El escritor Neil Gaiman es uno de los mayores referentes de la cultura pop derivada de la literatura fantástica. Es una figura muy mediática, sí, pero no hay que olvidar que también es un imaginador de primera línea, un excelente narrador. Sabe adaptar mitos antiguos con naturalidad porque los conoce profundamente. The Sandman, en su versión para streaming, es la adaptación más reciente del cómic del mismo título. ¿Qué tan exitosa es esta versión?, ¿qué virtudes y defectos tiene?, ¿cómo se compara con la adaptación de otras obras?
Los sueños son historias. A veces parece que no tienen sentido o que son “muy locos”, poblados de seres imposibles, incomprensibles bajo la lógica de la vigilia; otras, tienen una trama coherente y quisiéramos poder atraparla o reflejarla en diarios oníricos, en narraciones o anécdotas. En la primera secuencia de The Sandman, de Neil Gaiman, la voz del protagonista nos da la bienvenida a ese, su reino, el reino de los sueños y, por ende, al reino de las historias.
Esta versión de The Sandman es una adaptación en diez episodios de los dos primeros tomos del formato trade de la novela gráfica, Preludes & Nocturnes y The Doll’s House, además de un episodio doble que adapta dos cuentos (digamos) independientes que se sitúan en el mismo universo: A Dream of a Thousand Cats y Calliope. Los primeros seis episodios y el onceavo son los más afortunados. Del uno al seis, el hilo de la trama, centrado en el protagonista, es muy claro: Dream debe recuperar sus tres herramientas, símbolos que le confieren poder y contienen parte de su esencia; en el episodio siete hay un cambio no solo de foco (nos centramos en Rose, una chica que busca a su hermanito perdido), sino de ritmo y el tratamiento de los personajes es un poco más flojo. El episodio once, que se incorporó al streaming dos semanas después, empieza con un trabajo impecable de animación y refleja mucho mejor la capacidad de Morpheus de adoptar distintas formas, de acuerdo con cada ser que lo interpela. Pero vale la pena ver todos los capítulos para abarcar la idea de que esta es, en realidad, una serie de historias enlazadas.
El episodio cinco es una muestra del terror más inquietante: un humano entra en posesión de la joya que materializa los sueños y decide que lo único “verdadero” son los impulsos más abyectos de la gente; para no arruinarle el efecto a quien no conozca la referencia, es mejor no decir mucho más, sólo habría que alertar al público, a ese episodio hay que entrar con mucho estómago. Y el seis, al que se llega un poco sin aliento, es un bálsamo, una representación muy hermosa de uno de los conceptos humanos más difíciles de conciliar, el de la muerte; esta personificación de Death, en manos de Kirby Howell-Baptiste, es de lo más bello que tiene esta serie. En este episodio se combina con una entrañable historia de amistad.
Neil Gaiman, el guionista de la novela gráfica que sirve como material de base para la serie (de la que también es productor ejecutivo), es una rareza de escritor: demasiado cool desde su época de rockero-darketo, demasiado gentil para ser un escritor-hombre-blanco-privilegiado, y ahora demasiado famoso para seguir siendo de culto (desde hace al menos diez años); es un autor muy querido por la gente que lo lee y se ha ganado ese cariño con sus obras, en primer lugar, pero también por cómo ha interactuado desde siempre con el público desde su blog y su cuenta de Twitter, por ejemplo. En el fondo, creo que nos ha engañado, porque en realidad es un nerd en toda regla. Lector voracísimo e imaginador de primera línea, Neil Gaiman se ha convertido en uno de los referentes más importantes de la cultura pop del siglo XXI, derivada de lo fantástico y lo literario.
The Sandman es un cómic cuyo personaje principal había quedado medio olvidado en el universo de DC desde los años setenta. En 1988 un Neil Gaiman que estaba cumpliendo veintiocho años retomó al personaje, reinventó su universo de ficción y empezó a escribir los guiones por encargo de la editora Karen Berger (que tendría, acaso, unos treinta), la primera directora de Vertigo Comics (una rama de DC Comics que ya desapareció, pero que fue casa de Alan Moore, por ejemplo). Esta época de los cómics se publicó entre 1989 y 1996. El protagonista es Dream o Morpheus, rey de Dreaming (el Reino del Sueño), cuya función es controlar los sueños; forma parte de la familia de The Endless, siete hermanos que son (en orden del mayor a la menor): Destiny, Death, Dream, Destruction, Desire, Despair y Delirium (que primero fue Delight); esta es una familia formada por entidades metafísicas más antiguas que los dioses.
El argumento de cada entrega explora el mundo de la vigilia y el onírico y sus límites, también parte del principio de que los sueños no son simplemente residuos de la realidad en un rincón de nuestra mente, sino un universo en sí mismo. El cómic está lleno de referencias literarias, mitológicas y, básicamente, lo que se considera referencias de “alta cultura”, pero Neil Gaiman, igual que en el resto de su obra, las incorpora con la naturalidad de alguien que conoce bien el material que está usando y que forma parte de su imaginario. En algún momento de los noventa, Sandman superó en ventas a Batman y a Superman; no reproducía los tropos más usuales de los superhéroes y quizá gracias a eso se ganó un lugar muy importante en la vida de la gente lectora. Entre muchas otras cosas, se convirtió en el punto de intersección entre quienes consumían cómics y quienes leían literatura, en un momento en que esos dos artes se suponían apartados entre sí.
Esta no es la primera adaptación de Sandman que llega a buen término: en 2020 una empresa muy famosa que reparte cosas, vende libros y hace audiolibros hizo una con James McAvoy en el papel de Morpheus y el propio Gaiman como narrador. Yo intento no comprarle nada a esa empresota (cuyos trabajadores acaban de lograr un sindicato), pero me da muchísima curiosidad cómo habrán adaptado esta obra a un medio absolutamente privado de imágenes, solo con sonidos.
Esta serie que ahora nos ocupa es, sin embargo, la más ambiciosa y la única que ha dejado contento a su autor, después de varios intentos por hacer películas en las que el resultado sería, si acaso, muy pobre. El cómic de Sandman es, hasta ahora, el trabajo más importante de Neil Gaiman, no solo porque lleva algunas décadas ganando más y más fans, sino porque es una obra monumental en muchos sentidos. Él mismo dice que le sorprende todo lo que sabía su yo de treinta y pocos y que esta novela gráfica ha envejecido casi mejor de lo que merecía.
Se ha discutido mucho (como parece ser la norma en estos días) la adaptación a serie de televisión, si es que esto sigue siendo “televisión”. Al parecer, la opinión tiende a dividirse en dos (como parece también ser la norma): quienes la aman porque les parece muy fiel y adecuada y quienes la detestan porque no es idéntica al material original. También hay una facción que dice que es demasiado fiel a su fuente, lo cual me desconcierta al grado de que prefiero ignorar esa opinión.
En 2022 esta serie tiene un elenco en el que abundan las personas que no son blancas y las que no son heteronormadas. Pero desde 1989 varios de los personajes más importantes ya eran no heteronormados; y que no toda la gente sea blanca (en especial desde el punto de vista anglosajón, sea gringo o inglés) es una consecuencia natural de cómo trabaja Neil Gaiman. Por ejemplo, en The Dreaming hay una inmensa biblioteca que contiene todos los libros que se han escrito o se escribirán y la bibliotecaria en jefe, Lucienne, de ser un señor blanco pasó a representarse como una mujer negra; Gaiman dijo en 2014 que gracias a Ursula K. Le Guin aprendió a hacerse una pregunta fundamental: “¿hay alguna razón de peso por la que este personaje sea forzosamente hombre?, si no, entonces puede no serlo”. Además, en entrevistas recientes declaró que si se hubieran limitado a buscar solo señores blancos y altos para este personaje, habrían restringido muchísimo el espectro de personas que podrían encarnarlo, y Vivienne Acheampong hace un papel memorable. John Constantine (que tiene su propia película con Rachel Weisz, Keanu Reeves y Tilda Swinton) es en esta serie Johanna Constantine (interpretada por Jenna Coleman), pero no es un cambio arbitrario, continúa una línea que ya está en el material original, desde hace más de veinte años. Los directores y productores de la serie no están haciendo eso que ahora llaman “ser políticamente correcto” ni están aplacando el posible escrutinio de las mentes (supuestamente) biempensantes, están adaptándose también al presente.
En este sentido, Sandman no estuvo adelantado a su tiempo como obra literaria, sino que era parte de su tiempo y reflejaba lo que Neil Gaiman, pero también los dibujantes y demás colaboradores, veían en el mundo y a su alrededor; esto, más allá de lo que se suponía que tenía que reflejar un cómic de superhéroes. En esa misma línea, la adaptación en streaming no está más atrás ni más adelante en el tiempo: está en este momento, lo refleja con las herramientas que tiene y, me parece, de la mejor manera que puede. Por lo tanto, hay más mujeres, hay más personas que no son blancas, hay más personas que no son hombres-blancos-privilegiados, y hay más personas no heteronormadas que en el común de las adaptaciones de superhéroes a la pantalla; eso puede ser una virtud, pero es, sobre todo, una muestra de fidelidad a uno de los principios que mueven el arte: el de mostrar lo que somos los seres humanos, cómo somos, el de ir más allá del simple aspiracionismo comercial. Quizá lo que ha hecho Sandman no es haberse adelantado, sino permanecer vigente a lo largo de tres décadas y, en la actualidad, muestra esa vigencia por medio de cambios que están de acuerdo a cómo se ven las cosas hoy en día a través de los ojos del autor.
Estamos en una saturación mediática de adaptaciones de “universos”, el de Marvel, el de Star Wars, el de DC (al parecer, el menos exitoso a nivel comercial, hasta ahora, en sus películas), el universo en el que todas las películas y muchas de las series repiten hasta el hartazgo las fórmulas que han probado ser buenas para hacer dinero rápido y en el que todo depende de cuánto se recaba en una semana o un mes. Unas semanas para decidir si algo tiene éxito o fracasa, entendido con “éxito” un mínimo de dinero recaudado. Pero Sandman siempre estuvo en su propio universo, el de narrar, el de hacer cajas chinas y de encontrar conexiones entre personajes y tramas, el de contar, como en tantas otras obras, lo que a su autor le interesa y reflejar lo que le parece importante. Y solo por eso esta serie es un acierto.
Neil Gaiman está ya muy habituado a que sus obras fluyan entre un medio y otro, de la película de Coraline —noveleta que, según desde qué ángulo se mire, es superterrorífica— a la serie de Good Omens —novela que escribió a cuatro manos con el genial Terry Pratchett (RIP)—, de la dramatización en radio de Neverwhere —que fue primero una serie de tele y luego una novela— a la adaptación teatral de The Ocean at the End of the Lane, una novela breve que es muy superior a muchísimas de las otras obras de Neil Gaiman, para mí, incluso mejor que American Gods, una novela demasiado larga y una serie muy olvidable; él mismo ha participado en muchos de esos trasvases. De Good Omens, por ejemplo, están haciendo la segunda parte de la serie, con base en las conversaciones que mantuvieron Gaiman y Pratchett hace muchos años, con la idea de hacer una secuela que no lograron escribir, pero sí imaginaron; Gaiman estuvo muy involucrado en la primera adaptación porque el propio Terry se lo pidió, era una deuda con su amigo muerto. Es posible que Good Omens, la serie, haya servido para facilitar (además de adaptaciones como Game of Thrones, claro) que ahora pudiéramos ver en pantalla cómo atrapan a Morpheus en una esfera de cristal. Esto, en parte, es lo que ha hecho de Neil Gaiman una figura mediática más que un escritor, pero no hay que olvidar que eso es lo que es, ante todo, un contador de historias.
En Norse Mythology, por ejemplo, da cuenta de la mitología nórdica (diríamos vikinga, coloquialmente), en un estilo comprensible, entretenido y entrañable, lo que hace que sea una obra accesible; pero no hay que engañarse, esa aparente facilidad no proviene de diluir los temas ni de recortar tramos difíciles, viene de hacer del arte de contar una forma muy acabada. Las varias historias que habitan Sandman son las que le dan sentido a las tres mil páginas de material que ahora empezamos a ver en la pantalla. Una de las características de la obra original, y que podríamos llegar a ver con más fidelidad si hacen más temporadas, es que mezcla y entreteje varios arcos narrativos que se intersectan en mayor o menor medida con Dream, el señor de los sueños y las pesadillas; el planteamiento central es que Morpheus es atrapado por un mago principiante y su cautiverio dura más de cien años, esto tiene muchas consecuencias en el plano de la realidad, en tanto que está conectado con el plano de los sueños; también tiene consecuencias en el propio Dream: no solo encuentra su palacio medio derruido, porque no estuvo allí para mantenerlo, sino que aprende que debe cambiar para permanecer, y varios personajes lo ayudan en este cambio, voluntariamente o no.
Dream es quien crea los sueños y las pesadillas, por lo tanto, si una pesadilla, por ejemplo, quiere independizarse, una de sus tareas es regresarla a su lugar. Dream o Morpheus o Sueño u Oniros, o cualquiera de sus otros nombres, adopta distintas formas de acuerdo con quien lo mira o interactúa con él. Como su dominio es el sueño, es quien carga con todo el inconsciente colectivo de la humanidad entera y de otros seres que no son necesariamente humanos. Eso, por sí solo, justifica que sea una entidad sobrehumana y que, aunque no es sujeto de culto, se le compare con un dios. Gaiman dice que una de las razones que tuvo para elegir a Tom Sturridge para encarnarlo es que tiene entrenamiento de actor clásico: sabe cómo manejar su presencia en un escenario, sabe cómo decir las líneas con la cadencia adecuada y la entonación que requiere un ser que parece haber pensado ya todos los pensamientos posibles de la historia a lo largo del tiempo. La verdad es que Sturridge hace un papel fenomenal; es seductor, en un sentido muy amplio, para poder conducirnos al mundo del sueño, es siempre un personaje que parece estar a una distancia inmensa, mirando cómo los seres humanos somos muy pequeños y, simultáneamente, poseemos una imposible profundidad. Secuencias como la de Hécate (una figura recurrente, como otras varias, en la obra de Gaiman que se puede rastrear hasta las Hempstock, por ejemplo), sin mucha parafernalia visual y, por lo mismo, muy efectivas, demuestran cómo es su trato hacia otras criaturas míticas. Es verosímil su papel de rey y de observador, al mismo tiempo que transmite muy bien, con gestos apenas esbozados, cuando se conmueve o cuando se sorprende incluso. El actor tenía una tarea muy complicada y la ejecutó de la mejor manera.
Es verdad que la serie no hace una propuesta visual en cuanto al plano onírico (esta idea no es mía, es de Gabriela Damián Miravete, pero se la tomo prestada), en la serie, la representación visual es más bien tímida o convencional y, en ese sentido, limitada; esto quizá obedece a que los ejecutivos necesitaban comprobar el éxito aquel del que hablábamos arriba, antes de arriesgarse a experimentar con algo mucho más artístico o, incluso, “muy loco”. Otro aspecto que parece fallido es el del diseño de vestuario en algunos momentos y, en otros, el de maquillaje, hay un momento en que a un actor se le nota la sombra de la barba, cuando debería verse terso y pálido, una peluca me sacó una carcajada y en otro momento se ve un traje que está a todas luces mal cosido. ¿Cómo, en una serie millonaria, se colaron estos errores? Hay que recordar que esta filmación se hizo durante la pandemia y es muy posible que las condiciones fueran mucho más magras de lo que todos hubieran querido; y anotaría también que esa falibilidad no le resta belleza (aunque parezca contradictorio) a lo que sí vemos en pantalla: actuaciones excelentes; fascinantes narraciones que contienen varias estructuras; referencias shakespearianas, mitológicas e históricas; personajes superbien construidos que van de lo más abyecto y terrorífico a lo tierno y entrañable; momentos y secuencias no solo memorables, sino asombrosas.
Otro tema fascinante es la idea de que “los sueños pueden hacerse realidad”, una frase que podría apuntar a un desenlace deseable, pero que contiene muchos más matices si se le mira con más profundidad: si todos los sueños se hacen realidad, también pueden materializarse los más oscuros, los más dolorosos; además, ¿quién tiene el poder de tomar esa decisión? En fin, por muchas razones, es un producto que vale muchísimo la pena, se conozca o no el material original.
Recomiendo verla y, si se tiene curiosidad, visitar también los cómics (incluso la dramatización en audio, según entiendo también es excelente). Y me quedo con una idea que representa todos los planos narrativos que encarna The Sandman: We are such stuff as dreams are made on, and our little life is rounded with a sleep. La cita es de The Tempest, una de las obras de William Shakespeare, un personaje al que también ha escrito Neil Gaiman y que, en alguna historia, hizo un pacto con el dios del sueño.