Usó su propia sexualidad para explorar la escena a través del cine, se inspiró en el cine gay independiente del neoyorquino David Hockney e incluso llegó a posicionarse como el heredero directo de Pasolini y Fassbinder.
Ser VIH positivo a finales de los ochenta era una condena pública segura. La gente temía acercarse a quienes lo eran, pues creían que podían contagiarse con un saludo de mano, un beso o un abrazo. Sin detenerse en ello, Derek Jarman anunció públicamente que era VIH positivo apenas un mes después de su diagnóstico. Era 1987 y el cineasta se convirtió en una de las primeras figuras públicas en el Reino Unido en hablar abiertamente sobre su enfermedad. Jarman dedicó su vida a luchar por los derechos LGBT y exponer su situación, fue una de las tantas maneras con las que buscó ayudar a la gente que como él, atravesaba momentos difíciles.
«Si hago cine gay es porque quiero ser solidario con la gente que ha sido desprovista de una cultura y de una imagen con la que identificarse», dijo el cineasta y activista británico Derek Jarman en 1991.
Nacido el 31 de enero de 1942 en Northwood, Middlesex, Derek Jarman fue un artista multifacético. Estudió en el King’s College en Londres y en Slade School of Fine Art. Ahí se inició como pintor y escenógrafo del Royal Ballet, la Ópera Nacional Inglesa y otras compañías de arte. Fue en esa época que vivió las primeras movilizaciones en favor de los derechos homosexuales, hecho que marcó un parteaguas en su expresión artística. Su debut en el cine llegó en 1976 cuando luego de colaborar en el diseño de arte de Los diablos (1971), cinta del polémico director Ken Russell. Derek Jarman decidió probar suerte en la realización de películas.
El resultado fue Sebastiane, que cuenta la historia del mártir romano San Sebastián. A través de ella, el director logra una de las primeras cintas dirigidas al público gay. A través de desnudos masculinos, en formato Super-8, ambientados en el siglo III y con el diálogo enteramente en latín, Jarman consigue una pieza única en la que de la mano del público explora un tema tabú para la época. A partir de entonces Jarman arrancó una serie de películas sobre personajes homosexuales, históricos o literarios. Su cine disruptivo se alejó de todos los métodos tradicionales, ignoró los grandes estudios y declinó los elevados presupuestos. Aunque su trabajo estuvo lejos de convertirse en un éxito en taquillas, sacudió la percepción que se tenía de la comunidad LGBT en las décadas de los 70 y 80.
Derek Jarman usó su propia sexualidad para explorar la escena a través del cine, se inspiró en el cine gay independiente del neoyorquino David Hockney e incluso llegó a posicionarse como el heredero directo de Pasolini y Fassbinder. Sus primeras producciones ofrecen escenas e imágenes de contenido erótico bastante explícito, constante que se repite de Jubilee (1977), una cinta influenciada por la estética punk de los años 70 en la que Jarman manda a la reina Isabel I 400 años hacia el futuro para presenciar la espantosa revelación de un distópico Londres invadido por la corrupción y una banda viciosa de guerrilleras punk lideradas por el nuevo Monarch of Punk.
La evolución de Jarman, quien dirigió 11 películas, llevó su obra a un terreno un tanto melancólico donde predominó por algún tiempo el barroco. La sangre se convirtió en una constante en sus cintas, acompañada de un evidente sentimiento anticlerical. Ejemplo claro de esto es Edward II (1991), donde el rey toma por amante a Piers Gaveston. El director muestra una ardiente y apasionada relación entre ellos, mientras la reina busca la manera de recuperar a su esposo. Para aquella época, el británico ya gozaba de una gran recepción en el mundo de la crítica.
Durante años, Jarman se dio a conocer como defensor de las minorías y su lucha por el respeto a la diversidad, que comenzaba a tener eco cuando fue diagnosticado como VIH positivo. Su carrera siguió, su energía también, pero la enfermedad comenzó a tener notable peso en su salud. Sus ojos fueron los primeros en verse afectados. Blue (1993) fue más bien una despedida. A través de un abstracto monocromo, el director presentó una pantalla azul, sin cambios, todo lo dejó en manos del oído. A través de este trabajo, Jarman logró una conexión especial con su público, al compartirle pensamientos y sentimientos muy personales sobre su batalla contra el SIDA. Un año después, Jarman murió de bronconeumonía en el Hospital St Bartholomew, Londres, el 19 de febrero.
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