El gesto provocativo de Susan Sontag
Una de las críticas culturales más importantes de nuestro tiempo.
En 1983 la revista Vanity Fair, bajo la dirección Leo Lerman, veterano editor de Playbill, presentó en su portada un retrato a blanco y negro de Susan Sontag. En ese entonces, con cincuenta años de edad, la escritora neoyorquina ya se había convertido, tras una serie de publicaciones controversiales, en una figura emblemática de la cultura popular y su nombre resonaba con autoridad en las primeras filas de la comunidad intelectual norteamericana.
Nacida en Nueva York, cincuenta años antes, Sontag inició su carrera académica de forma prodigiosa. Con apenas quince años, mientras vivía en Los Ángeles con su madre Mildred Jacobsen y su padrastro Nathan Sontag, Susan se graduó de North Hollywood High School y de forma precoz obtuvo un doctorado en filosofía por la universidad de Harvard; logros que inmediatamente la llevaron a viajar a Europa para continuar sus estudios.
A finales de la década de los cincuenta, en la Sorbona, Sontag vivió la escena intelectual de la posguerra, conformada por personalidades emblemáticas que alimentaron el pensamiento crítico de la juventud y su escepticismo ante los antiguos sistemas de pensamiento. En sus diarios, correspondientes a su estadía en Europa, Sontag hace comentarios incisivos en torno a los personajes que cruzaron su camino, entre ellos el poeta Jean Wahl, el filósofo Allan Bloom y la ya reconocida Simone de Beauvoir, la cual diez años antes había publicado su controversial texto El segundo sexo y la cual impartió una conferencia en 1957 en la universidad parisina.
Tras su paso por la Sorbona y luego por Oxford, Sontag regresó finalmente a su natal Nueva York en donde se consolidó como académica e impartió seminarios de filosofía en varias universidades de la costa este, entre ellas Sarah Lawrence, Columbia y CUNY (City College New York).
Estos años, allegados al mundo académico, fueron fundamentales en la conformación de su voz crítica y en su posicionamiento personal ante las ideas de pensadores como Walter Benjamin, Roland Barthes y Michel Foucault; sin embargo, sus opiniones, incisivas y controversiales, se filtraron más allá de las aulas y permearon de forma contundente e inigualable en el pensamiento cultural de la época. Sontag exploraba la distancia que hay entre la realidad humana, cultural, artística y nuestra interpretación de esa realidad. Su libro de ensayos, Contra la interpretación, publicado en 1968, marcó un parteaguas en el pensamiento de su generación abordando temas como la cultura de masas, las drogas y la pornografía.
Pero sus ideas no se limitaron a la palabra escrita, también trabajó como guionista y directora de cine en las películas Duelo de caníbales (1969) y Hermano Carl (1971) filmadas en Suecia. Tiempo después visitó Israel para grabar Tierras prometidas (1973), un documental sobre las tropas israelíes en los Altos del Golán.
En los años setenta le diagnosticaron cáncer y esta enfermedad se convirtió en un tema más que analizó a profundidad en el libro La enfermedad y sus metáforas, donde entre otras cosas, puso en evidencia la manera en que las enfermedades graves detonan actitudes sociales que en ocasiones le hacen más daño al enfermo que la enfermedad misma.
En 1991, Sontag, que también estudió a profundidad el poder de la fotografía y las imágenes, le sugirió a su entonces pareja, la fotógrafa Annie Leibovitz, hacer de una fotografía que muestra a Demi Moore desnuda y embarazada la portada de Vanity Fair. Este gesto, plasmado en una de las portadas de revistas más emblemáticas y provocativas de nuestros tiempos, es un epítome de la actitud crítica y radical que sostuvo Sontag a lo largo de su vida ante la cultura y los tabúes del discurso.
Sontag reflejó a través de sus escritos y su influencia como figura pública, la extinción de una manera específica de ser intelectual y contribuyó en la reformulación de los objetivos planteados por la crítica cultural. Su insistente celebración de la cultura pop y su presencia constante en círculos artísticos marginales viró la atención de algunos intelectuales hacia la cultura de masas, rescatando el trabajo de artistas que trabajan fuera de los cánones estéticos y que apuestan por una experiencia no moralizarte a través del arte.
Sontag, a lo largo de su vida, hizo evidente la pertinencia de leer con seriedad estos otros registros y contribuyo a agudizar el pensamiento en torno a áreas del hacer artístico que hasta entonces habían sido subestimadas, entre ellos la fotografía y el cine.
En Contra la interpretación, su ensayo más aclamado, Sontag apunta: “Al igual que el humo del automóvil y la industria pesada que impregna el ambiente urbano, la efusión de las interpretaciones del arte actual envenena nuestra sensibilidad […] La interpretación es la venganza del intelecto sobre el arte”. Este posicionamiento marca una nueva manera de hacer crítica y se abandera detrás de un discurso sobre el arte más próximo a la experiencia y más abierto a recibir con seriedad formas estéticas no tradicionales.
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