Del 30 de septiembre al 9 de octubre se llevará a cabo el Black Canvas, Festival de Cine Contemporáneo, en la Ciudad de México. Si sus propuestas normalmente nos invitan al riesgo y a la diversidad de imágenes, este año algunos largometrajes en la programación nos intentan consolar del aislamiento pandémico a partir de protagonistas solitarios, desde Jean-Luc Godard hasta el rapero francés Oxmo Puccino, en una emotiva actuación.
Hace tiempo me pregunté por qué casi no habían aparecido películas sobre la pandemia. Tras dos años de tapetes con alcohol y hogares transformados en oficinas, uno esperaría montones de representaciones fílmicas, pero pareciera que en todo este tiempo los cineastas hibernaron, sobre todo quienes trabajan con presupuestos multimillonarios. Salvo por ejercicios de explotación como Songbird (2020) y sus pares de bajo presupuesto que interpretan el confinamiento desde las perspectivas más excitantes, más burdas, el cine comercial ignora las condiciones de estos últimos años, y tiene sentido: si el fin del entretenimiento es enajenar, las imágenes pandémicas serían un reencuentro con lo que les espera a las audiencias fuera de la sala, ya sea la de su casa o la del cine, ahora que el streaming ha alcanzado su lugar hegemónico.
En el cine más autónomo podemos ver la sutil inclusión de la pandemia, por ejemplo, en la adaptación de un cuento de Haruki Murakami, Drive My Car (2021), o en la lúcida farsa sobre el neofascismo en Rumania, Bad Luck Banging or Loony Porn (2021). Otras, como The Tsuaga Diaries (2021), hicieron del confinamiento una inspiración para rebelarse: no para salir desconsideradamente a la calle, sino para seguir produciendo imágenes en el aislamiento, para evitar que se erosionara la imaginación. No es por coincidencia que las últimas dos se proyectaran el año pasado en el festival Black Canvas, concentrado en el cine de vanguardia, ni lo es que en su sexta edición abunden las narrativas del confinamiento con un aire, como siempre, de resistencia.
Este año las imágenes de encierro en Black Canvas no representan la pandemia, pero fueron nutridas de un modo u otro por ella. En al menos cuatro destacados largometrajes los personajes están aislados: se comunican por misivas o se encuentran en lugares donde solo quedan ellos, los noctámbulos. Será válido cuestionarlos diciendo que se asemejan a sus pares comerciales porque no abordan directamente el confinamiento, pero yo respondería que su intención no es igual, ya que no pretenden enajenar sino invertir lo que podría ser una convención, es decir, si en los márgenes ya se empezó a hablar de la pandemia, estas películas de encierro, interrumpidas por los últimos años o realizadas a pesar de ellos, buscan transmitir ese mundo sin que lo veamos directamente, y siempre desde las decisiones cinematográficas más aventuradas.
El contexto del encierro le da cierta coyuntura a À vendredi, Robinson (2022), de la directora iraní Mitra Farahani, pero además la muerte de Jean-Luc Godard, uno de sus protagonistas, la convierte en un testamento. La premisa de este documental es la comunicación remota —en más de un sentido— entre el gran director francosuizo y el cuentista y también cineasta Ebrahim Golestan, de Irán, pero lo más importante es el estilo godardiano de interrupciones y fragmentos que no pretenden explorar sino meramente representar lo que podríamos llamar una correspondencia hermenéutica: para dialogar con Godard por correo electrónico, Golestan usa su herramienta esencial, la palabra, acompañada de las metáforas y alusiones propias de un escritor. En cambio, Godard, el director elusivo pero sobre todo travieso, responde con acertijos, ya sean fotografías de textos, fragmentos de imágenes o videos. Golestan pondera estas misivas como un académico frente a una escritura sagrada y suma así a todos los espectadores del inescrutable Godard, decididos a entenderlo pero condenados a la incertidumbre.
En A Woman Escapes (2022), de Sofia Bohdanowicz, Burak Çevik y Blake Williams, Audrey Benac, un alter ego ficticio de Bohdanowicz interpretado, como siempre, por Deragh Campbell, se encierra en casa de una amiga, que resulta ser la protagonista de Maison du bonheur (2017), un retrato sensorial de una elegante astróloga dirigido por Bohdanowicz. Ahí Audrey recibe mensajes de Çevik y Williams, que se corresponden con ella de forma mucho más directa que la de Godard, pero junto con sus palabras incluyen imágenes que a veces se proyectan en 3D. Entre la tactilidad que da la tercera dimensión y la narrativa que nos pregunta dónde empieza la ficción a separarse de la realidad, Bohdanowicz —la inevitable dueña del largometraje— y sus colegas dan mucho en que pensar, pero más todavía que palpar.
Las siguientes películas se hacen de imágenes nocturnas, en las que el sueño provoca la soledad pero termina en encuentros que quizá, como las salidas a bares o al cine que empezamos a recuperar, nos puedan traer consuelo y una ilusión de normalidad.
La mayor parte de Une fleur à la bouche (2022), del francoestadounidense Éric Baudelaire, se desarrolla en un café, a deshoras, donde el rapero Oxmo Puccino interpreta el texto homónimo de Luigi Pirandello sobre un hombre que monologa frente a otro que acaba de conocer. Sus temas abarcan la muerte y la necesidad de vivir libremente ante su certidumbre: la inspiración, claramente, es existencialista y —hay que admitirlo— algo anticuada aunque le habla a nuestro contexto. Por encima de todo, la interpretación de Puccino tiene la artificialidad y el hambre de un poeta callejero, quizás un poco loco, que hace de cada plano una experiencia profundamente cinematográfica. Algunos dirían que es teatral, pero estarían evadiendo el hecho de que en el drama miramos a la distancia, mientras que en el cine los detalles del rostro configuran una geografía emocional. Para completar un pequeño retrato de la técnica de Baudelaire, habría que hablar de los primeros minutos de la película, que producen un símbolo con imágenes documentales del mayor centro de distribución floral en el mundo. Une fleur à la bouche, repito, nos consuela, pero también nos desafía.
Finalmente, el director estadounidense Tyler Taormina nos hace una invitación al silencio. Probablemente influenciada por Chantal Akerman y su película Toute une nuit (1982), en la que ella observó las rutinas de la noche en Bruselas, Happer’s Comet (2022), de Taormina, contempla a una comunidad entera, interpretada por su familia, sus amigos y gente reclutada por internet, que duermen o graban los sonidos de la noche; otros más se pasean o hablan por teléfono, y algunos se ponen patines para dirigirse, aparentemente, al mismo lugar. El misterio que produce esta última línea va convirtiéndose en un hilo similar al del primer largometraje de Taormina, la igualmente formidable Ham on Rye (2019), que parodia las convenciones del cine sobre adolescentes hasta culminar en un desconcertante ritual. Si en aquella película los noctámbulos tuvieron un lugar importante, en esta el metraje les pertenece por completo y de manera más arriesgada.
Estar solos y a oscuras se resuelve en un encuentro maravilloso que imita el ritmo del confinamiento: pasamos años aislados para, de pronto, reencontrarnos apasionadamente. Black Canvas nos ofrece la oportunidad de hacerlo también en las imágenes que proyecta y en otras más con las que nos invita a salir de la norma, del confinamiento, al que nuestra cultura somete a la imaginación.