El maquillaje para la sesión de fotos de portada de Michel Franco es mínimo: apenas algo de polvo translúcido para evitar el brillo de la piel y un poco de producto para definir su característico cabello afro castaño claro. El cineasta mexicano posa para el fotógrafo Diego Berruecos en distintas áreas de la casa de su productora Lucía Films, en la colonia Anzures. Ahí ha producido cuatro de sus cinco películas, además de 600 millas (2015), de Gabriel Ripstein, y Desde allá (2015), de Lorenzo Vigas. Afable y relajado, no parece que esté a unos días de volar a Francia para participar por cuarta ocasión en el Festival Internacional de Cine de Cannes —uno de los más importantes de la industria—, donde estrenará su quinto largometraje, Las hijas de Abril, en la sección Un Certain Regard, competencia que ganó en 2012 con la aclamada cinta Después de Lucía.
Un par de semanas antes de la sesión fotográfica, Franco (1979, Ciudad de México) presentó Las hijas de Abril a un reducido grupo de medios de comunicación. En la sala de proyecciones de la distribuidora, al sur de la capital mexicana, Franco y los debutantes Enrique Arrizón y Ana Valeria Becerril dieron sus primeras entrevistas para promocionar el largometraje. Durante las conversaciones de rigor, la emoción de los jóvenes actores contrastaba con la mesura del director. Ana Valeria y Enrique platicaban impresionados sobre el sueño hecho realidad que era debutar en cine, y además en Cannes. Franco, por su parte, se mostraba más reflexivo, manteniendo a raya las expectativas y disfrutando de una nueva oportunidad de ir al certamen. Esta cuarta visita, dice, la valora más que en veces anteriores, pues ya entiende lo que significa estar ahí.
—Para que funcione es muy importante que quienes tienen más experiencia dejen a un lado sus mañas, sus trucos y que tengan la disposición y humildad de ponerse a la par del nuevo. Mientras que el nuevo tiene que estar a las vivas para ponerse al nivel.
Para consolidar al equipo, las tres mujeres que integran a la familia protagónica vivieron una semana juntas en la misma casa donde grabaron, antes de iniciar el rodaje. Así, como lo cuenta Ana Valeria Becerril, se apropiaron del espacio, de sus personajes y de las relaciones entre ellas.
—Michel nos dio esa libertad todo el tiempo: hacer, proponer, pensar, hacer al personaje nuestro.
La cinta no endulza las realidades incómodas en cuanto a las relaciones entre madres e hijas. Hay momentos de ternura y complicidad que hacen más difícil sobrellevar la constante confrontación entre el espíritu apacible de Clara, la determinación y energía de Valeria y la personalidad abrumadora de Abril. La representación en pantalla de estas tres caras de la femineidad es emotiva y sólida, manejada con la misma sensibilidad que Michel Franco ha mostrado en su obra previa para escribir y dirigir a mujeres protagónicas.
—Había que hacerlo muy real, profundizando en qué son las relaciones entre mujeres dentro de una familia bastante disfuncional. ¿Cómo se vive?, ¿desde dónde?, ¿por qué? —dice Becerril, para quien este acercamiento fue fundamental en la construcción de los personajes.
La predilección de Michel Franco por contar historias sobre mujeres quedó patente desde su primer largometraje, Daniel y Ana (2009), y ha continuado como eje de su filmografía —con la peculiar excepción de Chronic, escrita originalmente con una mujer como protagonista, pero cuyo guion modificó a solicitud del actor británico Tim Roth—. Cineastas como Woody Allen e Ingmar Bergman le han servido de inspiración para centrar sus tramas en protagonistas complejas y multidimensionales.
—Me interesan mucho más las mujeres que los hombres —explica Franco en entrevista durante la presentación a medios de Las hijas de Abril—. Me parecen más inteligentes, emocionales. No vemos tantos personajes [femeninos] interesantes en el cine. Históricamente hay muchísimos, pero de pronto como que ponen a las mujeres a hacer los personajes secundarios: la esposa de, la hija de…, y los hombres suelen cargar las películas.
—Yo creo que tiene alma de mujer, o no sé —bromea su hermana, Victoria Franco, en entrevista telefónica.
Victoria codirigió A los ojos (2014) con él y dice sorprenderse por esa sensibilidad, ya que a veces siente que él conoce mejor a las mujeres que ella misma.
Otra característica vital de Las hijas de Abril —y que ha tenido efectos positivos para Michel Franco en Cannes— es su estilo directo, crudo, sin artificios que le digan a la audiencia cómo sentirse en cada escena. La banda sonora es únicamente el sonido ambiental, toda expresión emocional está en los actores y en la cámara como testigo mudo. La fotografía quedó a cargo del belga Yves Cape (Ma Vie en Rose), con quien trabajó también en Chronic (2015).
Su socio, el venezolano Lorenzo Vigas, admira la capacidad de Franco para contar historias dramáticas en ese tenor. Al interior de la sala de edición de Lucía Films, mientras su amigo es fotografiado para esta portada, Vigas apunta la importancia de ser así de honesto en cualquier sociedad latinoamericana, donde todos siempre se preocupan por endulzarle las verdades a los demás.
—Hay gente que se siente un poco incomodada, pero es muy importante sentir que alguien te cuenta una historia así: de una manera completamente cruda, brutal.
El mismo día de la proyección en Cannes, Las hijas de Abril tendrá funciones especiales en México. La distancia entre su exhibición en Francia y su estreno comercial será mínima. Esto fue decisión de Franco, quien quiere mostrarle la película a su país cuanto antes.
—Cannes es la vitrina para presentar la película al mundo, pero para mí no hay público más importante que el mexicano.
El elenco de “Las hijas de Abril”: Emma Suárez, Joanna Larequi y Ana Valeria Becerril.
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La oficina de Michel Franco es un reflejo de su personalidad. Sencilla, con un par de sillones mullidos frente a un escritorio gris, minimalista. Sobre el escritorio están su computadora portátil y un volumen de The Godfather Family Album (2008), un libro detrás de cámaras de la trilogía de El Padrino, de Francis Ford Coppola. Aunque estudió un par de semestres de Comunicación en la Universidad Iberoamericana y un breve curso de dirección en la New York Film Academy, Franco dice que aprendió a hacer cine con los videos detrás de escena de los dvd de sus películas favoritas.
A la derecha de su escritorio hay un mueble con una tornamesa enorme y un par de bocinas. Vintage real: Es un aparato viejo que podría estar llenándose de polvo en una bodega, pero que aquí tiene un espacio principal, ocupa casi toda una pared de la habitación. En contra esquina, apenas detrás de los sillones, descansan la silla de director que Franco usó en la filmación de Daniel y Ana y una guitarra acústica —“Es un músico frustrado”, dice su hermana Victoria—. En los muros de todo Lucía Films, como en su oficina personal, cuelgan enmarcados pósteres, recortes de prensa y boletos de cine de las películas producidas ahí. Eso es Michel Franco: cinéfilo, melómano, realizador.
Descubrió La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick, más o menos a los 16 años de edad. Cuenta su hermana Victoria que le obsesionó tanto el cine que se negaba a irse a la escuela sin ver primero un fragmento de alguna de sus películas favoritas. Decía: “¡Espérame! ¡Déjame ver 10 minutos y ya nos vamos!”. Era una necesidad que tenía.
—Fue cuando Tiempos violentos (1994) salió en el cine y vi Perros de reserva (1992). Me marcaron mucho porque descubrí el poder que puede llegar a tener el cine —recuerda Franco, para quien esa obsesión creció con tanta fuerza que decidió dedicarle su vida a la cinematografía.
Intentó estudiar Comunicación, en caso de que lo del cine no funcionara y para tener así un respaldo para dedicarse, por ejemplo, a la publicidad. Pero después de dos semestres y de un proyecto fallido en la clase de fotografía de Ricardo Trabulsi, se atrevió a dejar la escuela. El profesor le había encargado contar una historia en ocho fotografías. Franco entregó 70. No lo reprobaron porque mostró compromiso con el proyecto, pero el profesor le sugirió que si tenía tantas ganas de hacer cine, mejor se dedicara a eso.
En 2003 ganó el Danzante de Oro del Certamen Iberoamericano en el Festival de Cine de Huesca con el cortometraje Entre dos y se animó a preparar su primer largometraje. Reescribió 35 veces el guion de una comedia de época ambientada en los años setenta hasta que se rindió porque nadie quería financiar el proyecto. Entonces escuchó una historia real que despertó la chispa de lo que sería Daniel y Ana. La escribió pensando en que si no conseguía apoyo de algún fondo o casa productora, podía producirla por sí mismo. El guion le interesó a su amigo Daniel Birman, nieto de Alfredo Ripstein y productor en Alameda Films. Juntos hicieron la mejor película que pudieron, sin otra meta que completarla.
Michel quiso filmarla en 35 mm, de modo que no podía hacer más de dos o tres tomas cada vez. Su manera de hacer las cosas la había pulido con sus cortometrajes, mientras que el estilo de Birman era más clásico.
—Fue muy difícil para mí ese rodaje, porque es la única película que no he producido. Como no fui a la escuela de cine, no hago las cosas como supuestamente hay que hacerlas.
No obstante, Daniel y Ana les dio la satisfacción de llevarlos a competir por la Cámara de Oro en la Quincena de Realizadores de Cannes. La recepción crítica fue más bien tibia, con la prensa dividida entre quienes consideraban su trama sobre incesto y crimen organizado un gancho fácil por lo controvertida y quienes apreciaron su capacidad para filmar una historia particular que trascendiera fronteras y tocara fibras universales.
Las claves de la filmografía de Michel Franco ya estaban ahí, aunque lejanas todavía del potencial que han mostrado sus títulos posteriores. Después de Lucía, con la que visitaría Cannes por segunda ocasión y que lo haría acreedor al premio Un Certain Regard, es una muestra más consistente de sus intereses, estilo y sutilezas. La cinta fue ovacionada durante el Festival y llamó la atención de Tim Roth, presidente del jurado en esa edición.
Un vistazo a sus películas revela a un director que no subestima a su audiencia y que, por el contrario, demanda un compromiso intelectual de su parte para involucrarse con la historia en pantalla. Sus encuadres abiertos y distantes se acercan más a una mirada documental que a una ficción convencional, mientras que el peso de las emociones recae en los silencios y la falta de comunicación entre sus personajes. Son historias dolorosas, arriesgadas, que llevan al límite a los involucrados y los abandonan al final, presas de sus propias decisiones.
La historia de Alejandra (Tessa Ia) cautivó a la crítica y al público. Tras haber perdido a su madre Lucía, Alejandra y su papá (Hernán Mendoza) se mudan de Puerto Vallarta a la Ciudad de México para empezar una nueva vida. Alejandra no logra adaptarse a la escuela y se convierte en una víctima silenciosa de toda clase de vejaciones por parte de los otros alumnos. Este cruel y fascinante relato deja al descubierto las facetas más oscuras de los adolescentes y la incapacidad de los adultos para comunicarse con ellos.
Se convirtió en la sexta película mexicana más vista en territorio nacional en 2012, con alrededor de 763,000 asistentes, según datos del Anuario Estadístico de Cine Mexicano 2012 publicado por el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine). El éxito le dejó un sabor dulce a su director, quien desde su oficina en la colonia Anzures recuerda las dificultades para levantar la cinta y lo que significó para él volver a llegar a Cannes.
—Es una película en la que no creyó nadie más que la gente que participó en ella. Nos negaron todos los fondos, la hice con unas cámaras pequeñísimas de foto. Acabé de filmar en febrero del 2012 y en mayo estábamos en Cannes. Eso para mí ya era una revolución.
Dicen que en la sala de cine, durante su estreno en la Riviera Francesa, Tim Roth estaba fascinado. Lloraba, gritaba, aplaudía. Quienes lo vieron así le decían a Franco que tenía el premio asegurado. Él no quiso creerlo hasta que fuera oficial. El presidente del jurado la calificó de “obra maestra” y quedó prendado del trabajo del cineasta mexicano al punto de sugerirle trabajar juntos en su siguiente proyecto.
—La razón por la que vengo a Cannes y acepto ser jurado es para descubrir cosas extraordinarias, y esta película lo tiene todo —dijo el británico—. La premiamos por el desempeño de los actores, por su técnica, por su guion, por su visión.
Uno de los actores favoritos de Quentin Tarantino, protagonista en las películas que lo obsesionaron con el cine, le hacía esa propuesta a Michel Franco.
—Alguien que yo admiraba tanto me sugirió que trabajáramos juntos, ¡casi que se invirtieron los papeles!— ríe el cineasta. En lugar de dejar que se le subiera el cumplido a la cabeza, le tomó la palabra y se puso a trabajar el guion de Chronic, una historia inspirada en los últimos años de vida de su abuela.
Después de Lucía se convirtió en una especie de amuleto para Franco, tanto que su productora pasó de llamarse Pop Films a Lucía Films, y desde entonces se ha dedicado a trabajar en proyectos exitosos que han dado una nueva visibilidad al cine mexicano.
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El 2015 fue un año inolvidable para Lucía Films. La relación iniciada con Tim Roth en Cannes dio frutos a través de dos películas: 600 millas, ópera prima de Gabriel Ripstein que protagonizó junto a Krystian Ferrer, y Chronic, cuarto largometraje de Michel Franco y su primero filmado fuera de México. Además, Lorenzo Vigas dirigió su primera ficción, Desde allá, con el chileno Alfredo Castro. Las tres cintas triunfaron en los festivales de cine más importantes del mundo. 600 millas se estrenó en la sección Panorama del 65º Festival Internacional de Cine de Berlín, donde ganó Mejor Ópera Prima; Desde allá fue acreedora al León de Oro en el Festival de Cine de Venecia (el primero para el cine latinoamericano); y Chronic fue el Mejor Guion de Cannes ese año.
—Todo lo que pasó en 2015 me dio mucha seguridad para seguir trabajando —dice Franco, orgulloso de su labor y la de sus colaboradores. —Después de reflexionar un momento, agrega—: Es muy importante no confundir seguridad con arrogancia. El día que crees que ya sabes exactamente lo que estás haciendo y que se te olvida lo impredecible que es el cine o que crees que ya encontraste una fórmula, sin duda vas a hacer una película terrible.
Chronic ha sido uno de los más grandes retos en la carrera del cineasta mexicano: rodaba por primera vez fuera de México, en otro idioma, con un presupuesto amplio y con un protagonista famoso. La experiencia de filmar y producir Después de Lucía “con todo en contra” y su éxito posterior le reafirmó algo que sabía muy dentro de sí: entre más control tienes sobre tu propio trabajo, es mejor. Tardaría más poniéndose de acuerdo con un productor o intentando que el guionista transmitiera la esencia de lo que quiere decir.
—Entiendo muy bien lo que quiero hacer y soy bueno para producir, dirigir y escribir al mismo tiempo. El reto era: ¿seré capaz de ir a hacer eso a Estados Unidos y mantener el control?, ¿podré dirigir y controlar a Tim Roth?
Chronic cuenta la historia de David, un enfermero de Los Ángeles que se ocupa de pacientes terminales. Su profesionalismo le ayuda a construir relaciones afectivas con los enfermos, cuyas muertes sufre como si se tratara de miembros de su familia. Sin embargo, fuera del trabajo David vive en soledad y culpa por su rol en una tragedia familiar que lo alejó de su exesposa e hija. Con fotografía de Yves Cape y una vez más una cámara de mirada distante y ritmo pausado, el viaje emocional de David conmueve e incomoda por igual. Los personajes en las películas de Michel Franco nunca son definitivamente buenas o malas personas, viven en una escala de grises cuyas consecuencias crecen, como ondas en el agua, para tocar a más personas de las involucradas directamente en la historia.
La actuación de Roth en Chronic es quizá la mejor que ha dirigido Franco hasta ahora. A lo largo de esta cinta, actor y director trabajan juntos para explorar el mundo interior del protagonista en un silencio que, sin abrumar, invita al público a llenar los espacios en blanco con sus recuerdos y experiencias personales. Transforman a David en un lienzo para las emociones ajenas que invita a la introspección. A través de sus personajes, Michel Franco plasma su mundo interior en pantalla y ayuda a que su público se atreva a asomarse al propio.
Hernán Mendoza, que ha colaborado con Franco en Después de Lucía y Las hijas de Abril, aprecia esa parte del trabajo con este director:
—Le gusta mucho el proceso actoral. Todo está dirigido a que el momento salga verdadero y sutil. Es como un bordado fino que me encanta y que disfruto —comenta en entrevista telefónica—, es muy sabroso hacer este tipo de trabajo, donde lo importante es la verdad de la situación, lo que internamente le pasa a los actores.
El reto estaba en hacer una película enteramente suya, tal como se la había imaginado, en un país donde hay más reglas, donde todo es más caro y al que no pertenece. Chronic ganó Mejor Guion en Cannes; el reto fue superado.
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Uno de los logros menos mencionados de Michel Franco es que ha sabido combinar sin falla la amistad con el trabajo. Su equipo cercano está integrado por personas como él: cinéfilas, comprometidas, originales y propositivas. El núcleo del equipo que integra a Lucía Films nació hace unos 15 años, apenas pasado el cambio de siglo. Un grupo de amigos enamorados del cine que empezaron a apoyarse para lograr una meta en común: hacer las películas que les gustaría ver. Entre ellos se encuentran, desde luego, Gabriel Ripstein y Lorenzo Vigas, con quienes el balance creativo es más evidente.
Poco a poco comenzaron a intercambiar ideas y guiones y a involucrarse en los proyectos de uno y otro. El primero en filmar fue Michel, con Daniel y Ana y Después de Lucía, y eso como que le dio valor al resto. Fueron, dice Michel, diez años de preparación, pasándose libros y discutiendo sobre cómo debería ser el cine.
—No es asociarme con alguien para ser más fuerte; primero tienen que nacer una sensibilidad y una visión similar sobre lo que es hacer películas. Nosotros compartimos esas cosas —asegura Vigas, en la sala de edición de Lucía Films. Sonríe cuando habla sobre su amigo y socio, a quien ha apoyado en todos sus proyectos (es productor principal de Las hijas de Abril ) y quien se encarga ahora de la producción de su siguiente largometraje.
No es casualidad que a las cintas producidas por este conjunto les vaya tan bien al estrenarse. Todos estos años han construido un equipo sólido y simbiótico que va tomando también desde afuera apoyos invaluables.
—El cine es un trabajo de equipo— dice Vigas.
Desde allá, por ejemplo, se hizo con un ensamble de primera categoría: estuvieron involucrados, además de Franco y Ripstein, Guillermo Arriaga; los chilenos Alfredo Castro y Sergio Armstrong, cinefotógrafo —ambos colaboradores frecuentes de Pablo Larraín.
—La figura del productor como una persona que acompaña el proceso creativo del director es la que me interesa —comenta Vigas sobre su rol en Las hijas de Abril—, y también es la que hace él cuando yo dirijo.
Esa perspectiva refleja la del propio Michel, quien asegura que lo más importante de producir una cinta es no querer moldear al director, sino ayudarlo a alcanzar su propia visión sobre su película. El director, a fin de cuentas, es una especie de dictador que toma las decisiones definitivas para la cinta. Por este motivo, Franco asegura que no podría codirigir con alguien que no sea su hermana, pues es la única con quien podría llegar al consenso que les permita trabajar a gusto.
Así hicieron A los ojos, una historia que entreteje realidad y ficción para hablar de los niños en situación de calle y del complejo sistema de donación de órganos en México. La colaboración se dio de manera natural, puesto que los hermanos comparten intereses, valores y cultura, y se apoyan desde siempre. Michel y Victoria Franco iniciaron el proceso para levantar esta cinta desde antes de que él filmara Después de Lucía, pero se estrenó hasta el 2014.
Él asegura que es la película de la que más ha aprendido, por las condiciones en las que filmaron y porque el secreto para hacerla funcionar era que la parte documental (hecha por Victoria) y la parte de ficción (hecha por Michel) empataran sin problemas.
—Me gusta mucho A los ojos —sonríe el director—. Cada que tengo oportunidad de escoger qué película mía se va a proyectar, la elijo. Ahí sí llevamos al extremo el tono realista.
Él y su hermana preparan su próxima colaboración: esta vez ella dirigirá sola y él producirá. Pocas personas hablan con tanta admiración y afecto de sus hermanos como Victoria Franco habla de Michel.
—Es la persona que más me está alentando al decirme “Tienes que hacer una ficción”. A veces tengo muchas dudas sobre mí misma o inseguridades, y él me apoya, me cuida la espalda. Me dice: “No tienes nada que perder. Si queda mal, queda mal, pero vamos a tratar que no quede mal. Pero tienes que hacerlo, o si no vas a estar toda la vida con la duda de cómo te hubiera quedado una película”.
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Las constantes visitas de Michel Franco a Cannes son paralelas al desarrollo de toda una generación de cineastas mexicanos. Nacidos en la década de los setenta, han ampliado la visibilidad de México en la industria cinematográfica mundial. La carrera de Franco se consolida a la par de ellos y el trabajo de todos nutre a la industria local.
Nombres como Carlos Reygadas —Mejor Director en Cannes por Post Tenebras Lux (2012)—, Amat Escalante —Mejor Director en Cannes por Heli (2013)—, Alonso Ruizpalacios —Mejor Ópera Prima en Berlín por Güeros (2014)—, Gabriel Ripstein —Mejor Ópera Prima en Berlín por 600 millas (2015)—, Fernando Eimbcke —Premio Alfred Bauer en Berlín por Lake Tahoe (2008)—, el australiano-mexicano Michael Rowe —Cámara de Oro en Cannes por Año bisiesto (2010)—, entre otros, le han mostrado al mundo que el cine mexicano es más que los Tres Amigos: Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro.
—Quizás al principio la gente en México no la valoraba tanto y poco a poco se han dado cuenta y han empezado a valorar a esta generación —dice Lorenzo Vigas, que aunque nació en Venezuela, está dejando su propia huella en la industria nacional—. Están los tres grandes maestros del cine actual mexicano, que consiguieron hacer un enlace entre México, Estados Unidos y el cine universal, y eso es muy admirable. Luego vienen estos jóvenes directores mexicanos con un cine de gran originalidad, gran sinceridad y gran valentía.
Como industria, el cine mexicano se tambaleó por años, pero poco a poco recupera su cauce. En la última década ha registrado una recuperación en producción por año, aunque no lo logra todavía en la salida a salas.
—Ha sido un proceso muy largo pero han valido la pena la paciencia y el esfuerzo. Hay muchos frentes. Antes nos conocíamos todos y se hacían 10 películas por año. Hoy son más de cien y hay gente que ni conoces. Eso es muy sano.
De acuerdo con estadísticas de Imcine, en 2016 se logró algo que no ocurría desde 1958: se estableció un nuevo récord de películas producidas en México con 162, casi 100 más que las 69 producidas en el 2010. Pero la industria todavía cojea. Hay una disparidad en el crecimiento de la oferta que llega a cartelera: en los últimos seis años se han estrenado entre 56 y 104 cintas nacionales por año, sin mostrar un crecimiento sostenido. Podría decirse que la gente consume cada vez más cine mexicano, pero la brecha entre lo enteramente comercial y el cine “de calidad” todavía es amplia.
—Creo que cada vez se valora más a los directores mexicanos, que además de triunfar en festivales pueden ser disfrutados por el público.
Una clave en el éxito de estos cineastas es la honestidad de sus historias. Ya sean retratos crudos de las víctimas colaterales en la guerra contra el narcotráfico o dramas intimistas sobre el mundo interno de sus personajes, han encantado y dividido a la crítica y en ocasiones han cautivado a la audiencia.
Michel Franco es uno de los más audaces, quizá por eso visita Cannes por cuarta ocasión. No se guarda los golpes y se atreve a confrontar a su audiencia. Desde su lado de la pantalla escribe sobre la muerte, el dolor, la violencia más íntima, la pérdida, la locura.
—Cuando voy al cine me gusta ser cuestionado. Me gusta ir a dialogar con la película. No que me lo den todo masticado y que me digan qué tengo que pensar y qué tengo que sentir —explica.
No subestima la inteligencia de su público, así que les exige la misma capacidad de diálogo que él está dispuesto a dar. No cree en las redes de seguridad y no le gustan las reglas. Desafía con la cámara porque, de otra manera, su corazón cinéfilo terminaría por aburrirse. Hace el cine que le gusta ver, conmovedor, sorprendente.
—El peor cine es el predecible. Si yo cayera en eso algún día, prefiero parar de hacer películas.