En medio del calor húmedo de la selva chiapaneca y acompañado únicamente por algunos nativos que le abrían paso al golpe de un machete, Desiré Charnay descubrió en 1882 la antigua ciudad de Yaxchilán. Este era su segundo viaje a México; pero desde la primera vez que abandonó su natal Francia, lo hizo cargando un equipo fotográfico que tenía un peso de 1, 500 kilos. Poco a poco a esta pesada carga se le sumaron varios negativos, artesanías que se encontraba en el camino y algo de ropa. Aún con todo eso a cuestas logró cruzar, océanos, ríos y selvas, ciudades y hasta pedazos grandes de territorio, inspirado y romantizando —quizás— las expediciones que otros personajes habían hecho en Egipto, en Oceanía y en América durante el siglo XVIII, buscando un pasado y un futuro extraordinario y hasta místico. Pero lo que creyó un descubrimiento, no lo fue del todo.
Aún emocionado por haber descubierto en 1880 la ciudad de Comalcalco en Tabasco, el explorador inglés de la revista Royal Geographical Society, Alfred Maudslay, por mera casualidad y con una diferencia de días, había pasado por esta antigua ciudad maya. Con un golpe de suerte, aparecieron tras cruzar varios caminos pedregosos, los restos de otro edificio de la cultura maya, la primera señal de una ciudad entera. La piedra esplendorosa, se encontraba cubierta por siglos de vegetación. Nadie había estado ahí. Al menos eso parecía. La verdad es que Charnay no había sido el único en llegar a Yaxchilán. Esto generó en Desiré Charnay un conflicto interno que casi terminó en un ataque de nervios, pero fue él quien logró publicar el hallazgo primero, en su libro Les anciennes villes du Nouveau Monde. Algunos dicen que Maudslay cedió su descubrimiento porque admiraba la enorme labor de Charnay con la fotografía, pues fue él quien asombró al mundo decimonónico con las primeras imágenes fieles de esta zona y otras zonas arqueológicas de México.[caption id="attachment_223086" align="aligncenter" width="600"]
Baobab à Mohéli (1863). Désiré Charnay / Vía Gilman Collection y The Met.[/caption]Hace más de un siglo y ante la imposibilidad de compartir fácilmente lo observado, los exploradores preferían llevar a alguien que ayudara a dibujar los paisajes y ruinas que se encontraban. Otros más perfeccionaban sus habilidades en el dibujo para hacerlo ellos mismos y más adelante, ya en la era de las imágenes, se hacían mediante una cámara lúcida . Algunos, como el explorador Richard Pockocke, quien visitó Egipto en 1737 lograron ser exactos en sus dibujos, otros más exageraban el arte buscando llamar la atención. Muchos de estos eran expuestos en galerías reales y se popularizaron mediante las primeras publicaciones impresas, donde la narración era importante para hacer que un lector que se encontraba a miles de kilómetros, logrará imaginar —si la imagen no era suficiente— una pirámide construida hace más de mil años.Charnay, quién murió el 24 de octubre de 1915, fue el primero en confiar en la tecnología que su siglo le había presentado: la cámara. No era una tarea fácil, ni barata. Para tomar cualquier fotografía era necesario cargar el equipo kilómetros enteros y hacerlo delicadamente. Charnay había logrado actualizar su cámara y viajar con el apoyo económico y hasta moral del gobierno de Napoleón III, además recibía dinero de algunos mecenas.[caption id="attachment_223085" align="aligncenter" width="600"]
Baobab à Mohéli (1863). Désiré Charnay / Vía Gilman Collection y The Met.[/caption]Ya en el lugar, Desiré Charnay dependía de la luz natural. Cuando tenía que trabajar en un lugar cubierto por frondosos árboles y enormes nubes, para tomar las imágenes, necesitaba horas para determinar la exposición y hasta el ángulo. Durante sus primeros viajes solo pensaba en capturar la imagen, poco a poco se fue interesando en crear fotografías mucho más artísticas.Desiré Charnay, el pionero de fotografía arqueológica, llevo esta tarea al extremo. Ante la mirada incrédula de quienes lo acompañaban, montaba —in situ— estructuras que le permitían crear un cuarto oscuro en medio de la selva y en algunas ocasiones hasta un cuarto de revelado. Durante sus expediciones también intentaba copiar las formas y relieves que encontraba en las ciudades, sobre papel maché y otros materiales. Así que además del equipo fotográfico, cargaba lo que podía en las bolsas de los pantalones y hasta en enormes costales que cargaba al hombro y sobre la espalda. Cuando ya no podía más, repartía el resto del peso en los hombros de los nativos que lo acompañaban y en en el lomo de algunas mulas. Por si fuera poco, los enormes negativos —que tenían un tamaño similar al de una hoja oficio— eran guardados en pesadas cajas de madera para evitar que rompieran. Estos negativos en vidrio ayudaban a dar más definición en la impresión para las publicaciones de la época. Charnay contó alguna vez que tras haber recorrido media península de Yucatán, durante el Gobierno de Benito Juárez, lo confundieron con un espía francés, por lo que rompieron varios negativos de su enorme travesía.[caption id="attachment_223084" align="aligncenter" width="600"]
Fougère arborescente (1863). Désiré Charnay / Vía Gilman Collection y The Met.[/caption]Decepcionado, volvió a Francia. Pero regresó a México una vez más, a los 58 años, para encontrarse con el recién inaugurado tren que conectaba Mérida con la ciudad de Peto, a más de 180 kilómetros. De este viaje escribió un libro con imágenes titulado Mi última expedición a Yucatán, pero no se retiró, sino que buscó nuevas aventuras en Madagascar, Java, Indonesia y en América del Sur. Siempre interesado en los estudios antropológicos. De su vida personal no se sabe tanto como de su mirada. Tal vez porque la la dedicó a la exploración. Así lo hizo hasta que no pudo más. De las primeras imágenes de Désiré Charnay sin camisa, sombrero de ala ancha y cargando lo que su cuerpo le permitiera, sólo quedaban recuerdos en su departamento de París, donde murió de neumonía. En una de sus últimas fotografías personales aparece canoso y con un bigote perfectamente peinado, vistiendo un deslumbrante smoking.Su labor fotográfica y arqueológica inspiró a otros a hacer lo mismo, y a 132 años de su última expedición, las cosas han cambiado bastante. Los equipos fotográficos ya no pesan 1,500 kilogramos, ahora un teléfono celular con cámara integrada puede pesar tan sólo 150 gramos.También en Gatopardo:Kati Horna: luz y misterioStacey CloverDescubrimiento del Gran Acuífero Maya