1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
Ante la realidad violenta que enfrentamos, en México no se detienen los esfuerzos para construir una cultura de paz.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.
1. Al borde del abismo Del estudio y la experiencia se deriva comprensión. En México el sendero ha sido largo y doloroso, y los esfuerzos desesperados por encontrar respuestas adecuadas a la violencia y desarrollar una cultura de paz han rendido frutos que con frecuencia la bruma de la guerra no permite distinguir. Cierto es que la construcción de paz en México ha sido un proceso difícil y con desarrollos simultáneos no carentes de contradicción: por un lado el gobierno militariza la seguridad pública y por el otro en la sociedad crece la conciencia de la necesidad de educar para la paz; por un lado vemos caras cada vez más aberrantes de descomposición humana y por el otro no cesan los esfuerzos para institucionalizar mecanismos que protejan la humanidad de las personas: ahí están, en un mismo tiempo y un mismo lugar, episodios vergonzosos epítomes de la indignidad como Tlatlaya e Iguala, junto al trabajo largo y duro para construir un sistema de justicia profesional, moderno y respetuoso de los derechos humanos como lo es la Reforma al Sistema de Justicia Penal. Lado a lado, en nuestra realidad conviven la inhumana sordidez de la degradación social con la esperanza, el trabajo y los esfuerzos para construir un futuro mejor. La realidad es así: un conjunto complejo, contradictorio, de tonos grises alejado del blanco y negro que se retrata con frecuencia el discurso político o la ficción. La violencia armada es tan real como lo es la corrupción en tanto violencia incrustada en la sociedad y sus instituciones. Ahí están, sí, pero no están solas: las iniciativas para aliviar el dolor, para reconstruir tejido social, para fomentar convivencia, para instituir mecanismos no violentos de atención de conflictos, para impulsar la educación para la paz, para recordar el valor de la dignidad humana, para recuperar un sentido de comunidad, para restituir la confianza de gobernados en gobernantes, para despertar un sentido de responsabilidad, para abrir espacios de participación, para sembrar un sentido de compromiso ciudadano y para devolver la mística profesional al servicio público están ahí también. Existen logros, muchos e importantes, que no son producto de la ocurrencia ilustrada, ni resultado de arreglos políticos –en el sentido mediocre del término- ni saldo de imposiciones sectarias o de mera serendipia, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje, trabajo y construcción conjunta de alternativas. Hay que conocer esos logros, valorarlos, difundirlos y defenderlos: de ello depende nuestra salida del abismo. 2. Construir paz Los desarrollos han tenido lugar en múltiples niveles y sectores. A nivel federal, desde el sexenio pasado, en 2008, se aprobó la Reforma al Sistema de Justicia Penal –que entre otros aspectos, implicó la modificación de 10 artículos de la Constitución– con la meta, no sólo de hacer más eficiente –y eficaz– el sistema, sino también –no menos importante– de hacerlo más humano: ahí está la presunción de inocencia (art. 20), ahí están los métodos alternos de solución de conflictos elevados a rango constitucional (art. 17) y ahí está también la revalorización de la dignidad laboral como pre-requisito profesional para el ejercicio del servicio público. Del mismo modo, ya en la administración actual, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 consideró la institución de un Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia que atendiera con herramientas sociales los factores de riesgo que facilitan el crecimiento de infracciones a la ley, y no sólo, como hacía la aproximación tradicional, sus consecuencias mediante mecanismos policiacos. En 2016, la educación para la paz, el fomento a la cultura de paz, la convivencia, el diálogo y la mediación entre otras tareas y metas están ahí considerados con un presupuesto de más de 2,015 millones de pesos (alrededor de 112 millones de dólares). A nivel estatal en el sector público también existen esfuerzos como el Programa de Valores por una Convivencia Escolar Armónica de la Secretaría de Educación en el Estado de México que, aunque cuenta con un presupuesto relativamente reducido (30 millones de pesos –1.6 millones de dólares–) para impactar a casi 6 millones de estudiantes, compensa el déficit financiero con gran inventiva, iniciativa, imaginación e integridad: diseñan manuales, programas de estudio –maestría y doctorado– y de capacitación continua, congresos nacionales e internacionales, campañas de difusión, concursos de experiencias exitosas en construcción de paz, protocolos de acción para la prevención, publicaciones, etc. En mayo del 2016 la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión aprobó un dictamen para reformar la Ley General de Cultura Física y Deporte con el objetivo de fomentar la cultura de la paz y la no violencia en el deporte. Este logro es apenas la punta de un iceberg de un esfuerzo de más larga data: desde hace más de un lustro diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas, académicos, artistas, empresarios y periodistas habían estado cabildeando en el congreso y organizando foros de discusión, campañas de difusión, documentos de análisis y propuestas para la creación de la Comisión Nacional para la Cultura de Paz (COMNAPAZ). Gran meta que todavía está por materializarse. Pero el crecimiento, fortalecimiento y expansión de la cultura de paz en las diversas áreas que la componen (educación para la paz, prevención de la violencia, procesos de reconstrucción, reconciliación y rehabilitación, manejo del trauma, etc.) es diversa y cada vez más sofisticada en el seno mismo de la sociedad. En diversas universidades la paz ha encontrado ya un hogar como disciplina académica. Diversas instituciones públicas y privadas de estudios profesionales se han ido subiendo al barco de la educación y la investigación para la paz. La Universidad Autónoma del Estado de México sumó recientemente a su ya antigua maestría en Estudios de Paz y Desarrollo, una Licenciatura en Medios Alternos de Solución de Conflictos; la Universidad Albert Einstein es pionera en el circuito privado con su programa de Maestría en Estudios de Paz; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez recientemente ha abierto un Centro de Investigación para la Paz al igual que la Universidad Autónoma de Querétaro –esta última además, dedicó, en una magna ceremonia, la biblioteca central de su Campus en San Juan del Río al fundador de la investigación para la paz, Johan Galtung en el año 2014, con la presencia del propio Dr. Galtung– y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha abierto recientemente también un Centro de Estudios para la Cultura de Paz en su Campus Ciudad de México. Son estos apenas algunos de los desarrollos existentes para atender una realidad desesperada y dolorosa. 3. Frente a frente Los logros no son pocos ni menores, pero tampoco son suficientes. Las reformas recientes a los marcos normativos que regulan las atribuciones con base en los cuales opera la Secretaría de la Defensa en materia de seguridad pública representan un retroceso a los esfuerzos conjuntos de construcción de paz y anuncian un futuro ominoso en materia de prevención de la violencia social y manejo de conflictos por medios no violentos. Pero movimientos en esa dirección encuentran respuesta en esfuerzos que avanzan en dirección contraria. Los mismos agentes encargados del diseño e impulso de la COMNAPAZ –en esencia, un colectivo de grupos pertenecientes a la sociedad civil organizada– han avanzado una Propuesta Integral de Reforma en Cultura de Paz, que entre otras cosas, busca elevar a rango constitucional la Cultura de Paz adicionándola al artículo 3º; el establecimiento de un servicio para la paz como alternativa al servicio militar y la institucionalización de la Medalla Alfonso García Robles –único mexicano Premio Nobel de la Paz– como reconocimiento del Congreso de la Unión a individuos u organizaciones con un trabajo destacado al servicio de la cultura y la educación para la paz. La realidad es así: un conjunto de claroscuros que conviven en realidades sociales y políticas en las que la contradicción es frecuente. ¿Es violenta la realidad que enfrentamos? Sí, es tan violenta como reales son los esfuerzos que se hacen para atenderla por medios pacíficos. Lo que sufrimos hoy es un resultado de lo que se hizo –o se dejó de hacer ayer– del mismo modo en que el futuro dependerá de lo que decidamos hacer –o ignorar– en el presente. fernando.montiel.t@gmail.com*Imagen principal: "PAZ" de Jeremias Pereira, disponible en Flickr. Utilizada bajo Licencia Atribución 2.0 Genérica de Creative Commons.