El día 19 de septiembre de 2017, un terremoto sacudió el centro del país cuando Tatiana Bilbao y su equipo estaban por montar una retrospectiva de su trabajo en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey. “Me pareció que era absolutamente ridículo sentarnos a discutir lo lindos que eran nuestros proyectos mientras pasaba todo esto, así que pensé en cancelar la exposición”, dice la arquitecta mexicana al teléfono un miércoles por la tarde. “En la oficina se habían roto las paredes y se cayeron todos los muebles. Para el equipo fue una experiencia muy fuerte. Todos queríamos ayudar; como arquitectos, pensábamos que éramos los únicos que podíamos hacerlo, pero había que reconstituirnos primero”, recuerda.
Hubo que seguir adelante, así que decidieron que una parte del equipo montaría la exposición y agregaría un elemento más: un pedazo de uno de los muros que se rompieron en su oficina. Crítica del abandono en que el gobierno dejó a la mayoría de los damnificados, y de la forma en que desaprovechó una oportunidad de educar a la población en mejores técnicas de construcción, Bilbao añadió ese elemento a la muestra como evidencia de un compromiso. “Un recordatorio de que nos íbamos a dedicar a la reconstrucción. Para el 26 de septiembre ya éramos un grupo de 80 arquitectos, y para el 30, ya éramos 400. Estamos trabajando para reconstruir cinco comunidades del país”, dice la ganadora del Global Award for Sustainable Architecture en 2014, el premio Emerging Voices, otorgado por la Architecture League of New York, y el Design Award, al ser considerada entre los mejores arquitectos jóvenes en 2007.
Bilbao no cree en la arquitectura totalitaria que sale de una sola cabeza y para ella un proyecto nunca llega a terminarse, pues la arquitectura es un espacio humano y, como tal, su evolución no se detiene. Al concluir su ciclo en Monterrey, “Perspectivas, de Tatiana Bilbao Estudio”, viajó a Puebla para exhibirse en el Museo Amparo. La muestra desnuda su proceso creativo y para hacerlo, no recurre a renders, planos y maquetas, pues su equipo no arranca proyectos a través de imágenes hiperrealistas sino de ideas. “Nunca empieza con un dibujo impecable de cómo se va a ver el espacio. Empieza con una frase que surge del entendimiento de un contexto físico, social, político, económico, y el uso que se le va a dar al espacio. La arquitectura debe servir a la gente, primero que nada”, dice.
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El portafolio de Bilbao es ecléctico. El Jardín Botánico de Culiacán le impuso los retos de resguardar y respetar el crecimiento anárquico de una colección botánica de referencia mundial, incluir la instalación de 35 obras de arte y crear espacios para servicios culturales, además de invernaderos y un auditorio. Lo resolvió a través de una arquitectura fragmentada en 16 pequeñas estructuras pensadas para formar parte del paisaje y que podrían cambiar de color para pintarse de verde al reaccionar a la humedad con el paso del tiempo. El resultado es fascinante.
Bilbao ha creado también espacios para la espiritualidad y el duelo, como la funeraria Tangassi, la iglesia de la Central de Abastos y un santuario para peregrinos. Ese último, bello e inspirador en su simplicidad, es una lección de diálogo con la geografía y las necesidades de los usuarios. Está pensado para ofrecer un espacio de descanso y reflexión para un promedio de dos millones de personas que recorren 117 km de la sierra de Jalisco rumbo a Talpa de Allende, hogar de la virgen de Talpa.
En sus proyectos de vivienda, el rango es también muy amplio. El proyecto de Los Terrenos es literalmente una casa de ensueño, construida en una zona residencial alta y boscosa, adyacente a San Pedro Garza García, en Monterrey. Sus espacios comunes tienen muros que son a un tiempo vidrio y espejo, para reflejar y contener la exuberancia natural que los rodea.
Por otro lado está su proyecto para la Bienal de Arquitectura de Chicago, en respuesta a la problemática de vivienda social en México, un país con más de 120 millones de personas, una de las tasas de crecimiento demográfico más rápida en Latinoamérica, y un déficit de viviendas de 9 millones de hogares. El diseño, que tiene un costo aproximado de 120 000 pesos, tiene un área construida de 62 m2 con capacidad de duplicarse, un espacio mucho mayor que la vivienda social promedio (43 m2). Parte de un núcleo central de concreto, con módulos perimetrales más ligeros que permiten futuras ampliaciones, pero mantiene la apariencia exterior de una casa terminada, estética y adaptable a las necesidades de cada familia.
El proyecto más ambicioso que enfrenta actualmente el equipo de Bilbao está en Hunters Point, un barrio costero de San Francisco, California. Ahí, los vecinos que viven alrededor de una estación eléctrica de PG&E, sobre la bahía, le ganaron una demanda a la empresa al denunciarla por contaminación y otros perjuicios al vecindario. Tras una compleja negociación, la compañía llegó al acuerdo de trasladar la planta a un terreno distinto, y destinar las 30 hectáreas del terreno anterior para construir dos mil viviendas, espacios públicos, jardines, mercados, centros educativos, y talleres de producción artesanal y de energías renovables.
En este tremendo proyecto, Tatiana Bilbao Estudio está ante el inmenso reto que comienza con redirigir toneladas de cableado de alta tensión a otro predio, pero tiene como fin último recuperar para estas personas el tiempo perdido y construir, a través de espacios, una comunidad con gran calidad de vida y alternativas de desarrollo. Para ella, de eso —y no de espectáculo— se trata la arquitectura.