¿Deben continuar las corridas de toros?

¿Deben continuar las corridas de toros?

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Tiempo de Lectura: 00 min

Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

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Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

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La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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Archivo Gatopardo

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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

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Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

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La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.
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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.
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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.
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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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¿Deben continuar las corridas de toros?

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Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

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Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

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La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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La tauromaquia es una tradición y actividad declarada como patrimonio cultural inmaterial en Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima, Nayarit, Michoacán, Jalisco y Baja California. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

¿Deben continuar las corridas de toros?

¿Deben continuar las corridas de toros?

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Tiempo de Lectura: 00 min

Después de meses de inactividad, las corridas de toros regresan a la Ciudad de México. El argumento legal fueron los derechos económicos afectados por el cierre de la Plaza México, pero ¿qué pasa con los derechos de los animales? La ciencia y la medicina, desde el Seminario Permanente de Estudios Críticos Animales de la UNAM, ofrecen una mirada distinta a esta tradición.

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Realización de
Ilustración de
Traducción de

Mientras que en el mundo avanza la lucha por los derechos de los animales, desconcierta el hecho de que las corridas de toros aún sean legales en México. Esa imagen glamorosa y romantizada de un hombre matador (comúnmente alto, blanco, bien vestido, valiente y atractivo), que desafía la fuerza de un toro furioso, se ha arraigado y es defendida, sobre todo, por grupos conservadores.

Pero esta imagen nada tiene que ver con lo que realmente sucede en el ruedo. Los toros no son naturalmente agresivos,  más bien son fustigados para reaccionar ante la violencia encubierta de la que son objeto, bajo el argumento de que se enfrentan “el hombre y la bestia”. Pero es el hombre quien destila su propia bestialidad ante el toro.

Como los demás vacunos, los toros llamados de lidia viven en grupos y son herbívoros, de modo que ni siquiera tienen que matar a otros animales para alimentarse . Tienen temperamento nervioso y reactivo para poder escapar del peligro, y no atacan a menos que tengan que pelear  por algún recurso valioso o cuando su vida es  amenazada.

Las evidencias científicas demuestran que los toros de lidia —como todos los mamíferos, incluido el ser humano— tienen un sistema nervioso central complejo y un sistema límbico que les permite sentir dolor, experimentar emociones, darse cuenta de lo que sucede a su alrededor e identificar los sucesos, tanto positivos como negativos. Cuando el toro no logra escapar ni evadir los estímulos aversivos que le provocan dolor o miedo, se frustra y reacciona con ira para así disuadir o intimidar a sus agresores. Para conservar su vida, solo le queda atacar.

También te puede interesar "Rebelión en la granja: el horror detrás de la carne que comemos".

Desde 2022 las corridas de toros no se realizaban en la Plaza México. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

El toro atraviesa por todos  estos estados mentales en solo unos segundos. El esfuerzo físico al que es sometido durante la lidia provoca liberación de adrenalina que causa taquicardia, hipertensión y sudoración; lo que, aunado a la hiperventilación por el esfuerzo y a la pérdida de sangre causada por la puya y las banderillas, contribuyen a su deshidratación.

Comúnmente, algunas personas taurinas piensan que durante las faenas los toros se estresan y con ello dejan de sentir dolor y que no sufren, pero ni la adrenalina ni el cortisol tienen funciones analgésicas. No hay nada que aminore su dolor. Además, la acidosis metabólica producida por el jadeo y el ejercicio afecta al miocardio, causando insuficiencia cardíaca y, consecuentemente, congestión, edema pulmonar (líquido en los pulmones) e hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre).

Las lesiones ocasionadas por la puya y las banderillas le provocan la pérdida de volumen sanguíneo, daña sus músculos y ligamentos del cuello y nuca, por lo que no puede levantar la cabeza y esto reduce su campo visual. Las lesiones en los músculos y nervios cervicales y dorsales dificultan el apoyo y el movimiento de sus patas delanteras, por lo que se puede resbalar. La mitad de sus extremidades dejan de responderle.

También te puede interesar "La noche de los caballos: el rescate equino más grande de América del Sur".

La tauromaquia mexicana ha formado parte de la cultura mexicana por más de 400 años. Fotografía de Mariano Augusto Mangas.

A pesar de que llega debilitado al “tercio de muerte”, muchas veces la estocada no entra al corazón sino que corta la vena cava, arterias pulmonares o aorta, causando la muerte por la acumulación de sangre entre los pulmones y el tórax, y porque su corazón ya no puede bombear más sangre.  Si el arma letal atraviesa la tráquea, bronquios y pulmones, morirá al respirar su propia sangre. La estocada también puede penetrar hasta la cavidad abdominal, perforando el hígado o el rumen. Habitualmente el toro sigue vivo después de las estocadas, por lo que se le “capotea” para que al moverse de un lado a otro —con la espada dentro del tórax— siga cortando sus órganos, hasta que las hemorragias internas le provoquen un estado de choque o colapso circulatorio.

Ahí no termina su dolor. Una vez postrado no muere enseguida, por lo que se recurre al “descabello”, que consiste  en seccionar la médula espinal —entre las dos primeras vértebras del cuello— para que el toro quede paralizado; sin embargo, puede seguir consciente, su corazón sigue latiendo , sigue respirando, y percibe lo que ocurre en su entorno y su agonía se prolonga hasta que se le introduce la puntilla, con el fin de destruir el bulbo raquídeo, y provocar  un paro respiratorio irreversible. El uso de la puntilla en los mataderos fue prohibido por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desde el 2006, por considerarse inhumano.

Esta descripción de la muerte del toro en la corrida demuestra que su anatomía no es muy diferente de otros mamíferos como los propios humanos, a quienes reconocemos su capacidad de sentir y sufrir; en otras palabras, los toros son seres sintientes y conscientes, capaces de darse cuenta del medio que los rodea y de verse afectados —positiva o negativamente— por lo que sucede a su alrededor y por nuestras acciones hacia ellos. Estos atributos les dan un estatus moral diferente al de las cosas —sin mente ni conciencia—. Alguien tiene un estatus moral porque tiene intereses propios —que no dependen de alguien más— y con lo que tenemos deberes u obligaciones morales y nuestros tratos deben ser correctos en el sentido de respetar su vida y no maltratarlo.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro? Puede haber diferencias anatómicas o de otros tipos, pero no moral: todos ellos son seres sintientes capaces de sufrir si los maltratamos. Las razones para respetar al perro o al gato, y de no ser crueles con ellos son las mismas que tenemos para no maltratar al toro. Sin embargo, los taurinos piensan que el caso del maltrato del toro durante la corrida es una excepción.  Algunos quieren creer que el toro no sufre durante la corrida, o bien, prefieren pensar que el carácter tradicional o artístico de la llamada “fiesta brava” justifica el maltrato.

El que las corridas sean tradicionales en países como España o México no las justifica por sí mismas. Hay tradiciones buenas y malas. El machismo es tradicional en muchos países, pero no por ello se debe proteger. Hay razones morales para deshacernos de él. El maltrato animal que presenciamos durante la corrida, infligir sufrimiento a un animal simplemente por diversión, no justifica que se mantenga la tradición. Como afirmaba el Dr. Samuel Johnson en el siglo XVIII, “la antigüedad de un abuso no es justificación para continuarlo”. Se suele justificar que una tradición como las corridas de toros es buena porque contribuye a darnos identidad cultural como mexicanos o españoles. Pero cuando los ingleses prohibieron las peleas entre toros y perros (bull-baiting) en 1835, ¿dejaron de ser ingleses? Sería bueno que prácticas moralmente positivas fueran las que nos dieran identidad, no el maltrato a los animales.

La mayoría de los asistentes a las corridas de toros también están en contra del maltrato animal; se indignan cuando alguien maltrata a un perro o mata a un gato solo por diversión. Pero, ¿cuál es la diferencia moral entre el perro y el gato, por un lado, y el toro, por el otro?

El que las corridas sean una manifestación artística también es debatible, dado que no hay un concepto universalmente aceptado de arte. Pero incluso si lo fueran, hay razones morales para no permitirlas: si alguien colgara de sus patas a un perro vivo en un museo y lo dejara así hasta que muriera, y luego dijera que es un performance, no faltaría quien afirmara que es arte, pero habría razones morales para no permitirlo. El sufrimiento animal no debe ser la base para ninguna manifestación artística.

Las personas involucradas en la faena consideran que no deben prohibirse las corridas de toros porque piensan que el prohibicionismo va contra los valores de las sociedades liberales y democráticas, y se refugian en la proclama de “prohibido prohibir” para decir que si a los antitaurinos no les gusta la “fiesta brava”, pues que no vayan, y asunto resuelto. Pero este argumento es problemático. “Si no estás de acuerdo con la pederastia, no la practiques, pero deja que los pederastas disfruten”, podríamos decir. Pero hay razones morales, y de otros tipos, para prohibir la pederastia, al afectar los intereses de los niños.

En el caso del toreo, hay una grave afectación a los intereses vitales de los toros; de hecho, las éticas centradas en el sufrimiento consignan que no se debe anteponer el placer (por ejemplo, el gozo que les producen a los aficionados las faenas taurinas) frente al dolor (en este caso, de toros asesinados  en el ruedo). En una sociedad liberal y democrática hay razones morales para prohibir muchas prácticas culturales. “Prohibido prohibir” puede sonar como una afirmación muy progresista, pero podría encubrir una postura insostenible. Maltratar a un animal simplemente por diversión es moralmente condenable, que no justifica la existencia de las corridas. Hay razones científicas y morales de peso para afirmar contundentemente que las corridas se deben prohibir.

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