El rastro de los hilos

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Fotografía de
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Traducción de

Entre los vestigios de la tradición textil en México, surge un proyecto que distingue la nobleza de los materiales en crudo. Caralarga es una marca, de indumentaria, joyería y piezas en gran formato, que propone un panorama optimista para su comunidad y respetuoso con su medio.

Al seguir la ruta del insigne acueducto de la ciudad de Santiago de Querétaro, a pocos kilómetros de distancia de su centro histórico, se encuentra la fábrica El Hércules, que se ubica en el distrito resi­dencial homónimo. Construida en el siglo XVII para la manufactu­ra de telas de algodón, hoy queda como un rastro pintoresco de la industria textil en México, que durante mucho tiempo se constituyó como una de las más relevantes para su economía. En las últimas décadas, con la apertura comercial de países como China, la rama textilera nacional dejó de ser competitiva, por lo que más de la mitad de esta fábrica quedó abandonada.En 2013 Ana Holschneider, comunicóloga oriunda de la Ciudad de México, descubrió que algunos telares habían permanecido en funcionamiento: sobre los instrumentos de tejido, había millares de hilos de algodón almidonado —el almidón hidrata las fibras y evita que se enreden—, libres de químicos y cualquier tipo de tinte, ordenados para la elaboración de mezclilla, manta y gabardina. Estas telas, cuando se procesan para comercializarse, generan una cantidad significativa de desperdicio textil. Ante este encuentro, la empresaria de 38 años ideó Caralarga, un proyecto que abarca el diseño de joyería, indumentaria y piezas ornamentales de gran for­mato fabricadas en su totalidad con dichos materiales. La propuesta busca, además, devolverle a la comunidad la fuerza económica que la textilería aportó en el pasado.

Caralarga

En 2014 Caralarga inició su producción de accesorios textiles hechos con el hilo de algodón crudo recuperado de los talleres de El Hércules: pendientes, brazaletes, gargantillas y cinturones que diseñó Holschneider junto con Socorro Gasca, maestra artesana, y convirtió en objetos ingeniosos que potencializan el uso y va­lor estético de su materia prima. Años más tarde, con la intención de reutilizar también las telas de “segunda mano” o con errores mí­nimos en el tejido, así como de sumar más personas al proyecto, la marca presentó sus primeras colecciones de ropa, Santos y Nubes, prendas femeninas y masculinas elaboradas a partir de con­fecciones y cortes simples con aplicaciones decorativas del mismo hilo. Estas piezas resaltan la nobleza de los materiales crudos y man­tienen de forma orgánica la línea conceptual de Caralarga.

Caralarga-Bolsa-Lluvia

[read more]La empresa ha crecido en alianza con colaboradores externos que integran distintos elementos a sus productos sin alejarse de su misión responsable con el entorno. Proyectos como el centro comu­nitario La Esperanza, en Querétaro, y la Fundación de las Haciendas del Mundo Maya, en la península de Yucatán, han participado en colecciones como Ancestral, una gama de accesorios que imple­menta el tallado en cuerno de toro y piezas de gran formato con destacados coloridos en fibra sansevieria que los artesanos de Ta­ller Maya en Tankuché, Campeche, tiñen con ingredientes naturales. Holschneider, su socia Ariadna García y Gasca coordinan la inte­gración organizada de distintas asociaciones al desarrollo de sus productos, lo que conserva el sello inconfundible de la marca en todas sus escalas.

Caralarga

Las creaciones de Caralarga, desde los sobrios acabados en sus diseños hasta sus grandes piezas para espacios, se encuentran ex­hibidas en tres ciudades del país: dentro de su taller y showroom en Hércules, Querétaro; en el Museo Tamayo, el Museo Nacional de Antropología y Onora Casa, en la Ciudad de México; y en Casa Tho, en Mérida, Yucatán.[/read]

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Entre los vestigios de la tradición textil en México, surge un proyecto que distingue la nobleza de los materiales en crudo. Caralarga es una marca, de indumentaria, joyería y piezas en gran formato, que propone un panorama optimista para su comunidad y respetuoso con su medio.

Al seguir la ruta del insigne acueducto de la ciudad de Santiago de Querétaro, a pocos kilómetros de distancia de su centro histórico, se encuentra la fábrica El Hércules, que se ubica en el distrito resi­dencial homónimo. Construida en el siglo XVII para la manufactu­ra de telas de algodón, hoy queda como un rastro pintoresco de la industria textil en México, que durante mucho tiempo se constituyó como una de las más relevantes para su economía. En las últimas décadas, con la apertura comercial de países como China, la rama textilera nacional dejó de ser competitiva, por lo que más de la mitad de esta fábrica quedó abandonada.En 2013 Ana Holschneider, comunicóloga oriunda de la Ciudad de México, descubrió que algunos telares habían permanecido en funcionamiento: sobre los instrumentos de tejido, había millares de hilos de algodón almidonado —el almidón hidrata las fibras y evita que se enreden—, libres de químicos y cualquier tipo de tinte, ordenados para la elaboración de mezclilla, manta y gabardina. Estas telas, cuando se procesan para comercializarse, generan una cantidad significativa de desperdicio textil. Ante este encuentro, la empresaria de 38 años ideó Caralarga, un proyecto que abarca el diseño de joyería, indumentaria y piezas ornamentales de gran for­mato fabricadas en su totalidad con dichos materiales. La propuesta busca, además, devolverle a la comunidad la fuerza económica que la textilería aportó en el pasado.

Caralarga

En 2014 Caralarga inició su producción de accesorios textiles hechos con el hilo de algodón crudo recuperado de los talleres de El Hércules: pendientes, brazaletes, gargantillas y cinturones que diseñó Holschneider junto con Socorro Gasca, maestra artesana, y convirtió en objetos ingeniosos que potencializan el uso y va­lor estético de su materia prima. Años más tarde, con la intención de reutilizar también las telas de “segunda mano” o con errores mí­nimos en el tejido, así como de sumar más personas al proyecto, la marca presentó sus primeras colecciones de ropa, Santos y Nubes, prendas femeninas y masculinas elaboradas a partir de con­fecciones y cortes simples con aplicaciones decorativas del mismo hilo. Estas piezas resaltan la nobleza de los materiales crudos y man­tienen de forma orgánica la línea conceptual de Caralarga.

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Las creaciones de Caralarga, desde los sobrios acabados en sus diseños hasta sus grandes piezas para espacios, se encuentran ex­hibidas en tres ciudades del país: dentro de su taller y showroom en Hércules, Querétaro; en el Museo Tamayo, el Museo Nacional de Antropología y Onora Casa, en la Ciudad de México; y en Casa Tho, en Mérida, Yucatán.[/read]

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Al seguir la ruta del insigne acueducto de la ciudad de Santiago de Querétaro, a pocos kilómetros de distancia de su centro histórico, se encuentra la fábrica El Hércules, que se ubica en el distrito resi­dencial homónimo. Construida en el siglo XVII para la manufactu­ra de telas de algodón, hoy queda como un rastro pintoresco de la industria textil en México, que durante mucho tiempo se constituyó como una de las más relevantes para su economía. En las últimas décadas, con la apertura comercial de países como China, la rama textilera nacional dejó de ser competitiva, por lo que más de la mitad de esta fábrica quedó abandonada.En 2013 Ana Holschneider, comunicóloga oriunda de la Ciudad de México, descubrió que algunos telares habían permanecido en funcionamiento: sobre los instrumentos de tejido, había millares de hilos de algodón almidonado —el almidón hidrata las fibras y evita que se enreden—, libres de químicos y cualquier tipo de tinte, ordenados para la elaboración de mezclilla, manta y gabardina. Estas telas, cuando se procesan para comercializarse, generan una cantidad significativa de desperdicio textil. Ante este encuentro, la empresaria de 38 años ideó Caralarga, un proyecto que abarca el diseño de joyería, indumentaria y piezas ornamentales de gran for­mato fabricadas en su totalidad con dichos materiales. La propuesta busca, además, devolverle a la comunidad la fuerza económica que la textilería aportó en el pasado.

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En 2014 Caralarga inició su producción de accesorios textiles hechos con el hilo de algodón crudo recuperado de los talleres de El Hércules: pendientes, brazaletes, gargantillas y cinturones que diseñó Holschneider junto con Socorro Gasca, maestra artesana, y convirtió en objetos ingeniosos que potencializan el uso y va­lor estético de su materia prima. Años más tarde, con la intención de reutilizar también las telas de “segunda mano” o con errores mí­nimos en el tejido, así como de sumar más personas al proyecto, la marca presentó sus primeras colecciones de ropa, Santos y Nubes, prendas femeninas y masculinas elaboradas a partir de con­fecciones y cortes simples con aplicaciones decorativas del mismo hilo. Estas piezas resaltan la nobleza de los materiales crudos y man­tienen de forma orgánica la línea conceptual de Caralarga.

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Las creaciones de Caralarga, desde los sobrios acabados en sus diseños hasta sus grandes piezas para espacios, se encuentran ex­hibidas en tres ciudades del país: dentro de su taller y showroom en Hércules, Querétaro; en el Museo Tamayo, el Museo Nacional de Antropología y Onora Casa, en la Ciudad de México; y en Casa Tho, en Mérida, Yucatán.[/read]

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Al seguir la ruta del insigne acueducto de la ciudad de Santiago de Querétaro, a pocos kilómetros de distancia de su centro histórico, se encuentra la fábrica El Hércules, que se ubica en el distrito resi­dencial homónimo. Construida en el siglo XVII para la manufactu­ra de telas de algodón, hoy queda como un rastro pintoresco de la industria textil en México, que durante mucho tiempo se constituyó como una de las más relevantes para su economía. En las últimas décadas, con la apertura comercial de países como China, la rama textilera nacional dejó de ser competitiva, por lo que más de la mitad de esta fábrica quedó abandonada.En 2013 Ana Holschneider, comunicóloga oriunda de la Ciudad de México, descubrió que algunos telares habían permanecido en funcionamiento: sobre los instrumentos de tejido, había millares de hilos de algodón almidonado —el almidón hidrata las fibras y evita que se enreden—, libres de químicos y cualquier tipo de tinte, ordenados para la elaboración de mezclilla, manta y gabardina. Estas telas, cuando se procesan para comercializarse, generan una cantidad significativa de desperdicio textil. Ante este encuentro, la empresaria de 38 años ideó Caralarga, un proyecto que abarca el diseño de joyería, indumentaria y piezas ornamentales de gran for­mato fabricadas en su totalidad con dichos materiales. La propuesta busca, además, devolverle a la comunidad la fuerza económica que la textilería aportó en el pasado.

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Al seguir la ruta del insigne acueducto de la ciudad de Santiago de Querétaro, a pocos kilómetros de distancia de su centro histórico, se encuentra la fábrica El Hércules, que se ubica en el distrito resi­dencial homónimo. Construida en el siglo XVII para la manufactu­ra de telas de algodón, hoy queda como un rastro pintoresco de la industria textil en México, que durante mucho tiempo se constituyó como una de las más relevantes para su economía. En las últimas décadas, con la apertura comercial de países como China, la rama textilera nacional dejó de ser competitiva, por lo que más de la mitad de esta fábrica quedó abandonada.En 2013 Ana Holschneider, comunicóloga oriunda de la Ciudad de México, descubrió que algunos telares habían permanecido en funcionamiento: sobre los instrumentos de tejido, había millares de hilos de algodón almidonado —el almidón hidrata las fibras y evita que se enreden—, libres de químicos y cualquier tipo de tinte, ordenados para la elaboración de mezclilla, manta y gabardina. Estas telas, cuando se procesan para comercializarse, generan una cantidad significativa de desperdicio textil. Ante este encuentro, la empresaria de 38 años ideó Caralarga, un proyecto que abarca el diseño de joyería, indumentaria y piezas ornamentales de gran for­mato fabricadas en su totalidad con dichos materiales. La propuesta busca, además, devolverle a la comunidad la fuerza económica que la textilería aportó en el pasado.

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