la división de finanzas en la comisión pro-referéndum. Para el politólogo Adolfo Garcé, la explicación de las sucesivas victorias de Vázquez es simple: —Es un tipo con suerte. Para ejemplificar su tesis, compartida por varios consultados, recuerda que él no fue la primera ni la segunda opción en aquellos comicios municipales que cambiarían la historia. El candidato cantado del Frente Amplio en 1989 era el arquitecto Mariano Arana, pero se bajó ni bien supo que no contaría con el apoyo del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). La fractura interna del Frente Amplio era evidente y ni el más astuto de los encuestadores pronosticaba buenos aires. El segundo candidato —no menos cantado— era el contador Danilo Astori, por entonces la figura prometedora de la izquierda. Astori, un catedrático con ambiciones, prefirió acompañar al líder fundador del Frente Amplio, el general Líber Seregni, como candidato a vicepresidente en las elecciones nacionales. Pasaron los días entre rencillas internas y el Frente Amplio no tenía candidato para la intendencia de Montevideo, el principal bastión del país. Hasta ese momento, el desconocido Tabaré Vázquez había integrado, como militante de su partido, la comisión que juntaba firmas para derogar la Ley de Caducidad en un referéndum. Por ese motivo fue entrevistado por el semanario del Partido Socialista. Cuando un par de dirigentes llegaron a la casa de Arana en busca de consejos, éste les mostró la contratapa del semanario, señaló la foto del entrevistado y dijo: “Precisamos un tipo como éste, con esa pinta, un tipo de futbol, de barrio”. Y fueron a buscarlo. Vázquez recibió al par de delegados del Frente Amplio en su clínica de radioterapia y quedó en contestar al otro día. Esa tarde citó a sus cuatro hijos en el consultorio y les contó. Quería saber qué opinaban. Álvaro, el mayor, le preguntó si él realmente quería aceptar el reto y si se tenía fe para ganar: —Me contestó que sí, que claro, que su padre le había enseñado que elija lo que se elija en la vida, hay que dar 100% para ser los mejores. Y que era un honor que el Frente Amplio haya pensado en él. Quizá ya les había contestado que sí, que aceptaba, andá a saber —dice. Como intendente de Montevideo cumplió lo que había prometido en campaña: bajó 40% el precio del boleto del transporte colectivo, erradicó basurales e instaló centros comunales zonales (CCZ) en los barrios para que los contribuyentes pudieran hacer denuncias o reclamos sin tener que ir hasta el centro de la capital. Repetía la palabra “descentralización” cada vez que aparecía en público. Pero el episodio que demostró de qué estaba hecho fue el que lo enfrentó a los vendedores ambulantes, en su segundo año como intendente. Se estimaba que unas 5,000 personas vivían de la venta callejera. Era imposible caminar por 18 de Julio, la principal avenida de Montevideo, porque había que eludir decenas de mesitas plegables con lentes de sol, cedés, devedés, álbumes y bijou barata. Fue su primer dilema: debía fiscalizar a parte del sector más carenciado de la población en aras de defender a los comerciantes que pagaban impuestos. Implementó una nueva reglamentación para ordenar el ambulantismo, que tras idas y vueltas fue aprobada por la Junta Departamental en septiembre de 1991. La normativa avalaba el uso de la fuerza para retirar puestos irregulares. “Sin confusiones. Siempre con los pobres”, se oponían a la medida los integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP), que lideraba José “Pepe” Mujica, quien estaba empezando a involucrarse en política tras 14 años de encarcelamiento por su pasado guerrillero. Los sectores más radicales de la izquierda —MPP incluido— y el gremio de municipales criticaron duramente a Vázquez. Decían que representaba a la izquierda pero que castigaba a los más necesitados, que parecía derechista. “Alrededor del ambulantismo hay delito y grandes capitales de contrabandistas que trabajan en la calle”, le dijo él al diario La República el 8 de octubre del 91. Dos días después dijo, en el mismo matutino: “Si quieren jugar una pulseada, lo haremos. Se trata de honor contra delincuencia”, dijo. Y amenazó con irse a su casa si no lo dejaban ejercer la autoridad. —Desde la Intendencia de Montevideo, con algunos sectores aliados, logró armar un espacio. Se empezó a hablar de una gran coalición, más allá del Frente Amplio, que terminó cuajando en el Encuentro Progresista, para llevar a Vázquez como candidato a presidente en 1994. Como intendente, de reojo miraba la presidencia y creó una estructura bypaseando el FA para ser candidato —dice el analista político Adolfo Garcé en su oficina de la Universidad de la República. En 1989, poco antes de que se celebraran las elecciones municipales, Nancy Rey había leído en los diarios que su oncólogo era el candidato por el Frente Amplio para gobernar Montevideo y le dijo: “Doctor, si usted precisa una secretaria, alguien que le haga fotocopias o le haga algún mandado, cuente conmigo”. Lo acompañó como secretaria en esa elección, y en cuatro elecciones nacionales. Le organizó la agenda, le pasó manuscritos a máquina, recibió primero las cartas y después los mails, y más de una vez, con la venia de su jefe, se animó a escribir como si fuera él, imitando sus giros, sus tonos, sus puntos y comas. —Cuando hablaba en público y todos le decían que su discurso había estado fantástico y le palmeaban la espalda, yo le ponía cara fea y le decía “te he escuchado mejores”. Y él decía: “A Nancy no le gustó”. Tabaré Vázquez lee todas las cartas que le llegan y las contesta una por una, salvo las que contienen agravios. Cuando Nancy lo ayudaba, usaba la computadora. Si no, lo hacía a mano, con una letra prolija y legible. Es disciplinado, estructurado “rítmico” —dice su hijo Álvaro— y respeta el tiempo como un don preciado. “Hasta la salud se recupera, pero el tiempo no”, le decía a Nancy. Por eso es extremadamente puntual, aunque no usa reloj.
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—Así como lo ves, el viejo es calentón —dice su hijo Álvaro. Muy poca gente sabe que una vez, tras un partido de Progreso contra Danubio, en cancha de ese rival, Tabaré discutió airadamente con un hincha contrario. Fue un intercambio de insultos de los que no trascienden, pero esa tarde el doctor Vázquez esperó con paciencia al hincha del cuadro rival y cuando lo vio se le fue encima a las trompadas. Ya siendo presidente de Progreso, en un partido con Defensor Sporting, lo mismo: las pasiones exacerbadas derivaron en un mano a mano, y tuvieron que separarlo entre varios. Tabaré defendió los colores de su cuadro en el campo de juego: fue arquero de la reserva de Progreso a fines de los cincuenta. Le decían “El Fino“, porque era alto y pesaba menos de 60 kilos. Dicen que era bueno. En 1979 llegó a ser presidente del club de sus amores y, durante años, la institución no paró de crecer. Para entonces, su esposa María Auxiliadora trabajaba en la sección Trámites y Expedientes de la Caja de Jubilaciones; su hijo más chico, Nacho, iba a la escuela con 9 años; Javier, con 13 y Álvaro, con 14 cursaban el secundario, y a todos les iba bien en los estudios. Tabaré, que era aún un empleado en la clínica Barcia y ni soñaba con ser su propietario, diversificó esfuerzos y remodeló en 1981 el estadio Parque Paladino, en La Teja, donde el equipo jugaba de locatario. Dos años después inauguró un comedor infantil para los niños carenciados de la barriada, y en 1985 el equipo resultó campeón del Torneo Competencia y subió a la divisional B. Al año siguiente ascendió a Primera División. En 1987 compitió por primera vez en la Copa Libertadores de América. Y dos años después, en 1989, fue campeón uruguayo, ganándole a los gloriosos Peñarol y Nacional. Para cuando eso sucedió, Tabaré había pedido licencia en el club porque andaba ocupado en otros menesteres: estaba en campaña para gobernar Montevideo. —¡Que es un tipo con suerte no tengas dudas! La prueba más absoluta de eso no está en la política: es haber sacado a Progreso campeón uruguayo. ¡Se te tienen que alinear todas las constelaciones y todas las estrellas para que eso pase!—dice su asesor Valenti. Veintisiete años después del victorioso 89, el club parece sobrevivir a tientas tras bordear la bancarrota. La sede, en la calle Carlos María Ramírez de La Teja, suele estar cerrada. Sus dirigentes actuales abren las puertas una sola noche en la semana para tratar asuntos urgentes que tienen que ver con cómo conseguir dinero para ponerse al día. El actual presidente de Progreso, Andrés Álvarez, y los delegados presentes dicen que hay varias plaquetas que nombran a Tabaré en un despacho que está bajo llave. Pero no saben quién puede tener las llaves. Después cuentan algo que no salió en la prensa: en diciembre de 2015 Tabaré los recibió, ya como presidente de Uruguay. Sabía del complicado momento que vivía su cuadro y quería ayudar, anónimamente. Donó 10,000 dólares, pero el gesto no se hizo público. Actuó en silencio, con discreción. Como lo hacen los masones. Porque Vázquez es integrante de la Masonería —con el grado de maestro— y a pesar de estar “en sueño” (inactivo, no concurre a las tenidas), sí está al día con “el cofre”, como llaman los masones a la caja que cobra la membresía. En 2005 se convirtió en el primer presidente masón en 75 años, luego del colorado Gabriel Terra en 1930, quien tres años después dio un golpe de Estado. El gesto solidario de Tabaré Vázquez con Progreso ayudó, en parte, a paliar una deuda con la Asociación Uruguaya de Futbol, el plantel de futbolistas y el cuerpo técnico que asciende a 120,000 dólares. Después posó para una foto que apenas se compartió en un grupo de Whatsapp de dirigentes de Progreso: Tabaré sostenía la camiseta a franjas rojas y amarillas. A cinco cuadras de la sede de Progreso, al otro lado de la plaza Laffone, está el Club El Arbolito. Fue fundado el 1° de marzo de 1958 por una barra de adolescentes enojados con el padre Berrutti, un cura salesiano que dirigía el colegio Divina Providencia. Tabaré, Walter Derosi, Daniel “Pistola” Marciscano, su hermano Lirio, Gerónimo Cabrera y otros chicos de la cuadra solían ir a jugar al futbol, al ajedrez, al futbolito (metegol) y al billar a las instalaciones del Centro Pablo Albera de los hermanos salesianos. A los 16 años, Tabaré fue elegido secretario general del centro Pablo Albera, la obra social del colegio religioso. Pero un día, el cura les cerró la puerta en la cara. Supeditó el ingreso a las instalaciones deportivas a la asistencia de los jóvenes a misa. Tabaré iba con relativa frecuencia, incluso llegó a ser monaguillo, pero aquella medida del padre Berrutti los indignó a todos. El episodio produjo el nacimiento del club social y deportivo El Arbolito en la esquina tejana de Humboldt y Ruperto Martínez Pérez. Cuando se quedó sin sitio para jugar, la barra de amigos empezó a juntarse a la sombra de un paraíso. Querían conseguir un lugar para jugar al ajedrez o al futbol, y donde continuar con la obra social aprendida en el colegio San Francisco de Sales, sobre todo gracias al padre Manzi, al que llamaban el “cura de los pobres”. Con la garantía de “Manolo” Gómez, el carnicero de la esquina, alquilaron un local desocupado, frente a la plaza Laffone. Y en honor al paraíso que los había cobijado durante unos meses, lo llamaron Club El Arbolito. Allí, en El Arbolito, fue a celebrar la obtención de su título universitario de médico en 1969, y allí fue siempre a emitir su voto, incluso las dos veces en las que se consagró presidente de la República. Una noche veraniega de diciembre de 2015 tres parroquianos juegan a las cartas en la vereda, frente al Arbolito. Adentro, el cantinero Marcos González —remera gastada roja, gorro con visera dado vuelta— le servía un whisky nacional a Jorge Lavieja, un exfutbolista de La Teja. —La que hay es ésta —dice el cantinero González. La foto es de 2001 y está escondida detrás de una botella de grappamiel. En ella se ve a Tabaré Vázquez —ya con el pelo blanco— sosteniendo una camiseta de Progreso, flanqueado por el propio Jorge Lavieja y Ernesto “Chingo” Gómez, un exdelantero malhadado de Progreso y Peñarol, que terminó muerto a balazos en 2002 en uno de esos casos que la Policía rotula como “ajuste de cuentas”. Atrás de la cantina hay un enorme gimnasio donde ensayan las murgas “La Reina de La Teja” y “Diablos Verdes”, la preferida de Tabaré. El policlínico que Vázquez abrió en 1963 sigue funcionando, pero González y Lavieja dicen que de la generación que bautizó el club sólo queda vivo el presidente Vázquez. —Los demás fueron muriendo —dice González. Por eso, quizá, Tabaré ya no visita el club que fundó. Tampoco hay documentos que certifiquen el nacimiento de El Arbolito. Les contó “La Negra” Elena Vázquez, hermana de Tabaré, hoy nonagenaria, que cuando en los años setenta “los milicos” andaban buscando a Jorge “Perro” Vázquez, el hermano de Tabaré, por sus actividades “sediciosas”, alguien tomó la decisión de quemar todos los papeles que había. Por las dudas. Ahora, desde hace más de veinte años, Tabaré vive en el barrio del Prado, una zona residencial donde abundan el verde, las flores y la arquitectura de Le Corbusier. Allí se levanta todos los días sobre las 7 de la mañana y se va a Casa de Gobierno, o a la residencia presidencial de la calle Suárez, una hora después. Nunca desayuna café ni toma mate porque le producen gastritis y acidez. En el aspecto osteoarticular, explica el doctor Mario Zelarayan, tiene algunas limitaciones al caminar. Pero camina con regularidad de dos a tres kilómetros por día en el fondo de la casona de la calle Buschental en el Prado, mientras habla por teléfono y resuelve cosas. El presidente está “impecable”, excepto algún problema propio de su edad, pero nada importante. La caída de su párpado derecho, tan tentadora para los caricaturistas, fue resultado de una “neuritis periférica de origen viral” de hace dos décadas, pero ahora, dice Zelarayan, está mucho mejor. —¿Usted lo manda caminar o comer sano? —No, lo aconsejo. A Tabaré nadie lo manda.
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El politólogo Adolfo Garcé cita a Maquiavelo cuando habla de “la fortuna y la virtud”: “El príncipe virtuoso es el que sabe gobernar la fortuna”. La fortuna le llegó a Vázquez a fines de 2004, cuando el gobierno colorado de Jorge Batlle se derrumbaba tras el coctel explosivo de la fiebre aftosa del ganado vacuno y la crisis económico-financiera más significativa de la historia del país. El proceso de insolvencia financiera que afectó a Uruguay a principios de siglo hizo que la mitad de la banca comercial colapsara. La devaluación brasileña de 1999 y sobre todo la crisis económica de Argentina de 2001 tuvieron su impacto inmediato en el vecino pequeño cuando ciudadanos argentinos, que solían tener cuentas en bancos orientales, retiraron en masa sus aportes, y el Estado uruguayo no dio abasto para auxiliar a todos. Así, el Banco Comercial, La Caja Obrera, el Banco de Montevideo y el Banco de Crédito debieron cerrar sus puertas, y dejaron un tendal de ahorristas desesperados. La ayuda del Banco Central a la banca privada ascendió a varios millones de dólares, pero resultó insuficiente. Cayeron el ministro de Economía y el directorio del Banco Central. Vázquez era el líder indiscutido del Frente Amplio, aunque en ese momento no ostentaba cargo ejecutivo. Cuando no estaba en campaña, volvía a ejercer la medicina. El presidente Batlle se reunió con los principales líderes de todos los partidos —Vázquez fue por el Frente— y les pidió un gesto de grandeza: que lo acompañaran con los votos en el Parlamento para crear la Ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario, que reprogramó depósitos a plazo fijo y dispuso medidas para la devolución del dinero a los ahorristas, que tenían como medida usual de protesta los caceroleos (golpeaban cacerolas en la calle o los balcones). Una delegación del gobierno de Batlle viajó a Estados Unidos para negociar un salvataje millonario del Fondo Monetario Internacional, y la amistad de Batlle con George W. Bush ayudó. Bush envió a Uruguay un adelanto de 1,500 millones de dólares. La crisis tenía sus números: 58,000 uruguayos abandonaron el país, el desempleo trepó a 20% y los informativos repetían inusuales imágenes de saqueos de supermercados y almacenes. Tabaré Vázquez no pidió la renuncia de Batlle ni bregó por un llamado a elecciones anticipadas, pero sacó rédito —en las urnas— del descontento popular con la clase gobernante. Como un dirigente astuto, testigo del hartazgo de la ciudadanía con los partidos de derecha acostumbrados a gobernar desde 1830, no hizo leña del árbol caído. La suya era, decía, una propuesta de “cambio”, la palabra que más se repitió en la campaña electoral de 2004.
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Durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana.
La pasión de Tabaré Vázquez siempre fue la medicina. Tanto, que durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana, como un empleado más de la mutualista privada. Y, en verdad, hizo su gesto más significativo como médico durante aquel primer mandato. Él, que siempre repitió que “el programa del Frente Amplio era la Biblia”, se embarcó en una cruzada antitabaco que no estaba en los planes de su fuerza política y lo llevó a los titulares de diarios de todo el mundo, varios años antes que José Mujica se recibiera de estrella pop por la legalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y el refugio para expresos de Guantánamo. “Yo me pregunto: ¿cómo reaccionaríamos los uruguayos si constatáramos que diariamente mueren 15 personas por accidentes de tránsito en la ciudad? ¿Cómo reaccionaríamos si en una determinada playa de acá, de Uruguay, se ahogan 5,500 personas por año? ¿Cómo reaccionaríamos?”, preguntó el presidente Vázquez el Día Mundial Sin Humo de Tabaco, en mayo de 2005, frente a un auditorio lleno en el Edificio Libertad, donde funcionaba Presidencia. Dijo que hablaba en su triple calidad de presidente, médico y exfumador; se tomó dos minutos para enumerar los componentes químicos del tabaco y dijo que eran la causa reconocida de 25 enfermedades. Después señaló que en el país morían tres personas por día por cáncer de pulmón. Y anunció una batería de medidas que incluyeron la prohibición de fumar en ambientes públicos cerrados, un significativo aumento de los impuestos a los cigarrillos, la obligación de ocupar 80% de los paquetes de cigarros con advertencias sobre la nocividad del producto y un fuerte combate al contrabando. Como respuesta, la tabacalera internacional Philip Morris llevó al Estado uruguayo ante la justicia internacional de La Haya, y Vázquez recibió el apoyo de un sinfín de organizaciones sociales antitabaco de todo el mundo, más la oms y la ops. Decenas las universidades lo distinguieron con el título de doctor Honoris Causa pero una, hasta hoy, le sigue siendo esquiva: la Universidad de la República (Udelar), su república. En noviembre de 2015, los estudiantes de la Udelar se opusieron a esa distinción, al cuestionar la actividad que Vázquez había desarrollado en años de dictadura, cuando se desempeñó como médico certificador de la Policía. Además, repudiaron la política de salud de su gobierno: los estudiantes más progresistas no le perdonan —como gran parte de la sociedad— su veto a la ley que legalizaba el aborto en 2008, durante su primer mandato. (Después Mujica repondría la ley y, al volver a gobernar, Tabaré no la removió.) Garcé, el analista político, dice que Vázquez no es de izquierda, que “se movió al centro” para llegar a presidente por segunda vez y equilibrar un Parlamento dominado por la izquierda, con una fuerte presencia de legisladores del MPP de Mujica y la llegada de Unidad Popular, de izquierda radical. Cuando todavía continúan las repercusiones de la aureola mítica que dejó “el presidente más pobre del mundo”, Vázquez ha elegido salir a mostrarse para mejorar sus índices de aprobación: las ayudas del Poder Ejecutivo a las víctimas de las inundaciones en departamentos del interior y el cese de las cuestionadas autoridades de Ancap fueron sus medidas más visibles a comienzos de 2016. Pero Tabaré Vázquez es un tiempista. Elige calculadamente cuándo aparecer en los medios y ni su círculo más cercano puede, a veces, acceder a él sin pasar alguna zozobra.
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A las 21:03 del domingo 31 de octubre de 2004, el politólogo Óscar Bottinelli se anticipó en canal 4: anunció que Vázquez era el presidente electo —en primera vuelta— con 51% del electorado, casi un millón 125 mil votos. Los partidos de derecha se habían aliado para la ocasión, pero no pudieron evitar la llegada de un candidato de izquierda al poder. En apenas tres elecciones Vázquez y la izquierda habían pasado de 400 mil votos en 1989 a un millón 100 mil en 2004. “Nunca en mi vida pensé hacer política”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en el libro Conversaciones con Tabaré. “Desde gurí de escuela me gustó la biología y la medicina. Siempre pensé en ser médico y me recibí de médico. Jamás pensé, soñé, ni en la mayor de las locas fantasías se me ocurrió que podía ser edil o diputado, no me interesaba. Sí ser médico.” Años antes, en 1994, mientras recorría una feria vecinal de frutas y verduras para su primera campaña electoral a la presidencia, que resultó fallida, se topó con una mujer que le endilgó todos los males del sistema político. Tabaré la escuchó con atención y después le dijo: “Señora, no les crea a los políticos”.
El médico Tabaré Vázquez ha sido dos veces presidente de Uruguay. Llegó a su primer periodo de 2005 a 2010, tras una exitosa labor como intendente de Montevideo y después de haber perdido dos elecciones. Fue el primer candidato de izquierda en llegar a esa posición.
Habían pasado unos minutos de la una de la mañana del lunes cuando decidió que ya era hora de irse a la cama. El domingo había sido un día muy agitado. Tenía puesta la pijama, pero antes tomó su agenda telefónica, buscó los números de dos de sus amigos, y los llamó para decirles más o menos lo mismo: “No va a cambiar nada. Vamos a seguir yendo de pesca como toda la vida”. Al otro lado del teléfono, los amigos que lo acompañaban desde hacía años a pescar en Mercedes, departamento de Soriano, Uruguay, tenían un motivo más para celebrar. Habían comenzado horas antes con asado y brindis por el compañero que atravesaba su mejor hora. Ahora no sólo festejaban el logro de que el hombre hubiera llegado a ser el primer presidente de izquierda en la historia del país, quebrando la hegemonía de los 175 años en la que se alternaban los partidos Blanco y Colorado, sino la alegría de saber que seguiría saliendo a pescar con ellos. Recién después de esas llamadas, Tabaré Ramón Vázquez Rosas se fue a dormir en compañía de su mujer, María Auxiliadora Delgado. Eran las primeras horas del 1° de noviembre de 2004. Una semana antes, en un acto multitudinario que había convocado a casi medio millón de personas (en un país de tres millones) en el centro de Montevideo (una ciudad de un millón y medio), Tabaré Vázquez —micrófono en mano, tono evangelizador— había anunciado: “El 1° de noviembre, vaya a saber desde dónde, de qué lugar del Uruguay, cuando empiece a amanecer y a aclarar el horizonte y se empiece a dibujar el negro perfil del monte, les estaré diciendo ‘¡festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!’ ¡A redoblar y hasta la victoria siempre!” Una semana después fue lo que hizo: ya electo primer mandatario, salió al balcón del hotel Presidente y gritó a viva voz: “¡Festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!” Los postergados militantes de izquierda respondieron con vítores y haciendo flamear las banderas rojo, azul y blanco, los colores de la bandera de José Artigas, que el Frente Amplio —una coalición de partidos y agrupaciones de izquierda— tomó prestados cuando se fundó en 1971. Fue el dirigente socialista José Díaz quien poco antes se había acercado para anunciarle: “Tabaré, ya está, lo confirmaron todos. Ganaste. Sos el presidente”. Mario Zelarayan, amigo y médico personal que estaba a su lado, lo abrazó y le dijo: “¡Vamo' arriba, Taba!” Después, Vázquez se acomodó el saco del traje, el nudo de su corbata azul con vivos blancos y se dirigió al balcón para saludar. Vázquez no sólo se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Uruguay al asumir en 2005, sino que fue el primer dirigente de izquierda en resultar electo dos veces, ya que volvió a ganar la presidencia en 2014 (en segunda vuelta, con 53% de los votos, a Luis Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Lacalle Herrera), para asumir el 1° de marzo de 2015. Y, antes de eso, había sido el primer candidato de izquierda en ganar la Intendencia de Montevideo por el Frente Amplio en 1989. Todo sin tener ningún cargo en el Parlamento, el camino usual que hacen los presidentes. Mario Zelarayan, cardiólogo y médico intensivista, se hizo amigo de Tabaré por intermedio del hermano de éste, Jorge Vázquez, de oficio nurse y pasado guerrillero, que ahora es viceministro del Interior del segundo gobierno de su hermano. Mario Zelarayan iba con Jorge y Tabaré a cazar carpinchos —un roedor de gran tamaño también conocido como capibara, que habita cerca del río— hasta que estos ejemplares fueron declarados de caza prohibida. Por unos meses más salieron a cazar jabalíes, hasta que el hobby pasó a ser la pesca. Jorge Vázquez, más conocido como “El Perro”, se aburrió de pescar y eso hizo que Mario afianzara su amistad con Tabaré, un oncólogo reconocido que por esos días de 1991 era el intendente de Montevideo. Ambos han compartido centenares de horas juntos en las costas del Río Uruguay y el Río Negro. Empezaron con esos rituales a principios de los noventa y todavía los repiten. Hablan de futbol, de medicina, de libros, de carnaval. Pero hay una regla tácita que Mario Zelarayan respeta: no se habla de política. —La gente me dice: “Vos que ves a Tabaré decile que...”, y yo les digo que no; que Tabaré, cuando salimos a pescar, casi nunca quiere hablar de política —cuenta, en su despacho de la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular, un organismo estatal que dirige desde 2005, año en el que asumió Vázquez por primera vez.
"Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Va a pescar para imaginarse lo que va a venir después."
Rara vez Vázquez quiere hablar de política con sus amigos pero, cuando lo hace, usualmente es sólo para anunciar lo que ya ha decidido. Álvaro, el hijo mayor de Tabaré, de 49 años, es el menos aficionado a la pesca de la familia. Sus hermanos Javier e Ignacio (Nacho) son amantes del pasatiempo preferido de su padre. —Mi viejo puede estar 10 horas pescando. Me acuerdo una vez que terminamos comiendo milanesas de surubí durante una semana entera —dice en su consultorio médico del policlínico privado Asociación Española, ataviado con túnica blanca, de trato cordial, gafas de aumento y la sonrisa heredada de su padre. En la entrada a la sucursal de La Española hay un cartel que deja claro quién manda: “Director del Centro de Diagnóstico y Tratamiento Mamario: Prof. Dr. Tabaré Vázquez”: el presidente de la República. —Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Él va a pescar para imaginarse lo que va a venir después. Hace algunas semanas las encuestas lo mataron. Él se la había visto venir. Cuando arrancó y daban altísimas, me dijo: “Mmmm... esto pinta mal. Esperá seis meses y vas a ver”. Una encuesta de Opción Consultores publicada el 9 de noviembre de 2015 le dio sólo 29% de aprobación. Un porcentaje magro, considerando que en el primer año de su primer mandato (en 2005) las simpatías sumaban 62%, porcentaje idéntico al primer año de José Mujica, quien asumió en 2010. Y a fines de 2009, la empresa Factum había publicado que Vázquez dejaba su primer mandato con un impresionante 80% de popularidad. Un mes después de la divulgación de la encuesta de 2015, Vázquez —que desde que asumió su segundo mandato decidió jubilarse como médico y dejar de ejercer— concedió una entrevista al periodístico Santo y Seña de Monte Carlo TV. “No me imaginaba este grado de conflictividad. Realmente, no me lo imaginaba”, dijo. De marzo a noviembre el Parlamento y el Poder Ejecutivo discutían el Presupuesto Quinquenal y todos los gremios pedían más dinero. La promesa electoral de Vázquez era asignarle 6% del pib a la educación, pero una vez en el gobierno el ministro de Economía y la titular de Educación dijeron que la “intención” era llegar a ese porcentaje en 2019, al finalizar la administración. A partir de junio y hasta septiembre, los sindicatos de la educación iniciaron huelgas y paros para reclamar más presupuesto. Vázquez decidió algo tan drástico como inesperado: decretó la esencialidad de la educación, de manera que los docentes debían volver al aula a la fuerza. Los gremialistas tildaron a Vázquez de “fascista” y salieron a protestar con más vehemencia. Dos semanas después se sentaron a negociar y el decreto se levantó, pero el daño en su imagen pública estaba hecho. No fue el único conflicto que debió enfrentar en los primeros meses de su segundo mandato. Los gremios de la salud pública también salieron a la calle a reclamar aumentos salariales, y los de la salud privada los imitaron unos días después. Y también hicieron paros los trabajadores de la construcción, los del gas, los empleados de industrias que cerraron sus puertas. Los gremios nucleados en el PIT-CNT, la central obrera que reúne todas las ramas de trabajadores sindicalizados, se hartaron de escuchar hablar de inflación, “enlentecimiento” o “desaceleración” de la economía. —¿A vos te escucha cuando le hablás de política? —Me escucha, sí —dice su hijo Álvaro—. Él escucha mucho. Después decide, y cuando decidió no hay marcha atrás. Así fue cuando no midió costos políticos y en 2008, durante su primera presidencia, vetó los artículos que legalizaban el aborto en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. O 16 años antes, en 1992, cuando era intendente de Montevideo y cesó a cuatro directores de divisiones municipales porque habían incurrido en “faltas administrativas”. O cuando durante su primer mandato decidió suspender el diálogo con el gobierno argentino de Néstor Kirchner mientras un grupo de “piqueteros” continuaran cortando la ruta que unía Gualeguaychú (Argentina) con Fray Bentos (Uruguay), por el conflicto de las plantas papeleras de Botnia que iban a instalarse en el país, a lo que se oponían, defendiendo principios ecológicos, los argentinos.
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Esteban Valenti, publicista y asesor de Tabaré Vázquez, dirá que la historia del presidente es la del muchacho que nace muy abajo y llega, con esfuerzo, a la cúspide. Que por su extracción proletaria tiene empatía con el pueblo. Cuando en 1989 era sólo un político más, con aspiraciones a ser intendente de Montevideo por el Frente Amplio, sus jefes de campaña le propusieron hacer una caminata desde el Cerrito de la Victoria, al oeste, hasta la explanada de la Intendencia Municipal. —Esa recorrida fue pensada para probar su oratoria, su contacto con la gente. Yo fui a mirarlo de cerca. Tenía un feeling impresionante con las personas que se acercaban. Los escuchaba en serio, le preocupaban los problemas de la gente —recuerda Valenti en su despacho de la Ciudad Vieja. Esa caminata fue el 28 de octubre de 1989. A las 10 de la mañana Tabaré Vázquez estaba frente a la iglesia del Cerrito, con su esposa y uno de sus hijos. Había 33 militantes frenteamplistas y cuatro tamborileros. “¡Por lo menos somos más que los Treinta y Tres Orientales que forjaron la Patria!”, bromeó Vázquez para mitigar la frustración, y pidió ingresar a los barrios y no quedarse sólo en las principales avenidas. Lo dejaron hacer. Después de todo, era él el que se jugaba el pellejo por una candidatura que —pensaban los analistas y asumían resignados los dirigentes— sería testimonial a la hora del conteo de votos. Esa mañana recorrió 12 kilómetros, 120 cuadras que le demandaron nueve horas. —Cuando llegó al Palacio Municipal, tenía moretones en la espalda de tanto contacto con la gente —dice Valenti, entonces secretario de propaganda del Partido Comunista del Uruguay. Ante el gentío que se había sumado a su peregrinación, Tabaré Vázquez se despidió asegurando que sería él quien asumiría el 1° de marzo de 1990 como intendente de la capital. Cuando bajó del estrado, uno de sus colaboradores le dijo, entre risas: “¡Animal, asumirías el 15 de febrero! ¡No sabés ni cuándo entrarías en funciones!” Washington Delgado, delegado de Presidencia del Frente Amplio, recuerda haberle dicho al también dirigente frentista Luis Benvenuto: “Me da pena este hombre... Cree que va a ganar”. El 26 de noviembre de 1989 el Frente Amplio, con el médico Tabaré Vázquez a la cabeza, ganó la Intendencia de Montevideo con 34.6% de los votos. Pero Vázquez no necesita de la política. Dos semanas antes de las elecciones por la intendencia viajó a París para asistir a un congreso de medicina. En plena campaña para los comicios nacionales de octubre de 2014, suspendió todas sus actividades para irse a pescar al balneario La Paloma por unos cuantos días. Lo que necesita Tabaré Vázquez es el poder. —Cuando termine su actual mandato, se va a ir para su casa y a pescar. No es un ‘bicho político’ como (Luis Alberto) Lacalle, (Jorge) Batlle, (Julio María) Sanguinetti o el propio (José) Mujica —dice el politólogo Adolfo Garcé en su despacho de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, mientras convida con café de máquina en vasitos de plástico. El poder es otra cosa. Vázquez fue presidente de la Liga Universitaria de futbol; presidió el club de futbol Progreso, un club humilde de barrio, y logró llevarlo a la Primera División en los años ochenta; creó la primera clínica de prevención y atención al cáncer mamario en el país. —No le gusta perder ni a la bolita—dice Mario Zelarayan. La misma frase, idéntica, calcada, fue pronunciada por Garcé y Esteban Valenti. Un episodio ilustra bien esta afirmación: faltaban dos días para las elecciones municipales y había veda de publicidad para que los electores pudieran meditar su voto sin contaminación proselitista. Reinaldo “Polo” Gargano, entonces secretario del Partido Socialista (afiliado al Frente Amplio), le dijo: “Tabaré, tendrías que hacer un discurso para el domingo por si ganamos, y otro, por si te toca perder”. “Estoy seguro que ganamos, mañana pienso en el discurso”, le contestó Vázquez. Gargano, un dirigente con oficio en estas lides, insistió con delicadeza: “Te entiendo... todos somos optimistas, pero sería conveniente tener uno por si le erramos de percepción y no ganamos”. Tabaré le contestó: “Mirá Polo, yo estoy seguro que gano, así que no voy a escribir un discurso por si pierdo. Si querés, escríbelo vos”. Su aparición en la política fue triunfal, pero no siempre ganó. Tras su exitosa administración como intendente de Montevideo, se presentó como candidato a presidente en las elecciones nacionales de 1994. Perdió por poco, en los comicios más reñidos de la historia, con el colorado Julio Sanguinetti, quien ya había sido primer mandatario tras la restauración democrática en 1985. Sólo 35 mil votos separaron a Vázquez de Sanguinetti pero, aunque la elección había resultado impresionante, la noche del 27 de noviembre de 1994 él fue a su casa sin saludar a los militantes frenteamplistas y sin reconocer la derrota. Su hijo Álvaro cree saber de dónde sale el espíritu ambicioso de su padre. Alguna vez Héctor, el padre de Tabaré, le dijo al ahora presidente de Uruguay: “Elegí lo que quieras elegir, hacé lo que tengas ganas. Pero sea lo que sea que elijas, da lo máximo, jugá al 100%, para ganar”. Y Tabaré se lo tomó muy en serio.
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La historia de Tabaré Vázquez es la de héroes posmodernos como Maradona: de cuna obrera, el cuarto de cinco hijos, se crió en la pobreza y llegó a lo más alto. De chico, cenaba como un mendigo —como recomiendan los nutricionistas— pero el problema es que también desayunaba y almorzaba como tal. Nació en una casa humilde, donde el mayor compromiso político era votar cada lustro en un país donde históricamente los presidentes fueron abogados y donde las dinastías de dos o tres apellidos siempre pesaron en las urnas. Hijo de un trabajador de la petrolera estatal Ancap y una ama de casa, era el chistoso al que le iba bien en la escuela y el liceo público. Usaba su ingenio para ablandar docentes y seducir chicas. Estudioso, ya de chico tenía una vocación clara: quería dedicarse a algo en lo que pudiera ayudar a los más pobres. Sus padres Héctor Vázquez y Elena Rosas vivían en la calle Heredia 4018, corazón de La Teja, un barrio obrero bautizado así por la cantidad de viviendas con techos de tejas a dos aguas. Hoy, donde en 1940 había un ranchito de dos piezas con techo de chapa —la casa de Tabaré—, hay un baldío con el pasto alto y un Passat abandonado. El terreno está pegado a la ruta que da acceso a Montevideo por el oeste. Al otro lado de la ruta se ve la imponente planta de combustibles Ancap. Jesús Navarro —jubilado como chofer de ómnibus, 70 años, cara ajada y manos grandes, primo de Tabaré— recrea aquellos años en el living de su casa de la calle Rivera Indarte, en La Teja. Dice que Tabaré era el orgullo de la familia que, al terminar la secundaria en el liceo del Cerro, trabajó en una carpintería, vendió diarios en la calle, fue despachante en un almacén, colocó vidrios y repartió vino en la licorería Carrau y Compañía. Ni bien pudo se compró una Fordson del 52 con la que alardeaba en el barrio. En los ratos libres jugaba al futbol o practicaba boxeo. “Desde jovencito era un luchador, un emprendedor, un líder nato. Lo que él tocaba era oro”, dice Navarro en un living que a fines de los sesenta ofició de primer consultorio médico de Tabaré, a quien le faltaban unas materias para recibirse. La madre de Navarro le comunicó que Tabaré necesitaba la pieza para atender a sus primeros pacientes, y él tuvo que mudarse a un dormitorio en un altillo. De esa época sólo se conserva la lámpara colgante que todavía ilumina la sala, que es la sala de una casa de viejos: adornos anticuados como el elefante de porcelana que con la trompa retuerce un billete para la suerte, un tocadiscos en desuso, un televisor de 14 pulgadas que nunca se prende. Hay dos fotos del presidente: una del día de su asunción en el año 2005, con la banda presidencial cruzándole el pecho, y un retrato a lápiz que le hizo una amiga de Jesús. Unos años después del préstamo de aquel consultorio improvisado, Tabaré empezó a dedicarse a la oncología. En 1962 había muerto su madre, víctima de un cáncer de mama. Tres años después su hermana, María Dolores, también de cáncer. Y en 1968 su padre, por la misma enfermedad. La vocación le nació unida a la rabia: “Mi madre murió cuando yo tenía 22 años. Se enfermó y yo recé, pedí desesperadamente que se salvara. Y se murió. A los dos o tres años se enferma mi hermana con un hijo chico. Yo volví a rezar. Y se murió. Después se murió mi padre. Entonces recé menos, pero recé. También se murió, y no recé más. Después vino lo científico, había cosas que la religión no podía explicar”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en su libro Conversaciones con Tabaré. Aunque dolido por la falta de socorro divino, siguió firme en su fe católica, gracias a que conoció a quien sería su esposa. María Auxiliadora Delgado había estudiado en el María Auxiliadora antes de pasar al colegio Divina Providencia. Aún hoy es reconocida como una fiel devota. Tanto, que en 2005, durante la primera presidencia de su esposo, fue enviada oficial a la Santa Sede para estar presente en las exequias del papa Juan Pablo II. A fines de los cincuenta, María Auxiliadora vivía a 10 cuadras de Tabaré en La Teja. De adolescentes habían intercambiado miradas, pero el acercamiento llegó por amigos en común. En las quermeses de principios de los años sesenta los jóvenes se enviaban “telegramas” con declaraciones de amor. La barra de amigos inventó un telegrama a modo de confesión de amor de María Auxiliadora hacia Tabaré, quien se entusiasmó y demasiado tarde se dio cuenta de que había sido una broma. Así fue como empezó la relación. Se pusieron de novios y se tornaron inseparables. En octubre de 1964, cuando Tabaré estaba en segundo año de Medicina, se casaron por la iglesia. Ella era la menor de 11 hermanos y dicen que en los años sesenta, cuando Vázquez dudaba entre seguir trabajando en la licorería Carrau o asistir a la facultad, fue su esposa quien lo convenció de que no dejara los estudios. Se fueron a vivir a un humilde apartamento prestado en Berro y Lozano, al lado de la cancha del club Bella Vista, en el Prado. Allí nació Álvaro, en 1966. Un año después nació Javier y finalmente, en 1970, Ignacio. Mientras Tabaré salía a trabajar como médico en cuanto policlínico pudiera, Mary —gordita, retacona, cara de pura bondad— quedaba al cuidado de los niños en la mañana y a la tarde se iba a trabajar a la Caja de Jubilaciones y Pensiones, donde oficiaba de secretaria. Por la tarde los niños se iban a la escuela, así que el reencuentro familiar se daba por las noches, excepto los días en que al dueño de casa le tocaba guardia. Los fines de semana eran sagrados, y muchos de ellos de camping y pesca. En 1969, cuando el hombre viajaba a la Luna y en Uruguay la guerrilla tupamara desafiaba al gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco, Tabaré Vázquez —lejos de organizaciones sindicales y cualquier militancia política— ingresó como médico certificador de la Policía. Sus hijos tenían uno y dos años. Era una tarea meramente burocrática, pero para cualquier partidario de la izquierda, de entonces y de ahora, decir “Policía” es decir “represión”. Al cumplir los 30, ingresó al servicio de Radioterapia de la Facultad de Medicina. Continuaba atendiendo en el consultorio improvisado en casa de su primo y comenzaba una carrera docente en la universidad que sólo iría en ascenso. En 1970 se recibió de médico y con el título le llegó una oferta para trabajar en la clínica de radioterapia Barcia, propiedad de su profesor y mentor Helmut Kasdorf, y de su esposa, Olga Barcia. El esforzado Tabaré Ramón dejó el consultorio prestado y empezó a cursar la carrera de docente de Radioterapia para ser profesor universitario, mientras trabajaba en el consultorio Barcia y oficiaba de médico certificador de la Policía. Hasta que en 1971 su hermano Jorge cayó preso por acciones “subversivas”, y el doctor Tabaré renunció. Obtuvo el posgrado en Radioterapia y en 1975, en plena dictadura cívico-militar, consiguió el cargo de profesor grado III, a dos peldaños de la excelencia académica. Un año después, concursó para una beca en París y la ganó. Marchó a especializarse como radioterapeuta a Francia y después a Japón. Volvió al país a fines de los setenta con un gran bagaje de conocimientos sobre las nuevas técnicas para aplicar radiaciones sobre los tumores. No le costó ingresar al Servicio de Radioterapia del Hospital de Clínicas, dependiente de la Universidad de la República. Después de aprovechar la beca para estudiar radiobiología en el instituto parisino Gustave Roussy, en 1982 representó a Uruguay en el decimoprimer curso de investigación cancerológica en Israel, y fue autor de varios trabajos científicos publicados en revistas de todo el mundo. Había ingresado en 1963 a la Universidad de la República como profesor (el año de la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, con José Mujica entre sus impulsores) y en 1987, ya en democracia, llegó al grado V en oncología, el más encumbrado en el escalafón catedrático uruguayo. Ya en los ochenta, accedió a un puesto en el policlínico privado Asociación Española como médico a domicilio. Pero unos meses después fue invitado por cuatro oncólogos para participar de un nuevo proyecto, el Centro de Diagnóstico Mamario (Cendima), dependiente de La Española. En 1981 accedió, por concurso, a un puesto en el Instituto Nacional de Oncología. Tenía mucha necesidad de trabajar: además de sus cuatro hijos varones (Álvaro, ahora de 49; Javier, de 48; e Ignacio, de 44), por entonces se sumó a la familia un compañero de Ignacio, Fabián Barboza, un chico que, junto a su madre y sus dos hermanos menores, había sido abandonado por su padre. Un día, cuando Fabián tenía 15 años, despertó y descubrió que su madre lo había abandonado a él, llevándose a sus dos hermanos. Como faltó varios días al liceo, Nacho Vázquez fue a buscarlo y lo encontró tirado en la cama. Hacía dos días que no comía. En la casa de los Vázquez no sobraba nada pero el dueño de casa sabía lo que era comer salteado y algo había aprendido de la enseñanza salesiana. Le dieron refugio a Fabián por unos días, pero la estancia se alargó y se integró a la familia como uno más. Sin embargo, Tabaré no fue un padre tierno y cariñoso, según su hijo Álvaro. Era “poco demostrativo”, dice su hijo mayor. Hasta ese momento Tabaré Vázquez era un doctor, como tantos, que se había preocupado por actualizar sus conocimientos mientras trabajaba en cuanto sitio podía: Casa de Galicia, La Española y el Británico. El viraje que lo llevó al mundo empresarial se dio en 1986, luego de juntarse con su colega y amigo Álvaro Luongo, con quien compartía estudios desde primer año de la facultad. Ambos coincidían en que a ese ritmo, y con el salario de docentes sumado a las horas que coleccionaban en policlínicos varios, tendrían apenas para pagar las cuentas. Debían encontrar la forma de llegar a propietarios. Y la suerte entró en escena: Helmut Kasdorf decidió jubilarse, cederle un cuarto de sus acciones del consultorio Barcia a su hijo Pedro y vender las restantes. No lo pensaron mucho: Vázquez y Luongo llamaron a Miguel Torres, otro joven oncólogo, y decidieron comprar 75% de las acciones de la clínica privada a Kasdorf. El 25% de las acciones del consultorio radioterapéutico Barcia le costó a Tabaré Vázquez unos 25,000 dólares que no tenía. Tuvo que pedir dinero prestado a muchas personas de confianza y terminó de pagar su deuda un año después. Aquella sociedad fue el punto de partida de la bonanza económica del doctor Tabaré Vázquez. A la firma la bautizaron COR (Clínica de Oncología y Radioterapia) y Tabaré recién dejaría sus acciones en 2005, al acceder al sillón presidencial. —No me gusta la palabra ‘empresario’ —dice el empresario y radioterapeuta Álvaro Luongo en el despacho de la Comisión Nacional de Lucha contra el Cáncer, un organismo estatal que preside, con la bendición de su amigo Tabaré. La audacia de Vázquez (y la cuota de suerte que todos le reconocen) dio sus frutos en democracia. Pero hasta hoy muchos adversarios políticos le achacan ciertas prebendas gozadas en años de dictadura, mientras muchos peleaban de forma clandestina o sufrían torturas en los calabozos. En agosto de 2009, durante la primera administración de Vázquez como presidente, el entonces diputado del Partido Colorado, Daniel García Pintos, dijo que el mandatario había sido un “mimoso” del gobierno de facto. “Tenía el carné de ciudadano A (NdeR: aquellos que no representan una amenaza para el gobierno de facto), recibió apoyos para su clínica privada, fue becado para ir a Israel y le mandó un telegrama (de felicitaciones) al general Gregorio Álvarez”, enumeró el exlegislador en radio El Espectador. Las escuálidas votaciones de los colorados no le permitieron a García Pintos retener su banca. Ahora, al otro lado del teléfono, dice que está “jubilado”, alejado del sistema político, pero que no cambia ni un ápice lo que dijo hace algunos años. “En su momento aporté pruebas y todo lo que dije está en internet”, se excusa. La versión del supuesto mensaje de salutación al entonces dictador Gregorio “Goyo” Álvarez fue publicada por El Diario, el 3 de septiembre de 1981. Bajo el titular “Más felicitaciones al presidente” llevaba la firma de “Dr. Tabaré Vázquez”. Fue también reproducido por La Mañana y El País. El Foro Batllista, sector colorado de Sanguinetti, evocó el mentado telegrama en las calientes elecciones de 2004, en las que finalmente ganó Vázquez. Su hijo mayor, Álvaro, se acomoda en su asiento, algo molesto, cuando se toca el tema. —En esa época había cinco Tabaré Vázquez en la guía de teléfonos de Uruguay. Cinco. Mi viejo no era el único doctor. Y ninguno se hizo cargo y dijo: ‘fui yo’. Por su parte, el propio Vázquez siempre ha dicho que él puede comprobar que estaba estudiando en Kyoto, Japón, en septiembre de 1981. En la campaña electoral de 2004, Vázquez negó una y otra vez haber recibido favoritismos durante el régimen militar. En el libro Tabaré Vázquez: misterios de un liderazgo que cambió la historia, de Ernesto Tulbovitz y Edison Lanza, sostuvo: “Nunca recibí ninguna beca del gobierno uruguayo, siempre fueron de organismos internacionales, como el gobierno francés o el israelí. Como funcionario del Instituto de Oncología tenía que pedir licencia por estudio y eso implicaba elevar una nota al ministro de Salud Pública con el compromiso de regresar a trabajar y compensar la licencia”. Por esos días, el diario Últimas Noticias publicó que Tabaré Vázquez ganaba 27,000 dólares por mes por un contrato firmado en 2002 entre COR —la clínica de Vázquez y sus socios— y el Casmu, la mutualista del Sindicato Médico del Uruguay, la más grande del país. Algunos oncólogos pusieron el grito en el cielo: “¡Monopolio!” Pero nada cambió. Consultado, el entonces presidenciable dijo que COR había ganado una licitación limpia y transparente. Vázquez ya estaba acostumbrado a que desde la oposición se pusiera en tela de juicio su honorabilidad. En diciembre de 1995 había sido acusado de conjunción de intereses porque cuando fue jefe del Servicio de Radioterapia se dijo que había recomendado al Instituto Nacional de Oncología (Indo) la compra de servicios médicos a una empresa, Nuclemed, cuyo representante informático en Uruguay era su hijo Javier. Se trataba de un equipo de planificación de tratamientos radiantes. Vázquez admitió en declaraciones al semanario Búsqueda en 1998 que él sabía que su hijo era el único que proveía ese equipamiento en el país, aunque competía con otra empresa extranjera. La investigación interna del Ministerio de Salud Pública concluyó que “no existieron hechos irregulares en el procedimiento de contratación” de Nuclemed, la empresa donde trabajaba Javier Vázquez. Álvaro Vázquez recuerda que su padre se irritó cuando en una entrevista radial le mencionaron la supuesta irregularidad. “Conmigo lo que quieran, con mi familia no se metan”, le contestó a su entrevistador. Álvaro dirá, una vez más, que aquel Vázquez fue otro Vázquez: “Fue Jesús Vázquez, que estaba al frente del Indo, el que lo pidió. No mi padre”.
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—Llegué a casa y le dije a mi hija: este doctor me transmite paz —dice Nancy Rey en el restorán de un shopping del barrio Buceo, de la capital. Viste con un tailleur violeta y zapatos haciendo juego, los ojos pintados. Una coquetería obstinada. Tiene 76 años, veinticinco de ellos como secretaria personal de Tabaré Vázquez. Todo comenzó cuando fue su paciente oncológica, en 1984, en Cendima, dependiente de la Asociación Española, donde hacía tres años que trabajaba Vázquez. Él era el médico encargado de controlar su tratamiento de radioterapia, y ya tenía la fama que dicen que lo caracteriza: una gran sensibilidad con sus pacientes y todo el tiempo para escucharlos. —Yo iba a su consulta arreglada, peinada, maquillada —dice Nancy, arreglada, peinada y maquillada. Lo que le daba paz, dice, era su forma de comunicar y su predisposición a atenderla. En 1989 ella trabajaba como administrativa en el Instituto Nacional de Carnes, y aunque el cáncer había remitido debía seguir controlándose. Ese año, precisamente, Tabaré Vázquez llegó como un outsider a la escena política. El germen de su aparición en la arena política hay que rastrearlo en marzo de 1983, cuando se afilió clandestinamente al Partido Socialista (PS), adherente del Frente Amplio, en tiempos en los que los partidos no eran bien vistos por las autoridades dictatoriales. Asistió a una charla del dirigente José Pedro Cardoso y se le presentó para hablarle de su interés en sumarse al sector. El PS estaba deseoso de sumar cuadros de la academia para reforzar su costado intelectual. Pocos meses después, su prueba de fuego fue un discurso exitoso sobre la importancia del deporte en la política. La dirigente Matilde Reich, que lo había recomendado para dar el discurso, logró convencer a los dirigentes de peso de afiliar a Tabaré al Comité Central del PS. Y ya en campaña para derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (que le aseguraba a los militares no ser juzgados por crímenes cometidos durante la dictadura), Tabaré integró la división de finanzas en la comisión pro-referéndum. Para el politólogo Adolfo Garcé, la explicación de las sucesivas victorias de Vázquez es simple: —Es un tipo con suerte. Para ejemplificar su tesis, compartida por varios consultados, recuerda que él no fue la primera ni la segunda opción en aquellos comicios municipales que cambiarían la historia. El candidato cantado del Frente Amplio en 1989 era el arquitecto Mariano Arana, pero se bajó ni bien supo que no contaría con el apoyo del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). La fractura interna del Frente Amplio era evidente y ni el más astuto de los encuestadores pronosticaba buenos aires. El segundo candidato —no menos cantado— era el contador Danilo Astori, por entonces la figura prometedora de la izquierda. Astori, un catedrático con ambiciones, prefirió acompañar al líder fundador del Frente Amplio, el general Líber Seregni, como candidato a vicepresidente en las elecciones nacionales. Pasaron los días entre rencillas internas y el Frente Amplio no tenía candidato para la intendencia de Montevideo, el principal bastión del país. Hasta ese momento, el desconocido Tabaré Vázquez había integrado, como militante de su partido, la comisión que juntaba firmas para derogar la Ley de Caducidad en un referéndum. Por ese motivo fue entrevistado por el semanario del Partido Socialista. Cuando un par de dirigentes llegaron a la casa de Arana en busca de consejos, éste les mostró la contratapa del semanario, señaló la foto del entrevistado y dijo: “Precisamos un tipo como éste, con esa pinta, un tipo de futbol, de barrio”. Y fueron a buscarlo. Vázquez recibió al par de delegados del Frente Amplio en su clínica de radioterapia y quedó en contestar al otro día. Esa tarde citó a sus cuatro hijos en el consultorio y les contó. Quería saber qué opinaban. Álvaro, el mayor, le preguntó si él realmente quería aceptar el reto y si se tenía fe para ganar: —Me contestó que sí, que claro, que su padre le había enseñado que elija lo que se elija en la vida, hay que dar 100% para ser los mejores. Y que era un honor que el Frente Amplio haya pensado en él. Quizá ya les había contestado que sí, que aceptaba, andá a saber —dice. Como intendente de Montevideo cumplió lo que había prometido en campaña: bajó 40% el precio del boleto del transporte colectivo, erradicó basurales e instaló centros comunales zonales (CCZ) en los barrios para que los contribuyentes pudieran hacer denuncias o reclamos sin tener que ir hasta el centro de la capital. Repetía la palabra “descentralización” cada vez que aparecía en público. Pero el episodio que demostró de qué estaba hecho fue el que lo enfrentó a los vendedores ambulantes, en su segundo año como intendente. Se estimaba que unas 5,000 personas vivían de la venta callejera. Era imposible caminar por 18 de Julio, la principal avenida de Montevideo, porque había que eludir decenas de mesitas plegables con lentes de sol, cedés, devedés, álbumes y bijou barata. Fue su primer dilema: debía fiscalizar a parte del sector más carenciado de la población en aras de defender a los comerciantes que pagaban impuestos. Implementó una nueva reglamentación para ordenar el ambulantismo, que tras idas y vueltas fue aprobada por la Junta Departamental en septiembre de 1991. La normativa avalaba el uso de la fuerza para retirar puestos irregulares. “Sin confusiones. Siempre con los pobres”, se oponían a la medida los integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP), que lideraba José “Pepe” Mujica, quien estaba empezando a involucrarse en política tras 14 años de encarcelamiento por su pasado guerrillero. Los sectores más radicales de la izquierda —MPP incluido— y el gremio de municipales criticaron duramente a Vázquez. Decían que representaba a la izquierda pero que castigaba a los más necesitados, que parecía derechista. “Alrededor del ambulantismo hay delito y grandes capitales de contrabandistas que trabajan en la calle”, le dijo él al diario La República el 8 de octubre del 91. Dos días después dijo, en el mismo matutino: “Si quieren jugar una pulseada, lo haremos. Se trata de honor contra delincuencia”, dijo. Y amenazó con irse a su casa si no lo dejaban ejercer la autoridad. —Desde la Intendencia de Montevideo, con algunos sectores aliados, logró armar un espacio. Se empezó a hablar de una gran coalición, más allá del Frente Amplio, que terminó cuajando en el Encuentro Progresista, para llevar a Vázquez como candidato a presidente en 1994. Como intendente, de reojo miraba la presidencia y creó una estructura bypaseando el FA para ser candidato —dice el analista político Adolfo Garcé en su oficina de la Universidad de la República. En 1989, poco antes de que se celebraran las elecciones municipales, Nancy Rey había leído en los diarios que su oncólogo era el candidato por el Frente Amplio para gobernar Montevideo y le dijo: “Doctor, si usted precisa una secretaria, alguien que le haga fotocopias o le haga algún mandado, cuente conmigo”. Lo acompañó como secretaria en esa elección, y en cuatro elecciones nacionales. Le organizó la agenda, le pasó manuscritos a máquina, recibió primero las cartas y después los mails, y más de una vez, con la venia de su jefe, se animó a escribir como si fuera él, imitando sus giros, sus tonos, sus puntos y comas. —Cuando hablaba en público y todos le decían que su discurso había estado fantástico y le palmeaban la espalda, yo le ponía cara fea y le decía “te he escuchado mejores”. Y él decía: “A Nancy no le gustó”. Tabaré Vázquez lee todas las cartas que le llegan y las contesta una por una, salvo las que contienen agravios. Cuando Nancy lo ayudaba, usaba la computadora. Si no, lo hacía a mano, con una letra prolija y legible. Es disciplinado, estructurado “rítmico” —dice su hijo Álvaro— y respeta el tiempo como un don preciado. “Hasta la salud se recupera, pero el tiempo no”, le decía a Nancy. Por eso es extremadamente puntual, aunque no usa reloj.
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—Así como lo ves, el viejo es calentón —dice su hijo Álvaro. Muy poca gente sabe que una vez, tras un partido de Progreso contra Danubio, en cancha de ese rival, Tabaré discutió airadamente con un hincha contrario. Fue un intercambio de insultos de los que no trascienden, pero esa tarde el doctor Vázquez esperó con paciencia al hincha del cuadro rival y cuando lo vio se le fue encima a las trompadas. Ya siendo presidente de Progreso, en un partido con Defensor Sporting, lo mismo: las pasiones exacerbadas derivaron en un mano a mano, y tuvieron que separarlo entre varios. Tabaré defendió los colores de su cuadro en el campo de juego: fue arquero de la reserva de Progreso a fines de los cincuenta. Le decían “El Fino“, porque era alto y pesaba menos de 60 kilos. Dicen que era bueno. En 1979 llegó a ser presidente del club de sus amores y, durante años, la institución no paró de crecer. Para entonces, su esposa María Auxiliadora trabajaba en la sección Trámites y Expedientes de la Caja de Jubilaciones; su hijo más chico, Nacho, iba a la escuela con 9 años; Javier, con 13 y Álvaro, con 14 cursaban el secundario, y a todos les iba bien en los estudios. Tabaré, que era aún un empleado en la clínica Barcia y ni soñaba con ser su propietario, diversificó esfuerzos y remodeló en 1981 el estadio Parque Paladino, en La Teja, donde el equipo jugaba de locatario. Dos años después inauguró un comedor infantil para los niños carenciados de la barriada, y en 1985 el equipo resultó campeón del Torneo Competencia y subió a la divisional B. Al año siguiente ascendió a Primera División. En 1987 compitió por primera vez en la Copa Libertadores de América. Y dos años después, en 1989, fue campeón uruguayo, ganándole a los gloriosos Peñarol y Nacional. Para cuando eso sucedió, Tabaré había pedido licencia en el club porque andaba ocupado en otros menesteres: estaba en campaña para gobernar Montevideo. —¡Que es un tipo con suerte no tengas dudas! La prueba más absoluta de eso no está en la política: es haber sacado a Progreso campeón uruguayo. ¡Se te tienen que alinear todas las constelaciones y todas las estrellas para que eso pase!—dice su asesor Valenti. Veintisiete años después del victorioso 89, el club parece sobrevivir a tientas tras bordear la bancarrota. La sede, en la calle Carlos María Ramírez de La Teja, suele estar cerrada. Sus dirigentes actuales abren las puertas una sola noche en la semana para tratar asuntos urgentes que tienen que ver con cómo conseguir dinero para ponerse al día. El actual presidente de Progreso, Andrés Álvarez, y los delegados presentes dicen que hay varias plaquetas que nombran a Tabaré en un despacho que está bajo llave. Pero no saben quién puede tener las llaves. Después cuentan algo que no salió en la prensa: en diciembre de 2015 Tabaré los recibió, ya como presidente de Uruguay. Sabía del complicado momento que vivía su cuadro y quería ayudar, anónimamente. Donó 10,000 dólares, pero el gesto no se hizo público. Actuó en silencio, con discreción. Como lo hacen los masones. Porque Vázquez es integrante de la Masonería —con el grado de maestro— y a pesar de estar “en sueño” (inactivo, no concurre a las tenidas), sí está al día con “el cofre”, como llaman los masones a la caja que cobra la membresía. En 2005 se convirtió en el primer presidente masón en 75 años, luego del colorado Gabriel Terra en 1930, quien tres años después dio un golpe de Estado. El gesto solidario de Tabaré Vázquez con Progreso ayudó, en parte, a paliar una deuda con la Asociación Uruguaya de Futbol, el plantel de futbolistas y el cuerpo técnico que asciende a 120,000 dólares. Después posó para una foto que apenas se compartió en un grupo de Whatsapp de dirigentes de Progreso: Tabaré sostenía la camiseta a franjas rojas y amarillas. A cinco cuadras de la sede de Progreso, al otro lado de la plaza Laffone, está el Club El Arbolito. Fue fundado el 1° de marzo de 1958 por una barra de adolescentes enojados con el padre Berrutti, un cura salesiano que dirigía el colegio Divina Providencia. Tabaré, Walter Derosi, Daniel “Pistola” Marciscano, su hermano Lirio, Gerónimo Cabrera y otros chicos de la cuadra solían ir a jugar al futbol, al ajedrez, al futbolito (metegol) y al billar a las instalaciones del Centro Pablo Albera de los hermanos salesianos. A los 16 años, Tabaré fue elegido secretario general del centro Pablo Albera, la obra social del colegio religioso. Pero un día, el cura les cerró la puerta en la cara. Supeditó el ingreso a las instalaciones deportivas a la asistencia de los jóvenes a misa. Tabaré iba con relativa frecuencia, incluso llegó a ser monaguillo, pero aquella medida del padre Berrutti los indignó a todos. El episodio produjo el nacimiento del club social y deportivo El Arbolito en la esquina tejana de Humboldt y Ruperto Martínez Pérez. Cuando se quedó sin sitio para jugar, la barra de amigos empezó a juntarse a la sombra de un paraíso. Querían conseguir un lugar para jugar al ajedrez o al futbol, y donde continuar con la obra social aprendida en el colegio San Francisco de Sales, sobre todo gracias al padre Manzi, al que llamaban el “cura de los pobres”. Con la garantía de “Manolo” Gómez, el carnicero de la esquina, alquilaron un local desocupado, frente a la plaza Laffone. Y en honor al paraíso que los había cobijado durante unos meses, lo llamaron Club El Arbolito. Allí, en El Arbolito, fue a celebrar la obtención de su título universitario de médico en 1969, y allí fue siempre a emitir su voto, incluso las dos veces en las que se consagró presidente de la República. Una noche veraniega de diciembre de 2015 tres parroquianos juegan a las cartas en la vereda, frente al Arbolito. Adentro, el cantinero Marcos González —remera gastada roja, gorro con visera dado vuelta— le servía un whisky nacional a Jorge Lavieja, un exfutbolista de La Teja. —La que hay es ésta —dice el cantinero González. La foto es de 2001 y está escondida detrás de una botella de grappamiel. En ella se ve a Tabaré Vázquez —ya con el pelo blanco— sosteniendo una camiseta de Progreso, flanqueado por el propio Jorge Lavieja y Ernesto “Chingo” Gómez, un exdelantero malhadado de Progreso y Peñarol, que terminó muerto a balazos en 2002 en uno de esos casos que la Policía rotula como “ajuste de cuentas”. Atrás de la cantina hay un enorme gimnasio donde ensayan las murgas “La Reina de La Teja” y “Diablos Verdes”, la preferida de Tabaré. El policlínico que Vázquez abrió en 1963 sigue funcionando, pero González y Lavieja dicen que de la generación que bautizó el club sólo queda vivo el presidente Vázquez. —Los demás fueron muriendo —dice González. Por eso, quizá, Tabaré ya no visita el club que fundó. Tampoco hay documentos que certifiquen el nacimiento de El Arbolito. Les contó “La Negra” Elena Vázquez, hermana de Tabaré, hoy nonagenaria, que cuando en los años setenta “los milicos” andaban buscando a Jorge “Perro” Vázquez, el hermano de Tabaré, por sus actividades “sediciosas”, alguien tomó la decisión de quemar todos los papeles que había. Por las dudas. Ahora, desde hace más de veinte años, Tabaré vive en el barrio del Prado, una zona residencial donde abundan el verde, las flores y la arquitectura de Le Corbusier. Allí se levanta todos los días sobre las 7 de la mañana y se va a Casa de Gobierno, o a la residencia presidencial de la calle Suárez, una hora después. Nunca desayuna café ni toma mate porque le producen gastritis y acidez. En el aspecto osteoarticular, explica el doctor Mario Zelarayan, tiene algunas limitaciones al caminar. Pero camina con regularidad de dos a tres kilómetros por día en el fondo de la casona de la calle Buschental en el Prado, mientras habla por teléfono y resuelve cosas. El presidente está “impecable”, excepto algún problema propio de su edad, pero nada importante. La caída de su párpado derecho, tan tentadora para los caricaturistas, fue resultado de una “neuritis periférica de origen viral” de hace dos décadas, pero ahora, dice Zelarayan, está mucho mejor. —¿Usted lo manda caminar o comer sano? —No, lo aconsejo. A Tabaré nadie lo manda.
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El politólogo Adolfo Garcé cita a Maquiavelo cuando habla de “la fortuna y la virtud”: “El príncipe virtuoso es el que sabe gobernar la fortuna”. La fortuna le llegó a Vázquez a fines de 2004, cuando el gobierno colorado de Jorge Batlle se derrumbaba tras el coctel explosivo de la fiebre aftosa del ganado vacuno y la crisis económico-financiera más significativa de la historia del país. El proceso de insolvencia financiera que afectó a Uruguay a principios de siglo hizo que la mitad de la banca comercial colapsara. La devaluación brasileña de 1999 y sobre todo la crisis económica de Argentina de 2001 tuvieron su impacto inmediato en el vecino pequeño cuando ciudadanos argentinos, que solían tener cuentas en bancos orientales, retiraron en masa sus aportes, y el Estado uruguayo no dio abasto para auxiliar a todos. Así, el Banco Comercial, La Caja Obrera, el Banco de Montevideo y el Banco de Crédito debieron cerrar sus puertas, y dejaron un tendal de ahorristas desesperados. La ayuda del Banco Central a la banca privada ascendió a varios millones de dólares, pero resultó insuficiente. Cayeron el ministro de Economía y el directorio del Banco Central. Vázquez era el líder indiscutido del Frente Amplio, aunque en ese momento no ostentaba cargo ejecutivo. Cuando no estaba en campaña, volvía a ejercer la medicina. El presidente Batlle se reunió con los principales líderes de todos los partidos —Vázquez fue por el Frente— y les pidió un gesto de grandeza: que lo acompañaran con los votos en el Parlamento para crear la Ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario, que reprogramó depósitos a plazo fijo y dispuso medidas para la devolución del dinero a los ahorristas, que tenían como medida usual de protesta los caceroleos (golpeaban cacerolas en la calle o los balcones). Una delegación del gobierno de Batlle viajó a Estados Unidos para negociar un salvataje millonario del Fondo Monetario Internacional, y la amistad de Batlle con George W. Bush ayudó. Bush envió a Uruguay un adelanto de 1,500 millones de dólares. La crisis tenía sus números: 58,000 uruguayos abandonaron el país, el desempleo trepó a 20% y los informativos repetían inusuales imágenes de saqueos de supermercados y almacenes. Tabaré Vázquez no pidió la renuncia de Batlle ni bregó por un llamado a elecciones anticipadas, pero sacó rédito —en las urnas— del descontento popular con la clase gobernante. Como un dirigente astuto, testigo del hartazgo de la ciudadanía con los partidos de derecha acostumbrados a gobernar desde 1830, no hizo leña del árbol caído. La suya era, decía, una propuesta de “cambio”, la palabra que más se repitió en la campaña electoral de 2004.
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Durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana.
La pasión de Tabaré Vázquez siempre fue la medicina. Tanto, que durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana, como un empleado más de la mutualista privada. Y, en verdad, hizo su gesto más significativo como médico durante aquel primer mandato. Él, que siempre repitió que “el programa del Frente Amplio era la Biblia”, se embarcó en una cruzada antitabaco que no estaba en los planes de su fuerza política y lo llevó a los titulares de diarios de todo el mundo, varios años antes que José Mujica se recibiera de estrella pop por la legalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y el refugio para expresos de Guantánamo. “Yo me pregunto: ¿cómo reaccionaríamos los uruguayos si constatáramos que diariamente mueren 15 personas por accidentes de tránsito en la ciudad? ¿Cómo reaccionaríamos si en una determinada playa de acá, de Uruguay, se ahogan 5,500 personas por año? ¿Cómo reaccionaríamos?”, preguntó el presidente Vázquez el Día Mundial Sin Humo de Tabaco, en mayo de 2005, frente a un auditorio lleno en el Edificio Libertad, donde funcionaba Presidencia. Dijo que hablaba en su triple calidad de presidente, médico y exfumador; se tomó dos minutos para enumerar los componentes químicos del tabaco y dijo que eran la causa reconocida de 25 enfermedades. Después señaló que en el país morían tres personas por día por cáncer de pulmón. Y anunció una batería de medidas que incluyeron la prohibición de fumar en ambientes públicos cerrados, un significativo aumento de los impuestos a los cigarrillos, la obligación de ocupar 80% de los paquetes de cigarros con advertencias sobre la nocividad del producto y un fuerte combate al contrabando. Como respuesta, la tabacalera internacional Philip Morris llevó al Estado uruguayo ante la justicia internacional de La Haya, y Vázquez recibió el apoyo de un sinfín de organizaciones sociales antitabaco de todo el mundo, más la oms y la ops. Decenas las universidades lo distinguieron con el título de doctor Honoris Causa pero una, hasta hoy, le sigue siendo esquiva: la Universidad de la República (Udelar), su república. En noviembre de 2015, los estudiantes de la Udelar se opusieron a esa distinción, al cuestionar la actividad que Vázquez había desarrollado en años de dictadura, cuando se desempeñó como médico certificador de la Policía. Además, repudiaron la política de salud de su gobierno: los estudiantes más progresistas no le perdonan —como gran parte de la sociedad— su veto a la ley que legalizaba el aborto en 2008, durante su primer mandato. (Después Mujica repondría la ley y, al volver a gobernar, Tabaré no la removió.) Garcé, el analista político, dice que Vázquez no es de izquierda, que “se movió al centro” para llegar a presidente por segunda vez y equilibrar un Parlamento dominado por la izquierda, con una fuerte presencia de legisladores del MPP de Mujica y la llegada de Unidad Popular, de izquierda radical. Cuando todavía continúan las repercusiones de la aureola mítica que dejó “el presidente más pobre del mundo”, Vázquez ha elegido salir a mostrarse para mejorar sus índices de aprobación: las ayudas del Poder Ejecutivo a las víctimas de las inundaciones en departamentos del interior y el cese de las cuestionadas autoridades de Ancap fueron sus medidas más visibles a comienzos de 2016. Pero Tabaré Vázquez es un tiempista. Elige calculadamente cuándo aparecer en los medios y ni su círculo más cercano puede, a veces, acceder a él sin pasar alguna zozobra.
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A las 21:03 del domingo 31 de octubre de 2004, el politólogo Óscar Bottinelli se anticipó en canal 4: anunció que Vázquez era el presidente electo —en primera vuelta— con 51% del electorado, casi un millón 125 mil votos. Los partidos de derecha se habían aliado para la ocasión, pero no pudieron evitar la llegada de un candidato de izquierda al poder. En apenas tres elecciones Vázquez y la izquierda habían pasado de 400 mil votos en 1989 a un millón 100 mil en 2004. “Nunca en mi vida pensé hacer política”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en el libro Conversaciones con Tabaré. “Desde gurí de escuela me gustó la biología y la medicina. Siempre pensé en ser médico y me recibí de médico. Jamás pensé, soñé, ni en la mayor de las locas fantasías se me ocurrió que podía ser edil o diputado, no me interesaba. Sí ser médico.” Años antes, en 1994, mientras recorría una feria vecinal de frutas y verduras para su primera campaña electoral a la presidencia, que resultó fallida, se topó con una mujer que le endilgó todos los males del sistema político. Tabaré la escuchó con atención y después le dijo: “Señora, no les crea a los políticos”.
El médico Tabaré Vázquez ha sido dos veces presidente de Uruguay. Llegó a su primer periodo de 2005 a 2010, tras una exitosa labor como intendente de Montevideo y después de haber perdido dos elecciones. Fue el primer candidato de izquierda en llegar a esa posición.
Habían pasado unos minutos de la una de la mañana del lunes cuando decidió que ya era hora de irse a la cama. El domingo había sido un día muy agitado. Tenía puesta la pijama, pero antes tomó su agenda telefónica, buscó los números de dos de sus amigos, y los llamó para decirles más o menos lo mismo: “No va a cambiar nada. Vamos a seguir yendo de pesca como toda la vida”. Al otro lado del teléfono, los amigos que lo acompañaban desde hacía años a pescar en Mercedes, departamento de Soriano, Uruguay, tenían un motivo más para celebrar. Habían comenzado horas antes con asado y brindis por el compañero que atravesaba su mejor hora. Ahora no sólo festejaban el logro de que el hombre hubiera llegado a ser el primer presidente de izquierda en la historia del país, quebrando la hegemonía de los 175 años en la que se alternaban los partidos Blanco y Colorado, sino la alegría de saber que seguiría saliendo a pescar con ellos. Recién después de esas llamadas, Tabaré Ramón Vázquez Rosas se fue a dormir en compañía de su mujer, María Auxiliadora Delgado. Eran las primeras horas del 1° de noviembre de 2004. Una semana antes, en un acto multitudinario que había convocado a casi medio millón de personas (en un país de tres millones) en el centro de Montevideo (una ciudad de un millón y medio), Tabaré Vázquez —micrófono en mano, tono evangelizador— había anunciado: “El 1° de noviembre, vaya a saber desde dónde, de qué lugar del Uruguay, cuando empiece a amanecer y a aclarar el horizonte y se empiece a dibujar el negro perfil del monte, les estaré diciendo ‘¡festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!’ ¡A redoblar y hasta la victoria siempre!” Una semana después fue lo que hizo: ya electo primer mandatario, salió al balcón del hotel Presidente y gritó a viva voz: “¡Festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!” Los postergados militantes de izquierda respondieron con vítores y haciendo flamear las banderas rojo, azul y blanco, los colores de la bandera de José Artigas, que el Frente Amplio —una coalición de partidos y agrupaciones de izquierda— tomó prestados cuando se fundó en 1971. Fue el dirigente socialista José Díaz quien poco antes se había acercado para anunciarle: “Tabaré, ya está, lo confirmaron todos. Ganaste. Sos el presidente”. Mario Zelarayan, amigo y médico personal que estaba a su lado, lo abrazó y le dijo: “¡Vamo' arriba, Taba!” Después, Vázquez se acomodó el saco del traje, el nudo de su corbata azul con vivos blancos y se dirigió al balcón para saludar. Vázquez no sólo se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Uruguay al asumir en 2005, sino que fue el primer dirigente de izquierda en resultar electo dos veces, ya que volvió a ganar la presidencia en 2014 (en segunda vuelta, con 53% de los votos, a Luis Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Lacalle Herrera), para asumir el 1° de marzo de 2015. Y, antes de eso, había sido el primer candidato de izquierda en ganar la Intendencia de Montevideo por el Frente Amplio en 1989. Todo sin tener ningún cargo en el Parlamento, el camino usual que hacen los presidentes. Mario Zelarayan, cardiólogo y médico intensivista, se hizo amigo de Tabaré por intermedio del hermano de éste, Jorge Vázquez, de oficio nurse y pasado guerrillero, que ahora es viceministro del Interior del segundo gobierno de su hermano. Mario Zelarayan iba con Jorge y Tabaré a cazar carpinchos —un roedor de gran tamaño también conocido como capibara, que habita cerca del río— hasta que estos ejemplares fueron declarados de caza prohibida. Por unos meses más salieron a cazar jabalíes, hasta que el hobby pasó a ser la pesca. Jorge Vázquez, más conocido como “El Perro”, se aburrió de pescar y eso hizo que Mario afianzara su amistad con Tabaré, un oncólogo reconocido que por esos días de 1991 era el intendente de Montevideo. Ambos han compartido centenares de horas juntos en las costas del Río Uruguay y el Río Negro. Empezaron con esos rituales a principios de los noventa y todavía los repiten. Hablan de futbol, de medicina, de libros, de carnaval. Pero hay una regla tácita que Mario Zelarayan respeta: no se habla de política. —La gente me dice: “Vos que ves a Tabaré decile que...”, y yo les digo que no; que Tabaré, cuando salimos a pescar, casi nunca quiere hablar de política —cuenta, en su despacho de la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular, un organismo estatal que dirige desde 2005, año en el que asumió Vázquez por primera vez.
"Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Va a pescar para imaginarse lo que va a venir después."
Rara vez Vázquez quiere hablar de política con sus amigos pero, cuando lo hace, usualmente es sólo para anunciar lo que ya ha decidido. Álvaro, el hijo mayor de Tabaré, de 49 años, es el menos aficionado a la pesca de la familia. Sus hermanos Javier e Ignacio (Nacho) son amantes del pasatiempo preferido de su padre. —Mi viejo puede estar 10 horas pescando. Me acuerdo una vez que terminamos comiendo milanesas de surubí durante una semana entera —dice en su consultorio médico del policlínico privado Asociación Española, ataviado con túnica blanca, de trato cordial, gafas de aumento y la sonrisa heredada de su padre. En la entrada a la sucursal de La Española hay un cartel que deja claro quién manda: “Director del Centro de Diagnóstico y Tratamiento Mamario: Prof. Dr. Tabaré Vázquez”: el presidente de la República. —Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Él va a pescar para imaginarse lo que va a venir después. Hace algunas semanas las encuestas lo mataron. Él se la había visto venir. Cuando arrancó y daban altísimas, me dijo: “Mmmm... esto pinta mal. Esperá seis meses y vas a ver”. Una encuesta de Opción Consultores publicada el 9 de noviembre de 2015 le dio sólo 29% de aprobación. Un porcentaje magro, considerando que en el primer año de su primer mandato (en 2005) las simpatías sumaban 62%, porcentaje idéntico al primer año de José Mujica, quien asumió en 2010. Y a fines de 2009, la empresa Factum había publicado que Vázquez dejaba su primer mandato con un impresionante 80% de popularidad. Un mes después de la divulgación de la encuesta de 2015, Vázquez —que desde que asumió su segundo mandato decidió jubilarse como médico y dejar de ejercer— concedió una entrevista al periodístico Santo y Seña de Monte Carlo TV. “No me imaginaba este grado de conflictividad. Realmente, no me lo imaginaba”, dijo. De marzo a noviembre el Parlamento y el Poder Ejecutivo discutían el Presupuesto Quinquenal y todos los gremios pedían más dinero. La promesa electoral de Vázquez era asignarle 6% del pib a la educación, pero una vez en el gobierno el ministro de Economía y la titular de Educación dijeron que la “intención” era llegar a ese porcentaje en 2019, al finalizar la administración. A partir de junio y hasta septiembre, los sindicatos de la educación iniciaron huelgas y paros para reclamar más presupuesto. Vázquez decidió algo tan drástico como inesperado: decretó la esencialidad de la educación, de manera que los docentes debían volver al aula a la fuerza. Los gremialistas tildaron a Vázquez de “fascista” y salieron a protestar con más vehemencia. Dos semanas después se sentaron a negociar y el decreto se levantó, pero el daño en su imagen pública estaba hecho. No fue el único conflicto que debió enfrentar en los primeros meses de su segundo mandato. Los gremios de la salud pública también salieron a la calle a reclamar aumentos salariales, y los de la salud privada los imitaron unos días después. Y también hicieron paros los trabajadores de la construcción, los del gas, los empleados de industrias que cerraron sus puertas. Los gremios nucleados en el PIT-CNT, la central obrera que reúne todas las ramas de trabajadores sindicalizados, se hartaron de escuchar hablar de inflación, “enlentecimiento” o “desaceleración” de la economía. —¿A vos te escucha cuando le hablás de política? —Me escucha, sí —dice su hijo Álvaro—. Él escucha mucho. Después decide, y cuando decidió no hay marcha atrás. Así fue cuando no midió costos políticos y en 2008, durante su primera presidencia, vetó los artículos que legalizaban el aborto en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. O 16 años antes, en 1992, cuando era intendente de Montevideo y cesó a cuatro directores de divisiones municipales porque habían incurrido en “faltas administrativas”. O cuando durante su primer mandato decidió suspender el diálogo con el gobierno argentino de Néstor Kirchner mientras un grupo de “piqueteros” continuaran cortando la ruta que unía Gualeguaychú (Argentina) con Fray Bentos (Uruguay), por el conflicto de las plantas papeleras de Botnia que iban a instalarse en el país, a lo que se oponían, defendiendo principios ecológicos, los argentinos.
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Esteban Valenti, publicista y asesor de Tabaré Vázquez, dirá que la historia del presidente es la del muchacho que nace muy abajo y llega, con esfuerzo, a la cúspide. Que por su extracción proletaria tiene empatía con el pueblo. Cuando en 1989 era sólo un político más, con aspiraciones a ser intendente de Montevideo por el Frente Amplio, sus jefes de campaña le propusieron hacer una caminata desde el Cerrito de la Victoria, al oeste, hasta la explanada de la Intendencia Municipal. —Esa recorrida fue pensada para probar su oratoria, su contacto con la gente. Yo fui a mirarlo de cerca. Tenía un feeling impresionante con las personas que se acercaban. Los escuchaba en serio, le preocupaban los problemas de la gente —recuerda Valenti en su despacho de la Ciudad Vieja. Esa caminata fue el 28 de octubre de 1989. A las 10 de la mañana Tabaré Vázquez estaba frente a la iglesia del Cerrito, con su esposa y uno de sus hijos. Había 33 militantes frenteamplistas y cuatro tamborileros. “¡Por lo menos somos más que los Treinta y Tres Orientales que forjaron la Patria!”, bromeó Vázquez para mitigar la frustración, y pidió ingresar a los barrios y no quedarse sólo en las principales avenidas. Lo dejaron hacer. Después de todo, era él el que se jugaba el pellejo por una candidatura que —pensaban los analistas y asumían resignados los dirigentes— sería testimonial a la hora del conteo de votos. Esa mañana recorrió 12 kilómetros, 120 cuadras que le demandaron nueve horas. —Cuando llegó al Palacio Municipal, tenía moretones en la espalda de tanto contacto con la gente —dice Valenti, entonces secretario de propaganda del Partido Comunista del Uruguay. Ante el gentío que se había sumado a su peregrinación, Tabaré Vázquez se despidió asegurando que sería él quien asumiría el 1° de marzo de 1990 como intendente de la capital. Cuando bajó del estrado, uno de sus colaboradores le dijo, entre risas: “¡Animal, asumirías el 15 de febrero! ¡No sabés ni cuándo entrarías en funciones!” Washington Delgado, delegado de Presidencia del Frente Amplio, recuerda haberle dicho al también dirigente frentista Luis Benvenuto: “Me da pena este hombre... Cree que va a ganar”. El 26 de noviembre de 1989 el Frente Amplio, con el médico Tabaré Vázquez a la cabeza, ganó la Intendencia de Montevideo con 34.6% de los votos. Pero Vázquez no necesita de la política. Dos semanas antes de las elecciones por la intendencia viajó a París para asistir a un congreso de medicina. En plena campaña para los comicios nacionales de octubre de 2014, suspendió todas sus actividades para irse a pescar al balneario La Paloma por unos cuantos días. Lo que necesita Tabaré Vázquez es el poder. —Cuando termine su actual mandato, se va a ir para su casa y a pescar. No es un ‘bicho político’ como (Luis Alberto) Lacalle, (Jorge) Batlle, (Julio María) Sanguinetti o el propio (José) Mujica —dice el politólogo Adolfo Garcé en su despacho de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, mientras convida con café de máquina en vasitos de plástico. El poder es otra cosa. Vázquez fue presidente de la Liga Universitaria de futbol; presidió el club de futbol Progreso, un club humilde de barrio, y logró llevarlo a la Primera División en los años ochenta; creó la primera clínica de prevención y atención al cáncer mamario en el país. —No le gusta perder ni a la bolita—dice Mario Zelarayan. La misma frase, idéntica, calcada, fue pronunciada por Garcé y Esteban Valenti. Un episodio ilustra bien esta afirmación: faltaban dos días para las elecciones municipales y había veda de publicidad para que los electores pudieran meditar su voto sin contaminación proselitista. Reinaldo “Polo” Gargano, entonces secretario del Partido Socialista (afiliado al Frente Amplio), le dijo: “Tabaré, tendrías que hacer un discurso para el domingo por si ganamos, y otro, por si te toca perder”. “Estoy seguro que ganamos, mañana pienso en el discurso”, le contestó Vázquez. Gargano, un dirigente con oficio en estas lides, insistió con delicadeza: “Te entiendo... todos somos optimistas, pero sería conveniente tener uno por si le erramos de percepción y no ganamos”. Tabaré le contestó: “Mirá Polo, yo estoy seguro que gano, así que no voy a escribir un discurso por si pierdo. Si querés, escríbelo vos”. Su aparición en la política fue triunfal, pero no siempre ganó. Tras su exitosa administración como intendente de Montevideo, se presentó como candidato a presidente en las elecciones nacionales de 1994. Perdió por poco, en los comicios más reñidos de la historia, con el colorado Julio Sanguinetti, quien ya había sido primer mandatario tras la restauración democrática en 1985. Sólo 35 mil votos separaron a Vázquez de Sanguinetti pero, aunque la elección había resultado impresionante, la noche del 27 de noviembre de 1994 él fue a su casa sin saludar a los militantes frenteamplistas y sin reconocer la derrota. Su hijo Álvaro cree saber de dónde sale el espíritu ambicioso de su padre. Alguna vez Héctor, el padre de Tabaré, le dijo al ahora presidente de Uruguay: “Elegí lo que quieras elegir, hacé lo que tengas ganas. Pero sea lo que sea que elijas, da lo máximo, jugá al 100%, para ganar”. Y Tabaré se lo tomó muy en serio.
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La historia de Tabaré Vázquez es la de héroes posmodernos como Maradona: de cuna obrera, el cuarto de cinco hijos, se crió en la pobreza y llegó a lo más alto. De chico, cenaba como un mendigo —como recomiendan los nutricionistas— pero el problema es que también desayunaba y almorzaba como tal. Nació en una casa humilde, donde el mayor compromiso político era votar cada lustro en un país donde históricamente los presidentes fueron abogados y donde las dinastías de dos o tres apellidos siempre pesaron en las urnas. Hijo de un trabajador de la petrolera estatal Ancap y una ama de casa, era el chistoso al que le iba bien en la escuela y el liceo público. Usaba su ingenio para ablandar docentes y seducir chicas. Estudioso, ya de chico tenía una vocación clara: quería dedicarse a algo en lo que pudiera ayudar a los más pobres. Sus padres Héctor Vázquez y Elena Rosas vivían en la calle Heredia 4018, corazón de La Teja, un barrio obrero bautizado así por la cantidad de viviendas con techos de tejas a dos aguas. Hoy, donde en 1940 había un ranchito de dos piezas con techo de chapa —la casa de Tabaré—, hay un baldío con el pasto alto y un Passat abandonado. El terreno está pegado a la ruta que da acceso a Montevideo por el oeste. Al otro lado de la ruta se ve la imponente planta de combustibles Ancap. Jesús Navarro —jubilado como chofer de ómnibus, 70 años, cara ajada y manos grandes, primo de Tabaré— recrea aquellos años en el living de su casa de la calle Rivera Indarte, en La Teja. Dice que Tabaré era el orgullo de la familia que, al terminar la secundaria en el liceo del Cerro, trabajó en una carpintería, vendió diarios en la calle, fue despachante en un almacén, colocó vidrios y repartió vino en la licorería Carrau y Compañía. Ni bien pudo se compró una Fordson del 52 con la que alardeaba en el barrio. En los ratos libres jugaba al futbol o practicaba boxeo. “Desde jovencito era un luchador, un emprendedor, un líder nato. Lo que él tocaba era oro”, dice Navarro en un living que a fines de los sesenta ofició de primer consultorio médico de Tabaré, a quien le faltaban unas materias para recibirse. La madre de Navarro le comunicó que Tabaré necesitaba la pieza para atender a sus primeros pacientes, y él tuvo que mudarse a un dormitorio en un altillo. De esa época sólo se conserva la lámpara colgante que todavía ilumina la sala, que es la sala de una casa de viejos: adornos anticuados como el elefante de porcelana que con la trompa retuerce un billete para la suerte, un tocadiscos en desuso, un televisor de 14 pulgadas que nunca se prende. Hay dos fotos del presidente: una del día de su asunción en el año 2005, con la banda presidencial cruzándole el pecho, y un retrato a lápiz que le hizo una amiga de Jesús. Unos años después del préstamo de aquel consultorio improvisado, Tabaré empezó a dedicarse a la oncología. En 1962 había muerto su madre, víctima de un cáncer de mama. Tres años después su hermana, María Dolores, también de cáncer. Y en 1968 su padre, por la misma enfermedad. La vocación le nació unida a la rabia: “Mi madre murió cuando yo tenía 22 años. Se enfermó y yo recé, pedí desesperadamente que se salvara. Y se murió. A los dos o tres años se enferma mi hermana con un hijo chico. Yo volví a rezar. Y se murió. Después se murió mi padre. Entonces recé menos, pero recé. También se murió, y no recé más. Después vino lo científico, había cosas que la religión no podía explicar”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en su libro Conversaciones con Tabaré. Aunque dolido por la falta de socorro divino, siguió firme en su fe católica, gracias a que conoció a quien sería su esposa. María Auxiliadora Delgado había estudiado en el María Auxiliadora antes de pasar al colegio Divina Providencia. Aún hoy es reconocida como una fiel devota. Tanto, que en 2005, durante la primera presidencia de su esposo, fue enviada oficial a la Santa Sede para estar presente en las exequias del papa Juan Pablo II. A fines de los cincuenta, María Auxiliadora vivía a 10 cuadras de Tabaré en La Teja. De adolescentes habían intercambiado miradas, pero el acercamiento llegó por amigos en común. En las quermeses de principios de los años sesenta los jóvenes se enviaban “telegramas” con declaraciones de amor. La barra de amigos inventó un telegrama a modo de confesión de amor de María Auxiliadora hacia Tabaré, quien se entusiasmó y demasiado tarde se dio cuenta de que había sido una broma. Así fue como empezó la relación. Se pusieron de novios y se tornaron inseparables. En octubre de 1964, cuando Tabaré estaba en segundo año de Medicina, se casaron por la iglesia. Ella era la menor de 11 hermanos y dicen que en los años sesenta, cuando Vázquez dudaba entre seguir trabajando en la licorería Carrau o asistir a la facultad, fue su esposa quien lo convenció de que no dejara los estudios. Se fueron a vivir a un humilde apartamento prestado en Berro y Lozano, al lado de la cancha del club Bella Vista, en el Prado. Allí nació Álvaro, en 1966. Un año después nació Javier y finalmente, en 1970, Ignacio. Mientras Tabaré salía a trabajar como médico en cuanto policlínico pudiera, Mary —gordita, retacona, cara de pura bondad— quedaba al cuidado de los niños en la mañana y a la tarde se iba a trabajar a la Caja de Jubilaciones y Pensiones, donde oficiaba de secretaria. Por la tarde los niños se iban a la escuela, así que el reencuentro familiar se daba por las noches, excepto los días en que al dueño de casa le tocaba guardia. Los fines de semana eran sagrados, y muchos de ellos de camping y pesca. En 1969, cuando el hombre viajaba a la Luna y en Uruguay la guerrilla tupamara desafiaba al gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco, Tabaré Vázquez —lejos de organizaciones sindicales y cualquier militancia política— ingresó como médico certificador de la Policía. Sus hijos tenían uno y dos años. Era una tarea meramente burocrática, pero para cualquier partidario de la izquierda, de entonces y de ahora, decir “Policía” es decir “represión”. Al cumplir los 30, ingresó al servicio de Radioterapia de la Facultad de Medicina. Continuaba atendiendo en el consultorio improvisado en casa de su primo y comenzaba una carrera docente en la universidad que sólo iría en ascenso. En 1970 se recibió de médico y con el título le llegó una oferta para trabajar en la clínica de radioterapia Barcia, propiedad de su profesor y mentor Helmut Kasdorf, y de su esposa, Olga Barcia. El esforzado Tabaré Ramón dejó el consultorio prestado y empezó a cursar la carrera de docente de Radioterapia para ser profesor universitario, mientras trabajaba en el consultorio Barcia y oficiaba de médico certificador de la Policía. Hasta que en 1971 su hermano Jorge cayó preso por acciones “subversivas”, y el doctor Tabaré renunció. Obtuvo el posgrado en Radioterapia y en 1975, en plena dictadura cívico-militar, consiguió el cargo de profesor grado III, a dos peldaños de la excelencia académica. Un año después, concursó para una beca en París y la ganó. Marchó a especializarse como radioterapeuta a Francia y después a Japón. Volvió al país a fines de los setenta con un gran bagaje de conocimientos sobre las nuevas técnicas para aplicar radiaciones sobre los tumores. No le costó ingresar al Servicio de Radioterapia del Hospital de Clínicas, dependiente de la Universidad de la República. Después de aprovechar la beca para estudiar radiobiología en el instituto parisino Gustave Roussy, en 1982 representó a Uruguay en el decimoprimer curso de investigación cancerológica en Israel, y fue autor de varios trabajos científicos publicados en revistas de todo el mundo. Había ingresado en 1963 a la Universidad de la República como profesor (el año de la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, con José Mujica entre sus impulsores) y en 1987, ya en democracia, llegó al grado V en oncología, el más encumbrado en el escalafón catedrático uruguayo. Ya en los ochenta, accedió a un puesto en el policlínico privado Asociación Española como médico a domicilio. Pero unos meses después fue invitado por cuatro oncólogos para participar de un nuevo proyecto, el Centro de Diagnóstico Mamario (Cendima), dependiente de La Española. En 1981 accedió, por concurso, a un puesto en el Instituto Nacional de Oncología. Tenía mucha necesidad de trabajar: además de sus cuatro hijos varones (Álvaro, ahora de 49; Javier, de 48; e Ignacio, de 44), por entonces se sumó a la familia un compañero de Ignacio, Fabián Barboza, un chico que, junto a su madre y sus dos hermanos menores, había sido abandonado por su padre. Un día, cuando Fabián tenía 15 años, despertó y descubrió que su madre lo había abandonado a él, llevándose a sus dos hermanos. Como faltó varios días al liceo, Nacho Vázquez fue a buscarlo y lo encontró tirado en la cama. Hacía dos días que no comía. En la casa de los Vázquez no sobraba nada pero el dueño de casa sabía lo que era comer salteado y algo había aprendido de la enseñanza salesiana. Le dieron refugio a Fabián por unos días, pero la estancia se alargó y se integró a la familia como uno más. Sin embargo, Tabaré no fue un padre tierno y cariñoso, según su hijo Álvaro. Era “poco demostrativo”, dice su hijo mayor. Hasta ese momento Tabaré Vázquez era un doctor, como tantos, que se había preocupado por actualizar sus conocimientos mientras trabajaba en cuanto sitio podía: Casa de Galicia, La Española y el Británico. El viraje que lo llevó al mundo empresarial se dio en 1986, luego de juntarse con su colega y amigo Álvaro Luongo, con quien compartía estudios desde primer año de la facultad. Ambos coincidían en que a ese ritmo, y con el salario de docentes sumado a las horas que coleccionaban en policlínicos varios, tendrían apenas para pagar las cuentas. Debían encontrar la forma de llegar a propietarios. Y la suerte entró en escena: Helmut Kasdorf decidió jubilarse, cederle un cuarto de sus acciones del consultorio Barcia a su hijo Pedro y vender las restantes. No lo pensaron mucho: Vázquez y Luongo llamaron a Miguel Torres, otro joven oncólogo, y decidieron comprar 75% de las acciones de la clínica privada a Kasdorf. El 25% de las acciones del consultorio radioterapéutico Barcia le costó a Tabaré Vázquez unos 25,000 dólares que no tenía. Tuvo que pedir dinero prestado a muchas personas de confianza y terminó de pagar su deuda un año después. Aquella sociedad fue el punto de partida de la bonanza económica del doctor Tabaré Vázquez. A la firma la bautizaron COR (Clínica de Oncología y Radioterapia) y Tabaré recién dejaría sus acciones en 2005, al acceder al sillón presidencial. —No me gusta la palabra ‘empresario’ —dice el empresario y radioterapeuta Álvaro Luongo en el despacho de la Comisión Nacional de Lucha contra el Cáncer, un organismo estatal que preside, con la bendición de su amigo Tabaré. La audacia de Vázquez (y la cuota de suerte que todos le reconocen) dio sus frutos en democracia. Pero hasta hoy muchos adversarios políticos le achacan ciertas prebendas gozadas en años de dictadura, mientras muchos peleaban de forma clandestina o sufrían torturas en los calabozos. En agosto de 2009, durante la primera administración de Vázquez como presidente, el entonces diputado del Partido Colorado, Daniel García Pintos, dijo que el mandatario había sido un “mimoso” del gobierno de facto. “Tenía el carné de ciudadano A (NdeR: aquellos que no representan una amenaza para el gobierno de facto), recibió apoyos para su clínica privada, fue becado para ir a Israel y le mandó un telegrama (de felicitaciones) al general Gregorio Álvarez”, enumeró el exlegislador en radio El Espectador. Las escuálidas votaciones de los colorados no le permitieron a García Pintos retener su banca. Ahora, al otro lado del teléfono, dice que está “jubilado”, alejado del sistema político, pero que no cambia ni un ápice lo que dijo hace algunos años. “En su momento aporté pruebas y todo lo que dije está en internet”, se excusa. La versión del supuesto mensaje de salutación al entonces dictador Gregorio “Goyo” Álvarez fue publicada por El Diario, el 3 de septiembre de 1981. Bajo el titular “Más felicitaciones al presidente” llevaba la firma de “Dr. Tabaré Vázquez”. Fue también reproducido por La Mañana y El País. El Foro Batllista, sector colorado de Sanguinetti, evocó el mentado telegrama en las calientes elecciones de 2004, en las que finalmente ganó Vázquez. Su hijo mayor, Álvaro, se acomoda en su asiento, algo molesto, cuando se toca el tema. —En esa época había cinco Tabaré Vázquez en la guía de teléfonos de Uruguay. Cinco. Mi viejo no era el único doctor. Y ninguno se hizo cargo y dijo: ‘fui yo’. Por su parte, el propio Vázquez siempre ha dicho que él puede comprobar que estaba estudiando en Kyoto, Japón, en septiembre de 1981. En la campaña electoral de 2004, Vázquez negó una y otra vez haber recibido favoritismos durante el régimen militar. En el libro Tabaré Vázquez: misterios de un liderazgo que cambió la historia, de Ernesto Tulbovitz y Edison Lanza, sostuvo: “Nunca recibí ninguna beca del gobierno uruguayo, siempre fueron de organismos internacionales, como el gobierno francés o el israelí. Como funcionario del Instituto de Oncología tenía que pedir licencia por estudio y eso implicaba elevar una nota al ministro de Salud Pública con el compromiso de regresar a trabajar y compensar la licencia”. Por esos días, el diario Últimas Noticias publicó que Tabaré Vázquez ganaba 27,000 dólares por mes por un contrato firmado en 2002 entre COR —la clínica de Vázquez y sus socios— y el Casmu, la mutualista del Sindicato Médico del Uruguay, la más grande del país. Algunos oncólogos pusieron el grito en el cielo: “¡Monopolio!” Pero nada cambió. Consultado, el entonces presidenciable dijo que COR había ganado una licitación limpia y transparente. Vázquez ya estaba acostumbrado a que desde la oposición se pusiera en tela de juicio su honorabilidad. En diciembre de 1995 había sido acusado de conjunción de intereses porque cuando fue jefe del Servicio de Radioterapia se dijo que había recomendado al Instituto Nacional de Oncología (Indo) la compra de servicios médicos a una empresa, Nuclemed, cuyo representante informático en Uruguay era su hijo Javier. Se trataba de un equipo de planificación de tratamientos radiantes. Vázquez admitió en declaraciones al semanario Búsqueda en 1998 que él sabía que su hijo era el único que proveía ese equipamiento en el país, aunque competía con otra empresa extranjera. La investigación interna del Ministerio de Salud Pública concluyó que “no existieron hechos irregulares en el procedimiento de contratación” de Nuclemed, la empresa donde trabajaba Javier Vázquez. Álvaro Vázquez recuerda que su padre se irritó cuando en una entrevista radial le mencionaron la supuesta irregularidad. “Conmigo lo que quieran, con mi familia no se metan”, le contestó a su entrevistador. Álvaro dirá, una vez más, que aquel Vázquez fue otro Vázquez: “Fue Jesús Vázquez, que estaba al frente del Indo, el que lo pidió. No mi padre”.
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—Llegué a casa y le dije a mi hija: este doctor me transmite paz —dice Nancy Rey en el restorán de un shopping del barrio Buceo, de la capital. Viste con un tailleur violeta y zapatos haciendo juego, los ojos pintados. Una coquetería obstinada. Tiene 76 años, veinticinco de ellos como secretaria personal de Tabaré Vázquez. Todo comenzó cuando fue su paciente oncológica, en 1984, en Cendima, dependiente de la Asociación Española, donde hacía tres años que trabajaba Vázquez. Él era el médico encargado de controlar su tratamiento de radioterapia, y ya tenía la fama que dicen que lo caracteriza: una gran sensibilidad con sus pacientes y todo el tiempo para escucharlos. —Yo iba a su consulta arreglada, peinada, maquillada —dice Nancy, arreglada, peinada y maquillada. Lo que le daba paz, dice, era su forma de comunicar y su predisposición a atenderla. En 1989 ella trabajaba como administrativa en el Instituto Nacional de Carnes, y aunque el cáncer había remitido debía seguir controlándose. Ese año, precisamente, Tabaré Vázquez llegó como un outsider a la escena política. El germen de su aparición en la arena política hay que rastrearlo en marzo de 1983, cuando se afilió clandestinamente al Partido Socialista (PS), adherente del Frente Amplio, en tiempos en los que los partidos no eran bien vistos por las autoridades dictatoriales. Asistió a una charla del dirigente José Pedro Cardoso y se le presentó para hablarle de su interés en sumarse al sector. El PS estaba deseoso de sumar cuadros de la academia para reforzar su costado intelectual. Pocos meses después, su prueba de fuego fue un discurso exitoso sobre la importancia del deporte en la política. La dirigente Matilde Reich, que lo había recomendado para dar el discurso, logró convencer a los dirigentes de peso de afiliar a Tabaré al Comité Central del PS. Y ya en campaña para derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (que le aseguraba a los militares no ser juzgados por crímenes cometidos durante la dictadura), Tabaré integró la división de finanzas en la comisión pro-referéndum. Para el politólogo Adolfo Garcé, la explicación de las sucesivas victorias de Vázquez es simple: —Es un tipo con suerte. Para ejemplificar su tesis, compartida por varios consultados, recuerda que él no fue la primera ni la segunda opción en aquellos comicios municipales que cambiarían la historia. El candidato cantado del Frente Amplio en 1989 era el arquitecto Mariano Arana, pero se bajó ni bien supo que no contaría con el apoyo del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). La fractura interna del Frente Amplio era evidente y ni el más astuto de los encuestadores pronosticaba buenos aires. El segundo candidato —no menos cantado— era el contador Danilo Astori, por entonces la figura prometedora de la izquierda. Astori, un catedrático con ambiciones, prefirió acompañar al líder fundador del Frente Amplio, el general Líber Seregni, como candidato a vicepresidente en las elecciones nacionales. Pasaron los días entre rencillas internas y el Frente Amplio no tenía candidato para la intendencia de Montevideo, el principal bastión del país. Hasta ese momento, el desconocido Tabaré Vázquez había integrado, como militante de su partido, la comisión que juntaba firmas para derogar la Ley de Caducidad en un referéndum. Por ese motivo fue entrevistado por el semanario del Partido Socialista. Cuando un par de dirigentes llegaron a la casa de Arana en busca de consejos, éste les mostró la contratapa del semanario, señaló la foto del entrevistado y dijo: “Precisamos un tipo como éste, con esa pinta, un tipo de futbol, de barrio”. Y fueron a buscarlo. Vázquez recibió al par de delegados del Frente Amplio en su clínica de radioterapia y quedó en contestar al otro día. Esa tarde citó a sus cuatro hijos en el consultorio y les contó. Quería saber qué opinaban. Álvaro, el mayor, le preguntó si él realmente quería aceptar el reto y si se tenía fe para ganar: —Me contestó que sí, que claro, que su padre le había enseñado que elija lo que se elija en la vida, hay que dar 100% para ser los mejores. Y que era un honor que el Frente Amplio haya pensado en él. Quizá ya les había contestado que sí, que aceptaba, andá a saber —dice. Como intendente de Montevideo cumplió lo que había prometido en campaña: bajó 40% el precio del boleto del transporte colectivo, erradicó basurales e instaló centros comunales zonales (CCZ) en los barrios para que los contribuyentes pudieran hacer denuncias o reclamos sin tener que ir hasta el centro de la capital. Repetía la palabra “descentralización” cada vez que aparecía en público. Pero el episodio que demostró de qué estaba hecho fue el que lo enfrentó a los vendedores ambulantes, en su segundo año como intendente. Se estimaba que unas 5,000 personas vivían de la venta callejera. Era imposible caminar por 18 de Julio, la principal avenida de Montevideo, porque había que eludir decenas de mesitas plegables con lentes de sol, cedés, devedés, álbumes y bijou barata. Fue su primer dilema: debía fiscalizar a parte del sector más carenciado de la población en aras de defender a los comerciantes que pagaban impuestos. Implementó una nueva reglamentación para ordenar el ambulantismo, que tras idas y vueltas fue aprobada por la Junta Departamental en septiembre de 1991. La normativa avalaba el uso de la fuerza para retirar puestos irregulares. “Sin confusiones. Siempre con los pobres”, se oponían a la medida los integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP), que lideraba José “Pepe” Mujica, quien estaba empezando a involucrarse en política tras 14 años de encarcelamiento por su pasado guerrillero. Los sectores más radicales de la izquierda —MPP incluido— y el gremio de municipales criticaron duramente a Vázquez. Decían que representaba a la izquierda pero que castigaba a los más necesitados, que parecía derechista. “Alrededor del ambulantismo hay delito y grandes capitales de contrabandistas que trabajan en la calle”, le dijo él al diario La República el 8 de octubre del 91. Dos días después dijo, en el mismo matutino: “Si quieren jugar una pulseada, lo haremos. Se trata de honor contra delincuencia”, dijo. Y amenazó con irse a su casa si no lo dejaban ejercer la autoridad. —Desde la Intendencia de Montevideo, con algunos sectores aliados, logró armar un espacio. Se empezó a hablar de una gran coalición, más allá del Frente Amplio, que terminó cuajando en el Encuentro Progresista, para llevar a Vázquez como candidato a presidente en 1994. Como intendente, de reojo miraba la presidencia y creó una estructura bypaseando el FA para ser candidato —dice el analista político Adolfo Garcé en su oficina de la Universidad de la República. En 1989, poco antes de que se celebraran las elecciones municipales, Nancy Rey había leído en los diarios que su oncólogo era el candidato por el Frente Amplio para gobernar Montevideo y le dijo: “Doctor, si usted precisa una secretaria, alguien que le haga fotocopias o le haga algún mandado, cuente conmigo”. Lo acompañó como secretaria en esa elección, y en cuatro elecciones nacionales. Le organizó la agenda, le pasó manuscritos a máquina, recibió primero las cartas y después los mails, y más de una vez, con la venia de su jefe, se animó a escribir como si fuera él, imitando sus giros, sus tonos, sus puntos y comas. —Cuando hablaba en público y todos le decían que su discurso había estado fantástico y le palmeaban la espalda, yo le ponía cara fea y le decía “te he escuchado mejores”. Y él decía: “A Nancy no le gustó”. Tabaré Vázquez lee todas las cartas que le llegan y las contesta una por una, salvo las que contienen agravios. Cuando Nancy lo ayudaba, usaba la computadora. Si no, lo hacía a mano, con una letra prolija y legible. Es disciplinado, estructurado “rítmico” —dice su hijo Álvaro— y respeta el tiempo como un don preciado. “Hasta la salud se recupera, pero el tiempo no”, le decía a Nancy. Por eso es extremadamente puntual, aunque no usa reloj.
* * *
—Así como lo ves, el viejo es calentón —dice su hijo Álvaro. Muy poca gente sabe que una vez, tras un partido de Progreso contra Danubio, en cancha de ese rival, Tabaré discutió airadamente con un hincha contrario. Fue un intercambio de insultos de los que no trascienden, pero esa tarde el doctor Vázquez esperó con paciencia al hincha del cuadro rival y cuando lo vio se le fue encima a las trompadas. Ya siendo presidente de Progreso, en un partido con Defensor Sporting, lo mismo: las pasiones exacerbadas derivaron en un mano a mano, y tuvieron que separarlo entre varios. Tabaré defendió los colores de su cuadro en el campo de juego: fue arquero de la reserva de Progreso a fines de los cincuenta. Le decían “El Fino“, porque era alto y pesaba menos de 60 kilos. Dicen que era bueno. En 1979 llegó a ser presidente del club de sus amores y, durante años, la institución no paró de crecer. Para entonces, su esposa María Auxiliadora trabajaba en la sección Trámites y Expedientes de la Caja de Jubilaciones; su hijo más chico, Nacho, iba a la escuela con 9 años; Javier, con 13 y Álvaro, con 14 cursaban el secundario, y a todos les iba bien en los estudios. Tabaré, que era aún un empleado en la clínica Barcia y ni soñaba con ser su propietario, diversificó esfuerzos y remodeló en 1981 el estadio Parque Paladino, en La Teja, donde el equipo jugaba de locatario. Dos años después inauguró un comedor infantil para los niños carenciados de la barriada, y en 1985 el equipo resultó campeón del Torneo Competencia y subió a la divisional B. Al año siguiente ascendió a Primera División. En 1987 compitió por primera vez en la Copa Libertadores de América. Y dos años después, en 1989, fue campeón uruguayo, ganándole a los gloriosos Peñarol y Nacional. Para cuando eso sucedió, Tabaré había pedido licencia en el club porque andaba ocupado en otros menesteres: estaba en campaña para gobernar Montevideo. —¡Que es un tipo con suerte no tengas dudas! La prueba más absoluta de eso no está en la política: es haber sacado a Progreso campeón uruguayo. ¡Se te tienen que alinear todas las constelaciones y todas las estrellas para que eso pase!—dice su asesor Valenti. Veintisiete años después del victorioso 89, el club parece sobrevivir a tientas tras bordear la bancarrota. La sede, en la calle Carlos María Ramírez de La Teja, suele estar cerrada. Sus dirigentes actuales abren las puertas una sola noche en la semana para tratar asuntos urgentes que tienen que ver con cómo conseguir dinero para ponerse al día. El actual presidente de Progreso, Andrés Álvarez, y los delegados presentes dicen que hay varias plaquetas que nombran a Tabaré en un despacho que está bajo llave. Pero no saben quién puede tener las llaves. Después cuentan algo que no salió en la prensa: en diciembre de 2015 Tabaré los recibió, ya como presidente de Uruguay. Sabía del complicado momento que vivía su cuadro y quería ayudar, anónimamente. Donó 10,000 dólares, pero el gesto no se hizo público. Actuó en silencio, con discreción. Como lo hacen los masones. Porque Vázquez es integrante de la Masonería —con el grado de maestro— y a pesar de estar “en sueño” (inactivo, no concurre a las tenidas), sí está al día con “el cofre”, como llaman los masones a la caja que cobra la membresía. En 2005 se convirtió en el primer presidente masón en 75 años, luego del colorado Gabriel Terra en 1930, quien tres años después dio un golpe de Estado. El gesto solidario de Tabaré Vázquez con Progreso ayudó, en parte, a paliar una deuda con la Asociación Uruguaya de Futbol, el plantel de futbolistas y el cuerpo técnico que asciende a 120,000 dólares. Después posó para una foto que apenas se compartió en un grupo de Whatsapp de dirigentes de Progreso: Tabaré sostenía la camiseta a franjas rojas y amarillas. A cinco cuadras de la sede de Progreso, al otro lado de la plaza Laffone, está el Club El Arbolito. Fue fundado el 1° de marzo de 1958 por una barra de adolescentes enojados con el padre Berrutti, un cura salesiano que dirigía el colegio Divina Providencia. Tabaré, Walter Derosi, Daniel “Pistola” Marciscano, su hermano Lirio, Gerónimo Cabrera y otros chicos de la cuadra solían ir a jugar al futbol, al ajedrez, al futbolito (metegol) y al billar a las instalaciones del Centro Pablo Albera de los hermanos salesianos. A los 16 años, Tabaré fue elegido secretario general del centro Pablo Albera, la obra social del colegio religioso. Pero un día, el cura les cerró la puerta en la cara. Supeditó el ingreso a las instalaciones deportivas a la asistencia de los jóvenes a misa. Tabaré iba con relativa frecuencia, incluso llegó a ser monaguillo, pero aquella medida del padre Berrutti los indignó a todos. El episodio produjo el nacimiento del club social y deportivo El Arbolito en la esquina tejana de Humboldt y Ruperto Martínez Pérez. Cuando se quedó sin sitio para jugar, la barra de amigos empezó a juntarse a la sombra de un paraíso. Querían conseguir un lugar para jugar al ajedrez o al futbol, y donde continuar con la obra social aprendida en el colegio San Francisco de Sales, sobre todo gracias al padre Manzi, al que llamaban el “cura de los pobres”. Con la garantía de “Manolo” Gómez, el carnicero de la esquina, alquilaron un local desocupado, frente a la plaza Laffone. Y en honor al paraíso que los había cobijado durante unos meses, lo llamaron Club El Arbolito. Allí, en El Arbolito, fue a celebrar la obtención de su título universitario de médico en 1969, y allí fue siempre a emitir su voto, incluso las dos veces en las que se consagró presidente de la República. Una noche veraniega de diciembre de 2015 tres parroquianos juegan a las cartas en la vereda, frente al Arbolito. Adentro, el cantinero Marcos González —remera gastada roja, gorro con visera dado vuelta— le servía un whisky nacional a Jorge Lavieja, un exfutbolista de La Teja. —La que hay es ésta —dice el cantinero González. La foto es de 2001 y está escondida detrás de una botella de grappamiel. En ella se ve a Tabaré Vázquez —ya con el pelo blanco— sosteniendo una camiseta de Progreso, flanqueado por el propio Jorge Lavieja y Ernesto “Chingo” Gómez, un exdelantero malhadado de Progreso y Peñarol, que terminó muerto a balazos en 2002 en uno de esos casos que la Policía rotula como “ajuste de cuentas”. Atrás de la cantina hay un enorme gimnasio donde ensayan las murgas “La Reina de La Teja” y “Diablos Verdes”, la preferida de Tabaré. El policlínico que Vázquez abrió en 1963 sigue funcionando, pero González y Lavieja dicen que de la generación que bautizó el club sólo queda vivo el presidente Vázquez. —Los demás fueron muriendo —dice González. Por eso, quizá, Tabaré ya no visita el club que fundó. Tampoco hay documentos que certifiquen el nacimiento de El Arbolito. Les contó “La Negra” Elena Vázquez, hermana de Tabaré, hoy nonagenaria, que cuando en los años setenta “los milicos” andaban buscando a Jorge “Perro” Vázquez, el hermano de Tabaré, por sus actividades “sediciosas”, alguien tomó la decisión de quemar todos los papeles que había. Por las dudas. Ahora, desde hace más de veinte años, Tabaré vive en el barrio del Prado, una zona residencial donde abundan el verde, las flores y la arquitectura de Le Corbusier. Allí se levanta todos los días sobre las 7 de la mañana y se va a Casa de Gobierno, o a la residencia presidencial de la calle Suárez, una hora después. Nunca desayuna café ni toma mate porque le producen gastritis y acidez. En el aspecto osteoarticular, explica el doctor Mario Zelarayan, tiene algunas limitaciones al caminar. Pero camina con regularidad de dos a tres kilómetros por día en el fondo de la casona de la calle Buschental en el Prado, mientras habla por teléfono y resuelve cosas. El presidente está “impecable”, excepto algún problema propio de su edad, pero nada importante. La caída de su párpado derecho, tan tentadora para los caricaturistas, fue resultado de una “neuritis periférica de origen viral” de hace dos décadas, pero ahora, dice Zelarayan, está mucho mejor. —¿Usted lo manda caminar o comer sano? —No, lo aconsejo. A Tabaré nadie lo manda.
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El politólogo Adolfo Garcé cita a Maquiavelo cuando habla de “la fortuna y la virtud”: “El príncipe virtuoso es el que sabe gobernar la fortuna”. La fortuna le llegó a Vázquez a fines de 2004, cuando el gobierno colorado de Jorge Batlle se derrumbaba tras el coctel explosivo de la fiebre aftosa del ganado vacuno y la crisis económico-financiera más significativa de la historia del país. El proceso de insolvencia financiera que afectó a Uruguay a principios de siglo hizo que la mitad de la banca comercial colapsara. La devaluación brasileña de 1999 y sobre todo la crisis económica de Argentina de 2001 tuvieron su impacto inmediato en el vecino pequeño cuando ciudadanos argentinos, que solían tener cuentas en bancos orientales, retiraron en masa sus aportes, y el Estado uruguayo no dio abasto para auxiliar a todos. Así, el Banco Comercial, La Caja Obrera, el Banco de Montevideo y el Banco de Crédito debieron cerrar sus puertas, y dejaron un tendal de ahorristas desesperados. La ayuda del Banco Central a la banca privada ascendió a varios millones de dólares, pero resultó insuficiente. Cayeron el ministro de Economía y el directorio del Banco Central. Vázquez era el líder indiscutido del Frente Amplio, aunque en ese momento no ostentaba cargo ejecutivo. Cuando no estaba en campaña, volvía a ejercer la medicina. El presidente Batlle se reunió con los principales líderes de todos los partidos —Vázquez fue por el Frente— y les pidió un gesto de grandeza: que lo acompañaran con los votos en el Parlamento para crear la Ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario, que reprogramó depósitos a plazo fijo y dispuso medidas para la devolución del dinero a los ahorristas, que tenían como medida usual de protesta los caceroleos (golpeaban cacerolas en la calle o los balcones). Una delegación del gobierno de Batlle viajó a Estados Unidos para negociar un salvataje millonario del Fondo Monetario Internacional, y la amistad de Batlle con George W. Bush ayudó. Bush envió a Uruguay un adelanto de 1,500 millones de dólares. La crisis tenía sus números: 58,000 uruguayos abandonaron el país, el desempleo trepó a 20% y los informativos repetían inusuales imágenes de saqueos de supermercados y almacenes. Tabaré Vázquez no pidió la renuncia de Batlle ni bregó por un llamado a elecciones anticipadas, pero sacó rédito —en las urnas— del descontento popular con la clase gobernante. Como un dirigente astuto, testigo del hartazgo de la ciudadanía con los partidos de derecha acostumbrados a gobernar desde 1830, no hizo leña del árbol caído. La suya era, decía, una propuesta de “cambio”, la palabra que más se repitió en la campaña electoral de 2004.
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Durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana.
La pasión de Tabaré Vázquez siempre fue la medicina. Tanto, que durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana, como un empleado más de la mutualista privada. Y, en verdad, hizo su gesto más significativo como médico durante aquel primer mandato. Él, que siempre repitió que “el programa del Frente Amplio era la Biblia”, se embarcó en una cruzada antitabaco que no estaba en los planes de su fuerza política y lo llevó a los titulares de diarios de todo el mundo, varios años antes que José Mujica se recibiera de estrella pop por la legalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y el refugio para expresos de Guantánamo. “Yo me pregunto: ¿cómo reaccionaríamos los uruguayos si constatáramos que diariamente mueren 15 personas por accidentes de tránsito en la ciudad? ¿Cómo reaccionaríamos si en una determinada playa de acá, de Uruguay, se ahogan 5,500 personas por año? ¿Cómo reaccionaríamos?”, preguntó el presidente Vázquez el Día Mundial Sin Humo de Tabaco, en mayo de 2005, frente a un auditorio lleno en el Edificio Libertad, donde funcionaba Presidencia. Dijo que hablaba en su triple calidad de presidente, médico y exfumador; se tomó dos minutos para enumerar los componentes químicos del tabaco y dijo que eran la causa reconocida de 25 enfermedades. Después señaló que en el país morían tres personas por día por cáncer de pulmón. Y anunció una batería de medidas que incluyeron la prohibición de fumar en ambientes públicos cerrados, un significativo aumento de los impuestos a los cigarrillos, la obligación de ocupar 80% de los paquetes de cigarros con advertencias sobre la nocividad del producto y un fuerte combate al contrabando. Como respuesta, la tabacalera internacional Philip Morris llevó al Estado uruguayo ante la justicia internacional de La Haya, y Vázquez recibió el apoyo de un sinfín de organizaciones sociales antitabaco de todo el mundo, más la oms y la ops. Decenas las universidades lo distinguieron con el título de doctor Honoris Causa pero una, hasta hoy, le sigue siendo esquiva: la Universidad de la República (Udelar), su república. En noviembre de 2015, los estudiantes de la Udelar se opusieron a esa distinción, al cuestionar la actividad que Vázquez había desarrollado en años de dictadura, cuando se desempeñó como médico certificador de la Policía. Además, repudiaron la política de salud de su gobierno: los estudiantes más progresistas no le perdonan —como gran parte de la sociedad— su veto a la ley que legalizaba el aborto en 2008, durante su primer mandato. (Después Mujica repondría la ley y, al volver a gobernar, Tabaré no la removió.) Garcé, el analista político, dice que Vázquez no es de izquierda, que “se movió al centro” para llegar a presidente por segunda vez y equilibrar un Parlamento dominado por la izquierda, con una fuerte presencia de legisladores del MPP de Mujica y la llegada de Unidad Popular, de izquierda radical. Cuando todavía continúan las repercusiones de la aureola mítica que dejó “el presidente más pobre del mundo”, Vázquez ha elegido salir a mostrarse para mejorar sus índices de aprobación: las ayudas del Poder Ejecutivo a las víctimas de las inundaciones en departamentos del interior y el cese de las cuestionadas autoridades de Ancap fueron sus medidas más visibles a comienzos de 2016. Pero Tabaré Vázquez es un tiempista. Elige calculadamente cuándo aparecer en los medios y ni su círculo más cercano puede, a veces, acceder a él sin pasar alguna zozobra.
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A las 21:03 del domingo 31 de octubre de 2004, el politólogo Óscar Bottinelli se anticipó en canal 4: anunció que Vázquez era el presidente electo —en primera vuelta— con 51% del electorado, casi un millón 125 mil votos. Los partidos de derecha se habían aliado para la ocasión, pero no pudieron evitar la llegada de un candidato de izquierda al poder. En apenas tres elecciones Vázquez y la izquierda habían pasado de 400 mil votos en 1989 a un millón 100 mil en 2004. “Nunca en mi vida pensé hacer política”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en el libro Conversaciones con Tabaré. “Desde gurí de escuela me gustó la biología y la medicina. Siempre pensé en ser médico y me recibí de médico. Jamás pensé, soñé, ni en la mayor de las locas fantasías se me ocurrió que podía ser edil o diputado, no me interesaba. Sí ser médico.” Años antes, en 1994, mientras recorría una feria vecinal de frutas y verduras para su primera campaña electoral a la presidencia, que resultó fallida, se topó con una mujer que le endilgó todos los males del sistema político. Tabaré la escuchó con atención y después le dijo: “Señora, no les crea a los políticos”.
El médico Tabaré Vázquez ha sido dos veces presidente de Uruguay. Llegó a su primer periodo de 2005 a 2010, tras una exitosa labor como intendente de Montevideo y después de haber perdido dos elecciones. Fue el primer candidato de izquierda en llegar a esa posición.
Habían pasado unos minutos de la una de la mañana del lunes cuando decidió que ya era hora de irse a la cama. El domingo había sido un día muy agitado. Tenía puesta la pijama, pero antes tomó su agenda telefónica, buscó los números de dos de sus amigos, y los llamó para decirles más o menos lo mismo: “No va a cambiar nada. Vamos a seguir yendo de pesca como toda la vida”. Al otro lado del teléfono, los amigos que lo acompañaban desde hacía años a pescar en Mercedes, departamento de Soriano, Uruguay, tenían un motivo más para celebrar. Habían comenzado horas antes con asado y brindis por el compañero que atravesaba su mejor hora. Ahora no sólo festejaban el logro de que el hombre hubiera llegado a ser el primer presidente de izquierda en la historia del país, quebrando la hegemonía de los 175 años en la que se alternaban los partidos Blanco y Colorado, sino la alegría de saber que seguiría saliendo a pescar con ellos. Recién después de esas llamadas, Tabaré Ramón Vázquez Rosas se fue a dormir en compañía de su mujer, María Auxiliadora Delgado. Eran las primeras horas del 1° de noviembre de 2004. Una semana antes, en un acto multitudinario que había convocado a casi medio millón de personas (en un país de tres millones) en el centro de Montevideo (una ciudad de un millón y medio), Tabaré Vázquez —micrófono en mano, tono evangelizador— había anunciado: “El 1° de noviembre, vaya a saber desde dónde, de qué lugar del Uruguay, cuando empiece a amanecer y a aclarar el horizonte y se empiece a dibujar el negro perfil del monte, les estaré diciendo ‘¡festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!’ ¡A redoblar y hasta la victoria siempre!” Una semana después fue lo que hizo: ya electo primer mandatario, salió al balcón del hotel Presidente y gritó a viva voz: “¡Festejen uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes!” Los postergados militantes de izquierda respondieron con vítores y haciendo flamear las banderas rojo, azul y blanco, los colores de la bandera de José Artigas, que el Frente Amplio —una coalición de partidos y agrupaciones de izquierda— tomó prestados cuando se fundó en 1971. Fue el dirigente socialista José Díaz quien poco antes se había acercado para anunciarle: “Tabaré, ya está, lo confirmaron todos. Ganaste. Sos el presidente”. Mario Zelarayan, amigo y médico personal que estaba a su lado, lo abrazó y le dijo: “¡Vamo' arriba, Taba!” Después, Vázquez se acomodó el saco del traje, el nudo de su corbata azul con vivos blancos y se dirigió al balcón para saludar. Vázquez no sólo se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Uruguay al asumir en 2005, sino que fue el primer dirigente de izquierda en resultar electo dos veces, ya que volvió a ganar la presidencia en 2014 (en segunda vuelta, con 53% de los votos, a Luis Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Lacalle Herrera), para asumir el 1° de marzo de 2015. Y, antes de eso, había sido el primer candidato de izquierda en ganar la Intendencia de Montevideo por el Frente Amplio en 1989. Todo sin tener ningún cargo en el Parlamento, el camino usual que hacen los presidentes. Mario Zelarayan, cardiólogo y médico intensivista, se hizo amigo de Tabaré por intermedio del hermano de éste, Jorge Vázquez, de oficio nurse y pasado guerrillero, que ahora es viceministro del Interior del segundo gobierno de su hermano. Mario Zelarayan iba con Jorge y Tabaré a cazar carpinchos —un roedor de gran tamaño también conocido como capibara, que habita cerca del río— hasta que estos ejemplares fueron declarados de caza prohibida. Por unos meses más salieron a cazar jabalíes, hasta que el hobby pasó a ser la pesca. Jorge Vázquez, más conocido como “El Perro”, se aburrió de pescar y eso hizo que Mario afianzara su amistad con Tabaré, un oncólogo reconocido que por esos días de 1991 era el intendente de Montevideo. Ambos han compartido centenares de horas juntos en las costas del Río Uruguay y el Río Negro. Empezaron con esos rituales a principios de los noventa y todavía los repiten. Hablan de futbol, de medicina, de libros, de carnaval. Pero hay una regla tácita que Mario Zelarayan respeta: no se habla de política. —La gente me dice: “Vos que ves a Tabaré decile que...”, y yo les digo que no; que Tabaré, cuando salimos a pescar, casi nunca quiere hablar de política —cuenta, en su despacho de la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular, un organismo estatal que dirige desde 2005, año en el que asumió Vázquez por primera vez.
"Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Va a pescar para imaginarse lo que va a venir después."
Rara vez Vázquez quiere hablar de política con sus amigos pero, cuando lo hace, usualmente es sólo para anunciar lo que ya ha decidido. Álvaro, el hijo mayor de Tabaré, de 49 años, es el menos aficionado a la pesca de la familia. Sus hermanos Javier e Ignacio (Nacho) son amantes del pasatiempo preferido de su padre. —Mi viejo puede estar 10 horas pescando. Me acuerdo una vez que terminamos comiendo milanesas de surubí durante una semana entera —dice en su consultorio médico del policlínico privado Asociación Española, ataviado con túnica blanca, de trato cordial, gafas de aumento y la sonrisa heredada de su padre. En la entrada a la sucursal de La Española hay un cartel que deja claro quién manda: “Director del Centro de Diagnóstico y Tratamiento Mamario: Prof. Dr. Tabaré Vázquez”: el presidente de la República. —Cuando pesca está totalmente callado. Y que no zumbe ni una mosca. De política no habla. Él va a pescar para imaginarse lo que va a venir después. Hace algunas semanas las encuestas lo mataron. Él se la había visto venir. Cuando arrancó y daban altísimas, me dijo: “Mmmm... esto pinta mal. Esperá seis meses y vas a ver”. Una encuesta de Opción Consultores publicada el 9 de noviembre de 2015 le dio sólo 29% de aprobación. Un porcentaje magro, considerando que en el primer año de su primer mandato (en 2005) las simpatías sumaban 62%, porcentaje idéntico al primer año de José Mujica, quien asumió en 2010. Y a fines de 2009, la empresa Factum había publicado que Vázquez dejaba su primer mandato con un impresionante 80% de popularidad. Un mes después de la divulgación de la encuesta de 2015, Vázquez —que desde que asumió su segundo mandato decidió jubilarse como médico y dejar de ejercer— concedió una entrevista al periodístico Santo y Seña de Monte Carlo TV. “No me imaginaba este grado de conflictividad. Realmente, no me lo imaginaba”, dijo. De marzo a noviembre el Parlamento y el Poder Ejecutivo discutían el Presupuesto Quinquenal y todos los gremios pedían más dinero. La promesa electoral de Vázquez era asignarle 6% del pib a la educación, pero una vez en el gobierno el ministro de Economía y la titular de Educación dijeron que la “intención” era llegar a ese porcentaje en 2019, al finalizar la administración. A partir de junio y hasta septiembre, los sindicatos de la educación iniciaron huelgas y paros para reclamar más presupuesto. Vázquez decidió algo tan drástico como inesperado: decretó la esencialidad de la educación, de manera que los docentes debían volver al aula a la fuerza. Los gremialistas tildaron a Vázquez de “fascista” y salieron a protestar con más vehemencia. Dos semanas después se sentaron a negociar y el decreto se levantó, pero el daño en su imagen pública estaba hecho. No fue el único conflicto que debió enfrentar en los primeros meses de su segundo mandato. Los gremios de la salud pública también salieron a la calle a reclamar aumentos salariales, y los de la salud privada los imitaron unos días después. Y también hicieron paros los trabajadores de la construcción, los del gas, los empleados de industrias que cerraron sus puertas. Los gremios nucleados en el PIT-CNT, la central obrera que reúne todas las ramas de trabajadores sindicalizados, se hartaron de escuchar hablar de inflación, “enlentecimiento” o “desaceleración” de la economía. —¿A vos te escucha cuando le hablás de política? —Me escucha, sí —dice su hijo Álvaro—. Él escucha mucho. Después decide, y cuando decidió no hay marcha atrás. Así fue cuando no midió costos políticos y en 2008, durante su primera presidencia, vetó los artículos que legalizaban el aborto en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. O 16 años antes, en 1992, cuando era intendente de Montevideo y cesó a cuatro directores de divisiones municipales porque habían incurrido en “faltas administrativas”. O cuando durante su primer mandato decidió suspender el diálogo con el gobierno argentino de Néstor Kirchner mientras un grupo de “piqueteros” continuaran cortando la ruta que unía Gualeguaychú (Argentina) con Fray Bentos (Uruguay), por el conflicto de las plantas papeleras de Botnia que iban a instalarse en el país, a lo que se oponían, defendiendo principios ecológicos, los argentinos.
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Esteban Valenti, publicista y asesor de Tabaré Vázquez, dirá que la historia del presidente es la del muchacho que nace muy abajo y llega, con esfuerzo, a la cúspide. Que por su extracción proletaria tiene empatía con el pueblo. Cuando en 1989 era sólo un político más, con aspiraciones a ser intendente de Montevideo por el Frente Amplio, sus jefes de campaña le propusieron hacer una caminata desde el Cerrito de la Victoria, al oeste, hasta la explanada de la Intendencia Municipal. —Esa recorrida fue pensada para probar su oratoria, su contacto con la gente. Yo fui a mirarlo de cerca. Tenía un feeling impresionante con las personas que se acercaban. Los escuchaba en serio, le preocupaban los problemas de la gente —recuerda Valenti en su despacho de la Ciudad Vieja. Esa caminata fue el 28 de octubre de 1989. A las 10 de la mañana Tabaré Vázquez estaba frente a la iglesia del Cerrito, con su esposa y uno de sus hijos. Había 33 militantes frenteamplistas y cuatro tamborileros. “¡Por lo menos somos más que los Treinta y Tres Orientales que forjaron la Patria!”, bromeó Vázquez para mitigar la frustración, y pidió ingresar a los barrios y no quedarse sólo en las principales avenidas. Lo dejaron hacer. Después de todo, era él el que se jugaba el pellejo por una candidatura que —pensaban los analistas y asumían resignados los dirigentes— sería testimonial a la hora del conteo de votos. Esa mañana recorrió 12 kilómetros, 120 cuadras que le demandaron nueve horas. —Cuando llegó al Palacio Municipal, tenía moretones en la espalda de tanto contacto con la gente —dice Valenti, entonces secretario de propaganda del Partido Comunista del Uruguay. Ante el gentío que se había sumado a su peregrinación, Tabaré Vázquez se despidió asegurando que sería él quien asumiría el 1° de marzo de 1990 como intendente de la capital. Cuando bajó del estrado, uno de sus colaboradores le dijo, entre risas: “¡Animal, asumirías el 15 de febrero! ¡No sabés ni cuándo entrarías en funciones!” Washington Delgado, delegado de Presidencia del Frente Amplio, recuerda haberle dicho al también dirigente frentista Luis Benvenuto: “Me da pena este hombre... Cree que va a ganar”. El 26 de noviembre de 1989 el Frente Amplio, con el médico Tabaré Vázquez a la cabeza, ganó la Intendencia de Montevideo con 34.6% de los votos. Pero Vázquez no necesita de la política. Dos semanas antes de las elecciones por la intendencia viajó a París para asistir a un congreso de medicina. En plena campaña para los comicios nacionales de octubre de 2014, suspendió todas sus actividades para irse a pescar al balneario La Paloma por unos cuantos días. Lo que necesita Tabaré Vázquez es el poder. —Cuando termine su actual mandato, se va a ir para su casa y a pescar. No es un ‘bicho político’ como (Luis Alberto) Lacalle, (Jorge) Batlle, (Julio María) Sanguinetti o el propio (José) Mujica —dice el politólogo Adolfo Garcé en su despacho de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, mientras convida con café de máquina en vasitos de plástico. El poder es otra cosa. Vázquez fue presidente de la Liga Universitaria de futbol; presidió el club de futbol Progreso, un club humilde de barrio, y logró llevarlo a la Primera División en los años ochenta; creó la primera clínica de prevención y atención al cáncer mamario en el país. —No le gusta perder ni a la bolita—dice Mario Zelarayan. La misma frase, idéntica, calcada, fue pronunciada por Garcé y Esteban Valenti. Un episodio ilustra bien esta afirmación: faltaban dos días para las elecciones municipales y había veda de publicidad para que los electores pudieran meditar su voto sin contaminación proselitista. Reinaldo “Polo” Gargano, entonces secretario del Partido Socialista (afiliado al Frente Amplio), le dijo: “Tabaré, tendrías que hacer un discurso para el domingo por si ganamos, y otro, por si te toca perder”. “Estoy seguro que ganamos, mañana pienso en el discurso”, le contestó Vázquez. Gargano, un dirigente con oficio en estas lides, insistió con delicadeza: “Te entiendo... todos somos optimistas, pero sería conveniente tener uno por si le erramos de percepción y no ganamos”. Tabaré le contestó: “Mirá Polo, yo estoy seguro que gano, así que no voy a escribir un discurso por si pierdo. Si querés, escríbelo vos”. Su aparición en la política fue triunfal, pero no siempre ganó. Tras su exitosa administración como intendente de Montevideo, se presentó como candidato a presidente en las elecciones nacionales de 1994. Perdió por poco, en los comicios más reñidos de la historia, con el colorado Julio Sanguinetti, quien ya había sido primer mandatario tras la restauración democrática en 1985. Sólo 35 mil votos separaron a Vázquez de Sanguinetti pero, aunque la elección había resultado impresionante, la noche del 27 de noviembre de 1994 él fue a su casa sin saludar a los militantes frenteamplistas y sin reconocer la derrota. Su hijo Álvaro cree saber de dónde sale el espíritu ambicioso de su padre. Alguna vez Héctor, el padre de Tabaré, le dijo al ahora presidente de Uruguay: “Elegí lo que quieras elegir, hacé lo que tengas ganas. Pero sea lo que sea que elijas, da lo máximo, jugá al 100%, para ganar”. Y Tabaré se lo tomó muy en serio.
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La historia de Tabaré Vázquez es la de héroes posmodernos como Maradona: de cuna obrera, el cuarto de cinco hijos, se crió en la pobreza y llegó a lo más alto. De chico, cenaba como un mendigo —como recomiendan los nutricionistas— pero el problema es que también desayunaba y almorzaba como tal. Nació en una casa humilde, donde el mayor compromiso político era votar cada lustro en un país donde históricamente los presidentes fueron abogados y donde las dinastías de dos o tres apellidos siempre pesaron en las urnas. Hijo de un trabajador de la petrolera estatal Ancap y una ama de casa, era el chistoso al que le iba bien en la escuela y el liceo público. Usaba su ingenio para ablandar docentes y seducir chicas. Estudioso, ya de chico tenía una vocación clara: quería dedicarse a algo en lo que pudiera ayudar a los más pobres. Sus padres Héctor Vázquez y Elena Rosas vivían en la calle Heredia 4018, corazón de La Teja, un barrio obrero bautizado así por la cantidad de viviendas con techos de tejas a dos aguas. Hoy, donde en 1940 había un ranchito de dos piezas con techo de chapa —la casa de Tabaré—, hay un baldío con el pasto alto y un Passat abandonado. El terreno está pegado a la ruta que da acceso a Montevideo por el oeste. Al otro lado de la ruta se ve la imponente planta de combustibles Ancap. Jesús Navarro —jubilado como chofer de ómnibus, 70 años, cara ajada y manos grandes, primo de Tabaré— recrea aquellos años en el living de su casa de la calle Rivera Indarte, en La Teja. Dice que Tabaré era el orgullo de la familia que, al terminar la secundaria en el liceo del Cerro, trabajó en una carpintería, vendió diarios en la calle, fue despachante en un almacén, colocó vidrios y repartió vino en la licorería Carrau y Compañía. Ni bien pudo se compró una Fordson del 52 con la que alardeaba en el barrio. En los ratos libres jugaba al futbol o practicaba boxeo. “Desde jovencito era un luchador, un emprendedor, un líder nato. Lo que él tocaba era oro”, dice Navarro en un living que a fines de los sesenta ofició de primer consultorio médico de Tabaré, a quien le faltaban unas materias para recibirse. La madre de Navarro le comunicó que Tabaré necesitaba la pieza para atender a sus primeros pacientes, y él tuvo que mudarse a un dormitorio en un altillo. De esa época sólo se conserva la lámpara colgante que todavía ilumina la sala, que es la sala de una casa de viejos: adornos anticuados como el elefante de porcelana que con la trompa retuerce un billete para la suerte, un tocadiscos en desuso, un televisor de 14 pulgadas que nunca se prende. Hay dos fotos del presidente: una del día de su asunción en el año 2005, con la banda presidencial cruzándole el pecho, y un retrato a lápiz que le hizo una amiga de Jesús. Unos años después del préstamo de aquel consultorio improvisado, Tabaré empezó a dedicarse a la oncología. En 1962 había muerto su madre, víctima de un cáncer de mama. Tres años después su hermana, María Dolores, también de cáncer. Y en 1968 su padre, por la misma enfermedad. La vocación le nació unida a la rabia: “Mi madre murió cuando yo tenía 22 años. Se enfermó y yo recé, pedí desesperadamente que se salvara. Y se murió. A los dos o tres años se enferma mi hermana con un hijo chico. Yo volví a rezar. Y se murió. Después se murió mi padre. Entonces recé menos, pero recé. También se murió, y no recé más. Después vino lo científico, había cosas que la religión no podía explicar”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en su libro Conversaciones con Tabaré. Aunque dolido por la falta de socorro divino, siguió firme en su fe católica, gracias a que conoció a quien sería su esposa. María Auxiliadora Delgado había estudiado en el María Auxiliadora antes de pasar al colegio Divina Providencia. Aún hoy es reconocida como una fiel devota. Tanto, que en 2005, durante la primera presidencia de su esposo, fue enviada oficial a la Santa Sede para estar presente en las exequias del papa Juan Pablo II. A fines de los cincuenta, María Auxiliadora vivía a 10 cuadras de Tabaré en La Teja. De adolescentes habían intercambiado miradas, pero el acercamiento llegó por amigos en común. En las quermeses de principios de los años sesenta los jóvenes se enviaban “telegramas” con declaraciones de amor. La barra de amigos inventó un telegrama a modo de confesión de amor de María Auxiliadora hacia Tabaré, quien se entusiasmó y demasiado tarde se dio cuenta de que había sido una broma. Así fue como empezó la relación. Se pusieron de novios y se tornaron inseparables. En octubre de 1964, cuando Tabaré estaba en segundo año de Medicina, se casaron por la iglesia. Ella era la menor de 11 hermanos y dicen que en los años sesenta, cuando Vázquez dudaba entre seguir trabajando en la licorería Carrau o asistir a la facultad, fue su esposa quien lo convenció de que no dejara los estudios. Se fueron a vivir a un humilde apartamento prestado en Berro y Lozano, al lado de la cancha del club Bella Vista, en el Prado. Allí nació Álvaro, en 1966. Un año después nació Javier y finalmente, en 1970, Ignacio. Mientras Tabaré salía a trabajar como médico en cuanto policlínico pudiera, Mary —gordita, retacona, cara de pura bondad— quedaba al cuidado de los niños en la mañana y a la tarde se iba a trabajar a la Caja de Jubilaciones y Pensiones, donde oficiaba de secretaria. Por la tarde los niños se iban a la escuela, así que el reencuentro familiar se daba por las noches, excepto los días en que al dueño de casa le tocaba guardia. Los fines de semana eran sagrados, y muchos de ellos de camping y pesca. En 1969, cuando el hombre viajaba a la Luna y en Uruguay la guerrilla tupamara desafiaba al gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco, Tabaré Vázquez —lejos de organizaciones sindicales y cualquier militancia política— ingresó como médico certificador de la Policía. Sus hijos tenían uno y dos años. Era una tarea meramente burocrática, pero para cualquier partidario de la izquierda, de entonces y de ahora, decir “Policía” es decir “represión”. Al cumplir los 30, ingresó al servicio de Radioterapia de la Facultad de Medicina. Continuaba atendiendo en el consultorio improvisado en casa de su primo y comenzaba una carrera docente en la universidad que sólo iría en ascenso. En 1970 se recibió de médico y con el título le llegó una oferta para trabajar en la clínica de radioterapia Barcia, propiedad de su profesor y mentor Helmut Kasdorf, y de su esposa, Olga Barcia. El esforzado Tabaré Ramón dejó el consultorio prestado y empezó a cursar la carrera de docente de Radioterapia para ser profesor universitario, mientras trabajaba en el consultorio Barcia y oficiaba de médico certificador de la Policía. Hasta que en 1971 su hermano Jorge cayó preso por acciones “subversivas”, y el doctor Tabaré renunció. Obtuvo el posgrado en Radioterapia y en 1975, en plena dictadura cívico-militar, consiguió el cargo de profesor grado III, a dos peldaños de la excelencia académica. Un año después, concursó para una beca en París y la ganó. Marchó a especializarse como radioterapeuta a Francia y después a Japón. Volvió al país a fines de los setenta con un gran bagaje de conocimientos sobre las nuevas técnicas para aplicar radiaciones sobre los tumores. No le costó ingresar al Servicio de Radioterapia del Hospital de Clínicas, dependiente de la Universidad de la República. Después de aprovechar la beca para estudiar radiobiología en el instituto parisino Gustave Roussy, en 1982 representó a Uruguay en el decimoprimer curso de investigación cancerológica en Israel, y fue autor de varios trabajos científicos publicados en revistas de todo el mundo. Había ingresado en 1963 a la Universidad de la República como profesor (el año de la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, con José Mujica entre sus impulsores) y en 1987, ya en democracia, llegó al grado V en oncología, el más encumbrado en el escalafón catedrático uruguayo. Ya en los ochenta, accedió a un puesto en el policlínico privado Asociación Española como médico a domicilio. Pero unos meses después fue invitado por cuatro oncólogos para participar de un nuevo proyecto, el Centro de Diagnóstico Mamario (Cendima), dependiente de La Española. En 1981 accedió, por concurso, a un puesto en el Instituto Nacional de Oncología. Tenía mucha necesidad de trabajar: además de sus cuatro hijos varones (Álvaro, ahora de 49; Javier, de 48; e Ignacio, de 44), por entonces se sumó a la familia un compañero de Ignacio, Fabián Barboza, un chico que, junto a su madre y sus dos hermanos menores, había sido abandonado por su padre. Un día, cuando Fabián tenía 15 años, despertó y descubrió que su madre lo había abandonado a él, llevándose a sus dos hermanos. Como faltó varios días al liceo, Nacho Vázquez fue a buscarlo y lo encontró tirado en la cama. Hacía dos días que no comía. En la casa de los Vázquez no sobraba nada pero el dueño de casa sabía lo que era comer salteado y algo había aprendido de la enseñanza salesiana. Le dieron refugio a Fabián por unos días, pero la estancia se alargó y se integró a la familia como uno más. Sin embargo, Tabaré no fue un padre tierno y cariñoso, según su hijo Álvaro. Era “poco demostrativo”, dice su hijo mayor. Hasta ese momento Tabaré Vázquez era un doctor, como tantos, que se había preocupado por actualizar sus conocimientos mientras trabajaba en cuanto sitio podía: Casa de Galicia, La Española y el Británico. El viraje que lo llevó al mundo empresarial se dio en 1986, luego de juntarse con su colega y amigo Álvaro Luongo, con quien compartía estudios desde primer año de la facultad. Ambos coincidían en que a ese ritmo, y con el salario de docentes sumado a las horas que coleccionaban en policlínicos varios, tendrían apenas para pagar las cuentas. Debían encontrar la forma de llegar a propietarios. Y la suerte entró en escena: Helmut Kasdorf decidió jubilarse, cederle un cuarto de sus acciones del consultorio Barcia a su hijo Pedro y vender las restantes. No lo pensaron mucho: Vázquez y Luongo llamaron a Miguel Torres, otro joven oncólogo, y decidieron comprar 75% de las acciones de la clínica privada a Kasdorf. El 25% de las acciones del consultorio radioterapéutico Barcia le costó a Tabaré Vázquez unos 25,000 dólares que no tenía. Tuvo que pedir dinero prestado a muchas personas de confianza y terminó de pagar su deuda un año después. Aquella sociedad fue el punto de partida de la bonanza económica del doctor Tabaré Vázquez. A la firma la bautizaron COR (Clínica de Oncología y Radioterapia) y Tabaré recién dejaría sus acciones en 2005, al acceder al sillón presidencial. —No me gusta la palabra ‘empresario’ —dice el empresario y radioterapeuta Álvaro Luongo en el despacho de la Comisión Nacional de Lucha contra el Cáncer, un organismo estatal que preside, con la bendición de su amigo Tabaré. La audacia de Vázquez (y la cuota de suerte que todos le reconocen) dio sus frutos en democracia. Pero hasta hoy muchos adversarios políticos le achacan ciertas prebendas gozadas en años de dictadura, mientras muchos peleaban de forma clandestina o sufrían torturas en los calabozos. En agosto de 2009, durante la primera administración de Vázquez como presidente, el entonces diputado del Partido Colorado, Daniel García Pintos, dijo que el mandatario había sido un “mimoso” del gobierno de facto. “Tenía el carné de ciudadano A (NdeR: aquellos que no representan una amenaza para el gobierno de facto), recibió apoyos para su clínica privada, fue becado para ir a Israel y le mandó un telegrama (de felicitaciones) al general Gregorio Álvarez”, enumeró el exlegislador en radio El Espectador. Las escuálidas votaciones de los colorados no le permitieron a García Pintos retener su banca. Ahora, al otro lado del teléfono, dice que está “jubilado”, alejado del sistema político, pero que no cambia ni un ápice lo que dijo hace algunos años. “En su momento aporté pruebas y todo lo que dije está en internet”, se excusa. La versión del supuesto mensaje de salutación al entonces dictador Gregorio “Goyo” Álvarez fue publicada por El Diario, el 3 de septiembre de 1981. Bajo el titular “Más felicitaciones al presidente” llevaba la firma de “Dr. Tabaré Vázquez”. Fue también reproducido por La Mañana y El País. El Foro Batllista, sector colorado de Sanguinetti, evocó el mentado telegrama en las calientes elecciones de 2004, en las que finalmente ganó Vázquez. Su hijo mayor, Álvaro, se acomoda en su asiento, algo molesto, cuando se toca el tema. —En esa época había cinco Tabaré Vázquez en la guía de teléfonos de Uruguay. Cinco. Mi viejo no era el único doctor. Y ninguno se hizo cargo y dijo: ‘fui yo’. Por su parte, el propio Vázquez siempre ha dicho que él puede comprobar que estaba estudiando en Kyoto, Japón, en septiembre de 1981. En la campaña electoral de 2004, Vázquez negó una y otra vez haber recibido favoritismos durante el régimen militar. En el libro Tabaré Vázquez: misterios de un liderazgo que cambió la historia, de Ernesto Tulbovitz y Edison Lanza, sostuvo: “Nunca recibí ninguna beca del gobierno uruguayo, siempre fueron de organismos internacionales, como el gobierno francés o el israelí. Como funcionario del Instituto de Oncología tenía que pedir licencia por estudio y eso implicaba elevar una nota al ministro de Salud Pública con el compromiso de regresar a trabajar y compensar la licencia”. Por esos días, el diario Últimas Noticias publicó que Tabaré Vázquez ganaba 27,000 dólares por mes por un contrato firmado en 2002 entre COR —la clínica de Vázquez y sus socios— y el Casmu, la mutualista del Sindicato Médico del Uruguay, la más grande del país. Algunos oncólogos pusieron el grito en el cielo: “¡Monopolio!” Pero nada cambió. Consultado, el entonces presidenciable dijo que COR había ganado una licitación limpia y transparente. Vázquez ya estaba acostumbrado a que desde la oposición se pusiera en tela de juicio su honorabilidad. En diciembre de 1995 había sido acusado de conjunción de intereses porque cuando fue jefe del Servicio de Radioterapia se dijo que había recomendado al Instituto Nacional de Oncología (Indo) la compra de servicios médicos a una empresa, Nuclemed, cuyo representante informático en Uruguay era su hijo Javier. Se trataba de un equipo de planificación de tratamientos radiantes. Vázquez admitió en declaraciones al semanario Búsqueda en 1998 que él sabía que su hijo era el único que proveía ese equipamiento en el país, aunque competía con otra empresa extranjera. La investigación interna del Ministerio de Salud Pública concluyó que “no existieron hechos irregulares en el procedimiento de contratación” de Nuclemed, la empresa donde trabajaba Javier Vázquez. Álvaro Vázquez recuerda que su padre se irritó cuando en una entrevista radial le mencionaron la supuesta irregularidad. “Conmigo lo que quieran, con mi familia no se metan”, le contestó a su entrevistador. Álvaro dirá, una vez más, que aquel Vázquez fue otro Vázquez: “Fue Jesús Vázquez, que estaba al frente del Indo, el que lo pidió. No mi padre”.
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—Llegué a casa y le dije a mi hija: este doctor me transmite paz —dice Nancy Rey en el restorán de un shopping del barrio Buceo, de la capital. Viste con un tailleur violeta y zapatos haciendo juego, los ojos pintados. Una coquetería obstinada. Tiene 76 años, veinticinco de ellos como secretaria personal de Tabaré Vázquez. Todo comenzó cuando fue su paciente oncológica, en 1984, en Cendima, dependiente de la Asociación Española, donde hacía tres años que trabajaba Vázquez. Él era el médico encargado de controlar su tratamiento de radioterapia, y ya tenía la fama que dicen que lo caracteriza: una gran sensibilidad con sus pacientes y todo el tiempo para escucharlos. —Yo iba a su consulta arreglada, peinada, maquillada —dice Nancy, arreglada, peinada y maquillada. Lo que le daba paz, dice, era su forma de comunicar y su predisposición a atenderla. En 1989 ella trabajaba como administrativa en el Instituto Nacional de Carnes, y aunque el cáncer había remitido debía seguir controlándose. Ese año, precisamente, Tabaré Vázquez llegó como un outsider a la escena política. El germen de su aparición en la arena política hay que rastrearlo en marzo de 1983, cuando se afilió clandestinamente al Partido Socialista (PS), adherente del Frente Amplio, en tiempos en los que los partidos no eran bien vistos por las autoridades dictatoriales. Asistió a una charla del dirigente José Pedro Cardoso y se le presentó para hablarle de su interés en sumarse al sector. El PS estaba deseoso de sumar cuadros de la academia para reforzar su costado intelectual. Pocos meses después, su prueba de fuego fue un discurso exitoso sobre la importancia del deporte en la política. La dirigente Matilde Reich, que lo había recomendado para dar el discurso, logró convencer a los dirigentes de peso de afiliar a Tabaré al Comité Central del PS. Y ya en campaña para derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (que le aseguraba a los militares no ser juzgados por crímenes cometidos durante la dictadura), Tabaré integró la división de finanzas en la comisión pro-referéndum. Para el politólogo Adolfo Garcé, la explicación de las sucesivas victorias de Vázquez es simple: —Es un tipo con suerte. Para ejemplificar su tesis, compartida por varios consultados, recuerda que él no fue la primera ni la segunda opción en aquellos comicios municipales que cambiarían la historia. El candidato cantado del Frente Amplio en 1989 era el arquitecto Mariano Arana, pero se bajó ni bien supo que no contaría con el apoyo del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). La fractura interna del Frente Amplio era evidente y ni el más astuto de los encuestadores pronosticaba buenos aires. El segundo candidato —no menos cantado— era el contador Danilo Astori, por entonces la figura prometedora de la izquierda. Astori, un catedrático con ambiciones, prefirió acompañar al líder fundador del Frente Amplio, el general Líber Seregni, como candidato a vicepresidente en las elecciones nacionales. Pasaron los días entre rencillas internas y el Frente Amplio no tenía candidato para la intendencia de Montevideo, el principal bastión del país. Hasta ese momento, el desconocido Tabaré Vázquez había integrado, como militante de su partido, la comisión que juntaba firmas para derogar la Ley de Caducidad en un referéndum. Por ese motivo fue entrevistado por el semanario del Partido Socialista. Cuando un par de dirigentes llegaron a la casa de Arana en busca de consejos, éste les mostró la contratapa del semanario, señaló la foto del entrevistado y dijo: “Precisamos un tipo como éste, con esa pinta, un tipo de futbol, de barrio”. Y fueron a buscarlo. Vázquez recibió al par de delegados del Frente Amplio en su clínica de radioterapia y quedó en contestar al otro día. Esa tarde citó a sus cuatro hijos en el consultorio y les contó. Quería saber qué opinaban. Álvaro, el mayor, le preguntó si él realmente quería aceptar el reto y si se tenía fe para ganar: —Me contestó que sí, que claro, que su padre le había enseñado que elija lo que se elija en la vida, hay que dar 100% para ser los mejores. Y que era un honor que el Frente Amplio haya pensado en él. Quizá ya les había contestado que sí, que aceptaba, andá a saber —dice. Como intendente de Montevideo cumplió lo que había prometido en campaña: bajó 40% el precio del boleto del transporte colectivo, erradicó basurales e instaló centros comunales zonales (CCZ) en los barrios para que los contribuyentes pudieran hacer denuncias o reclamos sin tener que ir hasta el centro de la capital. Repetía la palabra “descentralización” cada vez que aparecía en público. Pero el episodio que demostró de qué estaba hecho fue el que lo enfrentó a los vendedores ambulantes, en su segundo año como intendente. Se estimaba que unas 5,000 personas vivían de la venta callejera. Era imposible caminar por 18 de Julio, la principal avenida de Montevideo, porque había que eludir decenas de mesitas plegables con lentes de sol, cedés, devedés, álbumes y bijou barata. Fue su primer dilema: debía fiscalizar a parte del sector más carenciado de la población en aras de defender a los comerciantes que pagaban impuestos. Implementó una nueva reglamentación para ordenar el ambulantismo, que tras idas y vueltas fue aprobada por la Junta Departamental en septiembre de 1991. La normativa avalaba el uso de la fuerza para retirar puestos irregulares. “Sin confusiones. Siempre con los pobres”, se oponían a la medida los integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP), que lideraba José “Pepe” Mujica, quien estaba empezando a involucrarse en política tras 14 años de encarcelamiento por su pasado guerrillero. Los sectores más radicales de la izquierda —MPP incluido— y el gremio de municipales criticaron duramente a Vázquez. Decían que representaba a la izquierda pero que castigaba a los más necesitados, que parecía derechista. “Alrededor del ambulantismo hay delito y grandes capitales de contrabandistas que trabajan en la calle”, le dijo él al diario La República el 8 de octubre del 91. Dos días después dijo, en el mismo matutino: “Si quieren jugar una pulseada, lo haremos. Se trata de honor contra delincuencia”, dijo. Y amenazó con irse a su casa si no lo dejaban ejercer la autoridad. —Desde la Intendencia de Montevideo, con algunos sectores aliados, logró armar un espacio. Se empezó a hablar de una gran coalición, más allá del Frente Amplio, que terminó cuajando en el Encuentro Progresista, para llevar a Vázquez como candidato a presidente en 1994. Como intendente, de reojo miraba la presidencia y creó una estructura bypaseando el FA para ser candidato —dice el analista político Adolfo Garcé en su oficina de la Universidad de la República. En 1989, poco antes de que se celebraran las elecciones municipales, Nancy Rey había leído en los diarios que su oncólogo era el candidato por el Frente Amplio para gobernar Montevideo y le dijo: “Doctor, si usted precisa una secretaria, alguien que le haga fotocopias o le haga algún mandado, cuente conmigo”. Lo acompañó como secretaria en esa elección, y en cuatro elecciones nacionales. Le organizó la agenda, le pasó manuscritos a máquina, recibió primero las cartas y después los mails, y más de una vez, con la venia de su jefe, se animó a escribir como si fuera él, imitando sus giros, sus tonos, sus puntos y comas. —Cuando hablaba en público y todos le decían que su discurso había estado fantástico y le palmeaban la espalda, yo le ponía cara fea y le decía “te he escuchado mejores”. Y él decía: “A Nancy no le gustó”. Tabaré Vázquez lee todas las cartas que le llegan y las contesta una por una, salvo las que contienen agravios. Cuando Nancy lo ayudaba, usaba la computadora. Si no, lo hacía a mano, con una letra prolija y legible. Es disciplinado, estructurado “rítmico” —dice su hijo Álvaro— y respeta el tiempo como un don preciado. “Hasta la salud se recupera, pero el tiempo no”, le decía a Nancy. Por eso es extremadamente puntual, aunque no usa reloj.
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—Así como lo ves, el viejo es calentón —dice su hijo Álvaro. Muy poca gente sabe que una vez, tras un partido de Progreso contra Danubio, en cancha de ese rival, Tabaré discutió airadamente con un hincha contrario. Fue un intercambio de insultos de los que no trascienden, pero esa tarde el doctor Vázquez esperó con paciencia al hincha del cuadro rival y cuando lo vio se le fue encima a las trompadas. Ya siendo presidente de Progreso, en un partido con Defensor Sporting, lo mismo: las pasiones exacerbadas derivaron en un mano a mano, y tuvieron que separarlo entre varios. Tabaré defendió los colores de su cuadro en el campo de juego: fue arquero de la reserva de Progreso a fines de los cincuenta. Le decían “El Fino“, porque era alto y pesaba menos de 60 kilos. Dicen que era bueno. En 1979 llegó a ser presidente del club de sus amores y, durante años, la institución no paró de crecer. Para entonces, su esposa María Auxiliadora trabajaba en la sección Trámites y Expedientes de la Caja de Jubilaciones; su hijo más chico, Nacho, iba a la escuela con 9 años; Javier, con 13 y Álvaro, con 14 cursaban el secundario, y a todos les iba bien en los estudios. Tabaré, que era aún un empleado en la clínica Barcia y ni soñaba con ser su propietario, diversificó esfuerzos y remodeló en 1981 el estadio Parque Paladino, en La Teja, donde el equipo jugaba de locatario. Dos años después inauguró un comedor infantil para los niños carenciados de la barriada, y en 1985 el equipo resultó campeón del Torneo Competencia y subió a la divisional B. Al año siguiente ascendió a Primera División. En 1987 compitió por primera vez en la Copa Libertadores de América. Y dos años después, en 1989, fue campeón uruguayo, ganándole a los gloriosos Peñarol y Nacional. Para cuando eso sucedió, Tabaré había pedido licencia en el club porque andaba ocupado en otros menesteres: estaba en campaña para gobernar Montevideo. —¡Que es un tipo con suerte no tengas dudas! La prueba más absoluta de eso no está en la política: es haber sacado a Progreso campeón uruguayo. ¡Se te tienen que alinear todas las constelaciones y todas las estrellas para que eso pase!—dice su asesor Valenti. Veintisiete años después del victorioso 89, el club parece sobrevivir a tientas tras bordear la bancarrota. La sede, en la calle Carlos María Ramírez de La Teja, suele estar cerrada. Sus dirigentes actuales abren las puertas una sola noche en la semana para tratar asuntos urgentes que tienen que ver con cómo conseguir dinero para ponerse al día. El actual presidente de Progreso, Andrés Álvarez, y los delegados presentes dicen que hay varias plaquetas que nombran a Tabaré en un despacho que está bajo llave. Pero no saben quién puede tener las llaves. Después cuentan algo que no salió en la prensa: en diciembre de 2015 Tabaré los recibió, ya como presidente de Uruguay. Sabía del complicado momento que vivía su cuadro y quería ayudar, anónimamente. Donó 10,000 dólares, pero el gesto no se hizo público. Actuó en silencio, con discreción. Como lo hacen los masones. Porque Vázquez es integrante de la Masonería —con el grado de maestro— y a pesar de estar “en sueño” (inactivo, no concurre a las tenidas), sí está al día con “el cofre”, como llaman los masones a la caja que cobra la membresía. En 2005 se convirtió en el primer presidente masón en 75 años, luego del colorado Gabriel Terra en 1930, quien tres años después dio un golpe de Estado. El gesto solidario de Tabaré Vázquez con Progreso ayudó, en parte, a paliar una deuda con la Asociación Uruguaya de Futbol, el plantel de futbolistas y el cuerpo técnico que asciende a 120,000 dólares. Después posó para una foto que apenas se compartió en un grupo de Whatsapp de dirigentes de Progreso: Tabaré sostenía la camiseta a franjas rojas y amarillas. A cinco cuadras de la sede de Progreso, al otro lado de la plaza Laffone, está el Club El Arbolito. Fue fundado el 1° de marzo de 1958 por una barra de adolescentes enojados con el padre Berrutti, un cura salesiano que dirigía el colegio Divina Providencia. Tabaré, Walter Derosi, Daniel “Pistola” Marciscano, su hermano Lirio, Gerónimo Cabrera y otros chicos de la cuadra solían ir a jugar al futbol, al ajedrez, al futbolito (metegol) y al billar a las instalaciones del Centro Pablo Albera de los hermanos salesianos. A los 16 años, Tabaré fue elegido secretario general del centro Pablo Albera, la obra social del colegio religioso. Pero un día, el cura les cerró la puerta en la cara. Supeditó el ingreso a las instalaciones deportivas a la asistencia de los jóvenes a misa. Tabaré iba con relativa frecuencia, incluso llegó a ser monaguillo, pero aquella medida del padre Berrutti los indignó a todos. El episodio produjo el nacimiento del club social y deportivo El Arbolito en la esquina tejana de Humboldt y Ruperto Martínez Pérez. Cuando se quedó sin sitio para jugar, la barra de amigos empezó a juntarse a la sombra de un paraíso. Querían conseguir un lugar para jugar al ajedrez o al futbol, y donde continuar con la obra social aprendida en el colegio San Francisco de Sales, sobre todo gracias al padre Manzi, al que llamaban el “cura de los pobres”. Con la garantía de “Manolo” Gómez, el carnicero de la esquina, alquilaron un local desocupado, frente a la plaza Laffone. Y en honor al paraíso que los había cobijado durante unos meses, lo llamaron Club El Arbolito. Allí, en El Arbolito, fue a celebrar la obtención de su título universitario de médico en 1969, y allí fue siempre a emitir su voto, incluso las dos veces en las que se consagró presidente de la República. Una noche veraniega de diciembre de 2015 tres parroquianos juegan a las cartas en la vereda, frente al Arbolito. Adentro, el cantinero Marcos González —remera gastada roja, gorro con visera dado vuelta— le servía un whisky nacional a Jorge Lavieja, un exfutbolista de La Teja. —La que hay es ésta —dice el cantinero González. La foto es de 2001 y está escondida detrás de una botella de grappamiel. En ella se ve a Tabaré Vázquez —ya con el pelo blanco— sosteniendo una camiseta de Progreso, flanqueado por el propio Jorge Lavieja y Ernesto “Chingo” Gómez, un exdelantero malhadado de Progreso y Peñarol, que terminó muerto a balazos en 2002 en uno de esos casos que la Policía rotula como “ajuste de cuentas”. Atrás de la cantina hay un enorme gimnasio donde ensayan las murgas “La Reina de La Teja” y “Diablos Verdes”, la preferida de Tabaré. El policlínico que Vázquez abrió en 1963 sigue funcionando, pero González y Lavieja dicen que de la generación que bautizó el club sólo queda vivo el presidente Vázquez. —Los demás fueron muriendo —dice González. Por eso, quizá, Tabaré ya no visita el club que fundó. Tampoco hay documentos que certifiquen el nacimiento de El Arbolito. Les contó “La Negra” Elena Vázquez, hermana de Tabaré, hoy nonagenaria, que cuando en los años setenta “los milicos” andaban buscando a Jorge “Perro” Vázquez, el hermano de Tabaré, por sus actividades “sediciosas”, alguien tomó la decisión de quemar todos los papeles que había. Por las dudas. Ahora, desde hace más de veinte años, Tabaré vive en el barrio del Prado, una zona residencial donde abundan el verde, las flores y la arquitectura de Le Corbusier. Allí se levanta todos los días sobre las 7 de la mañana y se va a Casa de Gobierno, o a la residencia presidencial de la calle Suárez, una hora después. Nunca desayuna café ni toma mate porque le producen gastritis y acidez. En el aspecto osteoarticular, explica el doctor Mario Zelarayan, tiene algunas limitaciones al caminar. Pero camina con regularidad de dos a tres kilómetros por día en el fondo de la casona de la calle Buschental en el Prado, mientras habla por teléfono y resuelve cosas. El presidente está “impecable”, excepto algún problema propio de su edad, pero nada importante. La caída de su párpado derecho, tan tentadora para los caricaturistas, fue resultado de una “neuritis periférica de origen viral” de hace dos décadas, pero ahora, dice Zelarayan, está mucho mejor. —¿Usted lo manda caminar o comer sano? —No, lo aconsejo. A Tabaré nadie lo manda.
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El politólogo Adolfo Garcé cita a Maquiavelo cuando habla de “la fortuna y la virtud”: “El príncipe virtuoso es el que sabe gobernar la fortuna”. La fortuna le llegó a Vázquez a fines de 2004, cuando el gobierno colorado de Jorge Batlle se derrumbaba tras el coctel explosivo de la fiebre aftosa del ganado vacuno y la crisis económico-financiera más significativa de la historia del país. El proceso de insolvencia financiera que afectó a Uruguay a principios de siglo hizo que la mitad de la banca comercial colapsara. La devaluación brasileña de 1999 y sobre todo la crisis económica de Argentina de 2001 tuvieron su impacto inmediato en el vecino pequeño cuando ciudadanos argentinos, que solían tener cuentas en bancos orientales, retiraron en masa sus aportes, y el Estado uruguayo no dio abasto para auxiliar a todos. Así, el Banco Comercial, La Caja Obrera, el Banco de Montevideo y el Banco de Crédito debieron cerrar sus puertas, y dejaron un tendal de ahorristas desesperados. La ayuda del Banco Central a la banca privada ascendió a varios millones de dólares, pero resultó insuficiente. Cayeron el ministro de Economía y el directorio del Banco Central. Vázquez era el líder indiscutido del Frente Amplio, aunque en ese momento no ostentaba cargo ejecutivo. Cuando no estaba en campaña, volvía a ejercer la medicina. El presidente Batlle se reunió con los principales líderes de todos los partidos —Vázquez fue por el Frente— y les pidió un gesto de grandeza: que lo acompañaran con los votos en el Parlamento para crear la Ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario, que reprogramó depósitos a plazo fijo y dispuso medidas para la devolución del dinero a los ahorristas, que tenían como medida usual de protesta los caceroleos (golpeaban cacerolas en la calle o los balcones). Una delegación del gobierno de Batlle viajó a Estados Unidos para negociar un salvataje millonario del Fondo Monetario Internacional, y la amistad de Batlle con George W. Bush ayudó. Bush envió a Uruguay un adelanto de 1,500 millones de dólares. La crisis tenía sus números: 58,000 uruguayos abandonaron el país, el desempleo trepó a 20% y los informativos repetían inusuales imágenes de saqueos de supermercados y almacenes. Tabaré Vázquez no pidió la renuncia de Batlle ni bregó por un llamado a elecciones anticipadas, pero sacó rédito —en las urnas— del descontento popular con la clase gobernante. Como un dirigente astuto, testigo del hartazgo de la ciudadanía con los partidos de derecha acostumbrados a gobernar desde 1830, no hizo leña del árbol caído. La suya era, decía, una propuesta de “cambio”, la palabra que más se repitió en la campaña electoral de 2004.
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Durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana.
La pasión de Tabaré Vázquez siempre fue la medicina. Tanto, que durante su primer gobierno continuó atendiendo pacientes en la Asociación Española, dos veces por semana, como un empleado más de la mutualista privada. Y, en verdad, hizo su gesto más significativo como médico durante aquel primer mandato. Él, que siempre repitió que “el programa del Frente Amplio era la Biblia”, se embarcó en una cruzada antitabaco que no estaba en los planes de su fuerza política y lo llevó a los titulares de diarios de todo el mundo, varios años antes que José Mujica se recibiera de estrella pop por la legalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y el refugio para expresos de Guantánamo. “Yo me pregunto: ¿cómo reaccionaríamos los uruguayos si constatáramos que diariamente mueren 15 personas por accidentes de tránsito en la ciudad? ¿Cómo reaccionaríamos si en una determinada playa de acá, de Uruguay, se ahogan 5,500 personas por año? ¿Cómo reaccionaríamos?”, preguntó el presidente Vázquez el Día Mundial Sin Humo de Tabaco, en mayo de 2005, frente a un auditorio lleno en el Edificio Libertad, donde funcionaba Presidencia. Dijo que hablaba en su triple calidad de presidente, médico y exfumador; se tomó dos minutos para enumerar los componentes químicos del tabaco y dijo que eran la causa reconocida de 25 enfermedades. Después señaló que en el país morían tres personas por día por cáncer de pulmón. Y anunció una batería de medidas que incluyeron la prohibición de fumar en ambientes públicos cerrados, un significativo aumento de los impuestos a los cigarrillos, la obligación de ocupar 80% de los paquetes de cigarros con advertencias sobre la nocividad del producto y un fuerte combate al contrabando. Como respuesta, la tabacalera internacional Philip Morris llevó al Estado uruguayo ante la justicia internacional de La Haya, y Vázquez recibió el apoyo de un sinfín de organizaciones sociales antitabaco de todo el mundo, más la oms y la ops. Decenas las universidades lo distinguieron con el título de doctor Honoris Causa pero una, hasta hoy, le sigue siendo esquiva: la Universidad de la República (Udelar), su república. En noviembre de 2015, los estudiantes de la Udelar se opusieron a esa distinción, al cuestionar la actividad que Vázquez había desarrollado en años de dictadura, cuando se desempeñó como médico certificador de la Policía. Además, repudiaron la política de salud de su gobierno: los estudiantes más progresistas no le perdonan —como gran parte de la sociedad— su veto a la ley que legalizaba el aborto en 2008, durante su primer mandato. (Después Mujica repondría la ley y, al volver a gobernar, Tabaré no la removió.) Garcé, el analista político, dice que Vázquez no es de izquierda, que “se movió al centro” para llegar a presidente por segunda vez y equilibrar un Parlamento dominado por la izquierda, con una fuerte presencia de legisladores del MPP de Mujica y la llegada de Unidad Popular, de izquierda radical. Cuando todavía continúan las repercusiones de la aureola mítica que dejó “el presidente más pobre del mundo”, Vázquez ha elegido salir a mostrarse para mejorar sus índices de aprobación: las ayudas del Poder Ejecutivo a las víctimas de las inundaciones en departamentos del interior y el cese de las cuestionadas autoridades de Ancap fueron sus medidas más visibles a comienzos de 2016. Pero Tabaré Vázquez es un tiempista. Elige calculadamente cuándo aparecer en los medios y ni su círculo más cercano puede, a veces, acceder a él sin pasar alguna zozobra.
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A las 21:03 del domingo 31 de octubre de 2004, el politólogo Óscar Bottinelli se anticipó en canal 4: anunció que Vázquez era el presidente electo —en primera vuelta— con 51% del electorado, casi un millón 125 mil votos. Los partidos de derecha se habían aliado para la ocasión, pero no pudieron evitar la llegada de un candidato de izquierda al poder. En apenas tres elecciones Vázquez y la izquierda habían pasado de 400 mil votos en 1989 a un millón 100 mil en 2004. “Nunca en mi vida pensé hacer política”, le dijo al escritor Carlos Liscano en 2003, en el libro Conversaciones con Tabaré. “Desde gurí de escuela me gustó la biología y la medicina. Siempre pensé en ser médico y me recibí de médico. Jamás pensé, soñé, ni en la mayor de las locas fantasías se me ocurrió que podía ser edil o diputado, no me interesaba. Sí ser médico.” Años antes, en 1994, mientras recorría una feria vecinal de frutas y verduras para su primera campaña electoral a la presidencia, que resultó fallida, se topó con una mujer que le endilgó todos los males del sistema político. Tabaré la escuchó con atención y después le dijo: “Señora, no les crea a los políticos”.
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