En el testimonio de Arcelia Verduzco la impotencia se mezcla con las más horrendas preguntas: ¿Pude haber denunciado antes?, ¿pude haber prevenido lo que ocurrió?, ¿pude evitarlo al no dejar a mi niña sola?
“Mi caso es como el de muchas otras madres que han perdido una hija a manos de una persona cercana. También es el caso de muchas madres que, como yo, no han encontrado justicia”. El rostro de Arcelia Verduzco transmite una dignidad dolorosa. Han pasado seis años desde el feminicidio de su hija y las autoridades no han atrapado al culpable a pesar de que se sabe bien quién mató a Cintia Patricia Calderón Verduzco el 15 de septiembre de 2016. Los vecinos vieron entrar al domicilio, cuando Arcelia salió a trabajar a la maquila, a Omar Sánchez Puente, su pareja. Se sabe que tenían una relación tormentosa y que Omar era violento. Se sabe que Omar le guardaba rencor a Cintia porque la creía culpable de los problemas sentimentales que tenía con su madre. Las autoridades lo saben también, pero lo soltaron después de hacerle unas preguntas.
Su hermana encontró el cadáver. Tenía una almohada en la cara y estaba pegada a la cabecera de la cama, entre los peluches. Había sido apuñalada con el cuchillo que solía estar sobre la jaula del conejo, único testigo del crimen. Cintia tenía 19 años.
“Es una impotencia muy dura”, explica Arcelia. “Nos sentimos impotentes de saber que la persona que hizo el daño anda tranquila y quitada de la pena y que las autoridades no hacen nada al respecto”.
En 2019, el cineasta Javier Ávila se acercó a Arcelia para hablar de su caso. En la conversación se comenzó a hablar de un posible proyecto documental sobre el feminicidio de Cintia, pero también sobre la violencia que lo precedió y que sigue cobrando víctimas. Niña sola es el testimonio de las personas cercanas a Cintia, un testimonio de culpa e impotencia; el testimonio de amenazas latentes, el testimonio de la desesperanza en un círculo asfixiante de violencia.
"Me interesaba tratar con las personas que vivieron esto”, explica el cineasta. ”Llegué al caso a través de Saúl Ramírez, un reportero de Zeta. Desde ese primer encuentro, Arcelia me abrió las puertas de su casa. Ella tenía la necesidad de que se hiciera la película y de que el caso de Cintia tuviera atención mediática. Porque, salvo este reportaje breve que hizo Saúl, el asesinato de Cintia no fue cubierto por los medios, había quedado en el olvido de la autoridad y de la gente".
Arcelia le abrió las puertas al joven cineasta, le permitió grabar su día a día, le contó lo sucedido, le dio material de archivo y le mostró todo lo que dejó Cintia, su cuarto, sus recuerdos, sus peluches, su conejo.
"Cuando conozco a Javier y me propone hacer el documental, al principio pensaba que no podría contarle mi vida a alguien que no fuera de mi familia”, explica Arcelia. “Pero a veces es mejor contárselo a una persona externa porque te juzgan menos que la familia. Cuando yo conozco a Javier y lo invito a venir a mi casa para que me platique su proyecto, se me hace una persona muy amable, muy comprensiva y eso es lo que me anima a contarle mi historia, aunque fue difícil abrir esas heridas que todavía no cerraban."
En el documental, las imágenes del conejo de Cintia son desesperantes. Hay algunas grabadas por el director y otras por Cintia, probablemente, con un celular. Ahí está el conejo, comiendo, caminando, viviendo sin darse cuenta del horror que lo rodea. Ese testigo del horror sigue ahí. Su vida no cambió mucho.
También las imágenes de archivo en el documental de Ávila son todas dolorosas. Ahí aparece Cintia, viva, haciendo lo que siempre hacía. Una presencia que nos recuerda una ausencia. “A mí me parecía que, de alguna forma, se le tenía que hacer justicia a su imagen. Era necesario ver cómo se peinaba, cómo pasaba momentos con su pareja. Le encantaba filmarse”, explica Javier Ávila sobre el material de archivo que usó en el documental. Las imágenes que quedan de Cintia son un retorno doloroso. Como la casa, como los peluches, como el conejo, Cintia está y no está en esas imágenes que, en este y muchos otros casos, se han convertido en una necesidad política.
“El mundo nos jode tanto la cabeza que podemos perder la memoria para defendernos, para encapsularlos, para no sentirnos lastimados y ahí hay un proceso violento. Queremos olvidar porque no queremos volver a vivir ciertas cosas. Por eso las imágenes son un arma de doble filo, son una forma de aferrarse al pasado”, dice el director. En las imágenes se cruzan los procesos del trauma y del olvido. Como dice el director, el trauma utiliza el olvido como mecanismo de protección, por eso hay una labor ética, violenta e intensa en el confrontarnos con las imágenes que queremos olvidar. Mientras las autoridades pasan por alto esta realidad, las imágenes nos confrontan con el mandato de recordar.
“El deber de no olvidar es la clave”, afirma Ávila. “Rossana Reguillo lo dice: estamos enfrentándonos a niveles de violencia inhumanos, nuevos, y alarmantes que han hecho que nos quedemos sin palabras. Ya no sabemos cómo nombrar este tipo de violencias. Tenemos que poder ver esta maldad a los ojos y no perder el habla. Cuando aprendamos a nombrar todo este horror, vamos a poder empezar a cambiarlo”.
El documental, entonces, se plantea como un acto de resistencia.
“Fue difícil abrir heridas que todavía no cerraban”, comparte Arcelia Verduzco. “Pero Javier y su equipo tuvieron la paciencia y las palabras para brindarme el consuelo necesario en ese momento. Fue una experiencia difícil, pero a la vez era algo que yo quería. Quería ser escuchada y esa fue la manera que encontré para hablar”.
“Con esta película quería averiguar de dónde sale esta violencia y por qué no se frena, por qué no la frenamos. Es una crítica hacia esta ideología machista que parece requisito para llamarte mexicano y también hacia las autoridades. ¿Dónde están? No es posible que no encuentren a este tipo después de seis años. Eso es falta de voluntad. La justicia no es para todos", denuncia Ávila.
Las preguntas de Niña Sola se extienden hacia el futuro. ¿Qué pasará con esos niños marcados por la violencia? En el documental, los nietos de Arcelia son una presencia inquietante. Le dicen que cuando crezcan quieren convertirse en superhéroes para salvar a Cintia, o ser policías para vengarla, o convertirse en delincuentes para encontrar y matar a su tío.
“Arrastramos todos los problemas de nuestros antepasados, heredamos sus formas de pensar y de actuar. Creo que esa es la clave, que no queremos transformar todas esas ideas. Nos es más fácil, teniendo ese manual, ese conocimiento del pasado, repetir siempre lo mismo, en vez de implementar nuevas ideas”, afirma Ávila. “El tema de los niños en el documental es muy preocupante, porque ellos también están marcados por ese acontecimiento y vamos a necesitar años para entender realmente cuál es el resultado de que hayan estado tan cerca de un acto tan violento que apenas empiezan a nombrar. Creo que ahí es donde deberían estar enfocadas nuestras acciones: en las nuevas generaciones”.
La violencia amenaza con repetirse y Arcelia entiende este esfuerzo documental como una forma de combatirla. Para ella, al menos, es una advertencia.
“Este es un tema que se vive día a día en este país. No soy la única que ha pasado por esto. Así como yo hay muchos más padres, madres, que desearían contar sus casos”, subraya Arcelia. “Espero que mi experiencia le sirva a muchos y aprendamos a no quedarnos calladas cuando hay violencia en nuestra casa, para evitar que terminemos perdiendo a un ser querido o perdiendo la vida nosotras mismas”.
En México, el cine de no-ficción se ha convertido en un lugar de protesta. Se producen 140 documentales al año en el país. La mayoría, de una manera u otra, trata temas relacionados con la violencia. Los documentales de Tatiana Huezo y Everardo González son un ejemplo. Películas como Hasta los dientes (2018), Cartel Land (2015), Presunto Culpable (2008), Los Plebes (2021), El Velador (2011), o Soles Negros (2019) son sólo algunos otros. Para Javier Ávila, esto es necesario.
“Creo firmemente que el cine es una herramienta de transformación social, sobre todo para la persona sensible, para la persona que está inconforme con su alrededor, para la persona que tiene preguntas, para la persona que se critica. Si no hacemos todas esas cosas, ¿para qué esta aquí?”, se cuestiona Ávila. “Sí solamente queremos vivir cómodamente, comprar cosas, nuestros viajes, lujos y demás, ¿qué sentido tiene estar aquí?”.
Para Arcelia Verduzco, toda protesta está también atravesada por la culpa, la revictimización más interiorizada, el miedo y el coraje. En su testimonio la impotencia se mezcla con las más horrendas preguntas: ¿Pude haber denunciado antes?, ¿pude haber prevenido lo que ocurrió?, ¿pude evitarlo al no dejar a mi niña sola? Al final, las respuestas de Arcelia son la materia misma del documental. No importa lo que ella hizo o dejó de hacer, sino lo que todavía puede enseñarle a otras mujeres atrapadas en el círculo violento que envuelve a este país.
“Este documental cuenta lo que yo pasé y que no supe ver a tiempo esas advertencias que me decían que algo estaba mal. Así como yo, debe haber miles de personas, tanto mujeres como hombres, que viven lo mismo y no lo detectan a tiempo. Espero que eso cambie. Espero que dejemos de proteger ese machismo y que apoyemos un poco más a las mujeres”, pide Arcelia. “Los invito a que vean este documental. Esta es una historia muy fuerte, pero es la realidad que vivimos día a día”.