Reportajes
León Krauze, un periodista entre el fuego cruzado
Alejandra González Romo
Fotografía de Diego Berruecos
Ante el clima político en Estados Unidos, para el periodista mexicano León Krauze, su vocación se divide entre la información y el activismo.
A mediados de julio de 2013, León Krauze se enteró de que tendría apenas tres o cuatro días para preparar la entrevista más importante de su carrera. No habían pasado ni dos años desde que, a finales de 2011, el periodista dejó México para mudarse a Los Ángeles a conducir los noticieros del canal 34 de Univision. A pesar de que el reto era grande, ser periodista en Estados Unidos era algo que siempre quiso. Con el apoyo de su esposa y su primer hijo, se decidió a quemar las naves y cambiar de vida sin pensarlo dos veces.
En el marco de la batalla legislativa por una reforma migratoria que no se hizo realidad, ese julio de 2013 la Casa Blanca le extendió una invitación para entrevistar al presidente Barack Obama. Para cualquier periodista un encuentro así es un hito, pero para Krauze fue bastante más. El periodista había seguido a Obama durante diez años. Estuvo ahí en 2004 cuando John Kerry, entonces candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, invitó al entonces aspirante a senador por el estado de Illinois a dar el discurso principal de la convención del partido en Boston. Sus palabras terminaron con una tremenda ovación. Cuatro años después, Obama juró como el presidente número 44 de los Estados Unidos, para concretar una de las historias más extraordinarias de nuestro tiempo. El mensaje era enorme: el color de su piel había dejado de ser un obstáculo para convertirse en el hombre más poderoso del mundo. El mismo que iba a concederle a Krauze ocho minutos de su apretada agenda. Ocho minutos, ni uno más.
Pagarle a 37 oficiales del Servicio Secreto 50 dólares la hora, 40 horas a la semana para garantizar la seguridad de los tours por la Casa Blanca le cuesta al gobierno de ese país 74 000 dólares por semana. Ese año, los recortes presupuestales no dejaron fondos para eso y, en consecuencia, se suspendieron las visitas guiadas. Para el periodista la coincidencia significó la concreción de un escenario poco probable: Obama iba a recibirlo en el Salón Azul de la Casa Blanca, el mismo que Jacqueline Kennedy redecoró por completo entre 1961 y 1963 inspirada en el estilo imperial francés del siglo XIX, y que suele estar ocupado por ser una de las paradas más populares del tour. Cuando Krauze y su equipo llegaron a la cita, al centro del histórico Salón Azul había dos sillas colocadas frente a frente, una para él y otra para el presidente.
“El ambiente que rodeaba a Obama era tensísimo, pero cuando entró él, con esa tremenda confianza y comodidad con su propia piel, me saludó sin ninguna ceremonia con un casual: Hello”, recuerda el periodista desde un restaurante en el Hotel Presidente Intercontinental en la Ciudad de México, imitando bastante bien el tono del primer presidente negro de los Estados Unidos. Su proyecto de reforma migratoria, que contemplaba un camino rumbo a la ciudadanía de millones de indocumentados, había encontrado buena respuesta en el Senado, pero no así en la Cámara de Representantes, que había redactado ya cinco propuestas alternas en los comités.
CONTINUAR LEYENDO“La razón por la que alcanzamos un voto alto en el Senado está en que tanto republicanos como demócratas han reconocido que no tiene sentido seguir con un sistema que no funciona. No nos permite tener el tipo de migración legal que fortalecería la economía y tenemos en cambio muchas personas que todavía viven en las sombras”, dijo Obama en el primer minuto de la entrevista. Al mismo tiempo, planteó la posibilidad de fortalecer la seguridad en la frontera y promover leyes migratorias que no separen a las familias, ni fomenten empleos irregulares y mal pagados.
Justamente el día anterior, el gobierno de México había anunciado la captura del Z-40, líder del grupo delictivo de los Zetas, y Krauze aprovechó el momento para preguntarle a Obama su opinión. En su respuesta le concedió un reconocimiento al gobierno de Enrique Peña Nieto por su compromiso en la lucha contra el narcotráfico. La declaración le ganó a su entrevista la nota de ocho columnas en los diarios mexicanos y para el periodista fue un día redondo.
* * *
León Krauze es el hijo mayor de la investigadora Isabel Turrent y el historiador Enrique Krauze, proveniente de una familia judía de inmigrantes polacos que llegaron a México en los años veinte. León y su hermano Daniel, que hasta hoy es su mejor amigo, crecieron entre libros y conversaciones de intelectuales. Pero la pasión más vieja del periodista es el futbol, que años después lo llevaría a entrar en los medios de comunicación a través del periodismo deportivo.
Sus padres son americanistas de hueso colorado, pero en 1978 lo llevaron a un partido entre el Cruz Azul y el desaparecido Atlético Español. Desde ese día, León, que entonces tenía tres años, le guarda al ganador del encuentro una lealtad absoluta. Los años setenta fueron para el Cruz Azul su época dorada; el equipo jugaba a un nivel tal que se ganó el apodo de “la Máquina”. Pero a partir de la década siguiente, como atrapado en una maldición, los cementeros han ganado solamente un título y varios nuevos apodos como “el ya merito” y “el eterno subcampeón”. Para el periodista, más que buenos momentos, su equipo le ha apilado frustraciones, aunque asegura que nunca serán suficientes como para cambiar o cortar en pedacitos la camiseta azul.
Su primer texto lo publicó en 1992, a los 17 años, en el diario El Norte de Monterrey. El tema era el despido de César Luis Menotti como director de la selección mexicana de futbol, apenas año y medio después de su contratación y a pesar de que el equipo bajo su liderazgo estaba tomando fuerza. Los siguientes artículos los publicó en Reforma, cuando el diario apenas comenzaba. Junto con el aprendizaje y sus primeros trabajos en el periodismo deportivo, vivió también las primeras críticas y descalificaciones por su apellido, que si bien le ha ayudado mucho, también le ha metido el pie. “Me encontré con un editor en la sección de deportes que decidió hacerme la guerra de manera muy abierta y desagradable. Me costó mucho trabajo navegar ese prejuicio desde el primer momento”, dice Krauze. “Pero pasa cada vez menos y con el tiempo uno va cosechando revanchas”, cuenta en la primera de tres conversaciones que tuvimos.
De ahí pasó a Radio Fórmula, donde colaboró con Heriberto Murrieta, Ángel Fernández, Nacho Trelles y Fernando Márquez, todos experimentados analistas deportivos a los que el joven Krauze, con 21 años, admiraba. En su primer programa los nervios lo hicieron tartamudear. A la par de su carrera en la radio, trabajó en libros sobre la historia del futbol mexicano para Editorial Clío, que dirige su padre, e hizo más de setenta piezas documentales para Televisa. En 1998 arrancó como analista deportivo en el noticiero de José Cárdenas, también en Radio Fórmula. El 11 de septiembre de ese año, antes de entrar al aire, recordaba junto con él el golpe de estado al gobierno de Salvador Allende en Chile 25 años atrás y le confesó que era un tema que conocía bien y que, además, le apasionaba. De regreso al aire José Cárdenas abrió el micrófono para anunciar: “Hoy León Krauze se retira como nuestro analista deportivo y comienza su trabajo en análisis de política internacional”. No fue una broma. A partir de entonces León no volvió a hablar de futbol en ese espacio y, poco a poco, su trabajo fue virando hacia un puntual seguimiento de la política estadounidense.
Como parte de su formación académica, estudió la licenciatura en Comunicación y después una maestría en Humanidades y Pensamiento Social en la Universidad de Nueva York. Pero su interés en la política de Estados Unidos es mucho más antiguo. Le viene desde la adolescencia, donde en pláticas en casa escuchaba a sus padres hablar de Estados Unidos como un país que tuvo la suerte de haber sido fundado por la generación más extraordinaria de estadistas que ha dado la humanidad desde los griegos. Hasta hoy, y a pesar de la crisis política que vive el país, el periodista lo sostiene.
A finales de 2007 llegó la oportunidad de conducir su propio noticiero en W Radio y a principios de 2010 arrancó como conductor del noticiero Hora 21 en Foro TV. En octubre de 2011 anunció que dejaría ambos espacios para mudarse a Los Ángeles junto a su esposa, Erika Portillo y su hijo Mateo. Antes de él, el único periodista que saltó directamente de la pantalla de Televisa en México a la de Univision en Estados Unidos fue Jacobo Zabludovsky, cuya familia, como la de Krauze, emigró de Polonia a México en la década de los veinte. El legendario Zabludovsky logró setenta años de carrera, y condujo durante veintisiete años el noticiero 24 Horas en el Canal 2. Su voz está íntimamente ligada tanto a la historia reciente del país como a los más de setenta años de gobierno priista, con un periodismo oficialista, alineado al gobierno en turno. Llegó a Univision en 1986 y no fue bien recibido. El conflicto escaló hasta provocar la renuncia de casi todos los periodistas y productores de la redacción de noticias. Zabludovsky volvió a México para conducir 24 Horas por 12 años más.
El riesgo para Krauze, guardadas las proporciones, era encontrar resistencia para trabajar con un grupo de productores y periodistas que tenía ya muchos años haciendo las cosas a su manera. “Yo me di a la tarea de demostrar que no llegaba para imponer nada, sino a trabajar en equipo y a entender cómo se hacían las cosas en Estados Unidos”, dice el periodista mientras toma café y un poco de fruta antes de irse al aeropuerto para tomar un vuelo de regreso a Los Ángeles.
Además de conducir, junto a la periodista Andrea González, los noticieros de las seis y las once de la noche en el canal 34, tiene otro programa en Univision Radio para todo el país, de cuatro a cinco de la tarde; publica una columna semanal en el diario El Universal y es profesor en la Universidad del Sur de California, donde imparte un curso de periodismo que llamó La Casa, en el que sus alumnos producen piezas documentales sobre familias inmigrantes en Estados Unidos. Al margen de todo eso, respeta el tiempo que ha reservado para sus hijos, que ahora son tres: Mateo, Alejandro y Santiago, su esposa Erika, y sus dos perros, Luis, que viajó con ellos desde México y Dewey que, como su nombre lo indica, nació en Estados Unidos. El periodista vive a quince minutos de los estudios de Univision y eso le permite, a pesar de su carga de trabajo, llevar a sus hijos todas las mañanas a la escuela y cenar con ellos por las noches, antes del noticiero de las once.
En sentido estricto, su primer año al norte de la frontera fue el 2012, año electoral tanto para México como para Estados Unidos, y la cobertura de ambas elecciones, marcó el primer gran reto en su nuevo trabajo. Para León y su equipo, como lo retrata la entrevista que abre este texto, el segundo periodo de Obama en la presidencia estuvo marcado por el seguimiento del lento y minado proceso de negociación por una reforma migratoria, promesa de campaña que quedó como una de las varias deudas de su gobierno.
En el estado de California hay más latinos que blancos. En julio de 2014 el Census Bureau los registró como mayoría por primera vez en la historia: 14.99 millones de latinos, contra 14.92 millones de blancos viviendo en el estado. Hacer periodismo para la comunidad latina de Los Ángeles, la más grande de todo Estados Unidos, implica el reto de comprender y retratar la realidad de millones de migrantes que huyeron de la pobreza, la marginación y la violencia en sus países de origen, para llegar a otro que nunca los ha hecho sentir bienvenidos. Entre 2009 y 2015 Barack Obama, en quien muchos latinos pusieron su esperanza de alcanzar la legalidad, superó 2.5 millones de deportaciones, una cifra mayor a la de cualquiera de sus antecesores, dato que le ganó el sobrenombre de “Deporter in Chief”.
Al leer una cifra así es difícil imaginar lo que implica. Son millones de familias divididas, miles de niños huérfanos y vidas enteras invertidas en un patrimonio que como deportados no tienen derecho a llevarse. Son millones de personas que regresan al país del que ellos, sus padres o sus abuelos huyeron, casi siempre con la única intención de encontrar una oportunidad para trabajar duro y darle a sus familias lo que nunca tuvieron, para vivir mejor, o simplemente para no morir de hambre. Estas historias no aparecen en los medios de comunicación estadounidenses. El Center for the Study for Ethnicity and Race, de la Universidad de Columbia, reporta en su estudio The Latino Disconnect que de más de 9 000 notas en los noticieros de televisión entre 2012 y 2014, solamente 292, el 3%, tenían un contenido relacionado con la población latina en Estados Unidos. Y de esa cifra, 64% de las notas hablan de crimen y migración. Los mexicanos y los puertorriqueños son las nacionalidades más vinculadas a temas delictivos; y 64% de las historias sobre mexicanos están relacionadas con drogas e inmigración ilegal. El impacto que esto genera en la opinión pública sobre la comunidad es muy negativo y alimenta la discriminación.
En el año 2000, 35.7 millones de hispanos vivían en Estados Unidos, hoy la cifra supera los 55 000 000, que equivalen a 17% de la población. “Si en un periodo donde la comunidad latina creció tanto, el patrón de cobertura en los medios se ha mantenido constante, quiere decir que algo anda mal”, dice Frances Negrón-Muntaner, directora de ese centro de estudios. “En parte, la explicación está en que las compañías de medios no involucran a los latinos en sus procesos de toma de decisiones, contratación o en los guiones de sus programas. Esto no es solamente un tema cultural, sino político y económico”, afirma.
Junto a su equipo, el principal compromiso de León Krauze ha sido ampliar la presencia de la realidad latina en los medios. Al hacerlo, recibió el primero de tres premios Emmy en 2013, por un reportaje sobre el caso de Mayra Gutiérrez, una madre deportada con dos hijas nacidas en Estados Unidos. La razón de esa deportación: un error producto de la casualidad. “No suelo manejar de noche, y esa vez se me ocurrió prender las luces altas, para sentirme más segura con mis hijas atrás. En vez de encenderlas, las apagué como por cinco segundos. Me vio un policía que estaba cerca de ahí, me siguió y me detuvo”, cuenta Mayra en el reportaje, esforzándose para contener el llanto y limpiándose con las manos las lágrimas que se le escapan. La policía llevó a sus hijas a un albergue del estado, y los servicios de protección a la niñez y la corte en Utah decidieron no dejarlas volver a México mientras ella no demuestre que tiene un empleo estable para que su hija más pequeña, que tiene un problema renal, no corra riesgos. Ella buscó trabajo por todo Tijuana sin éxito. Hubo quien le sugirió volver a Guerrero, su estado natal, pero a ella le angustiaba la idea de alejarse de la frontera. Solamente durante el 2011, el gobierno deportó a cerca de 50 000 madres y/o padres con hijos nacidos en Estados Unidos que viven una tragedia similar. La última vez que el periodista pudo hablar con Mayra, hace aproximadamente un año, ya había conseguido trabajo, pero aún no había recuperado a su hijas.
En busca de más historias como esta, que en el estado de California están por todas partes, en 2013 surgió La Mesa, un experimento periodístico que, sin esperarlo, terminó por definir la vocación de Krauze que hoy, dice convencido, está en el periodismo comunitario. En cada uno de sus episodios, sin ninguna preproducción, León coloca una pequeña mesa blanca en la esquina de cualquier calle o plaza, y en español se sienta a charlar con quien sea que pase por ahí y acepte su invitación. “¿Cómo se llama usted?”, es siempre la primer pregunta de una larga serie que suma ya más de 400 entrevistas dentro y fuera de Los Ángeles, en ciudades como Fresno, Sacramento y Delano. Próximamente, La Mesa viajará a otros estados.
Así conoció a Nélida, una mujer que llegó a Estados Unidos desde Palín, Guatemala, porque durante su primer embarazo entró en parto prematuro y no nació una niña como ella esperaba, sino dos, que le cabían cada una en una palma de la mano. Se dio cuenta de que no iba a poder alimentarlas si no se iba a trabajar fuera. Las dejó encargadas con su madre, y empezó la odisea de cruzar, primero todo México, y después la frontera con Estados Unidos. Lo logró, pero años después murió su madre y las niñas tuvieron que emprender la misma ruta para alcanzarla. Se perdieron en el camino y estuvieron a punto de morir en el desierto, pero al final también lo lograron. Al término de la entrevista, León cayó en la cuenta de que estaban ahí detrás de su madre, escuchándola contar su historia.
También en La Mesa conoció a Susana Terrones, una dreamer que estaba por graduarse de la Universidad Estatal de California en Los Ángeles. Le contó que venía de Puebla donde su padre trabajaba vendiendo la leña que bajaba en burro desde el cerro donde vivían hasta el pueblo más cercano. Un día decidió irse a Estados Unidos con Susana, que era apenas una bebé, en los brazos. Pocos meses después de la entrevista ella recibió el primer título universitario de su familia.
Tras cuatrocientas entrevistas de ese tipo, Krauze ha identificado patrones, hilos conductores que unen muchas de estas historias. Padres nocivos o ausentes, madres heroicas, abuelos como segundos padres, el sueño de que los hijos accedan a una educación de primer nivel, etc. “Y un agradecimiento absoluto, profundo e informado a Estados Unidos por lo que han logrado aquí, además de unas ganas de pertenecer, de sumar y de formalizarse en un país que consideran, en muchos sentidos, suyo”, dice.
Después, y en ese contexto, apareció Donald Trump como el candidato más improbable. El 8 de noviembre de 2016, día de la elección, el mundo seguía pensando que un tipo como él difícilmente podría ser presidente. León Krauze había cubierto ya cuatro elecciones en Estados Unidos, y desde las oficinas de Univision esperaba los resultados por estado que iban llegando a cuentagotas, en un día largo y tenso, que lo era mucho más para su equipo y audiencia. “Como casi todos los analistas, yo pensaba que Hillary Clinton iba a ganar Florida, y que con ello, no iba a arrasar, pero sí a ganar con cierta claridad”, dice Krauze cuando le pido que me cuente aquella noche con el mayor detalle posible.
“Cuando empezaron a llegar los números con una presencia de votantes hispanos y afroamericanos mucho más baja de lo esperado, todos en la redacción tuvimos un momento de terror”, recuerda. Frente a la pantalla de la computadora veía que los márgenes que favorecían a Trump en estados como Ohio y Pensilvania se mantenían, pero los medios
insistían en marcarlos sobre el mapa de resultados con color azul, asumiendo que los demócratas volverían a ganarlos, como en años anteriores. “Mis compañeros viven tan de cerca la cuestión migratoria como yo, y todos teníamos el corazón metido ahí, junto con las vísceras, el hígado y todo lo demás”, dice. Entre las seis y las ocho de la noche, tiempo del Pacífico, veían a Trump abrirse paso, mientras entre ellos aumentaba la tensión y surgieron discusiones. “Recuerdo que se me acercó Julio César Ortiz, un querido colega y gran reportero de cuestiones migratorias para decirme ‘ahorita da la vuelta, ahorita da la vuelta’. Llegamos al punto en el que prácticamente nos gritamos y yo le dije ‘Julio, esto se acabó’.”
Andrea González, quien conduce junto a Krauze los noticieros de las seis y las once de la noche, cuenta en entrevista telefónica que de poco sirvieron los ensayos, la investigación, el enorme esfuerzo y la esperanza con los que se prepararon para esa noche. El resultado lo sacudió todo. “El silencio era casi absoluto, las miradas expresaban más que cualquier palabra”, dice González.
Pero no había tiempo para lamentarse. Tenían que preparar el noticiero de la noche e informar en tiempo y forma lo que había sucedido. “Fue muy difícil controlar las emociones, pero nos apegamos al guion y a la información. Era un momento muy delicado para dar una opinión”, recuerda González. “Todo el noticiero estuvo encaminado a entender cuál sería el panorama ante esta nueva realidad.”
“Antes de entrar al aire hice un enlace en vivo para Fusion y me hicieron un par de preguntas a tono de broma y yo dije: ‘No me parece que este sea un momento para reírnos. Lo que está pasando es muy grave’”, recuerda Krauze. “Más tarde, a las once en punto, ponernos frente a las cámaras para hacer la recapitulación del día fue muy difícil, muy doloroso.”
Mientras tanto en casa, su hijo Mateo, el único inmigrante de su clase, estaba muy nervioso. Despertó por la noche y su madre tuvo que decirle que Donald Trump había ganado la elección. Se soltó a llorar. “Este es un chico que se asume como inmigrante, que habla español orgulloso, que va a la escuela con la playera de México y que invita a sus amigos a conocer su país. Ahora yo iba a tener que explicarle la victoria de un hombre así en este país al que lo traje a vivir y por el que apostamos”, dice el periodista. Cuando le preguntó a Mateo, que entonces tenía ocho años, cómo se sentía, respondió que no entendía por qué la gente había votado por un hombre tan malo. Y luego le dijo algo que sacude a Léon hasta el día hoy: “Bueno, papá, al menos no me veo mexicano”. “Que un niño de ocho años, sin tener una gran noción de lo que esto significa, instintivamente se refugie en el argumento más terrible, como un instinto de supervivencia puro, es producto del clima que han creado los nativistas contra quienes somos distintos a ellos.”
El día siguiente, ya con la noticia en la portada de todos los diarios del mundo, había que definir la estrategia para cuatro años difíciles. “En la redacción el silencio seguía, nadie mencionaba lo que pasó, ni el nombre del presidente electo. Era un ambiente de profunda reflexión y mucho trabajo. Me di cuenta de que, sin ponernos de acuerdo, las tres presentadoras nos habíamos vestido de negro”, dice Andrea González.
“Recalibramos en el sentido de que la misión Univision, que es una misión muy singular, incluye asumir con mucha seriedad que somos compañeros, guías, y defensores de una comunidad, pero siempre desde la trinchera periodística”, dice Krauze. “Para mí el periodista combate el prejuicio y la injusticia contando historias, elevando el costo social de las medidas nativistas a través del periodismo, no del activismo. Una opinión nunca ha tirado un gobierno. Nunca. Y eso a mí no se me olvida.”
Si se trata de ver el vaso medio lleno, la elección de Trump ha detonado un buen momento para el periodismo y retos enormes para los medios latinos en ese país. Ante esta situación de emergencia, la comunidad inmigrante necesita más que nunca del buen periodismo. Sin embargo, los medios en español están muy por debajo del nivel que alcanzan los medios en inglés. A lo largo de su carrera, Jaime Hernández ha sido corresponsal en Europa, Medio Oriente y Estados Unidos para medios nacionales como El Universal y Radio Fórmula, e internacionales como la Deutsche Welle. Antes de volver a México fundó su propia revista, La mirada, que se distribuía al sur de California y llegó a tirar 40 000 ejemplares. Su especialidad son las zonas de conflicto y recorrió la frontera entre México y Estados Unidos reportando la realidad de los migrantes. Entre los medios hispanos en California se encontró con un periodismo lleno de vicios. “Me parece que, en muchos casos, hay un tratamiento despectivo encubierto hacia la inteligencia de los hispanos, bajo la idea de que es una audiencia de jardineros, lavaplatos, cocineros, etc., y en cierto sentido es justificado, porque en la comunidad hay muchas limitaciones culturales y educativas”, dice en entrevista telefónica, “pero bajo ese argumento se han resignado por décadas a hacer periodismo chato, de fórmulas simples y prefabricadas”.
Por esa y otras razones, los jóvenes latinos se han alejado casi por completo de los medios en español, y prefieren informarse en National Public Radio, CNN o el programa de Stephen Colbert, entre otros. La mayoría de los jóvenes, como lo reconoce el mismo Krauze, identifican a Univision como el canal que ven sus padres y sus abuelos, y ello constituye el reto más grande de los medios latinos de ese lado de la frontera. Ante la reducción radical del flujo migratorio, y el alto nivel educativo que han alcanzado jóvenes inmigrantes como los dreamers, la pregunta obligada es si se está o no ante la última generación para la que tendrá sentido hacer periodismo en español. En este contexto, la crisis migratoria que trajo el gobierno de Donald Trump le ha dado a estos medios algunos años de aliento, una gran razón de ser y una oportunidad de elevar el nivel del periodismo que hacen para intentar competir con el altísimo nivel que manejan muchos medios en inglés.
“Tienen la tecnología para enfrentarse a estos nuevos retos, pero hay que desaparecer ese periodismo de carácter aldeano que sólo tiene sentido dentro de esta burbuja que está a punto de tronar. Es un periodismo que por décadas se ha tenido que ajustar a la realidad de seres humanos que no son tratados como ciudadanos de primera, sino de segunda o de tercera; son los esclavos de la era moderna, pero eso tiene que cambiar”, dice Hernández. “Puede haber futuro, pero entender la cultura informativa de los hispanos en ese país, y más aún en este periodo de transición, es un reto enorme.”
Krauze coincide en que la única salida está en hacer contenidos de gran calidad. “Si tu haces must see television, la gente la verá. Es un reto al que hay que responder con creatividad, humildad y voluntad de innovación que contrarresten la terquedad corporativa. Si hacemos bien las cosas, lo único que va a desaparecer es la televisión intrascendente”, afirma.
* * *
En agosto de este año Donald Trump decidió respaldar el proyecto de ley conocido como RAISE Act, que presentaron los senadores republicanos Tom Cotton y David Perdue. El proyecto busca reducir los niveles de inmigración legal al país en 50% al recortar por la mitad el número de green cards que se entregan cada año. Además, plantea imponer un límite de admisión de 50 000 refugiados al año y terminar con el programa de lotería de visas por diversidad. La intención es crear un sistema de inmigración basado en el mérito, donde solamente los extranjeros más calificados tengan la oportunidad de residir en Estados Unidos. Esto, por supuesto, cancela esa posibilidad para el grueso de la población migrante, además de complicar aún más la residencia para las personas que la solicitan por razones familiares.
El RAISE Act y la decisión de Trump, semanas después, de revocar la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) nos llevó a una tercera entrevista con León para contextualizar el delicado escenario que plantean. La medida que adoptó Obama cinco años atrás protegía de la deportación a alrededor de 800 000 inmigrantes mexicanos, mejor conocidos como dreamers, que llegaron a Estados Unidos de forma ilegal con menos de 16 años de edad. Los beneficiarios del daca, de los cuales 76% son mexicanos, reciben permisos de trabajo temporales, licencias de conducir y un número de seguridad social.
Las protestas por la rescisión del DACA se extendieron por todo el país y en ellas no solamente se veían inmigrantes, sino ciudadanos estadounidenses que se solidarizaron con estos jóvenes y sus familias. “Por supuesto que hay dolor y tristeza, pero el mensaje que envían es doble. Están dejando claro que no van a ceder, que van a pelear y que no van a aceptar que se les use como moneda de cambio para que, a través de su legalización, se aprueben medidas migratorias más agresivas y ultraconservadoras, como el RAISE Act o cualquier otra”, dice Krauze desde Los Ángeles.
En este nuevo contexto, León ha vuelto a entrevistar a algunos de los dreamers que conoció a en La Mesa tiempo atrás. Entre ellos, a Susana Terrones, quien tras graduarse de la Universidad del Estado de California está trabajando en un hospital como asistente de terapeuta. “Ella no tiene ninguna intención de rendirse. Va seguir trabajando para dejar de ser asistente, convertirse en la terapeuta titular, y ayudar a otros jóvenes a lograr lo mismo que ella”, cuenta Krauze. “Pero al mismo tiempo se echó a llorar desesperada porque, otra vez, este país al que llegó cuando era apenas un bebé le está diciendo que no la quiere aquí.” León le dijo que Trump, su gobierno y sus votantes son solamente una porción de la población y que no representan a la mayoría de los estadounidenses. “Este es el coletazo final de una facción de la clase política estadounidense, pero ni la demografía ni las encuestas mienten. Trump obtuvo tres millones de votos menos que Clinton, y eso no significa que haya que sentarse a esperar, pero esta furia nativista tiene fecha de caducidad”, dice Krauze con esa voz firme y pausada que caracteriza a los periodistas de radio y televisión. El permiso de Susana, que entre otras cosas le permite trabajar, vence en 2019 y sin el daca, a partir de entonces, estará expuesta a la deportación y no será fácil que consiga trabajo.
Las encuestas dicen que la mayoría de los estadounidenses apoya a estos jóvenes, que son en muchos sentidos el ciudadano ideal de cualquier país. Según se reportó en un segmento de la Verdad Incómoda, que conduce Krauze, 72% tiene estudios superiores o de posgrado; 91% tiene empleo y un ingreso promedio de 36 000 dólares anuales, lo que los coloca en la clase media del país; 98% es bilingüe; 63% accedió a un mejor trabajo gracias al daca; 80% tiene licencia de conducir; 54% compró su primer auto y 12%, su primera casa. Además, los dreamers han fundado aproximadamente 35 000 nuevas empresas; el que se fueran del país sería un golpe duro para la economía estadounidense. Lo que piden es un Dream Act limpio, no intercambiable por ninguna otra medida que perjudique a la comunidad inmigrante.
En la reacción del gobierno de México ante estas medidas, Krauze lee una mayor firmeza que la que se había mostrado en el gobierno de Peña Nieto en situaciones anteriores. “Los últimos comunicados de la Cancillería han sido mejores, incluso con un poquito de sarcasmo, lo cual me parece perfecto. Creo que el presidente de México ha hablado con mayor fuerza en defensa de estos cientos de miles de chicos, mexicanos por nacimiento, que están viviendo una angustia tremenda, por supuesto, en el desamparo de gobierno de su país de origen, porque claro que estas declaraciones están muy lejos de ser suficiente”, dice.
Y sobre Peña Nieto a quien, por cierto, ya ha entrevistado antes, le planteo el escenario de que aceptara sentarse con él en La Mesa.
—¿Qué le preguntarías?
—Le pediría que nos explicara ese acto suicida que fue la invitación de Trump a los Pinos cuando aún era candidato. De esa visita se han desprendido muchas cosas de lo que hoy es la relación entre México y Estados Unidos, así que me gustaría saber qué hay detrás de esa decisión enormemente fallida y de la catástrofe infinita que fue la canciller Ruiz Massieu durante los meses de su candidatura.
—Y sobre la política interna de México…
—Le pediría un análisis brutalmente honesto de la realidad actual y del futuro de la lucha contra el crimen organizado en México. Una de las conversaciones centrales en mi carrera fue con un gran experto dentro del gobierno, hace ya muchos años, al que yo le pedí un estimado de cuánto tiempo iba a durar esta violencia que estábamos viviendo. Él respondió que nos iba a costar al menos 25 años. La noticia es brutal, pero es una franqueza que no le hemos escuchado de nadie, y hay una erosión social de la que apenas estamos viendo la cresta. Hoy todo mundo está al alcance del narco, y esto va mucho más allá de “la guerra de Calderón”. Este es el México que, en muchos sentidos, construyó el PRI.
Y eso es algo que ya una vez, en enero de 2015, Krauze le dijo a Peña Nieto a la cara. Fue entonces que el presidente le dio su tristemente célebre respuesta sobre la corrupción cultural de los mexicanos. “Me dijo, básicamente, que no es culpa del PRI, sino que todos somos corruptos, y no porque me la haya dado a mí, pero creo que es la declaración del sexenio, porque revela la verdadera naturaleza del priismo, que, sostengo, es el verdadero peligro para México. Es una frase que lo explica todo sobre la corrupción en el gobierno. Deja claro que el PRI vive para eso, de eso y por eso.”
En un análisis de la historia reciente, Krauze, que ha publicado textos en The New Yorker, New Republic, Washington Post, Newsweek y Foreign Affairs, compara al PRI con el personaje de Rip Van Winkle, del cuento de Washington Irving, quien pasó mucho tiempo dormido y despertó pensando que todo seguía igual.
“Así vivieron los doce años fuera del poder. El PRI cerró los ojitos y dijo: ‘me despiertas cuando estemos de vuelta… ¿Listo?, ¿Ya? Bueno, business as usual’ ”, dice alzando la voz. “El ‘nuevo PRI’ es este grupo que aparece en la famosa foto de gobernadores corruptos de 2012, los Duarte, Borge, Moreira, etc., son mi generación, los nacidos en los años setenta; los que debieron haber reformado a su partido, pero son mucho peores que los que vinieron antes.” El regreso del PRI, en palabras de Krauze, es un proyecto transexenal que colocará a Aurelio Nuño, actual secretario de Educación Pública, como su candidato para la elección presidencial de 2018 y el panorama, bajo esa línea, pinta oscuro.
Actualmente, el informativo nocturno que conduce junto a Andrea González es el noticiero local con mayor rating en todo Estados Unidos y la responsabilidad es enorme. El 7 de septiembre de 2017, el día anterior a la última entrevista con el periodista para este texto, México vivió uno de los terremotos más intensos de su historia, que alcanzó los 8.2 grados Richter y causó la muerte de más de cien personas, muchas de ellas en los estados de Chiapas y Oaxaca. Esa noche la señal nacional de Univision, que se transmite desde Miami, les cedió la cobertura, pues Florida esperaba el golpe del huracán Irma y tenía a todo su equipo concentrado en ello. Apenas doce días después, de nuevo en 19 de septiembre y en terrible coincidencia con lo que sucedió exactamente 32 años atrás, otro terremoto de 7.1 grados Richter sacudió al país, y esta vez, la Ciudad de México no resistió. Junto con ella, Morelos y Puebla se sumaron a la tragedia. Al cierre de esta edición los muertos son más de trescientos. Mientras tanto, el huracán María azotó Puerto Rico devastando la isla. El momento, crítico como pocos en la historia de estos dos países, es ejemplo de lo que implica el trabajo de León Krauze, con su más de un metro noventa de estatura: reportar para dos frentes en un momento de fuegos cruzados y tragedias humanitarias.
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